lunes, 27 de diciembre de 2010

Poesias de un compañero platense

Porque el Sur todavía duele
Por: Marco Teruggi




I

Soy hija de piqueteros…

la bolsa se abre y se cierra

el tren grita

el pegamento inunda la mente.



Lo que hace mal es el hambre

lo que hace mal son los despidos en Terrabusi…

El plástico,

acompaña la mano que junta a duras penas

la realidad.



El tren.

El vacío.



Dialogo atormentado de jaleo y recuerdo,

teatro de sombras sobre ojos dolidos.



Como quema el Sur

las gargantas negadas que se consumen en cada respiro.





Seco mis lunas rojas y negras,

la sudestada asoma en esta mañana

el río que cuida los muertos

baila majestuoso con el viento.

II

Desnuda, la ciudad de las diagonales se abre

en esta tarde de remolinos

la casa de los conejos

se viste de canciones.



Hoy es tu cumpleaños

hija de la guerrilla,



el micrófono llora palabras

las paredes, desde su Resistencia

observan silenciosas

aquel coro de miradas

que enfrenta a los Dioses del olvido.



El frío baila en los círculos de los disparos

la imprenta ya no sueña que Evita es montonera

el auto clandestino carga una rosa cansada

el limonero

regala sus frutos.



Una carta interrumpe el invierno

habla de tu madre

comandante de derrotas sin naufragios

que se sienta y acaricia de colores

mis lunas marchitas.

III


Su sonrisa partida se ilusiona

la noche brilla y las historias de desalojos llegan a su fin,

prende otro cigarrillo,

las casas estarán listas dentro de pocos meses.



Recuerda, la toma, las asambleas, la placita

hasta aquel día en que leyeron la orden

y el limón entre los dientes

el choque, los gases, las corridas.



Recuerda, lleva en sus ojos la casilla del arroyo contaminado,

las humillaciones de la policía, los hijos atrapados.





Levanta la mirada,

pronuncia la palabra Digna,

su boca se puebla de luz

un suspiro de sangre se desliza por su mejilla.



Apaga el cigarrillo.

IV
Que Bellas se ven las estrellas

desde los Techos de Cartón.





El pañuelo reposa sobre la mesa

el cielo no sabe que pronto se tapará de humo

recogiendo las palabras de los vientres que no se rinden.



Y si mi voz desliza utopías

sabrán protegerlas las voces del río

recibirlas las calles subvertidas

cantarles el mañana.



Nuestro Sur ya no puede esperar

seremos

pájaros rojos al despertar.

viernes, 17 de diciembre de 2010

A nueve años del 19 y 20 de diciembre

El 19/20 de diciembre y la Nueva Izquierda Autónoma en Argentina
Reflexiones en torno a la insurrección de 2001

POR: Mariano Pacheco para Prensa De Frente
(Diciembre de 2010)


Si es cierto, como alguna vez afirmó Martín Heidegger, que cada generación gesta su héroe, y si es cierto, asimismo, que las jornadas del 19/20 de diciembre de 2001 funcionan como símbolo insoslayable de lo que en otras oportunidades hemos denominado como Nueva Izquierda Autónoma, cabe preguntarnos, a casi una década de la rebelión, cuanto de aquellas apuestas ha quedado consolidado en experiencias organizativas; cuanto han avanzado estos procesos, cuánto han logrado disputar poder.
Hacernos estas preguntas implica, desde el vamos, reconocer que las huellas de diciembre de 2001 aun persisten en la actualidad, más allá de la reconstitución institucional del régimen y de un gobierno (producto de la rebelión), que viene promocionando una serie de medidas progresistas y que apela (fundamentalmente desde el plano retórico), a cierto imaginario de cambio de “modelo”. De todos modos no quisiera ocupar espacio hablando del kirchnerismo y sí insistir (contra lo que aun los kirchneristas más progresistas sostienen en la actualidad), en la productividad de la crisis. Claro, esto implica concebir la crisis no como mal a conjurar, sino en su positividad (en términos políticos y no en sus aspectos económicos, en las carencias materiales que implica en las condiciones de vida de las clases populares, claro está). La crisis como momento propicio para rever que hacemos, quienes somos, hacia donde vamos. No en vano se ha insistido (Sheldon Wolin a sido uno de ellos) en que los grandes enunciados de la filosofía política surgen de los momentos de crisis (contra ellas, insiste Wolin). También Eduardo Rinesi (Las máscaras de Jano. Notas sobre el drama de la historia) ha destacado que las crisis “son momentos enormemente productivos, de desentumecimiento, de desperezo, de apertura de la historia”. Como la crisis es el corazón intimo y el reto mayor del pensamiento político, no deberíamos apresurarnos a huir de ella, a querer dar cuenta de ella (desde un lugar externo), sino que el desafío es poder permanecer actuando y pensando en el interior mismo de la crisis.
En este sentido, las jornadas del 19/20 son de vital importancia, entre otras cosas, porque colocaron a la política misma en otro lugar. Es más, tal como señaló en su momento Raúl Cerdeiras, la insurrección permitió hacernos nuevamente la pregunta: “¿Qué es la política?” (Revista Acontecimiento, Nº 23, mayo de 2002). Entonces, si entendemos a la política como invención, como subversión de lo existente, o como “acción colectiva organizada por determinados principios, que aspira a desplegar las consecuencias de una nueva posibilidad que en la actualidad se encuentra reprimida por el orden dominante”, según sostuvo Alan Badiou (“La hipótesis comunista”, Revista Acontecimiento Nº 36-37, otoño de 2009), entonces, decía, la participación en el proceso electoral y la gestión del Estado –binomio por excelencia de la democracia formal– no pueden concebirse como momentos fundamentales de una política revolucionaria (que no es lo mismo que entender que nunca, allí, se ven plasmados momentos de las relaciones de fuerzas entre los proyectos –de clase– enfrentados en la sociedad). Claro que los matices de la gestión estatal pueden ser demasiado amplios. Nadie está negando la abismal diferencia que pueda existir, por ejemplo, entre una dictadura sangrienta que reprime y clausura cualquier tipo de derecho, y un gobierno progresista que promueva reformas que amplíen los derechos sociales y laborales, los derechos humanos en general. Pero no deja de ser gestión de lo existente, regido por la lógica dominante de la representación. Cuando esa lógica se quiebra, entonces, es que estamos a las puertas o transitando ya hacia otra cosa, hacia la subversión del orden existente.
Por supuesto: pensar desde la crisis implica concebir que el motor de los cambios está en el conflicto y que, precisamente porque es el conflicto el motor del cambio, no podemos saber, de antemano, cuales pueden llegar a ser los resultados. Por eso una política revolucionaria se asienta sobre las bases conceptuales de la contingencia, del carácter abierto de los procesos históricos.
En este sentido, diciembre de 2001 opera como símbolo generacional, porque fue allí el momento donde más claramente fue puesta en cuestión la legitimidad de las clases dominantes (luego del aplastamiento, a sangre y fuego, de las apuestas revolucionarias de los 60 y 70).
Que no se haya logrado, como en Bolivia o en Venezuela, expresar esos cambios en las correlaciones de fuerzas en el Estado, no quiere decir que debamos quitarle mérito a lo sucedido, sino tan sólo resaltar los límites (nuestros límites), no impugnando la experiencia sino proyectándola. Porque no caben dudas, si hablamos desde la inmanencia de las experiencias, que fueron aquellos días (semanas, meses) momentos de apertura a la impugnación del orden social, de sus clasificaciones y jerarquizaciones, de sus lenguajes. En fin, que hubo, durante ese período de aceleración temporal, política. Y queda claro, desde la perspectiva que se viene sosteniendo en estas líneas, que no hay propiamente política para decirlo nuevamente con las palabras de Rinesi sino “cuando ese carácter presuntamente inmutable y necesario del Orden es desnaturalizado, conmovido, puesto en cuestión” (Política y tragedia. Hamlet, entre Hobbes y Maquieavelo).
Momento de condensación, entonces, de una puesta en crisis, de un sacudón de la cosmovisión posdictatorial (entre otras cuestiones, las jornadas de diciembre de 2001 pusieron sobre la mesa, como una discusión actual y ya no sobre décadas anteriores, el tema de la violencia política de los de abajo. Debate que aun queda como cuenta pendiente, y que reaparece cada vez que las luchas populares avanzan y, con ellas, la represión estatal y paraestatal). Esa cosmovisión, decía, que venía insistiendo, una y otra vez, en que no se podía cuestionar el pacto de los consensos de la representación. Las “guerras sucias”, escribió Pilar Calveiro, fueron una batalla decisiva en el marco de la Guerra Fría y su victoria, lograda a base del terror, permitió la apertura incondicional de nuestra América, a la vez que la marcó en sus formas económicas, políticas y, lo que es más fuertes aún, en sus horizontes de pensamiento, “recortando” lo pensable de lo que definitivamente debía expulsarse de toda consideración (Política y/o violencia. Una aproximación a la guerrilla de los 70).
Porque si desde 1983 la política funcionó cada vez más como conservación de lo existente, como espectáculo (reforzado por una predominancia cada vez mayor de la virtualidad televisiva), las jornadas de diciembre de 2001 recuperaron, nuevamente, un lugar central para la corporalidad en la  política, entendida como ejercicio de interpretación de la historia y transformación de la sociedad, quebrando así el “terror dictatorial” presente en los cuerpos y las subjetividades durante el período “democrático”. Sí, nos dice María Pía López, porque “hacer política luego de la dictadura es el ejercicio de la conservación, el intento de constituir los fenómenos sociales como datos irreversibles: si los desaparecidos son irreversibles, también lo son la concentración de poder –económico y social–, la violencia policial, la deuda externa” (Mutantes, trazos sobre los cuerpos).
 Insisto con el carácter simbólico de 2001 porque en ese período se condensan y se proyectan experiencias previas, tanto en el plano nacional como en el internacional (en Argentina, desde la pueblada de Cutral Có en 1996; en Nuestra América, desde la insurrección zapatista en enero de 1994; y en “el primer mundo”, desde las manifestaciones “antiglobalización”, sobre todo a partir de 1999, cuando se produce en Seattle la protesta contra la cumbre de la Organización Mundial de Comercio, la OMC). Son las resistencias del nuevo siglo, si tomamos la periodización “soviética” propuesta por el historiador Erik Hobsbawm, para quien el siglo XX culmina con la caída de los socialismos reales en 1989.
Por último, quisiera afirmar que el predominio de las (actuales) prácticas preformativas, por sobre las (futuras) instituciones (por no decir Estado, que trae más confusiones que aclaraciones) que deberíamos gestar para auto-regir el comportamiento social, no implica negar la necesidad de que el movimiento se solidifique. Implica, simplemente (y no por simple menos fundamental), afirmar su primacía ontológica (así como ontológicamente, el mundo que ya desde ahora vamos gestando, tiene una preponderancia por sobre el mundo que nos obstaculiza el impulso y obstruye nuestro flujo creativo. En este sentido, es un mundo que es preciso aniquilar –más que superar–, pero no es el fundamento a partir del cual definimos nuestro ser-hacer).
Y la afirmación de esta primacía tiene consecuencias políticas fundamentales. En este sentido, haciéndonos eco de las palabras de Louis Althusser, podemos decir que nunca jamás, por principio, el partido –decía él, nosotros diremos el movimiento– debe considerarse “Partido de gobierno”, por que su función es ser el instrumento número uno de la “destrucción” del Estado burgués. Aun apoyando o participando de un gobierno, insiste, debe estar fuera del Estado. Porque sin esa autonomía, no saldremos jamás del Estado burgués, por más “reformado” que este sea (“El marxismo como teoría ´finita´”).
En fin, hay política desde abajo, por el cambio social, cuando nuestra clase logra organizarse, librar batallas (¡y ganarlas!), conquistar mejores condiciones de vida, gestar otras formas de vínculos, otros valores y otra subjetividad; una institucionalidad propia, diferente a la hegemónica. Proyectar una política popular revolucionaria, que logre cambiar la correlación de fuerzas, entonces, es un desafío para los próximos años. Gestar un movimiento político de masas capaz de proyectar toda la experiencia acumulada en estos años a sectores cada vez más amplios del pueblo trabajador.
Otro país, y ya no el eterno retorno de lo mismo...

miércoles, 15 de diciembre de 2010

Para escuchar este fin de año

Corazón de Piel Afuera / Godino del cuarteto Cedrón

Desde hace algunos años, los seguidores de la larga trayectoria de Juan “Tata” Cedrón, tenemos la oportunidad de verlo más seguido: ya no como en los 90, cuando venía de vez en cuando, y nos apresurábamos a visitarlo en el Foro Gandhi de la calle Corrientes, sin saber cuando contaríamos con el privilegio nuevamente. Ahora lo sentimos más cerca, ya que tras largos años de exilio en Francia y de rumbear por distintos sitios del mundo (desde 1974), se ha radicado (en 2004) nuevamente en su querida ciudad de Buenos Aires. Desde entonces, este cuarteto que ya lleva casi medio siglo de recorrido, nos ha sorprendido con nuevos discos: Frizón Frizón y Orejitas perfumadas (basado en la obra de teatro que realizaron con textos de Roberto Arlt). En este año bicentenario, vuelven al ruedo con un nuevo disco-doble. En el primero (Corazón de Piel Afuera), el Tata musicaliza 11 poemas de Miguel Angel Bustos y se despacha con un solo musical, también de su autoría. En el segundo, musicaliza 14 canciones de 9 autores: un anónimo, Pedro Atieza, Luis Alposta, Evaristo Carriego, Julio Huasi, Mario Clavell y su ya clásico poeta de cabecera, Raúl González Tuñón, a quien supo entrevistar en sus años de juventud.
Pionero como cantautor (desde sus magistrales presentaciones en el Café Concert “Gotán”, allá por el año 64-65), el Tata supo transitar entre los clásicos y la vanguardia. Desde Madruga, este cuarteto que comenzó siendo trío, no ha parado de musicalizar gran parte de la obra poética de Juan Gelman. Tal vez porque digan lo que digan –como escribió Francisco Urondo en la presentación de ese primer disco– nos conocen por el tango, nos recuerdan por el tango, somos tangueros, para bien o para mal. Tal vez por eso recomiendo este disco doble. Porque digan lo que digan –recuperando nuevamente las palabras de Paco– los tangos de Cedrón me parecen muy buenos. Y además, canta como un campeón.

viernes, 3 de diciembre de 2010

Carta a las compañeras y compañeros del Bachillerato Popular Roca Negra

Carta a las compañeras y compañeros del Bachillerato Popular Roca Negra

POR: Mariano Pacheco

Un gran escritor argentino –Ricardo Piglia– supo escribir alguna vez que el final era lo que otorgaba sentido a la experiencia. Lo decía a propósito del cuento. Y precisamente, por un cuento (así lo viví entonces), es que me acerqué a formar parte del equipo docente del proto-bachi, hace de esto ya tres años. Y digo cuento, porque a eso me sonó cuando me dijeron que se iba a construir un colegio secundario, allí, en el predio que alguna vez había logrado expropiar el Movimiento de Trabajadores Desocupados de Lanús, tras intensas luchas y calurosas y friolentas jornadas de trabajo autogestivo, para hacer de esa vieja fábrica abandonada una nueva fábrica de trabajo para los sin trabajo.
En fin, en ese predio comenzaron las clases en marzo de 2008 y ahí estuve, con la tropa de voluntariosos que, sin cobrar un salario por sus tareas, apostaban de todas formas a la construcción de ese espacio de educación, de creación, de lucha y organización. Esas primeras semanas fueron de las más felices de mi vida. No podía creer que, cinco años antes, yo mismo estaba ingresando en un colegio de adultos para terminar el secundario que alguna vez había abandonado. ¡Y ahora me encontraba dando clases! Por supuesto, durante 2004-2005, cuando cursé los dos años que me faltaban, el humor social y los medios empresariales de comunicación no hacían más que demonizar esa increíble experiencia de los movimientos sociales que, apenas unos años antes, eran una novedad saludada por amplios sectores de la sociedad, incluidos algunos de esos medios de comunicación. Por eso vi con tan buenos ojos que desde el movimiento surgiera una iniciativa de ese tipo.
Las primeras veces que llegué al Bachi de Roca (así comenzamos a decirle, todas y  todos y diré todas y todos una sola vez, porque sino la redacción se torna insoportable, a pesar de que reconozca el componente machista de la gramática occidental), decía, las primeras veces que ingresé al predio, no podía dejar de mirar los bloques de cemento que aparecían por distintas partes. Y me acordaba de Darío Santillán, ese amigo, hermano, compañero con el que tantas alegrías y enojos y luchas y debates y discusiones y peleas tuvimos, como tendríamos de ahora en más entre los integrantes de esta nueva experiencia. Me acordaba de Darío no sólo por los bloques, sino también por esta apuesta educativa. Algo que pocas veces se recuerda, aun entre los que compartimos un tramo del recorrido de batallas con él, es que había sido (Darío) un muy buen estudiante. Y que apenas terminó el secundario fue corriendo a anotarse en un profesorado de historia, allí, frente al Piedrabuena, en San Francisco Solano. Nunca empezó. Ese año (2000) el país comenzó a verse envuelto por una oleada de luchas de las que Darío decidió ser protagonista...
Si menciono todo esto es porque la imagen de Darío está presente en el predio de Roca por todas partes, porque allí trabaja su hermano Leo (“el Pelado”), al que todos vemos cuando entramos, junto a su compañera y su hijo, atendiendo el kiosquito. Y porque pienso que, de no haber sido asesinado, seguramente se hubiera prendido (al menos por tiempo, porque así suele ser: uno asume tareas un tiempo en un lugar, otro tiempo en otros), decía, seguro que Darío se hubiese anotado para dar alguna materia en el bachillerato, tal como se anotó alguna vez en los equipos de Educación Popular que desarrollaban tareas de formación en el MTD.
Pasaron tres años y se egresa la primera camada de estudiantes. Algunos, compañeros de Darío. Otros, vecinos que se arrimaron con algunas desconfianzas y muchas dudas (seguramente) y que hoy tal vez se lleven de esta experiencia otra imagen de lo que esos medios empresariales de comunicación “vendían” (ahora, luego de las clases de taller de comunicación ya lo saben: la información es un mercancía más en la sociedad) de ese cuco al que llamaban (muchas veces con desprecio), “los piqueteros”.
Han pasado tres años y es este final el que otorga sentido a esta experiencia. Y abre nuevos horizontes. Lo más importante, para todos es, de todas formas, que se llevan el título secundario. Y sí, para eso se acercaron, todos y cada uno de los estudiantes. Y tal vez, ese simple papelito haya sido el móvil de algunas transformaciones imperceptibles en la vida de cada cual. A mí, por lo menos, terminar el secundario me permitió conseguir un trabajo mejor. Anotarme en la universidad, comenzar una carrera. Ojalá muchos de ustedes sigan estudiando. No sólo por lo que puedan conseguir de mejor en la vida, eso tal vez ahora ya no sea tan importante, sino para ustedes mismos. La lectura, el estudio (en mi caso la literatura, pero puede ser cualquier otra cosa), abre caminos insospechados. Muchas veces nos hace reflexionar, ser mejores personas, descubrir mundos que sólo la imaginación que dispara la lectura puede provocar. Y ya saben, para leer no hace falta plata, sino ganas. “Culo en silla”, como me dice siempre mi maestra Andrea Gallegos.
Han pasado tres años y ya no doy más clases en el Bachi. De todos modos, siempre me llegan las novedades a través de Diana, mi compañera (su “profe” de organización comunitaria). Espero que Malena (la hija que esperamos y que nacerá en marzo del próximo año, cuando ustedes ya no estén en el aula y, en su lugar, haya otros nuevos), decía, espero que nuestra hija crezca en un país, en un mundo menos egoísta, menos mezquino, más justo, más solidario, más libre. En fin, en un mundo más parecido al que fuimos gestando estos años en el Bachi.
Disculpen la extensión, pero las emociones fuertes es difícil expresarlas en pocas líneas. Un abrazo para todas, para todos. Y no olviden las palabras de Roberto Arlt, ese que vimos en las clases de Lengua y Literatura de primer año (ese que a muchos, ya lo sé, no les gustó nada). Arlt decía, no sé si recuerdan: “El futuro es nuestro, por prepotencia de trabajo... El porvenir es triunfalmente nuestro. Nos lo hemos ganado con sudor de tinta y rechinar de dientes”. El título que tienen entre manos es también parte de esa prepotencia de trabajo... y de estudio. ¡Ustedes se lo ganaron! ¡Felicitaciones!

Valentiín Alsina, 3 de dciembre de 2010

martes, 30 de noviembre de 2010

El Gran Turco y La Otra Argentina

La Villa es una novela del literato César Aira, editada por EMECÉ a mediados de 2001, aunque el autor fecha el texto tres años antes. De hecho, esas son las últimas marcas de la tinta negra sobre el blanco papel: “29 de julio de 1999”. Cuando me muera quiero que me toquen cumbia. Vidas de pibes chorros es un texto de non fiction del periodista Cristian Alarcón, editado por NORMA a mediados de 2003. Entre santos, cumbias y piquetes. Las culturas populares en la Argentina reciente, es una compilación de una docena de ensayos, coordinados e introducidos por Daniel Míguez y Pablo Semán –ambos doctores en antropología– editada por BIBLOS a fines de 2006. Quisiera detenerme en estos tres libros, editados en tres momentos distintos de la Argentina, pero que sin embargo abordan un mismo período y desde una visión bastante similar. Si quieren, un detenerse en estos textos a modo de reseña, de comentario; aunque no tanto…
 Radiografía la patria menemista

“El siglo XVIII aun no comprendía, en la misma medida en que lo comprendió el siglo XIX, la identidad existente entre riqueza nacional y pobreza popular”.
Karl Marx, El capital (tomo I, vol. 3)

“Cuando sale del trabajo, Homero viene pensando/ que al bajar del colectivo, esquivará algunos autos/ cruzará la avenida, se meterá en el barrio/ pasará dando saludos y monedas a unos vagos/ Dobla en el primer pasillo y ve que va llegando…”
Viejas locas, Homero.


I


En los últimos años, diversos registros abordaron la cuestión de la marginalidad, la pobreza y pauperización de los trabajadores en nuestro país y, de la mano de este proceso socio-económico y político, los cambios que acontecieron en la cultura de “los de abajo”. No cabe duda que dentro de la clase que vive del trabajo –para usar un término del brasilero Ricardo Antúnez– el sector más golpeado por la implementación del modelo neoliberal ha sido aquél que habita en las periferias de los grandes centros urbanos. Todos aquellos, todas aquellas que, mientras sus pares explotados paraban la olla a costa de un trabajo cada vez más precarizado, que les insumía cada vez más horas de sus vidas, ellos, ellas –decía– se vieron empujados a situaciones de pobreza extrema. A ese abismo que algunos cientistas sociales han llamado la descomposición del tejido social; la ruptura de los lazos. Aunque muchas veces parezca lo contrario, algunas vertientes de las ciencias sociales, el periodismo y la literatura han dado cuenta de este proceso.

Unos de esos textos ha sido el de Alarcón, que logra combinar lo mejor de la crónica periodística con lo mejor de la tradición abierta por Truman Capota al publicar A sangre fría, allá por fines de los 50.

Conurbano norte, a unas 15 cuadras de la estación de San Fernando. Víctor Manuel Vital, “El Frente”, un pibe chorro de 17 años es fusilado por un cabo de la policía bonaerense cuando se está entregando para conservar su vida. Alarcón se mete en La San Fernando, La 25 de mayo y La Esperanza para reconstruir aquel asesinato del 6 de febrero de 1999. Pero al hacerlo, retrocede algunos años, en los cuales da cuenta del tránsito de los ladrones a los bardos. Se mete en las villas, con sus pibes chorros, sus tranzas y sus buches. Sus historias de presos, sus modos de sobrevivencia, sus creencias, sus festejos y sus desgracias. Mientras en la ciudad proliferan los hipermercados y las casas de electrodomésticos, en las barridas se multiplican los kiosquitos que venden de todo (incluido, por supuesto, los sanguches de mila completa), y los remises. Hay símbolos sociales muy explícitos de este proceso: realitys como Gran Hermano y programas como Video Match, por citar sólo ejemplos de la T.V.

Hay tres figuras fuertes –además de la central del Frente Vital– que Alarcón hace aparecer en su relato y que quisiera rescatar: la de La abuela, la Mai ubanda, a través de quien habla (en Portugués) el espíritu de una “Africana”; la de El Sapo, uno de esos dealer, a través de quienes las drogas llegaron a la villa (los porros y la merca, pero también las pastillas, las Rohinol, las Rophi –como le dicen los pibes– con las que preparan “la jarra loca” mezclándolas con vino). El Sapo es presentado como uno de esos “ratas” que se ganan la plata quedándose en la villa, mientras los pibes salen a robar para darles de comer. Un “tranza”, que arregla con la policía, informándole muchas veces sobre los movimientos de los pibes chorros. Por último, la figura de Daniel, un joven cartonero que la impunidad de un país en el que proliferan los countries le arranca la vida. La historia de este adolescente de 14 años, seguramente, es la más desgarradora. Daniel es el menor de de cuatro “hermanos chorros”. Se dedica a hurgar la basura. Hurgar la basura. Una frase que también aparece en la novela de Aira: “la gente no se dedicaba a hurgar la basura por vocación, o mejor dicho: habría bastado un pequeño cambio socioeconómico para que esa misma gente hiciera otra cosa. ¡Pero resultaba que ahora hacían precisamente eso: hurgar en la basura!”.

La historia trágica de Daniel culmina cuando se asoma (“un segundo”), por la ventanilla del tren blanco (asignado sólo a cartoneros). Es ahí cuando una viga de hierro, de esas que la empresa coloca para que nadie, absolutamente nadie, ingrese a la estación sin pagar su boleto, le revienta la cabeza. Todos gritaron y golpearon el piso –cuenta Alarcón– para que el maquinista frenara. Pero no: el tren blanco –que ni freno de mano tiene– no para en San Isidro. Tren que estaba hecho –según se describe en el libro– “para los privados de todo derecho. El vagón en el que viajan pagando sin excepción cada uno su boleto es un desperdicio de los viejos trenes al que se le quitaron los asientos para convertirlo en un depósito de los indeseables que de otra manera molestarían con sus carros a cuesta a los pasajeros. Sin vidrios en las ventanas, sin luz, los vagones funcionan, al decir de los maquinistas, fuera de toda legalidad”. Cuando llegaron a San Fernando pidieron una ambulancia… que tardó 20 minutos en llegar.

Alarcón remata: “El único de los hijos de Matilde que no había pisado el camino del delito agonizaba por culpa de un golpe de la misma exclusión que había provocado todas las balas de las que se salvaron sus hermanos”.

Es la situación de los nuevos pobres de la Argentina. La contracara de la opulencia de los nuevos ricos, los que comen piza y la acompañan con champagne. La historia de los indigentes, aquellos que ya ni siquiera califican para pobres, que ya ni siquiera son mano de obra barata para la explotación del capital. De allí que Aira sostenga: “¿Qué pobres? Señor, ésa es una palabra antigua. Antes había pobres y ricos. Ahora ese mundo desapareció, y los pobres se quedaron sin mundo. Por eso mis patronas dicen: ya no hay pobres… Ya no existe el viejo mundo de las recompensas y los castigos. Ahora es cuestión de vivir nada más. No importa cómo”.

II


En ese trajinar de changas, cirujéo, cartoneo, delito y esperar-a ver-que-pasa, se va tejiendo una de las transformaciones más radicales en la dinámica cotidiana de los de abajo. Junto con el cambio en la estructura económica, en las instituciones políticas, también van a operarse una mutación en el proceso cultural. De los de arriba y de los de abajo. Es estos últimos van a detenerse los ensayos compilados por Míguez y Semán, quienes sostienen que no hay por qué describir la producción simbólica de los subalternos con las categorías de las clases dominantes. De allí que los trabajos de una docena de autores busquen dar cuenta de la significación, para los sectores populares, de los nuevos fenómenos que van emergiendo: la cumbia villera; el rock chabón; las identidades futbolísticas, carcelarias y delictivas; la santificación popular como el caso Gilda; la crisis de la familia tradicional y de la división sexual del trabajo a partir de la desocupación masiva y el nuevo rol que ocupa la mujer en la lucha por la subsistencia; la emergencia de los comedores comunitarios y las luchas del movimiento piquetero; el clientelismo y el surgimiento de legítimos liderazgos populares que cuestionan la lógica clientelar; la pérdida de hegemonía del catolicismo y la proliferación de múltiples “instituciones” como la Iglesia Evangelista, la Universal y tantas otras más; la diversificación de las ONG que buscan aplicar medidas focalizadas para la crisis, entre otros tantos temas que han aparecido como rasgos distintivos de este nuevo ciclo histórico.

Proceso en el cual se buscan, muchas veces, soluciones del tipo “baja en la edad de imputabilidad”, sin reparar en que estos problemas estructurales no pueden paliarse con medidas que profundicen la brecha ya no entre quienes tiene y quienes no tienen, sino entre quienes tiene muy poco y quienes ya no tienen nada. Ciclo histórico que golpea no sólo en las condiciones materiales de existencia, sino también en las representaciones simbólicas. Porque el hambre genera desnutrición, enfermedades de distinto tipo, resta fuerza biológica a la sociedad –según ha destacado la psicoanalista argentina Silvia Bleichmar en su artículo “Las formas de la realidad”-, pero “la representación de la pauperización con la cual miles de seres humanos buscan comida en bolsas de basura a las puertas de supermercados vallados repletos de alimentos genera desesperación o desesperanza, dolor o furia homicida”. Esa furia que a veces se expresa en revuelta y ación colectiva; y otras veces, en degradación de los lazos sociales.

En fin, de este ciclo histórico neoliberal no han estado ausentes ciertas expresiones de la cultura. Por suerte, no todo ha sido producción-basura, como tantas y tan malintencionadas veces se pretende presentar el período. Como alguna vez expresó Michel Foucault, donde hay poder, hay resistencia. También aquí, durante la argentina menemista, hubo resistencia cultural. Por supuesto, también hubo de la otra.

domingo, 7 de noviembre de 2010

Reseña del libro de M.Lowy...

La teoría de la revolución en el joven Marx- Michael Löwy
Herramienta ediciones- Editorial El Colectivo. Buenos Aires, agosto de 2010.
Por Mariano Pacheco para Revista Sudestada


Reeditado recientemente en Argentina (nuevamente, en realidad, ya que había sido reeditado en 1997), este libro publicado inicialmente en 1970 tiene la gran virtud de intervenir ahora en un contexto de debate de ideas a nivel mundial bastante distinto al de hace una década y media. Si entonces los apologistas del capital decretaban (otra vez, como a principios del siglo XX), la “muerte del marxismo” (y con él, la muerte de la historia, de la luchas de clases), por estos días -tras una descomunal crisis financiera internacional-, las ideas subversivas, los planteos revolucionarios de Karl Marx cobran un nuevo impulso. Impulso que, sin dejar de sostener la invariable comunista (la autoemancipación de las mujeres y hombres que viven del trabajo), no mira para el costado a la hora de revisar las apuestas y experiencias de décadas anteriores, que condujeron, entre otras cosas, al stalinismo.
De allí que el aporte de Löwy sea fundamental para continuar revisitando los planteamientos centrales de Marx a la luz de las luchas y los procesos de organización que los de abajo se vienen dando en distintos lugares del mundo en la actualidad (sobre todo en Nuestra América), donde la idea de socialismo se ha reinstalado nuevamente entre amplios sectores de nuestros pueblos. Enrolado en el legado comunero, que pone el foco en el proceso de autoorganización de la clase en sus luchas, el autor se inscribe, asimismo, en el legado abierto por el capítulo 6 inédito del tomo I de El capital. Ese que “suelda” el joven y el maduro Marx; el que sostiene que el modo de producción capitalista no es sólo producción de mercancías, sino fundamentalmente producción de plusvalor. Afirmación que conduce al corazón mismo de la teoría marxista de la revolución comunista: no es posible modificar o “reformar” el sistema. Desde esta perspectiva y tal como remarca el propio autor en la introducción a la edición inglesa: “la teoría de la revolución del joven Marx sigue siendo la mejor brújula para conocer el propio camino en el actual y confuso panorama histórico”.

martes, 19 de octubre de 2010

Wong Kar Wai y Manuel Puig


Publicada en Revista Sudestada, octubre de 2010
Cruces entre literatura argentina y cine oriental


“Para cambiar nuestra sociedad, lo que funciona mucho más [que el cine] es gente que sabe hablar; los grandes oradores o los rifles...”
Werner Herzog

¿Qué pueden tener en común, un narrador argentino como Manuel Puig y un cineasta chino como Wong Kar Wai? Más allá de que ambos eran homosexuales, a primera vista, parecen no tener nada que los una. Y sin embargo, los une una pasión cruzada: Puig solía mostrar su “videoteca” cuando le preguntaban que leía; y Wong Kar Wai supo declarar, ante la pregunta por sus influencias cinematográficas, que Puig fue uno de sus principales referentes en cuanto a fuentes de inspiración narrativa. Un breve recorrido por dos creadores un poco incomprendidos por la izquierda y, seguramente también, un poco injustamente tildados de esteticistas.
Con ánimo de amar (2000) y 2046, los secretos del amor (2004) son los dos films que llevaron a que Wong Kar Wai lograra un reconocimiento a nivel internacional. Alguna vez, el Cine Club Eco que se encuentra sobre la calle Corrientes, en la Ciudad de Buenos Aires, proyectó un ciclo con toda su obra. Actualmente, algunas de sus películas pueden conseguirse en los videos club y, por supuesto, buscando en internet, ¡todo se encuentra!
Cuando debutó en la televisión local, a los 19 años, seguramente no imaginó que rápidamente se convertiría en asistente de producción. Mucho menos que sería, a la brevedad, guionista de películas y series televisadas.
Su ópera prima, Wong gok ka moon (As Tears Go By o El fluir de las lágrimas), es de 1988. Le siguieron Dung che sai duk (Ashes of Time o Cenizas del tiempo), y Chungking express en 1994; A-Fei Zhengchuan (Days of Being Wild o Días salvajes), y Duo luo tian shi (Fallen Angels o Ángeles caídos), en 1997.
Wong Kar-Wai nació en Shanghai, en 1958. En 1964 se mudó con sus padres de la China Comunista hacia Hong-Kong. Tenía cinco años y el dialecto que se hablaba en su nueva morada era diferente al que él conocía. Se le hizo difícil hacer amigos. Quizás por eso pasaba las tardes en el cine, junto a su madre. Este dato, aparentemente anecdótico, es sin embargo fundamental para su futura estética cinematográfica. También era común que el niño Wong acompañara a su madre por los bares de la ciudad, donde escuchaban música latina. “Cuando era niño –recordará años mas tarde– no sabía qué era un bolero, pero ya entonces me fascinaba. Yo los encontraba divertidos, y el ritmo me gustaba mucho. La música latina es muy creativa...”.
Años mas tarde, muchos de sus personajes que optarán por la soledad y el aislamiento, serán acompañados por boleros como música de fondo. Esto no tiene, sin embargo, que hacernos creer que su mirada sobre el hombre es pesimista. “Es verdad que mis personajes están terriblemente solos, pero quieren dejar de estarlo. Buscan desesperadamente algo: lo malo es que lo que buscan ya pasó. Ahí surge la nostalgia, la culpa y el dolor...”. Lo que en el fondo le preocupa a Wong son los sentimientos del Hombre. “Nosotros queremos saber qué les ocurre a esas personas que no se encuentran nunca...”. Por eso, ver una película de Wong Kar Wai es una experiencia que nos traslada a una apertura de la sensibilidad, tanto estética como visual. En su cine no hay grandes historias, ni un desarrollo complicado de argumentos. No es que desprecie los relatos: de hecho trabajó como escritor durante diez años. Pero, según él mismo ha declarado, “la historia es una parte de la película, pero una película no es solamente una historia”. Por eso sus guiones son apenas borradores. Filma y filma, y después, recorta, y ahí ve que es lo que queda.
En su universo, todo está teñido por la nostalgia de la temporalidad, del transcurso del tiempo donde el presente se plantea como algo perecedero. Es como si el quiénes hemos sido, quiénes somos y seremos, se planteara como una constante, una suerte de metafísica del tiempo que se escurre. Por eso, quizás, es que pueda parecernos que estamos siempre frente a la misma historia. De hecho, en varias películas, existe una continuidad, a través de personajes que se repiten. Aunque la conjugación de música, colores y planos es, seguramente, el lugar donde reside su mayor fuerza. En cuanto a la música, Wong dirá que la manera de utilizarla en sus películas es muy impresionista; que cada capítulo o cada historia tienen su propia banda sonora y que cuando escribe, tiene la música en la cabeza. La introducción de música latina (el bolero), y la preeminencia de colores según el film, será una de sus marcas personales. Si en Días salvajes prima el verde, en 2046 y Con ánimo de amar el color predominante será el rojo.
Uno de los últimos film en esta línea fue Eros (2004, protagonizado por Chang Chen y Gong Li), un corto difundido junto con otros de Michelangelo Antonioni y Steven Soderbergh. En 2008, las pantallas de Buenos Aires proyectaron My blueberry nights (El sabor de la noche), una excepción dentro de su obra, por sus características claramente occidentales (es su debut en lengua inglesa y la historia transcurre en gran medida sobre la Ruta 66, en Estados Unidos), aunque es justo remarcar que mantiene algunos de sus históricos movimientos de velocidad (aceleramiento y desaceleramiento), un entone musical acompañando la historia (esta vez con blues, jazz y country), y una fotografía que no tiene nada que envidiar a sus anteriores obras.
De todos modos, su acercamiento más concreto a nuestra cultura (occidental) ha sido a través de Happy Together, Felices juntos, filmada en Buenos Aires en 1996, basada en una de las historias de Puig (The Buenos Aires Affair), uno de sus principales referentes narrativos, como ya se ha señalado.
Publicada en 1973 e inmediatamente censurada, la tercera novela de Puig fue a parar a la lista de libros prohibidos por el gobierno justicialista. Luego, y tras recibir varias amenazas telefónicas, emprende un extenso viaje por distintos países, desde los cuales va a continuar su producción: El beso de la mujer araña, en 1975 (la novela en donde un preso común le cuenta películas a un preso político); Pubis angelical, en 1979; Maldición eterna a quien lea estas páginas, en 1981. Ese mismo año y viviendo en Brasil, escribe su última novela: Cae la noche tropical. Luego de haber viajado por Estados Unidos, Brasil, Italia, entre otros sitios, se topa con la muerte en México, el 21 de julio de 1990.
Manuel Puig -nacido el 28 de diciembre de 1932 en el pueblo bonaerense de General Villegas- destacó alguna vez que, al igual que Won Kar Wai, solía acudir al cine, junto a su madre. El machismo –típico de la época, pero sobredimensionado en un pueblo como el que habita- se le presenta al niño Puig como una sofocante normalidad. De allí que sus por lo menos cuatro visitas semanales al cinematógrafo, aparezcan como lo otro al cotidiano, que estimula su imaginación. Ya de grande, si bien tuvo un paso por las facultades de Arquitectura y Filosofía y Letras, lo suyo, claramente, se fue perfilando para el lado de la narratividad cinematográfica. Que se haya destacado como escritor no contradice la frase precedente, ya que la narratividad Puig está teñida, entremezclada por el mundo cinematográfico. En 1968 aparece–producto de un guión fallido- su primera novela: La traición de Rita Hayworth. Continúa su producción, en 1969, con Boquitas pintadas (donde el género epistolar inunda las páginas), que lo llevará al reconocimiento internacional.
Novela rosa, psicoanálisis, radioteatro, folletín y cine, retazos a partir de los cuales Puig supo, contra viento y marea, hacerse un lugar en la historia de nuestra literatura nacional, e internacional. Tanto, que ha llegado hasta la otra punta del planeta. Hasta las lejanas tierras del cineasta Won Kar Wai, quien supo declarar: “El escritor argentino Manuel Puig inspiró mi forma de contar”.

lunes, 27 de septiembre de 2010

Contraviento y marea



A las 21.25 horas del viernes 17 de septiembre de 2010, cuando se abrieron las puertas del Anfiteatro del Bauen (hotel recuperado por sus trabajadores, ubicado en pleno centro porteño), los percusionistas de Contraviento (un grupo musical de la zona sur del Conurbano Bonaerense), entraron al lugar junto al público, como quien encabeza una movilización, dando inicio así a lo que cualquier crítico cultural se apresuraría a clasificar como un show.


Notas sobre Es-Cultura Popular

“Nosotros contra la democracia burguesa/contra/contra/contra la demagogia burguesa/ contra la pedagogía burguesa/ contra la academia burguesa/Contra/contra/contra…”
Raúl González Tuñón, Las brigadas de choque

“No a lo que comen, no a lo que leen, no a lo que tienen metido en la cabeza…”
David Viñas, Los dueños de la tierra

De la calle al escenario y viceversa. Tal la dinámica de Contraviento, el grupo de rock, folclore, murga, hip hop... integrado por Marcial en guitarra, quena y voz, Joaquín en bajo, Orlando, Aguja y Tito (ex violero de La bersuit vergarabat) en guitarras, Anita en teclado, Facundo en batería, Lautaro, Carlos y Juan en percusión y el trío de voces femeninas compuesto por Olga, Meme y Vanesa (al que se le suma el coro-rap de Arón).
Algunas veces, las canciones de su repertorio van de la sala de ensayo a las movilizaciones y pasan a ser coreadas como cánticos de protesta. Otras, esas consignas surgidas al calor de los neumáticos encendidos sobre el asfalto de las rutas, en las barricadas, fueron escuchadas luego –arreglos estilísticos mediante– en sus recitales. Porque si bien es cierto que Contraviento es una banda de música, también es cierto que se la pasan buscando tender puentes con otras disciplinas, mezclar la música con plástica, las artes visuales, la poesía... Una banda de música, sí, pero algo más que eso: “una banda de compañer@s”, como ell@s mismos se definieron alguna vez. Compañer@s en el sentido fuerte del término. Porque si hay algo que caracteriza a casi tod@s l@s integrantes de la banda, es el compartir. Y no sólo el juntarse para ensayar y tocar en los recitales (cuestión común en cualquier conjunto musical) sino también juntarse para compartir las actividades de militancia. Las que se convocan desde el Frente Popular Darío Santillán (que la mayoría del grupo integra) pero también, las organizadas por otras fuerzas políticas y culturales, donde suelen asistir sin andar dándole muchas vueltas al asunto.
Una banda… decíamos. Tal vez podamos hablar de los integrantes de Contraviento como los integrantes de una manada. Intensidad nómade. Puro movimiento.
Con la flauta de Dioniso. Si bien Marcial ya pasó los 50 años, parece que tuviera la mitad. Toca la guitarra, pero sobre todo, la quena. Ha participado en talleres barriales de murga y de plástica, aunque lo suyo siempre fue la música. Cuando comenzó con los talleres, los primeros que lo siguieron fueron sus sobrinos Camilo, Juan y Facundo. Tenían por entonces 4, 10 y 11 años. Fue a principios de 2001. Siempre con la quena, junto con su hermana Olga y su cuñado Orlando, fue adaptándose a su vuelta a Buenos Aires. Regreso que no le debe haber resultado nada fácil. No después de 18 años...
Instalado en San Clemente del Tuyú desde 1982 –luego de un breve paso por Brasil–Marcial trabajó de artesano, de alfarero, y por supuesto, de músico. Allí participó –junto con otros colegas– de la fundación de la Escuela de Bellas Artes de San Clemente y, más tarde, del primer colegio secundario con orientación en artes de la zona. Realizando talleres didácticos, enseñando las notas musicales a los niños, así fue parando la olla durante todos esos años. Si se fue de la gran ciudad escapando un poco de la locura del rock and roll del período de finales de la dictadura (según alguna vez me contó), ahora volvía para sumergirse nuevamente en la locura, pero esta vez de otro carácter: la de un Buenos Aires y un Conurbano desquiciados, sacudido por la insubordinación de los piquetes y el hastío que meses más tarde se expresaría con el ruido de las cacerolas. Desde entonces, Marcial -con su quena- pasó a ser un símbolo de un sector de luchador@s sociales de la Argentina: l@s de la Nueva Izquierda Autónoma.
Intermedios. “Queremos dejar testimonio/ que vivimos/ que somos/ que las luchas de nuestros pueblos hermanos/ no nos son ajenas/ y que integrados en abrazos sin mucha tecnología/ son nuestra poesía rústica”. Con este extracto de “Ante posibles distorsiones”, el poema del militante revolucionario Eduardo “Carlon” Pereyra Rossi, el presentador dio paso al escenario a Mari y Grillo, que se hicieron cargo del bloque titulado “Nuestra América”, en una semana cargada emotiva y simbólicamente por una serie de conmemoraciones: a un día de la masiva movilización por el aniversario 34 de La noche de los lápices; a 37 años del derrocamiento del presidente socialista Chileno y a 4 años de la desaparición (en democracia), de Jorge Julio López, testigo clave en los juicios contra los militares genocidas. Dos mujeres recitando, con una potencia estremecedora, dos poemas: “Tengo”, del cubano Nicolás Gullén y “Salvador Allende”, del compatriota Vicente Zito Lema. El otro bloque estuvo a cargo de Solana, Mechi y Angi, del grupo Que trama, que convidaron a los presentes con sus pasos de danza contemporánea.
Un piquete a la ignorancia. Con esa consigna, durante el verano de 2004, Contraviento impulsó una seguidilla de actividades en Matrix, un centro cultural ubicado en la zona de Constitución. “Las jornadas” fueron un foco de encuentro para escuchar música, ver videos y películas, montar ferias con los productos de los proyectos productivos autogestionados de los movimientos sociales. Encuentros para compartir, para continuar amasando un arte para el cambio social; un arte que, a su modo, también, funcione como el piquete de los movimientos, pero esta vez, alterando la circulación de símbolos. Así comenzó un poco el historial de este tipo de arte que comenzó a desarrollarse en los talleres de las barriadas y en el piquete, en la movilización.
Porque siempre que hubo acciones directas Contraviento estuvo ahí. Fueron parte de la recuperación de la Estación Avellaneda y su reapertura como Estación Darío y Maxi; de la conformación (en la misma estación), del proyecto de arte popular bautizado como Es-Cultura Popular, donde decenas de artistas han aportado sus obras a este bastión simbólico de los movimientos sociales. Fueron parte, asimismo, de las actividades organizadas en repudio por la masacre de Avellaneda: los 26 de cada mes en la Estación Darío y Maxi o en Puente Pueyrredón; en Lomas de Zamora, en 2005, cuando comenzó el juicio a Fanchioti y el resto de policías que ejecutaron los disparos con balas de plomo en la represión del 26 de junio de 2002, en la denominada Masacre de Avellaneda, donde fueron heridas más de 30 personas y en la cual asesinaron a Maximiliano Kosteki y a Darío Santillán. Fueron parte, también, del “acampe” organizado frente a los Tribunales y de la puesta en escena (allí mismo) de la obra teatral La pasión del piquetero, escrita por Vicente Zito Lema y dirigida por Coco Martínez, recientemente reeditada por la Editorial El Colectivo.
En las calles, en los lugares de enseñanza y en los barrios. Contraviento y marea, organizando actividades en el Comedor Popular “20 de diciembre”, del MTD-La Cañada, en Quilmes, o en el Instituto Nacional de Arte –IUNA–, donde impulsaron, junto con estudiantes del lugar, la autodenominada Es-Cultura popular, ¿Cátedra? (realizada en 2008 y 2009). Siendo parte de espacios culturales más amplios, como aquél que impulsó las murgas para las movilizaciones de los 24 de marzo: Los muertos de hambre, en 2006; La Vaca, Videla y el Pingüino, en 2007; y el Pulpopular, inaugurado en la marcha por la defensa de los recursos naturales y la soberanía alimentaria, en septiembre de 2007. O ese otro organizado por el Equipo de Educación Popular Pañuelos en Rebeldía, que desde 2005 viene realizando los Cabildos de juegos.
Acciones, todas éstas, que no impidieron que la banda se suba a escenarios a tocar. Hubo varios recitales en estos años, pero algunos de ellos han marcado ya la historia del grupo: en 2005, cuando tocaron en Quilmes junto con Arbolito, y en la puerta del Pale de Glace, cuando a través de León Ferrari, las obras plásticas realizadas con motivo de la masacre de Avellaneda pasaron de los espacios sociales y de lucha a los de la institución-museo. O esos otros realizados en el Centro social y cultural Olga Vázquez, en la ciudad de La Plata, o en el Predio recuperado Rocanegra, en Montechingolo (Lanús). También los realizados en la puerta de la ex Estación Avellaneda en distintas oportunidades (en 2008, por ejemplo, junto a Resistencia suburbana).
Por último, quisiera destacar que Contraviento inspiró el surgimiento de otras bandas de música que tratan de estrechar vínculos entre el arte, la lucha popular y la vida cotidiana: La huella en el sur del Conurbano; Cumpas del barrio en la Ciudad de Buenos Aires y Condenadas al éxito en la de La Plata, entre otras.
Contraviento y el Arte por el Cambio Social. Con este título, alguna vez escribimos con Miguel Mazzeo unos “Apuntes para un manifiesto”. Los apuntes quedaron en eso, pero la experiencia de arte por el cambio social no dejó de proliferar por aquí y por allá en estos años, en distintos lugares del país. Contraviento ha sido una más de estas experiencias. También, como se ha remarcado, una de las pioneras. Una experiencia surgida desde abajo, al calor de la lucha por mejorar las condiciones de vida de los de abajo y en los intentos por encontrar nuevos caminos de transformación radical de la sociedad (“Revolución, socialismo y revolución”, como cantan ellos).
Contraviento supo aportar esa alegría necesaria para enfrentar las pésimas condiciones de vida en la cual nos hemos visto sumergidos durante años y las dificultades que la lucha por cambiar esas situaciones nos han presentado. Artistas y militantes, varios de los integrantes de Contraviento viven hace décadas en la misma barriada.
Conocí a algunos de ellos en agosto de 1997, cuando se realizaron uno de los primeros cortes de ruta en el Conurbano Bonaerense. En el marco de un paro activo nacional, el cruce de Florencio Varela y el del Triángulo de Bernal fueron bloqueados. A pocas cuadras de “El Triángulo”, ahí nomás del cruce de las Avenidas Calchaquí y Zapiola (a menos de una hora de colectivo, si uno se toma –por ejemplo– el 148 en Plaza Constitución), se encuentra el barrio La Cañada, donde nació Contraviento y donde todavía ensayan. Frente a la sala de ensayos de Contraviento, en diagonal, se encuentra la Plazoleta 22 de agosto y, enfrente, un mural en homenaje a los desaparecidos del barrio. El barrio por donde andaba siempre Eduardo “Roña” Beckerman, el militante Montonero, referente de la Unión de Estudiantes Secundarios (UES), secuestrado y asesinado por las TRES A (La Alianza Anticomunista Argentina) el 22 de agosto de 1974, luego de que terminara una reunión preparatoria de las actividades conmemorativas por los dos años de la Masacre de Trelew (el fusilamiento de militantes de las principales organizaciones armadas luego de que algunos de sus pares lograran evadirse de la cárcel de Rawson). Plazoleta y mural que fueron fundados por algunos de los integrantes de Contraviento.
Contraviento, la banda musical con la cual hemos compartido tantas cosas juntos, durante todos estos años, tocó en el Bauen. Y grabó allí los primeros temas de su primer disco (CD, se dice ahora). Somos muchos los que esperamos la salida de ese disco. Para tener la música de Contraviento, ahora también, en nuestras casas. Para poder regalarla y que muchos otros conozcan a esa “banda de compañer@s” con la cual venimos intentando, colectivamente, destruir fetiches y gestar nuevos mitos. Mitos que continúen alimentando los procesos de resistencia y abriendo el camino hacia el cambio social.

miércoles, 8 de septiembre de 2010

Reseña de Bleichmar en Revista Sudestada


La subjetividad en riesgo (Segunda Edición), de Topía editorial (2010)

Por Mariano Pacheco- Revista Sudestada (septiembre 2010)

La subjetividad en riesgo se publicó por primera vez en 2005. Esta una nueva edición (ampliada) cuenta con una introducción de Eva Giberti. El libro compila una serie de artículos publicados por Silvia Bleichmar entre los años 1996 y 2006, casi todos en Topía, una Revista de “Psicoanálisis, Sociedad y Cultura” –dirigida por Alejandro Vainer y Enrique Carpintero- que desde hace dos décadas viene aportando al debate en estos temas.
Los textos de este libro tienen la gran virtud de poner a funcionar los conceptos específicos del psicoanálisis en el campo de lo social. Es decir, Bleichmar acopla la narratividad psi con los problemas de la cultura y la política contemporánea, dando cuenta de los conceptos con brillante lucidez, sin dejar por eso de cuestionar aspectos del entramado freudiano que hoy se tornan insostenibles. Como buena psicoanalista (en sentido de rigurosidad y no moral), ha sido capaz de “matar al padre” y tramitar “el duelo”.
Bleichmar (1944-2007) estudió Sociología y Psicología en la Universidad de Buenos Aires y luego profundizó su formación en psicoanálisis en la Universidad de París VII. Su tesis doctoral estuvo dirigida por el reconocido psicoanalista francés Jean Laplanche. Fue docente en las universidades de Buenos Aires, la Plata y Córdoba, y también en México, Francia, Brasil y España.
La subjetividad en riesgo, un libro para leer, o releer. Para continuar “sosteniendo los paradigmas”, pero “desprendiéndose del lastre”, según palabras de la autora. Y continuar pensando los aportes que el psicoanálisis puede hacer en el camino de construir otra subjetividad: regida por otras lógicas que las impuestas por el capital.

martes, 31 de agosto de 2010

Territorios invisibles


NOTAS SOBRE EL TIZÓN ENCENDIDO
Si bien han publicado con anterioridad artículos en revistas y participado en compilaciones de libros, El tizón encendido. Protesta social, conflicto y territorio en la Argentina de la posdictadura es el primer libro de Fernando Stratta y Marcelo Barrera.

Ambos son jóvenes sociólogos egresados de la Universidad de Buenos Aires. Ambos, docentes e investigadores del CONICET, además de becarios del Centro Cultural de la Cooperación. Con prólogo de Miguel Mazzeo, este libro publicado por la Editorial El Colectivo tiene la virtud de intervenir en un doble registro. Por un lado, da cuenta de un saber específico, gestado en la academia (¡la abundancia de cuadros estadísticos da cuenta de ello!), pero por otro lado, aporta a un debate que se viene dando por fuera de los claustros universitarios, desde hace años, en la militancia popular de nuestro país: me refiero a la importancia del territorio en las reconfiguraciones de las identidades plebeyas de la clase trabajadora –del pueblo, de los de abajo o como sea que se llama a las mujeres y hombres que viven de su trabajo- que en las últimas décadas ha sido central en Argentina, pero también en el resto de América Latina.

Situados en la perspectiva de la sociología urbana –y tomando aportes de la geografía brasileña, para quienes espacio y relaciones sociales están estrechamente interrelacionados- Barrera y Stratta parten de la hipótesis de que el territorio es un espacio en donde se gesta un tipo determinado de organización económica, política y social. Y por tanto, el sitio en donde se libran batallas entre las clases. Enfrentamientos que son de carácter material, pero también simbólico. Así, el territorio es espacio, pero también temporalidad política, atravesada por los antagonismos de clase de la sociedad. Esta visión dinámica del territorio, por otra parte, los lleva a la definición de territorialidad neoliberal, dando cuenta de las mutaciones que ha sufrido el capital en las últimas décadas. Territorialidad que procede dividiendo zonas de inclusión y exclusión (los shoppings y las villas, son los polos más extremos que conviven en una ciudad como la de Buenos Aires, pero también podríamos pensar en la construcción de los countries y en el traslado obligado de los sectores más empobrecidos de la población hacia zonas periféricas, debido a los altos costos de los alquileres y la erradicación de villas).

El contexto desfavorable para los sectores populares en las dos últimas décadas es glosado y analizado con increíble profundidad y precisión. El aumento del desempleo en unos y el sobreeempleo en otros; las reformas estructurales del estado, la precarización laboral y el cada vez más importante rol que los medios empresariales de comunicación van a ir ocupando en la subjetividad popular son algunas de las estaciones en las que se detienen para dar cuenta de la profunda transformación (material y simbólica), que va a producirse en la vida de los trabajadores. Claro, todo esto no los lleva a la conclusión de que la clase obrera se ha extinguido, sino que ha cambiado su morfología a caballo de las transformaciones estructurales. Mutación que trae aparejada una “diversificación de la protesta social” y a una cada vez mayor centralidad del territorio (o del protagonismo de las organizaciones territoriales) en las luchas populares.

Otro de los ejes abordados en el texto es el de la tensión entre lo público y lo estatal, en un contexto en donde el retiro del Estado de ciertas funciones sociales fue muchas veces a favor del avance de espacios privados. Por supuesto, también dio pie a grietas en las cuales las clases subalternas gestaron dinámicas y ocuparon espacios con una lógica pública no-estatal o, al menos, en claro antagonismo con el Estado. Los piquetes y puebladas, las asambleas y recuperación de espacios comunitarios (y aun de trabajo, como es el caso de las fábricas abandonadas por sus patrones), fueron algunos de los ejemplos más notables en los últimos años. Las jornadas del 19 y 20 de diciembre de 2001, su símbolo más notable. De esta manera –y teniendo en cuenta que las “formas de lucha expresan también un tipo de organización concreta en los distintos momentos históricos”- Barrera y Stratta pasan revista a las tomas de tierras a partir de las cuales se construyeron barriadas enteras durante la década del 80 y a la emergencia de los movimientos de trabajadores desocupados (las distintas expresiones del “Movimiento Piquetero”) durante la de los 90, sin dejar de remarcar que en casi todas esas zonas, existía una larga tradición de lucha obrera (sitios de mayor desarrollo de las coordinadoras interfabriles durante el Rodrigazo de 1975, por ejemplo).

Así, en el nuevo milenio el territorio (la barriada), va a transformarse en marca identitaria de un amplio sector de la clase trabajadora, ahora sin trabajo o con trabajo muy precarizado. Allí comenzarán a recomponerse relaciones sociales profundamente golpeadas por el neoliberalismo. La búsqueda de soluciones colectivas a los problemas comunes, en un contexto signado por la ideología individualista, hará que en el territorio comiencen a cobrar otro sentido las acciones de lucha y de organización. El foco ya no estará puesto tanto en los fines futuros, sino en las posibilidades (aunque acotadas y parciales) actuales. El “aquí y ahora” de una rebeldía y un hartazgo que lejos de quedarse en la queja y la resignación pasa a potenciar los deseos de hacer las cosas de otro modo. De decir “ya basta” a esa situación de empobrecimiento extremo.

Exploración-experimentación de territorios superpuestos a otros territorios. “Descubrir nuevos recovecos en los espacios que hasta ayer sabíamos de memoria. Perderse y mapear una cartografía paralela”, como alguna vez supo decir mi amigo Esteban Rodríguez. Trastocar la dinámica cotidiana del barrio, entonces. Sus usos y costumbres. Y sus lenguajes. Compañera, compañero. Galpón. Centro comunitario. Asamblea. Y corte de ruta, para decirlo con las palabras de Las manos de filipi o como cantan los españoles de Canteca de Macao, apagar el televisor para que todo vuelva a ser real. Desaceler los tiempos del Estado y acelerar los del movimiento popular. Pasar de la espectacularización de la política (como gestión), vista por TV a la construcción de una dinámica centrada en la participación, poniendo los cuerpos y las voces, cuestionando la lógica de la representación y la delegación (la política como subversión). En fin: un cachetazo al sentido común. A ese que decía que había que dejar las cosas como estaban. Una trompada a la agenda prefijada por la clase política y repetida hasta el cansancio por los medios masivos. Ocupar (o habitar, más bien) el territorio. Crear otros medios: locales. Sí, aunque fueran de alcance reducido. Contra la cultura del encierro, de las rejas, de las alarmas... la recuperación de espacios para darles valor (de uso, y no de cambio). Compartir un mate, al menos, porque la tendencia fue (y es) a meterse para adentro, cada vez más adentro. Habitar el barrio de otra manera y no dejarse amedrentar por la propaganda constante de la inseguriridad (que está, quien lo niega, ¡cuantas veces hubo que “poner orden” porque se robaban la garrafa del comedor!). Pero cuantas veces, también, al dejar de mirar al otro como a un sospechoso, no se le arrancó una sonrisa al que antes se miraba con miedo. Además, no todos funcionan de la misma forma en los mismos lugares. Está el pibe chorro que en el comedor se rescata (¡y el que se rescata cosas del comedor sin que nadie sospeche de él!).

Como Las ciudades invisibles de ítalo Calvino, los territorios de Barrera y Stratta –sin romanticismo, pero también sin derrotismos - nos convidan un gesto, una reflexión. En el libro del narrador italiano el joven veneciano Marco Polo conversa con el emperador de los tártaros, Kublai Kan. El primero le dice que las ciudades utópicas van surgiendo, se encuentran en escondidas en las ciudades infernales, que son las se habitan todos los días. Insiste en que la ciudad perfecta estará construida de pedazos mezclados de otros sitios. "Quizá mientras nosotros hablamos", le dice Polo al Gran Kan, "está aflorando dentro de los confines de su imperio". Tal vez algo similar nos este ocurriendo a nosotros. Mientras escribo estas líneas, mientras otros las leen, otros territorios a los hegemónicos están irrumpiendo superpuestos.

De algo de todo eso habla El tizón encendido, un libro que nos ayuda a pensar los cambios estructurales que operó el capital en los últimos años a escala local y global, pero también (y sobre todo), cuales fueron las prácticas, las iniciativas que las y los trabajadores fueron tomando ante cambios tan intensos y turbulentos. Los repertorios de protesta que se dieron y las organizaciones que gestaron. Cuales son las posibilidades de articulación entre estas experiencias y las nuevas dinámicas sindicales que comenzaron a gestarse en los últimos años son una pregunta que ni este, ni ningún otro libro puede responder (por suerte, Barrera y Stratta, lejos del ideal elitista, ni siquiera han pretendido hacerlo). Pregunta por el potencial emancipador de los de abajo que, sin embargo, sigue siendo una de las cuestiones centrales de nuestra actualidad.

miércoles, 11 de agosto de 2010

Reseña en Pagina/12: DE cutral Có....





ESCRITO y LEIDO: Por Javier Lorca
De Cutral-Co a Puente Pueyrredón

A partir de su propia práctica militante, anudada a sus reflexiones políticas, Mariano Pacheco traza “una genealogía de los movimientos de trabajadores desocupados” en De Cutral-Co a Puente Pueyrredón, recién publicado por editorial El Colectivo. A lo largo de casi 500 páginas, teje un relato que cruza la historia de la Coordinadora de Trabajadores Desocupados Aníbal Verón con acontecimientos centrales de la Argentina reciente –las primeras protestas piqueteras en los ’90, la rebelión de 2001, la masacre de Avellaneda en 2002–, desde una perspectiva que, como señala en el prólogo Eduardo Rinesi, recupera “los aportes de las grandes tradiciones del pensamiento crítico moderno y de diversos cuerpos de ideas locales y latinoamericanos”, así como “la importancia de la participación deliberativa”.

martes, 27 de julio de 2010

De autores y editores. Por: Fernando Stratta

A propósito del libro de Mariano Pacheco

Escribir unas líneas para presentar De Cutral-Có a Puente Pueyrredón. Genealogía de los Movimientos de Trabajadores Desocupados, el trabajo de Mariano Pacheco, resulta difícil por una sencilla razón: el libro fue publicado hace poco más de dos meses y, en ese tiempo, lleva más de quince presentaciones por distintos lugares del país. Una veintena de compañeros y compañeras, docentes y militantes, arrastrados por el entusiasmo del autor por difundir el trabajo, han realizado una lectura de este libro para acompañar los pasajes más auspiciosos y discutir las tesis más descabelladas.
Mi intención, por lo tanto, es buscar un resquicio de originalidad para pensar el trabajo. En vistas a ello, el hecho de formar parte del colectivo editorial en donde se gestó el libro me permite cierto acercamiento que voy a tratar de aprovechar en estos pocos párrafos. Voy a presentar entonces el libro no como analista o lector, sino como editor.


Cómo se inventa una editorial (Manual para perdedores)

La historia de este libro data de los orígenes del proyecto editorial. Sin tomar en cuenta este dato, hay cosas que, voy a tratar de demostrar, no llegan a comprenderse.
Una noche de diciembre de 2007 un grupo de compañeros nos convocamos en una casa. No éramos más de seis, como canta Divididos, pero no estoy seguro que haya sido un día sábado. El motivo de la reunión era discutir la viabilidad de conformar un proyecto editorial. Teníamos, como antecedente, la publicación aislada de algunos libros y cartillas. En realidad –lo sabíamos de entrada– el plan consistía en convencernos de que teníamos todo lo necesario para llevar adelante una editorial (y si no lo teníamos, lo aprenderíamos en el camino).
Las objeciones de los menos optimistas, entre quienes me encontraba, consistían en lo arriesgado de la apuesta, la caída en la venta de libros de por lo menos las últimas dos décadas en el país y, finalmente, las pocas ganas de sumarse una valija de problemas. Proponíamos, en cambio, hacer una prueba piloto con algún libro (la estrategia consistía en editar un título, ganarnos un rotundo fracaso editorial y comercial, y así dar argumentos a nuestra postura). No convencimos con nuestra propuesta.
Ahí mismo nos retrucaron que ya habíamos editado algunas cosas, que había quien escribiera, quien diagramara, quien diseñara. Estaba claro, no teníamos mucha idea de lo que significaba el proyecto.
Preguntamos, entonces, qué libros pensaban que podríamos editar. Y en ese instante alguien dijo, definitivamente: “Bueno, tenemos el libro que está escribiendo Mariano sobre la historia de La Verón”. Desde ese momento, el libro de Mariano se transformó en el fantasma que recorrería nuestras reuniones a lo largo de estos años.
Comenzaba a rodar el mito, y la permanente pregunta al autor: “¿Cómo va el libro, Mariano?”. Y la respuesta de Pacheco siempre era más o menos la misma, que estoy escribiendo, que es un trabajo infernal de archivo documental, que las mudanzas, que si no tuviera que trabajar ya lo hubiese escrito cinco veces.
El saldo de aquella reunión, por si caben dudas, fue inesperado. Nos volvimos, la noche abierta a la humedad de los mosquitos, con el acuerdo de lanzar una editorial a comienzos del año siguiente. La historia del nombre iba a venir un poco después.
Nadie dijo nada en todo el viaje, más allá de alguno pronosticar una lluvia para el día siguiente. No entendíamos bien en qué momento nos habían cambiado los papeles, masticábamos en silencio el sabor pesado de la derrota. De todas formas, seguíamos seguros: no había forma que el proyecto funcionara.


Cómo se escribe un libro (Técnicas para dejar de dormir)

Alguna vez Osvaldo Soriano, a propósito de los miedos del escritor frente a la página en blanco, contaba que Antonio Dal Masetto tenía un peculiar método para la escritura. Decía el gordo Soriano que Dal Masetto anotaba en un papel los nombres de los personajes de su historia, doblaba prolijamente estos papeles hasta hacerlos un bollo y los metía en una caja de zapatos. Cuando le venían las ganas de escribir, habría la caja y al azar tomaba uno de los papelitos, que era el personaje al que le tocaba cobrar vida ese día. Quiero decir, cada uno escribe como puede o como se le da el antojo. Eso está claro.
El libro de Mariano Pacheco es la hilación de un conjunto de relatos escritos a lo largo de los últimos cuatro o cinco años. Sin embargo, esta peculiaridad –el hecho de haber sido construido en un perído de varios años, con textos escritos en diferentes momentos y contextos– no le otorga rasgos de discontinuidad. De Cutral-Có a Puente Pueyrredón no es, ni por asomo, la yuxtaposición de relatos inconexos. Evita con destreza la clasificación de “mamotreto” a la que indefectiblemente está condenado un libraco de 500 páginas. Por el contrario, el autor nos ofrece un libro multifacético y de una coherencia extravagante. Y esto se debe a que Mariano, con paciencia oriental (¿acaso tendrá que ver su antigua afición por el kendo, el arte marcial japonés?), volvió a pensar sus propios textos desde la idea de un libro. De éste libro. Y en eso Pacheco se reescribió a sí mismo para dar forma a un libro inclasificable.


Cómo leer este libro (Instrucciones para dar vuelta la página)

Mariano imita a Cortázar y escribe un libro que se puede leer de muchas maneras. Como Rayuela, este libro puede leerse de corrido o con un plan diferente. Y esto es así porque, de alguna manera, De Cutral-Có a Puente Pueyrredón es el título de varios libros apilados.
Es un libro de la historia de una parte del Movimiento de Trabajadores Desocupados y, por lo tanto, de las últimas décadas en nuestro país. Es un libro de reflexiones paridas al calor de las luchas, un libro del cual sacar conclusiones para la formación militante. Es un cuaderno de relatos literarios, con personajes (reales o de ficción) que nos recuerdan que la literatura es una forma de conocimiento. Y al mismo tiempo, es un ensayo que articula escuelas teóricas de las más diversas, de Deleuze a Guevara, de Marx a Roberto Santoro, de Borges a Sartre, de Nietzsche a Esteban Echeverría.
En definitiva, la avidez de Mariano por la lectura desprejuiciada y la amplitud de intereses sobre temas como la educación popular, las historias de militancia, la teoría política o la crítica literaria, dan forma a un trabajo que condensa la labor de una editorial que anda remando los espineles del ensayo, la narrativa, el testimonio y las imágenes.
Para quienes compartieron algunos de los momentos que narra el autor en estas páginas y para quienes vimos crecer este libro desde las entrañas, poder verlo publicado es un motivo de alegre plenitud. Pero más reconfortante aún es saber que Mariano ha escrito un libro indispensable.


Buenos Aires, Julio de 2010.

miércoles, 21 de julio de 2010

De Cutral Có... en Revista Sudestada


julio de 2010

De Cutral Có a Puente Pueyrredón.Una genealogía de los Movimientos de Trabajadores Desocupados, de Mariano Pacheco. El Colectivo-Desde el Subte editorial (2010)

Por Martín Azcurra- Revista Sudestada

Si algo tiene de particular este libro es la confluencia entre autor y protagonista. Pacheco fue partícipe de la gestación de los movimientos de trabajadores desocupados, y un activo militante en las épocas de intensidad política, tanto en los violentos choques contra el aparato represivo como en las discusiones que se daban en los galpones fríos y húmedos de las barriadas. El libro es un interesante estudio, con cantidad de datos y reflexiones, del proceso de luchas que comenzó con las puebladas de Cutral-Có a Tartagal y que tuvo su momento álgido en diciembre de 2001. En aquellos vertiginosos años, no había posibilidad de detenerse en profundos planteos teóricos; quienes sí lo hicieron fueron tal vez los que no participaban de ese proceso, o al menos no tenían grandes responsabilidades. Pacheco se da el lujo de analizar, con la “calma” de este singular momento, aquello que él vivió intensamente, sin alejarse del clima y las condiciones que hicieron a cada lucha.

Pero también, el libro da cuenta, con un valioso relato, de un múltiple proceso que tiene lugar en la construcción de una alternativa revolucionaria. Es la combinación en caliente de las voces de Juan, Nancy, Oscar y todos los que aportaron su granito de arena desde el barrio; de las decisiones a último momento de una reunión de dirigentes; de las alianzas fuertes o débiles entre organizaciones; del impacto social de una declaración del gobierno; de los movimientos de nuestras propias fuerzas en una lucha callejera; y de preguntarse una y otra vez “qué fue lo que salió mal” y “qué aprendimos de esta situación”. No es un simple estudio, es una invitación a seguir luchando.

lunes, 19 de julio de 2010

NOTAS BREVES E INCOVENIENTE SOBRE LA LEY MATRIMONIAL


Hoy somos todos putos y tortilleras
Por Mariano Pacheco -“Y que querés, si son todos putos y tortilleras. ¿Qué querés que pidan?”. “Yo soy heterosexual, pero tengo una amiga lesbiana y un familiar gay”. Frases como estas nos pueden provocar repulsión, sí, pero son muchas de las voces que han circulado en estos días. Por un lado, hemos escuchado a quienes entienden que la batalla por la aprobación de la ley de matrimonio igualitario es una lucha de quienes obtendrían el beneficio directo de aprobarse la ley, y que hoy no tienen acceso a ese derecho (también se dejan de lado en estas líneas toda la farsa de plantear el conformismo de la unión civil, una suerte de matrimonio devaluado para raros). Por el otro, hemos escuchado a quienes creen que ser progres es mostrar que no se oponen, pero aclarando rápidamente que ellos no son de esa especie.

“...La parte masculina de un hombre puede comunicar con la parte femenina de una mujer, pero también con la parte masculina de una mujer, o incluso con la parte masculina de otro hombre... Estadística o molarmente somos heterosexuales, pero personalmente homosexuales, sin saberlo o sabiéndolo, y por último somos trans-sexuados elemental o molecularmente”.

Gilles Deleuze y Félix Guattari, Anti-Edipo, capitalismo y esquizofrenia

“Y que querés, si son todos putos y tortilleras. ¿Qué querés que pidan?”. “Yo soy heterosexual, pero tengo una amiga lesbiana y un familiar gay”. Frases como estas nos pueden provocar repulsión, sí, pero son muchas de las voces que han circulado en estos días (en el mejor de los casos. Descartamos aquí todo el arrolladero de frases cavernícolas). Por un lado, hemos escuchado a quienes entienden que la batalla por la aprobación de la ley de matrimonio igualitario es una lucha de quienes obtendrían el beneficio directo de aprobarse la ley, y que hoy no tienen acceso a ese derecho (también se dejan de lado en estas líneas toda la farsa de plantear el conformismo de la unión civil, una suerte de matrimonio devaluado para raros). Por el otro, hemos escuchado a quienes creen que ser progres es mostrar que no se oponen, pero aclarando rápidamente que ellos no son de esa especie. De allí que crea necesario que esta lucha sea asumida por todos y cada uno (“todas y cada una”), de los que bregamos por un mundo distinto. O, si prefieren un lenguaje más “comprometido”, por quienes aspiramos, luchamos por revolucionar la sociedad actual (Sí: la del capital).

Claro, se puede objetar que cómo es que sectores que antagonizan contra el Estado y sus lógicas peleen porque se les reconozca derechos al interior de esa institucionalidad. Pero esa no es la discusión ahora. Por eso, tan sólo decir que exigir que se cumplan y se amplíen los derechos en el marco de las democracias controladas no implica necesariamente dejar de luchar por subvertir ese tipo de democracia.
Quisiera rescatar –metiéndonos ya en tema- algunas imágenes a partir de las cuales poder enlazar el triunfo democrático de la aprobación de la ley, con algunas batallas más imperceptibles que se han venido dando en los últimos años, no necesariamente desde la reivindicación específica. Dos de ellas fueron protagonizadas en el ya histórico Puente Pueyrredón, luego de los agitados y convulsionados días de diciembre de 2001 (qué tendrá que ver la aprobación de esta ley con el 2001 sería algo interesante para discutir. Digo, para quienes ven en aquellos días sólo el fantasma de “la crisis”, entendida esta como la peor peste que puede aquejar a una sociedad, desconociendo el carácter productivamente político de las crisis).

Una de las imágenes pertenece a un hermoso relato de Omar Cabezas, titulado La montaña es algo más que una inmensa estepa verde. Allí, en la marcha de la guerrilla, Tello -uno de los jefes del Frente Sandinista de Liberación Nacional- se enfrenta a la tropa de insurgentes amotinada que dice no poder cargar una cantidad determinada de alimentos. Tienen hambre, frío y cansancio. Tello enfurece y les dice: “Son unas mujercitas… son unos maricas…”.

Otra imagen se refiere a una tarde de 1974, cuando “los muchachos” inventaron el cantito (muy ingenioso, por cierto), que dice así: “No somos putos, no somos faloperos, somos soldados de las FAR y Montoneros”, en clara respuesta a los dichos de José López Rega (ministro de Bienestar Social del gobierno de Isabel Perón; jefe de la tenebrosa organización para-militar autodenominada Alianza Anticomuinista Argentina, la Triple A). Palabras con las que “El brujo” acusó a los militantes de las organizaciones armadas: “Son todos homosexuales y drogadictos”, dijo. Por supuesto, los activistas del Frente de Homosexuales por la Liberación Nacional, allí presentes, no se sintieron muy cómodos con la respuesta (está claro: se puede pensar al cantito en otra clave, una similar a cómo la plantearon quienes tomaron lo de “cabecitas negras” y en vez de ofenderse lo resignificaron. De todos modos, me quedan dudas de que esa haya sido la intención de la consigna).

Dos ejemplos. Dos recortes que dan cuenta de las dificultades que hubo en otros momentos históricos de asumir la lucha molecular, de combatir los microfascismos de manera más cotidiana. La consigna del hombre nuevo (el revolucionario como un macho combativo), no hace más que reforzar un estereotipo ridículo de lo que –se supone- se debe ser para intentar cambiar la sociedad.

Ahora, más actual, quisiera rescatar otras dos imágenes.
Una, la de un compañero (o compañera), travesti, de Florencia Varela, quien solía bailar en los cortes sobre el Puente Pueyrredón, ante el cordón de seguridad de los “piqueteros” de la Coordinadora Aníbal Verón. Allí, ante los neumáticos encendidos, pero también frente al dispositivo policial, “Argentina” –como todos la conocíamos, porque en su danzar llevaba siempre una bandera de nuestro país como superman llevaba su capa–aportaba a la lucha por mejorar las condiciones ya no de vida, sino de subsistencia, un granito de arena a la lucha por el reconocimiento de la diversidad sexual.

Otra imagen: la de las compañeras que –también en Puente Pueyrredón- comenzaron a organizar la primera Asambleas de Mujeres Desocupadas, una tarde de primavera en el año 2003. Asamblea que sirvió para que luego convocaran al Primer Encuentro de Mujeres Desocupadas, a realizarse en el Predio Recuperado Roca Negra, en Montechingolo, distrito de Lanús. Las caras que algunos varones-militantes pusieron al ver desplegarse la bandera fue increíble. Como increíble fue escuchar a muchos luchadores populares pronunciar frases como la que sigue: “¿Se van a juntar para hablar de tapers?”. Lo que muchos no vieron es que allí comenzaba a gestarse ese feminismo reflexivo, abierto, formativo y participativo; feminismo combativo, activo, en las calles y por el cambio social”, como lo definieron luego las organizadoras de esa primera asamblea y de ese primer encuentro.

Hoy, a casi una década de la insurrección del 2001, cabe preguntarse: ¿Podríamos pensar hoy en festejar la aprobación de la ley, si no se hubiesen librado tantas batallas, desde hace tantos años? Seguramente no. No es posible pensar en este avance sin el aporte consecuente de quienes comenzaron a organizar los Encuentros Nacionales de Mujeres, por citar sólo el ejemplo más contundente, más masivo y visible.
Hace un tiempito nomás, producto un poco de ese largo trajinar, surgió el Colectivo de Varones Antipatriarcales. Una novedosa iniciativa, si tenemos en cuenta que el patriarcado no sólo asigna roles determinados a la mujeres, sino que nos impone también a los varones ese modelo: qué gustos debemos tener, qué cosas podemos o no sentir, hacer, pensar. Porque el patriarcado afecta, conspira contra las construcciones que pretenden fomentar la autonomía, la democracia de base y la participación popular. Choca porque esas prácticas van a contramano del autoritarismo y las lógicas jerárquicas.

En fin: no quisiera terminar estas breves líneas, escritas a los apurones, con el deseo de intentar compartir la alegría por la ley sancionada anoche, sin rescatar unas palabras del Manifiesto de Las Lilith-feministas inconvenientes: “Nos reconocemos en las corrientes que viven, sienten y crean un feminismo latinoamericano, mestizo, desobediente, insumiso; autónomo, diverso, alegre, provocador, desafiante; creativo...: un feminismo inconveniente, que se propone como parte y aporte a una cultura emancipatoria, que rechaza tanto la normatividad heterosexual como el esencialismo biologicista. Un feminismo rebelde, nacido de los cuerpos históricamente estigmatizados, invisibilizados y/o ilegalizados, por un sistema basado en el disciplinamiento, el control, la domesticación, y el orden que garantiza su propia continuidad y reproducción / Participamos de los movimientos populares que desafían ese orden impuesto… / Muchas de nuestras agrupaciones nacieron en las convulsiones de la crisis y de las rebeldías del año 2001. Fuimos parte del estallido popular que puso límites a una manera depredadora de ejercicio del poder…”.

Somos nosotros, se pintaba luego del 19/20 de diciembre de 2001. Así es. Mujeres y hombres nuevos: eso queremos gestar. Así decimos hoy. Hemos dado un paso. La gramática impone muchas veces ciertas dificultades. Habrá que continuar creando. La incorporación del femenino al lenguaje político (aun del revolucionario), ha sido un paso importante. Habrá que ver como seguimos. Seguro que intentando romper los binarismos. Por eso, hoy, más allá de las opciones sexuales de cada quien, tenemos que decir que es una posición política asumir la bandera homosexual. Hoy, que duda cabe, somos todos gays, heterosexuales, lesbianas, transexuales... Hoy: todos somos putos y tortilleras.

miércoles, 14 de julio de 2010

Nueva presentación del libro


Ahora en Mar del Plata...

El viernes 16 de julio, desde las 20 hs. habrá Noche de libros libres con proyecciones, música en vivo, bufet y presentación de libros de la editorial en el Centro Cultural América Libre (20 de septiembre y San Martín, Mar del Plata).



Entre otros materiales, se presentarán los libros El tizón encendido. Protesta social, conflicto y territorio en la Argentina de la posdictadura, de Fernando Stratta y Marcelo Barrera y De Cutral-Có a Puente Pueyrredón. Una genealogía de los Movimientos de Trabajadores Desocupados, de Mariano Pacheco, con presencia de los autores.

viernes, 2 de julio de 2010

Palabras de Graciela “Viky” Daleo en la presentación del 18 de junio de 2010 en la Fac. de Filosofía y letras de UBA




Unas líneas sobre el libro De Cutral Có a Puente Pueyrredón, una genealogía de los Movimientos de Trabajadores Desocupados, de Mariano Pacheco

Hace exactamente 6 años atrás, el 18 de junio de 2004, en el Centro Cultural Tiempos Modernos, se presentaba DEL PIQUETE AL MOVIMIENTO, Parte 1: De los orígenes al 20 de diciembre de 2001, la primera parte de este libro que hoy llega hasta un acontecimiento clave de nuestro presente: el 26 de junio de 2002, Masacre de Avellaneda, asesinato de Darío Santillán y Maximiliano Kosteki.
Por eso me atrevo a hacer algo que no puede llamarse plagio, porque son mis palabras de entonces. O sea, recortar de aquella presentación –hubo otras-, algunas preguntas, reflexiones, ideas, que seis años atrás anotaba. Es que no siempre se me ocurren cosas nuevas, y además, ¿por qué desechar todas las ya dichas? Y lo aclaro, incluso sabiendo que si alguno de los que hoy está aquí estuvo entonces, ya las habrá olvidado. Pero prefiero aclarar que no es un estreno. Sí es un “estreno” volver a leer los escritos de Mariano, aun cuando este libro de hoy incluye lo alumbrado seis años atrás.
Me preguntaba entonces por qué lo escribía Mariano. ¿Para quiénes? ¿Cómo se juntan en un actor social –los trabajadores desocupados organizados, los piqueteros, el MTD y Mariano– que a veces se nos presentan como “acción, desordenada acción”, con esta crónica política, detallada, amorosa? Que hoy, acoto, sé que es mucho más que crónica política, pero también lo es.
La genealogía que traza este libro desde una mirada política y de lucha, es una de las experiencias y de las epopeyas más importantes del pueblo argentino de fines del siglo XX y principios de éste. Es la construcción desde menos cero, desde el despojo de lo que fue uno de los ejes troncales de la cultura de varios siglos, de organización de los hombres primero, y luego de los hombres y las mujeres, en torno al eje del trabajo. El despojo del trabajo no sólo despoja de la vía para obtener recursos materiales para comer, vivir, reproducirnos, e incluso ser explotados desde la forma capitalista. Nos despojó también de un lugar de pertenencia y de un lugar y una forma de organización. Y vulneró profundamente la identidad.
Golpeada como estaba la identidad del pueblo argentino a partir de la dictadura militar, y despojado de su derecho al trabajo, de sus espacios de organización, de pertenencia y de lucha, me preguntaba muchas veces cómo íbamos a hacer para salir de esta situación, si casi no había puntos de encuentro. Creo que los trabajadores desocupados realmente mostraron otro camino cuando empezaron a juntarse, cuando empezaron a juntarse en la calle –como subraya Mariano, por eso el libro se llama “Del piquete al movimiento”–. Hubo primero un encuentro concreto en una lucha que creo que nace fundamentalmente de la desesperación, pero no de la desesperanza. Nace de la desesperación, de la necesidad, de la búsqueda de hacer algo para no seguir estando como se estaba. De APARECER para decir AQUÍ ESTAMOS, TENEMOS DERECHO A VIVIR.
Pienso que hay un encuentro en la calle, en la marcha, en el reclamo, en la exigencia de que sus derechos sean respetados. Concretan en la calle una nueva forma de aparición. Y no estoy pensando en los medios de comunicación. Estoy pensando en una aparición social, que tuvo que ver con los pies, con las manos, con el grito, con el fuego, y que eso se fue transformando en organización. Organización con saltos cualitativos en cuanto a las propuestas que fueron desarrollando y haciendo. Cómo fueron ellos, los excluidos, incluyendo a los otros, y siendo capaces de transformar lo que pretendió ser la limosna del Estado para paralizar e inmovilizar, en una herramienta de lucha.
Creo que en este transcurso que explica el libro se incorpora un nuevo elemento. No solamente organizarse, luchar, protestar y hacer, sino también escribir sobre la experiencia.
Decía Nahuel, otro compañero del Movimiento, aquella noche de Tiempos Modernos: “Significa esta instancia de empezar a decir nuestra propia palabra, que también es un paso adelante en la lucha. Es otro paso para dejar de seguir siendo uno más. No sólo uno más que se mueve, sino que se mueve y además pensamos y decimos nuestra propia palabra. Mariano pone en palabras la palabra de todo un movimiento. El cuenta las palabras de todos los desocupados que vienen luchando desde hace mucho por otra realidad, que la van construyendo. No es que va a estar allá y un día llegaremos, sino que todos los días en los barrios, en la lucha, en las discusiones, vamos construyendo esa otra realidad”.
Formo parte de la generación del 60/70. En aquellos años, mientras estábamos desarrollando nuestras genuinas, originales, viejas y nuevas experiencias de lucha, escribíamos. Escribíamos documentos para la discusión, volantes, autocríticas, evaluaciones, hasta llegamos a tener un código de justicia. Pero lo que no hacíamos en ese tiempo, porque sentíamos que la historia la estábamos haciendo en la acción, era narrar nosotros nuestra propia historia. Pasó el tiempo. La dictadura militar hizo desaparecer muchas de nuestras palabras escritas, a muchos de quienes portábamos esas palabras, a muchos de los que hicimos de las palabras compromiso y acción. Cuando volvimos a reencontrarnos durante los gobiernos constitucionales, sacándonos de a poco las capuchas que el sistema nos impuso como sociedad, como pueblo, verificamos esa gran carencia: que nuestra historia no estaba siendo narrada, escrita, por los huecos, la falta de tantos compañeros. Que los que quedábamos para narrarla éramos quienes habíamos sobrevivido, y hubo tiempos en que no lográbamos hacerlo. También estaban aquellos que aún hoy se montan, teorizan sobre ella, la exprimen, la destilan y a veces nos devuelven distorsiones y mentiras. También están aquellos que elaboran espejos en los que nos reconocemos, reconocemos a esos años, esas luchas, a los compañeros, a nuestros errores y nuestros aciertos.
Por esto con asombro veo el extraordinario valor y esfuerzo revolucionario cultural de Mariano, y en él de sus compañeros, que mientras van haciendo la historia, también la van escribiendo para que podamos aprender, debatir, compartir con ellos.
El libro de Mariano es crónica, relato, ensayo, reflexión, y seguro que un montón de cosas más, e irrumpe en el debate ideológico desde un lugar necesario: desde la acción y desde la palabra que traduce esa acción y reelabora, acción y palabra, en reflexión y análisis, y en ese sembrarnos de preguntas, sin pretender ser la respuesta.
Y vuelvo con el para quiénes escribe Mariano. Escribe para desmitificar todo lo que desde el sistema se deforma, estereotipa, caricaturiza sobre los movimientos de trabajadores desocupados. Pero voy a seguir un poco más en imaginar los interlocutores y destinatarios de este trabajo. Unos son los demonizadores de todo pelaje. Pero creo que también escribe para desarmar la fantasía de quienes sostienen que la organización surge de repente y que la lucha es como un colectivo que empieza el recorrido cuando cada uno sube y se sienta en él.
Algo que aprendí en el libro de Mariano es que el proceso de construcción de los MTD es precisamente eso: un proceso. Un proceso que tiene historia, que no arrancó cuando se tiró la primera piedra en Cutral Có, pero que de alguna manera, la primera piedra que se tiró en Cutral Có, el primer fuego que se prendió allí, tenía a la vez el aire de la continuidad de la lucha y el aire inaugural de nuevas formas de lucha. Que recogía la experiencia de los trabajadores que hacían piquetes para que no se entrara a la fábrica -cuando las había-, y que la resignificaba impidiendo ahora no la producción, sino la circulación de las mercancías, de los vehículos, de las riquezas.
Este despliegue en el libro de la historicidad de la lucha, de que los procesos llevan tiempo de acumulación, de avances y retrocesos, es algo que tenemos que cargar de forma consciente y consecuente en nuestra mochila. Si no, concluiremos que si los resultados y las victorias no son inmediatas, no vale la pena luchar. Y eso tiene que ver más con los plazos fijos que pagaban un altísimo interés a siete días, pero terminaron precipitando un gran crac de la economía argentina.
Nuestra lucha no tendrá, digo, resultados inmediatos, pero también tiene que tener resultados inmediatos. No sacrificar una proyección hacia la construcción de una sociedad más justa sólo en pos de victorias ya, pero tampoco aventurar que como el camino es tan largo, en el hoy sólo nos esperan el sacrificio y la carencia.
El nuevo libro de Mariano continúa el recorrido del de 2004, y avanza sobre las mutaciones, reformulaciones, rupturas y reencuentros que cursó el movimiento ante otros desafíos, variables actualizadas, nuevos aprendizajes que exigen reelaborar y ensayar nuevas estrategias y formas organizativas que no desprecien las anteriores, ante conflictos renovados, algunos resueltos, otros inaugurales.
Mariano hace la crónica de un proceso que va de la desaparición y la desesperación al encuentro en la calle para aparecer, exigir, organizarse para seguir apareciendo socialmente, entre los pares y ante los desaparecedores.
En esta crónica que no usa adjetivos para subrayar lo que la realidad ya subraya por demás, que no repite consignas sino que transmite los dichos y reflexiones de sus compañeros, recoge lo escrito en el papel y en los muros –y sobre todo en las conciencias-, y devuelve lo que tantas veces desaparece ante duras realidades que vivimos.
Nos devuelve prolija y sobriamente cuánto ha avanzado el pueblo argentino en su recomposición como tal en estos años. Sobre todo, cuánto ha avanzado desde el sector del que para los encasillados en esquemas menos podía esperarse. Desde los trabajadores desocupados, desde los hijos de los trabajadores desocupados.
“Nosotros representamos el movimiento –decía Nahuel seis años atrás-, el ideal en el movimiento de Trabajo, Dignidad y Cambio Social representa dignidad, justicia, igualdad, compañerismo… Darío volviendo a auxiliar al compañero a pesar de las balas. Eso es el Movimiento. Eso es lo que expresa el libro de Mariano en todas sus palabras. Es lo que expresa quien lo hace, Mariano en su militancia, y todos los compañeros con nuestra militancia. Cuando nace ese bichito de que las cosas están mal, y que es necesario cambiarlas, es una sensación inesquivable: me miro al espejo, hago el esfuerzo, sé cuál es la elección que voy a tomar, o me quedo sentado mirando tele y a la mañana cuando me voy a peinar no uso más espejo porque no me va a dar la cara para mirarme a mí mismo”.
“El Che –recordaba Mariano entonces- decía que somos lo que hacemos, pero sobre todo somos lo que hacemos para dejar de ser lo que somos, en esta lucha permanente por tratar de superarnos como seres humanos. Los piqueteros, como empezaron a decirnos años más tarde, somos un poco eso que queríamos expresar, eso que queríamos dejar de ser, que era ser los excluidos, ser los pobrecitos, ser los que mendigábamos o teníamos que pedir por favor que se nos solucionen los problemas, que eran no tener trabajo, no tener para comer, no tener vivienda, no tener acceso a satisfacer las necesidades más elementales que tenemos como seres humanos. El objetivo estratégico debe ser para nosotros la construcción de una vida que no sea una vida en los parámetros capitalistas. Por eso empezamos hoy”. Y ante la pregunta sobre cómo se pensaba la toma del poder desde el Movimiento, aclaró: “Seguramente, si alguna vez se toma el poder vamos a tener que seguir peleando por conquistar esa vida que queremos. No es que una vez alcanzado el aparato del Estado ya está, se diluyen las contradicciones”.
De las 500 páginas que hoy son el libro de Mariano, en las que incorpora los meses tan intensos que van desde diciembre de 2001 a la masacre del 26 de junio de 2002, hago anotaciones sobre puntos del recorrido que no son carteles indicadores para llegar a la meta, sino para seguir en camino siempre preguntando…
Mariano introduce reflexiones y notas que saltan sobre la crónica y el relato y amasan los innumerables cruces de variables de esos tiempos, a los que registra cómo fueron entonces, y a la vez desmenuza desde la mirada y la experiencia que los sucedió.
¿Cómo plasmar un proceso en su desarrollo “ubicándose en el momento”, “caracterizando a los otros actores” como eran entonces, o como se los veía entonces, sin que eso obture una mirada que dé cuenta del proceso posterior? El propio y el de los otros. Sin mentir ni disfrazar lo de entonces, pero siendo capaces de mirarse y mirar, insisto, desde el hoy. Y descubrir en los encuentros con los que se van forjando estas nuevas páginas, cómo los protagonistas de los mismos sucesos los recuerdan, memorizan, reviven, recrean, de distinta manera. Porque este libro es también una exploración sobre la memoria. Las memorias. Las de los compañeros. Y las de tantos que pensaron, escribieron, problematizaron en un “canon disparatado” –como dice Esteban Rodríguez en un hermoso escrito en el que habla de Mariano para presentar el libro- que mezcla a Marx, Sartre, Freud, Benjamin, Hebe de Bonafini, González Tuñon… Porque no es avaro en sus búsquedas de otras elaboraciones.
Es un recorrido que a su vez recrea lo recorrido para identificar núcleos conflictivos de “lógicas internalizadas”, dice, que “necesitamos reconstruir y superar en algunos aspectos y fortalecer en otros para ir más allá”. Cómo conjugar en la práctica los verbos coordinar, articular, organizar… Cuántos fetiches pueden construirse con apelaciones equívocas a la propia horizontalidad, al “consenso”, a la “autonomía”, hasta “democracia de base”, cuando más que líneas constitutivas de una práctica militante se erigen en la única autodefinición de un grupo.
“La importancia de la subjetividad muestra su impronta más fuerte”, dice. Los valores con los que se construyen las relaciones sociales en la cotidianidad del militante no son una cuestión menor, dice. Y le entra al papel de la educación popular. La propia concepción del militante, qué distingue al líder del referente, qué amplía en participación la adopción de la horizontalidad conjugada con una realidad que incluye distintos grados, formas, opciones de entusiasmo y compromiso puestos en la militancia. ¿Convocar a un plus esfuerzo para ir siendo hombres nuevos?, problematiza en las Notas sobre Guevara y la izquierda por venir. ¿Cuándo es estímulo y cuándo obtura la posibilidad de andar el camino porque implica una sobreexigencia que desanima? ¿Cuándo es reconocer una realidad que exige algo más de nosotros, y cuándo es una convocatoria a padecer hoy para recolectar frutos mañana?, interpela Mariano. Pero, otra vez, no nos da todas las respuestas… Sí, diría, promociona prácticas prefigurativas para que el hombre nuevo no esté en el mañana sino en la forja del actual. Incluye entonces “promocionar todo el tiempo las pasiones alegres como forma de conjurar las pasiones tristes”. Conjura para la que nos aporta un ingrediente, aprendido, vivido, problematizado en y con el tránsito del Movimiento de Trabajadores Sin Tierra de Brasil: la mística. Algo sobre lo que se extiende en un capítulo que nutre y también obliga al despojo de preconceptos, y en el que elige uno de los muchos significados –de diccionario y de usos del concepto-: “una esfera del conocimiento que a través de símbolos, fundamentalmente, es capaz de articular la razón con los sentimientos y las intuiciones. Los símbolos pueden ayudarnos a conocer. La mística a través de la cual se hacen presentes los deseos, los anhelos, las indignaciones”. Y entonces, nos habla de una energía que acorte la distancia en el presente y el futuro, hacerse gérmenes de la nueva sociedad en los marcos de la vieja.
Y porque estamos en junio -y aunque no lo estuviéramos-, de los miles para recrear en una mística esta noche, elijo un símbolo, que hoy es símbolo porque fue/es un hombre decisivo en la genealogía que traduce Mariano en estas páginas: Darío Santillán.