jueves, 28 de junio de 2018

Postales de otro 26 de junio en Puente Pueyredón


(historia de una foto reciente: 2018)


Este año llegué tarde a la concentración del 26 de junio en Avellaneda. Y encima la movilización de la Estación Darío Santillán y Maximiliano Kosteki hacia el Puente Pueyrredón comenzó más temprano, ya que a las 15 horas Argentina jugaba un partido que tenía a casi todos los habitantes de este país pendientes de su resultado. Así que me perdí de vivenciar esa emoción tremenda que es subir a ese puente junto a toda la multitud, pasar delante del mural que Flor y otras compañeras y compañeros pintaron en 2002 –y que con retoques se mantiene hasta el día de hoy--, volver a transitar esa cortina ascendente de cemento por la que caminamos y hasta corrimos tantas veces. Algunos años, ya viviendo en Córdoba, dejé de ir a Buenos Aires para esa fecha: entendí que debía comenzar a contribuir mi granito de arena a las jornadas en conmemoración por la Masacre de Avellaneda en el lugar que había elegido para vivir. Y luego, con el 15° aniversario, el año pasado, volví.
Este año fui primero a radio La tribu, para participar de un programa junto a Neka Jara, del MTD de Solano, y compañeros de ruta de entonces y hoy que libran sus batallas desde el pensamiento crítico y la comunicación popular, así que no estuvo tan mal llegar tarde a la manifestación.
Fue raro subir sólo al puente, mientras escuchaba voces amplificadas por el uso de un micrófono.
La soledad duró poco, de todos modos. Fue emocionante también subir e ir saludando y reencontrando tanta gente que compartió tantas emociones y luchas en otros tiempos, y que de tanto en tanto nos volvemos a cruzar. Mucho más volver a saludar a compas que hace muchísimos años no veía. O dar un abrazo a pibes de igual estatura a la mía, que conocí cuando no me llegaban ni a la cintura.
Llegué tarde, pero llegué a escuchar a Alberto Santillán. Me perdí el documento, pero tal vez tuve alguna suerte ahí: cada vez presto menos atención, y cada vez me aburren más los kilométricos textos leídos en actos políticos.
Pasaba saludando, sorteando banderas y gente sentada en el piso cuando escucho a lo lejos una voz de alguien que hablaba desde el escenario. “Esa es la Monchy”, me dije. Su vos es inconfundible.
Luego nos saludamos, en ese otro ritual de cada año: las multitudes se van, regresan por Pavón hacia la estación ex Avellaneda o por avenida Mitre o tomarse algún colectivo, y otros, otras, pocos, nos quedamos ahí. Como si no nos quisiéramos ir.
Este año hubo detrás del escenario, al finalizar el acto, un Pañuelazo verde, en el que las compañeras otras vez ocuparon la escena para hacerse oír, y seguir reclamando la Ley que despenaliza el aborto, y visibilizando su derecho a ejercer la soberanía de sus cuerpos. Pero el pañuelazo terminó y ahí seguíamos varios aún. Pude nuevamente darle un abrazo a Alberto, y otro a la Monchy, y ahí salió esta foto, que mi amigo Juan Rey disparó desde un celular.
Alberto cada vez habla mejor. Tiene la virtud de poder decir lo que realmente piensa y siente, sin filtros, porque es el padre de Darío y nadie se atrevería a poner en cuestión sus palabras. Pero en ese testimonio de familiar (de una nueva víctima del accionar represivo del Estado) Alberto logra además correr los límites de la política tal como se entiende hoy en día. Hay veces incluso en que su palabra tiene más sustancia y es más radial que la de algún dirigente político o social. Y este año le metió el plus de hacer un chiste en medio de la tensión de semejante situación. Un crack Alberto, el padre del Puente Pueyrredón.
Monchy es ya como la relatora oficial de los actos del 26 de junio y las jornadas culturales del los 25 (que este año por el paro se realizaron el 24). Su voz es dulce, y potente (bien lo sabemos queines además la hemos escuchado cantar). Si mal no recuerdo ella no estaba el 26 de junio de 2002, cuando intentamos cortar el Puente Pueyrredón y la las fuerzas represivas del Estado comenzaron a los tiros (a disparar balas de goma y gases lacrimógenos, pero también balas de plomo). Se sumó después al MTD, en Glew, uno de los cuatro barrios que integraban el MTD de Almirante Brown que Darío había fundado y ayudado a poner en pie desde enero de 2000 Monchy fue una de las tantas personas que se indignaron al ver las imágenes de la represión de aquel día, y la tenacidad de esas mujeres l frente de la protesta, y la combatividad y solidaridad ejercida por tantas pibas y pibes de barrios humildes del Conurbano, como Darío y Maxi. Pero fue de las pocas que hicieron de ese sentimiento de indignación, y tal vez de admiración, un acto político. Y se sumó a militar en el movimiento social. Como Alberto, quien hace pocos días en una entrevista radial que pude hacerle desde La luna con gatillo comentaba que tras la muerte de Darío nació un nuevo Alberto Santillán.
Así que me perdí ingresar al Puente Pueyrredón junto con la multitud, pero no me sentí sólo.
Mucho menos luego de los saludos detrás del escenario. Momento del que me llevo otro hermoso recuerdo, y esta bella imagen. Hasta el próximo 26 de junio. O quien sabe, hasta la próxima batalla que se libre ahí, o en cualquier otra parte. Y volvamos a encontrarnos con Monchy, con Alberto, y también con Darío y con Maxi. Que estarán allí, junto a nosotrxs, recorriendo otra vez los caminos de la libertad...

viernes, 22 de junio de 2018

En La Matera, junto a Darío Santillán


Otra historia de una foto


La que aparece de espalas es Neka Jara, referente del MTD de Solano junto al Padre Alberto, el curita que abrió las puertas de la parroquia Las Lágrimas a las vecinas y vecinos desocupados, y que cuando el obispado le planteó que dejara de hacer esas actividades allí él lo planteó a su vez en la asamblea para que las bases resolvieran qué hacer. Y la asamblea decidió tomar la parroquia nomás.
De fondo se ve a otro compañero, que no logro reconocer. Allí aparecemos en el terreno de la que fue mi primera casa como joven emancipado, en la última manzana, en el último terreno libre que había quedado tras la toma de un predio inmenso donde hoy está asentado el barrio La Matera.
Darío y Neka conversan conmigo quien sabe de qué. Supongo de las urgencias de ese día lluvioso. Había que armar la casita, y para eso Pablo y Flor (que eran más grandes que Darío y yo, que tenían auto y sobre todo Pablo, algún saber de trabajo manual que el resto no) trajeron los aprestos necesarios para levantar el rancho en el que me quedaría de allí en más. Darío estaba dando entonces los primeros pasos en el barrio Don Orione, donde había crecido, para poner en pie allí un Movimiento de Trabajadores Desocupados. Pero embebido en la ética guevarista en la que habíamos crecido, y que él sobre todo y más que nadie sostenía a rajatabla, no podía permitirse “refugiarse” en su incipiente construcción (que requería de todas sus energías, obviamente) sin dejar de estar presente en otras luchas y procesos de organización importantes de la región. Y esas 2.000 familias que de la noche a la mañana levantaron un barrio entero en San Francisco Solano estaban protagonizando algo importante, que duda cabe, en una zona que se había edificado entera, unas décadas antes, a partir de las tomas de tierras, acompañadas muchas de ellas por la militancia cristiana de las Comunidades Eclesiales de Base.
Recuerdo lo asombrados que veíamos, ese 1° de abril del año 2000, la gimnasia organizativa con que se ponía en pie un barrio entero desde la nada. Los terrenos se medían a pasos y se clavaban ramas sobre las que se tiraban hilos a modo de alambrado. Todos los terrenos eran más o menos del mismo tamaño. Se trazaban las calles, se dejaban algunos metros para las futuras veredas y un grupo de auto-defensa popular sacaba a quienes intentaban “rancherar” en el medio de una calle. También se elegían delegados por manzana, que se reunían en una asamblea general cada una determinada cantidad de horas. Asamblea de la que también surgió rápidamente una estructura de cuerpo de delegados, de comisiones de trabajo en alimentos, salud, auto-defensa, difusión del conflicto, diálogo con la policía y funcionarios del gobierno local.
Nuestro núcleo político era de apenas cuatro integrantes: Pablo y Flor ya con una casa en Villa Corina, a media cuadra de la avenida que separa los distritos de Avellaneda y Lanús. Allí habían empezado meses atrás a construir el MTD en Montechingolo, Lanús, luego de una experiencia en Corina, Avellaneda. Darío había terminado el colegio secundario en diciembre del año anterior y en enero, una asamblea de desocupados se convocó en Don Orine y allí fue él con la propuesta de organizarse como un MTD. En Solano el Cura y Neka habían logrado reorganizar un poderoso MTD luego de la fuerte represión que habían padecido tras los cortes de ruta del año 97, cuando ellos formaban parte del “Teresa Rodríguez”, y de algún modo eran una referencia para todos nosotros, que estábamos en una búsqueda de nuevos modos de desarrollar la organización popular. Así que como yo era el único de los cuatro que estaba sin territorio definido, y como para nosotros el vínculo con el MTD de Solano era “estratégico” (entendíamos que estábamos en una etapa de “incursión” en una nueva experiencia, y que lejos de pretender conducir ese era un momento de formación de cuadros y de aprendizaje de experiencias más desarrolladas), definimos que en esa toma de tierras –a la que habíamos llegado para solidarizarnos y acompañar a la militancia de Solano-- me quedara yo.
La foto, como toda fotografía, da muestras sólo de un instante fugaz que ha logrado quedar fijado en una imagen. Así y todo la imagen es sugerente. Allí estamos los tres, bajo la lluvia, conversando. Darío está sonriendo y se nos ve con tranquilidad, a pesar de la situación: llovía (¡no dejó de llover todo ese invierno!), hacía mucho frío, teníamos que poner en pie un rancho en tierras inundables, la toma se compartía con sectores del justicialismo que nos consideraban claramente sus enemigos, la Gendarmería comenzaba a intentar cercar el lugar, pero allí estábamos los tres, conversando tranquilamente, seguro planificando el próxima paso.
Recuerdo que una noche Darío, Dani y no sé quien más se quedaron a dormir en la carpa que habíamos instalado en el terreno, para que yo pudiera ir a la casa de mi padre a bañarme, comer, tomar algo caliente. Después, Darío, no volvió muchas veces más, porque su militancia en Don Oriene lo tenía totalmente ocupado en las tareas necesarias para emprender ese viaje de conformación de un nuevo MTD.
Con Neka y el Cura teníamos diferencias políticas. No éramos un mismo núcleo político, pero así y todo emprendimos juntos la construcción de la Coordinadora Aníbal Verón, en la que también estaban los núcleos de la militancia del MTD de Florencia Varela y de Quebracho de La Plata y de Lanús.
Duramos poco en La Matera.
Así y todo fueron semanas intensas: yo logré ser delegado de manzana, luego integré la coordinación general del asentamiento como parte de la comisión de salud y, finalmente, logré poner en pie una humilde casita de chapa y madera. Allí perdí un libro de Lenin, uno de Engels, y alguna que otra cosa más que por razones obvias de seguridad no vamos a mencionar: una inundación –creo que la primera-- se llevó puesto casi todo. Ese día justo yo había ido a la casa de mi padre, porque estaba muy enfermo y una neumonía no me permitía continuar mis tareas en el asentamiento. Al volver me encontré en una asamblea general teniendo que dar explicaciones ante un grupo de punteros del PJ que me acusaban de ser responsable de la muerte de un bebé durante el temporal. “¿Dónde estaban los de la comisión de salud?”, decían señalándome. Como si el régimen político, el sistema económico no fueran responsables de esas muertes, que se sucedían a diario. Incluso su partido, que había traicionado en esos años las banderas históricas del peronismo para llevar adelante ese modelo neoliberal socialmente injusto, y económica y políticamente dependiente. Pero en medio de una asamblea popular en un asentamiento, con los ánimos caldeados, no se podían dar esos debates. Obviamente: el encuentro terminó a las piñas. Allí estaba yo, con mis 19 años, enfrentando entre mocos y estornudos a los muchachos peronistas a quienes no les importaba que yo llevara tatuadas en el pecho las banderas argentinas, junto con tacuaras y una estrella federal. Estaba por “cobrar” cuando veo que, no sé de dónde, el Cura Alberto empieza a revolear piñas y me salva de esa situación. No voy a decir que fue Dios el que me salvó ese día, porque soy ateo, pero que su palabra en la tierra pasó a ser acción directa, no caben dudas. No recuerdo si Neka estaba ese día, porque siempre estaba pero no la recuerdo. Si estuvo, de seguro tuvo una parte activa en dicha refriega.
Tiempo después Infantería desalojó la parroquia La Lágrimas. Y ahí estuvimos otra vez junto a Darío, Pablo y Flor, bancando la parada en San Francisco Solano, junto al Padre Alberto y Neka, quienes instalaron enfrente (en la Plaza que habían bautizado “Che Guevara”) una “Carpa del aguante”, como le habían puesto en Corrientes tiempo atrás. Allí se instaló el “Cuartel General” desde el que se planificaron nuevas tomas de tierras, todas bajo la lluvia, todas con fracasos rotundos. Al parecer, en esa, Dios no nos acompañó.
Semanas más tarde la cosa en La Matera se puso espesa. Los enfrentamientos dejaron de ser solo con los puños y en la correlación de fuerzas adversas toda la militancia de las organizaciones sociales de base tuvo que dejar el lugar. También la Carpa del aguante padeció su desalo.
Así y todo, el MTD de Solano no dejó de crecer, ni de ser una referencia imprescindible para quienes comenzábamos a transitar esos senderos de acción directa y organización de base con participación popular activa. Para quienes, junto a Darío y tantas y tantos como él, comenzábamos a transitar los caminos de la libertad.

miércoles, 20 de junio de 2018

Darío Santillán,memorias de la resistencia en la zona sur del Conurbano


HISTORIA DE UNA FOTO-



Observo en las redes el doble fervor patriota, por el Día de la bandera y por el Mundial de Fútbol.
Quienes me conocen saben que llevo, entre mis tatuajes tumberos, uno en el pecho que tiene dos banderas argentinas cruzadas… Aunque sin terminar (¿será cierta pulsión punk-libertaria que se resistió a concretar los colores del cielo sobre mi cuerpo?).
En esta foto estoy con una remera argentina. Será el año 1999. Por entonces hacía rato ya que no miraba los partidos de fútbol y unos cuantos que había dejado de ir a la cancha a ver a Quilmes con “los chicos de mi barrio” (como cantaba Sin Ley).
No recuerdo el nombre de las calles de aquella esquina, pero paradójicamente concentró gran parte de mis años de adolescencia. Allí cerca vivía Cacho, mi responsable de formación que con el tiempo me fue adoptando en una extraña relación en la que se intercalaba el vínculo de amistad y de respeto “maestro-discípulo”.
Sí recuerdo las cuatro esquinas. Ahí donde estamos había (¿hay?) un hipermercado. Allí hicimos una vez la pintada que me valió mi primera estadía de una noche en la cárcel. “Abre Norte y cierran almacenes” llegué a pintar con aerosol negro, antes que un guardia de seguridad saliera a los tiros y me empezara a correr”, mientras mis compañeras y compañeros observaran la situación desde la parada del colectivo de esa misma esquina, mientras esperábamos –birras en mano-- que una amiga llegara allí para irnos en barra a pasar la noche juntos.
Enfrente, un telo. Siempre fue misterio para mi ver como se sostenía el hotel-alojamiento durante tantos años, pero no recuerdo ninguna historia particular de ese lugar (entre otras cosas, será, porque el sexo juvenil de aquellos años se daba en nuestras desiertas casas --la de los pibes y pibas que crecíamos en plena efervecencia neoliberal-- en las que se podía estar horas enteras sin que nadie estuviese allí, o en alguna plaza o rincón oscuro de la ciudad).
En la otra esquina una estación de servicio, en la que durante años pudimos comprar el escabio necesario para compartir en alguna noche de amistad
Allí, en los escalones de la cuarta esquina, una escuela, en la que también pasamos muchas noches, sentados y conversando, antes de que la enrejaran. Seguramente porque estaba enfrente de la estación de servicio o quien sabe por qué, preferíamos las parecitas de la institución a la plaza que estaba a unas cuadras.
Aquella tarde alguien (¡quién será?) nos sacó esa foto. La cámara seguro debe ser de Darío, a quien siempre le gustaba andar sacando fotos. Eran las de rollo, esas rectangulares-familiares, las que nunca sabías si finalmente tenías las imágenes en papel hasta verlas, porque el rollo siepre se podía velar y chau fotos. Pero ese se ve que no, y la cámara capturó esa imagen de una tarde cualquiera en el distrito de Quilmes, zona sur del conurbano bonaerense.
Darío Santillán que aún no es referente de un Movimiento de Trabajadores Desocupados sino un estudiante del colegio secundario (ya militante eso sí) con sus típicos jean gastados, su barba y su melena, tan joven, con sus camisas de señor que siempre usaba entonces. La Grillo, mi novia de entonces, mi compañera durante tantos años y Dani, amiga y compañera también. Faltan otras compañeras y compañeros –no muchos más-- de la Agrupación 11 de Julio, esa que nunca llegó a incorporar 11 militantes pero que contribuyó a hacer de puente entre esas luchas incipientes de los años 90 y las grandes batallas que se librarían a partir de 2000. Luchas que encuentran su continuidad en la bandera argentina. Esa que tenía La 11, esa que luego usó el MTD de Almirante Brown. Esa que para nosotros era símbolo de disputa con los fachos y las clases dominantes.
La bandera que flameó con Montoneros en el 73, la que se agitó en el Cutralcazo en 1996. Y la que se plantaría en las barricadas del 19 y 20 de diciembre de 2001.
De allí que nos gustara tanto ese cántico que no era nuestro, pero que nos gustaba entonar con pasión:
“Somos de la gloriosa juventud argentina, la que hizo el cordobazo, la que peleó en Malvinas.
La del Roby Santucho, la de los Montoneros, la de la Patria Libre, la de los compañerooosss”.
Y las compañeras, habría que agregarle hoy, cuando hay tantas jóvenas protagonizando el cambio.
Ese por el que peleó Darío. Ese sendero que seguimos transitando hoy. Los caminos de la libertad, que va...

(No es parte de la serie 2001: odisea en el Conurbano, pero casi)
A 16 años de la Masacre de Avellaneda: #ArdeRojoJunio; L.OM.J.E; H.L.V.S

martes, 19 de junio de 2018

Darío Santillán: ¿cuadro o estampita?

Herencia e invención: la figura de Darío Santillán a 16 años de la Masacre de Avellaneda. Dossier colectivo ilustrado por Florencia Vespignani.*

Por Mariano Pacheco


El vínculo entre herencia e invención siempre suele ser complicado. ¿Cuándo una herencia pasa a oprimir como una pesadilla el cerebro de los vivos? ¿Cuando una invención queda desconectada de un legado que puede enriquecerla y problematizarla... o tensionarla?
La insistencia inquebrantable de familiares, amistades y militancias en torno a las figuras de Maximiliano Kosteki y Darío Santillán han habilitado un ejercicio de memoria casi sin precedentes en la historia argentina de posdictadura. La lucha jurídica se entremezcló con la pelea política y la batalla cultural. El cambio de nombre de la Estación Avellaneda, las intervenciones artísticas de todo aquel espacio y las actividades de cada 25 y 26 de junio desde 2002 a hoy (e incluso con menor intensidad los 26 de cada mes) dan cuenta de ese ejercicio. También los escraches a Eduardo Duhalde y Felipe Solá, presidente interino de la Nación y gobernador de la provincia de Buenos Aires cuando se llevó adelante la Masacre de Avellaneda. Proceso de visibilización del caso que, de algún modo, encontró su complemento en una estrategia jurídica determinada, que permitió que los responsables materiales de los crímenes –el Comisario Alfredo Fanchiotti y el Cabo Alejandro Acosta-- fueran juzgados, condenados y encarcelados. Incluso la cultura popular de sesgo religioso supo entremezclarse con la cultura militante de izquierda, dando frutos como San Darío del Anden.
Bien, hasta aquí la potencia que dio un fenómeno que puede sintetizarse en esa última imagen en la estación: un jovensísimo Darío Santillán tomando el pulso de un también muy joven Maximiliano Kosteki con una mano mientras que con la otra mano intenta frenar el avance policial que terminó con la vida de ambos. Imagen que, junto con la consigna “Multiplicar su ejemplo, continuar su lucha”, supo ser línea de intervención militante en los años inmediatamente posteriores al hecho. Pero una década y media no es poco tiempo, y demasiadas cosas han pasado en la Argentina durante los últimos quince años.
Este 16 aniversario de la represión en Puente Pueyrredón nos encuentra a muchos con la inquietud de hasta qué punto las figuras de Kosteki y Santillán no se han billikenisado (como dice el amigo Lea Ross). Es decir, hasta qué punto no hemos transformado a Darío y Maxi en una estampita más del paisaje mental y sentimental de una izquierda que no es capaz de expresar nuevos modos de intervención política radical (la melancolía de izquierda hace que la izquierda se sienta más a gusto en su marginalidad y en su fracaso que en su esperanza, escribe Mark Fisher en Los fantasmas de mi vida. Y agrega: esta izquierda hace una virtud de su incapacidad de actuar).
Se sabe: Maxi era un pibe con inclinaciones artísticas y una fuerte sensibilidad social. Situación que en el contexto del “verano caliente” de 2002 lo llevó a vincularse con el Movimiento de Trabajadores Desocupados (MTD) de la localidad de Guernica. No tenía experiencia militante previa y esto no quita la valentía y el arrojo con el que enfrentó la represión del Estado aquel 26 de junio de 2002, pero lo coloca en lugar diferente, en un devenir biográfico distinto al de Darío.


Apoderarse de un recuerdo tal como éste vislumbra en un instante de peligro
Darío Santillán fue parte de la generación de jóvenes que, cursando el colegio secundario en la escuela pública, enfrentó los embates neoliberales que en el sector se expresaron a través de la Ley Federal de Educación (junto con la Ley Superior para el ámbito universitario). Cierta sensibilidad frente a la situación de los pueblos indígenas o las poblaciones afectadas por las inundaciones le llegó por vía del rock (más específicamente por el heavy metal y la figura de Ricardo Iorio) y una solidaridad mamada desde chico a través del oficio y los modos de entender la fe de sus padres. Le siguieron las imágenes de Ernesto Guevara, el Sub Comandante Insurgente Marcos, María Claudia Flacone y las pibas y pibes secuestrados por el terrorismo de Estado en la denominada “Noche de los lápices” de septiembre de 1976. Lo que sigue es la incorporación de Darío a una organización política, la lectura de libros, las reuniones de discusión, el desarrollo de una ética guevarista que se tuvo que medir con la época.
¿Qué implicaba no bajar las banderas de la perspectiva de transformación revolucionaria después de la derrota de los años 70 y la caída del muro de Berlín?
Darío fue parte de una experiencia que intentó inventar nuevos modos de intervenir en la realidad, pero leyendo lo más agudamente que podía las distintas coyunturas que iba atravesando, lo que sucedía en otros rincones de la patria y del mundo, en una fuerte relación con la historia del país y de otros procesos revolucionarios acontecidos décadas atrás.
Que Darío fuera vocero del movimiento piquetero desde un corte de ruta o se encontrara al frente de una toma de tierras en la zona sur del conurbano no fue obra del azar. Tuvo que ver con una militancia constante, perseverante, realizada en base a una definición política tomada colectivamente a partir de determinadas lecturas. Lecturas, insisto, “lo más aguda posibles”, ya que entonces los medios eran escasos. ¿Cómo se formó Darío Santillán? Viendo películas en VHS; leyendo algunos libros (la mayoría de las veces prestados); discutiendo en rondas entre mate y mate; pateando las calles del conurbano; leyendo algunos pocos periódicos y revistas: Resumen Latinaomericano, el semanario Hoy (del PCR, entonces único periódico de izquierda que podía comprarse en un puesto de diarios), el Le Monde Diplomatique… Muy de vez en cuando algún texto que alguien imprimía de internet y circulaba de mano en mano. Y no mucho más.
Darío –como gran parte de la militancia que confluyó en la corriente autónoma del movimiento piquetero-- pertenecía a esa clase media baja que durante el menemismo se fue al tacho, cuando no a familias laburantes (sus padres, de hecho, eran enfermeros, oficio que su padre Alberto continúa ejerciendo hasta el día de hoy en el ámbito de la salud pública). El proceso de inserción en determinados territorios para desarrollar el trabajo político implicó un desplazamiento (geográfico-social), pero no tuvo nada que ver con la “proletarización” del tipo “estudiante universitario a la clase obrera”, sino un movimiento que implicaba una definición política (trabajar con determinado sector social en determinadas zonas) y la única emancipación familiar posible (con trabajos hiper-precarizados nadie podía pensar en alquilarse una casa, ni siquiera una pieza en una pensión).
¿Por qué fue tan fructífera la militancia en el seno de los Movimientos de Trabajadores Desocupados?
Entre otras cosas, porque allí confluyeron propuestas de resolución de necesidades elementales con rechazo a los modos de hacer política (que entonces estaban atravesando una fuerte crisis); estrategia militante con escucha de las voces populares, apertura a lo que pudiera suceder una vez realizado el proceso de reunión de las personas en torno a una propuesta inicial muy general. Esto más la lectura de las distintas coyunturas, insisto.
En mi libro De Cutral Có a Puente Pueyrredón cito de manera extensa el folleto Estrella Federal, que a inicios del año 2000 publicamos desde el núcleo militante que integrábamos con Darío, en un grupo tan reducido que nunca llegó a la media docena. Pero que tuvo un mérito, entiendo: el de delinear el trazo grueso por el cual nos proponíamos transitar de allí en más para contribuir a desarrollar un proceso de resistencia popular que pudiera generar las condiciones para avanzar en proyectos de construcción de poder popular que buscaran cambiar la sociedad (entendimos entonces aquella máxima planteada por Sun Tzu en El arte de la guerra. A saber: que aquellos que no tengan un plan a largo plazo serían capturados por el enemigo).
La lectura sobre las tendencias que abrían las puebladas de los años 1996 y 1997 en cuanto a nuevos modos de organización y metodologías de lucha, así como la visualización de los sectores sociales y las reivindicaciones específicas que podían motorizar un proceso de resistencia popular, fue fundamental, tanto como la apertura a los necesarios escenarios de reinvención.
Fueron años de una intensa formación política sobre el terreno mismo de las luchas sociales.
Poder leer la posibilidad de trasladar los cortes de ruta desde el fenómeno puebladas en determinadas provincias a piquetes protagonizados por organizaciones de base en el conurbano bonaerense fue central, así como la necesidad de pasar de los cortes en rutas cercanos a los territorios donde se organizaban los movimientos a bloqueos de puentes y vías de acceso a la Capital Federal.
Hoy, cuando el marchismo se presenta como horizonte máximo y último de la lucha popular, cabe preguntarnos si más que banderas con el rostro de Darío Santillán (o junto con ellas, más bien) no deberíamos pensar un poco más en rescatar cierto saber estratégico gestado en aquellos años. Uno, fundamental: salirse del lugar de comodidad de lo existente, incluso de los modos de organización y los métodos de lucha popular existentes en un determinado momento histórico.
Si algo funcionó durante los años 2000, 2001, 2002 fue la creatividad en cuento a probar distintos caminos, que podríamos enumerar en una serie de ejemplos: si la olla popular no funciona, tomar edificios públicos; cuando sabes que la policía ya te espera en un determinado camino, desplazar los cortes de ruta hacia los puentes; cuando tu lucha no tiene efectividad porque si no sale en ningún medio de comunicación el poder político no responde a tus reclamos, organizar la difusión puntual de cada batalla; cuando el comunicado de prensa conspira contra la efectividad del efecto sorpresa para piquetear, primero realizar el corte, y luego difundirlo; cuando las amenazas de represión sobre los intentos de bloquear accesos comienzan a hacerse sentir con la fuerza de la realidad material y no solo de la amenaza discursiva, organizar la autodefensa necesaria para resistir; siempre desde una política de masas y no desde un foquismo petardista en lo discursivo pero ineficaz en la práctica...
Sólo entendiendo este saber estratégico elaborado desde las luchas concretas y las lecturas de las distintas situaciones puede entenderse la potencia de las experiencias gestadas en aquellos años. Sólo así puede entenderse esa singularidad llamada Darío Santillán: un pibe de 20 años, sin más estudios que los cursados en un colegio secundario en lo más profundo del Conurbano, que podía hablar ante funcionarios del poder político, empleados de las empresas periodísticas, vecinas y vecinos de los barrios más pobres y militantes con estrategias similares o diferentes. Conversar o discutir sobre experiencias revolucionarias del pasado, sobre otras luchas contemporáneas o sobre el camino a recorrer por las propias experiencias gestadas al calor de cada batalla cotidiana.
Por supuesto, esta escritura –como todo discurso, como todo pensamiento-- no queda exenta del mito. Y tal como recordaba Michel Foucault, toda escritura está situada en un lado específico del campo de batalla que atraviesa la sociedad. Por eso asumimos que toda crítica es una autocrítica y que toda escritura debe asumir su lugar en el combate. Escribe Foucault:
Debemos ser eruditos de las batallas. Debemos serlo justamente porque la guerra no ha concluido, porque todavía se están preparando las batallas decisivas, porque la misma batalla decisiva debemos ganarla. Eso significa que los enemigos que tenemos ante nosotros continúan amenazándonos, y que podremos alcanzar el término de la guerra, no a través de una reconciliación o una pacificación sino sólo con la condición de resultar efectivamente vencedores.
Para vencer necesitamos de miradas estratégicas, no sólo de luchas y procesos de organización. Para vencer necesitamos cuadros. Como Darío, el activista social, el luchador popular que se estaba formando como cuadro revolucionario integral.
Tal vez este sea nuestro mito. El de un Darío que nos ayude a formar la nueva oficialidad para encontrar las estrategias necesarias para el cambio social.


*Dossier conjunto realizado por La luna con gatillo, Contrahegemonía web y la sección Comuner@s en la orilla de Resumen Latinaomericano.

domingo, 17 de junio de 2018

2001: Un Día del padre muy particular (Homenaje a Oscar Barrios y Carlos Santillán)


Extracto del libro De Cutral Có a Puente Pueyrredón, una genealogía de los Movimientos de Trabajadores Desocupados


Domingo 17 de junio de 2001, Día del Padre. En el departamento de General San Martín, provincia de Salta, el fantasma de la represión se transforma, otra vez, en cruenta realidad. Nuevamente el nosotros y ellos que dirime posiciones sociales y políticas. Es que las rutas provinciales “sólo pueden ser transitadas hasta una barrera que advierte que son las empresas petroleras las que deciden hasta qué punto son públicas las carreteras. Los barrios de altos funcionarios y técnicos de la desaparecida Yacimientos Petrolíficos Fiscales (YPF) se han convertido en espacios casi abandonados y reemplazados en sus funciones por faraónicos hoteles al costado de la ruta 34. En efecto, en esa ruta, entre las entradas a Mosconi y Tartagal, ciudades intermedias no turísticas del interior salteño, se erige un enorme edificio hotelero destinado a los nuevos jerarcas de las transnacionales petroleras, que lo habitan temporalmente sin familias ni arraigos lugareños”. Claro que las desigualdades no eran una novedad del neoliberalismo. La diferencia radica, tal vez, en que con el antiguo modelo todos se beneficiaban un poco de las desigualdades estructurales. De todos modos, no se puede dejar de destacar que en el “modelo inclusivo” cada cual debía conservar su lugar: los técnicos y gerentes en un barrio; los empleados y obreros en otro y más allá, mucho más allá de las jerarquías del bienestar, las comunidades indígenas. Como en la narrativa arltiana, cada cual dentro de las escaleras de verdugos que es la sociedad.
Pero estábamos en la mañana del 17 de junio. Luego de 18 días de corte de la ya legendaria ruta 34, los miembros de la UTD se preparan para realizar un encuentro nacional en apoyo al conflicto. Desde Buenos Aires, Roberto Martino, referente del MTR; Alberto Spagnolo, referente de los MTD autónomos; y Guillermo Cieza, de la revista Retruco y el Encuentro de Organizaciones Sociales, entre otros militantes y luchadores sociales, se hacen presentes, ponen el cuerpo ahí, en el escenario mismo del conflicto (expresando que la solidaridad no sólo se transmite por papel, o como se estila en los últimos años, por e-mail). Llevan las adhesiones de las organizaciones del Conurbano Bonaerense, de los que no han podido viajar, a pesar de las ganas.
En Mosconi, los acontecimientos se desenvuelven como de costumbre cuando hay conflicto: Pepino Fernández, Piquete Ruiz y otros referentes del lugar se mantienen en la ruta, junto a un centenar de pobladores que bancan el corte mientras se espera la respuesta del gobierno nacional. Aprovechando el domingo, el Día del Padre, la respuesta del gobierno “progre-aliancista” no se hace esperar. Su política de criminalización de los pobres que luchan lleva ya un tiempo, pero ahora, además, pondrá en marcha un plan represivo que continúa y profundiza el “modus operandi” puesto en práctica en la represión del Correntinazo, en diciembre de 1999.
Los reclamos de los salteños son similares a otros que se extienden a lo largo y a lo ancho del país: subsidios para los desocupados, 5.000 módulos alimentarios, incorporación de los obreros municipales despedidos y el esclarecimiento de las cuatro muertes provocadas en represiones anteriores. Y ahora, el clima en Salta está peor que en otras ocasiones. Durante la semana, por orden del juez Abel Cornejo, Reinieri, Barraza y Carlos Gil, tres militantes del Polo Obrero, son detenidos, acusados de sedición.
Así de caldeado venía el clima en el norte del país. Por eso, cuando se desató la represión y Félix dio aviso al pueblo mediante el sonido de la sirena, miles de habitantes de General Mosconi salieron de sus casas para defender la ruta. Como era costumbre. Hombres, mujeres, sobre todo jóvenes, muchos jóvenes, que no dudaron en responder al llamado del jefe de bomberos local.
La jornada culminó con 56 detenidos, de los cuales 55 sufrieron vejámenes por parte de las fuerzas de seguridad. Como en los años de represión de la dictadura, algunos de ellos fueron sacados directamente de sus casas. En este caso, la legitimidad de la Gendarmería, construida en base a presentarse como una fuerza compuesta por muchachos dedicados a cuidar las fronteras y a colaborar con la población en distintos menesteres, se vino a pique, sin excusas: durante la represión en Mosconi, actuaron como un verdadero ejército de ocupación, ensayando, con el pobrerío que reclamaba trabajo, modernos métodos de sofocación de insurrecciones urbanas, como bien les enseñaron los marines de EE.UU. en los cursos que, en los últimos tiempos, venían desarrollando en territorio nacional.
Mientras tanto, la ministra Bullrich continuaba recolectando elementos para su futura ofensiva. Reclamos como los de Mosconi, dijo entonces, no eran un problema social, sino de “seguridad”. En la misma línea, el gobernador Romero declaró que para él, los integrantes de la UTD, eran sencillamente “delincuentes”. Luego de las detenciones, 139 personas que habían participado del conflicto se vieron obligadas a estar prófugas, ya que pesaba sobre ellas el pedido de captura. Entre los prófugos se encontraban Pepino, Piquete y las demás caras visibles de los conflictos de los últimos tiempos.
A pesar del intenso anillo represivo que gendarmería tendió sobre el pueblo, no pudieron encontrarlos. Junto al cerco policial, comenzó a montarse el político y comunicacional: con excepción de TN, que se limitaba a reproducir las versiones del gobierno salteño, los medios masivos todavía no habían llegado desde Buenos Aires y los periodistas de los medios locales no se encontraban en las mejores condiciones para obrar: un camarógrafo fue golpeado y una periodista recibió un balazo en su bolso, que de milagro no la mató. Así de duras comenzaron a ponerse las cosas en General Mosconi.
Mientras tanto, en el resto del país los festejos por el Día del Padre continuaban con tranquilidad.
Cuando dijimos que el operativo tendido por Gendarmería hacía recordar a los años duros de la represión dictatorial, no lo decíamos por sensacionalismo, como muchas veces se suele hacer. En esta ocasión, a las acostumbradas palizas que toda represión conlleva, debemos sumarle el uso de picana eléctrica por parte de Gendarmería Nacional.
Entre los torturados se destacó un caso particular: el de un joven epiléptico y analfabeto al que sacaron a golpes de su domicilio y que sufrió rotura de costillas y corte de oreja. Las condiciones de la víctima no fueron tomadas en cuenta por la justicia, que avanzó con las causas judiciales, ¡valiéndose de su testimonio escrito! En sus declaraciones –bajo tormento– el joven analfabeto afirmó tener conocimiento de que “los cabecillas estaban armados”. Sedición, apología del delito, incitación a la violencia, fueron los cargos que le adjudicaron.
El odio con que actuaron los gendarmes recuerda verdaderamente al modus operandi de un ejército de ocupación. Tal vez el papel que jugaron los policías provinciales cuando el Correntinazo, puso en estado de alerta a los mandos de la represión estatal. En aquella oportunidad, cuando la policía tuvo que reprimir, se encontró en una doble situación: estaban desde hacía meses sin cobrar el sueldo, y veían en la protesta a sus familiares, a sus vecinos. Pero en esta oportunidad, al desplazar personal de otras provincias, los gendarmes tuvieron la oportunidad de actuar impunemente, sabiendo que a los pocos días se encontrarían en otro lugar.
Espinosa y Fernández, por ejemplo, dos camilleros del hospital, fueron golpeados por el comandante Víctor de la Colina, segundo jefe de gendarmería. El motivo: simplemente, haber socorrido heridos durante la represión. Durante la indagatoria, a uno de ellos le dijeron: “¡Así que vos sos el hijo de puta que no quiso socorrer a un gendarme!”.
Oscar Barrios, de 16 años y Carlos Santillán, de 23, fueron las dos victimas mortales de la jornada. Carlos fue alcanzado por una ráfaga mientras se dirigía al cementerio, a visitar la tumba de su padre. Como si fuera poco, la tríada gobierno-justicia-medios de comunicación, insistía en que “los piqueteros estaban armados” y que las muertes habían sido ocasionadas por éstos. Las autoridades nacionales apostaron fuerte a legitimar esta operación, a tornarla eficaz. Enrique Mathov, secretario de Seguridad, declaró: “Los francotiradores piqueteros disparaban desde el monte”.
Toda una estrategia que veremos desplegarse con mayor fuerza durante la Masacre de Avellaneda. Medios masivos, poder judicial y político cerrando filas con las fuerzas de represión en un mismo discurso: se mataron entre ellos. Las víctimas transformadas en victimarios.
En esta oportunidad no previeron algo fundamental: las declaraciones de los funcionarios se basaban en informes de gente que no era del lugar. Así, cometieron las torpezas típicas de quien habla, como se dice popularmente, por boca de ganzo. La estrategia gubernamental no pudo profundizarse fundamentalmente porque no había forma de mentirles a los pobladores del lugar. Hablaron de “francotiradores piqueteros apostados en el monte que tiraban hacia la ruta”, cuando entre la ruta y el monte existe una distancia tan grande que hacía imposible que cualquier bala pudiera llegar si era disparada desde allí. De esta forma, la versión oficial se volvía poco creíble.
Otro rasgo fundamental a tener en cuanta –seguramente el más importante, aunque lo mencionemos en segundo lugar–, es el protagonismo popular.
Fueron los propios pobladores quienes protegieron a los referentes perseguidos, “guardaron” a los prófugos y transformaron a Mosconi en una verdadera retaguardia de masas del conflicto piquetero. También el propio pueblo de Mosconi fue el que resistió al cerco informativo, puteando contra los canales nacionales, pidiendo al periodismo local e independiente que dijera lo que estaba viendo: que era la Gendarmería Nacional la que había actuado encapuchada, con francotiradores, utilizando fusiles FAL con silenciadores. Que habían sido ellos los que asesinaron a los chicos.
Ese pueblo, dolido por las balas que mataron e hirieron a sus pares (y que incluso llegaron hasta lo simbólico, hasta las creencias más arraigadas en la población: destruyendo la imagen de la Virgen que solía acompañar las manifestaciones), fue ese pueblo, decíamos, el que se rebeló, el que resistió heroicamente los embates del poder.
Guille, el Negro, el cura, los militantes de Buenos Aires que estaban en Salta, no pudieron participar activamente de la resistencia, ya que se encontraban, un poco lejos del lugar de los enfrentamientos. Pero aportaron lo que en ese momento estaba a su alcance: información. Pieza clave durante las primeras horas para poder romper el cerco. Los salteños estaban metidos en una difícil. Quedaba claro: la solidaridad ya no servía si era en papelitos. La consigna, entonces, era hacerse escuchar.

sábado, 16 de junio de 2018

Las lecturas de Maite Amaya: bruja-trava-feminista-anarca-piquetera


Bibliotecas y movimientos sociales
Por Mariano Pacheco


Nunca conversamos con Maite. Apenas si nos saludamos algunas veces, en alguna movilización. Nunca, nadie, nos presentó. Aunque por alguna de esas cosas que tiene el movimiento popular, yo sabía quien era ella y ella sabía quien era yo.
Maite Amaya contenía en sí una rareza; no la rareza vista desde el punto de vista burgués, que considera raro el travestismo (¿Raro? Raro tenés el orto, diría Ricky Espinosa), sino una rareza al interior del propio campo, se podría decir. Maite era trava sí, pero no era una referente de “género y diversidad”. Tampoco era progresista, en la época en que las luchas por la diversidad dan un fuerte vuelco hacia posiciones progres. Maite era referente, claro, pero referente de un sector social y político maldito: era piquetera y anarca.
Alguna vez escribí algo en torno a cómo las travestis eran bienvenidas en el movimiento piquetero en general, y en las asambleas de mujeres del movimiento en particular. Como si una intuición de clase permitiera saldar, sin darlos, debates que en otros ámbitos llevaban horas, días, semanas, meses, años.
No conozco a fondo el proceso de la Federación de Organizaciones de Base (FOB), pero sospecho que debe haber sido muy similar al de otras expresiones de la corriente autónoma de movimientos sociales de la Argentina. El hecho de compartir el barrio en el que se vive, pero también esas calles que se patean cada día; el hecho de quedar expuestas a la misma vulnerabilidad frente a la prepotencia policial; el hecho de encontrar en las organizaciones de base un espacio no sólo para resolver las problemáticas y necesidades más inmediatas y elementales sino también donde poder compartir el cotidiano y proyectar sueños y anhelos hizo que para ninguna mujer una travesti fuera otra cosa más que una compañera. Algo similar sucedió con los compañeros, más allá de las risas, los chistes y los comentarios por lo bajo que siempre pudo haber por parte de alguno, que no expresan más que ese machismos que todos nosotros, de un modo u otro, llevamos adentro. Pero nunca escuché que fuera una risa, un chiste o un comentario por lo bajo que situara a una travesti en un lugar diferente al de una compañera. Lo mismo sucedía con los locos, las tortas, los cojos, las putas, los tuertos, las gordas, las rengas, los putos, lxs paralíticxs o toda aquella persona que tuviese algún rasgo que la distinguía de la norma hetero-patriarcal y los stándares de belleza que dominan este mundo (burgués). Allí, en el mundo, eran los raros. En el movimiento (que no dejaba de ser parte de ese mundo), tal vez eran un poco rarxs, pero no por eso dejaban de estar a la par: pasando las mismas necesidades, peleando por las mismas reivindicaciones, y compartiendo sueños similares.

***
Se sabe: el gran problema de los movimientos piqueteros fue que, compuesto mayoritariamente por mujeres, sus referencias para afuera siempre fueron hombres. Hubo excepciones, claro, y La Pini del Movimiento Teresa Rodríguez supo hacerse un lugar de visibilidad en aquellos días agitados de los años 2000, 2001 y 2002 (y hoy es una de las referentes del Frente de Organizaciones de Base), así como La Negrita del MTD de Florencio Varela era una dirigente de su movimiento y una referente de la Coordinadora Aníbal Verón (hoy activista en Poder Popular). También hacia el interior de las organizaciones, o de determinadas organizaciones, las mujeres fueron ocupando con el tiempo lugares fundamentales, estratégicos: en la coordinación de asambleas barriales y cooperativas de trabajo; en la organización de las finanzas y las tareas de prensa; en la coordinación de encuentros e incluso de las tareas de autodefensa. Suspendo el tipeo y en segundos se me vienen a la mente al menos media docena de compañeras que ocuparon lugares claves en el Movimiento de Trabajadores Desocupados de Almirante Brown entre los años 2000 y 2003 (muchas de ellas activas militantes, años más tarde, en el Frente Popular Darío Santillán): Nancy, Grillo, Daniela, Yolanda, Marta, Mirta, La Flaca, Gladys, Monchi, Zulema...
Una década más tarde, Maite fue referente de la FOB en Córdoba, e incluso a nivel nacional, ya que como parte de aquella experiencia en más de un oportunidad viajó a otras provincias e incluso participó de negociaciones con el gobierno y en reuniones con otras organizaciones populares en Buenos Aires. También fue vocera ante medios de comunicación, y las entrevistas a ella publicadas en distintos medios dan cuenta de ese protagonismo.
En su libro Los fantasmas de mi vida. Escritos sobre depresión, hauntología y futuros perdidos, Marck Fisher sostiene que la desarticulación entre la clase, por un lado, y la raza, el género y la sexualidad, por el otro, ha sido de hecho central para el éxito del proyecto neoliberal, que grotescamente instaló la idea de que el mismo neoliberalismo es una precondición para los logros obtenidos en las luchas antiracistas, antisexistas y antiheterosexistas.
Sin negar quien era y haciéndose cargo de su posición, las intervenciones de Maite Amaya siempre la colocaron en el lugar de una referente que entendió muy bien lo planteado por Fisher, más allá de que el libro salió meses después de su muerte, así que es seguro que no lo leyó (¿habrá leído Maite el anterior libro de Fisher, Realismo capitalista?). Maite podía hablar de género y diversidad, claro, pero también del movimiento popular, de las estrategias de cambio, de las políticas de explotación y opresión del sistema, porque entendía que raza, género y sexualidad, las luchas en ese campo, no pueden estar desarticuladas de la lucha de clases, en la que ella intervenía en su triple condición de mujer-travesti, piquetera y anarquista.


Lecturas irreverentes
Los libros siempre fueron un arma fundamental en las luchas emprendidas por comunistas, socialistas y anarquistas. Incluso el vínculo entre lectura y movimiento obrero supo dar, a lo largo de dos siglos, fructíferos resultados. Estuvo claro, desde la Revolución francesa en adelante, que las ideas eran un torrente imprescindible dentro de la praxis transformadora. Subvertir un orden implicaba subvertir una práctica, y las ideas que hacían posible que las mayorías populares asumieran la servidumbre como si se tratara de la libertad.
De allí que los libros, los folletos, los panfletos, los afiches, los diarios, las revistas, los periódicos, los periódico-murales, los murales, los volantes, nutrieran de la necesaria “fuerza espiritual” (que se transforma en material ni bien las ideas son apropiadas por las masas, según sentenció el joven Marx) a la clase obrera que pugnaba por cambiar el orden del capital.
No es casual que, pese a las terribles condiciones de trabajo y el extensísimo analfabetismo dentro de clase obrera, las bibliotecas populares fueran un espacio de reunión, estudio y concientización fundamental entre las trabajadoras y trabajadores. Y allí el anarquismo jugó un papel destacado (basta leer algunos de los libros fundamentales de Osvaldo Bayer o mirar algunos films como La patagonia rebelde o Quebracho para entender esto que estamos subrayando).
De allí que la fundación de una nueva Biblioteca Popular en la Casa Caracol de Córdoba, el sitio donde se organiza la Federación de Organizaciones de Base donde militaba Maite Amaya, sea una noticia que no pueda dejar de alegrar a mucha de la militancia política y social de esta provincia, sobre todo a quienes venimos insistiendo con generar espacios y dinámicas que contribuyan a sostener de manera permanente la batalla cultural.
El año pasado, en el marco de un homenaje radial a Maite que realizaron las compañeras de las columnas de Género y Diversidad de La luna con gatillo (programa que conduzco) descubrí con estupor un texto (https://lepondregatilloalaluna.blogspot.com/2017/06/maite-amaya-en-la-luna-con-gatillo-en.html) que había escrito Maite, a través del cual podemos dar cuenta de las agudas lecturas que evidentemente Maite había sabido transitar.

La rebelión de la carne en los pasillos mismos del matadero”
Hablemos de las intersecciones de la carne” es un texto poético-filosófico-político de una exquisitez increíble. Escrito por una militante social, da cuenta del manejo de una serie de escrituras que aveces circulan por los bordes de la academia, otras por fuera pero por lo general siempre lejos del movimiento social (y esta responsabilidad –la ausencia de este cruce, entre prácticas de militancia social de base y práctica crítica intelectual que tienen mucho en común-- le cabe tanto a la “intelectualidad crítica” como a la militancia popular).
Podemos hacer, podemos sostener el mandato o subvertirlo, sostiene Maite, reclamando un posicionamiento y preguntándose qué hacer ante esta situación. Posición no es pose –aclara--, es la posible muerte de la pasividad inerte.
Maite rescata la experiencia vital, cotidiana, casi imperceptible de esa guerrilla urbana de la que somos parte: visible, vivible, disfrutable en la superficie, pero también interpela para que un esfuerzo colectivo contribuya a matar el vestigio disciplinador interno que subyuga la carne dentro del sistema de dominación heteropatriarcal y capitalista. Y convoca a que podamos atravesar la
normalidad clasista, racista, heterosexista; a gestar un ejercicio de la rebelión de la carne que sea contraescuela. Para revivir y reavivar toda la energía. Y conspirar hasta vencerles.

Este primer aniversario de la muerte de Maite, que se conmemora en Córdoba con las “Jornadas incendiarias” en la Casa Caracol, se llevan adelante en medio de una batalla fundamental contra los apologistas de lo dado: coincide con el inicio de los debates parlamentarios en torno a la legalización del aborto. Este miércoles 13 de junio, las calles serán ocupadas por miles y miles de personas en todo el país, en una jornada que nuevamente tendrá a las mujeres en el centro de la escena política nacional.
En un contexto en el que el país se viene viendo atravesado por importantes luchas del feminismo, pero también de la clase trabajadora (en sus versiones más tradicionales de sindicatos del sector asalariado y de movimientos sociales de la economía popular), la discusión sobre el aborto viene a plantar un enrome desafío al movimiento popular: poder comprender lo estratégico de la discusión sobre los cuerpos, sobre la sexualidad, sobre los modos ideológicos en que somos criados, más allá de las creencias de cada quien.
Los militantes siguen prisioneros de muchos de los prejuicios de la moral burguesa y de actitudes represivas respecto del deseo, escribe un lúcido Félix Guattari, hace varias décadas ya. Y agrega que mientras se mantenga la dicotomía entre la lucha en el frente de clases y la lucha en el frente del deseo, todas las recuperaciones seguirán siendo posibles. De allí que, en este bello texto titulado “Las luchas del deseo y el psicoanálisis”, Guattari plantee algo que puede intuirse también en el texto que hemos citado de Maite Amaya. A saber: que este nuevo tipo de rebeliones deberían ser, en lo sucesivo, inseparable de todas las luchas económicas y políticas del futuro.


JORNADAS INCENDIARIAS EN CÓRDOBA:


domingo, 10 de junio de 2018

#2001: Odisea en el Conurbano (I: La educación sentimental)


Llegué, borracho, a la casa de mi responsable de formación. Era de noche, hacía frío, había emprendido una larga caminata. Toqué timbre y ni pensé en que le iba a decir cuando abriera la puerta. Tal vez no esté y todo sea mejor así, recuerdo que pensé. Pero el timbre sonó, él atendió y al ver que era yo se puso una campera y recorrió el largo pasillo para abrirme y hacerme pasar.
Tomamos unos mates, como siempre, y nos pusimos a charlar.
Cacho era un militante montonero que había dado sus primeros pasos en la política de la mano de las acciones de propaganda armada desarrolladas contra la última dictadura cívico-militar en la zona sur del conurbano bonaerense. Entonces intentaba reponerse de los dolores que le provocaba –a él, a los de su generación-- la caída de los ladrillos del muro de Berlín sobre sus cabezas. Una forma de conjurar la desolación del neoliberalismo, la angustia que para tantos peronistas había implicado la aplicación de políticas anti-populares por parte del gobierno justicialista de Carlos Saúl Menem, era contribuir a la formación de las nuevas generaciones militantes.
Era la primera vez que asistía a la casa de un compañero en estado de ebriedad. Y una de las primeras que visitaba a Cacho por fuera de los encuentros de formación. Creo que dije que andaba por ahí y se me dio por pasar a saludar, o una vil excusa similar. En el camino crucé alguna de aquellas pintadas realizadas sobre paredones con aerosol que tenían más que ver con la juventud de Cacho que con la mía. Recuerdo que esa observación logró quitarme por un instante del estado taciturno en el que me encontraba. Me llamaba la atención que pasaran dos décadas y una pared siguiera exactamente igual.
Sentado sobre una silla, las manos sobre el mate, miré a Cacho y dije algo que aún no recuerdo. Tenía, en ese momento, 17, acaso 18 años. Había padecido un duro golpe anímico y el dolor por un amor perdido era tema difícil para sacar en una conversación ante un responsable de formación política veinte años mayor. Así que no se bien qué le dije. Sólo recuerdo que el me preguntó si quería ver una película. Le dije que sí. Él buscó entre la pila de VHS una, la sacó de la cajita y la puso en la video-casetera. Encendió la tele y así, los dos en silencio, compartimos esa jornada que fue para mí una gran actividad de formación.
Salí a la noche fría pensativo. Me puse los guantes, el gorro de lana y la chalina y emprendí la caminata, en plena madrugada, silvando “Sandokan”, la canción de base de Nos habíamos amado tanto, el film de Ettore Scola de 1974 (https://www.youtube.com/watch?v=ojPJgIPTR10).
Transitaba así uno de mis primeros pasos en la educación sentimental.

sábado, 9 de junio de 2018

El 9 de junio del 56 y el surgimiento de la resistencia peronista


LA REVOLUCIÓN DE VALLE 
(Extracto de Operación masacre de Rodolfo Walsh)


Lejos de allí, el verdadero alzamiento arde ya furiosamente.
En junio de 1956, el peronismo derrocado nueve meses antes realizó su primera tentativa seria de retomar el poder mediante un estallido de base militar con algún apoyo civil activo.
La proclama firmada por los generales Valle y Tanco fundaba el alzamiento en una descripción exacta del estado de cosas.
El país, afirmaba, “vive una cruda y despiadada tiranía”; se persigue, se encarcela, se confina; se excluye de la vida cívica “a la fuerza mayoritaria”; se incurre en “la monstruosidad totalitaria” del decreto 4161 (que prohibía siquiera mencionar a Perón); se ha abolido la Constitución para liquidar el artículo 40 que impedía “la entrega al capitalismo internacional de los servicios públicos y las riquezas naturales”; se pretende someter por hambre a los obreros a la “voluntad del capitalismo” y “retrotraer el país al más crudo coloniaje, mediante la entrega al capitalismo internacional de los resortes fundamentales de su economía”.
Dicho en 1956, esto era no sólo exacto: era profético.
La proclama de Valle estaba singularmente desprovista de hipocresía.
No contenía la habitual invocación a los valores occidentales y cristianos ni los denuestos contra el comunismo, aunque tampoco pasaba por alto el asalto a los sindicatos por “elementos reconocidos como agitadores al servicio de ideologías o intereses internacionales”.
Frente a este análisis, la parte programática resultaba endeble.
Sacrificaba, quizás inevitablemente, el contenido ideológico al impacto emocional.
Proponía en suma un retorno crítico al peronismo y a Perón a través de medios transparentes: elecciones en un plazo no mayor de 180 días, con participación de todos los partidos.
En lo económico el programa contradecía típicamente la crítica previa, al asegurar “plenas garantías para los capitales foráneos invertidos o a invertirse”, etc.
La proclama ilustraba los dos aspectos que en aquellos tiempos iniciales de la resistencia, caracterizaron al peronismo: una obvia aptitud para percibir los males que sufre en forma directa en cuanto fuerza popular mayoritaria; y una notable ambigüedad para diagnosticar las causas, convertirse en movimiento revolucionario de fondo y abandonar definitivamente al enemigo las consignas electorales y las bellas palabras.
Por supuesto Valle actuó, y entregó su vida, y eso es mucho más que cualquier palabra.
La comprensión de su actitud es hoy más fácil que hace diez años; será más fácil aún en el futuro; su figura crecerá justicieramente en la memoria del pueblo, junto con la convicción de que el triunfo de su movimiento hubiera ahorrado al país la vergonzosa etapa que le siguió, esta segunda década infame que estamos viviendo.
La historia del levantamiento es corta.
Entre el comienzo de las operaciones y la reducción del último foco revolucionario transcurren menos de doce horas.
En Campo de Mayo los rebeldes encabezados por los coroneles Cortínez e Ibazeta se han apoderado de la agrupación infantería de la escuela de suboficiales y la agrupación servicios de la 1a división blindada; pero la ocupación de la escuela de suboficiales fracasa después de un corto tiroteo y el grupo atacante queda aislado.*
A las once de la noche un grupo de suboficiales se sublevan en la Escuela de Mecánica del Ejército, pero deben rendirse después de un tiroteo.
En Avellaneda, en las inmediaciones del Comando de la Segunda Región Militar, se producen dos o tres escaramuzas entre rebeldes y policías. Éstos toman algunos prisioneros.
Después irrumpen en la Escuela Industrial y sorprenden al teniente coronel José Irigoyen, con un grupo que pretendía instalar allí el comando de Valle y una emisora clandestina.
La represión es fulminante.
Dieciocho civiles y dos militares son sometidos a juicio sumario en la Unidad Regional de Lanús.
Seis de ellos serán fusilados: Irigoyen, el capitán Costales, Dante Lugo, Osvaldo Albedro y los hermanos Clemente y Norberto Ros. Dirige este procedimiento el subjefe de Policía de la provincia, capitán de corbeta aviador naval Salvador Ambroggio.
· Puede encontrarse un relato detallado de las operaciones y de la represión subsiguiente en el libro de Salvador Feria Mártires y verdugos, publicado en 1964.
Los tiros de gracia corren por cuenta del inspector mayor Daniel Juárez. Con fines intimidatorios, el gobierno anunció esa madrugada que los fusilados eran dieciocho.
En La Plata, una bomba lanzada contra una zapatería céntrica parece ser la señal que aguardan los rebeldes para entrar en acción.
En el regimiento 7, el capitán Morganti subleva la compañía bajo su comando. Grupos de civiles toman las centrales telefónicas.
En las calles céntricas, numerosos transeúntes estupefactos ven pasar varios tanques Sherman, seguidos por camiones cargados con tropas que a toda velocidad se dirigen al Comando de la Segunda División y el Departamento de Policía.
En éste hay apenas veinte vigilantes mal armados. Ni el jefe ni el subjefe se encuentran en él.
El primero está revisando los muebles de don Horacio di Chiano, en Florida.
El segundo, dirigiendo la represión en Avellaneda y Lanús.
Va a comenzar la lucha más espectacular de toda la intentona revolucionaria.
Se dispararán alrededor de cien mil tiros, según un cálculo oficioso.
Habrá media docena de muertos y unos veinte heridos.
Pero las fuerzas rebeldes, cuya superioridad material es a primera vista abrumadora en ese momento, no conseguirían ni el más efímero de los éxitos.
Noventa y nueve de cada cien habitantes del país ignoran lo que está pasando.
En la misma ciudad de La Plata, donde el tiroteo se prolonga incesantemente toda la noche, son muchos los que duermen y sólo a la mañana siguiente se enteran.
A las 23.56 Radio del Estado, la voz oficial de la Nación, deja de ofrecer música de Stravinsky y pone en el aire la marcha con que cierra habitualmente sus programas.
La voz del “speaker” se despide hasta el día siguiente a la hora de costumbre.
A las 24 se interrumpe la transmisión.
Todo ello consta en el Libro de Locutores de Radio del Estado, en uso entonces, en la página 51, rubricada por el locutor Gutenberg Pérez.
No se ha pronunciado una sola palabra sobre los acontecimientos subversivos.
No se ha hecho la más remota alusión a la ley marcial, que como toda ley debe ser promulgada, anunciada públicamente antes de entrar en vigencia.
A las 24 horas del 9 de junio de 1956, pues, no rige la ley marcial en ningún punto del territorio de la Nación.
Pero ya ha sido aplicada. Y se aplicará luego a hombres capturados antes de su imperio, y sin que exista –como existió, en Avellaneda– la excusa de haberlos sorprendido con las armas en la mano.