Viendo
“Noche y niebla” uno no puede dejar de pensar en lo doblemente siniestro e
imperdonable que resulta el genocidio que el Estado de Israel viene llevando
adelante contra el pueblo palestino.
Tres años antes de estrenar en salas
la hoy ya mítica “Hiroshima mon amor” (con guión de Marguerite Duras), el director
francés Alain Resnais presenta al mundo este film de tan sólo 31 minutos, en
los que se combinan una serie de imágenes a color de aquel presente (1956,
recordemos, once años después de la caída del nazismo), con otras de archivo de
1944. Así, el contraste temporal se expresa también en el contraste de imágenes
que nos presentan, por un lado, la arquitectura despoblada, donde un tren
avanza sobre la hierba que crece nuevamente y, por otro lado, Auschwitz.
Una voz en off va dando cuenta de la
historia del horror de los campos de concentración y la obsesión de los nazis por
ordenar, registrar, archivar todo: listados con los datos de los prisioneros, sus
cabellos (con los que hicieron hilados para la industria), las cabezas de los
decapitados (con lo que se quiso experimentar), sus cuerpos (con los que se
hicieron jabones), así como los nombres de quienes iban siendo ejecutados, o los
números de cuantos iban a las cámaras de gas o los que morían de hambre (pesando
30 kilos), de frío o de cansancio.
Todo esto contextualizado, aunque
brevemente, con el proceso de ascenso del proyecto criminal encabeza por Hitler
y las SS, hasta el juicio de Nuremberg.
Acertadísimo e inquietante final, en
el que Resnais se pregunta:
“¿Quiénes de nosotros vigila desde esta
extraña atalaya para advertir de la llegada de nuevos verdugos?... Con nuestra
sincera mirada examinamos esas ruinas, como si el viejo monstruo yaciese bajo
los escombros. Pretendemos llenar de nuevas esperanzas como si las imágenes
retrocediesen al pasado, como si fuésemos curados de una vez por todas, de las
pestes de los campos de concentración. Como si de verdad creyésemos que todo
ocurrió en una sola época y en un solo país. Y que pasamos por alto las cosas que
nos rodean y hacemos oídos sordos al grito que no calla”.
80 años después, con los mismos
métodos, las víctimas son los nuevos victimarios.
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