domingo, 28 de abril de 2024

¿QUÉ ES LA LIBERTAD? Jean Pau Sartre en el ciclo “Filósofos en la tormenta”



COORDINACIÓN: 

MARIANO PACHECO

 

La situación, cada situación, es donde cada quien, al elegirse, opta por una determinada imagen del mundo. Más allá de los condicionamientos sociales, económicos, familiares, lingüísticos, siempre elegimos si hablar o callar, si resistir y luchar ante la opresión o resignarnos. En ese tránsito por los caminos de la libertad, para Sartre, la escritura juega un rol central: porque escribir es hablar, actuar, rebelar. Así, en su obra se pone en juego una concepción de la libertad que debe medirse en cada situación: sea teatral, narrativa o filosófica. Desde su existencialismo hasta su marxismo existencial, desde su ejercicio del periodismo militante hasta su ficción, todo en este gran pensador implica una apuesta en la cual lectura, escritura y militancia aparecen íntimamente relacionadas, en una concepción de escritor comprometido para el cual escribir es una forma de querer la libertad… y de luchar por ella.

 

En una escena contemporánea nacional en la que la palabra libertad se utiliza a diario con motivos tan innobles, en este nuevo encuentro de este ciclo mensual nos proponemos abordar el concepto desde las coordenadas de quien hizo de él un estandarte durante buena parte del siglo XX.

  

De “El ser y la nada” a la “Crítica de la razón dialéctica”.

De “¿Qué es la literatura” a “Un teatro de situaciones”.

Del filósofo inquieto al escritor comprometido.

Filosofía, literatura y política en Jean Paul Sartre.

 

Lunes 27 de mayo, de 19 a 21 horas- Actividad virtual y arancelada

 

INSCRIPCIONES: profanaspalabras@gmal.com

Prólogo a Los lanzallamas de Roberto Arlt

 



Con Los lanzallamas finaliza la novela de Los siete locos.

 

Estoy contento de haber tenido la voluntad de trabajar, en condiciones bastante desfavorables, para dar fin a una obra que exigía soledad y recogimiento. Escribí siempre en redacciones estrepitosas, acosado por la obligación de la columna cotidiana.

 

Digo esto para estimular a los principiantes en la vocación, a quienes siempre les interesa el procedimiento técnico del novelista. Cuando se tiene algo que decir, se escribe en cualquier parte. Sobre una bobina de papel o en un cuarto infernal. Dios o el Diablo están junto a uno dictándole inefables palabras.

 

Orgullosamente afirmo que escribir, para mí, constituye un lujo. No dispongo, como otros escritores, de rentas, tiempo o sedantes empleos nacionales. Ganarse la vida escribiendo es penoso y rudo. Máxime si cuando se trabaja se piensa que existe gente a quien la preocupación de buscarse distracciones les produce surmenage.

 

Pasando a otra cosa: se dice de mí que escribo mal. Es posible. De cualquier manera, no tendría dificultad en citar a numerosa gente que escribe bien y a quienes únicamente leen correctos miembros de su familia.

 

Para hacer estilo son necesarias comodidades, rentas, vida holgada. Pero por lo general, la gente que disfruta de tales beneficios se evita siempre la molestia de la literatura. O la encara como un excelente procedimiento para singularizarse en los salones de sociedad.

 

Me atrae ardientemente la belleza. ¡Cuántas veces he deseado trabajar una novela, que como las de Flaubert, se compusiera de panorámicos lienzos…! Mas hoy, entre los ruidos de un edificio social que se desmorona inevitablemente, no es posible pensar en bordados. El estilo requiere tiempo, y si yo escuchara los consejos de mis camaradas, me ocurriría lo que les sucede a algunos de ellos: escribiría un libro cada diez años, para tomarme después unas vacaciones de diez años por haber tardado diez años en escribir cien razonables páginas discretas.

 

Variando, otras personas se escandalizan de la brutalidad con que expreso ciertas situaciones perfectamente naturales a las relaciones entre ambos sexos. Después, estas mismas columnas de la sociedad me han hablado de James Joyce, poniendo los ojos en blanco. Ello provenía del deleite espiritual que les ocasionaba cierto personaje de Ulises, un señor que se desayuna más o menos aromáticamente aspirando con la nariz, en un inodoro, el hedor de los excrementos que ha defecado un minuto antes.

 

Pero James Joyce es inglés. James Joyce no ha sido traducido al castellano, y es de buen gusto llenarse la boca hablando de él. El día que James Joyce esté al alcance de todos los bolsillos, las columnas de la sociedad se inventarán un nuevo ídolo a quien no leerán sino media docena de iniciados.

 

En realidad, uno no sabe qué pensar de la gente. Si son idiotas en serio, o si se toman a pecho la burda comedia que representan en todas las horas de sus días y sus noches.

 

De cualquier manera, como primera providencia he resuelto no enviar ninguna obra mía a la sección de crítica literaria de los periódicos. ¿Con qué objeto? Para que un señor enfático entre el estorbo de dos llamadas telefónicas escriba para satisfacción de las personas honorables:

 

“El señor Roberto Arlt persiste aferrado a un realismo de pésimo gusto, etc., etc”.

 

No, no y no.

 

Han pasado esos tiempos. El futuro es nuestro, por prepotencia de trabajo. Crearemos nuestra literatura, no conversando continuamente de literatura, sino escribiendo en orgullosa soledad libros que encierran la violencia de un “cross” a la mandíbula. Sí, un libro tras otro, y “que los eunucos bufen”.

 

El porvenir es triunfalmente nuestro. Nos lo hemos ganado con sudor de tinta y rechinar de dientes, frente a la “Underwood”, que golpeamos con manos fatigadas, hora tras hora, hora tras hora. A veces se le caía a uno la cabeza de fatiga, pero…. Mientras escribo estas líneas pienso en mi próxima novela. Se titulará El Amor brujo y aparecerá en agosto del año 1932.

Y que el futuro diga.

sábado, 27 de abril de 2024

He visto morir: Roberto Arlt sobre el fusilamiento de Severino Di Giovanni


El condenado camina como un pato. Los pies aherrojados con una barra de hierro a las esposas que amarran las manos. Atraviesa la franja de adoquinado rústico. Algunos espectadores se ríen. ¿Zoncera? ¿Nerviosidad? ¡Quién sabe! El reo se sienta reposadamente en el banquillo. Apoya la espalda y saca pecho. Mira arriba. Luego se inclina y parece, con las manos abandonadas entre las rodillas abiertas, un hombre que cuida el fuego mientras se calienta agua para tomar el mate. Permanece así cuatro segundos. Un suboficial le cruza una soga al pecho, para que cuando los proyectiles lo maten no ruede por tierra. Di Giovanni gira la cabeza de derecha a izquierda y se deja amarrar. Ha formado el blanco pelotón fusilero. El suboficial quiere vendar al condenado. Éste grita: “Venda no”.

 

Mira tiesamente a los ejecutores. Emana voluntad. Si sufre o no, es un secreto. Pero permanece así, tieso, orgulloso. Di Giovanni permanece recto, apoyada la espalda en el respaldar. Sobre su cabeza, en una franja de muralla gris, se mueven piernas de soldados. Saca pecho. ¿Será para recibir las balas?

 

— Pelotón, firme. Apunten.

La voz del reo estalla metálica, vibrante:

— ¡Viva la anarquía!

— ¡Fuego!

 

Resplandor subitáneo. Un cuerpo recio se ha convertido en una doblada lámina de papel. Las balas rompen la soga. El cuerpo cae de cabeza y queda en el pasto verde con las manos tocando las rodillas. Fogonazo del tiro de gracia.

 

Las balas han escrito la última palabra en el cuerpo del reo. El rostro permanece sereno. Pálido. Los ojos entreabiertos. Un herrero martillea a los pies del cadáver. Quita los remaches del grillete y de la barra de hierro. Un médico lo observa. Certifica que el condenado ha muerto. Un señor, que ha venido de frac y con zapatos de baile, se retira con la galera en la coronilla. Parece que saliera del cabaret. Otro dice una mala palabra.

 

Veo cuatro muchachos pálidos como muertos y desfigurados que se muerden los labios; son: Gauna, de La Razón, Álvarez, de Última Hora, Enrique González Tuñón, de Crítica y Gómez de El Mundo. Yo estoy como borracho. Pienso en los que se reían. Pienso que a la entrada de la Penitenciaría debería ponerse un cartel que rezara:

 

— Está prohibido reírse.

— Está prohibido concurrir con zapatos de baile.

 

jueves, 25 de abril de 2024

Reseña de "Lo que no te conté", novela de Julieta Tonello



Por Mariano Pacheco, para Perfil cultura

 

   

 ROSARIO: CIUDAD DE SUICIDIOS, AMORES Y ASESINATOS


Salud mental, violencia urbana, neurótico entramado familiar, miedos íntimos, ansiedades personales. Lógica de narrativa epistolar, presencia de la oralidad en la escritura, monólogo interno pasado al papel que busca dar cuenta de un entrelazamiento de las tragedias íntimas, sociales– que atraviesan muchas veces nuestras vidas. Todo eso puede leerse en esta primera novela de Julieta Tonello, texto en donde el fluir de la conciencia, de las fantasías, de los fantasmas también, resultan fundamentales. Si para muchas personas cuesta realizar aquello que Freud caracterizó como el “trabajo del duelo” cuando alguien cercano muere: ¿cómo tramitar un intento de suicidio y sobrellevar la idea siempre presente de que “eso” puede volver a suceder?

 

Todo aquello que con estas temáticas podría aparecer como una suerte de “novela familiar del neurótico”, sumergida en una encerrona narrativa de tipo “familiarismo burgués”, es trabajado en Lo que no conté de una manera que logra destaponar la madriguera: el intento de suicidio de la madre, el hecho violento de la muerte de un amigo, la muerte de un gato querido o de un adorado naranjo (como en Mi planta de naranja lima, de Vasconcellos), conecta aquí con la violencia urbana de una ciudad real que no se oculta en los procedimientos de la ficción. Rosario, o más precisamente, la zona sur de la ciudad (con sus marcas de bares y de plazas), se presenta de manera ambivalente y contundente: “la belleza de estos lares se abre sólo para quienes han crecido aquí, pero resulta invisible para los visitantes o los recién llegados”, dice/ escribe la protagonista, quien remata: “amo a mi barrio a pesar de su fama”.

 

La novela publicada por Casa grande logra captar algo de esa mutación subjetiva que acontece en estos años en una ciudad tan dinámica que se viene viendo atravesada por aquello que el narco instala en la vida cotidiana: el miedo. Pero también y en simultáneo– por los miedos que trae la vida adulta, y la dificultad por hacerse de una vida en medio de los fantasmas que nos acompañan en el trajinar de una existencia: los amores posibles y los que nos negamos por miedo o indecisión; los modelos que abominamos pero que nos determinan comportamientos; los enredos de los que muchas veces no podemos salir.

 

¿Qué puede un libro en el encuentro con un lector, con una lectora? Nunca se sabe y allí radica uno de los bellos secretos de la producción literaria. En Lo que no te conté, de Julieta Tonello, la propia materialidad del objeto y sus encantos aparece en lo que este cronista considera una de las partes más logradas de la novela: la narración de una “fiesta familiar de navidad”, el cuerpo que lo sintomatiza todo en las horas previas a la noche buena (antes de que sea la tarde del 25 de diciembre, cuando “las cosas volvían a la normalidad”) y la imagen lectora de un 24: “pasé los dedos por el lomo del cuero para reconfortarme: con un libro a la derecha del plato me sentía más segura. No sé bien quien soy cuando no estoy leyendo ni escribiendo, pero sí sé que me siento menos yo”.

 

martes, 16 de abril de 2024

Spinoza: filósofos en la tormenta (nuevo encuentro)

 

¿Qué relación podemos encontrar entre las singularidades activas que en su potencia de actuar gestan una comunidad de mujeres y hombres que promueven la justicia y la igualdad y el tipo de forma política democrática que en ese quehacer colectivo van a parir dinámicas de relaciones e instituciones para la vida común?

 

Siguiendo las pistas de la obra de Spinoza, sus relecturas desde el spinozismo de izquierdas del siglo XX en Europa y las más cercanas de la escena contemporánea latinoamericana, en este nuevo encuentro del ciclo “Filósofos en la tormenta” nos proponemos pensar algunos de los nudos de la vida política de nuestros pueblos que, hoy en día, ven amenazadas sus formas elementales de existencia tras una ofensiva que en nombre de la libertad y de las ideas liberales no han hecho más que sumergir a las grandes mayorías en la ignominia de una dinámica en la que cada quien parece no tener más opción que concebirse como un individuo en competencia con otros individuos que buscan sobrevivir, atravesados por el temor y el miedo al semejante.

 

SPINOZA EN LA TORMENTA, o su filosofía como incitación para repensar la democracia y la potencia creativa de actuar de las singularidades activas que nos proponemos construir una comunidad digna de ser vivida.

 

Actividad virtual arancelada (único encuentro)

Lunes 22 de abril, de 19 a 21 (hora argentina)


Coordinación: Mariano Pacheco

CONSULTAS: profanaspalabras@gmail.com

 

 

 

 

miércoles, 3 de abril de 2024

Spinoza en Córdoba (Filosofía y Salud Mental)

 “Spinoza en la tormenta- Una economía ontológica de los encuentros”


Coordinación: Mariano Pacheco

 

Si Spinoza es nuestro contemporáneo es porque su pensamiento contribuye a pensar nuestras subjetividades desde otras coordenadas a las dominantes, y habilita a trazar una cartografía de aquello que podemos hacer para dejar de ser eso que hicieron de nosotros, de nosotras.

El análisis de los cuerpos (singulares y colectivos) y sus interrelaciones, en términos de mutaciones, nos permiten interrogarnos acerca de los modos de constitución de una potencia (de pensar, de sentir, de actuar) más intensa, en la que la experiencia colectiva y la de cada una de nuestras vidas se nos presenten de modo inseparable (siempre se trata de encuentros).

¿Qué puede un cuerpo? Es la famosa pregunta de Spinoza y que Deleuze retoma para sus meditaciones y reflexión.

"Pero en un cuerpo, sostiene Deleuze, sólo se actualiza una porción de su poder. Un cuerpo deviene junto a otros cuerpos produciendo, afirmando relaciones, encuentros y conexiones."

 

Spinoza en la tormenta- Una economía ontológica de los encuentros 

Conversatorio con el escritor Mariano Pacheco. Actividad gratuita

Jueves 4 de abril, 19 hs en El Puente de Hilarión Plaza 3882, B° Urca


Se recibirán colaboraciones  en harina, avena, levadura en polvo azúcar y chocolate para la leche del desayuno y el taller de cocina de chicas y chicos de El Puente

"Carranza", por Rodolfo Walsh

Extracto del libro Operación masacre


Nicolás carranza no era un hombre feliz, esa noche del 9 de junio de 1956. Al amparo de las sombras acababa de entrar en su casa, y es posible que algo lo mordiera por dentro. Nunca lo sabremos del todo. Muchos pensamientos duros el hombre se lleva a la tumba, y en la tumba de Nicolás Carranza ya está reseca la tierra. Por un momento, sin embargo, pudo olvidar sus preocupaciones. Tras el azorado silencio inicial, un coro de voces chillonas se alzó para recibirlo. Seis hijos tenía Nicolás Carranza. Los más pequeños se habrán prendido a sus rodillas. La mayorcita, Elena, habrá puesto la cabeza al alcance de la mano del padre. La ínfima Julia Renée —cuarenta días apenas— dormitaba en su cuna. Su compañera, Berta Figueroa, alzó los ojos de la máquina de coser. Le sonrió con mezcla de pena y alegría. Siempre era igual. Siempre llegaba así su hombre: huido, nocturno, fugaz. A veces se quedaba una noche, después desaparecía las semanas. Por ahí le hacía llegar un mensaje: estaba en casa de tal amigo. Y entonces era ella quien iba a su encuentro, dejando los chicos a alguna vecina, y pasaba con él unas horas transidas de temor, de zozobra, de la amargura de tener que dejarlo y esperar el lento paso del tiempo sin noticias suyas.

Era peronista Nicolás Carranza. Y estaba prófugo. Por eso, cuando en furtivos regresos como este algún chico del barrio le gritaba al encontrarlo: —¡Adió, don Carranza!... Él apresuraba el paso y no contestaba. —¡Eh, don Carranza...! —lo seguía la curiosidad. Pero don Carranza —silueta baja y maciza en la noche— se alejaba rápidamente por la calle de tierra, levantando hasta los ojos las solapas del sobretodo. Y ahora estaba sentado en el sillón del comedor, hamacando en las rodillas a Berta Josefa, de dos años, y a Carlos Alberto, de tres, y acaso a Juan Nicolás, de cuatro —toda una escalera de pibes tenía don Carranza—, hamacándolos e imitando el fragor y el silbato de una locomotora, porque tales eran los juegos que podía comprender un chico en esa barriada ferroviaria. Después habrá conversado con la preferida Elena, de once años —alta y espigada para su edad, grandes ojos pardos—, y le habrá contado algo de sus andanzas mezclado con algo de fábula risueña, y le habrá interrogado con preocupación, con miedo, con ternura, porque, la verdad, se le hacía un nudo en el corazón cada vez que la miraba, desde que estuvo presa. Presa durante varias horas, aunque parezca cuento, la tuvieron en Frías (Santiago del Estero) el 26 de enero de 1956. El padre la había dejado allí el 25 con familiares de la madre, aprovechando uno de sus viajes regulares en la línea al Norte del Belgrano, donde trabajaba como camarero, y había seguido de largo. En Simoca, provincia de Tucumán, lo detuvieron por una denuncia de distribuir panfletos que nunca llegó a probarse.

A las ocho de la mañana siguiente la sacaron a Elena de la casa de sus parientes, la llevaron sola a la comisaría y la interrogaron durante cuatro horas. ¿Llevaba panfletos su padre? ¿Era peligroso su padre? ¿Era peronista su padre? ¿Era un delincuente su padre? Se enloqueció don Carranza cuando supo la noticia. —A mí, a mí que me hagan cualquier cosa. Pero a una criatura... Rugía y sollozaba. Se les disparó en Tucumán. Y seguramente desde entonces asomó un brillo peligroso en la mirada de este hombre de rostro firme y despejado, que antes era de ánimo alegre, aficionado a las diversiones y amigo preferido de todos los chicos del barrio, propios y ajenos. Cenaron todos juntos esta noche del 9 de junio en esa casa del barrio obrero de Boulogne. Después acostaron a los chicos y quedaron solos, él y Berta. Ella le habló de sus penas, de sus preocupaciones. ¿El ferrocarril no les quitaría la casa, ahora que él estaba cesante y prófugo? Era una buena casa, de material, con flores en el jardín, y allí entraban todos, hasta un par de muchachas fabriqueras que había tomado como pensionistas para ayudarse. ¿Con qué iban a vivir ella y los chicos si se la quitaban? Le habló de sus temores. Siempre ese temor de que lo agarraran una noche cualquiera y lo golpearan en cualquier comisaría hasta dejarlo idiota. Y le repitió el eterno ruego: —Entrégate, entrégate... Si te entregás, a lo mejor no te pegan. Y de la cárcel se sale, Nicolás, se sale... Él no quería. Se refugiaba en afirmaciones duras, secas, definitivas:

—No he robado. No he matado. No soy un delincuente. La pequeña radio, sobre la repisa del aparador, transmitía una música popular. Tras un largo silencio Nicolás Carranza se levantó, descolgó el sobretodo de la percha y lentamente se lo puso. Ella volvió a mirarlo con expresión resignada. —¿Dónde vas? —Tengo que hacer. A lo mejor vuelvo mañana. —No dormís acá. —No. Esta noche no duermo acá. Entró en el dormitorio y fue besando a todos los chicos uno por uno: Elena, María Eva, Juan Nicolás, Carlos Alberto, Berta Josefa, Julia Renée. Después se despidió de su mujer. —Hasta mañana. Le dio un beso, salió a la vereda y dobló a la izquierda. Cruzó la calle B, apenas unos pasos, y se detuvo frente a la casa 32. Llamó a la puerta.

martes, 2 de abril de 2024

Reseña de Travesía. Jugar con maldón, de María Pía López

El deseo de sostener el antiguo arte de contar


Por Mariano Pacheco

(Perfil Cultura)

 


“La conversación se hace fantasma y persiste en la lectura”, escribe María Pía López en este breve, bello, profundo libro de ensayos publicado por editorial EME, en el que aparecen tematizados, narrados y pensados términos como la amistad, el tiempo, la traducción, el caminar y el nadar, el fuego, los gritos, las composiciones y genealogías, la enseñanza, los territorios, la crueldad, los nombres, la lucha, la memoria, la práctica misma de la escritura.


Lectura, escritura, conversación, un tríptico clave para ingresar a esta narración (también podríamos sumar la observación). Algo de la pregunta por la composición (de palabras, de cuerpos, de vidas, de relatos) está presente desde el inicio del libro. Dejar constancia en un archivo, saber registrar como modo de dar cuenta. ¿De qué? De experiencias, de relatos, de luchas, de amistades, de conversaciones. Las vidas dañadas, insiste Pía, suelen ser aquellas que se despliegan sin red, y persisten frágiles y solitarias. “Hacer red”, entonces, es componer.


“Una narración sirve para explicar, contener, hacer circular la información. También para construir militancias, acoger a otras personas, organizar la comprensión común”, escribe la autora, quien destaca que narrar es una labor política, en tanto “organiza un sentido para lo que hacemos y despliega una capacidad de compresión crítica”. Conversar, contar, narrar. Pero también caminar, para dejarse llevar por la curiosidad, para encontrar otras geografías, salirse de la propia zona, de la reflexión individual, de la práctica ensimismada. Como cuando se habita un aula desde una docencia que prioriza la curiosidad del otro, del estudiante. Y de nuevo el archivo, la conversación, la amistad. González y Rinesi (o Diego Sztulwark, quien escribe tras leer el libro la carta –el email, en rigor de verdad– que termina funcionando como epílogo del libro). Horacio poniendo en circulación “la biblioteca que lo había conmovido, con la cual interpretaba el mundo”; Eduardo rescatando de su maestro común esa capacidad de hacer pasar “de unxs a otrxs un saber” (una perspectiva que es siempre compresión del mundo). Narrar, entonces, como capacidad “de tejer en relación a un espacio palabras que comprenden modos de habitarlo”.


Sumergirse en las palabras, escritas o comentadas, como quien ingresa al mar para nadar. De la práctica del yoga a la de nadar en aguas abiertas. Pía insiste en lo importante de estas prácticas para su escritura, así como la de caminar. La quietud y el movimiento. Parir complicidades.


Sería difícil de entender este libro sin los movimientos existenciales que produjeron los feminismos en su última oleada, con la “marea verde”. Quizás por eso la inflexión del femenino resulta fundamental en los nombres y las historias singulares y colectivas que aparecen en estos relatos: mujeres militantes setentista, Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, piqueteras, hijas de detenidxs- desaparecidxs, secuestradas, presas, activistas trans, lesbianas, cantautoras, escritoras, cineastas, docentes… Reconocidas por el gran público y anónimas. Pía enhebra relatos donde el punto de vista feminista busca no ser excluyente, a la vez que se propone desbordar y recrear todo el “devenir punitivista” que encierra y victimiza la potencia arrolladora de este nuevo/ viejo fenómeno emancipatorio.