sábado, 29 de mayo de 2021

Montoneros: 5 hipótesis, 50 años después

 Aspectos políticos, sociales y culturales de una irrupción histórica.


                                                                                                        Por Mariano Pacheco *


I- Conjurar el morbo y restituir los efectos a las causas

El 6 de septiembre de 1974, en la víspera de conmemorarse el cuarto aniversario del “Día del Montonero” (en homenaje a Fernando Abal Medina y Gustavo Ramus, caídos el 7 de septiembre de 1970 en la localidad bonaerense de Willian Morris), Norma Arrostito y Mario Eduardo Firmenich brindan en la revista Causa Peronista la que hasta el día de hoy será la versión oficial del “Operativo Pindapoy” del Comando Juan José Valle que ambos integraron junto a otros ocho hombres para secuestrar a Pedro Eugenio Aramburu, someterlo a “juicio revolucionario” y dictaminar a través de un “Tribunal Revolucionario” –en un acto denominado de “Justicia popular”– que el dictador de 1955 era condenado a muerte. En el Comunicado Nº 3, del domingo 31 de mayo de 1970, Montoneros informa que Aramburu se “reconoce responsable” de cuatro cuestiones: 1) haber “legalizado”, el 9 de junio de 1956, la matanza de 27 argentinos sin juicio previo ni causa justificada; 2) haber condenado a muerte a 8 militares considerados inocentes por un Consejo da Guerra; 3) haber encabezado la represión del movimiento político mayoritario representativo del pueblo argentino; y, 4) haber profanado y desaparecido el cadáver de Eva Perón.

“Corta la bocha”, como dice el dicho popular. Más allá de que se enuncian otras cinco cuestiones que el militar no reconoce, el general antiperonista es condenado a “ser pasado por las armas”, hecho que se consuma al día siguiente, según consta en el 4° comunicado del 1° de junio de 1970.

De allí en más, durante 46 años, el periodismo canalla ha intentado, cada vez, volver sobre el tema en búsqueda de quien sabe qué. Esa es la versión oficial de la organización, aparecida a la luz pública con ese acontecimiento (que pasó a al historia bajo el nombre de “Aramburazo”, apenas un año después de “El Cordobazo”) y no parece tener mucho más sentido que el morbo ahondar en búsqueda de algún otro detalle.

Tanto en la posición de Fernando Vaca Narvaja y Roberto Cirilo Perdía en su entrevista con Bernardo Nestaudt de 1991, como en otras numerosas entrevistas a Mario Eduardo Firmerich que hoy pueden encontrarse en youtube, la hipótesis central que restituye el efecto de la ejecución de Aramburu a sus causas históricas en la voz de la Conducción Nacional de la organización es la del argumento catalogado como “guerra civil intermitente”, fechado su inicio en 1955, cuando el gobierno constitucional de Juan Domingo Perón es derrocado por un golpe de Estado extremadamente violento, que bombardea población civil en Plaza de Mayo, y luego instaura una dictadura que llega no sólo a encarcelar, perseguir y obligar al exilio a peronistas, sino también a torturar y fusilar, en una dinámica que con sus idas y venidas, su intercalar gobiernos dictatoriales y gobiernos elegidos por el voto pero con el peronismo proscripto y con su líder en el exilio, perdurará hasta 1973, cuando Héctor Cámpora triunfe en las elecciones del 11 de marzo. El obrero metalúrgico Felipe Vallese (desaparecido) y los “Héroes de Trelew” (fusilados), son los nombres más conocidos de ese proceso permanente de violencia política ejercido desde lo más alto del poder del Estado para reprimir a la clase trabajadora y los sectores populares, mayoritariamente identificados con el peronismo.

Algo de todo esto queda plasmado, asimismo, en la introducción a las “Bases para la Alianza Constituyentede una Nueva Argentina”, texto firmado por el Consejo Superior del Movimiento Peronista Montonero, fechado en enero 1982, que sostiene incluso una temporalidad más larga: “La historia nacional argentina está signada por una intermitente guerra civil a veces encubierta y a veces violentamente desembozada. Este enfrentamiento aún inconcluso se inició en los albores mismos de la independencia en 1810; su persistencia a lo largo de ya más de 170 años a pesar de las profundas transformaciones económicas, sociales y políticas acaecidas en el país, más aún, la continuidad de los mismos apellidos, como los Mitre, los Paz y los Martínez de Hoz, contra los mismos enemigos, como los montoneros; la reiteración de las mismas falsas opciones como civilización o barbarie, solo puede explicarse por la esencia misma de esta lucha ya casi bicentenaria. Se trata del enfrentamiento entre las fuerzas que pretenden el pseudo progreso del país a partir del capital imperialista venido desde el exterior, y las fuerzas que pretenden el desarrollo de las fuerzas productivas nacionales expandiendo el mercado interno. Por eso es que con las abismales diferencias que separan a la formación social de hoy, de aquella de hace 170 años, los dos polos de este enfrentamiento aun inconcluso mantienen sus mismos nombres: pueblo y oligarquía”.


En otro lenguaje y temporalidad –por supuesto– pero en el mismo afán de conectar los efectos con sus causas estructurales podemos situar las más recientes reflexiones del crítico cultural británico Mark Fisher, quien en su libro “Realismo capitalista” sostiene que, sobre “la sospecha pomodernista que se vierte sobre los grandes relatos”, en el siglo XXI suele soslayarse la causa determinante del capitalismo de los diferentes problemas y malestares que se nos presentan por separado.

Tomar al “Aramburazo” como hecho aislado conlleva a un análisis unilateral, que no es otro modo de negar la historicidad en la que dicho acontecimiento se inscribe. Así, y sólo así, nuestra bellas almas progresistas –junto con las reaccionarias– pueden escandalizarse ante un uso popular de la violencia política.

II- Gestar la propia Máquina de Guerra (Popular y Prolongada)

Lejos del morbo entonces, lo que nos interesa rescatar aquí son una serie de enseñanzas que la “ejecución” del dictador (ya haremos referencia a la importancia de disputar también en el lenguaje los sentidos de la historia) han dejado para las generaciones militantes. Por lo menos, quisiera rescatar cuatro:

1) La importancia de condensar en una figura emblemática, como fue Aramburu, al enemigo del proyecto popular (si bien podría haber sido Rojas, aún más odiado en el peronismo por su acérrimo gorilismo, Aramburu lograba combinar en sí la figura del enemigo histórico –uno de los responsables del derrocamiento del peronismo– y del enemigo inmediato –posible figura de recambio del régimen–).

2) La elección de un nombre claro de cara a las masas, fácil de recordar, de pronunciar, de gritar en cánticos, a diferencia de esas sopas de letras (FAR, ERP, PRT, FAP, PCML, OCPO, FAL) que confunden más de lo que aclaran (resulta emblemático, y ácidamente gracioso el poema “Siglas”, de Néstor Perlongher).

3) La capacidad de leer en clave “nacional” una tendencia Latinoamericana, e incluso mundial: carácter urbano de la guerrilla, identidad popular local del proyecto emancipatorio (resulta emblemático aquí el aporte en torno a izquierda y peronismo que realiza en 1971 Carlos Olmedo, de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, en su debate con el Partido Revolucionario de los Trabajadores,).

4) Necesidad de dinamizar la propia justicia, institucionalidad y sistema de defensa popular, la “máquina de guerra”, dirían los filósofos Gilles Deleuze y Félix Guattari, para referirse a esa otra justicia, ese otro movimiento, ese otro espacio-tiempo, con un origen y naturaleza radicalmente diferente al del Aparato de Estado (aparato que es necesario tomar en el camino de su disolución –en términos más estrictamente de la teoría crítica del Estado– para dejar lugar a esas otras formas de institucionalidad popular, más democráticas y participativas).

III- El ciclo montonero y los lugares comunes

La revisión histórica de la experiencia montonera, tal como el periodismo argentino la ha encarado en estas décadas, tiene el problema de volver una y otra vez sobre los mismos temas. En cada oportunidad en que se ha entrevistado a alguno de los miembros que han quedado vivos de la Conducción Nacional (se comienza por omitir, desde el vamos, la enorme cantidad de cuadros de conducción que han sido asesinados por la represión, o han caído en combate enfrentándola), se les ha preguntado, una y otra vez, acerca de lo mismo. A saber: algún nuevo detalle que pueda “revelarse” del Caso Aramburu (1970); si los sucesos trágicos de Ezeiza fueron realmente una masacre o si Montoneros participó de (o “propició”) un enfrentamiento (1973); si mataron o no a José Ignacio Rucci y el sacerdote Carlos Mujica; por qué se enfrentaron con Perón aquél emblemático 1° de mayo o más bien, qué entienden del hecho de que Perón “los haya expulsado de la Plaza”; qué pasó con el dinero del secuestro de los hermanos Born y qué autocrítica se hace por haber pasado a la clandestinidad durante un gobierno constitucional (todos episodios de ese intenso 1974); por qué atacaron el cuartel de Formosa (1975); por qué se exiliaron los miembros de la CN (1976/1977); por qué “mandaron a los perejiles al muere” durante la Contraofensiva y qué hay de cierto del “pacto con Massera” (1979), hasta desembocar –ya en posdictadura– en la banalización de la experiencia de la organización guerrillera más poderosa de América Latina reduciéndola a sus exponente más problemáticos: Patricia Bullrich y Rodolfo Galimberti.

Lo peor de todo es que ya casi todos estos temas fueron contestados, incluso tempranamente, al poco tiempo de producido cada uno de los hechos enumerados.

Salirse de estos lugares comunes, entonces, resulta fundamental para poder hacer “decirle algo” a esta experiencia.

IV- El “trabajo” sobre el “archivo”

Tal vez sea la hora de asumir el desafío de promover un interrogante que pueda conducirnos a un debate profundo sobre los modos de revisitar la historia argentina de la segunda mitad del siglo XX: ¿no padecemos de un exceso de periodismo literario?

El abordaje de las décadas del sesenta y del setenta se torna un nudo fundamental para indagar el conjunto del pasado nacional, porque allí se concentran los núcleos centrales del enfrentamiento de los diferentes (antagónicos) proyectos de país. “Trabajar” el archivo, entonces, puede ser una tarea estratégica. El abordaje de los testimonios de quienes protagonizaron esos procesos es aún posible, aunque no por mucho tiempo más (y de hecho ya han partido de este mundo figuras fundamentales de esta historia). También es notable la cantidad de documentos a disposición de quien quiera estudiar, interiorizarse sobre el tema.

Así y todo, resulta sugestivo que sobre la experiencia global de Montoneros siga siendo “Soldados de Perón”, de Richard Gillespie, el libro sobre Montoneros de mayor referencia, publicado en 1982. También que sea de fines de los noventa el último (a su vez, quizás el único) intento por escribir una historia global de las militancias de los sesenta/setenta (los tres voluminosos tomos “La voluntad”, de Eduardo Anguita y Martín Caparrós). Incluso en el plano cinematográfico, es de 1996 lo que entiendo es el único film sobre Montoneros (“Cazadores de utopías, de Eduardo Blaustein), extenso documental que aborda el fenómeno de la organización en el contexto del peronismo, de Perón a Menem (pero incluso esta película, poblada de numerosos e importantes testimonios, no cuenta con la palabra de los miembros de la Conducción Nacional).

Obviamente, se han publicado trabajos específicos, entre los que podríamos mencionar los relatos en primera persona de los propios Perdía, “El peronismo combatiente en primera persona”, y Vaca Narvaja, “Con igual ánimo”, así como “Final de cuentas”, de Juan Gasparini; “Perejiles”, de Adriana Robles; “Recuerdo de la muerte”, de Miguel Bonasso; “Memorial de guerra larga”, de Jorge Falcone; “Los del 73: memoria montonera”, de Jorge Lewinger y Gonzalo Leónidas Chaves (y éste último, también, “Rebelde acontecer”); “Lo que mata de las balas es la velocidad”, de Eduardo Astiz; “La buena historia”, de José Amorín; “La guardería montonera: la vida en Cuba de los hijos de la Contraofensiva” y otros de investigación de personas ajenas a la experiencia, como “El mito de los doce fundadores”, de Lucas Lanusse; “El tren de la victoria”, de Cristina Zuker; “La montonera. Biografía de Norma Arrostito”, de Gabriela Saidón; “Un fusil y una canción. La historia secreta de Huerque mapu, la banda que grabó el disco oficial de Montoneros”, de Ariel Zak y Tamara Smerling; Montoneros y Palestina. De la revolución a la dictadura”, de Pablo Robledo “Noticias. De los Montoneros”, de Gabriela Esquivada; “Ideología y política en El Descamisado”, de Yamilé Nadra y “Fuimos soldados”, de Marcelo Larraquy (incluyo humildemente, en esta enumeración, mi libro “Montoneros silvestres. Historias de resistencia a al dictadura en el sur del conurbano: 1976-1983”, y el listado seguramente podría ser ampliado, sumando otras publicaciones). Muchos trabajos, como puede verse, algunos muy bueno, unos cuántos pésimos. Todo ésto sin contar las numerosos poesías, obras de teatro, cuentos y novelas que, desde la literatura, también abordan la historia montonera (han sido omitidos los libros que abordan biografían de militantes montoneros, y también, aquellos de la industria cultural elaborados directamente con el fin, no de pensar la experiencia, sino de demonizarla, defenestrarla).

 

Finalmente, no puede dejar de mencionarse el inmenso trabajo de archivo elaborado por Roberto Baschetti, con su monumental obra de compilación de “Documentos del peronismo revolucionario”, que en siete volúmenes aborda el período 1955-1983.

IV- Las batallas de la memoria

El proceso abierto con la movilización del 24 de marzo de 1996 ha resituado la discusión sobre los años setenta, en general, y sobre la experiencia de Montoneros, en particular. Así y todo, los años macristas han sido un duro golpe a todo ese imaginario que durante dos décadas pujó por despenalizar la discusión política respecto del pasado y despejar del debate la “Teoría de los dos demonios”. Se sabe: la derrota electoral de un proyecto de gobierno conservador no implica necesariamente el retroceso social de los microfascismos que puedan circular por la sociedad.

De allí que la memoria siga siendo un campo de batalla, presente en tanto que abordar el pasado nacional implica una posición actual, y un proyecto de país por el que se lucha (soberanía política, justicia social, emancipación) o que se pretende abortar.

Los años progresistas de la larga década kirchnerista implicaron avances en muchos aspectos de la política de derechos humanos, pero también un memorialismo (por momentos moralistas), que en su combate a las más retrógradas miradas sobre el pasado no logró “hincar el diente”, “hundir el cuchillo” como quizás aún haga falta hacerlo para profundizar la discusión en torno a las identidades militantes, las estrategias, los proyectos políticos en pugna antes de la última dictadura, y el rol estructural que el terrorismo del “Proceso de Reorganización Nacional” vino a jugar en la metamorfosis de la Argentina, que en sus trazos gruesos aún padecemos.

El filósofo Walter Benjamin insistió, en sus “Tesis sobre la historia”, respecto de la necesidad de poner a salvo a los muertos cuando el enemigo vence, y también, la importancia que la memoria de los pasados esclavizados tiene para no interrumpir ese secreto compromiso de encuentro que es susceptible de establecerse entre las generaciones del pasado, y cada actualidad. Por su parte, otro filósofo maldito, como lo fue Nietzsche, supo destacar que la historia, en su modo “monumental”, podía empequeñecer la capacidad de creación en un presente determinado, pero también, podía funcionar como imagen inspiradora cuando, en momentos de desánimo, el caminante puede detener la marcha, caminar hacia atrás y decirse: algo así de grande ha existido alguna vez; algo así de grande podrá llegar a existir de nuevo alguna vez, con otros modos, bajo otras condiciones.

Qué duda cabe que con sus aciertos y errores, la de Montoneros es una de aquellas grandes gestas que nuestro pueblo, o al menos franjas de ese peronismo, supieron protagonizar. Si en toda época ha de intentarse arrancar la tradición al respectivo conformismo que se propone subyugarla –como insiste Benjamin– se torna fundamental asumir aniversarios tan emblemáticos como el medio siglo transcurrido desde la aparición de Montoneros, como un desafío para encontrar en ese pasado la chispa que pueda encender toda la esperanza para la gran obra de transformación económica, política y cultural que los condenados de la tierra de este mundo aún se merecen protagonizar.

 

El Cordobazo y la revuelta de las ideas.

 

  

                                                                                                                       Por Mariano Pacheco *


(Dossier: A 50 años del Cordobazo. Presencias, ausencias y memeoria)*

Lucha de calles, lucha clases… y batalla de ideas. Las implicancias de “El Cordobazo” en la discusión librada al interior del pensamiento crítico de la época. Filosofía, literatura y psicoanálisis en debate. León Rozitchner y la intersección filosófica entre marxismo y psicoanálisis: la dimensión de la subjetividad en la lucha revolucionaria, la problematización en torno a qué implica formar la militancia y las categorías con las que pensamos la actualidad, la historia y los procesos de cambio; Rodolfo Walsh y Francisco Urondo, militancia y escritura en en la búsqueda de la palabra justa: el debate en torno a la novela, la emergencia del periodismo de investigación/denuncia/testimonio. La Asociación Psicoanalítica Argentina en la encrucijada: los psicoanalistas en huelga y la trasmisión extraacadémica del saber. La revuelta en las ideas. Apuntes para una discusión.

 

Lucha de calles, lucha de clases… y batalla de ideas

Los hechos históricos que pasaron a la historia bajo el nombre de “El Cordobazo” son por demás conocidos: la CGT había convocado a un Paro Nacional para el 30 de Mayo de 1969, y en Córdoba se decide llevar adelante la huelga desde el día anterior a las 11 horas, con modalidad “activa”. La alianza entre los sindicatos de Luz y fuerza –dirigido por Agustín Tosco– y SMATA –cuyo líder era Epidio Torres– garantizaron la unidad del movimiento obrero local, más allá de las diferencias ideológicas, políticas, metodológicas. El vínculo estrecho con la Federación Universitaria de Córdoba (FUC) y la intervención del Ejército para intentar calmar las aguas de una protesta inédita –pero que venía con antecedentes parciales a nivel provincial y nacional– terminan por diseñar un mapa cuyo rasgo distintivo es el carácter popular de la revuelta.

El contexto nacional, Latinoamericano e internacional de la rebelión también es por demás conocido, así que no ahondaremos demasiado, más allá de una simple enumeración, a modo de “ayuda-memoria”: triunfo de la Revolución Cubana en enero de 1959; caída del comandante Ernesto Che Guevara en octubre de 1967 en Bolivia; Masacre de Tlatelolco en octubre de 1968 en México, año en que la revuelta adquiere un carácter mundial, con epicentro en la lucha de la comunidad negra en Estados Unidos y de la juventud (obrera y universitaria) en Francia (emblemático Mayo en París), que suman así a los “países centrales” a la pelea anti-imperialista mundial, que ya venían librando numerosos pueblos, y cuyo símbolo más emblemático pasa a ser el Vietcom, quien acaudilla al pueblo vietnamita que enfrenta a las tropas norteamericanas (luego de haber derrotado antes a Francia). En una perspectiva más de largo plazo, podemos leer la coyuntura 68/69, como el momento de mayor desarrollo de un proceso que, de algún modo, es el que abre el siglo XX: me refiero al triunfo de los bolcheviques en Rusia en 1917 que abre la secuencia que se sigue con la rebelión espartaquista en 1919 en Alemania; la Revolución China en 1949; la derrota de Francia en Argelia en 1961, etcétera.

El contexto de lucha de clases a nivel mundial tiene en Argentina su especificidad peronista, en la que no nos meteremos, pero que no puede obviarse a la hora de pensarse los procesos de radicalización de las luchas del movimiento obrero tras los bombardeos a Plaza de Mayo que buscaban aniquilar al presidente Juan Domingo Perón, los fusilamientos llevados adelante por la dictadura (“Revolución libertadora”) y la proscripción del peronismo, que dan inicio al proceso de resistencia que incluyó huelgas y sabotajes, accionar de comandos, organización sindical clandestina, primeras experiencias de guerrilla rural (Uturuncos en 1959; Taco Ralo en 1968), momentos de tipo insurreccional (toma del frigorífico Lisandro de la Torre en 1959) y emergencia de “figuras de frontera” entre la experiencia peronista y las ideas/apuestas socialistas-revolucionarias, como lo fueron John William Cooke y Alicia Eguren.

Figuras como las de Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir, luego del fin de la Segunda Guerra Mundial, introducen con fuerza –en occidente– la discusión acerca de cuál iba a ser el compromiso de la intelectualidad crítica respecto de los proyectos políticos que los distintos pueblos del mundo llebaban adelante entonces en sus ansias por liberarse. El apoyo de Sartre a las revoluciones en Cuba y en Argelia dan paso a un cruce fructífero entre tradiciones diversas. En Argentina, por su parte, la caída del peronismo habilita una relectura del fenómeno, que muta a pasos agigantados en ese movimiento que va de la gestión del Estado a la resistencia silvestre.

Para fines de la década del ´60 el mundo entero es un volcán en erupción, y las ideas no permanecen ajenas a la lava roja que se esparce por aquí y por allá.

 

El nido de víboras de la subjetividad

En 1972 –el mismo año en que Gilles Deleuze y Félix Guattari publican en Francia el Antiedipo, primer tomo de Capitalismo y Esquizofrenia— León Rozitchner publica en Argentina su Freud y los límites del individualismo burgués, libro en el que aborda dos obras “sociales” del fundador del psicoanálisis (El malestar en la cultura y Psicopatología de las masas y análisis del yo), según sus propias palabras, para indagar “el núcleo de verdad histórica” que es cada sujeto; trabajo que continuará años después –ya en el exilio– cuando brinde una serie de conferencias que luego serán publicadas, en 1981, bajo el título de Freud y el problema del poder.

Así como resulta fructífero leer el AntiEdipo en serie con el “Mayo Francés”, también resulta potente y es altamente recomendable leer el Freud de León en serie con el “Mayo Argentino”.

Para León –que estudió durante años en Francia y conoce bien las jergas europeas– se trata de volver a determinados clásicos, como son Freud y Marx –también Clausewitz– pero no para detenerse en elucubraciones de una abstracta verdad universal, transhistórica, sino para –precisamente– recuperar ese materialismo presente en los grandes textos de la tradición del pensamiento occidental: la indagación de una verdad concreta, situada, capaz de transgredir los límites que la época se empecina en imponer. De allí que la introducción de 1972 advierta sobre el riesgo de dejarse colonizar por las modas de los centros europeos (“Es allí otra la verdad que se grita y no la nuestra”).

Se trata, para Rozitchner, de realizar un retorno al sujeto luego del temporal estructuralista a partir del cual lo impersonal disolvió la responsabilidad personal (“Dejamos de hablar para ser hablados”). Por eso la Introducción funciona como una gran provocación a la hegemonía cultural de las izquierdas de entonces. León, él también –como cancheramente afirmó Louis Althusser– declara la culpabilidad de su lectura, de su escritura: éste es un libro con sujeto –afirma Rozitchner–, escrito en primera persona. Una primera persona del singular que se interroga sobre la eficacia –personal y colectiva– en el ámbito de la actividad política.

¿Que qué tiene que ver todo esto con el Cordobazo? Rozitchner lo dejará en claro desde el primer párrafo de su Freud:

“¿Cómo justificar, entre nosotros, un libro más? La pregunta no es retórica: ¿es posible escribir sin pudor otra cosa que no sea sobre la tortura, el asesinato, la humillación y el despojo cuando el orden de la realidad en que vivimos se asienta sobre ellos? Y sin embargo es sobre eso de lo que aquí se escribe, es sobre su fondo lo que aquí pensamos. Pero tampoco se trata de un desplazamiento de la violencia hacia el campo de los signos. Un libro violento debe sonar a burla para quien enfrenta realmente la tortura y la muerte. Hay, en toda expresión literaria, un paso no dado todavía, una distancia que ninguna palabra podrá superar, porque ese paso existe en un más allá hacia el cual la palabra apunta; aquel por donde asoma la presencia de la muerte si se osara darlo”.

El desafío del Freud de León es claro: se trata de unir lo más individual con lo más colectivo, tal como ya venía haciendo en intervenciones anteriores, como su texto “La izquierda sin sujeto” (publicado en la revista La rosa blindada en 1966) y su ponencia presentada en Cuba –en enero de 1968– en el marco del Congreso Cultural de La Habana.

Obviamente –como también sucede con la lectura de la obra de Deleuze y Guattari– no puede entenderse este subrayado de la cuestión de la singularidad sino a la luz de las discusiones de la época, donde el cuerpo queda muchas veces “sacrificado” en función de un “ideal”, de una apuesta que lleva por nombre un proyecto centrado en la terrenalidad pero que no deja de ser una trascendencia (nos referimos a las versiones dogmáticas del marxismo, no al marxismo en general, obviamente); a la luz de experiencias históricas del socialismo devenido en proyecto autoritario de Estado, con lógicas homogeneizadoras y opresivas (stalinismo). Por eso, de algún modo, hoy se trataría de hacer una lectura en donde el subrayado esté puesto en el elemento colectivo, más que en el individual. Pero la operación de poner a Marx –y las apuestas teórico-políticas de la revolución, sea lo que sea que ello implique hoy– en serie con la pregunta por las formas de subjetivación, sigue siendo la misma (o al menos, una muy parecida): “para comprender qué es la cultura popular, qué es la actividad colectiva, qué significa formar un militante”.

Si en 1972, para León, se trataba de combatir el “empobrecimiento de la teoría”, que resaltaba entonces “el momento objetivo de la estructura de producción como único enemigo”, dejando de lado “el problema de los sujetos por ella determinados”, hoy –2019– los emprobrecimientos de la teoría viran hacia otras latitudes, dando por enterrados –por ejemplo– algunos conceptos fundamentales de la crítica marxista, cuando no se trata directamente de encerrar en un baúl, bajo cuatro llaves, el conjunto del archivo europeo y el legado nacional/Latinoamericano, es decir, cuando se trata de enterrar la producción de conceptos críticos para librar la batalla, también –como insistía Fidel Castro– en el terreno específico de las ideas.

Lucha de clases –entonces– en el terreno de la teoría, para deshacer –como insiste León– las trampas que la burguesía incluyó en nosotros como su eficacia más profunda. Esa que produce, a su vez, nuestra ineficacia, “a pesar del declarado intento de destruirla”. El remate de Rozitchner en la Introducción a Freud y los límites del individualismo burgués no tiene desperdicio; y no puede cobrar tanta relevancia en la actualidad: “¿cómo pensar efectivamente el tránsito hacia la revolución si hemos sido hechos con categorías de la burguesía?”.

Aquí, precisamente aquí, es donde el planteo “Deleuze/Guattari” entra en diálogo con el marxista desarrollado por Lenin: se trata de asumir, en todas sus consecuencias, que la batalla por emanciparse del yugo de la explotación/dominación/opresión (de clase/género/raza) es simultáneamente una lucha económica y política, pero también de ideas (y afectos). Es decir, que no alcanza con la organización social de base, la disputa política por los modos de organizar la sociedad, sino que además es necesario crear los propios conceptos desde los cuales criticar el orden del capital, y pensar el propio proceso de transformación.

 

***

“´El Cordobazo´ marcó un antes y un después en la Salud Mental. A partir de ese momento se transformaron las luchas ideológicas y teóricas. La política tomó el centro de la escena. Fue el fin de una época y el inicio de otra”, relatan Enrique Carpintero y Alejandro Vainer en el primer tomo de Las huellas de la memoria. Psicoanálisis y salud mental en la Argentina de los ´60 y ‘70, libro en el que destacan que la denominación misma de Trabajadores de la Salud Mental (TSM) es uno de los emergentes de la rebelión protagonizada por el pueblo de Córdoba el 29 y 30 de Mayo de 1969.

Para entonces, Buenos Aires ya llevaba una larga década de transformaciones socio-culturales. En 1957, de la mano de ciertos aires “desarrollistas” típicos de esos años, se fundan al interior de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires (UBA) las carreras de Psicología (cuyo antecedente se había producido dos años antes en Rosario) y Sociología (tiempo después se abrirán, también, las carreras de Antropología y Artes). “La Facultad de Filosofía y Letras, como en los años ´20, volvió a ocupar un lugar central en el mundo intelectual”, cuentan Vainer y Carpintero, a la vez que destacan que entonces, dicha casa de estudios estaba situada sobre la calle Viamonte (luego trasladada a Púan), zona donde por otra parte funcionaban las oficinas de la revista Sur, la librería “Verbum” y algunos bares en los que se congregaban estudiantes (y en donde también, tiempo después, se instalaría el Instituto Di Tella); años –aquellos que de algún modo daban inicio a la década del ´60– en los que funcionaban revistas como Contorno (que venía saliendo desde 1953 pero que da un importante giro tras la caída del peronismo) y El grillo de papel (1957/1960). Por otra parte, a inicios de 1958 se funda el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET).

Para entonces, el joven Oscar Masotta –lúcido lector de Karl Marx y Jean Paul Sartre que provenía de la revista Contorno— se topa –vía Enrique Pichón Riviére– con la teoría de Lacan, autor que empieza a trabajar, de manera autodidacta, hasta que en 1964 participa en unas jornadas realizadas en la Escuela de Psiquiatría Social –fundada por Pichón– interviniendo con una ponencia titulada “Jacques Lacan o el inconsciente en los fundamentos de la filosofía”, texto que será publicado al año siguiente en Pasado y Presente, la revista fundada por José María Aricó y Juan Carlos Portantiero tras romper con el Partido Comunista. Es el inicio de la introducción de la teoría lacaniana en el país, y el comienzo del fin de la hegemonía médica en el ámbito del psicoanálisis. Nuestros años sesenta se cierran de algún modo en Mayo de 1969, momento en que Masotta se encuentra preparando sus Seminarios sobre Lacan, que dictará entre julio y agosto en el Di Tella (luego compilados en el libro titulado Introducción a la lectura de Jacques Lacan).

La intersección entre filosofía, psicoanálisis y política está entonces en su momento más fructífero. Y El Cordobazo no es un hecho ajeno a este proceso. El 28 de mayo de 1969, de hecho, la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA) –adherida a la Asociación Psicoanalítica Internacional fundada por Sigmund Freud en 1910– emite una declaración, a través de su Comisión Directiva, en la que alerta “a los poderes públicos” por la situación que atraviesa el país, signada por una “represión violenta e indiscriminada que ya ha costado vidas”. La APA declara para el día siguiente la única huelga de su historia, que coincide con El Cordobazo. De allí la importancia de destacar aquello que recuerdan Carpintero y Vainer, a saber: que a partir de la rebelión en Córdoba, el compromiso político pasa a ser el eje de todas las discusiones (algo similar veremos a continuación que sucede también en el ámbito de la literatura). Para muchos ya no se podía seguir solamente encerrados en la práctica profesional (especificidad que de todos modos tenía momentos más que interesantes, como la experiencia desarrollada en el Hospital Lanús desde los años cincuenta en el marco del Servicio de Psicopatología, bajo la dirección de Mauricio Goldemberg). Y la conclusión es evidente: los Trabajadores de la Salud Mental, “tenían que aportar de alguna manera al cambio social”.

 

En busca de la palabra justa

“Los hechos producidos en Córdoba y en Rosario proveen a la novela un nuevo centro de verdad… Los hechos son los que importan en estos días. Pero más que escribirlos, hay que producirlos”, anota Rodolfo Walsh en su diario, el día 6 de junio de 1969. Si uno lee Ese hombre y otros papeles personales –el diario, entrevistas, extractos de textos de Walsh compilados por Daniel Link– encontrará parte de las discusiones de la intelectualidad de la época expresadas en una suerte de desgarramiento por el que atraviesa el propio cuerpo del autor de Operación masacre. Algo he tratado ya en el libro Cabecita negra. Ensayos sobre literatura y peronismo, donde le dedico un extenso capítulo al autor de “Esa mujer”, pero no quisiera dejar de subrayar aquí ese itinerario de autoreflexión y de discusiones con sus pares.

En enero de 1969 Walsh abre las anotaciones de su diario con unas reflexiones sobre el vínculo entre literatura y militancia:

“Ahora mismo fantaseo que la novela es el último avatar de mi personalidad burguesa, al mismo tiempo que el propio género es la última forma del arte burgués, en transición a otra etapa en que lo documental recupera su primacía”.

La misma idea repetirá Walsh en la ya hoy famosa entrevista que le hace Ricardo Piglia tiempo después. Para entonces Walsh ya se ha politizado e ingresado a la militancia de la mano de las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP). Pasó de ser ese periodista curioso y solitario, interesado por los cuentos policiales, el ajedrez y las traducciones –de la época de Operación masacre— a ser el director del periódico CGT, ese moderno y audaz experimento político-periodístico lanzado por la combativa CGT de los Argentinos dirigida por el gráfico Raymundo Ongaro. Dirigente sindical con quien Walsh discute, y se lamenta –en su diario– por la posición que éste tiene respecto de la literatura, y por cómo entiende su relación con el mundo obrero. Aunque asume que las críticas que le hace Raymundo contienen un núcleo de verdad. El centro del debate gira en torno a las posibilidades (o no) de escribir literatura para los obreros y no para los burgueses. ¿Pero qué ejercicio narrativo implicaría eso? Walsh asume que sus “guiños al lector culto” fastidian al dirigente sindical, pero también le critica a éste que piense que la literatura para obreros sean los best-sellers y los textos que se construyen desde una narrativa “fácil” que subestima al lector (“debe ser posible, sin embargo, escribir para ellos”).

En el periódico CGT Walsh dirige, piensa la prensa (lee los escritos de Lenin sobre el tema) en sus múltiples aspectos: formas de redacción, contenidos, tipo de diagramación, esquema de distribución, modos de devolución de qué piensan los lectores (fundamentalmente obreros) de aquello que están haciendo. Allí también publica una serie de notas que luego será reunidas en el libro titulado ¿Quién mató a Rosendo?, que cierra la trilogía abierta por sus textos sobre los fusilamientos de 1956 y que continúa con El caso Satanowsky (donde indaga sobre los vínculos entre las servicios d einteligencia y el periodismo).

Pero también el Walsh de fines de los ´60 es el que regresó de Cuba (donde participó activamente de la experiencia de la Agencia Prensa Latina) y lejos de ingresar de inmediato a una organización revolucionaria, se puso a escribir cuentos (hoy por hoy obras maestras de la literatura nacional), por los cuales fue premiado, reconocido en la República de las Letras y, por lo tanto, también exigido por sus lógicas (“¡Que escriba una novela para demostrar que es un gran escritor!”, se dice, paradójicamente, en el país donde su figura literaria central es Jorge Luis Borges, escritor reconocido internacionalmente, traducido a varios idiomas… ¡Quien nunca escribió una novela!).

Desde esa tensión hay que poder leer su diario, y sobre todo, las anotaciones de 1969. Walsh comenta –como hemos visto– que se resiste a escribir la novela por motivos político-ideológicos. Pero también remata sus reflexiones subrayando: “Pero tampoco estoy seguro de esto, que puede ser una excusa para mi momentáneo fracaso”.

La tensión pasa por entender que también las formas de escritura son susceptibles de cambios, si el mundo se transforma. Comenta Walsh en una entrevista que sale publicada en la revista Siete días en junio de ese año del Cordobazo:

“En este momento vivo en un movimiento oscilante entre el periodismo de acción, que me exige estar en la calle, escribir con grandes apuros y terminar, tal vez, un capítulo o dos en un día, y el repliegue para escribir ficción”.

Está claro que en Walsh, como en gran parte de los escritores en ese momento, el periodismo opera en las líneas exteriores y la literatura en las interiores, cada una con sus lógicas y sus ritmos, sus temporalidades (vanguardia/retaguardia). “Una novela sería algo así como una representación de los hechos, y yo prefiero su simple presentación”, comenta en la mencionada entrevista. Y un mes después escribe en su diario: “comprendí que había renunciado a escribir, por lo menos en la forma en que me había acostumbrado a pensar que lo haría”.

 

***

“Empuñé un arma porque busco la palabra justa”, escribió alguna vez Francisco “Paco” Urondo, poeta, escritor, guionista, dramaturgo, quien confluiría con Walsh en Montoneros una vez que la organización a la que pertenecía, las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), se fusionara con aquella, y también se adhirieran al mismo nombre los Descamisados y una parte de las FAP.

Después del Cordobazo, y de una reflexión profunda respecto del rol de la guerrilla urbana en países como Argentina, Uruguay y Chile, la opción de la lucha armada fue muy palpable para muchos escritores. Otros, sin ingresar en las filas de las fuerzas que confrontaban también en el plano militar, mantuvieron asimismo su activismo en el marco de distintas revistas y organizaciones políticas de izquierda. De allí que prácticamente ningún escritor contestatario se mantuviera al margen de estas discusiones.

Parte de estos debates (crisis de la novela; primacía de lo testimonial en la escritura; preponderancia del elemento documental) quedaron registrados en una breve nota que, bajo el nombre de “Escritura y acción”, Urondo publicó en La opinión literaria, en agosto de 1971. Allí recopila las opiniones de importantes escritores, como Haroldo Conti, David Viñas, Nicolás Casullo, Germán García, Miguel Briante, Manuel Puig, Alicia Steimberg y Jorge Carnevale.

Urondo destaca la importancia de esta discusión en países en donde “el pasaje de un tipo de sociedad a otra pareciera inevitable”. Y cita los testimonios de los distintos entrevistados.

Puig plantea que, por el hecho de que una novela lleve tanto tiempo de elaboración, conduce a que, “cuando uno la termina, la realidad del país ha cambiado totalmente en relación con lo que era cuando se inició el trabajo”. Conti, por su parte, destaca que la presión de los hechos parece conducir a los escritores hacia una literatura de testimonio. “Por ese lado podría buscarse una salida a la crisis de la narrativa”, comenta. Y agrega: “en este momento, quizás lo que tenga vigencia sea una novela de tipo testimonial; hay que buscar formas más vitales, más rápidas; por ejemplo, haciendo cine, uno siente que está en el mundo”. “Si escribir supone una actitud lúcida con respecto a la realidad, está bastante claro que la realidad lleva a sentir la necesidad de reaccionar políticamente y descubrir que la novela no es una de las armas más eficaces para la acción”, expresa Briante, quien agrega: “una novela no es una ametralladora”. García caracteriza la época como de “crisis en la forma tradicional de leer novela” y relaciona dicha crisis con el momento político, donde –dice– “la lectura de la realidad pasa por otro tipo de textos: ensayística, economía, política, etcétera”. Para Casullo, el escritor debería asumir “otro tipo de escritura”, o al menos, “no la escritura de ficción solamente”. “Pero en este momento, el escritor que asume la participación en el proyecto de cambio social debe encontrar los espacios de la palabra escrita más eficaces para colaborar en ese proyecto”, remata. Carnevale insiste en que, para el escritor con aspiración política, “la solución de la dicotomía entre literatura y política puede darse en el pasaje de la tarea individual y reconocida, la tarea de propiedad privada, a una tarea anónima colectiva; en última instancia, clandestina”. Steimberg (finalista del premio Monte Ávila de ese año), subraya el “llamado de afuera” que dice sentir: “necesitaría dejarme penetrar por los hechos”. Viñas, finalmente, se refiere a ese tiempo como un momento “en que el héroe es cuestionado”, tanto en la política como en la literatura, y concluye en que, por lo tanto, hay “algunas ventajas” en los colectivos de trabajo, donde no hay “roles fijos, cristalizados”, porque el que manda rota.

Como puede verse, tras el Cordobazo, no fue sólo la estrategia política general la que entró en debate en el campo intelectual, sino también las estrategias concretas que cada quien se debería dar en el terreno específico en el que intervenía (o dejaría de intervenir, llegado el caso).

 

Violentar el pensamiento

No se trata de idolatrar el pasado, de caer el el gesto nostalgioso de adoración de tiempos pretéritos. Ni de hacer ejercicios contrafácticos, ni tampoco renunciar a la intervención presente en nombre de un desencanto que no puede ser otro si se compara la era del realismo capitalista contemporáneo con los momentos de mayor avance de las luchas de clases a nivel internacional. Si algo enseñan el mejor psicoanálisis (los momentos más lúcidos de producción del Profesor Freud) y el mejor marxismo (con momentos de creatividad extrema como lo son las Tesis sobre el concepto de historia de Walter Benjamin) es que desde una perspectiva revolucionaria no se puede medir y entender el tiempo de la misma forma en que lo hace la burguesía. De lo que se trata, entonces, es de medirnos, aquí y ahora, con la época, y apostar por cambiar –insistimos– todo lo que deba ser cambiado.

Si hay un legado que nos deja el “69 Argentino” (y el 68 mundial) es precisamente el de recuperar la audacia, no sólo para la acción, sino también para el pensamiento.

Ya no se trata de dilucidar hoy si lo que hay que hacer es comprender el mundo o transformarlo, sino que la apuesta por cambiarlo todo implica comprender para transformar, transformar para comprender. Hay que diagnosticar e intervenir (tratar) sobre el fondo de un mundo que no deja de enfermar, de producir dolor en los demás.

Violentar el pensamiento, diríamos un poco parafraseando el título del libro que José Luis Pardo le dedicó a Deleuze, implica hoy también ejercer la crítica a los modos burocráticos del saber, a los apologistas del solipsismo y los onanistas que pretenden monopolizar el quehacer intelectual.

Ya no se trata, entonces, sólo de dar vuelta la tortilla, sino de voltear lo dado pero no para realizar una simple inversión, sino para revolver, para ejercer la revuelta (“punto en el que una cosa se desvía, cambiando de dirección”, según la tercera acepción de la palabra que aparece en el Pequeño Larousse Ilustrado).

Sólo así podremos quebrar la hegemonía de la época, la que se sostiene en el mito de los consensos democráticos. Sólo así podremos violentar las ideas, insurreccionar el pensamiento, y hacer de “El Cordobazo” un legado activo para los tiempos por venir.


lunes, 24 de mayo de 2021

Marxismo y Nacionalismo Revolucionario. La polémica izquierda/peronismo en la Argentina de los años setenta

Una recuperación para discusión teórico-política de la actualidad



Por Mariano Pacheco*

 

En 1971 Carlos Olmedo concede a la revista Cristianismo y Revolución una entrevista (“Los de Garín”), donde cuenta el recorrido de las FAR, las Fuerzas Armadas Revolucionarias que surgen en la Argentina de mediados de los años sesenta para acompañar la empresa de Ernesto Guevara en Bolivia. Tras la muerte del Che, el grupo realiza un viraje, fundmentalmente en dos direcciones: por un lado, dejan de prepararse para montar una guerrilla rural, subordinada a un proyecto Latinoamericana, para pasar a trabajar en función de poner en pie una experiencia de guerrilla urbana, centrada en el accionar nacional. Por otro lado, entran en un profundo debate teórico-político interno y deciden asumir la experiencia obrera peronista como propia, sin dejar por ello de ser marxistas. Pero: ¿qué es ser marxista para las FAR? Allí radica todo el núcleo de la polémica que se establece con el Partido Revolucionario de los Trabajadores/Ejército Revolucionario del Pueblo, quienes a través de un grupo de militantes que se encontraban detenidos en la Cárcel de Encauzados de la provincia de Córdoba, envia a la revista mencionada un documento a modo de respuesta a la entrevista, con una serie de cuestionamientos a las definiciones allí vertidas por Olmedo en nombre de las FAR.

La polémica se tornó fundamental para las militancias revolucionarias argentinas, ya que dos años después las FAR se fusionan con Montoneros (que previamente se había fusionado con la organización Descamisados e incorporado a una fracción de las legendarias Fuerzas Armadas Peronistas), constituyendo así una fuerte hegemonía sobre el conjunto de la Tendencia Revolucionaria del Peronismo, mientras que el PRT/ERP pasa a ser la organización más importante de la izquierda revolucionaria no-peronista.

Son los años del triunfo de la Unidad Popular que lleva a Salvador Allende a ser el primer presidente socialista elegido en elecciones en América Latina, y el auge del accionar guerrillero en el Cono Sur, con organizaciones poderosas en Argentina pero también en el mismo suelo chileno (el Movimiento de Izquierda Revolucionaria), en Uruguay (Movimiento de Liberación Nacional Tupamaros) e incluso con la persistencia del Ejército Liberación Nacional (ELN) en Bolivia; todas experiencias que confluyeron con el ERP en la Junta de Coordinación Revolucionaria.

De allí que no fuera estrictamente, la polémica que se desataría, una discusión entre izquierda y peronismo, sino un debate entre organizaciones de izquierdas, fuertemente marcadas por el guevarismo y la experiencia cubana, en torno a qué hacer, cómo procesar el fenómeno peronista en función de una perspectiva de revolución socialista que también franjas cada vez más crecientes del peronismo iban asumiendo al calor de su proceso de radicalización interna tras casi dos décadas de resistencia, y el proceso de radicalización generalizado de los pueblos del mundo, tal como hemos señalado en otro texto (“La dialéctica de lo nacional y lo internacional en el proceso de radicalización del peronismo”), publicado en dos partes por la Agencia Paco Urondo (https://www.agenciapacourondo.com.ar/debates/la-dialectica-de-lo-nacional-y-lo-internacional-en-el-proceso-de-radicalizacion-del y https://www.agenciapacourondo.com.ar/debates/especial-historia-sobre-el-proceso-de-radicalizacion-del-peronismo).

Al documento del ERP enviado a la revista Cristianismo y Revolución se suma luego una respuesta de las FAR. Los tres textos serán compilados luego por las FAR, y publicados en un cuadernillo bajo el título de “Aporte al proceso de confrontación y polémica pública que abordamos con el ERP”, reproducidos asimismo en 1973 por la revista Militancia e incorporados en 1996 por Roberto Baschetti al tomo “De la guerrilla peronista al gobierno popular (1970-1973)” de su colección de libros Documentos (del peronismo revolucionario).

A diferencia del resto de dirigentes de las organizaciones revolucionarias marxistas y peronistas, Carlos Enrique Olmedo, “Josesito” –según se lo conocía por su nombre de guerra--, era también un

filósofo-militante. Su temprana muerte en el “Combate de Ferreyra” (el 3 de noviembre de 1971 en Córdoba), lo transformaron en una leyenda para las militancias, pero en un perfecto desconocido para un público más amplio. Incluso entre las militancias, su nombre no resuena hoy con tanta fuerza como el de Mario Roberto Santucho, Benito Urteaga o Enrique Gorriarán Merlo del PRT; Roberto Cirilo Perdía, Mario Eduardo Firmerich, Gustavo Ramus, Fernando Abal Medina, Norma Arrostito o Fernando Vaca Narvaja de Montoneros; ni siquiera como el de Marcos Osatinksy, Roberto Quieto o Julio Roqué, de las propias FAR.

Nacido en un humilde hogar de la hermana República del Paraguay y con una infancia y una adolescencia que no le fueron nada fáciles, Olmedo llegó a graduarse en Filosofía y Sociología en la Universidad de La Sorbona, Francia, siendo muy joven. Allí conoció al mismísimo Louis Althusser, a quien la izquierda mundial debe sus relecturas sintomáticas de Carlos Marx, y en particular, de su obra cumbre, El capital. Olmedo participó en Argentina de la emblemática revista cultural de izquierda La rosa blindada y con tan sólo 23 años impartió cursos de posgrado en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, pero también trabajó como publicista y se entrenó en Cuba. Con una sólida formación marxista, Olmedo estuvo entre quienes sostuvieron más enérgicamente la necesidad de acercarse al peronismo, a inicios de los setenta, sin renunciar por ello a una perspectiva de revolución socialista que tuviera como protagonista principal a los proletarios de este suelo nacional. En las discusiones políticas, comentan quienes compartieron un tramo del recorrido junto a él, era capaz de remontarse hasta la historia de Galileo para fundamentar una idea sobre la coyuntura. Y después, al finalizar una reunión, sentarse con tranquilidad a escuchar la música de Mozart. Olmedo aprendió a mirar al peronismo de otro modo, y ayudó a que otros lo interpretaran también, desde la izquierda, de manera diferente. Contribuyó como pocos a la formulación de la categoría de Nacionalismo Popular Revolucionario. Conjunto de reflexiones y elaboraciones que nos parecen fundamentales para seguir repensando la intervención política hoy en la Argentina, pero también, la recreación de una filosofía política de las militancias más allá de las especificidades nacionales.



Espectros revolucionarios



Una estrategia liberadora no es la simple afirmación ni la sola práctica de un método… Se trata en primer lugar, de determinar cuál es, en una sociedad nacional, la fuerza social capaz de protagonizar un proceso cabalmente revolucionario liberando en él a otras fuerzas y sectores sociales. En otras palabras, cuál es la fuerza social cuya ubicación en el proceso productivo da a sus reivindicaciones económicas la máxima radicalidad, pero también, y decididamente, cuál es la fuerza social cuya experiencia ha establecido ya más claramente que las reivindicaciones fundamentales no se piden, se conquistan y vuelven a perderse si con ella no se conquista y se defiende el poder político, el timón de la sociedad.

Carlos Olmedo



Tal como señaló la investigadora platense Mora González Canosa, en un texto publicado hace unos años (“Marxismo, peronismo y vanguardia. La polémica entre las FAR y el ERP”), los “Faroles” establecen con “Los Perros” una disputa, simultáneamente, en dos frentes: “contra los sectores ´conciliadores´ del peronismo, tensionando las formas de concebir dicho movimiento político; y contra la izquierda marxista no peronista, a quien buscaban disputarle su propia tradición teórica”.

Lo que aparece como telón de fondo de la extensa textualidad presente en el debate son, fundamentalmente, tres cuestiones: la caracterización del peronismo (¿frena o dinamiza entonces la lucha de la clase obrera por el socialismo?); los “usos” del marxismo (¿es un método de análisis –científico-- de formaciones sociales específicas o también “bandera política universal”?); y, sobre la base de esta última caracterización, el punto de partida (nacional o internacional) del análisis crítico de la realidad y su historia.

En este ensayo, con el ánimo de reponer mínimamente aquel debate, pero por sobre todas las cosas, intentar rescatar sus argumentos para los análisis actuales, quisiera rescatar –del conjunto de agudas definiciones que ofrece Olmedo-- tres elementos:


1) La comprensión de que, hacia mediados de la década del sesenta, El Che oficiaba como figura capaz de establecer una “estrategia revolucionaria supranacional”, sin por eso convertirse en “una patrulla extraviada en la lucha de clases nacional” (que era uno de los riesgos, en los que cayó, de algún modo, el “grupo argentino” del ELN).

Esta mirada nos ofrece una enseñanza muy clara para seguir pensando, incluso, la actualidad del siglo XXI: Nuestraamérica es el territorio más amplio en cual se intersecta el horizonte del internacionalismo de los pueblos propio de toda definición anticapitalista (no es posible construir una sociedad diferente –socialista-- en una escala nacional), con un patriotismo antiimperialista que se deferencia del nacionalismo de derecha, entre otras cuestiones, porque asume que si hay algo parecido a un destino, este tiene que ver con la hermandad de la Patria Grande, donde los proyectos nacionales son tan sólo un momento de ese proyecto liberador (Juan José Hernández Arregui, en su libro La formación de la conciencia nacional, argumenta que la revolución es nacional, Latinoamericana e internacional. Y subraya: “y en ese orden”).


2) El rol preponderante que la lucha de masas ejerce en la definición de una estrategia nacional revolucionaria. Olmedo cuenta que, en su caso, el detonante más importante para sus análisis fue el acontecimiento que, en otro texto, hemos denominado como “El Corte-Cordobazo” (http://lobosuelto.com/el-cordobazo-y-la-revuelta-de-las-ideas-apuntes-para-una-discusion-mariano-pacheco); esa coyuntura que va de fines de mayo a septiembre de 1969 (“Esa violencia masiva, formidable, pero como toda violencia masiva sin vanguardia, discontinua –explica Olmedo-- nos compromete, constituye un mandato…”).

La definición vertida en la cita nos resulta de vital importancia, casi que podríamos decir que constituye el primer eslabón de lo que hoy podríamos llamar una “epistemología proletaria” (o popular no-populista): no hay definición de estrategia revolucionaria si no es al calor del protagonismo que las masas populares ejercen en sus luchas en un país determinado.


3) Existe una “triple coincidencia” que une a determinadas corrientes del peronismo con determinadas corrientes de las izquierdas. “Esa triple coincidencia establece inmediatamente vínculos de fraternidad revolucionarla de gran profundidad”, explica Olmedo, para analizar que, en la década del setenta, esos elementos pueden resumirse en:


A- El enemigo principal (“aquellas clases que necesitan explotar para satisfacer sus intereses”).


B- El método (“la lucha armada”).


C- El objetivo final (“la construcción de una sociedad sin explotación y la construcción de un hombre nuevo”).


Pensando en la actualidad del siglo XXI, y los encuentros posibles entre ciertas izquierdas y determinados peronismos, podríamos pensar, respecto de aquella triple coincidencia, que:


A- Se necesita recuperar el horizonte estratégico del análisis para volver a pensar en términos de “enemigo principal”.

Resulta interesante que Olmedo no repare en la coincidencia del “enemigo inmediato” (la dictadura militar), sino del principal (la clase dominante), elemento que no puede ser analizado –de todos modos-- sino al calor de la correlación de fuerzas del momento (incremento de las ofensivas tácticas del movimiento popular a partir de mayo del 69).

Para no reducir las coincidencias de nuestra época al enemigo inmediato (“modelo neoliberal”) al que nos enfrentamos izquierdas y peronismos, resulta importante recordar que, además de partido político y gestión de gobierno, el neoliberalismo es fase del capitalismo, y por lo tanto, que no es posible avanza en un proyecto de justicia social si no es a través de un replanteo general de sociedad, que no sólo derrote a las coaliciones electorales de derecha y su programa de ajuste y represión, sino a los elementos de neoliberalismo que incluso todo proyecto redistributivo contiene dentro de sí, en tanto no deja de ser una “gestión progresista” de un ciclo capitalista que lo excede, en los marcos de un Estado liberal que también excede sus medidas de gobierno.


B- Respecto del método, resulta importante dar cuenta de que importantes fracciones de la izquierda confluyen hoy en Argentina con corrientes peronistas en la que es seguramente la experiencia más dinámica de la clase trabajadora contemporánea: la Unión de Trabajadores y Trabajadoras de la Economía Popular, la UTEP, y el bloque social que logra unificar incluso con algunas organizaciones que no se han incorporado (¿aún?) a este nuevo sindicato del precariado. Si bien en los últimos años la representación superestructural de la izquierda fue profundamente hegemonizada por las corrientes trotskistas (hoy agrupadas en el FIT-U –PO, PTS, IS, MST--), no es menor el peso que han logrado conquistar aquellas expresiones de una izquierda que nació y se desarrolló desde abajo, al calor de los procesos de resistencia antineoliberal (desde la libertaria Federación de Organizaciones de Base hasta el Frente Popular Darío Santillán, pasando por el Movimiento Popular La Dignidad y Vamos- Patria Grande). El método de la unidad para organizar al precariado y librar desde ese sector luchas de masas permitió obtener conquistar reivindicativas, poner en pie una nueva herramienta y transversalizar otras luchas presentes en la sociedad argentina, gestando una “agenda popular” vinculada a ellas (sobre todo, de los feminismos y ciertas luchas ambientales).


C- En cuento al “objetivo final” de la lucha cabe introducir el mismo señalamiento que se hizo en el punto A: necesitamos recuperar el horizonte estratégico del análisis. En ese sentido, en lo que va del siglo XXI se ha logrado avanzar más respecto de las reivindicaciones planteadas por las minorías (“minorías” en tanto son sectores capaces de “sustraerse” a la lógica de la “norma mayoritaria”; luchas que problematizan el “modelo” blanco-adulto-masculino-heteronormado) que respecto de un horizonte general emancipatorio, poscapitalista (una sociedad sin explotadores ni explotados). Así, podría pensarse que hoy existe una mayor “deconstrucción” del activismo (o al menos, una mayor “problematización” de los micromachismos y microfascismos) respecto de los años setenta (están más intensamente planteados en las agendas políticas de las organizaciones las reivindicaciones de las mujeres, trans, travestis, inmigrantes, homosexuales, personas con sobrepeso y discapacidades, usuarios y usuarias de la salud mental, infancias e incluso del lenguaje inclusivo), pero no en el marco de un proyecto general de sociedad diferente, sino como conquistas a obtenerse en el marco de las injustas relaciones (generales) de explotación que el capitalismo –incluso en su fase finacierizada-- sigue efectuando.

No contraponer sino enlazar creativamente estas dimensiones (frente del deseo/frente de la lucha de clases) será seguramente uno de los desafíos de los años por venir.



Intersecciones entre izquierdas y peronismos


Toda interpretación rigurosa implica conocimiento, implica análisis, implica en definitiva, teoría. Por eso le digo que se trata de zanjar esas dificultades con las organizaciones armadas, mediante un trabajo teórico. Ese trabajo teórico al servicio de la acción, acompañándola, anticipándola, profundizándola, tiene que dar como resultado, en primer lugar, la liquidación de algunos de los fantasmas que más dificultan la valoración del peronismo. El fantasma fundamental resulta de lo que nosotros llamamos ideologismo, o sea, aquel tipo de análisis que no parte de valorar el papel de una clase, de una fuerza social en el marco de las contradicciones de una formación social, sino que se detiene en las expresiones de tipo ideológico, o sea en aquellos modos en que determinados protagonistas o sectores de esas fuerzas se piensan a si mismos. O, lo que suele suceder, en la imagen que el sistema da del modo en que esos sectores se piensan a si mismos. Este método consiste a menudo en disociar las expresiones ideológicas, e inclusive las formas organizativas que en este caso el peronismo ha ido dándose en diversas etapas, de la etapa misma en que se dieron y del conjunto de los condicionantes económicos, políticos, culturales, ideológicos, que es preciso retener para captar la lógica propia de esa etapa.

Carlos Olmedo



Si bien Olmedo murió siendo un combatiente guerrillero, por sobre todas las cosas, fue un agudo cuadro político. De allí que advierta, en un determinado tramo del debate, que “los fierros, pesan, pero no piensa”. Así que contra todo el anti-intelectualismo que pueda predominar entre nosotrxs (las militancias que se supone deberíamos estar a la vanguardia del pensamiento crítico en la sociedad), quisiera subrayar, en este último tramo del texto, el alto nivel y la profunda calidad de las reflexiones esbozadas por Olmedo, que dan cuenta de su intensa y extensa formación teórica.

Me detendré, en este último apartado, en dos cuestiones: las definiciones de Olmedo sobre marxismo y peronismo, en la búsqueda por rescatar de aquella polémica algunos elementos que nos permitan abordar ambos fenómenos hoy en día, asumiendo que la nuestra es una realidad muy diferente a la de entonces.


1) MARXISMO

¿Qué nos dice Olmedo respecto del marxismo?

En primer lugar, le discute al ERP que lo definan como una “bandera política universal”. Obviamente, en tanto “instrumento teórico” que permite analizar e interpretar críticamente la realidad, el marxismo implica una política: fundamentalmente, la estrategia que permita la conquista de “una sociedad distinta”, sin explotación, con igualdad absoluta de posibilidades para todos. Una sociedad –remarca Olmedo-- “donde los derechos y las igualdades no estén en la Constitución sino en la vida”; un tipo de sociedad que define como “socialista”, para aclarar inmediatamente después que el socialismo sería mucho más difícil de construir sin el aporte de Marx y Lenin, pero que no se construye con el mero aporte de ellos, sino también con el de “la experiencia de nuestro pueblo, con el aprendizaje que hacemos en la guerra y con la enseñanza de otros pueblos que completarán la lucha por su liberación o que están completándola”.

El marxismo –insiste Olmedo-- no es una “píldora política”, una “receta universalmente aplicable”, sino una teoría de la sociedad, con enorme rigor científico (“efectivamente nosotros pensamos que sería imposible diseñar una estrategia revolucionarla, que requiere un conocimiento científico de la realidad social de sus clases, de sus problemas económicos, de sus problemas sociológicos, etc., sin aplicar el marxismo-leninismo”). El problema, entonces, no es el estudio y la investigación de las sociedades realizadas con herramientas teóricas marxistas, cuestión que el comandante de las FAR da por descontado, sino el hecho de que, en la Argentina de entonces, existieran grupos políticos que se fueron encargando de “desencontrar al marxismo con nuestra realidad”, convirtiéndolo en “pobrísimo dogma”, sin comprender que aplicar un método científico no es aprenderse de memoria las conclusiones que se obtuvieron y fueron válidas para determinadas etapas y formaciones sociales, pero que no son relevantes para otras. Por eso insiste Olmedo: “el marxismo no es sino una teoría científica sobre las tendencias de la sociedad, esencialmente la capitalista. Una explicación coherente del proceso histórico. Una herramienta de análisis y acción que basa su efectividad en la certeza de su análisis científico, certeza no decretada, sino comprobada prácticamente en el desenvolvimiento real de la sociedad...”. Y por eso la clase obrera de identidad peronista no puede prescindir de él, entre otras cuestiones, porque “la conciencia diaria que tiene el obrero de que es explotado y humillado no le explica ese hecho”, sino que es la teoría marxista aquella que le explica “por qué, cómo y cuándo es explotado por el capitalista para transformar el trabajo del que se apropia el capital”.

El marxismo, entonces, es asumido como es un “instrumento de análisis y comprensión científica” de la realidad concreta en la que le toca actuar, una “herramienta teórico-metodológica” que permite forjar una política “que responda a las condiciones particulares en las que se actúa”. Política –continúa Olmedo-- que no se sustenta “en ideales o frases”, sino en un análisis científico de una realidad particular y concreta, y no de una realidad universal y abstracta. De allí que sostenga que la mera invocación a los “principios marxistas” no adelanta un milímetro nuestro conocimiento de la realidad, de la misma manera en que hasta ahora “ha resultado imposible cruzar un río nadando sin tirarse al agua, invocando los ´principios de la natación´”.

Ser Marxista, finalmente –para Olmedo--, implica asumir fundamentalmente dos cuestiones. En primer lugar, que no se puede ignorar que el proceso histórico está sometido a leyes objetivas que son independientes de la voluntad de los grupos y personas. Y en segundo lugar, que dentro de ese proceso es el accionar mismo de la clase trabajadora el que va suministrando, paso a paso, los elementos indicadores de lo que es coherente con la coyuntura política y de lo que no lo es. De allí que remate su reflexión indicando que, “la vanguardia” (cuando como tal exista), no lo será precisamente por su capacidad de “dirigir” a la clase obrera mediante políticas deducidas de esquema alguno, sino porque ante todo, será capaz de aprender de la acción de la clase trabajadora, de interpretar fielmente las conclusiones que se desprendan del accionar político del pueblo mismo.



2) PERONISMO

En su debate con el ERP, el comandante de las FAR les reprocha que asuman una concepción “pretendidamente marxista” que entienda a la lucha revolucionaria nacional, “por su forma”, e internacional, “por su contenido”. Así –argumenta Olmedo-- el factor nacional solo aporta una “fachada exterior”, un caparazón de un contenido que le es ajeno (“receptáculo de un contenido internacional producido en el transcurrir de la historia de la sociedad universal)”. Frente a ello, el proceso histórico, la historia nacional viva y concreta, es asumida como contenido y basamento de la acción política de la intervención en cada país. “Para nosotros, la nominación, la identidad política, es la expresión simbólica de una conducta concreta y, cuando hablamos de peronismo, hablamos de sus palabras y de sus hechos”, expresa Olmedo, para luego agregar que las FAR se considera una organización inscripta en una estrategia que denominan de “nacionalismo revolucionario”. Y aclara: “en la Argentina, el nacionalismo revolucionario implica la valoración positiva de una experiencia fundamental de nuestro pueblo, que es la experiencia peronista. Esa valoración positiva por parte de un revolucionario, puede ser entendida tan solo como identificación con esa experiencia, como la asunción plena de esa experiencia, de sus logros, de sus aciertos y de sus limitaciones. De sus aciertos para fortalecerse con ellos, para desarrollarse, y de sus limitaciones para combatirlas y superarlas…”. Así entendido, el Movimiento Peronista aparece como un fenómeno sumamente complejo, en el que se incluyen numerosas variantes, con concepciones ideológicas y políticas radicalmente distintas.


Reactualización doctrinaria

En este contexto, medio siglo después de aquellos debates y sumergios como estamos en medio de situación etremadamente compleja, tanto en el plano internacional (“Era del realismo capitalista”), como nacional (“Democracia de la desigualdad” que emergió de la derrota de las apuestas revolucionarias de los años setenta), cabe preguntarse cual ha sido la experiencia popular desarrollada en estas décadas, dentro y fuera del peronismo (e incluso contra él, en determinadas circunstancias –como fueron los años menemistas del “Justicialismo del revés”-- pero con mucha de su cultura política).

Tras el Cordobazo y década y media de resistencia frente a dictaduras o gobiernos pseudodemocráticos (proscriptivos), la experiencia peronista es definida por Olmedo como aquella que “impide absolutamente a un trabajador concebir una lucha reivindicativa despojada de su significación política”, en gran medida, porque se se trata de un pueblo “desalojado del poder” (tras el golpe criminal de 1955). Experiencia de “radicalización del peronismo” que, como hemos señalado ya, se produce en un contexto de creciente alza de la lucha de los pueblos, que buscan liberarse y arribar, en la mayoría de los casos, a sociedades socialistas (además del triunfo de las revoluciones socialistas en Rusia en 1917, en China en 1949 y en Cuba en 1959, la década del sesenta encuentra a gran parte de los pueblos del mundo encaminados a realizar procesos de transformación revolucionaria y descolonización, con focos ético-políticos de resistencias emblemáticas, como la protagonizada por los vietnamitas bajo el liderazgo de Ho Chi Minh).

Resulta evidente que esto ya no es así, ni en el mundo ni en la Argetina, pero resulta productivo pensar cuánto del peronismo, en tanto memoria de la negrada con poder, opera hoy como fantasma y cuánto de esa memoria es susceptible de ser reactualizada en función de un proyecto de construcción de poder popular que quizás exceda al peronismo, pero que seguramente sea imposible construir sin sus vertientes combativas, que accionan desde abajo, desde el seno mismo de las clases trabajadoras contemporáneas.

¿Qué es la justicia social, la soberanía política, la independencia económica en la realidad actual? ¿Cómo funcionan hoy –cuando los proyectos socialistas han fracasado en todo el mundo-- esas tres banderas fundamentales que Olmedo dice defender, con su organización, como parte de una lucha y una experiencia popular que en los 70 sostiene que sólo pueden hacerse efectivas “mediante la construcción del socialismo en la Argentina”?

Su respuesta a qué entiende por “doctrina justicialista” quizás puedan otorgar algunas pistas. “Si lo que se pretende al hablar de doctrina justicialista es fijar la historia, detener su curso y hacerle creer hoy a nuestro pueblo que es posible el capitalismo sin explotación, o que los intereses de los dominados y los dominantes pueden conciliarse, nosotros decimos que eso no es justicialismo, que la doctrina justicialista ya no interpreta las necesidades del pueblo peronista. Nos parece más correcto decir que eso no es justicialismo, porque nuestro pueblo sabe perfectamente que la doctrina tiene que ser tan viva como la propia realidad y debe adecuarse a las etapas, a los ciclos, a los peldaños de la lucha por la liberación”.

Volvemos al argumento que prioriza “el análisis concreto de la situación concreta” de cada país (como decía Lenin), su historia, para pensar en la elaboración de una estrategia popular de cambio, y no una “bandera política universal”, o una serie de conceptos enunciados de manera abstracta más allá del estudio de las formaciones sociales específicas, en su composición y su desarrollo en función de la lucha de clases.

El peronismo se caracteriza por haberse apoyado en el movimiento obrero, por haber mantenido y desarrollado a nivel nacional su aparato sindical. Expresa la visión renovadora de sectores del aparato estatal con un programa de independencia económica y de un desarrollo independiente del imperialismo que, sin necesidad de ser anti-burgués, es tan avanzado que no consigue seducir a una burguesía y a una oligarquía terrateniente, esencialmente dependiente”, explica Olmedo, para luego dar cuenta de la propia evolución del Movimiento Peronista, desde el “justicialismo” como “teoría de la coexistencia pacífica del capital y el trabajo” (según lo define el ERP), hacia aquello que el mismo Perón supo denominar como “actualización doctrinaria”, es decir, proceso a partir del cual se gesta en el interior mismo del Movimiento Peronista una corriente de organizaciones revolucionarias que entonces encaran las tareas de la liberación nacional con la vista puesta en el socialismo. “La izquierda acusa al Movimiento Peronista de ser ´una ideología burguesa´ sin preocuparse en lo más mínimo de establecer diferencias”, escribe el Comandante de las FAR, para luego agregar: “Pero estas diferencias existen, y poco a poco, los mismos hechos los obligarán a tenerlas en cuenta”.

El modo en que las FAR tuvo en cuenta el proceso peronista contempló un riguroso trabajo teórico, que en su caso, implicó a su vez combatir su propio “ideologismo” que, según sus propias palabras, debe ser entendido como ese tipo de análisis “que no parte de valorar el papel de una clase, de una fuerza social en el marco de las contradicciones de una formación social, sino que se detiene en las expresiones de tipo ideológico, o sea, en aquellos modos en que determinados protagonistas o sectores de esas fuerzas se piensan a si mismos. O, lo que suele suceder, en la imagen que el sistema da del modo en que esos sectores se piensan a si mismos”. Método que –prosigue Olmedo-- consiste a menudo en disociar las expresiones ideológicas, e inclusive las formas organizativas que, en este caso el peronismo, ha ido dándose en diversas etapas, de la etapa misma en que se dieron y del conjunto de los condicionantes económicos, políticos, culturales, ideológicos que es preciso retener para captar la lógica propia de esa etapa”.

Muerto Olmedo y avanzado el intenso proceso de lucha de masas que abre el “Corte-Cordobazo” (69) y se profundiza con la Campaña del “Luche y vuelve” por el retorno de Perón del exilio (71), ese trabajo teórico de caracterización de la etapa política y las tareas de las fuerzas revolucionarias que se le corresponden continuó camino a las fusión con Montoneros, y hoy puede leerse al menos en otro documento fundamental de las FAR, que es el “Respuesta al documento base”. Después de octubre de 1973 los combatientes de aquella organización nacida para apoyar desde Argentina la guerrilla rural del Che, sella definitivamente su suerte a la del conjunto de militancias estructuradas bajo la bandera y el nombre de Montoneros, la organización armada peronista con mayor incidencia en el proceso político nacional. Su proceso de crecimiento (cuantitativo y cualitativo) durante el período 1973-1975 la colocó en el lugar de vanguardia de las corrientes del peronismo más proclives a comprometerse con un proyecto de transformación radical de la sociedad argentina. Seguramente el momento más álgido de la lucha de clases en toda la historia nacional; seguramente, el momento en que se estuvo más cerca de protagonizar en el país algo así como una revolución socialista.


A modo de conclusión

Peronismo y Capitalismo Mundial Integrado. ¿Cómo pensar al peronismo tras el neoliberalismo menemista, pero también, como pensar al socialismo tras la caída del muro de Berlín? Las fechas casi coinciden: el derrumbe de los “socialismos reales” y el derrumbe de la experiencia nacional-popular más importante del siglo XX.

Ni el progresismo kirchnerista ni el “socialismo del siglo XXI” promovido en vida de Chávez en el marco de la Revolución Bolivariana de Venezuela lograron torcer la dirección de entierro de la perspectiva revolucionaria que caracteriza a lo que va del siglo. “Ningún peronista concibe la coexistencia del obrero argentino y el capitalista... de una empresa extranjera. Ningún auténtico peronista... por supuesto. La liquidación de la burguesía nacional, tendencia histórica que a nadie escapa, lleva implícita la desnacionalización continua y la pérdida cada vez mayor de peso político de la burguesía nacional y de sus concepciones”, escribía Olmedo en 1971. Medio siglo después, la tendencia de la transnacionalización de la economía y la mundialización de la lógica del capital es arrolladora, pero dicha característica no profundizó la lucha de clases en un sentido emancipador, sino que ofició como lo hace el terror cuando no hay capacidad resistente de enfrentarlo al punto de revertir las derrotas estratégicas.

No existe por lo tanto un peronismo revolucionario en la actualidad, como tampoco existe una izquierda revolucionaria. Lo que sí existen son luchas, procesos de organización popular, y disputas políticas que se producen al interior del dispositivo que ha triunfado tras el aplastamiento, a sangre y fuego, de las apuestas revolucionarias. Es decir: existen resistencias y procesos populares de avance, en algunos casos, siempre encorsetados en los marcos de la democracia y el Estado liberal.

Se necesita, por lo tanto, una nueva actualización doctrinaria del peronismo para el siglo XXI, así como una redefinición de los marcos de coordinación regional en el continente y de solidaridad e intercambio en el plano internacional.

El Kirchnerismo, en un sentido (progresista), puede ser entendido como un intento en ese sentido: del carácter revolucionario al democrático y feminista del nacionalismo popular; de la clase obrera como columna vertebral a la juventud como sujeto de una política concebida de una forma aún más estatista a la que el peronismo clásico ya la comprenndía. En sus antípodas, un sindicalismo peronista incapaz de leer las transformaciones del país, producidas al ritmo de las mutaciones del capitalismo en el mundo entero. Incapacidad que llevó, entre otras cuestiones, a que las luchas contra las nuevas formas de explotación surgieran desde otras herramientas organizativas, fundamentalmente, la de los movimientos sociales, durante años alejados del peronismo, luego –en muchos casos-- integrado a él, hoy dispersos entre posiciones peronistas, kirchneristas, de izquierda y “antipolíticas”, aunque mayoritariamente inscriptos en la actualidad en la experiencia peronista.

Así y todo, la tendencia resulta clara, al menos en la hipótesis de lectura de este cronista: pasadas dos décadas de la insurrección de diciembre de 2001 (que oficia como mejor muestrario del ciclo de luchas desde abajo que lo antecedió), el cuestionado peronismo supo regenerarse, con lo peor y lo mejor de su historia corta de posdictadura, con sus peores y mejores elementos adentro: con el aparato del PJ con cada vez más incidencia en función del predominio del “territorio”, en desmedro de la pérdida de peso especifico de la clase obrera en la estructura productiva del país, y por lo tanto, como “columna vertebral” del “movimiento” (en algunas coyunturas, incluso, reducido a “liga de gobernadores” y “pactos entre intendentes”). Estructuras generalmente conservadoras, muchas veces macartistas y hasta “mafiosas”, pero estructuras que así y todo se han mostrado capaces de oficiar aún como dique de contención electoral frente a una derecha que cada vez más logra generar incidencias sociales profundas y mayorías electorales amplias, y como “hecho maldito” del país imaginado por la Ceocracia (sí, incluso la “burocracia sindical” resulta un problema para el país que pretende dejar atrás los 70 años de populismo y avanzar en un proyecto de país de 70 años, entre otras cuestiones, sin sindicatos).

Por fuera del peronismo “politico y sindical”, los “Movimientos Populares” y ciertas luchas sociales. Es notable la pérdida de peso de la “izquierda pura” dentro de los movimientos sociales y el sindicalismo, y el crecimiento tanto de las corrientes de izquierda que optaron por hacer alianzas con el peronismo, como de las corrientes peronistas/kirchneristas dentro del propio movimiento social y sindical, llegando a ser abrumadoramente mayoritarias numéricamente, y hegemónicas políticamente (UTEP, Sindicato del Subte, Corriente Federal de la CGT, conducciones de ATE y CETERA, por nombrar los espacios no clásicamente encuadrados en el “sindicalismo peronista”).

Si hay algo que es imperdonable en un político, es la falta de sentido de la realidad”, decía Olmedo, para agregar: “los marxistas son particularmente conscientes de ello y hacen de la práctica un criterio de verdad. Es decir, la justeza de una posición política se admite solamente cuando se prueba correcta en carácter de una práctica social, y tratándose de política que dice responder a los intereses de la clase trabajadora, por la medida en que esa clase la hace suya y la lleva adelante”. Las reflexiones del Comandante de las FAR no pueden sino estremecer la conciencia de cualquier marxista argentino del siglo XXI, sobre todo al leer: “la izquierda argentina ha sido un excelente ejemplo de esa falencia. A la falta de sentido autocrítico para medir con justeza la repercusión de sus políticas en las masas populares, agrega una particular habilidad para generar concepciones formales, vacías de todo contenido real. En estas concepciones se albergan profundos errores teóricos, que se disimulan bajo mantos de dogmatismo o asumiendo posiciones catedráticas”.

La insistencia de quienes venimos sosteniendo que es necesario recrear una “fuerza social” capaz de constituirse en un cuerpo político colectivo que pueda llevar adelante las tareas fundamentales que permitan en un mediano plazo cambiar las relaciones de fuerzas en este país, van en clara sintonía con aquello que planteaba Olmedo respecto de la una “estrategia liberadora”, entendida no como una simple afirmación o práctica de un método, sino como herramienta teórico-política capaz de determinar “cuál es, en una sociedad nacional, la fuerza social capaz de protagonizar un proceso cabalmente revolucionario liberando en él a otras fuerzas y sectores sociales. En otras palabras, cuál es la fuerza social cuya ubicación en el proceso productivo da a sus reivindicaciones económicas la máxima radicalidad, pero también, y decididamente, cuál es la fuerza social cuya experiencia ha establecido ya más claramente que las reivindicaciones fundamentales no se piden, se conquistan y vuelven a perderse si con ella no se conquista y se defiende el poder político, el timón de la sociedad”.

Contra el “giro lingüístico” del populismo y el “sujeto líquido” del progresismo, la reivindicación de una apropiación crítica de la tradición revolucionaria, tanto peronista como marxista.

El Nuevo Orden Mundial (Neoliberal) no hace más que complejizar los elementos que constituyen la lógica del capital, pero no la suplantan por otra lógica diferente. Será tarea de una elaboración teórica rigurosa (que excede este trabajo) analizar las nuevas formas de explotación, opresión y gestación de individuos modelizados por la alienación capitalista contemporánea. Y para ello el marxismo, seguramente, sea insuficiente, aunque no obsoleto.

Seguir sosteniendo que son las clases trabajadoras (en su pluralidad: asalariados+precariado) las que están en mejores condiciones de reconfigurar una nueva columna vertebral, capaz de poner en pie un nuevo bloque histórico de fuerzas sociales que puedan protagonizar un cambio radical de las estructuras económicas, políticas y culturales de explotación, dominación y alienación que rigen el capitalismo en la actualidad, no implica ni nostalgias, ni conservadurismos, ni tampoco incapacidad de leer los nuevos protagonismos sociales, sino mas bien una apuesta realista sostenida sobre una concepción materialista de la historia, aquella que entiende que todo conjunto de ideas sobre el mundo debe contar con la fuerza material capaz de expresarlas y sostenerlas en un escenario de confrontación con sus enemigos, que no son los simples adversarios de la política liberal, sino aquellos sectores de poder económico que han mostrado, una y otra vez, hablar la lengua de la paz para ejercer desde esos enunciados la guerra social más descarnada.

Comprender de manera cabal el dramatismo de la situación actual pueda llevarnos quizás a esbozar estrategias políticas más consistentes, capaces de abordar los problemas de raíz, en sus causas, y no sus meros efectos inmediatos.

Esa estrategia deberá tener como punto de partida la experiencia nacional que vienen realizando los Movimientos Populares y sectores del sindicalismo, mayormente enrolados –de un modo u otro-- en la experiencia política peronista.

Desde allí entonces combatir al Capital y al Estado Liberal. Desde allí entonces ejercitar un activo “internacionalismo desde abajo” y no una dogmática concepción internacionalista abstracta, como denunciaba Olmedo: “No hace falta más que leer el diario para comprobar que la tan mentada política marxista a nivel mundial no existe en ningún lado. Existen sí, y existen por vinculación con su pueblo, y por la adhesión que este pueblo les brinda, movimientos de liberación nacional, que luchan contra el imperialismo a partir de las condiciones concretas de sus propios países levantando banderas políticas que la experiencia ha probado adecuadas para el grado de desarrollo político del pueblo”.

Obviamente, en el marco del Nuevo Orden Mundial, con Grandes Grupos Económicos Transnacionales operando en cada país, resulta tarea vana visualizar una burguesía nacional como clase que pueda tener intereses comunes con los sectores oprimidos y explotados de cada lugar, pero ello no debería llevarnos a pensar que lo nacional no sea el punto de partida para pensar una “política común combatiente” --como insistía Olmedo-- nacida de las auténticas luchas populares de cada uno de nuestros países, y no una política común burocrática, ejercida por organismos fantasmas, desvinculados de los pueblos, ajenos a ellos, y lo que es decisivo, “no surgido de su seno ni de sus luchas”, como algunos “trenes fantasmas” que aún conservan el nombre de flamantes internacionales.

Lo nacional como punto de partida implica, sí, co-relación regional (Latinoamericana) y mundial (el Sur Global), pero siempre atendiendo a la experiencia, a las banderas, a los símbolos, a la estructura de sentimiento socio-cultural que se presenta en las luchas que libra cada pueblo en el camino de su emancipación.

No existirá hoy en Argentina un peronismo revolucionario (en sintonía con la derrota del ideario de la revolución, más en general, y en todo el mundo), pero si, atendiendo a las luchas populares que se vienen librando en nuestro país, se logra recrear desde el peronismo una perspectiva combativa, consecuente, desde abajo, que no se conforme con realizar una administración progresista del orden capitalista sino avanzar en el cambio de las relaciones de fuerzas que permitan volver a discutir, elaborar y poner en pie una nueva estrategia de poder, seguramente algo del espectro de aquella tendencia estará presente en función no sólo de su redención, sino también de su reactualización. Dejar de pensar con la revolución atrás –como algo muerto, del pasado--, entonces, es parte del desafío de pensar en clave de lo que podríamos denominar como un “olmedismo del siglo XXI”.


*Nota publicada en Revista Jacobin América Latina