lunes, 19 de septiembre de 2011

Ideando la fuga: acerca de Kanones y Recontracanones

Publicado en Revista La Grieta, versión digital. Número o en: http://lagrietadigital.blogspot.com/




“Esta es mi idea de la política literaria: allí donde hay un canon, hay que cargar contra él, cualquiera sea el canon. No se trata de cambiar un paradigma por otro, sino de derribar la idea misma de paradigma. Si para mí tiene algo de interesante la literatura, es que permite derribar las jerarquías”.
Damián Taborovsky, Literatura de izquierda

Si por canon entendemos las formas de catalogar (de reglamentar, de regimentar) las prácticas y discursos de un modo tal que la normativa sea la línea divisoria entre lo puro e impuro, entre lo incorrecto y lo correcto, en fin, la que determina qué o quienes poseen las cualidades para ser-pertenecer a un mundo que es el verdadero, diría que la tarea de todas aquellas, de todos aquellos que intentamos insubordinarnos ante el mundo tal cual está, es precisamente la de derribar esos sitios. Sean los de los antiguos rituales de la izquierda vieja o los viejos o nuevos lugares comunes del neopopulismo dietético. Por supuesto, la Nueva Nueva Izquierda no está exenta de repetir las taras de unos y de otros, sumadas a las taras que pueda ir creando, pensando que lo nuevo, por sí mismo, puede ser un antídoto contra la estupidez.
En fin, de lo que se trata, seguramente, es de tener la capacidad de crear una dinámica tal que no necesite de ese tipo de tablas de valores. Construir un martillo tan grande que hasta el propio Nietzsche pueda reírse desde el más allá, es decir, desde el más acá en el que ya no se encuentra. Un martillo capaz de derribar esos viejos y nuevos lugares comunes que pretenden establecer, a partir de esa ingeniosa vara de medir comportamientos, si estamos o no haciendo, diciendo, pensando, sintiendo, imaginando, deseando lo correcto.
Por supuesto, las críticas gorilas (de derecha, de izquierda o “peronista”) al actual modo de manifestarse del progresismo nacional-popular-democrático, me generan urticarias. Me alegro, aunque no comparta el proyecto, es decir, sus estrategias de intervención (defender el modelo, como se dice ahora), cuando se esgrimen momentos de creatividad que uno puede rastrear en frases como “Avanti morocha”, junto a un esténcil con la cara de Cristina. O uno similar pero con la frase Kris/Pasión. Del mismo modo que escuchar cantar con sentimiento “somos la mierda oficialista” hace rememorar, al menos por un instante, el clásico de clásicos Cabecita negra o Descamisados. El problema es cuando los momentos de imaginación devienen deber ser oficial, y tras las repeticiones hartantes pueden verse las mismas operaciones que uno desprecia desde siempre, pero ahora pintarrajeadas con coloridos y adornados ornamentos.  
A la mierda entonces con el canon: sea el que pretende encuadra todo dentro de la tradición Marx/Engels/Lenin y (puede ser Trosky, Guevara o Mao… o tantos otros más) como la que ahora, creyéndose recuperar sin repetir la historia (sea Evita, Cámpora, Perón o Cooke… o los que quieran), intenta encuadrar lo políticamente correcto en la lista que implica ver 678, leer página/12, festejar los dichos de Florencia Peña y seguir alguno que otro blog K, mientras se escucha un trillado tema de León Gieco o –porque sino, en el fondo, no se respeta el Kanon- por supuesto, uno de Los Redondos, o de Andrés Calamaro, ahora que por twiter podemos saber que son músicos admirados por el cibergladiador, un progre por excelencia.




miércoles, 14 de septiembre de 2011

Kamchatka, o la memoria como resistencia

POR: Mariano Pacheco para Prensa De Frente



En el juego Táctica y Estrategia de Guerra (más conocido por su sigla: TEG), Kamchatka es un pequeño país, ubicado al norte de Asia. País imaginario, parece ser, como una de esas ciudades narradas por ítalo Calvino en su novela Las Ciudades invisibles. Pero no… si uno realiza el ya clásico movimiento de navegar por la web, y se mete, por ejemplo, en la enciclopedia libre de internet Wikipedia, se encuentra con la siguiente definición de Kamchatka: “Península volcánica de 1.250 km de longitud situada en Siberia, al este de Rusia y que se interna en el océano Pacífico”. Por supuesto, ningún dato geográfico nos interesa aquí. Kamchatka, para todos los que hemos jugado al TEG, es ese pequeño pero estratégico país, que nos permite, si nos hacemos fuertes allí, conquistar el continente, estar cerca de Europa y fundamentalmente, tener un paso hacia América del Norte.
Para muchos otros, también, Kamchatka es el título de un libro: la novela de Marcelo Figueras, editada por Alfaguara en 2003. Pero fundamentalmente, para casi todos, Kamchatka es el nombre de la película argentino-española dirigida por Marcelo Piñeyro, estrenada en los cines argentinos en octubre de 2002. Situada en 1976, el drama está centrado en los días en que una pareja (Ricardo Darín, “papá”, un abogado que defiende presos políticos y “mamá”, Cecilia Roth, física de profesión), huyen de los Grupos de Tareas que los persiguen, y se refugian en una quinta alejada de la ciudad, junto a Lucas (un compañero de militancia interpretado por Tomás Fonzi) y sus hijos: El enano (Milton de la Canal) y Harry (Matías del Pozo), el hijo mayor de 10 años, a través de quien se cuenta la historia.
Recordé Kamchatka hace muy poco –unas semanas nomás– cuando vi que Ricardo Piglia, Gonzalo Aguilar y Lita Stantic, presentaban en el MALBA un proyecto que se llama La dictadura en el cine, que consta de la elaboración de un catálogo sobre las 444 películas que hacen referencia al terrorismo de Estado en la Argentina. El catálogo está ordenado con un triple criterio (alfabética y cronológicamente, y también por temas), y puede consultarse en el sitio http://www.memoriaabierta.org.ar/ladictaduraenelcine. Conformada por la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos (APDH), el Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS), la Fundación Memoria Histórica y Social Argentina, Madres de Plaza de Mayo-Línea Fundadora y el Servicio Paz y Justicia (Serpaj), Memoria Abierta ya lleva más de una década trabajando en la preservación, recuperación y catalogación de materiales documentales sobre derechos humanos, con el fin de abrirlos a la consulta pública.
Kamchatka –que por supuesto, se encuentra entre esos 44 films– fue elegida en su momento representante argentina a la preselección con vistas al Oscar 2003, como mejor película extranjera. Cuando se estrenó, director y guionista realizaron algunas declaraciones ante la prensa, donde aclaraban que este no era tanto un film sobre la dictadura, sino más bien que el período funcionaba como marco para hablar de temas que continuaban operando en el escenario posdictatorial. “Lo que sí charlamos mucho con Marcelo –dice Figueras– antes de arrancar con Kamchatka, y que es algo que a los dos nos vuelve locos, es que cada vez que alguien dice que va a hacer algo sobre la dictadura –una película, una obra de teatro, una novela– empiezan las voces ‘Ah, de nuevo, seguimos con la dictadura’. Son voces interesadas que realmente me asquean”.
Debate, este, que cada tanto vuelve a reactualizarse. Sin ir más lejos, nuevamente volvió a estar presente en el último año, luego de que algunas figuras del mundo televisivo se refirieran frívolamente al respecto.
Otra película (posterior), cuya trama se construye de un modo similar, recuerdo ahora, es la brasileña El año que mis padres se fueron de vacaciones, guionada por Claudio Galperín y Cao Hamburguer, y dirigida por este último. Estrenado en 2006, el film está ambientado en el Brasil de los 70, es decir, bajo la dictadura militar del general Emilio Garrastazu Medici. Mauro –el protagonista– es un niño a quien sus padres militantes dejan bajo el cuidado de su abuelo, quien muere en el mismo momento en que el niño llega. Toda la historia se construye a partir de esas ausencias, de las ansias por las espera del momento del reencuentro, por las apariciones –de vecinos de su abuelo, de nuevos amigos– y, por sobre todo, de las desapariciones de mujeres y hombres que, como sus propios padres, son perseguidos y arrancados de su cotidianeidad por las fuerzas de la represión.
Pero Kamchatka, estoy convencido, tiene un plus. Algo que hace que muchos no nos olvidemos tan fácilmente de algunas escenas y diálogos. Seguramente sea por su nombre, o por sus resonancias con el juego de mesa o sus vínculos con la política, siempre ligada a categorías de análisis que provienen de las teorías de la guerra, no sé. En mi caso, la escena final ha permanecido en mi cabeza durante años. El padre le dice al hijo más grande: “Te quiero mucho y nunca te olvides” (no sabemos, en ese momento, que es lo que le susurra al oído). Y al instante, con la caja de TEG en sus manos, vemos a Harry correr hacia el Citroen amarillo, donde su madre y su hermanito lo esperan para dirigirse hacia la casa de sus abuelos. Y es allí, mientras vemos al auto irse por un camino rodeado de una inmensa nada, donde escuchamos la voz en off del niño decir: “La última que lo vi mi papá me habló de Kamchatka. Y esa vez entendí. Y cada vez que jugué papá estaba conmigo. Y cuando el partido vino malo me quedé con él y sobreviví. Porque Kamchatka es el lugar donde resistir”.
Lejos, muy lejos de esas posiciones que tienden a colocar a la memoria en un lugar de sentido común (así sea de lo políticamente correcto), obviando que también las buenas intenciones pueden conducir al conformismo o la fetichización de elementos cuestionadores del orden social, nuestra búsqueda tiene más bien que ver con la posibilidad de encontrar en nuestro presente las huellas de las experiencias pretéritas que pugnaron por una transformación del mundo. Tender un puente con aquellas generaciones, entablando un pacto secreto y silenciosos que nos permita continuar en la búsqueda de los cuerpos nunca encontrados, del juzgamiento de los responsables de la política desaparecedora, es hoy una tarea imprescindible. Jorge Julio López –testigo clave en los juicios contra los represores desaparecido hace ya seis años– es un estandarte no sólo de la lucha actual por la justicia, sino también un claro ejemplo de que las huellas del pasado que se activan en el presente no tienen que ver sólo con la subjetividad, con una memoria que se reactualiza en cada pelea de los de abajo, sino que además es insistencia del ayer en las respuestas ante esas luchas, aunque sean ejercidas por sectores que ya no tienen el mismo poder.
Tal vez por esto es que Kamchatka, su nombre, no es olvidado tan fácilmente. Porque
Kamchatka es un símbolo que condensa una diversidad de pensamientos y prácticas actuales, es ese lugar desde el cual continuar la resistencia contra los poderes que obstaculizan los cambios.

domingo, 4 de septiembre de 2011

Nuestra despedida a León Rozitchner

Otro adiós a otro intelectual irreverente


POR: Mariano Pacheco (Prensa De Frente)



Esta mañana, a través del rosarino Nicolás Vallejo, me enteré que había fallecido León Rozitchner. “La puta”, pensé, y recordé inmediatamente que en marzo de este año también estuvimos de duelo, cuando David Viñas se fue para no volver. Meses después del fallecimiento de “El maestro”, hace poquito nomás, conversando con los amigos de Topía (revista de Psicoanálisis, Cultura y Sociedad), me enteraba de la delicada situación de salud de León, y coincidíamos en que los primeros años de este siglo estaban marcando a fondo el cierre vital de toda una generación que supo plantarse y crear nuevos modos de mirar el mundo e intervenir en él. Me llevé, de aquella charla, la recomendación de leer Freud y el problema del poder, el libro que León publicó en México, en 1981, como reelaboración de las seis conferencias que había dictado en aquél país, durante su exilio y a las que incorporó 3 ensayos, no sobre teoría sexual, como los de Freud, pero sí sobre psicoanálisis y filosofía, y también, política. Así, el Freud al que nos acercamos a través de León, no es el de un hombre preocupado sólo por la psiquis humana, desconectada de cualquier otro proceso histórico-político. Por el contrario, el Freud construido por León, al que relaciona lúcidamente con Carlos Marx y Clausewitz, es un hombre que abre el camino para pensar “las determinaciones históricas de la subjetividad”.


En fin, para hablar de esos vínculos entre filosofía, política y psicoanálisis es que fue invitado León al Coloquio de Rosario (“Vigencia del inconsciente, a 50 años del Coloquio de Bonneval”), organizado por Nicolás Vallejo y realizado en la ciudad santafecina durante los días 11, 12 y 13 de noviembre de 2010 (año del Bicentenario). Allí lo vi por última vez. Nunca había hablado con él y en aquella oportunidad, me limité a observarlo a la distancia.


León Rozitchner, nacido en la ciudad bonaerense de Chivilcoy en 1924, estudió Humanidades en la prestigiada universidad parisiense de la Sorbona, donde se doctoró en 1952. Fue uno de los más reconocidos escribas de la legendaria revista Contorno, dirigida por su hermano Ismael e integrada por célebres figuras como David Viñas, Oscar Masotta y Noé Jitrik, entre otros. Su primer número apareció en noviembre de 1953. Cuanta Ismael que, junto con Viñas, salieron, aquella vez, a pegatinar –brocha en mano y dos baldes con engrudo– los carteles que anunciaban la salida de esta “revista denucialista”. Actitud militante de una generación que no estaba dispuesta a refugiarse en las comodidades de una reflexión desvinculada de los problemas estético-políticos contemporáneos. Por eso, como ha remarcado Horacio González en la edición facsimilar editada no hace tanto por la Biblioteca Nacional, Contorno fue un campo de ensayo de una nueva actitud cultural, que tenía la cuestión literario-política del país en su centro.


Entre los libros más destacados de Rozitchner se encuentran Freud y los límites del individualismo burgués, Perón, entre la sangre y el tiempo, La cosa y la cruz: cristianismo (en torno a las Confesiones de San Agustín) y Malvinas: de la guerra sucia a la guerra limpia. El punto ciego de la crítica política, a través del cual cuestionó a los intelectuales de izquierda que entonces, ante la guerra de Malvinas, se manifestaron a favor de la invasión por parte de la Junta Militar a las Islas, diciendo –entre otras cosas– que no se podía apoyar a una fuerza (el Ejército Argentino) que se había formado y definido en los límites que el propio enemigo que ahora pretendía combatir le habían proporcionado (si “hasta las categorías de la guerra son producto del enemigo, y forman parte de su doctrina de guerra, que es de Contrainsurgencia y Seguridad Nacional, que fundamenta su plan de guerra”).


En fin, ese pateador de tableros era Rozitchner. León, que ahora ya no estará más entre nosotros y a quien ya no podremos invitarlo a ninguna charla ni conferencia. No podremos hacerle más un reportaje ni leer nada sobre su pensamiento en torno a los acontecimientos actuales. Pero está su obra, eso sí, y su ejemplo: el de un modo insumiso de abordar la práctica teórica. Legado imprescindible para los jóvenes que, sin repetir y sin copiar, pretendemos aportar nuestro granito de arena a la gestación de un movimiento de resistencia cultural que se articule con las experiencias político-sociales que vienen pugnando (luchando), por crear otra política, capaz de gestar otro país y otro mundo. Ese país y ese mundo, qué duda cabe, encontrará a León Rozitchner como uno de sus más apasionados precursores.