martes, 26 de marzo de 2013

Revisitando, nuevamente, a Rodolfo Walsh

Resistencia popular: información, rumor y acción psicológica 

Por Mariano Pacheco. Publicado en  http://www.marcha.org.ar




El mismo 24 de marzo de 1976, a través del bando N° 19, la Junta de Comandantes anunciaba: “Será reprimido con la pena de reclusión por tiempo indeterminado el que por cualquier medio divulgare, difundiere o propagase comunicados o imágenes provenientes o atribuidas a asociaciones ilícitas”. También decía que sería reprimido con reclusión de hasta diez años, “el que por cualquier medio divulgase, difundiere o propagase noticias  con el propósito de perturbar, perjudicar o desprestigiar las actividades de las Fuerzas Armadas, de seguridad o policiales”. Evidentemente, en ese contexto, la escritura no sólo comprometía un nombre, cierto prestigio o las posibilidades de publicar y expresarse, sino también la vida, de cuerpo entero. De allí que las experiencias de la Agencia de Noticias Clandestina (ANCLA) y de Cadena Informativa (CI), diseñadas e impulsadas por Rodolfo Walsh, hayan sido una clara apuesta militante por perforar el muro de silencio impuesto por el terror.
Información, rumor y acción psicológica sobre el enemigo fueron las bases de la estrategia comunicacional de resistencia popular ideada por Walsh –oficial segundo de la organización Montoneros– para enfrentar a la dictadura. Por eso escritura y militancia, en esta perspectiva, no aparecen contrapuestas sino que se funden. El escritor es un militante, y el militante, alguien que escribe. Un escritor que interviene desde su escritura, pero que no se queda en ella, sino que da un paso más y se incorpora al “ejército del pueblo” como un combatiente más, aunque sin abandonar sus funciones “especializadas”.
Como parte de sus batallas, Walsh escribe en esos meses una serie de cartas estremecedoras, con motivo de las muertes de su amigo y compañero de militancia Francisco Urondo, primero, y de su hija María Victoria (Oficial 2º de la Organización Montoneros, responsable de la Prensa Sindical), después. “Carta sobre la muerte de Paco”, en julio de 1976; “Carta a Vicky”, en octubre; y “Carta a mis amigos”, en diciembre.
Las cartas son conocidas y hoy en día (por suerte) de fácil accesibilidad, producto de las posibilidades que brinda internet. Así que no voy a detenerme en citarlas. Sólo destacar algunas cosas de cada una de ellas. Pasajes a través de las cuales creo que puede verse sintetizada la vida, la producción y el pensamiento de Rodolfo Walsh.
Siguiendo el orden de las cartas, rescato la que a mi entender es la gran doble lección que Walsh extrae de Paco: por un lado, la de saber escuchar –algo que Walsh, además, venía haciendo desde hacía por lo menos dos décadas, cuando se embarcó en la escritura de Operación masacre, esa travesía que le cambiaría la vida-. Por otro lado,  la de haberse quedado cuando hubiese podido exiliarse (“Pudiste irte. En París, en Madrid, en Roma, en Praga, en la Habana, tenías amigos, lectores, traductores… Preferiste quedarte”). Algo que Walsh también sostendrá como posición respecto de sí mismo.
Del modo en que Walsh tramita ese golpe inmenso que implicó la muerte de su hija me quedo con tres cuestiones. La primera, su capacidad para expresar –sin desmerecer ninguna de las dos dimensiones– el doble dolor que siente, en tanto padre que ha perdido a su hija, y en tanto combatiente que, por su condición de clandestinidad, no puede despedirse como cualquier persona. En segundo lugar, la primacía que otorga al aspecto  colectivo en tanto que, más allá del sufrimiento por la pérdida, no siente “lástima” por la muerte de su hija, sino “orgullo” por cómo ella vivió, y cómo fue consecuente con lo que dijo/hizo en vida, hasta su último acto, impulsando además un nuevo instrumento de combate, Cadena Informativa (recordemos que “Carta a mis amigos” termina apelando a esa concepción tan particular que Walsh tenía de la heroicidad, convocando a que cada uno de los lectores transmitiera esa información a otros, “por los medios que su bondad les dicte”). Por último, rescato la lucidez de Walsh para, en medio de textos de estas características, poder reflexionar acerca de la situación política que atraviesa Montoneros. Pueden rastrearse en estas cartas las marcas de lo que Walsh sistematizará semanas después (en los denominados “Pepeles”) como la “derrota” militar de la organización. Derrota que, de no corregir el rumbo –dice– podría transformarse en exterminio liso y llano de la fuerza.
La “Carta Abierta de un escritor a la Junta Militar”, así, se transforma en un núcleo condensador de toda la experiencia y las reflexiones de Walsh durante los últimos nueve meses: aportar toda su experiencia de dos décadas para hacer, junto a un puñado de militantes, aquello que la organización en su conjunto parecía no estar muy dispuesta a hacer. Es decir, a replegarse para librar una batalla cuya característica central es la de la resistencia (estructuras descentralizadas, no tener respuesta ante la pregunta por el poder, apostar a golpear las fuerzas enemigas sin exponer demasiado las propias).
Walsh apeló, con “las cartas” y la “cadena informativa”, a un elemento muy presente en la cultura popular. Se propuso promover la necesaria solidaridad horizontal que pudiera quebrar el miedo, informando al pueblo, a la vez que incitando a que los lectores fueran a su vez emisores de esa información.
Distribuyendo su carta, armado y dispuesto a no caer vivo ante sus enemigos, Walsh quizá pensó en lo mismo que su hija antes de caer sin vida bajo las balas de sus verdugos: “Ustedes no nos matan: nosotros elegimos morir”. Como él sabía, recuperando su condición de escritor, de intelectual, no le otorgaba ningún privilegio. Por eso lo vivió como una responsabilidad militante más: dispuesto a brindar testimonio en momentos difíciles.


lunes, 25 de marzo de 2013

Crónica de la movilización del 24 de marzo en Córdoba


“30.000 flores rojas renacen en cada lucha por la patria que soñamos”

Por Mariano Pacheco




Bajo esta consigna, más de 50.000 personas se manifestaron esta tarde en la ciudad de Córdoba por el Día Nacional de la Memoria, por la Verdad y la Justicia. Las voces de Sonia Torres, Martín Fresneda, Viviana Alegre y Claudio Oroz. Y la audaz puesta en escena por parte de La pata de la Tuerta, quienes filmaron un video clip en medio de la movilización, son algunos de las estaciones de esta crónica de la movilización.

“Olé olé, olé olá, los subversivos cada día somos más”, coreaban mujeres y hombres de todas las edades que marchaban por la avenida Colón hacia Hipólito Yirigoyen, donde un escenario los esperaba para recibirlos con la lectura de un documento elaborado por la Mesa de Trabajo por Derechos Humanos de Córdoba y un cierre artístico-musical.
Consultada por este cronista, Sonia Torres sostuvo que como cada 24 de marzo siente una mezcla de dolor, que siempre está presente, pero también de alegría. Una alegría “que la enloquece”,  dijo la presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo de Córdoba, porque en cada uno de ellos ve a sus propios hijos. Algo similar planteó Martín Fresneda, para quien los 24 son un día de repudio al golpe pero también de festejo. “Es muy importante seguir impulsando los juicios, como el mega-juicio actual de La Perla”, destacó el actual Secretario de Derechos Humanos de la Nación, quien además cuestionó la actitud del gobierno provincial de recortar los fondos destinados a Espacios para la Memoria. Claudio Orosz, por su parte, rescató la lucha de 37 años de los organismos de Derechos Humanos y la política de Estado que desde 2003 tiene la argentina. “Hoy palabras como patria, o el himno nacional, que antes eran sinónimo de milicos, hoy son para mí un orgullo, porque me siento muy orgulloso de ser argentino”, declaró el abogado querellante en los juicios por delitos de Lesa Humanidad, quien luego remató: “La llegada de Fresneda a Nación, además de darle una continuidad a las políticas que se vienen desarrollando desde hace casi una década, dan un aire fresco, porque van en un sentido contrario al neoliberalismo y fortalecen las perspectivas de avanzar con las asignaturas pendientes que tenemos”.
Entre las clásicas pancartas de Nunca más y Juicio y Castigo, distintos carteles, a modo de collage (“Con lo que cuesta… Estar tranquilo en este mundo/pintar mi llanto de voluntad/ llevar al hombro todas las injusticias/Calmar los gritos sin tanto apuro sin enjuiciar…”), componían la letra de “Chao´s Punk”, la canción con que el grupo musical La pata de la Tuerta filmó su video clip. Con una batería electrógena móvil en la que conectaron una guitarra y un bajo, y acompañados por una batería y un bombardino (una suerte de trombón), los artistas se vieron acompañados por una multitud que no sólo los aplaudía, sino que también se aprestaba para ser parte de la intervención cultural.
De los más de 50.000 manifestantes que se expresaron hoy en las calles de la ciudad por el 37 aniversario del golpe cívico-militar, muchos eran jóvenes, que acudían con sus grupos de amigos, algunos, y otros con sus padres, hermanos o hijos, a marchar codo a codo con los organismos de Derechos Humanos, quienes encabezaban la movilización. También estaban presentes nutridas columnas de agrupaciones y Centros de Estudiantes de la Universidad Nacional de Córdoba, como los de Trabajo Social, Ciencias de la Información, Psicología, Arte y algunos sindicatos. Detrás, las organizaciones, movimientos y partidos políticos. Primero los de Unidos y Organizados y otras expresiones afines al gobierno nacional: La Cámpora, Corriente Peronista Descamisados, Movimiento Evita, La Jauretche, Nuevo Encuentro, entre otros. Más atrás, encabezados por la Asamblea del barrio Malvinas, sectores del centroprogresismo no kirchnerista, como la Juventud de la Central de Trabajadores Argentinos (CTA), el Movimiento al Socialismo (MST), el Frente Cívico, el Partido Comunista Revolucionario (PCR), el Movimiento Libres del Sur. Luego, separados por casi media cuadra y encabezados por una batucada y los “Bailarines en acción”, el Frente de Izquierda y los Trabajadores, el FIT (Partido Socialista de los Trabajadores, Partido Obrero, Izquierda Socialista). Al final, sectores barriales y universitarios de la denominada Izquierda Independiente (Sudestada, Cutral Có, Encuentro de Organizaciones, entre otros). Por último, rezagados y apartados como enfermos en cuarentena, una minúscula columna del radicalismo.
Una vez finalizado el recorrido, desde el camión-escenario, una integrante de la Asamblea del barrio Malvinas cuestionó el modelo productivo que “mata y envenena”. Centrando sus críticas contra la multinacional Monsanto, también deslizó cuestionamientos contra la presidenta Cristina Fernández de Kirchner y convocó a los presentes a enfrentar a los que “matan en democracia”. Viviana Alegre, la madre de Facundo Rivera Alegre –el joven desaparecido hace trece meses, hermana de un militante secuestrado durante la última dictadura en la zona sur del conurbano bonaerense– descargó sus críticas contra la policía cordobesa y contra el propio gobernador José Manuel De La Sota. “Con desaparecidos en democracia no han Nunca Más”, sentenció.
Emilio Pihen, militante de la agrupación HIJOS, fue el encargado de leer el documento en el cual se rescató, entre otros puntos, que más de 400 responsables del Terrorismo de Estado hoy estén con condenas, que se esté desarrollando en Córdoba el quinto juicio y se haya avanzado en juicios de otras provincias, como San Luis, Mendoza, San Juan, Jujuy, Chubut y Santa Fe. “Juzgar a los genocidas es juzgar un modelo de país”, sostuvo, y subrayó la necesidad de avanzar sobre las responsabilidades civiles y no sólo la de los miembros de las fuerzas de seguridad. Por otra parte, regañó contra los “comunicadores, empresarios y políticos” que cuestionan la realización de los juicios, argumentando que son “anacrónicos”, e incitó a los presentes a organizarse, retomar el coraje de las mujeres y hombre que protagonizaron el Cordobazo y a no olvidar que el delasotismo, con su actual jefe de la policía de Córdoba, Ramón Frías, y su Ministro de Seguridad, Alejo Paredes, expresa la continuidad de ese modelo económico, político y social que en Córdoba tuvo su antecedente antes del golpe del 24 de marzo de 1976, con la destitución del gobernador y vicegobernador Ricardo Obregón Cano y Atilio López por parte del entonces jefe de la policial provincial, en los sucesos de 1974 conocidos como “El Navarrazo”. Para finalizar, realzó las figuras de las Madres y las Abuelas de Plaza de Mayo: la voz de los que no están.




viernes, 22 de marzo de 2013

David Viñas: Literatura y dictadura



Por Mariano Pacheco. En la semana temática organizada por la sección de cultura del Portal de Noticias Marcha por el Día de la Memoria, un recorrido por una novela fundamental de David Viñas: Cuerpo a cuerpo.


Publicada en 1979 por Siglo XXI editores, impresa en México D.F, escrita en el largo exilio, Cuerpo a cuerpo, de David Viñas, no trata, sin embargo, sobre el exilio. Tal como puede leerse en la contratapa de la primera edición, esta novela surge, eso sí, de la pasión, del horror, de la ira del exilio. Es un intento desesperado por dar cuenta de un tiempo desgarrado por el sin tiempo que se vive en los campos clandestinos de detención-exterminio que, desde el 24 de marzo de 1976, funcionan sistemáticamente en todo el país.
Tal vez podamos pensar Cuerpo a Cuerpo como una novela post-sartreana. Y esto, en un doble sentido. Por un lado, porque se encuentra un paso más allá de las “retotalizaciones” del Jean Paul Sartre de la Crítica de la razón dialéctica –a las que el propio Viñas adscribió durante años–, ya que la construcción formal de este texto se caracteriza por los fragmentos constitutivos de cada parte y por los nuevos sentidos que adquieren a partir de lo que Aníbal Jarkowski denominó “cocedura por la sintaxis” (“sobrevivientes en una guerra: enviando tarjetas postales”). De todos modos, así como Cuerpo a cuerpo no admite ser clasificada como “novela del exilio”, tampoco es posible inscribirla dentro de las “novelas fragmentarias”, ya que la modalidad fragmentaria se articula en este caso dentro de una lógica organizativa que corresponde con su propia originalidad. De allí que se constituya como un texto inconfundible e inimitable. “La transgresión máxima de las normas –insiste Jarkowski– produce una crispada organización del lenguaje, que llega en algunos casos a tornar ilegible el texto”. ¿Es posible, teniendo en cuenta la experiencia colectiva –la carnicería– que se vive en el país, y la experiencia íntima de contar con un hijo muerto, articular un relato que no transmita las marcas del matadero sobre los cuerpos? Evidentemente no. Y de ahí que, más allá de la violencia de los contenidos, la violencia sea transmitida al lector, también, a través del lenguaje. Eso, decía, por un lado.
Por otro lado, la novela es post-sartreana porque –habiendo comprendido y encarnado el “compromiso” de la escritura– Viñas, como decenas de intelectuales en la época, se lanzaron a la batalla siguiendo los postulados del Sartre de ¿Qué es la literatura? Se han lanzado a la batalla sí, y han sido aplastados, junto a decenas de trabajadores, profesionales y estudiantes –en su gran mayoría jóvenes, como los propios hijos y una nuera de Viñas– por el poder terrorista del Estado.
¿Cómo situarse entonces? ¿Qué hacer luego de un período de luchas como el experimentado por los sectores populares en nuestro país entre 1969 y 1976? Viñas, y muchos de sus “compañeros de ruta”, decidieron volcar su escritura primero y su propio cuerpo después, junto a las luchas del pueblo por su liberación. Aun tomando las armas –como también el propio Sartre había advertido que en determinadas circunstancias sucedería–. Las consecuencias son conocidas. Muchos de ellos, además, tuvieron que padecer el hecho de ver cómo le arrancaban la vida a las generaciones más jóvenes (a sus propios hijos) que, en muchos casos, se incorporaron a la lucha luego de leer y admirar sus textos.
Sin embargo, y a pesar del dolor, del exilio, quienes sobrevivieron al horror (al terror), continuaron escribiendo. Cuerpo a cuerpo es un claro ejemplo –entre varios otros– de confluencia entre la pluma y la espada.

***
Aníbal Jarkowski –en el ya mencionado texto– ha sido uno de los pocos críticos que se detuvo en un análisis minucioso de este libro. Ha incluido a la novela de Viñas dentro de lo que se denomina como “ficciones beligerantes”. Dice: “Cuerpo a Cuerpo, posicionada junto con las víctimas, no se aplica a representarlas en su muerte; sino que, desde un lugar de sobrevivencia, insiste en agraviar al enemigo reconstruyéndolo material, minuciosa, obsesivamente, en la certidumbre de que esa reconstrucción de la verdad del adversario será el más eficaz y necesario uso de la ficción. Es su forma de participación en aquel momento de la guerra que atraviesa y define a la sociedad argentina”.
Polémico, el concepto de guerra ha recorrido todos los análisis y postulados de la militancia revolucionaria de esas décadas. Y ha sido el concepto bastardeado por las “democracias de la derrota”. En el caso argentino, la derrota humillante del país frente a Gran Bretaña, en la “Guerra de Malvinas”, se suma a la condena social que el término tuvo en boca de esos mismos militares argentinos que, cobardes e ineptos para llevar adelante una “guerra limpia”, se vanagloriaban sin embargo de sus destrezas para implantar en suelo nacional, contra sus propios compatriotas, la “guerra sucia”. Por las asimetrías de poder entre los bandos enfrentados –la maquinaria terrorista del Estado Militar, incluyendo la poderosa alianza civil sobre la que se sostenía, y el de los sectores populares en lucha, incluyendo sus “organizaciones armadas”–, en parte, pero en gran medida por la “operación de victimización” que el “alfonsinismo” –y la “clase política” en general–, el “sindicalismo sobreviviente”, las “empresas periodísticas”, los “intelectuales travestidos” y gran parte de la sociedad realizaron sobre la figura de la militancia de la década anterior, la idea de que el conflicto social sostenido durante dos décadas había desembocado en un enfrentamiento que se encontraba a las puertas de una guerra civil comenzó a ser borrado del horizonte de los debates de la época. Ernesto Sábato, su prólogo al Informe de la CONADEP y la consigna progresista de Nunca más completaron el cuadro que incluía a la idea de guerra junto con la de demonios, desconociendo la máxima foucoltiana de que aun en tiempos de paz estamos en guerra los unos contra los otros, porque un frente de batalla atraviesa toda la sociedad, continua y permanentemente, poniendo a cada uno de nosotros en un campo o en otro. Acorde con los tiempos consensuales, la afirmación de que “no existe un sujeto neutral”, porque siempre, necesariamente, “somos el adversario de alguien”, sostenida por Michel Foucault en La guerra en la filigrana de la paz, fue descartada durante mucho tiempo, a pesar de que fue en esos años que los “académicos progresistas” instalaron en el país la “moda Foucault”.
El psicoanalista argentino Jorge Jikis, reflexionando sobre estos temas, ha destacado en uno de sus ensayos (“Inclemencias”), recopilados en su libro Violencias de la memoria, que aunque los militares hayan usado la palabra “guerra” para justificar una matanza que tuvo una amplia masa de civiles cómplices, “no me parece que haya que evitar esa palabra: hubo una guerra aunque también haya sido una matanza”. Reconocerlo –insiste– no empareja “bandos” ni iguala nada con nada. Y remata: “¿No hay algo de los vencidos, de su identidad singular y contradictoria, que se pierde al esquivar esa palabra?”.
En este sentido, el Nunca más no es pronunciado sólo respecto del “Terrorismo de Estado”, sino también del deseo revolucionario. Considerado totalitario, ese deseo, esas las apuestas de transformación revolucionaria de la sociedad, son colocadas en el lugar del Otro Terrorismo. Así, la fórmula “recordar para no repetir” –señala Eduardo Grüner en el prólogo al libro de Jikins–, no es sólo una mala teoría de la repetición –ya que al poder no le interesa solamente reprimir, sino y sobre todo producir–, esa fórmula oculta detrás del Nunca más, dicha desde el poder, puede ser también –y sobre todo– una amenaza: “Recuerden que ya sucedió una vez, no vaya a ser que les suceda de nuevo”.
Pasado del trauma, presente del síntoma, y severa advertencia hacia el futuro.

***
Esa violencia –la de los sectores de poder sobre los de abajo– que utilizando un término viñesco podríamos caracterizar como constantes con variaciones, esa violencia Estatal y paraestatal que los poderes (empresariales, militares, periodísticos, religiosos…) desataron contra el indio, el gaucho, el negro, el proletario, según los momentos, es una invariable de la narrativa de Viñas. Esa historia de la violencia oligárquica, destacó Piglia, es también la historia de su revés: la de las víctimas, abordada por Viñas con ingenio en casi todos sus libros (“Viñas y la violencia oligárquica”, La argentina en pedazo). En este caso, nos enfrentamos a una novela de casi 500 páginas, en la cual se reconstruye gran parte de esa historia política nacional: desde los inmigrantes que vinieron a poblarlo, hasta el asalto al poder por parte de la Junta de Comandantes. Condensado a través del relato de la historia familiar de uno de los personajes (el Teniente General de la Nación Alejandro Cláns Mendiburu),  podemos ver cifrados 100 años de historia argentina. Años marcados por la violencia creciente, que se transforma en el hilo conductor de las historias y temporalidades presentes en el texto.

***
Ficción beligerante, entonces, ya que tanto el título como el contenido y la forma del texto presentan una modalidad en la guerra entre las clases. Modalidad que se “corre” de las batallas convencionales para dar cuenta de un tipo de enfrentamiento que involucra a la sociedad civil y se da en medio de la confusión y el acortamiento de las distancias. Varios casos ejemplifican esto en la novela. Por un lado, cuando El Payo remarca ese pasaje del escenario de la guerra desde la selva hacia la ciudad (“Buenos Aires, Santiago, Janeiro). “Ahora –insiste– la guerra es a muerte, cuerpo a cuerpo. Y nadie puede declararse a-político, a-militar. Matar o morir. Nosotros. Yo. Los que están de nuestro lado. O los que golpean enfrente”. Por otro lado, cuando Mendiburu hace referencia al Facundo de Sarmiento. Y a su subtítulo: “civilización o barbarie”. Y dice: “esa es nuestra guerra. De nuevo. Puesta al día… Y las fronteras de hoy tienen nombres de calles… Blanco o negro. Matarlos o que ellos se hagan cargo de todo”. También cuando en uno de sus cumpleaños, su mujer Elvira le regala una medalla de la Batalla de Ayacucho (acontecida el 24 de diciembre de 1824). Él le agradece y dice: “entonces el enemigo era claro, estaba con otro uniforme, del otro lado. No como ahora, todos mezclados”. Y por último, en un momento en que Mendiburu se encuentra con varios militares de distintos países (se supone que en Panamá), y discuten sobre la guerra entre Israel y Egipto. El Payo interviene para situar el debate. Y exclama: “Yo; aquí. América. Y bien recortada… Porque si hablamos de guerra, seamos serios y pensemos en las que pueden sernos útiles. Por así decir. Dos: Vietnam y Argelia”. “Guerras sucias” –remarca–. “Mugrientas. Así son las nuestras. Y escribió en el pizarrón. Guerras policiales…. Logística mesturada con perros violadores, delaciones, rastrillajes en villas miserias… guerra hedionda. Pero eso es lo que nos tocó. La nuestra. Sin tregua de Dios, sin clarinetes, sin asco… con mierda criolla y hasta el cogote. Con algunas diferencias. Digo con respecto a Argelia y Vietnam”.
De estas líneas se desprende con claridad que el propio texto sea comprendido como una modalidad más del combate y no como “representación” de éste. De allí, también, que por más que Viñas trabaje con la realidad política del país, no pueda inscribirse esta novela en los parámetros del realismo convencional: sus vínculos con lo real se dan a partir de una relación de tensión y de mezcla de registros ficcionales, ya que no es, en sentido estricto, un texto testimonial o de denuncia, aunque por supuesto, denuncia y da testimonio, pero siempre en el marco de la narratividad y los procedimientos ficcionales.
Tal vez haya sido esta violencia creciente, presente en el texto, la que ha llevado a Guillermo Saccomanno (“Poner el cuerpo”) a decir que esta novela debía ser leída bajo el iceberg de un tironeo violento (donde la acción y las palabras confluyen, luchan y se enturbian), “porque si hay un rasgo que define la literatura de Viñas (tal como él definió la literatura argentina a partir de Echeverría) es la violencia. La violencia de lo económico, lo ideológico, lo político, y ahí está lo nodal de su obra: en los cuerpos violados”. Algo similar a lo expresado por Ricardo Piglia en el texto mencionado, quien destacó que, en Viñas, la muerte se sexualiza y la dominación se marca en la carne. “Los dueños de la tierra son también dueños de los cuerpos”. Y de las subjetividades –podríamos agregar, siguiendo las enseñanzas del psicoanálisis– ya que los cuerpos no son sólo un componente orgánico, sino un entramado orgánico, psíquico y cultural.
Subjetividad en riesgo, asediada ya no por las marcas sobre los cuerpos, sino por las sombras, los fantasmas, las huellas del Proceso que no dejan de operar en esta democracia signada por la derrota de los proyectos revolucionarios.

martes, 12 de marzo de 2013

Montoneros silvestres: nuevo relato...

La clandestinidad es la imposibilidad de meter un amigo a casa


Por Mariano Pacheco. El 24 de marzo de 1976, luego de enterarse por el diario del Golpe de Estado, Gonzalo Chaves sintió un alivio. Si bien para mucha gente el inicio de la dictadura implicaba el inicio de una nueva etapa en sus vidas, para él y muchos de sus compañeros, los cambios no parecían ser demasiados. No, al menos, durante los primeros meses. 




Es que Gonzalo estaba clandestino desde hacía largo tiempo, aún antes de que la propia organización pasara, formalmente y de conjunto, a la clandestinidad. Fue en agosto de 1974, luego de que la triple A asesinara a su padre y a su hermano. Eso sucedió el 7 de agosto. Dos o tres días después, una patota irrumpió en su casa. Pero hacía dos meses que él no vivía más allí, así que no lo encontraron. En ese momento deambuló un tiempo por su La Plata natal, hasta que sintió que se había transformado como en una especie de muerto en vida. Iba por la calle y la gente me tocaba. Era un gesto de cariño, no una cosa jodida. Pero yo no pude aguantar eso. Y me fui.
A Quilmes se fue a vivir Gonzalo. Y entonces asumió su puesto de lucha como responsable sindical de la Columna Sur, además de  miembro de la Conducción Nacional de la JTP. No podía trabajar, por el nivel de exposición en el que se encontraba, y además las tareas en las que estaba involucrado eran demasiadas, y demasiado importantes para la organización. Así que vivía como un cuadro rentado, es decir, la organización le otorgaba mensualmente un salario que equivalía al de un oficial metalúrgico con diez años de antigüedad. Era parte de la estrategia de Montoneros, la de intentar transformar esa fuerza generacional centrada en sectores medios y sus vínculos con las barriadas populares a través de la JP, en una fuerza de clase, vía la JTP. Si bien al principio primó una idea alternativista, comenta Chaves –por ejemplo, en el acto de fundación en la Federación de Box, los compañeros cantaban “JTP, la nueva CGT”– luego avanzaron en los debates, en las discusiones, y lograron contar con militantes dispuestos a ir a elecciones en los gremios, y disputar las comisiones directivas y los cuerpos de delegados.
En ese momento, cuando se produce el golpe, estábamos preparándonos para la paritaria. Luego del Rodrigazo, las Coordinadoras habían quedado con una organización y una polenta muy grande. En Sur la Mesa de la Coordinadora de Gremios en Lucha era muy fuerte. Teníamos trabajo en las principales empresas de la zona: Ducilo, Alpargatas, Rigoló, La Bernalesa, Cattorini, cuenta Chavez,  y explica que en el movimiento obrero hay lugares emblemáticos, en los que hay que tratar de estar –remarca– sí o sí. La decisión de una fábrica importante parte aguas, ejerce un liderazgo. Por la importancia de la industria, el lugar que ocupa, su historia…
Así que en eso andaba cuando se inició el Proceso de Reorganización Nacional. Llevaba ya más de un año viviendo en Quilmes, y militando en la clandestinidad. Había visto como las bandas paramilitares asesinaban a parte de su familia, como les tiroteaban los locales y les secuestraban compañeros, que después aparecían maniatados y con un tiro en la nuca. Había visto caer de sus puestos a los gobernadores amigos de la Tendencia: Ricardo Obregón Cano en Córdoba, Oscar Bidegain en Buenos Aires, Alberto Martínez Baca en Mendoza, Miguel Ragone en Salta, Jorge Cepernic en Santa Cruz.
Paradójicamente –comenta Chaves– los días y semanas posteriores al golpe hubo paros, continuó la lucha sindical. Y la libraban los gremios que estaban mejor pagos. Entonces conversaron que, ante la dictadura, tenían que reconocer a los dirigentes sindicales que habían estado hasta el momento previo al golpe. A esos que acusaban de ser burócratas sindicales. Para adentro es un problema de los trabajadores, pero no podíamos permitirnos otorgarle a la dictadura que sea quien determine quién era representativo y quién no.
La situación era compleja, y contradictoria. Habíamos largado el Partido Auténtico, y también atacado el Regimiento de Formosa. Había un doble camino que implicaba, a la vez, avanzar sobre los espacios de legalidad y prepararse para el golpe.
Con el inicio de la dictadura el espacio de legalidad política queda definitivamente clausurado. Así que todas las fuerzas se vuelcan a la construcción del Ejército Montonero. Pero Chavez, un cuadro obrero experimentado, continúa en el “frente sindical”. Entre julio y septiembre de 1976 participa de todo el proceso de organización de la CGT-R.
Era clandestina la estructura, pero peleábamos por recuperar la legalidad sindical. Trabajábamos con el criterio de la “clandestinidad abierta”, es decir, estar clandestino pero vivir como todo el mundo. Tener un trabajo, llevar a los chicos a la escuela, relacionarte con los vecinos. Todo eso te da un sentido de la realidad. Escuchas muchas voces. Si no estás metido en el aparato, todo es un microclima. De todos modos la clandestinidad es muy dura. Es la imposibilidad de meter a un amigo a tu casa. Necesitas mucha disciplina para ser clandestino, remarca Chavez, quien recuerda que entonces sacaban a las calles un boletín, muy sencillo, en el cual se proponían un objetico básico: difundir las luchas que había, que el trabajador pudiera acceder a la información de los conflictos que había, ordenada, sistematizada, toda junta. Porque en general, la información estaba, pero salía una noticias en un diario, y otra en otro. Una un día y otra otro día. Y el trabajador, a lo sumo, leí un solo diario, y no todos los días. Entonces, capaz que había varios conflictos en una misma semana, pero la sensación era que había sólo alguno que otro.
El recorrido de la represión había ido desde Norte hacia el centro del país. Así que para ese momento –mediados de 1976– la Columna Córdoba estaba con serios problemas, sobre todo en el trabajo gremial. Entonces la CN envía a Chaves para hacerse cargo de la Secretaría Política, de la cual dependía el Frente Sindical. Tenían trabajo en los gremios del Estado, en metalúrgicos, en bancarios y en automotriz, basicamente. Caían 30 compañeros por día y no encontrábamos la forma de pararlo. Nadie quería dar la cara. Entonces largamos una estrategia que consistía en convocar a los compañeros en cada sección. Pegábamos en los baños unos carteles que decían que al otro día, a tal hora, se reunirían por breves minutos en tal sección. Y así iban rotando por los distintos lugares dentro de una misma empresa. Y si bien Chavez permanecía por fuera de los establecimientos laborales, era un poco la cabeza de todo ese proceso de reorganización, que buscaba poner en pie nuevamente al movimiento obrero, ya no para que sea columna vertebral de un movimiento liderado por una persona, como había sido durante 30 años con el peronismo, sino que ahora buscaban que el proletariado urbano fuera cabeza y corazón de un movimiento conducido por un cuerpo colegiado: el Partido Montonero.
En eso andaba Chavez, cuando se avecinaba el primer aniversario de la dictadura.

viernes, 8 de marzo de 2013

Ficciones verdaderas. Acerca de Diario de una princesa montonera –110% Verdad–, de Mariana Eva Pérez


Diario de una princesa montonera 110% Verdad es una apuesta audaz, que aborda desde el humor y la ironía un tema (“un temita”), que así como hace no tanto tiempo fue demonizado, hoy es sacralizado, monumentalizado, muchas veces, no sólo desde el Estado sino también desde los propios movimientos que luchan por Memoria, Verdad y Justicia.

Por Mariano Pacheco. Publicado en el Portal de Noticias Marcha


Mariana Eva Pérez, su autora, se presenta a sí misma como una militante de Derechos Humanos –un tanto particular, es cierto–, que devino escritora sosteniendo las actualizaciones de su blog, que con el mismo título pasó a ser libro en 2012. Un diario público, una casa de palabras, un espacio virtual que se materializa en libro, con eso nos encontramos al abrir sus páginas. Una apuesta por alivianar el dolor de una herida social e individual de la que aún pueden distinguirse las marcas. Una apuesta estético-política cargada a 220% de ironía.  
Escritora y dramaturga (escribió buena parte de los guiones de Teatro por la Identidad), Mariana Pérez es militante de HIJOS y también académica (licenciada en Ciencia Política por la UBA, actualmente cursa en la Universidad de Constanza, Alemania, un posgrado sobre “Narrativas del Terror y la Desaparición”). Aunque en estas páginas no hay nada que huela a ese tufillo típico de los trabajos académicos, sí puede decirse que –tal como la autora pide en el libro– “San Michel Foucault, Santo Friedrich Nietzsche y San Walter Benjamin”, le han concedido “el milagro de iluminarla con un rayo de originalidad” y la han protegido “de la mala prosa y el positivismo de las ciencias sociales”.
Hija de Paty y José (militantes montoneros desaparecidos durante la última dictadura), nieta de Rosa Roisinblit (vicepresidenta de Abuelas), Pérez cuestiona todos y cada uno de los lugares comunes de los militantes y académicos. Se refiere a los HIJOS como “hijis”, un “ghetto” integrado por esa “minoría muy privilegiada, urbana, educada, politizada, psicoanalizada” y hasta se ríe de los nombres de los hijos de desaparecidos, incluyendo el suyo: “Las princesas guerrilleras nos llamamos todas igual: Victoria, Clarisa, María, Eva, Eva María. Hay nombres muy montos aunque sin referencia a ninguna mártir: Paula, Daniela, Mariana, Lucía o Lucila, Julia o Juliana. Las niñas perras serán Clarisa aunque también Victoria… También está el clásico recurso de ponerle a la niña el nombre de guerra de la madre, o pasar a femenino el nombre del padre: festín y seguro de retiro para nuestros psicoanalistas”.
Así, a lo largo de las páginas del libro aparecen, una y otra vez, referencias descarnadas a sus compañeros de ruta, en las que casi siempre está incluida. Y lo hace desde el humor. Se refiere a la “Camiseta por el Juicio y el Castigo” como una remera sexista, que no piensa ponerse, al menos hasta que hagan un “modelo entallado”, porque –remarca– “a las que no tenemos lolas  nos queda especialmente mal”. Y menciona cosas feas que le han dicho, subrayando que “no se le dicen esas cosas a una huérfana”, pero también cuenta de sus bailes en una terraza de San Telmo, donde choripán y vino de por medio, “casi todos huérfanos” –dice– “bailamos”. Como parte del ghetto –nos cuenta Pérez– toda HIJA se siente fans del pasado (nos gustan los mercados de pulgas y los remates”), y siente a veces ese “subidón militonto”. Por supuesto, también están los “militontos full time”, que están en las villas con los chicos, intervienen en las luchas de derechos humanos (la “escena derochohumanística”) y hasta cuidan de perros abandonados. Ella, según cuenta, era en un momento la más joven, y gozaba con ese papel de “militonta precoz” que siempre le sentó muy bien. Cuando se encuentran, como cualquier otra tribu urbana, los HIJOS también tienen un saludo “oficial”: “abrazo prolongado, sobamiento de la espalda, la hiji mujer le apoya un poco las tetas al hiji varón pero no pasa nada porque somos todos como hermanos”. Aunque, por supuesto, toda hija “fantasea dormir con un hiji”.
Si hay algo que este libro no es, es justamente “políticamente correcto”. Y allí radica justamente su potencia narrativa. Es como esos “cross a la mandíbula” que le gustaban tanto a Roberto Arlt. “Mandá temita al 2020 y participá de fabulosos sorteos. Una semana con la Princesa Montonera. Ganá y acompañala durante siete días en el programa que cambió el verano: ¡El show del temita! El reality de todos y todas”, escribe en el Diario…, dando un poco cuenta de cómo “el temita este de los desaparecidos” puede, como tantas otras cosas, ser incorporado al mundo tal cual es, sin ser un elemento perturbador. Un tema que en su caso, de todos modos, la implica de cuerpo entero. ¿Será por eso que en la “lista de la felicidad china” (donde aparece desde emborracharse hasta casarse o comerse un cerdo), escribir sobre el temita no figura? ¿Será por eso, también, que tiene que haber siempre un porrito o una cerveza de por medio? Parece que sí, porque según relata, “sino del todo lúcidos con el temita no se puede”.
Un humor que a veces, es cierto, deviene en sarcasmo. “Jota no le festeja el chiste. La envuelve en un abrazo interminable… Ella suspira e intenta zafarse, él se las ingenia para seguir abrazándola y además acariciarle el corazón”, relata la autora en una escena que tiene a la ESMA como escenario, y a ella (no en tanto Mariana Pérez sino en tanto Princesa Montonera) como protagonista. Y remata: “Jota aprovecha y le toca el culo. Ella es feliz. En la escalera que va de Capucha a Capuchita”. Y en otro pasaje: “Hubo un error en los análisis genéticos y Gustavo no es mi hermano. Sí un niño desaparecido, pero me lo asignaron por error… Como en el sueño soy una militonta veinteañera inclaudicable, aunque no sea mi hermano lo acompaño en el complejo  proceso de Asumir Su identidat. No hace mucho que sabe que es hiji y parecía conforme con –o resignado a– ser mi hermano”.
De este modo, Mariana Pérez muestra –y esa es una de las claves del libro– que sí, que sí se puede escribir con humor acerca del horror. Pérez ironiza. Cuestiona las “delicias de la Disneylandia de los Derechos Humanos”. Por ejemplo, las campañas publicitarias en la televisión. Esas que “activan un nuevo cholulismo”, que insistan a la audiencia “a formar parte del reality show por la identidad”.  Y eso muchos no se lo perdonan. Pero el humor, la risa, alivianan. La ironía le saca un poco de peso al dolor. En este sentido, es de vital importancia recordar aquello que Nietzsche señala en Así habló Zaratustra: que es con la risa con lo que Zaratustra enfrenta a su gran enemigo, “el espíritu de la pesadez”, ese demonio serio, grave, profundo, solemne, que hace caer a todas las cosas.
“Para alivianarse hay que fabular, ironizar, reírse”, sostiene Verónica Gago en un trabajo reciente, titulado “Variaciones políticas de la memoria en la Argentina”. Allí Gago destaca que hay veces en que se hace necesario inventarse un seudónimo para conjurar la portación del peso del pasado, del apellido, de esa denominación de “hijo/a de desaparecido/a”. En este caso, el nombre de guerra (acorde con ciertos aires posmodernos), fue el de Princesa Montonera, la gran protagonista de esta historia.
Podría achacarse que con estos temas no se ironiza, que no hay nada en ellos de los que uno se pueda reír. Sin embargo, quisiera destacar que fue una de las propias protagonistas de la experiencia concentracionaria quien dedica un brillante libro suyo (Poder y desaparición. Los campos de concentración en Argentina), a su querida amiga Lila Pastoriza, “experta en el arte de encontrar resquicios y de disparar sobre el poder con dos armas de altísima capacidad de fuego: la risa y la burla”. De este modo, Pilar Calveiro coincide con Pérez (por su puesto, cada una a su manera, y más allá de las obvias diferencias en los tiempos históricos y en marcas sobre los cuerpos que esas experiencias implicaron), coincide –decía– en el hecho de rescatar la risa como un elemento potente no solo a la hora de narrar una experiencia traumática, sino también de intentar pensarla.
“Si no existe la posibilidad de reírse de eso –de la cosa lastimera, de la victimización–, es demasiado pesado”, sostuvo Mariana Pérez en una entrevista que le realizaron apenas salió el libro. Con esa irreverencia y humor negro, haciéndose cargo de la incorrección política que recorre las páginas en las cuales aparecen estos relatos fugaces, testimonios, imágenes, sueños, pesadillas, lecturas, sensaciones, fantasías y micro-ficciones, aparece fuertemente una crítica filosa del presente: se cuestiona la figura del obsecuente, de aquel que aplaude todo porque se supone que todo lo referido al “temita” merece ser aplaudido. Esos “operadores profesionales”, “canallas” que han “devenido tristes fotocopias del militante político”, que hasta “aparatean los velorios”.
También es una crítica del presente en tanto que señala las responsabilidades civiles. Entre ellas, algunas de las que nadie habla: la de los que tres décadas después de haber guardado silencio, hablan, y pretenden encima que se los premie o se los trate como a héroes. Esa “denunciante”, que “le dio la teta y le ocultó su historia durante veintiún años, me parece más perversa que Videla”, sentencia Mariana, que en octubre de 1977 –quince meses después de su nacimiento– fue secuestrada junto con su madre embarazada, quien dio a luz en la ESMA a un varón que fue apropiado y que recién recuperó su identidad en el año 2000. “Recuperó su identidad”, en realidad, es una manera de decir, ya que el muchacho, criado por una pareja de apropiadores,  continuó aferrado a ellos. “La Multiprocesapropiadora”, dice Pérez para referirse a Dora, la apropiadora de su hermano.
Parece que Nietzsche tenía razón: no es la cólera, sino la risa la que mata”.



domingo, 3 de marzo de 2013

El largo adiós a Don Alfredo Ferraresi


Hoy, hace un rato nomás, viejas y nuevas camadas de militantes hemos pasado por la sede de la Asociación de Empleados de Farmacia, ubicada en la ciudad de Buenos Aires, para decir adiós a Don Alfredo Ferraresi, uno de esos partisanos inclaudicables que hacen honor al largo legado de la clase obrera argentina. Tenía 80 años y desde hace meses, cuando padeció un infarto, se resistía a dejar este mundo al que tanto le dio. Falleció ayer sábado por la tarde.

Por Mariano Pacheco

 Miembro destacado de la Resistencia Peronista, activista gremial que promocionó a fines de la década del 60 la conformación de un  sindicalismo combativo, antiburocrático, de lucha, abierto a la participación popular activa, que tuvo su esplendor en la ya mítica CGT de los argentinos. Militante peronista, como tantos de su generación vivió con intensidad la campaña por el retorno del general Perón al país, al gobierno y al poder. Consecuente con los postulados de que la clase obrera debía ser columna vertebral de un amplio movimiento de liberación nacional y social, luego de la “masacre de Ezeiza”, de la gestación lenta y silenciosa de las bandas armadas de la autodenominada Alianza Anticomunista Argentina, dirigidas por el entonces ministro de Bienestar social “El Brujo” José López Rega y la entonces presidenta de la nación María Martínez de P, enfrentó  quienes en nombre del peronismo comenzaban a desarrollar la contrarevolución más despiadada de nuestra historia nacional. Partícipe indiscutido de la tan negada resistencia obrera al Proceso de Reorganización Nacional, fue luego un consecuente militante por sostener activa la memoria de los resistentes, en un nuevo contexto caracterizado por la resignación ante una democracia de la derrota que demonizaba las experiencias de lucha de los de abajo que apostaron a dar vuelta la tortilla en una sociedad cada vez más injusta.