lunes, 27 de diciembre de 2010

Poesias de un compañero platense

Porque el Sur todavía duele
Por: Marco Teruggi




I

Soy hija de piqueteros…

la bolsa se abre y se cierra

el tren grita

el pegamento inunda la mente.



Lo que hace mal es el hambre

lo que hace mal son los despidos en Terrabusi…

El plástico,

acompaña la mano que junta a duras penas

la realidad.



El tren.

El vacío.



Dialogo atormentado de jaleo y recuerdo,

teatro de sombras sobre ojos dolidos.



Como quema el Sur

las gargantas negadas que se consumen en cada respiro.





Seco mis lunas rojas y negras,

la sudestada asoma en esta mañana

el río que cuida los muertos

baila majestuoso con el viento.

II

Desnuda, la ciudad de las diagonales se abre

en esta tarde de remolinos

la casa de los conejos

se viste de canciones.



Hoy es tu cumpleaños

hija de la guerrilla,



el micrófono llora palabras

las paredes, desde su Resistencia

observan silenciosas

aquel coro de miradas

que enfrenta a los Dioses del olvido.



El frío baila en los círculos de los disparos

la imprenta ya no sueña que Evita es montonera

el auto clandestino carga una rosa cansada

el limonero

regala sus frutos.



Una carta interrumpe el invierno

habla de tu madre

comandante de derrotas sin naufragios

que se sienta y acaricia de colores

mis lunas marchitas.

III


Su sonrisa partida se ilusiona

la noche brilla y las historias de desalojos llegan a su fin,

prende otro cigarrillo,

las casas estarán listas dentro de pocos meses.



Recuerda, la toma, las asambleas, la placita

hasta aquel día en que leyeron la orden

y el limón entre los dientes

el choque, los gases, las corridas.



Recuerda, lleva en sus ojos la casilla del arroyo contaminado,

las humillaciones de la policía, los hijos atrapados.





Levanta la mirada,

pronuncia la palabra Digna,

su boca se puebla de luz

un suspiro de sangre se desliza por su mejilla.



Apaga el cigarrillo.

IV
Que Bellas se ven las estrellas

desde los Techos de Cartón.





El pañuelo reposa sobre la mesa

el cielo no sabe que pronto se tapará de humo

recogiendo las palabras de los vientres que no se rinden.



Y si mi voz desliza utopías

sabrán protegerlas las voces del río

recibirlas las calles subvertidas

cantarles el mañana.



Nuestro Sur ya no puede esperar

seremos

pájaros rojos al despertar.

viernes, 17 de diciembre de 2010

A nueve años del 19 y 20 de diciembre

El 19/20 de diciembre y la Nueva Izquierda Autónoma en Argentina
Reflexiones en torno a la insurrección de 2001

POR: Mariano Pacheco para Prensa De Frente
(Diciembre de 2010)


Si es cierto, como alguna vez afirmó Martín Heidegger, que cada generación gesta su héroe, y si es cierto, asimismo, que las jornadas del 19/20 de diciembre de 2001 funcionan como símbolo insoslayable de lo que en otras oportunidades hemos denominado como Nueva Izquierda Autónoma, cabe preguntarnos, a casi una década de la rebelión, cuanto de aquellas apuestas ha quedado consolidado en experiencias organizativas; cuanto han avanzado estos procesos, cuánto han logrado disputar poder.
Hacernos estas preguntas implica, desde el vamos, reconocer que las huellas de diciembre de 2001 aun persisten en la actualidad, más allá de la reconstitución institucional del régimen y de un gobierno (producto de la rebelión), que viene promocionando una serie de medidas progresistas y que apela (fundamentalmente desde el plano retórico), a cierto imaginario de cambio de “modelo”. De todos modos no quisiera ocupar espacio hablando del kirchnerismo y sí insistir (contra lo que aun los kirchneristas más progresistas sostienen en la actualidad), en la productividad de la crisis. Claro, esto implica concebir la crisis no como mal a conjurar, sino en su positividad (en términos políticos y no en sus aspectos económicos, en las carencias materiales que implica en las condiciones de vida de las clases populares, claro está). La crisis como momento propicio para rever que hacemos, quienes somos, hacia donde vamos. No en vano se ha insistido (Sheldon Wolin a sido uno de ellos) en que los grandes enunciados de la filosofía política surgen de los momentos de crisis (contra ellas, insiste Wolin). También Eduardo Rinesi (Las máscaras de Jano. Notas sobre el drama de la historia) ha destacado que las crisis “son momentos enormemente productivos, de desentumecimiento, de desperezo, de apertura de la historia”. Como la crisis es el corazón intimo y el reto mayor del pensamiento político, no deberíamos apresurarnos a huir de ella, a querer dar cuenta de ella (desde un lugar externo), sino que el desafío es poder permanecer actuando y pensando en el interior mismo de la crisis.
En este sentido, las jornadas del 19/20 son de vital importancia, entre otras cosas, porque colocaron a la política misma en otro lugar. Es más, tal como señaló en su momento Raúl Cerdeiras, la insurrección permitió hacernos nuevamente la pregunta: “¿Qué es la política?” (Revista Acontecimiento, Nº 23, mayo de 2002). Entonces, si entendemos a la política como invención, como subversión de lo existente, o como “acción colectiva organizada por determinados principios, que aspira a desplegar las consecuencias de una nueva posibilidad que en la actualidad se encuentra reprimida por el orden dominante”, según sostuvo Alan Badiou (“La hipótesis comunista”, Revista Acontecimiento Nº 36-37, otoño de 2009), entonces, decía, la participación en el proceso electoral y la gestión del Estado –binomio por excelencia de la democracia formal– no pueden concebirse como momentos fundamentales de una política revolucionaria (que no es lo mismo que entender que nunca, allí, se ven plasmados momentos de las relaciones de fuerzas entre los proyectos –de clase– enfrentados en la sociedad). Claro que los matices de la gestión estatal pueden ser demasiado amplios. Nadie está negando la abismal diferencia que pueda existir, por ejemplo, entre una dictadura sangrienta que reprime y clausura cualquier tipo de derecho, y un gobierno progresista que promueva reformas que amplíen los derechos sociales y laborales, los derechos humanos en general. Pero no deja de ser gestión de lo existente, regido por la lógica dominante de la representación. Cuando esa lógica se quiebra, entonces, es que estamos a las puertas o transitando ya hacia otra cosa, hacia la subversión del orden existente.
Por supuesto: pensar desde la crisis implica concebir que el motor de los cambios está en el conflicto y que, precisamente porque es el conflicto el motor del cambio, no podemos saber, de antemano, cuales pueden llegar a ser los resultados. Por eso una política revolucionaria se asienta sobre las bases conceptuales de la contingencia, del carácter abierto de los procesos históricos.
En este sentido, diciembre de 2001 opera como símbolo generacional, porque fue allí el momento donde más claramente fue puesta en cuestión la legitimidad de las clases dominantes (luego del aplastamiento, a sangre y fuego, de las apuestas revolucionarias de los 60 y 70).
Que no se haya logrado, como en Bolivia o en Venezuela, expresar esos cambios en las correlaciones de fuerzas en el Estado, no quiere decir que debamos quitarle mérito a lo sucedido, sino tan sólo resaltar los límites (nuestros límites), no impugnando la experiencia sino proyectándola. Porque no caben dudas, si hablamos desde la inmanencia de las experiencias, que fueron aquellos días (semanas, meses) momentos de apertura a la impugnación del orden social, de sus clasificaciones y jerarquizaciones, de sus lenguajes. En fin, que hubo, durante ese período de aceleración temporal, política. Y queda claro, desde la perspectiva que se viene sosteniendo en estas líneas, que no hay propiamente política para decirlo nuevamente con las palabras de Rinesi sino “cuando ese carácter presuntamente inmutable y necesario del Orden es desnaturalizado, conmovido, puesto en cuestión” (Política y tragedia. Hamlet, entre Hobbes y Maquieavelo).
Momento de condensación, entonces, de una puesta en crisis, de un sacudón de la cosmovisión posdictatorial (entre otras cuestiones, las jornadas de diciembre de 2001 pusieron sobre la mesa, como una discusión actual y ya no sobre décadas anteriores, el tema de la violencia política de los de abajo. Debate que aun queda como cuenta pendiente, y que reaparece cada vez que las luchas populares avanzan y, con ellas, la represión estatal y paraestatal). Esa cosmovisión, decía, que venía insistiendo, una y otra vez, en que no se podía cuestionar el pacto de los consensos de la representación. Las “guerras sucias”, escribió Pilar Calveiro, fueron una batalla decisiva en el marco de la Guerra Fría y su victoria, lograda a base del terror, permitió la apertura incondicional de nuestra América, a la vez que la marcó en sus formas económicas, políticas y, lo que es más fuertes aún, en sus horizontes de pensamiento, “recortando” lo pensable de lo que definitivamente debía expulsarse de toda consideración (Política y/o violencia. Una aproximación a la guerrilla de los 70).
Porque si desde 1983 la política funcionó cada vez más como conservación de lo existente, como espectáculo (reforzado por una predominancia cada vez mayor de la virtualidad televisiva), las jornadas de diciembre de 2001 recuperaron, nuevamente, un lugar central para la corporalidad en la  política, entendida como ejercicio de interpretación de la historia y transformación de la sociedad, quebrando así el “terror dictatorial” presente en los cuerpos y las subjetividades durante el período “democrático”. Sí, nos dice María Pía López, porque “hacer política luego de la dictadura es el ejercicio de la conservación, el intento de constituir los fenómenos sociales como datos irreversibles: si los desaparecidos son irreversibles, también lo son la concentración de poder –económico y social–, la violencia policial, la deuda externa” (Mutantes, trazos sobre los cuerpos).
 Insisto con el carácter simbólico de 2001 porque en ese período se condensan y se proyectan experiencias previas, tanto en el plano nacional como en el internacional (en Argentina, desde la pueblada de Cutral Có en 1996; en Nuestra América, desde la insurrección zapatista en enero de 1994; y en “el primer mundo”, desde las manifestaciones “antiglobalización”, sobre todo a partir de 1999, cuando se produce en Seattle la protesta contra la cumbre de la Organización Mundial de Comercio, la OMC). Son las resistencias del nuevo siglo, si tomamos la periodización “soviética” propuesta por el historiador Erik Hobsbawm, para quien el siglo XX culmina con la caída de los socialismos reales en 1989.
Por último, quisiera afirmar que el predominio de las (actuales) prácticas preformativas, por sobre las (futuras) instituciones (por no decir Estado, que trae más confusiones que aclaraciones) que deberíamos gestar para auto-regir el comportamiento social, no implica negar la necesidad de que el movimiento se solidifique. Implica, simplemente (y no por simple menos fundamental), afirmar su primacía ontológica (así como ontológicamente, el mundo que ya desde ahora vamos gestando, tiene una preponderancia por sobre el mundo que nos obstaculiza el impulso y obstruye nuestro flujo creativo. En este sentido, es un mundo que es preciso aniquilar –más que superar–, pero no es el fundamento a partir del cual definimos nuestro ser-hacer).
Y la afirmación de esta primacía tiene consecuencias políticas fundamentales. En este sentido, haciéndonos eco de las palabras de Louis Althusser, podemos decir que nunca jamás, por principio, el partido –decía él, nosotros diremos el movimiento– debe considerarse “Partido de gobierno”, por que su función es ser el instrumento número uno de la “destrucción” del Estado burgués. Aun apoyando o participando de un gobierno, insiste, debe estar fuera del Estado. Porque sin esa autonomía, no saldremos jamás del Estado burgués, por más “reformado” que este sea (“El marxismo como teoría ´finita´”).
En fin, hay política desde abajo, por el cambio social, cuando nuestra clase logra organizarse, librar batallas (¡y ganarlas!), conquistar mejores condiciones de vida, gestar otras formas de vínculos, otros valores y otra subjetividad; una institucionalidad propia, diferente a la hegemónica. Proyectar una política popular revolucionaria, que logre cambiar la correlación de fuerzas, entonces, es un desafío para los próximos años. Gestar un movimiento político de masas capaz de proyectar toda la experiencia acumulada en estos años a sectores cada vez más amplios del pueblo trabajador.
Otro país, y ya no el eterno retorno de lo mismo...

miércoles, 15 de diciembre de 2010

Para escuchar este fin de año

Corazón de Piel Afuera / Godino del cuarteto Cedrón

Desde hace algunos años, los seguidores de la larga trayectoria de Juan “Tata” Cedrón, tenemos la oportunidad de verlo más seguido: ya no como en los 90, cuando venía de vez en cuando, y nos apresurábamos a visitarlo en el Foro Gandhi de la calle Corrientes, sin saber cuando contaríamos con el privilegio nuevamente. Ahora lo sentimos más cerca, ya que tras largos años de exilio en Francia y de rumbear por distintos sitios del mundo (desde 1974), se ha radicado (en 2004) nuevamente en su querida ciudad de Buenos Aires. Desde entonces, este cuarteto que ya lleva casi medio siglo de recorrido, nos ha sorprendido con nuevos discos: Frizón Frizón y Orejitas perfumadas (basado en la obra de teatro que realizaron con textos de Roberto Arlt). En este año bicentenario, vuelven al ruedo con un nuevo disco-doble. En el primero (Corazón de Piel Afuera), el Tata musicaliza 11 poemas de Miguel Angel Bustos y se despacha con un solo musical, también de su autoría. En el segundo, musicaliza 14 canciones de 9 autores: un anónimo, Pedro Atieza, Luis Alposta, Evaristo Carriego, Julio Huasi, Mario Clavell y su ya clásico poeta de cabecera, Raúl González Tuñón, a quien supo entrevistar en sus años de juventud.
Pionero como cantautor (desde sus magistrales presentaciones en el Café Concert “Gotán”, allá por el año 64-65), el Tata supo transitar entre los clásicos y la vanguardia. Desde Madruga, este cuarteto que comenzó siendo trío, no ha parado de musicalizar gran parte de la obra poética de Juan Gelman. Tal vez porque digan lo que digan –como escribió Francisco Urondo en la presentación de ese primer disco– nos conocen por el tango, nos recuerdan por el tango, somos tangueros, para bien o para mal. Tal vez por eso recomiendo este disco doble. Porque digan lo que digan –recuperando nuevamente las palabras de Paco– los tangos de Cedrón me parecen muy buenos. Y además, canta como un campeón.

viernes, 3 de diciembre de 2010

Carta a las compañeras y compañeros del Bachillerato Popular Roca Negra

Carta a las compañeras y compañeros del Bachillerato Popular Roca Negra

POR: Mariano Pacheco

Un gran escritor argentino –Ricardo Piglia– supo escribir alguna vez que el final era lo que otorgaba sentido a la experiencia. Lo decía a propósito del cuento. Y precisamente, por un cuento (así lo viví entonces), es que me acerqué a formar parte del equipo docente del proto-bachi, hace de esto ya tres años. Y digo cuento, porque a eso me sonó cuando me dijeron que se iba a construir un colegio secundario, allí, en el predio que alguna vez había logrado expropiar el Movimiento de Trabajadores Desocupados de Lanús, tras intensas luchas y calurosas y friolentas jornadas de trabajo autogestivo, para hacer de esa vieja fábrica abandonada una nueva fábrica de trabajo para los sin trabajo.
En fin, en ese predio comenzaron las clases en marzo de 2008 y ahí estuve, con la tropa de voluntariosos que, sin cobrar un salario por sus tareas, apostaban de todas formas a la construcción de ese espacio de educación, de creación, de lucha y organización. Esas primeras semanas fueron de las más felices de mi vida. No podía creer que, cinco años antes, yo mismo estaba ingresando en un colegio de adultos para terminar el secundario que alguna vez había abandonado. ¡Y ahora me encontraba dando clases! Por supuesto, durante 2004-2005, cuando cursé los dos años que me faltaban, el humor social y los medios empresariales de comunicación no hacían más que demonizar esa increíble experiencia de los movimientos sociales que, apenas unos años antes, eran una novedad saludada por amplios sectores de la sociedad, incluidos algunos de esos medios de comunicación. Por eso vi con tan buenos ojos que desde el movimiento surgiera una iniciativa de ese tipo.
Las primeras veces que llegué al Bachi de Roca (así comenzamos a decirle, todas y  todos y diré todas y todos una sola vez, porque sino la redacción se torna insoportable, a pesar de que reconozca el componente machista de la gramática occidental), decía, las primeras veces que ingresé al predio, no podía dejar de mirar los bloques de cemento que aparecían por distintas partes. Y me acordaba de Darío Santillán, ese amigo, hermano, compañero con el que tantas alegrías y enojos y luchas y debates y discusiones y peleas tuvimos, como tendríamos de ahora en más entre los integrantes de esta nueva experiencia. Me acordaba de Darío no sólo por los bloques, sino también por esta apuesta educativa. Algo que pocas veces se recuerda, aun entre los que compartimos un tramo del recorrido de batallas con él, es que había sido (Darío) un muy buen estudiante. Y que apenas terminó el secundario fue corriendo a anotarse en un profesorado de historia, allí, frente al Piedrabuena, en San Francisco Solano. Nunca empezó. Ese año (2000) el país comenzó a verse envuelto por una oleada de luchas de las que Darío decidió ser protagonista...
Si menciono todo esto es porque la imagen de Darío está presente en el predio de Roca por todas partes, porque allí trabaja su hermano Leo (“el Pelado”), al que todos vemos cuando entramos, junto a su compañera y su hijo, atendiendo el kiosquito. Y porque pienso que, de no haber sido asesinado, seguramente se hubiera prendido (al menos por tiempo, porque así suele ser: uno asume tareas un tiempo en un lugar, otro tiempo en otros), decía, seguro que Darío se hubiese anotado para dar alguna materia en el bachillerato, tal como se anotó alguna vez en los equipos de Educación Popular que desarrollaban tareas de formación en el MTD.
Pasaron tres años y se egresa la primera camada de estudiantes. Algunos, compañeros de Darío. Otros, vecinos que se arrimaron con algunas desconfianzas y muchas dudas (seguramente) y que hoy tal vez se lleven de esta experiencia otra imagen de lo que esos medios empresariales de comunicación “vendían” (ahora, luego de las clases de taller de comunicación ya lo saben: la información es un mercancía más en la sociedad) de ese cuco al que llamaban (muchas veces con desprecio), “los piqueteros”.
Han pasado tres años y es este final el que otorga sentido a esta experiencia. Y abre nuevos horizontes. Lo más importante, para todos es, de todas formas, que se llevan el título secundario. Y sí, para eso se acercaron, todos y cada uno de los estudiantes. Y tal vez, ese simple papelito haya sido el móvil de algunas transformaciones imperceptibles en la vida de cada cual. A mí, por lo menos, terminar el secundario me permitió conseguir un trabajo mejor. Anotarme en la universidad, comenzar una carrera. Ojalá muchos de ustedes sigan estudiando. No sólo por lo que puedan conseguir de mejor en la vida, eso tal vez ahora ya no sea tan importante, sino para ustedes mismos. La lectura, el estudio (en mi caso la literatura, pero puede ser cualquier otra cosa), abre caminos insospechados. Muchas veces nos hace reflexionar, ser mejores personas, descubrir mundos que sólo la imaginación que dispara la lectura puede provocar. Y ya saben, para leer no hace falta plata, sino ganas. “Culo en silla”, como me dice siempre mi maestra Andrea Gallegos.
Han pasado tres años y ya no doy más clases en el Bachi. De todos modos, siempre me llegan las novedades a través de Diana, mi compañera (su “profe” de organización comunitaria). Espero que Malena (la hija que esperamos y que nacerá en marzo del próximo año, cuando ustedes ya no estén en el aula y, en su lugar, haya otros nuevos), decía, espero que nuestra hija crezca en un país, en un mundo menos egoísta, menos mezquino, más justo, más solidario, más libre. En fin, en un mundo más parecido al que fuimos gestando estos años en el Bachi.
Disculpen la extensión, pero las emociones fuertes es difícil expresarlas en pocas líneas. Un abrazo para todas, para todos. Y no olviden las palabras de Roberto Arlt, ese que vimos en las clases de Lengua y Literatura de primer año (ese que a muchos, ya lo sé, no les gustó nada). Arlt decía, no sé si recuerdan: “El futuro es nuestro, por prepotencia de trabajo... El porvenir es triunfalmente nuestro. Nos lo hemos ganado con sudor de tinta y rechinar de dientes”. El título que tienen entre manos es también parte de esa prepotencia de trabajo... y de estudio. ¡Ustedes se lo ganaron! ¡Felicitaciones!

Valentiín Alsina, 3 de dciembre de 2010