jueves, 28 de mayo de 2009

Digresiones sobre la ética o palabras sobre Darío Santillán


Notas en cuaderno (azul) de tapa dura


“En no importa que circunstancias, de no importa que época y de no importa que lugar, el hombre es libre de elegirse traidor o héroe, cobarde o vencedor. Al elegir para sí mismo la esclavitud o la libertad, elegirá al mismo tiempo un mundo donde el hombre es libre o es esclavo. Y el drama nacerá de sus esfuerzos para justificar la opción. Ante el rostro de los dioses, ante la muerte o ante los tiranos nos queda una misma certeza, triunfante o angustiada: la de nuestra libertad”.

Jean Paul Sartre, en Un teatro de situaciones


Introito:

El miércoles 26 de junio de 2002 fue un día en que esos hombres y mujeres a quienes llamaban “piqueteros” se dispusieron a resistir: a la política económica que pulverizaba los ingresos producto de la devaluación; a la oleada creciente de autoritarismo estatal y represión para-policial. Estaban dispuestos a no aflojar ante las amenazas lanzadas desde el gobierno del entonces presidente Eduardo Duhalde: “prohibir los cortes de ruta”.
Por aumento general del salario (y una duplicación de 150 a 300 pesos en el monto de los subsidios para los desocupados); alimentos para los comedores populares; mejoras en salud y educación; desprocesamiento de los luchadores populares y en solidaridad con la fábrica ceramista Zanón, de Neuquén -quien corría el peligro de ser desalojada luego de haber sido recuperada por sus trabajadores-, los movimientos de desocupados –por entonces denominado “duros”- se proponían levantar barricadas en los puentes de acceso a la Capital Federal.
“Los Movimientos de Trabajadores Desocupados enrolados en la Coordinadora Aníbal Verón resolvimos coordinar el corte de los accesos a la Capital Federal junto con el Movimiento Independiente de Jubilados y Desocupados (MIJD), el BPN y Barrios de Pie. Los cortes están comenzando y se ubican en los Puentes Uriburu, Vélez Sarfielf, La Noria, Saavedra, Nicolás Avellaneda y Pueyrredón”, manifestaron aquel día a través de un comunicado de prensa.
La jornada culminó con un saldo de 34 heridos y los asesinatos de Maximiliano Kosteki y Darío Santillán.
Darío, Maxi, se han tornado un ejemplo generacional. No individual, sino más bien colectivo. Un ejemplo que con los años ha proliferado. Porque en cada uno de quienes asumen una militancia cotidiana, hoy en día, de una manera o de otra, están presentes Kosteki y Santillán. Porque como dicen los murales pintados con el rostro de Darío en las paredes de los Centros Comunitarios del MTD de Lanús: “Tu ejemplo de trabajo y de lucha se multiplica”. O como dice la consigna pintada con esténcil en paredes y murales, o estampadas por el Proyecto autogestivo Serigrafía 26/6 en pines, remeras, buzos, camperas y banderas: “Multiplicar su ejemplo, continuar su lucha”.

POSDATA: “Apostillas sobre la Libertad”.

“En el obrar generacional decidimos el espacio de nuestra libertad. No La Libertad, una simple quimera filosófica, absoluta, promotora de los mayores despotismos, sino la vindicación de nuestra voluntad compartida de rebelarnos contra los automatismos de las relaciones sociales de hoy. La libertad de desplegar las potencias de la imaginación en un envase de plebe levantística… En el corazón mismo de la eficacia del poder un pliegue inesperado puede inaugurar un espacio de resistencia. Sobre eso tiene razón Sartre, porque justamente es esa libertad la que es posible conquistar…” (Omar Acha, La Nueva generación de intelectuales, p.122-123)


Primer movimiento. “Un ethos generacional

“Por tu vida entera serán juzgados cada uno de tus actos”.

Jean Paul Sartre, en Muertos sin sepultura.


Hacer referencia a la muerte de Darío como un acto ejemplar –Darío tomando la mano agonizante de Maxi, a quien no conocía; quedándose en la Estación a pesar de los riesgos de la represión- hacer esa referencia, decía, implica hablar de una cierta eticidad. Porque la muerte, muchas veces, puede ser el punto final de una frase, como supo decir el escritor japonés Yukio Mishima. Es decir, la muerte puede no significar nada o significar mucho. Puede ser ese punto que cierra todo un sentido, sea de una oración, sea el de la existencia de una vida. Pienso que no podemos juzgar a las personas sólo por alguno de los grandes gestos heroicos que puedan llegar a realizar en su vida, sino que debemos hacerlo por el conjunto de sus acciones. Y en ese sentido nos planteamos poder ver la vida de Darío no sólo desde la forma heroica en que enfrentó el miedo ese 26 de junio de 2002, sino desde el conjunto de sus actos, de sus tareas cotidianas.
Cabe aclarar que no se trata aquí de revalorizar la muerte, de hacer un culto al martirologio ni nada por el estilo. Por el contrario: se trata de rescatar esa decisión –que Darío llevó hasta sus últimas consecuencias- de compromiso con determinados valores. “Estamos hablando de priorizar una experiencia ética, no de afanes sacrificiales de inmolación. Nos referimos al hecho de estar siempre en la necesidad del otro y a una integridad que desafía la apatía, la mezquindad, la idiotez moral y la mediocridad reinante. Aludimos al acto eminente de liberar la libertad ejerciéndola en el riesgo y la pasión” .
Hablar de eticidad –al menos en este caso- implica referirnos, no a conceptos abstractos, sino a la vida cotidiana. Porque Kosteki y Santillán –como otros tantos anónimos- pertenecieron a esa clase de personas que en lo cotidiano trabajan, piensan, estudian, sienten, pelean… tienen aciertos y errores. Darío y Maxi pertenecieron a esa clase de hombres y mujeres que cotidianamente sufren, se divierten, lloran, ríen, se enamoran… por eso fueron sencillos y extraordinarios. Porque fueron capaces de indignarse ante las injusticias y rebelarse; porque tuvieron voluntad de luchar.
Por todas esas cosas –y seguramente muchas otras más- es que Kosteki y Santillán son expresión de esa ética que las nuevas generaciones de militantes fuimos construyendo al calor de las luchas de la última década. Generación que tiene “como imperativo insoslayable la des-burocratización y democratización de las instancias de participación”. Jóvenes que nos nutrimos de una “narrativa autonomista”, basada en un “ethos militante” que subraya esas características.
Ahora bien: ¿qué es esto del ethos? ¿No quedamos en situarnos en medio de la vida cotidiana y no en conceptos abstractos? Por supuesto. Aunque ciertos conceptos, tal vez, puedan ayudarnos a explicitar mejor una serie de ideas, de opiniones. Entonces, basta de rodeos.
Ética -palabra que deriva del griego ethos- significa, según señaló Martín Heidegger, “estancia, lugar donde se mora”. La palabra, insiste el filósofo alemán, “nombra el ámbito abierto donde mora el hombre”. Cita, intentando ejemplificar esta idea, una frase de Heráclito: “Su carácter es para el hombre su demonio”. Aunque Heidegger sugiere una traducción alternativa: “El hombre, en la medida en que es hombre, mora en la proximidad de dios”. Finalmente, hace referencia a un relato de Aristóteles, que es el siguiente:

“Se cuenta un dicho que supuestamente Heráclito dijo a unos forasteros que querían ir a verlo. Cuando ya estaban llegando a su casa, lo vieron calentándose junto a un horno. Se detuvieron sorprendidos, sobre todo porque él, al verles dudar, les animó a entrar invitándoles con las siguientes palabras: ´También aquí están presentes los dioses´” .

Sin embargo, la definición típica de ética –tal como podemos encontrarla, por ejemplo, en un diccionario de filosofía- no es esta, sino la de costumbre . Y al historizar el término nos llevará hasta Aristóteles, quien planteaba que el ethos aparece ligado a una acción, una virtud, un modo de ser. Un adjetivo que indica si nuestros comportamientos prácticos, encaminados a la consecución de ciertos fines, son éticos, virtuosos. Es decir: amistosos, justos.
Bien: hagamos una interpretación libre, como gustan decir a los brasileros del Movimiento Sin Tierra. Adoptemos la actitud sugerida por Horacio González: rescatar, como originalidad del pensamiento argentino, su capacidad de mezclar tradiciones, elaborando “el derecho a tener una tesis” .
Subrayemos, entonces, esta idea: es en lo ordinario donde hay lugar para que acontezca lo extraordinario. Como bien lo señaló Heidegger, citando al propio Heráclito: “La estancia (ordinaria) es para el hombre el espacio abierto para la presentación del dios (de lo extra-ordinario)” . Mezclemos tradiciones, saberes, procedencias; mixturemos conceptos (¿abstractos?) con cotidianeidad (¿concreta?). Porque tal como señaló Agnes Heller, “todo movimiento social importante se enfrenta más pronto o más tarde con las cuestiones centrales de una ética” . Son muy interesantes, en este sentido, las hipótesis de esta socióloga marxista. Veamos una de ellas. “Marx ha dicho que los hombres se transforman a sí mismos al transformar el mundo; no falseamos nada si invertimos del modo siguiente ese pensamiento: sólo podemos transformar el mundo si al hacerlo nos transformamos también a nosotros mismos” .
Si rescato estas líneas de la discípula de Geoges Lukács, es porque sospecho que nos incitan a entablar una articulación entre lo individual y lo colectivo. Nos permiten subrayar –nuevamente- que en lo cotidiano es posible gestar otra idea y otra práctica de nosotros mismos, de nuestras relaciones con los otros (“la vida cotidiana puede pensarse como un espacio clandestino en el que las prácticas y los usos subvierten las reglas de los poderes” ). Es posible, entonces, que los valores dominantes no sean los únicos y presentar, aquí y ahora, otra forma de entender el mundo y habitarlo.
Si así es, tal vez podemos permitirnos entender lo extra-ordinario de otra manera. No como a un dios (sea al estilo cristiano o como en Heidegger… ¡vaya a saber uno cómo lo entendía ese hombre!), sino más bien como a la utopía , ese sitio actual que instituye un horizonte. Que permite que el horno no sea sólo para calentarnos y fabricar el pan de cada día. Que los bloques de cemento no sean sólo para abrigar el hogar y los lugares de reunión. Sino que nos ayuden a que la solidaridad, el compañerismo, sean los valores con que habitamos el mundo. Nuestra práctica política cotidiana. Una costumbre. Con la que transitemos, como Maxi, como Darío, los caminos de la libertad.

Apostillas sobre Darío y Maxi:

“…Darío nos ayudará a sostener la ira para que las lágrimas se nos hagan escorpión o látigo, para pegar justo en el centro de la magia a la hora de la rebelión, para que la piedra se haga palabra y las canciones se hagan suburbio, para que la conciencia se encuentre con la dicha y viceversa”. Miguel Mazzeo, en Los oficios de Darío.
“… Toda la mugre del a humanidad se concentra en esas muerte temprana… Sin personas como Darío la mierda se hace más soportable, la paranoia puede disfrazarse de prudencia, la tilinguería de buen gusto, la vaciedad del alma simular templanza, los policías pueden no parecer policías y el certificado de defunción del os seños permite sacar el carnet de la normalidad”. Guillermo Cieza, en Estado de Gracia.
“La noche avanza sobre el día, pálida y agónica/La única eternidad que se escucha es el silencio/De los muertos es la quietud de la muerte/De los vivos la desesperación de la vida”. Vicente Zito Lema en: Agonías in memoriam de Darío y Maxi.



Segundo movimiento.Literatura, ética y política

“La literatura permite pensar lo que existe, pero también lo que se anuncia y todavía no es”

Ricardo Piglia, en Formas breves

“Lo que la literatura percibe no es tanto un estado de cosas (hipótesis realista) sino un estado de la imaginación”

Daniel Link, en Prólogo a El juego de los cautos.

Existe, entre ética y política, una tensión, digamos, permanente. –“La política es la mierda”- me dice Roberto. Cuenta que Perón –que convengamos, algo sabía de política- solía plantear con frecuencia que “hasta con mierda se construye”. Prefiero rescatar unas líneas de Ricardo Piglia, quien, en su célebre novela Respiración Artificial, pone en boca de uno de sus personajes la siguiente frase: “El profesor, por ejemplo, era un hombre que reflexionaba sobre los principios. Mejor dicho, le digo, era un hombre de principios. Especie también rara en estos tiempos. ¿Qué tenemos sino los principios para sostenernos en medio de toda esta mierda? ”
Política de principios: la mejor política. La frase fue arrojada por otro argentino, ya no desde el campo de la literatura, sino desde el específicamente político. Palabras del Comandante Ernesto Che Guevara repetidas a gusto por Darío Santillán.
Hay otra idea de Ricardo Piglia que me interesa destacar. La que sostiene que “el lector de ficciones es alguien que encuentra en una escena leída un modelo ético” . En ese sentido, podríamos pensar al revolucionario, también, como aquél que ve en la política, en un proyecto de transformación radical de la sociedad, un modelo ético. El militante como lector que descifra en la realidad las huellas de una ética a potenciar.
-“Muchas veces –insiste Roberto- la política se contrapone a los principios. Y un riesgo es aferrarse tanto a los principios, que después te vuelvas incapaz de intervenir cuando la coyuntura se corre un centímetro de los planes trazados”. Creo entender a que se refiere: como si no se pudiera tolerar que el contexto político fuera para un sitio diferente al esperado. Insiste, también, en que la política “es la mierda”. Y que la nueva izquierda, muchas veces ensimismada, “no ha querido ensuciarse…”.
- “Para los que entendemos a la política como una invención”, contesto…
El silencio se debe al término que utilizo. Lo tomo de Cerdéiras. Espero que diga algo, que saque a relucir su biblioteca para retrucar al viejo Raúl desde un marxismo sólido, pero no. Él no dice nada, así que continúo. – “Para los que entendemos a la política como una invención, no podemos desligar, escindir a la política de la ética que se va gestando en las luchas por construir otro tipo de sociedad. De allí que “intervenir” implique “convivir”, estar “en medio” de la mierda, es cierto –digo- pero preservando otro tipo de valores. Combatiendo a los hegemónicos”.
El silencio de ahora se debe a la interrupción de la charla.
-“Parece la laguna de Chascomús. Arreglá ese mate, querés”. Luego, con uno bizcochos agridulces sobre la mesa, retomamos la conversa. –“Claro que si nos autoaislamos–digo-, si nos repetimos hasta el cansancio lo bellos y lindos que somos, como te gusta decir a vos…”. –“Si, pará, todo muy lindo: pero no me vas a negar que muchas veces la tendencia en la izquierda autónoma es al aislamiento, en un país con la historia que tiene, con el peronismo pisándonos los talones todo el tiempo. No jodamos: aislarse es perder la batalla…”.
Tras unos segundos de silencio contesto: -“Está bien, pero no se puede pretender masividad a cualquier costo. Porque: ¿qué pasa cuando el contexto histórico es adverso a las apuestas de transformación radical? No nos integramos; no nos rendimos, viejo”. La discusión sube de tono. –“De ahí la importancia que le asignamos a la frase del Che: Política de principios, la mejor política. No contraponiéndolas, sino tratándolas de integrar. Sino pensá en lo que señaló Susan Sontag: actuar por principios… sigue siendo una acción política. ¿Te acordás?: Resistes por una acción solidaria. Con las comunidades que sostienen principios y con los desobedientes: aquí y por doquier. Del presente. Del futuro ”. –“No me jodas –retruca- que a la Sontag te la hice leer yo…”.

Bien, demos una vuelta de tuerca a esta cuestión de la importancia de la literatura en todo esto. Retomemos las palabras de esta norteamericana tan atípica. “Una de las tareas de la literatura –dice- es formular preguntas y elaborar afirmaciones contrarias a las beaterías reinantes”. Y convengamos que, en nuestra realidad –tal vez más que nunca- los lugares comunes abundan por doquier. Todo parece venir servido en bandeja. De esas de comida rápida. Y ahí, la literatura tiene, o más bien puede, jugar un papel importante. Ofreciendo mitos que se contrapongan a los fetiches; construyendo contra-experiencias insurgentes; intentando comprender algo del mundo, para contarlo. Aprendiendo a relacionarnos -como remarcó Sontag- “con la maldad de la cual son capaces los seres humanos, sin corrompernos –convirtiéndonos en cínicos o superficiales- al comprenderlo” .
Si, como decíamos, una de las funciones de la literatura es “profetizar”, el vínculo con el accionar de la militancia es estrecho, muy estrecho. Porque tanto el escritor, como el lector y el militante, son personas que están atentas, que buscan descubrir y mostrar aquello que a simple vista no está. El género policial podría ser un buen ejemplo. Rodolfo Walsh, su figura más acabada.
En este sentido, una de las tareas de la militancia es anunciar (no en el sentido de quien describe “las leyes de la historia”, sino más bien como quien persiste en la posición de que las situaciones no son inmutables. Tal vez la imagen de un brujo sea más eficaz que la de un científico). Anunciar a la vez que construir, aquí y ahora, la idea de que “otro mundo es posible” (y los ejemplos que en la práctica lo adelanten, al menos en pequeña escala). Donde se pueda y como se pueda (es decir, en medio de la mierda). De esta forma, el vínculo entre literatura y política no parece ser tan lejano. De allí la importancia del concepto de “prácticas pre-figurativas”. Es decir, que el socialismo del siglo XXI será desde ahora o no será. Será en la medida en que podamos alejarnos de lo que quieren imponernos como política (la política como gestión). Y una buena política: aquella que evita la corrupción. En la medida en que podamos hacer de la política una práctica de invención, que construya otras formas de habitar este mundo.


Tercer movimiento.La ética de las pasiones alegres”.

“Y así uno puede reírse, y cree que no está hablando en serio, pero sí se está hablando en serio, la risa ella sola ha cavado más túneles útiles que todas las lágrimas de la tierra…”.

Julio Cortázar, en Rayuela.

Hay, en la tradición de la militancia de izquierda, un componente sacrificial difícil de sortear. El militante, suele decirse, es aquel que deja todo, que hace todo por los otros (por el pueblo, por los proletarios). Es aquel que está dispuesto a entregar su vida. Su vida en un combate, pero también aquél que la deja porque disuelve su individualidad en la apuesta colectiva de hacer la revolución. Cabe resaltar aquí una coincidencia con el más rayado de los hermanos Lamborghini, quien alguna vez remarcó que había que terminar de una buena vez con toda esa sanata de “la cultura sacrificial de la izquierda liberal”. Con toda esa “cosa llorona, bolche, quejosa, de lamentarse ”, dijo, en relación al hastío que todo eso le provocaba.
Que no se malentiendan estas palabras, no planteamos aquí la “liviandad” pos-moderna del no-compromiso, del todo es igual, total, si son interpretaciones entre interpretaciones. Total, si los que vienen luego de un cambio serán iguales o peores a los que están…
Sin embargo –y reconociendo la necesidad del compromiso, cierta disciplina basada en el respeto por los acuerdos alcanzados colectivamente, etc- hay algo de toda esa tradición que incomoda. Ya la palabra misma nos remite a un pasado que se nos impone como autoridad. El respeto por los muertos, por los que dejaron la vida y fueron derrotados, más que animarnos a continuar la lucha, a veces, pareciera que nos obligaran a tener que hacerlo. Hay una “pesadez pesadillesca” en esa carga moral del deber-ser-revolucionario. La indignación trasformada en enojo, el enojo que deviene mal-humor, cierta militancia que pierde la capacidad crítica y hasta el sentido del humor…
Por eso, estas breves líneas pretenden indagar algunas hipótesis, algunos comentarios acerca un anti-modelo militante que sustente la alegría de saberse formando parte de una experiencia que trasciende la individualidad, que hace del compartir, del luchar, del rebelarse un motivo para reír, para convidar con entusiasmo. Entonces, que la ética de las pasiones alegres se instale como único mandato de nuestras conductas sociales .
Toda esta tradición sacrificial de cierta militancia, se enlaza, además, con una tradición del pensamiento. En los marxistas, claro está. Aunque no tanto en Marx, quien supo apelar a la ironía cada vez que lo estipuló necesario. Lo mismo con los guevaristas y la idea del hombre nuevo. Esto nos llevaría de lleno a otro tema . De todas formas quisiera destacar, en relación a esto, dos imágenes que hace rato me vienen llamando la atención: una de Guevara; otra de Darío Santillán. Son dos fotografías en donde ambos aparecen riendo. Si las rescato es porque sospecho que nos devuelven de ellos una imagen más vital, más entusiasta que otras tantas imágenes que andan dando vueltas por ahí.
Guevara ríe. Luce su uniforme y su boina. Sabemos que descansaba poco y trabajaba mucho. Que asumía múltiples tareas: de trabajo intelectual y manual; de combate y diplomacia; que promovía el trabajo voluntario, que hacía del predicar con el ejemplo un lema inclaudicable. Y sin embargo, a pesar de todo eso (y de su asma), lleva una sonrisa sobre su rostro. Darío, con los brazos abiertos y luciendo una remera de Hermética, camina junto a sus compañeros. Todos tienen entre 15 y 18 años. Es del año 1998. Sobre la Calle 844, en Solano, a media cuadra del colegio donde estudiaba (El Piedra Buena), puede verse el humo de unos neumáticos encendidos sobre el asfalto. La Coordinadora de Estudiantes Secundarios protagonizó por esos días una serie de medidas de lucha en la zona. Entre ellas, la toma del Colegio de la cuadra siguiente al Piedra Buena (la Técnica n° 3). Hacia allí va Darío, marchando junto a otros estudiantes, con una amplia sonrisa sobre su rostro.

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Desde esta perspectiva generacional, entonces, podríamos afirmar que, si bien continuamos rescatando la idea de ir creando mujeres y hombres nuevos, la pensamos desde un sitio radicalmente diferente a como fue pensada hace unas décadas.
Tal vez la relectura que Guilles Deleuze realiza de Federico Nietzsche en los 60 pueda servirnos como ejemplo. La misma figura del “loco de Turín”; su figura o, más bien, sus escritos . Nietzsche ha sido un tipo muy consecuente con sus afirmaciones. Un extremista de la narrativa, un provocador. Tal vez por eso su Zaratustra sea la muestra crítico-creadora por excelencia: porque su apuesta es simultáneamente por crear una nueva forma de filosofar, a la vez que una propuesta de aniquilamiento de la tradición. De un solo y mismo golpe de martillo.
Veamos, sólo a modo de ejemplo, algunas “figuras nietzscheanas”:
Figura del escultor, que destruye la piedra y crea su obra, en el mismo movimiento. “La crítica es al mismo tiempo lo más positivo”, dirá Deleuze. “La crítica no ha sido jamás concebida por Nietzsche como una reacción… La crítica no es una reacción del re-sentimiento, sino una Expresión activa de un modo de existencia activo: el ataque y no la venganza… ”. Deleuze encuentra en Dionisos –el dios que nació riendo- la posibilidad de entablar una polémica con la tradición dialéctica; de contraponer la idea de la diferencia a la de la contradicción. Al elemento especulativo de la negación, dice, Nietzsche opone el elemento práctico de la diferencia: objeto de la afirmación o del placer, el placer de saberse diferente. Al NO de la dialéctica, el SÍ, el eterno y santo decir sí de la afirmación.
Figura del niño, que juega a los dados, afirmando el devenir. El lanzamiento de los dados como afirmación del azar; y la afirmación de la necesidad en su combinatoria. El alegre mensaje del pensamiento trágico, que afirma su querer por lo que acontece. Es tarea de Dionisos, insiste Deleuze, hacernos ligeros, enseñarnos a danzar, concedernos el instinto del juego… Él es quien danza y se metamorfosea, quien se llama Polygethes, el dios de las mil alegrías…. El jugador-artista. Zeus-niño: Dionisos, al que el mito nos presenta rodeado de juguetes divinos.
Claro que podríamos pensar que este juego de palabras no difiere en nada con las divinidades cristianas. Sin embargo no es así. Aun con los dioses de su lado, Nietzsche ríe de la divinidad. Ríe porque lo encuentra justamente como una invención humana, demasiado humana. Como la creación de quien juega como un niño. Los dioses murieron… pero de risa, cuando el cristianismo pretendió reducir la divinidad a un solo dios. Un dios, para colmo, que se hace carne en un humano como nosotros. Y no sólo eso, sino de un dios que hace torturar y matar a su hijo… (“terrorífico”, dirá Deleuze)
El sí al no, decíamos, y no a la inversa. Entonces, al papel del trabajo, de la contradicción, de la reacción (de lo negativo en primer plano), a la pesadez, al resentimiento de la venganza, a la abstracción especulativa (la pretensión de síntesis), al aspecto teleológico (la permanente búsqueda de justificación, redención del presente en un futuro); a todos estos aspectos, Nietzsche opone -en sentido crítico-, la alegría del placer, la afirmación de la diferencia, la ligereza de la danza, el sentimiento concreto de la acción, la agresividad de la indignación y la creación.

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Para terminar, unas palabras de Deleuze , rescatando el pensamiento de Spinoza.
“La alegría consiste en colmar una potencia”. Aquí podemos relacionar el concepto nietzscheano de conquista. No como sojuzgamiento del otro, sino como posibilidad de alcanzar un objetivo. Concepto afirmativo, creador –marcador de formas, de sellos-, “todo él impregnado de vida y de pasión” .
“La tristeza, por el contrario, es cuando me alejo de una potencia que tengo. Es todo poder sobre mí. Podría haber hecho tal cosa, o tal otra, pero no pude”. Las circunstancias me lo impidieron. Otra vez aquí podemos meter por la ventana al loco de Turín. Las grandes cosas se hacen siempre más allá de las dificultades. Dice: “todo lo decisivo surge a pesar de ”.
Efectuar, entonces, algo de la propia potencia, eso sería algo bueno. El pensador francés, sin embargo, va más allá. Dice que toda potencia es buena. Lo malo sería lo más bajo de una potencia. Muy en la línea de la voluntad de poder nietzscheana. Las fuerzas podrán ser afirmativas o negativas. Las acciones activas o reactivas. El telón de fondo será siempre el devenir.
La maldad sería impedir a alguien que haga lo que puede hacer, que efectúe su potencia. Sea obstaculizándoselo materialmente o instigando con el discurso. Porque a decir de Spinoza, ni siquiera sabemos lo que puede un cuerpo.
En este sentido, y aunque suene ilógico, puede haber –dice Deleuze- alegrías tristes. Son aquellos que se regocijan porque sacan su poder de la tristeza. Podríamos pensar –tal vez de una manera un tanto disparatada, “tirada de los pelos”, como se dice- en los punteros pegotistas de las barriadas. Esos tipos, por ejemplo, que en algún punto gozan con su situación de privilegio; con esa diferencia que tienen con respecto al resto de sus vecinos. Aunque formen parte de la base de una pirámide que también a ellos los oprime. Y al militante de organizaciones populares, por el contrario, como aquellos que hacen de su situación, no una excusa para la resignación, sino, por el contrario, la punta de lanza de una experimentación.

POSDATA II:Apostillas sobre la risa”.

“Mi anhelo de risa me devora… ¡Un transfigurado, iluminado, que reía! ¡Nunca antes en la tierra había reído hombre alguno como él rio!...” F.Nietzsche, en Así habló Zaratustra (Ensayo)/ “El colonizado sabe todo eso [lo que el colono, empleando un lenguaje zoológico, dice de él] y ríe cada vez que se descubre como animal en las palabras del otro. Porque sabe que no es un animal”. Franz Fánon, en Los condenados de la tierra (Ensayo)/ “Si nosotros no nos divertimos nos van a ganar siempre”. Leandro Albani, en En el barro (Cuentos). “Anduve bebiendo el buen vino rojo y alegre como una canción, rojo y alegre como una revolución”. Raúl González Tuñón, en Escrito sobre una mesa de Montparnasse (poema). “Disfrute y luche” consigna del Colectivo de cultura y acción popular Libres del Sur de Avellaneda. “Lucha sí, risa también”. Consigna postulada en varios bares de Euskal Herria (País Vasco). “Sin risa no hay revolución”. Julio Cortázar.

POSDATA III:Sobre las apostillas”.

“Anotación que completa, aclara, interpreta un texto”. Tal la definición que el diccionario nos da sobre el término. Hubo momentos en que tanto literatos, como ensayistas y poetas, se vieron deslumbrados por los procedimientos cinematográficos. El montaje, por ejemplo, es algo que despertó en tipos como Walter Benjamin la fascinación por la idea de que, juntando distintos fragmentos, el lector podría armarse una interpretación propia, distinta a la de otro que leyera el mismo collage de frases.
Tal vez podríamos agregar, en el mismo sentido, que juntar citas, hacer ese recorte de un fragmento para juntarlo con otros fragmentos, produce un “desarreglo” de los textos originales. Someter los modelos a una especie de desajuste, de forma tal que desquiciemos al original, adosándole nuestra experiencia, nuestras inquietudes, preguntas, problemáticas , es parte, también, de nuestra apuesta.

FOTOGRAFÍA: "I feel like going home", Nan Goldin