martes, 26 de enero de 2010

REFLEXIONES SOBRE CULTURA, EN EL TRABAJO


Creando una cultura de los de abajo
¿Existe la cultura obrera o sólo existe la cultura dominante? ¿Qué estamos queriendo decir cuando hablamos de cultura? ¿Cuáles son los vínculos que se establecen entre política y cultura en el marco de las luchas sindicales de l@s trabajador@s[1]? Estas preguntas están elaboradas sólo como disparadores de una discusión amplia que tiene que comenzar por algún lado. No es que crea que estas son las preguntas desde las cuales, necesariamente, tenemos que partir. Estas líneas pretenden aportar a ese debate que nos parece central a la hora de desarrollar una actividad cultural en el marco de un nuevo sindicato.



I

Cultura es un término demasiado amplio, en el cual se pueden nuclear actividades tan disímiles como los distintos tipos de arte, la arquitectura, la filosofía, la política, las costumbres, la religión, la moral, la ciencia, el trabajo…

Por lo general, suele afirmarse que la cultura dominante es homogénea. Y que por ser la cultura de la clase que tiene el poder, es aquella que es aceptada por el conjunto de la sociedad. Eso es más bien lo que le gustaría a la burguesía. Pero la complejidad de las relaciones humanas (por definición culturales, es decir, no naturales), implican una serie de conflictos difíciles de simplificar en ecuaciones como esa. Sabemos que donde hay poder, suele haber resistencia. También que allí en donde se gesta algo alternativo, por otra parte, nunca es puro e incontaminado de aquello a lo que se enfrenta o combate. O para decirlo en otros términos, no hay creación de alternativas por fuera del contexto en el cual se habita.

Realizada esta aclaración, quisiera resaltar ahora que la propuesta, para estas líneas, es tratar de pensar la cultura de los de abajo, o popular[2], rescatando una idea conflictivista de la cultura. Idea fundamental para l@s trabajador@s, ya que en su mentiroso afán de “paz”, la burguesía intenta siempre, permanentemente, ocultar los conflictos que se derivan de la sociedad dividida en clases antagónicas (los propietarios y los no propietarios de los medios de producción).

Ahora bien, ¿por qué prestarle tanta atención a la cuestión cultural, si el principal problema de l@s trabajador@s es material, derivado de su condición social? O para decirlo en otros términos, si las relaciones fundamentales en toda sociedad son las relaciones de producción. Precisamente porque allí ha radicado uno de los problemas fundamentales de los proyectos de transformación social. Me refiero a tod@s aquell@s que han concebido al capitalismo, fundamentalmente, como sistema económico, desatendiendo sus otros aspectos. Si bien lo material, la economía, es determinante (en última instancia), me parece importante destacar que el capitalismo no se sostiene solamente por la explotación, sino también por la dominación que ejerce sobre el conjunto de la población; por la imposición sobre las mayorías de una determinada manera de entender el mundo (el peruano José Carlos Mariátegui supo señalar en su libro Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana, que “el capitalismo no es sólo técnica; es además un espíritu”). Por lo tanto, un proyecto que pretenda transformar la sociedad (la economía y la política), no puede dejar de tener en cuanta la importancia de ir gestando una nueva cultura, donde los valores, las simbolizaciones, los sentimientos y deseos, sean tenidos en cuenta junto con las formas de entender la realidad (la conciencia crítica).

Claro, más de un@ se preguntará: si el conjunto de l@s trabajador@s se encuentran explotad@s y dominad@s por el capitalismo, ¿no es burguesa la cultura que expresan? ¿Por qué hablar entonces de cultura popular? En principio, cabe destacar que ni siquiera la cultura dominante se vive de manera similar en los distintos sectores de la sociedad. Muchas veces, la cultura popular, expresa una relectura –en otra clave- de la cultura dominante. Por otra parte, hay dinámicas que, muchas veces, escapan a los prototipos, a las reglas generales del mercado (cuestión que no quita, como sucede generalmente, que luego sean reabsorbidas por el mercado).

Bien. De todas formas, eso no quiere decir que toda expresión de la cultura popular sea progresiva en relación a un proyecto de emancipación. También, que algunos elementos surgidos de sectores que no son obreros, son asimilados luego por estos en perspectiva transformadora.



II

Partir de una visión afirmativa de la cultura popular –como la que me propongo en este escrito- no implica, de ninguna manera, dejar de reconocer las asimetrías de poder existentes; es decir, el carácter subalterno –dentro de la sociedad- de estos sectores. Ahora bien, como supieron remarcar los antropólogos argentinos Daniel Míguez y Pablo Seman en la introducción al libro Entre Santos, cumbias y piquetes. Las culturas populares en la Argentina reciente, “que las clases subalternas sean dominadas no quiere decir que deba describírselas con las categorías de los dominantes”. Por lo tanto, el punto de vista en estos casos, está puesto más en las capacidades creativas de los de abajo, que en la situación de precariedad y necesidad en la que viven, o ante las meras respuestas a lo existente.

Por supuesto, en el combate por la emancipación del capital, l@s trabajador@s, sus organizaciones, van gestando un tipo de cultura que tiene que ver más con las batallas en las cuales se inscriben que con abstractas generalidades humanas (la burguesía puede darse ese lujo, porque está exenta de la producción y reproducción del mundo, que recae en manos de otra clase).

Ahora bien: ¿Quién dice que en la resistencia no se cruzan también los deseos, los anhelos y las potencias de quienes combaten? ¿Por qué entender a la resistencia, siempre, como un movimiento reactivo? Activo y defensivo al mismo tiempo, el movimiento de la resistencia puede llegar a ser aquél que a la vez que lucha por cambiar su situación injusta, busca crear algo diferente en el aquí y ahora. Así entendida, la política es pre-figura, en la actualidad, de aquello que anuncia como una apuesta a generalizar en un futuro.

En este movimiento de lucha, de resistencia y creación, los de abajo suelen ir gestando otro tipo de valores, otras costumbres a las impuestas por la lógica del capital. También, en muchas ocasiones, esculpen un tipo de arte (al que podríamos denominar como “arte por el cambio social”), como parte de sus expresiones simbólicas y afectivas, fundamentales a la hora de ir constituyendo una nueva cultura.



III

Ahora bien, esa otra cultura, ¿puede llegar a constituirse de manera incontaminada de los valores y las concepciones que del mundo tiene la burguesía? No. Precisamente, porque son clase dominante, se imponen mayoritariamente; cuestión que no implica, como hemos visto, la única cultura que existe en la sociedad.

Alguna vez, el líder comunista ruso León Trotsky escribió que era un contrasentido hablar de arte proletario. Escribe en su libro Literatura y Revolución: “entre el arte burgués que se agota, repitiéndose o callándose, y el arte nuevo, que todavía no existe, surge un arte de transición, que aunque más o menos relacionado con la revolución, no es, sin embargo, el arte de la revolución”. No podemos dejar de tener en cuenta, de todas maneras, que el jefe del Ejército Rojo habla en un contexto totalmente diferente al nuestro: el proletariado acaba de salir victorioso de la primera revolución socialista en el mundo y la expectativa es que esa revolución contagie al mundo entero, o al menos, de manera inmediata, a los países europeos (cuestión que, como sabemos, no sucedió). Entonces, su perspectiva era que el proletariado fuera clase dominante sólo en un período de transición, mientras la revolución se extendiera internacionalmente. Luego (Trotsky habla, de todas formas, de años o incluso “décadas” como de “período corto”), una vez superada la guerra civil que se desataría para derrocar al proletariado triunfante, la tarea sería dejar atrás al socialismo como momento de transición y pasar a la era comunista, es decir, a un período de la humanidad en donde no existieran las clases sociales y, por tanto, cesaría la explotación y la dominación de unos sobre otros.

Para él, durante la transición, priman las potencias destructoras y no constructoras. Por eso evalúa que las fuerzas vitales se depositarían en cuestiones más urgentes que el arte; por ejemplo, la alimentación, los preparativos para nuevas batallas en defensa de la revolución, la alfabetización de las grandes masas, etc.

En fin, una visión bastante diferente a la que se viene sosteniendo en estas líneas. Una concepción que, a la vez que reconoce los límites que impone la sociedad en la cual vivimos (y por la cual concuerda en que es un contrasentido hablar de arte proletario), no por eso deja de apostar a mancomunar el arte (un arte por el cambio social) con la vida, con las batallas del trabajo contra el capital.

Pero todo esto parece un cuento chino. O Ruso, dadas las circunstancias. Pasemos, entonces, a un punto de vista más ligado a las experiencias. Acotemos el panorama y veamos un ejemplo: el de la Argentina de la última década.



IV

Durante los últimos diez o quince años, en nuestro país, se han producido una gran cantidad de transformaciones estructurales. Cambios que no podemos dejar de tener en cuenta a la hora de pensar la cultura. Tanto de la dominante como de la que busca hacerse un espacio contrahegemónico. Veamos algunos ejemplos.

En el mundo del trabajo, con el crecimiento de la precarización, la sobreocupación, y subocupación, sin dejar de mencionar el record de desocupación; en las innovaciones tecnológicas, con la proliferación de teléfonos celulares, desde el Movicom a las actuales marcas que incluyen cámaras de fotos y video, mp3, etc. amén de los cambios introducidos a partir de la aparición de internet; en la religiosidad, con la pérdida de exclusividad del catolicismo y la divulgación de nuevos cultos; en la familia tradicional y las perspectivas de género, a partir del reconocimiento de las uniones civiles, el desarrollo del trabajo de organizaciones de travestis, lesbianas y transexuales, de los Encuentros Nacionales de Mujeres[3], de las modificaciones de roles domésticos, de las políticas barriales para paliar la crisis social[4]; en los gustos musicales (por citar sólo un tipo de expresión artística), con la aparición de la cumbia villera, el rock Chabón y la propagación de múltiples bandas, poniendo en cuestión la tradición de pocas “grandes bandas” en cada género.

En este contexto, las mujeres y hombres que vivimos del trabajo, también (y sobre todo) nos hemos visto expuestos a distintos sacudimientos políticos y crisis económicas. La precarización de la vida (con su consecuente empobrecimiento generalizado) fue intensa y llegó a fragmentar como nunca a nuestra clase. Muchas fueron, también, las resistencias y luchas que se libraron, en el camino de recuperar viejos derechos y conquistar otros nuevos. La novedad, tal vez, radique en que muchas de estas experiencias se dieron por fuera de la lógica formal del mundo del trabajo.

Me parece, en este sentido, que la experiencia de las empresas recuperadas y de los Movimientos de Trabajadores Desocupados en las barriadas son dos grandes ejemplos que no puedo dejar de mencionar.

Tanto en las recuperadas como en los movimientos, junto con la conquista y defensa de derechos elementales a la subsistencia, se fueron dando experiencias ligadas al arte, los oficios y la educación. Proyectos en donde se organizaron actividades vinculadas a la música, la plástica, la comunicación, la artesanía, la serigrafía, etc. Los innumerables festivales que se han realizado en apoyo a las fábricas. La conformación de Bachilleratos Populares[5] han sido tal vez el ejemplo más radical de estas experiencias de los de abajo.

Al mismo tiempo en que se gestaban y surgían estas múltiples experiencias, un sector del movimiento obrero resistió la tercerización y la precarización, y libró luchas por la estabilidad laboral, por mejores condiciones de trabajo, por aumento salarial, por mantener las vacaciones, los aguinaldos, los aportes jubilatorios; en fin, por defender las históricas conquistas que las burocracias sindicales fueron entregando.

En este contexto es que hoy se puede hablar de la importancia de continuar apostando a la gestación de una cultura propia, nacida de nuestras propias luchas, generando nuevas prácticas y formas de relacionarnos cotidianamente. En este sentido, no podemos dejar de reivindicar que la lucha (la acción directa), las asambleas como mecanismo de participación masivo y el carácter antiburocrático en las formas de organización, hacen a una cultura política fundamental en la perspectiva de fortalecer la autonomía de l@s trabajador@s, de consolidar una visión independiente de nuestra clase.



(*) Articulo publicado como Dossier de Debate N° 1, Acoplando, Revista de cultura de la Asociación Gremial de Trabajadores del Subte y Premetro (AGTSyP), Año I, N° 2, Buenos Aires, diciembre de 2009. Ilustración: Diego El Turco Abu Arab.


Notas:

[1] Para quienes les resulte extraña la inclusión del @, aclaramos que es una forma de designar el carácter masculino y femenino del género. Por otra parte, es un intento por señalar –aunque de manera limitada- la imposición machista inscripta en nuestra gramática.

[2] Por popular me refiero a los distintos sectores de la población que son trabajadores en distintos rubros (incluyendo a la clase obrera, pero excediéndola), y otros sectores directamente excluidos de los “beneficios” del mundo tradicional del trabajo (claro ejemplo son los pobres que habitan las barriadas periféricas de los grandes centros urbanos). Es decir, una concepción de lo popular que excluye de plano cualquier tipo de alianzas con la burguesía.

[3] También fueron muy importantes los abordajes de las problemáticas de género a través de talleres en los barrios, universidades y sindicatos.

[4] Los comedores y merenderos comunitarios fueron impulsado mayoritariamente y de manera masiva

[5] Los Bachilleratos Populares son colegios secundarios para adultos autogestionados por fábricas recuperadas y movimientos sociales que, si bien emiten título oficial, son docentes –junto con las organizaciones- quienes definen los programas de estudio en base a una pedagogía que busca formar sujetos críticos de la realidad. Funcionan unos treinta en Ciudad y Provincia de Buenos Aires.