lunes, 26 de mayo de 2025

Sobre “Noche y niebla” de Alain Resnais

 


Viendo “Noche y niebla” uno no puede dejar de pensar en lo doblemente siniestro e imperdonable que resulta el genocidio que el Estado de Israel viene llevando adelante contra el pueblo palestino.

 

Tres años antes de estrenar en salas la hoy ya mítica “Hiroshima mon amor” (con guión de Marguerite Duras), el director francés Alain Resnais presenta al mundo este film de tan sólo 31 minutos, en los que se combinan una serie de imágenes a color de aquel presente (1956, recordemos, once años después de la caída del nazismo), con otras de archivo de 1944. Así, el contraste temporal se expresa también en el contraste de imágenes que nos presentan, por un lado, la arquitectura despoblada, donde un tren avanza sobre la hierba que crece nuevamente y, por otro lado, Auschwitz.

 

Una voz en off va dando cuenta de la historia del horror de los campos de concentración y la obsesión de los nazis por ordenar, registrar, archivar todo: listados con los datos de los prisioneros, sus cabellos (con los que hicieron hilados para la industria), las cabezas de los decapitados (con lo que se quiso experimentar), sus cuerpos (con los que se hicieron jabones), así como los nombres de quienes iban siendo ejecutados, o los números de cuantos iban a las cámaras de gas o los que morían de hambre (pesando 30 kilos), de frío o de cansancio.

 

Todo esto contextualizado, aunque brevemente, con el proceso de ascenso del proyecto criminal encabeza por Hitler y las SS, hasta el juicio de Nuremberg.

 

Acertadísimo e inquietante final, en el que Resnais se pregunta:

 

“¿Quiénes de nosotros vigila desde esta extraña atalaya para advertir de la llegada de nuevos verdugos?... Con nuestra sincera mirada examinamos esas ruinas, como si el viejo monstruo yaciese bajo los escombros. Pretendemos llenar de nuevas esperanzas como si las imágenes retrocediesen al pasado, como si fuésemos curados de una vez por todas, de las pestes de los campos de concentración. Como si de verdad creyésemos que todo ocurrió en una sola época y en un solo país. Y que pasamos por alto las cosas que nos rodean y hacemos oídos sordos al grito que no calla”.

80 años después, con los mismos métodos, las víctimas son los nuevos victimarios.

 

 

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