Por
Mariano Pacheco. En la semana
temática organizada por la sección de cultura del Portal de Noticias Marcha por el Día de la Memoria, un recorrido
por una novela fundamental de David Viñas: Cuerpo
a cuerpo.
Publicada en 1979 por Siglo XXI editores, impresa
en México D.F, escrita en el largo exilio, Cuerpo
a cuerpo, de David Viñas, no trata, sin embargo, sobre el exilio. Tal como
puede leerse en la contratapa de la primera edición, esta novela surge, eso sí, de la pasión, del horror, de la ira del exilio.
Es un intento desesperado por dar cuenta de un tiempo desgarrado por el sin
tiempo que se vive en los campos clandestinos de detención-exterminio que,
desde el 24 de marzo de 1976, funcionan sistemáticamente en todo el país.
Tal vez podamos pensar Cuerpo a Cuerpo como una novela
post-sartreana. Y esto, en un doble sentido. Por un lado, porque se
encuentra un paso más allá de las “retotalizaciones” del Jean Paul Sartre de la
Crítica de la razón dialéctica –a las
que el propio Viñas adscribió durante años–, ya que la construcción formal de este texto se caracteriza por los fragmentos
constitutivos de cada parte y por los nuevos sentidos que adquieren a partir de
lo que Aníbal Jarkowski denominó “cocedura por la sintaxis” (“sobrevivientes en
una guerra: enviando tarjetas postales”). De todos modos, así como Cuerpo a cuerpo no admite ser
clasificada como “novela del exilio”, tampoco es posible inscribirla dentro de
las “novelas fragmentarias”, ya que la modalidad fragmentaria se articula en
este caso dentro de una lógica organizativa que corresponde con su propia
originalidad. De allí que se constituya como un texto inconfundible e
inimitable. “La transgresión máxima de las normas –insiste Jarkowski– produce
una crispada organización del lenguaje, que llega en algunos casos a tornar
ilegible el texto”. ¿Es posible, teniendo en cuenta la experiencia colectiva
–la carnicería– que se vive en el país, y la experiencia íntima de contar con
un hijo muerto, articular un relato que no transmita las marcas del matadero
sobre los cuerpos? Evidentemente no. Y de ahí que, más allá de la violencia de
los contenidos, la violencia sea transmitida al lector, también, a través del
lenguaje. Eso, decía, por un lado.
Por otro lado, la novela es post-sartreana porque –habiendo comprendido y encarnado el
“compromiso” de la escritura– Viñas, como decenas de intelectuales en la época,
se lanzaron a la batalla siguiendo los postulados del Sartre de ¿Qué es la literatura? Se han lanzado a
la batalla sí, y han sido aplastados, junto a decenas de trabajadores,
profesionales y estudiantes –en su gran mayoría jóvenes, como los propios hijos
y una nuera de Viñas– por el poder terrorista del Estado.
¿Cómo situarse entonces? ¿Qué hacer luego de un
período de luchas como el experimentado por los sectores populares en nuestro
país entre 1969 y 1976? Viñas, y muchos de sus “compañeros de ruta”, decidieron
volcar su escritura primero y su propio cuerpo después, junto a las luchas del
pueblo por su liberación. Aun tomando las armas –como también el propio Sartre
había advertido que en determinadas circunstancias sucedería–. Las
consecuencias son conocidas. Muchos de ellos, además, tuvieron que padecer el
hecho de ver cómo le arrancaban la vida a las generaciones más jóvenes (a sus
propios hijos) que, en muchos casos, se incorporaron a la lucha luego de leer y
admirar sus textos.
Sin embargo, y a pesar del dolor, del exilio,
quienes sobrevivieron al horror (al terror), continuaron escribiendo. Cuerpo a cuerpo es un claro ejemplo
–entre varios otros– de confluencia entre la pluma y la espada.
***
Aníbal Jarkowski –en el ya mencionado texto– ha
sido uno de los pocos críticos que se detuvo en un análisis minucioso de este
libro. Ha incluido a la novela de Viñas dentro de lo que se denomina como
“ficciones beligerantes”. Dice: “Cuerpo a
Cuerpo, posicionada junto con las víctimas, no se aplica a representarlas
en su muerte; sino que, desde un lugar de sobrevivencia, insiste en agraviar al
enemigo reconstruyéndolo material, minuciosa, obsesivamente, en la certidumbre
de que esa reconstrucción de la verdad del adversario será el más eficaz y
necesario uso de la ficción. Es su forma de participación en aquel momento de
la guerra que atraviesa y define a la sociedad argentina”.
Polémico, el concepto de guerra ha recorrido
todos los análisis y postulados de la militancia revolucionaria de esas
décadas. Y ha sido el concepto bastardeado por las “democracias de la derrota”.
En el caso argentino, la derrota humillante del país frente a Gran Bretaña, en
la “Guerra de Malvinas”, se suma a la condena social que el término tuvo en
boca de esos mismos militares argentinos que, cobardes e ineptos para llevar
adelante una “guerra limpia”, se vanagloriaban sin embargo de sus destrezas
para implantar en suelo nacional, contra sus propios compatriotas, la “guerra
sucia”. Por las asimetrías de poder entre los bandos enfrentados –la maquinaria
terrorista del Estado Militar, incluyendo la poderosa alianza civil sobre la
que se sostenía, y el de los sectores populares en lucha, incluyendo sus
“organizaciones armadas”–, en parte, pero en gran medida por la “operación de
victimización” que el “alfonsinismo” –y la “clase política” en general–, el
“sindicalismo sobreviviente”, las “empresas periodísticas”, los “intelectuales
travestidos” y gran parte de la sociedad realizaron sobre la figura de la
militancia de la década anterior, la idea de que el conflicto social sostenido
durante dos décadas había desembocado en un enfrentamiento que se encontraba a
las puertas de una guerra civil comenzó a ser borrado del horizonte de los
debates de la época. Ernesto Sábato, su prólogo al Informe de la CONADEP y la
consigna progresista de Nunca
más completaron el cuadro que incluía a la idea de guerra junto con la
de demonios, desconociendo la máxima foucoltiana de que aun en tiempos de paz estamos en
guerra los unos contra los otros, porque un frente de batalla atraviesa toda la
sociedad, continua y permanentemente, poniendo a cada uno de nosotros en un
campo o en otro. Acorde con los
tiempos consensuales, la afirmación
de que “no existe un sujeto neutral”, porque siempre, necesariamente, “somos el
adversario de alguien”, sostenida por Michel Foucault en La guerra en la filigrana de la paz, fue descartada durante mucho
tiempo, a pesar de que fue en esos años que los “académicos progresistas”
instalaron en el país la “moda Foucault”.
El
psicoanalista argentino Jorge Jikis, reflexionando sobre estos temas, ha
destacado en uno de sus ensayos (“Inclemencias”), recopilados en su libro Violencias de la memoria, que aunque los
militares hayan usado la palabra “guerra” para justificar una matanza que tuvo
una amplia masa de civiles cómplices, “no me parece que haya que evitar esa
palabra: hubo una guerra aunque también haya sido una matanza”. Reconocerlo
–insiste– no empareja “bandos” ni iguala nada con nada. Y remata: “¿No hay algo
de los vencidos, de su identidad singular y contradictoria, que se pierde al
esquivar esa palabra?”.
En este sentido, el Nunca más no es pronunciado
sólo respecto del “Terrorismo de Estado”, sino también del deseo
revolucionario. Considerado totalitario, ese deseo, esas las apuestas de
transformación revolucionaria de la sociedad, son colocadas en el lugar del
Otro Terrorismo. Así, la fórmula “recordar para no repetir” –señala Eduardo
Grüner en el prólogo al libro de Jikins–, no es sólo una mala teoría de la
repetición –ya que al poder no le interesa solamente reprimir, sino y sobre todo producir–,
esa fórmula oculta detrás del Nunca más, dicha desde el poder,
puede ser también –y sobre todo– una amenaza:
“Recuerden que ya sucedió una vez, no vaya a ser que les suceda de nuevo”.
Pasado del trauma, presente del síntoma, y severa
advertencia hacia el futuro.
***
Esa violencia –la de los sectores de poder sobre
los de abajo– que utilizando un término viñesco podríamos caracterizar como constantes con variaciones, esa
violencia Estatal y paraestatal que los poderes (empresariales, militares,
periodísticos, religiosos…) desataron contra el indio, el gaucho, el negro, el
proletario, según los momentos, es una invariable
de la narrativa de Viñas. Esa historia de la violencia oligárquica, destacó
Piglia, es también la historia de su revés: la de las víctimas, abordada por
Viñas con ingenio en casi todos sus libros (“Viñas y la violencia
oligárquica”, La argentina en pedazo). En este caso, nos
enfrentamos a una novela de casi 500 páginas, en la cual se reconstruye gran
parte de esa historia política nacional: desde los inmigrantes que vinieron a
poblarlo, hasta el asalto al poder por parte de la Junta de Comandantes. Condensado
a través del relato de la historia familiar de uno de los personajes (el
Teniente General de la Nación Alejandro Cláns Mendiburu), podemos ver cifrados 100 años de historia
argentina. Años marcados por la violencia creciente, que se transforma en el
hilo conductor de las historias y temporalidades presentes en el texto.
***
Ficción
beligerante,
entonces, ya que tanto el título como el contenido y la forma del texto
presentan una modalidad en la guerra
entre las clases. Modalidad que se “corre” de las batallas convencionales
para dar cuenta de un tipo de enfrentamiento que involucra a la sociedad civil
y se da en medio de la confusión y el acortamiento de las distancias. Varios casos ejemplifican esto en la novela. Por un
lado, cuando El Payo remarca ese pasaje del escenario de la guerra desde la
selva hacia la ciudad (“Buenos Aires, Santiago, Janeiro). “Ahora –insiste– la
guerra es a muerte, cuerpo a cuerpo.
Y nadie puede declararse a-político, a-militar. Matar o morir. Nosotros. Yo.
Los que están de nuestro lado. O los que golpean enfrente”. Por otro lado,
cuando Mendiburu hace referencia al Facundo
de Sarmiento. Y a su subtítulo: “civilización o barbarie”. Y dice: “esa es
nuestra guerra. De nuevo. Puesta al día… Y las fronteras de hoy tienen nombres
de calles… Blanco o negro. Matarlos o que ellos se hagan cargo de todo”.
También cuando en uno de sus cumpleaños, su mujer Elvira le regala una medalla
de la Batalla de Ayacucho (acontecida el 24 de diciembre de 1824). Él le
agradece y dice: “entonces el enemigo era claro, estaba con otro uniforme, del
otro lado. No como ahora, todos mezclados”. Y por último, en un momento en que Mendiburu se encuentra con varios
militares de distintos países (se supone que en Panamá), y discuten sobre la
guerra entre Israel y Egipto. El Payo interviene para situar el debate. Y
exclama: “Yo; aquí. América. Y bien recortada… Porque si hablamos de guerra,
seamos serios y pensemos en las que pueden sernos útiles. Por así decir. Dos:
Vietnam y Argelia”. “Guerras sucias” –remarca–. “Mugrientas. Así son las nuestras. Y escribió en el pizarrón. Guerras policiales…. Logística mesturada
con perros violadores, delaciones, rastrillajes en villas miserias… guerra
hedionda. Pero eso es lo que nos tocó. La
nuestra. Sin tregua de Dios, sin clarinetes, sin asco… con mierda criolla y
hasta el cogote. Con algunas diferencias. Digo con respecto a Argelia y
Vietnam”.
De estas líneas se desprende con claridad que el
propio texto sea comprendido como una modalidad más del combate y no como
“representación” de éste. De allí, también, que por más que Viñas trabaje con
la realidad política del país, no pueda inscribirse esta novela en los
parámetros del realismo convencional: sus vínculos con lo real se dan a partir
de una relación de tensión y de mezcla de registros ficcionales, ya que
no es, en sentido estricto, un texto testimonial o de denuncia, aunque por
supuesto, denuncia y da testimonio, pero siempre en el marco de la narratividad
y los procedimientos ficcionales.
Tal vez haya sido esta violencia creciente,
presente en el texto, la que ha llevado a Guillermo Saccomanno (“Poner el cuerpo”) a decir que esta
novela debía ser leída bajo el iceberg de un tironeo violento (donde la acción
y las palabras confluyen, luchan y se enturbian), “porque si hay un rasgo que
define la literatura de Viñas (tal como él definió la literatura argentina a
partir de Echeverría) es la violencia.
La violencia de lo económico, lo ideológico, lo político, y ahí está lo nodal
de su obra: en los cuerpos violados”.
Algo similar a lo expresado por Ricardo Piglia en el texto mencionado, quien
destacó que, en Viñas, la muerte se sexualiza y la dominación se marca en la
carne. “Los dueños de la tierra son también dueños de los cuerpos”. Y de las
subjetividades –podríamos
agregar, siguiendo las enseñanzas del psicoanálisis– ya que los cuerpos no son sólo un componente
orgánico, sino un entramado orgánico, psíquico y cultural.
Subjetividad en riesgo, asediada ya no por las
marcas sobre los cuerpos, sino por las sombras, los fantasmas, las huellas del
Proceso que no dejan de operar en esta democracia signada por la derrota de los
proyectos revolucionarios.