“El
que crea que no es preciso entender la revolución renuncia a
entender el presente”
Por
Mariano Pacheco
Con
la reciente publicación de El
huracán rojo. De Francia a Rusia, 1789/1917,
Alejandro Horowcz cierra un programa de lecturas, estudio y reflexión
de más de treinta años, en los que trata de pensar los tres temas
fundamentales de su generación: el peronismo, el socialismo y la
revolución.
Desde
la publicación de Los cuatros peronismos, en 1985, Alejandro
Horowicz se ha transformado en uno de los intelectuales de izquierda
que no se pueden dejar de tener en cuenta a la hora de pensar una
intervención teórica rigurosa y crítica en la Argentina.
Aprovechando la salida de El huracán rojo. De Francia a Rusia,
1789/1917, visitamos a Horowicz en su casa, situada en el barrio
porteño de Boedo, para conversar sobre este hilo rojo que recorre la
experiencia de desobediencias, rebeldías y rebeliones que va desde
la Revolución Francesa a la Revolución Rusa, de algún modo los
acontecimientos europeos que dan inicio al ciclo de luchas modernas
por el comunismo, y que abren los siglos XIX y XX.
Alejandro:
para empezar esta conversación, una pregunta obvia, pero de rigor:
¿qué fue lo que te llevó a querer meterte de esta manera, tan
rigurosa, con este tema?
En
realidad, yo me he ocupado de la agenda política de mi generación,
que eran básicamente tres temas: el peronismo, el socialismo y la
revolución. Sobre el peronismo he escrito más que suficiente y,
sobre este tema en particular, por la complejidad de la cuestión y
las dificultades que el nudo problemático supone, lo dejé
razonablemente para el final, por así decirlo. Me parece, que es el
único modo en que este temario y ese nudo problemático, tiene
sentido en la actualidad, no simplemente como una añoranza por el
pasado, en términos de lloriqueo sentimental, sino en términos de
problemas irresueltos. Cómo la historia insiste políticamente, en
estos problemas irresueltos.
Hay
algo en las últimas décadas en donde se ha producido un doble
movimiento: por un lado, una tendencia a ejercer un memorialismo
nostalgioso, y por otro, una especie de borrón y cuenta nueva,
típico de la tendencia más posmoderna que valoriza al extremo el
instante, desconociendo la historicidad de los procesos. ¿Cómo
manejás vos esto, a la hora de ponerte a leer, de ponerte a
trabajar? ¿Qué pensás de esta tensión que se crea entre ir hacia
el pasado --sin caer en la nostalgia-- y poder plantear, también,
una mirada sobre las urgencias del presente?
Esta
versión del tiempo, un tiempo sin historia, es la versión del
tiempo más abstracto que Marx analiza en
El Capital. El mal tiempo, donde
todas las especificidades que lo constituyen (el tiempo socialmente
necesario para producir un bien) desaparecen, y lo único que queda
es cuánto tiempo hace falta para producirlo. Yo puedo entender que
esta unilateralidad alienada sea un modo de enfocar un sistema social
determinado, y sea el modo en que se entiende la ganancia bajo el
régimen capitalista de producción. Ahora bien: la idea de que es
posible explicar un proceso del presente, y más un proceso de larga
duración como en este caso, que pueda basarse en esos parámetros,
me parece una idea trivial y, esa idea trivial, es una idea académica
muy extendida. Por eso el comentario más habitual consiste en
preguntarse: “¿qué queda de la Revolución?”. Y la respuesta
sea: “nada”. Por lo tanto, uno vive una especie de contradicción
absurda: ¿por qué alguien va a dedicar un libro de 600 páginas a
algo que no existe y realmente no sucedió? ¿Qué importancia tiene
la Revolución Francesa o la Rusa en estos términos? Ahora bien,
cuando uno toma un elemento del presente --por ejemplo la importancia
china en el mercado mundial-- no se puede ignorar la posibilidad de
que China sea lo que es, porque está anclada en el maoísmo y en la
revolución del ‘49, y la relación entre la Revolución China y
la Revolución Rusa, solamente un analfabeto puede decir que no
existe. Por lo tanto, para entender simplemente por qué China tiene
el lugar que China tiene, no alcanza con contar la teoría de la
competencia y de los mercados, porque uno no tiene dudas sobre el
tamaño y la importancia del mercado chino, pero creer que la
economía china se gobierna por la lógica del mercado es entender
bastante poco del mercado, y de China. Esto no puede ser tomado a la
ligera, ni siquiera por las multinacionales porque, en última
instancia, producen en China y no deciden políticamente lo que China
decide, eso lo decide el comité central del Partido Comunista Chino,
que no consulta ni a la burguesía china ni a la otra. Entonces, si
uno tiene que pegar la vueltita y dice: “¿por qué nos ocupamos de
la revolución?”. Bueno, es porque pensamos que es preciso
entenderla. El que crea que no es preciso entender la revolución
renuncia a entender el presente. Entonces, uno dice: “pero esto es
una historicismo extremo”, de ningún modo, si uno quiere entender,
por ejemplo, el sentido de la revolución tecnológica, no puede no
entender el sentido de la revolución política, porque digo esto:
“todos los burgueses del mundo prefieren siempre cuatro obreros
baratos a una máquina cara, solamente cuando los obreros son más
caros que la máquina que lo reemplaza, los burgueses empiezan a
considerar la revolución tecnológica”. Es decir, la revolución
tecnológica supone enormes victorias populares, de lo contrario no
sucede. Recién cuando la Revolución Rusa triunfó, es cuando los
bolcheviques tomaron y estabilizaron el poder, en 1921, nadie
más discutió las 8 horas de trabajo, y no se discutió porque
estaban dispuestos a ceder, en las 8 horas de trabajo, un nuevo
contrato mundial para la clase obrera, porque entendían que de lo
contrario iban a tener que discutir el poder con la clase obrera. Y
estos suelen ser los términos de la lógica política, la reforma es
la lógica de la acción política, la revolución es la consecuencia
de esta transformación de reformas sucesivas, yo no estoy diciendo
que se va a repetir la Revolución Rusa, para nada, pocas cosas son
más peculiares y únicas que una transformación revolucionaria que,
como toda teoría, es un dato fechado. La teoría, como el yogur,
tiene fecha de vencimiento, el que no entiende la fecha de
vencimiento de la teoría, no hace teoría política, sociología
política, historia social, hace teología.
En
algún momento, Ricardo Piglia dijo que había una relación estrecha
--para pensar la revolución-- entre bibliotecas y procesos
políticos. ¿Cómo lo ves vos?, no sé si compartís esa idea, de
cierta correlación entre ideas revolucionarias y procesos
revolucionarios. Y después, para pensar: ¿qué lugar está
ocupando hoy la producción teórica y las reflexiones teóricas para
los procesos políticos?
La
relación entre la teoría y la biblioteca va de suyo. Uno no puede
hablar de Marx sin el British Museum, uno no puede hablar de Lenin
sin el British Museum y las bibliotecas suizas, uno en general, o
tiene la posibilidad material de tener la biblioteca en la esquina de
su casa, o en su propio estudio. Gracias a internet, esto se ha
vuelto una situación magnífica, por lo cual, esa situación tan
compleja a comienzos del siglo XX, o en el siglo XIX, hoy hace que el
señor que está en Trenque Lauquen y el que está en New York,
dispongan exactamente del mismo PDF al mismo tiempo y eso democratiza
no sólo el acceso, sino la posibilidad de la lectura. Antes, un
señor que manejaba tres lenguas y accedía a los textos inéditos,
podía vivir simplemente de eso y pasar por ser un especialista
fenomenal. Hoy, aparte de acceder a la información y a los textos,
es preciso tener un par de ideas en la cabeza, el par de ideas en la
cabeza donde toda teorización no es más que una sistematización de
las luchas vivas. En consecuencia, si entendí la relación que
Piglia hace entre biblioteca y política, biblioteca y teoría, yo la
comparto, porque es evidente que la idea de que se puede producir sin
biblioteca es una idea pueril y muy cínica, porque conviene ver que
para los “jueguitos tontos” qué hacen para gente que no va a la
biblioteca, ni lee PDF, los que los hacen, tienen que leer muchos
libritos y muchos PDF para poder hacerlos. De modo que hay una
distancia muy grande, siempre, entre el “know how” para leer un
libro y el “know how” para leer cualquier texto, la idea de que
sus tiempos son iguales es una idea unilateral y abstracta.
***
Apertura
de paréntesis: la charla pasa de la biblioteca al patio mientras
llega Elsa Drucaroff, saluda y entablamos otra breve charla, a modo
de paréntesis. Alguna vez entrevisté a Drucaroff, luego de leer con
entusiasmo su voluminoso libro titulado Los
prisioneros de la torre. Jóvenes, literatura y posdictadura
y también alguna vez intercambiamos algún correo electrónico, a
propósito de nuestras interpretaciones divergentes sobre la obra de
Roberto Arlt. Desde entonces valoré su doble movimiento de prestar
atención a la lectura de un joven autodidacta, y en simultáneo,
plantear sinceramente su discrepancia con las hipótesis manejadas.
Cierre de paréntesis.
Alejandro,
quería preguntarte ahora sobre
esta dupla que aparece en el libro: la Revolución Francesa y la
Revolución Rusa. A vuelo de pájaro, como se dice popularmente, ¿con
qué te quedás de cada una de ellas en una primera revisión?
A
mí me parece importante entender que la lógica del conflicto social
y la lógica de una transformación revolucionaria, son iguales: es
un enfrentamiento con dos polos. Ese enfrentamiento con dos
polos tiende a ser un enfrentamiento que arranca en el terreno
puramente discursivo (esto es: un enfrentamiento casi conceptual), se
transforma con el desarrollo de este enfrentamiento en un término
que uno podría denominar de legitimidad, es decir, si bien no es
todavía una situación legal, empieza a ganar un nivel de prestigio
y de pregnancia suficiente, como para que un segmento de la sociedad
responda a ese punto de vista y, al responder a ese punto de vista,
esa legitimidad gana la posibilidad de obtener su legalidad. Una
transformación revolucionaria es el momento en que una cosa se
vuelve la otra, ahora bien, para eso es preciso dar una fenomenal
batalla y, esa fenomenal batalla, la burguesía la liberó antes de
la Revolución francesa, desde Voltaire y los enciclopedistas, y esa
batalla cultural fue ganada primero, y no solamente en la culta
Europa (la culta Francia, París), hablaban en esos términos, sino
que la corte de Luis XVI hablaba en estos términos. Eso muestra
hasta dónde llegó la influencia. Y esta idea de la enciclopedia,
que es una idea que arranca en Inglaterra, que consiste en clasificar
todo el mundo conocido, esto es, organizar una especie de Wikipedia
escrita a una escala inexistente, que primero empieza traduciendo los
textos ingleses y, como los franceses traduciendo son gente muy
imaginativa y Voltaire tenía alguna que otra cosa para decir, no
sólo organiza una gigantesca batalla contra la iglesia católica,
que es el centro de la cuestión (no en vano El Vaticano era el
primer terrateniente de Europa, es decir, el primer señor feudal de
Europa) y, por lo tanto, vencer al Vaticano tenía dos momentos: uno
teórico y otro de práctica política material. Pues bien, ambos
términos son conquistados fenomenalmente por esta enciclopedia, que
logra los primeros lectores independientes y construye el primer
mercado de opinión política fechado y con capacidad disruptiva.
Entonces, aquí vemos esta fenomenal operación, que tiene una
referencialidad franco-británica, y por el otro lado, podemos
ver cómo esta misma situación transcurre a lo largo de un proceso
mucho más largo, que podemos fechar en el Manifiesto
comunista
de 1848 escrito por los muy jóvenes Marx y Engels, que organizan una
batalla que supone la primera internacional, la segunda internacional
y finalmente, la Revolución rusa, que no es una revolución que
sucede simplemente en términos de estallido social, sino de una
crisis general del capitalismo, producto de una guerra imperialista
global que se produce millones de muertos. Por primera vez en la
historia de la humanidad la guerra pasa a otra escala, a otra
capacidad destructiva, y a otra capacidad de abrumar a sus
integrantes. El daño, el dolor que la Primer Guerra Mundial
infringe, la gran guerra que parecía que debía ser la última gran
carnicería, es en rigor de verdad el prólogo de todas las
carnicerías posteriores. En ese prólogo, en ese estallido, aparece
una posibilidad, esa posibilidad es que el recorrido ya no sea el
recorrido tradicional del capital, sino que sea un recorrido en otra
dirección, que es la que explora Lenin, la que exploran los
bolcheviques en la Revolución rusa. Ese recorrido terminó siendo
clausurado en medio de una guerra civil descomunal que se desarrolló
en Europa entre 1917 y 1939, en Rusia ganaron los bolcheviques, en
Italia ganó el fascismo, en Alemania ganó Hitler y en España ganó
Franco. Se termina con Franco la guerra civil en Europa, mientras se
establece la Segunda Guerra Mundial que es, ni más ni menos, el piso
de la derrota histórico-política de la Revolución de octubre.
Hace
un tiempo, Mark Fisher planteaba esta idea que rescato. A saber: que
el realismo capitalista es esto de que resulta más fácil imaginar
el fin del mundo que el fin del capitalismo. Pienso que es una suerte
de clima de época, de estas últimas décadas (podríamos pensar
posterior a la caída del muro de Berlín). Sin embargo, empiezan a
aparecer síntomas: por lo menos a nivel cultural se podría destacar
el hecho de que se produzca una película sobre el joven Marx,
y que se empiece a revisitar su obra y su figura. En muchas
juventudes en distintos lugares del mundo hay una búsqueda
teórico-política que trata de recuperar ese legado. En ese sentido,
se podría pensar esos momentos históricos fundamentales (podríamos
decir, con Alain Badiou, que hay ahí un ciclo, en donde prima “la
idea del comunismo”, ese fantasma que va recorriendo el mundo), ese
período de dos siglos es un tramo temporal muy corto en realidad,
pero extremadamente intenso. Hoy, si bien el tramo temporal es
realmente muy corto, no puede obviarse que lo sucede es que prima más
bien la ausencia de fantasma de comunismo. ¿Qué pasa entonces con
la reactualización de un ideal revolucionario en clave del siglo
XXI? ¿Cómo lo ves vos? O más bien: ¿qué te inspiró
concretamente para revisitar la historia en términos de pensar los
desafíos de cómo entender un proceso de revolución en la
actualidad?
Mirá,
lo primero que uno observa mirando el ciclo anterior y estableciendo
algunas correlaciones con el actual, es la relación intensa entre
democracia y socialismo. El socialismo no es más, y Lenin tenía una
forma encantadora para esto, decía que un demócrata consecuente, no
puede ser otra cosa que un socialdemócrata, y la idea de que es
posible establecer una democracia a escala europea y a escala del
planeta Tierra, que no sea un capítulo en la lucha por el
socialismo, es una ingenuidad. La crisis de la Unión Europea nos
muestra simplemente que ni es unión ni es europea. Por qué digo
esto: fijate vos, en la época de Napoleón, se planteaba el avance
de la Revolución Francesa, se planteaba la Europa de las repúblicas.
Pero: ¿existe la Europa de las repúblicas? No, está llena de
monarquías. Entonces uno pueda decir: “bueno, pero una monarquía
como la holandesa, que es tan progre y tan encantadora, o una
monarquía como la sueca”; cuando un estado organiza su orden
político con alguien que está por encima de ese orden político,
con alguien que no es un par, con alguien que no es tu igual ni
siquiera ante la ley, y que no es tu igual ante la ley queda claro
hoy, la semana pasada, en la España franquista tumefacta que vive
todavía hoy en el año 2019, que no puede desenterrar a Franco, y
cuando digo desenterrarlo me refiero en literalidad, y me refiero a
que a la hermana del Rey que, para poder ser considerado inocente,
tiene que ser tratada como una menor de edad, incapaz de entender la
diferencia entre lo que corresponde y no corresponde, que es la idea
tradicional que tiene la sociedad franquista de lo que es una mujer,
conviene no equivocarse al respecto y entender que esa unión que no
que no es europea, que tiene unidad monetaria pero no tiene unidad
fiscal, que no es un conjunto de repúblicas democráticas, una de
dos: o avanza en dirección hacia las repúblicas democráticas, o
avanza hacia una suerte de, cómo decirlo, de absolutismo de nuevo
cuño. Este absolutismo es una
bancocracia del Fondo Monetario y el
Banco Mundial. Entonces me pregunto: ¿quién elige a las autoridades
del fondo? ¿Quién elige a las autoridades del Banco Mundial? Nadie
que nosotros conozcamos con nombre y apellido, pero fíjensé que
ellos puedan elegir el nombre del primer ministro griego, el nombre
del primer ministro italiano y así sucesivamente. Creer que este
orden es un orden democrático y que avanza hacia la garantía de
derechos democráticos, que excedan el sencillo artefacto de elegir
el nombre del que decide lo que está ya previamente decidido, por lo
tanto el nombre del que decide importa un corno. Entonces, es no
entender que la batalla por la ampliación y la coexistencia de
derechos democráticos genuinos, porque la mayoría genuinamente
decida no simplemente el nombre sino el contenido de lo que está en
juego, y no entender esta relación directa con el socialismo, es
exagerar el punto de vista de Fisher. Es verdad que la ficción en
todo caso no es capaz de pensar, en todo caso cuando piensa, piensa
distópicamente, o piensa futuros horripilantes; está claro que el
futuro de la Matrix es un futuro posible, pero cuidado, ¡no es el
único futuro posible! En segundo lugar: es posible derrotar a la
Matrix, y la apuesta democrática socialista y revolucionaria es esa.
En
tu libro aparece algo de la recuperación de un concepto, que de León
Trotsky a Mario Roberto Santucho marcó una tendencia en los procesos
revolucionarios, que es la idea del doble poder. ¿Podrías decir
algunas palabras, compartir alguna breve reflexión al respecto?
Trotsky,
en su Historia de la Revolución
Rusa, plantea muy acertadamente --a
mí juicio--, que un piolín para pensar la historia de las
transformaciones sociales es el estudio del doble poder. Es una
sugerencia que Trotsky hace y que cayó en saco roto, porque se han
hecho distintas investigaciones de distintos elementos, pero nunca se
ha hecho una investigación de punto a punto con este hilo rojo
conductor. Mi intento ha sido exactamente ese. Y el efecto de esta
hipótesis, el efecto de este sistema categorial, visto después de
ser utilizado, es mucho más interesante aún que cuando se enuncia
abstracta y unilateralmente. ¿Por qué digo esto? Primero porque es
posible descubrir que 1791 se plantean, en el París revolucionario,
la elección de diputados con mandato imperativo revocable. Esta fue
una discusión que se produjo en París, no sucedió más que esto
pero no sucedió menos que eso. Entonces: esto que era un dato
erudito que estaba en un costado, permite entender que la Comuna de
París no nació de un repollo, y que arrastra un conjunto de
contenidos vinculados al ‘48 y a la Revolución Francesa, porque
los hombres del ‘48 se sentían continuadores de la Revolución
Francesa, sin duda (cosa que se ve en el propio texto del Manifiesto
comunista). Y aquí viene la última
cuestión: cuando miramos cómo Marx retoma el concepto del Estado, a
partir de la Comuna, comprende que no se trata simplemente de ganar
el Estado existente, sino que es preciso destruir ese Estado para
construir un Estado popular sobre otras bases, y esta hipótesis de
Marx que en 1871 tiene como único experimento social vivo la Comuna
de 1871 días en un punto de Francia en París, y que no arranca por
ningún motivo socialista sino por la autodefensa revolucionaria de
los sectores populares contra una invasión alemana del ejército de
Bismarck, esta situación se replica, en otras condiciones, primero
en 1905 con el Sóviet de Petrogrado, y después en 1917 con la
construcción de decenas y centenares de soviets a lo ancho y a lo
largo, primero de Rusia y después no sólo de Rusia, porque este
manchón excede Rusia e invade Alemania, incluso llegan a constituir
su soviets en Gran Bretaña. Es decir, estamos viendo un experimento
que tuvo consecuencias a otra escala, y estamos viendo como ya no se
trata simplemente de una tesis respecto a cómo se puede ejercer un
sistema de poda, sino una demostración que tiene un curso
terriblemente accidentado, pues conviene entender que los soviets
surgen en medio de una crisis económica y política, en medio de la
carnicería brutal a la que hice referencia anteriormente y que, esta
carnicería, es en primer lugar una carnicería obrera, esto es, los
primeros que pagan con su propia sangre esta situación, son los
trabajadores de Petrogrado, y no sólo de Petrogrado. Entonces: ¿qué
vemos primero? La muerte en las trincheras. Después el proceso de
descomposición de la economía en medio de esa gigantesca crisis, y
por último, una guerra civil que se termina devorando lo que queda
del andamiaje productivo (que estaba tumefacto pero medianamente en
pie), y una clase obrera que se incorpora al Ejército Rojo y que es
destruida en el enfrentamiento, no sólo destruida físicamente, sino
que en muchos casos, también, es destruida económicamente, porque
un obrero no es una entelequia metafísica sino una relación social
determinada, y la desaparición de las fábricas y su necesidad de
reconstrucción es, ni más ni menos, que la idea de reconstruir de
una clase obrera prácticamente desde cero. En esa enorme dificultad,
se enfrenta a una Revolución que para poder vencer, y cuyos
dirigentes lo sabían perfectamente, debía abandonar los límites
del imperio zarista para transformarse en el punto de partida de los
Estados Unidos socialistas de Europa, como no hubo Estados Unidos
socialistas de Europa, hubo Segunda Guerra Mundial.
Marx
dice respecto de la Comuna: “la forma política por fin descubierta
por la clase obrera”. Y después, en todas las discusiones del
marxismo, la cuestión del Estado, la transición, de algún modo
fueron como dejando un poco de lado esta idea de la “comuna”. ¿Te
parece que hoy está siendo recuperado ese legado, por ejemplo a
partir de la dinámica de ciertos movimientos sociales, de
experiencias que no son específicamente marxistas, pero que pueden
llegar a linkear con esta idea marxista?
Primero
conviene recordar que la comuna no tuvo nada que ver, en su invención
original, con el marxismo. Los dirigentes de la Comuna eran
dirigentes proudhonianos que formaban parte de la primera
internacional, pero de ninguna manera eran marxistas, y esto no lo
digo a modo de acusación de nada, sino simplemente de constatación
fáctica. Marx no aconsejó que los obreros parisinos se levantaran.
Pero cuando se levantaron no levantó su dedito profesoral contra
ellos y les dijo: “yo no dije que hagan esto” ¡No! Él entendió
que el movimiento social en su propia lógica y en su propia
dinámica, más allá de cuáles fueran sus consideraciones sobre las
posibilidades de vencer (que no tenía, o en todo caso, eran
francamente muy, muy, muy difíciles, para decirlo desde el más
absoluto optimismo histórico), básicamente, Marx lo que hizo fue
aceptar las condiciones de este enfrentamiento. La segunda
internacional no se desarrolló en condiciones de enfrentamientos
revolucionario sino, básicamente, como modo de expansión electoral
de partidos obreros importantes, en el caso de Alemania, el Partido
Socialista Alemán, que era el partido más importante de la
política alemana, que juntaba él sólo más del 30 y pico por
ciento del electorado, una cifra descomunal para una fuerza política
en 1890, y en 1900 llegó incluso a ser más alta todavía), pero
cuando llegó la prueba de fuego de la guerra interimperialista, las
declaraciones genéricas de la Segunda Internacional pasaron a ser
declaraciones genéricas y ninguna otra cosa. La construcción
después de los Soviets no se trata de un experimento leninista,
estamos hablando de un instrumento que una sociedad se da. Cada lucha
construye sus propios instrumentos, ni Marx se adelantó a imaginar
la Comuna ni Lenin hizo otra cosa que entender, junto con Trotsky y
la dirección bolchevique, el papel particular del poder soviético,
y qué clase de poder era, más allá de que la naturaleza de las
transformaciones que ese poder debía encabezar fueran o no, directa
e inmediatamente, socialistas. Pero no cabe ninguna duda de que ese
era el sujeto que tenía un orden político capaz de llevar adelante
esa transformación. Yo no estoy en condiciones de augurar cómo van
a ser las transformaciones del siglo XXI, pero sí puedo decir algo
alrededor de los conflictos del siglo XXI y cuál es la escala en que
la lucha política funciona. Cuando el poder de la burguesía es un
poder global del capitalismo, que yo para reducirlo sintéticamente
llamo bancocracia globalizada
(esto es: el conjunto de instrumentos del poder dado tal cual el
poder dado es, y no tal cual los Estados políticos nacionales creen
que debiera ser), porque la burguesía no tiene destino nacional,
nunca tuvo un destino nacional muy cierto más que en muy
determinadas circunstancias (circunstancias que hay que además
considerar, como por ejemplo: la Revolución Francesa), conviene
entender entonces que la burguesía no sólo no tiene intereses
nacionales, sino que además está sometida a la lógica del capital
globalizado. Si a un burgués se le ocurre enarbolar un programa
personal, va a tener un descubrimiento atroz, y es que va a perder el
capital, esto es, va a dejar de ser un burgués, porque los burgueses
no pueden darse el lujo de tener ninguna ideología, ellos se pagan
el único lujo tolerable que es la rentabilidad del capital, mientras
la tasa de rentabilidad es adecuada, ese es todo el programa que
tienen para levantar. Los que esperan de la burguesía otro programa
pueden esperar sentados.
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