LA
REVOLUCIÓN DE VALLE
(Extracto de Operación masacre de Rodolfo Walsh)
Lejos de
allí, el verdadero alzamiento arde ya furiosamente.
En junio
de 1956, el peronismo derrocado nueve meses antes realizó su primera
tentativa seria de retomar el poder mediante un estallido de base
militar con algún apoyo civil activo.
La
proclama firmada por los generales Valle y Tanco fundaba el
alzamiento en una descripción exacta del estado de cosas.
El país,
afirmaba, “vive una cruda y despiadada tiranía”; se persigue, se
encarcela, se confina; se excluye de la vida cívica “a la fuerza
mayoritaria”; se incurre en “la monstruosidad totalitaria” del
decreto 4161 (que prohibía siquiera mencionar a Perón); se ha
abolido la Constitución para liquidar el artículo 40 que impedía
“la entrega al capitalismo internacional de los servicios públicos
y las riquezas naturales”; se pretende someter por hambre a los
obreros a la “voluntad del capitalismo” y “retrotraer el país
al más crudo coloniaje, mediante la entrega al capitalismo
internacional de los resortes fundamentales de su economía”.
Dicho en
1956, esto era no sólo exacto: era profético.
La
proclama de Valle estaba singularmente desprovista de hipocresía.
No
contenía la habitual invocación a los valores occidentales y
cristianos ni los denuestos contra el comunismo, aunque tampoco
pasaba por alto el asalto a los sindicatos por “elementos
reconocidos como agitadores al servicio de ideologías o intereses
internacionales”.
Frente a
este análisis, la parte programática resultaba endeble.
Sacrificaba,
quizás inevitablemente, el contenido ideológico al impacto
emocional.
Proponía
en suma un retorno crítico al peronismo y a Perón a través de
medios transparentes: elecciones en un plazo no mayor de 180 días,
con participación de todos los partidos.
En lo
económico el programa contradecía típicamente la crítica previa,
al asegurar “plenas garantías para los capitales foráneos
invertidos o a invertirse”, etc.
La
proclama ilustraba los dos aspectos que en aquellos tiempos iniciales
de la resistencia, caracterizaron al peronismo: una obvia aptitud
para percibir los males que sufre en forma directa en cuanto fuerza
popular mayoritaria; y una notable ambigüedad para diagnosticar las
causas, convertirse en movimiento revolucionario de fondo y abandonar
definitivamente al enemigo las consignas electorales y las bellas
palabras.
Por
supuesto Valle actuó, y entregó su vida, y eso es mucho más que
cualquier palabra.
La
comprensión de su actitud es hoy más fácil que hace diez años;
será más fácil aún en el futuro; su figura crecerá
justicieramente en la memoria del pueblo, junto con la convicción de
que el triunfo de su movimiento hubiera ahorrado al país la
vergonzosa etapa que le siguió, esta segunda década infame que
estamos viviendo.
La
historia del levantamiento es corta.
Entre el
comienzo de las operaciones y la reducción del último foco
revolucionario transcurren menos de doce horas.
En Campo
de Mayo los rebeldes encabezados por los coroneles Cortínez e
Ibazeta se han apoderado de la agrupación infantería de la escuela
de suboficiales y la agrupación servicios de la 1a división
blindada; pero la ocupación de la escuela de suboficiales fracasa
después de un corto tiroteo y el grupo atacante queda aislado.*
A las
once de la noche un grupo de suboficiales se sublevan en la Escuela
de Mecánica del Ejército, pero deben rendirse después de un
tiroteo.
En
Avellaneda, en las inmediaciones del Comando de la Segunda Región
Militar, se producen dos o tres escaramuzas entre rebeldes y
policías. Éstos toman algunos prisioneros.
Después
irrumpen en la Escuela Industrial y sorprenden al teniente coronel
José Irigoyen, con un grupo que pretendía instalar allí el comando
de Valle y una emisora clandestina.
La
represión es fulminante.
Dieciocho
civiles y dos militares son sometidos a juicio sumario en la Unidad
Regional de Lanús.
Seis de
ellos serán fusilados: Irigoyen, el capitán Costales, Dante Lugo,
Osvaldo Albedro y los hermanos Clemente y Norberto Ros. Dirige este
procedimiento el subjefe de Policía de la provincia, capitán de
corbeta aviador naval Salvador Ambroggio.
· Puede
encontrarse un relato detallado de las operaciones y de la represión
subsiguiente en el libro de Salvador Feria Mártires y verdugos,
publicado en 1964.
Los tiros
de gracia corren por cuenta del inspector mayor Daniel Juárez. Con
fines intimidatorios, el gobierno anunció esa madrugada que los
fusilados eran dieciocho.
En La
Plata, una bomba lanzada contra una zapatería céntrica parece ser
la señal que aguardan los rebeldes para entrar en acción.
En el
regimiento 7, el capitán Morganti subleva la compañía bajo su
comando. Grupos de civiles toman las centrales telefónicas.
En las
calles céntricas, numerosos transeúntes estupefactos ven pasar
varios tanques Sherman, seguidos por camiones cargados con tropas que
a toda velocidad se dirigen al Comando de la Segunda División y el
Departamento de Policía.
En éste
hay apenas veinte vigilantes mal armados. Ni el jefe ni el subjefe se
encuentran en él.
El
primero está revisando los muebles de don Horacio di Chiano, en
Florida.
El
segundo, dirigiendo la represión en Avellaneda y Lanús.
Va a
comenzar la lucha más espectacular de toda la intentona
revolucionaria.
Se
dispararán alrededor de cien mil tiros, según un cálculo oficioso.
Habrá
media docena de muertos y unos veinte heridos.
Pero las
fuerzas rebeldes, cuya superioridad material es a primera vista
abrumadora en ese momento, no conseguirían ni el más efímero de
los éxitos.
Noventa y
nueve de cada cien habitantes del país ignoran lo que está pasando.
En la
misma ciudad de La Plata, donde el tiroteo se prolonga incesantemente
toda la noche, son muchos los que duermen y sólo a la mañana
siguiente se enteran.
A las
23.56 Radio del Estado, la voz oficial de la Nación, deja de ofrecer
música de Stravinsky y pone en el aire la marcha con que cierra
habitualmente sus programas.
La voz
del “speaker” se despide hasta el día siguiente a la hora de
costumbre.
A las 24
se interrumpe la transmisión.
Todo ello
consta en el Libro de Locutores de Radio del Estado, en uso entonces,
en la página 51, rubricada por el locutor Gutenberg Pérez.
No se ha
pronunciado una sola palabra sobre los acontecimientos subversivos.
No se ha
hecho la más remota alusión a la ley marcial, que como toda ley
debe ser promulgada, anunciada públicamente antes de entrar en
vigencia.
A las 24
horas del 9 de junio de 1956, pues, no rige la ley marcial en ningún
punto del territorio de la Nación.
Pero ya
ha sido aplicada. Y se aplicará luego a hombres capturados antes de
su imperio, y sin que exista –como existió, en Avellaneda– la
excusa de haberlos sorprendido con las armas en la mano.
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