viernes, 22 de mayo de 2015

Notas ante un nuevo 25 de mayo

Sobre genealogías y filiaciones

Por Mariano Pacheco
(Nota publicada el viernes 22 de mayo
en el Portal de Noticias Marcha y el 
periódico Resumen Latinoamericano)


Progresismo es la palabra clave, la contraseña de la época. ¿Es posible pensar contra y más allá del progresismo?


Esta pregunta, este punto inicial implica interrogarnos acerca de las condiciones de posibilidad de emergencia de un proyecto político antisistémico que logre sortear los horizontes establecidos como posibles, desde un realismo optimista aunque no ingenuo.
Desde 2003, este conglomerado de expresiones sociales y políticas que se ha dado a llamar kirchnerismo, ha intercalado un llamado a politizar las discusiones en el cotidiano, con la realización eventos festivos en fechas claves, convocando a “todos los argentinos” y no solo a los partidarios o entusiastas y fervorosos adherentes al proyecto.
Este año, en el inicio de la “Semana de Mayo”, la presidenta Cristina Fernández inauguró el “Sitio de Memoria” emplazado en el edificio del ex Casino de Oficiales que funciona dentro del Espacio de la Memoria, en las instalaciones del ex Centro Clandestino de Detención, Tortura y Exterminio de la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA). El próximo lunes, como en años anteriores, la Plaza de Mayo será escenario de un evento artístico, el último de las gestiones encabezadas por Néstor y Cristina Kirchner. No entraremos aquí en el debate acerca de si estamos ante un fin de ciclo o fin de mandato. Lo que es un hecho irrefutable es que, fallecido el ex presidente e imposibilitada la actual mandataria para presentarse a una re-reelección, el kirchnerismo tal como lo hemos conocido en esta larga década está llegando a su fin.
El 25 de mayo es una fecha clave, todos los sabemos, por la rememoración de aquel día de 1810, que en la versión “Billiken” de la historia, es una jornada plagada de paraguas, aunque no por eso de color gris, sino más bien todo lo contrario. Yuxtaponiendo memoria larga y memoria corta, el día es patrio, asimismo, porque se conmemora la asunción del gobierno de Néstor Kirchner y, si le agregamos la memoria del pasado reciente, también es una fecha clave porque aquel día, en 1973, el “Tío” Héctor Cámpora asumió el gobierno con la consigna de “Perón al poder”, luego de 18 años de exilio por parte del líder del movimiento.
Este puente 2003-1973, con un rescate “ético” del surgimiento y desarrollo de los organismos de Derechos Humanos, suele sortearse dos momentos fundamentales para la construcción de una memoria histórica de los de abajo. En primer lugar, la resistencia obrera a la última dictadura. Las huelgas y sabotajes, el trabajo “a tristeza”, la organización sindical clandestina además de la resistencia armada, que incluye los nombres de la emblemática fundadora de Montoneros, Norma Esther Arrostito, pero también del líder del Partido Revolucionario de los Trabajadores y comandante del Ejército Revolucionario del Pueblo, Mario Roberto Santucho. Nombres propios que no son más que expresión de un anhelo colectivo: el de edificar una nueva sociedad, sin explotadores ni explotados (recordar que el ERP atentó contra el dictador Jorge Rafael Videla, cuando ejercía de facto al presidencia de la Nación). En segundo lugar, la resistencia antineoliberal, que tiene en diciembre de 2001 su momento más épico, más politizado, más abierto a los devenires de la historia, en ese ciclo de luchas sociales que puede fecharse entre el inicio de las puebladas en Cutral Có (mediados de 1996) y los crímenes de Maximiliano Kosteki y Darío Santillán (junio de 2002). Dicho “olvido” deja de lado una problematización acerca del rol de la burocracia sindical peronista y el Partido Justicialista, que no fue menor, tanto en el Proceso de Reorganización Nacional como durante el menemato. Por otro lado, esa operación de lectura del pasado nacional suele obviar un elemento fundamental de la tragedia argentina: el hecho de que el terrorismo de Estado comenzó mucho antes del 24 de marzo de 1976, y que tiene en el accionar asesino de la Alianza Anticomunista Argentina/Comando Libertadores de América (1974-1975) y del Ejército durante el “Operativo Independencia” en Tucumán (1975), dos momentos claves de la represión ilegal.
Sabemos: el progresismo (o el “orden progresista”, para nombrarlo con los modos del periodista Martín Rodríguez), de todos modos, es la cara más amigable de los proyectos que, en la Argentina actual, se disputan la superestructura del país. Pero no por ello dejaremos de intentar entablar una disputa por los sentidos que este orden intenta otorgar a ciertas fechas y nombres propios de la historia nacional a partir de los cuales reafirma su identidad. Tanto el orden progresista como el otro (el pensador argentino Raúl Cerdeiras habla de un sujeto oscuro, para nombrar a los sectores abiertamente fascistas, y sujeto reactivo, para referirse a quienes aquí denominamos como progresistas) comparten la misma pulsión por la normalidad, aunque claro, difieren en los modos de sostener el status quo y enfrentar lo diferente. Y por supuesto, no comparten el mismo linaje.
El kirchnerismo (en tanto que versión actual del peronismo, para unos, o para otros, momento de una nueva identidad, aún en construcción, que pivotea sobre el peronismo, pero lo excede, incorporando otras tradiciones –radicalismo, socialismo, asociacionismo-  como el mismo peronismo hizo en su momento fundacional), parte de fechas y nombres propios claramente reivindicados por cierto afán revisionista que abrazó el peronismo en décadas anteriores, a los que le suma otros, del pasado más inmediato, pero también de otro más lejano, ahora leído en otra clave. Así, por ejemplo, al 17 de octubre y el 26 de julio, el kirchnerismo suma diciembre de 1983. A los nombres de San Martín, Rosas y Perón (en algunas ocasiones también se incorporaba el de Irigoyen), el kirchnerismo suma los nombres de Arturo Illía y Raúl Alfonsín.
Al trazado de la genealogía típicamente peronista a la que se acudió  y se acude, como ya se ha dicho, con el auxilio de cierto revisionismo histórico (la fundación del Instituto Nacional Manuel Dorrego y la Secretaría de Coordinación Estratégica para el Pensamiento Nacional, cierta pulsión épico-revisionista que puede rastrearse sobre todo en la industria cultural, son ejemplos en ese sentido), el kirchnerismo agrega ciertas afiliaciones que comprenden un entramado progresista, no solo los nombres propios de los mencionados ex presidentes radicales, o la “primavera democrática” de los momentos inmediatos a la postdictadura (incluyendo el Informe de CONADEP y el Juicio a las Juntas), sino también –más subterráneamente- a los intentos por repensar críticamente la experiencia revolucionaria de los años 60-70, como fueron los intelectuales vinculados a la revista Envido. Incluso cuenta entre sus filas (funcionarios, candidatos), a “progresistas” como el ex presidente de la ALIANZA, Carlos “Cacho” Álvarez y el ex Jefe de gobierno de la Ciudad de Buenos Aires Aníbal Ibarra (quienes conviven o han convivido con otros funcionarios y candidatos como el gobernador de Río Negro, Carlos Soria y el ahora candidato a gobernador por la provincia de Buenos Aires, Aníbal Fernández, ambos funcionarios del presidente interino Eduardo Duhalde, sospechados de estar involucrados en la Masacre de Avellaneda). De allí que “El Turco Asís, con cierta picardía, se haya referido al kirchnerismo como “neofrepasismo” tardía. Es que más que expresión del peronismo setentista, el actual proyecto “nacional, popular, democrático” (nótese que el tercer término acude en reemplazo del otrora “revolucionario”) parece ser más bien la expresión de un post-alfonsinismo-frepasismo con ribetes de la (sí setentista) Juventud Peronista-La Lealtad, ruptura “por derecha” de la JP inscripta en la Tendencia Revolucionaria, de la cual participaron algunos intelectuales de renombre actual, como el divulgador José Pablo Feinmann.
Como sea, junto a las fechas y nombres propios que se presentan como símbolos en disputa con el progresismo (17 de octubre, Eva Perón, 25 de mayo, General San Martín…), otros nombres, experiencias y momentos del pasado nacional reclaman ser rescatados del olvido, en post de las batallas culturales –desde abajo y a la izquierda– libradas y por librar. Como alguna vez escribió el pensador Federico Niezsche (y este cronista ha citado en más de una oportunidad), a diferencia del “refinado ocioso” que se pasea por los “jardines del saber” mirando con desdén este tipo de interpretaciones, nosotros necesitamos a la historia “para la vida y para la acción”. Una acción que se sienta inconforme con la administración progresista del orden existente, y que puje por derribar el actual sistema para edificar otro nuevo, que a falta de nombres más originales algunos llamamos “Socialismo del XXI”. Es decir, una nueva sociedad abierta a lo que seamos capaces de crear.






jueves, 21 de mayo de 2015

Realismo de la potencia:

Por una nueva imagen de la organización política

El presente texto es un borrador de trabajo cuyo objetivo es fomentar en pocas páginas la reflexión en torno a algunos problemas que se nos plantean durante este 2015: ¿cómo convertir en agenda positiva el diagnóstico del nuevo conflicto social?; ¿cómo renovar desde nuestras prácticas actuales una perspectiva autónoma de intervención en la nueva coyuntura?; ¿cómo atravesar este año electoral donde se decidirá el destino inmediato de los procesos gubernamentales en curso, manteniendo abierto el desafío de investigación y organización política?

 Por el Instituto de Investigación y Experimentación Política (IIEP)



Uno: Opacidad estratégica
Una “opacidad estratégica”, como la llama Raquel Gutiérrez Aguilar, afecta la comprensión colectiva de la conflictividad social reciente. Son pocos los protagonistas del sistema político que prestan verdadera atención a este hecho salvo, ejemplarmente, la iglesia. Los síntomas, sin embargo, se multiplican durante los últimos años: desde las crisis recurrentes de las tomas de tierras –imposible de ocultar a partir de la toma del Parque Indoamericano y su resolución policial, represiva y racista– hasta los amotinamientos policiales de diciembre de 2013, pasando por la extensión de una violencia ligada al universo transa, que desafía –bajo el enfrentamiento sin disimulo– el desarrollo de las organizaciones sociales en los barrios.
Esta nueva conflictividad que se expresa con inusitada violencia especialmente en las periferias, conecta con la “segunda realidad” que Rita Segato ha descripto como dimensión que organiza y administra lo ilegal a través de las propias instituciones estatales y no en un afuera incontrolable. En todo caso, esa oscuridad que hizo más densos los territorios en los últimos años y que fue subestimada por quienes confiaban en una reparadora “vuelta del estado”, salpica al espacio de la representación política y perfora a las propias instituciones de las que se espera una respuesta.
De este modo, la opacidad aparece como la principal característica también de los conflictos que sacuden la coyuntura nacional. La permanente disputa por definir el valor de la moneda en relación al dólar, las escaramuzas con los “fondos buitres” por la reestructuración de la deuda soberana argentina, y las disputas al interior de los aparatos de inteligencia estatales que repercuten en las entrañas del poder judicial, ponen en evidencia la actuación de poderes velados cuya capacidad de intervención resulta decisiva.
Afirmar esto, lejos de legitimar la retórica de condena de la corrupción que extienden las derechas agrupadas en la llamada oposición política y los grandes medios, nos conduce a tomar nota del cambio de naturaleza que afecta a la mediación entre sociedad y estado. Hoy esa relación asume, por arriba y por abajo, una forma esencialmente financiera. La intermediación de las finanzas determina la constitución misma de lo social y lo político, comprometiendo la dinámica material de la vida colectiva contemporánea.
En síntesis, llamamos “opacidad estratégica” a la acción que los poderes consolidados durante estos últimos años ejercen sobre la trama social generando incomprensión colectiva, al menos en cuatro planos convergentes:
--la creciente intermediación financiera de la sociedad invisibiliza los vínculos entre la creación y la apropiación de la riqueza social;
--la dualidad de las instituciones privadas y estatales que se encargan de la regulación social (desde los bancos y financieras, a la policía y el poder judicial), entre una realidad primera, legal y eventualmente legítima y otra vinculada a la soberanía de hecho –impuesta por los poderes que mandan sobre los procesos de creación, circulación y apropiación privada de la riqueza colectiva–, constituye el estado de excepción que rige el comportamiento de las democracias contemporáneas;
--la ultramediatización simplifica la complejidad del tejido social en estereotipos (“pibe chorro”, “migrante”, “narco”) de fácil consumo;
--la desigual distribución del valor de la vida y los bienes, activa una guerra por la seguridad y permite atravesar los umbrales de violencia organizada en los territorios.

Dos: ¿Una agenda negativa?
El problema con este diagnóstico del nuevo conflicto social, creemos, es que se presenta de un modo enteramente negativo. Hace falta imaginar cómo activar la potencia colectiva para revertir o reorientar este estado de cosas, donde prima la denuncia y el tono alarmista.
Mencionamos más arriba a la iglesia, potenciada por el rol del nuevo Papa, justamente porque ella tiende a difundir una descripción de la situación por momentos muy similar, tomando en cuenta las preocupaciones de las organizaciones sociales y constatando la impotencia o la complicidad del estado con elementos de violencia criminal, así como la necesidad de presencia y contención en territorios a los que no llega el estado, o llega con su rostro mafioso cuando no indiferente. En la medida en que la iglesia acompaña y ofrece protección (una especie de “paraguas” estratégico), su presencia recobra valor inmediato tanto en el conflicto territorial como en términos de realineamientos al interior del armado macropolítico.
Sin embargo, en el diagnóstico que presenta la iglesia no se lleva a fondo la crítica a la mediación financiera de lo social, que a la larga lleva a cuestionar la estructura concentrada de la propiedad. Al privilegiar la dimensión moral en su crítica del presente se tiende a desestimar el valor político que pueden adquirir los sujetos que protagonizan el conflicto social (campesinos pobres, migrantes, familias sin tierra y vivienda, trabajadores precarios), y a subestimar su capacidad de aportar elementos de constitución social y política autónoma. Cuando se restringe la complejidad de estos sujetos a su condición de víctimas, presentando a los pobres como figuras ascéticas sin poder de transformación social, se suprime la contracara de una rica potencia colectiva capaz de proponer alternativas de vida o de introducir resistencias prácticas. De este modo se está reencauzando el protagonismo plebeyo y anestesiando la intensidad de su politización autónoma.
La complejidad de la figura de Francisco tiene que ver con su interpretación de estos años de insubordinación plebeya y con los aspectos frustrados del ensayo de gubernamentalidad fundada en la participación de las organizaciones sociales. Su proyecto toma en cuenta justamente el protagonismo de estas organizaciones, a la larga minimizado por el kirchnerismo; pero tiende a complementar por medio de la consolación moral y contenedora el fenómeno de mediación financiera de la vida (los múltiples modos de consumo) que domina en los territorios y propone una nueva cristiandad como conjura al neoliberalismo. Proyecta así sobre el escenario global (al menos a Occidente) una gubernamentalidad más equilibrada fundada en esta interpretación del experimento llevado a cabo en la Argentina –y en la región– post 2001.
La ambigüedad de ese proyecto consiste en que, al mismo tiempo que reivindica la centralidad de lo social, lo modela en términos conservadores (en el centro de esta cuestión está la interpretación de las luchas por los derechos humanos y del cuerpo de las mujeres y los jóvenes), y lo articula a nivel macropolítico neutralizando los dinamismos populares disruptivos. 
¿De qué otro modo podemos imaginar el sentido del nuevo conflicto social, buscando superar los límites moralistas-victimistas de este planteo, a partir de una democratización radical de los dispositivos sociales, hoy sometidos a una compleja maquinaria de funcionamiento basado en una lógica rentístico-financiera?

Tres: El problema de la autonomía
La crítica práctica, a diferencia de la canalla –que sólo pretende destruir para imponerse–, parte de los dilemas concretos, evita trabajar sobre el aire, como si se tratase de hacer doctrina. Lo que interesa es otra cosa: dar curso a un realismo de la potencia, para evidenciar la realidad en términos de problemas (no se trata de un realismo que simplifica y se resigna) y asumir las exigencias prácticas que se derivan de esa formulación (no se trata simplemente de un diagnóstico).
Esta aclaración viene a cuento porque una cierta referencia a la perspectiva autónoma ha intentado fijarla en un infantilismo, asociada al momento de la crisis del 2001. Más allá de la pretendida adultez con que ciertos discursos se orientaron a relegitimar las reglas de la representación política, es evidente que persisten y se inventan una cantidad muy grande de dinámicas con rasgos de autonomía, como un modo de afirmar experiencias que merecen ser desplegados de otro modo que como los formulan los razonamientos que se adecúan al orden. Estas evidencias constituyen nuestro punto de partida en la búsqueda de un nuevo horizonte de emancipación política, que nos permita atravesar el programa necesariamente acotado –si bien necesario– del reformismo estatal en un contexto de globalización neoliberal.
El saldo de la experiencia del kirchnerismo en el gobierno es ambivalente. Muchas de las retóricas e iniciativas que puso en juego carecieron, vistas en el tiempo, del correlato organizativo y territorial necesario para abrir vías materiales de transformación democrática. Esta limitación, que restringe los alcances progresistas de su prédica, se verifica en el hecho de que la inclusión social se efectúa por medio del consumo, en simultáneo a la expansión de los mecanismos de las finanzas y de las formas de explotación. En el mismo sentido, los avances y reconocimientos en lo relativo a la memoria y los organismos de derechos humanos, conviven con el consenso en torno a las políticas securitistas de articulación de lo social, que tiñen con contenidos clasistas y racistas las campañas de los candidatos con chances en el terreno electoral (incluyendo los del oficialismo).
Aun así, el gobierno persiste en su voluntad de dar pelea y marca diferencias: tanto a nivel nacional, con experiencias como la de la nueva gestión del Banco Central y la línea de investigación sobre dictadura, derechos humanos y finanzas desarrollada desde la CNV (Comisión Nacional de Valores) y PROCELAC como el intento por reformar los servicios de inteligencia; también en la conquista de autonomía política a nivel internacional. Pero el sabor es amargo cuando entrevemos los términos de una sucesión armada por derecha, en torno a Scioli, las burocracias territoriales del PJ y una trama oscura de gobernabilidad apoyada en última instancia sobre las fuerzas de defensa y seguridad.
En cuanto a las formaciones llamadas opositoras, en su gran mayoría, no son sino la representación de las élites tradicionales, cuyo impulso transformador consiste en administrar “republicanamente” los intereses duros y puros del capital. Más interesante resulta, en tanto síntoma, el crecimiento de los partidos de izquierda, aunque difícilmente hagan a un lado la costumbre de privilegiar sus anquilosadas estructuras y doctrinas, reduciendo las potencialidades de la lucha social. Estos años se desarrolló una amplia gama de experiencias a las que por comodidad podemos llamar “de izquierda independiente”–algunas más enfrentadas y otras más próximas al kirchnerismo–, que sintonizan con la sensibilidad de nuevos actores en los territorios, en las ideas y en la producción. Estas experiencias, algunas autopercibidas como colectivos militantes, otras como redes amplias de prácticas sociales, tienen el doble valor de renovar la lucha democrática y de sugerir balances más radicales sobre los desafíos políticos pendientes.
Pero es al calor de la conflictividad social del presente donde tendremos que elaborar las nuevas síntesis conceptuales y organizativas, en un intento por volver a enhebrar el eje horizontal de las luchas con el eje vertical de las tácticas políticas. Para ello, es clave recobrar la construcción de una subjetividad política autónoma. Cuando hablamos de autonomía, hoy, nos referimos a por lo menos dos cuestiones esenciales: generar las condiciones de una ruptura social con las estructuras de negocios que están en el centro de la acumulación capitalista; y elaborar una crítica práctica de la gobernabilidad contemporánea, y de su capacidad para bloquear las posibilidades de una democratización contante y sonante.

Cuatro: Una historia reciente
Luego de la última dictadura, la política popular recobró vitalidad gracias a un entramado de luchas que tuvieron la capacidad de crear nuevos valores, modos organizativos y formas de protesta. En este sentido, fueron ejemplares las organizaciones de derechos humanos y las luchas de los trabajadores pobres que culminaron en la conformación del movimiento piquetero. Ellos se convirtieron en los vectores de impugnación de las políticas neoliberales, agotada toda confianza en el sistema bancario y en los partidos políticos.
Tras la crisis, volvió la política en sus formatos más habituales, aunque con contenidos estatistas y redistribuidores. Esta normalización supuso una importante novedad, junto a una contradicción eminente: cierta porosidad de las instituciones respecto de las luchas desarrolladas durante el período previo, junto al fortalecimiento del modo de acumulación con eje en el mercado mundial y las finanzas (neodesarrollismo/neoextractivismo). En el mismo período asistimos a una ambivalente mutación de lo social, motivada por las políticas de ampliación el consumo masivo. Decimos ambivalencia porque se ha puesto en acto una vía de inclusión, que sin embargo consolida jerarquías y esparce como nunca antes la mediación de lo social por lo financiero.
El ciclo de gobiernos progresistas de América del Sur atraviesa un dilema de estancamiento: o bien estos gobiernos profundizan su dinámica neoextractivista, generando con ello una intensificación de las condiciones de violencia estructural para mantener los niveles de consumo vigente, o bien le ponen límites a estas formas distributivas y financieras, que son el pilar de su legitimidad política. Por su parte, el desplazamiento de la hegemonía hacia China del mercado mundial puede dar lugar a una recolonización feroz de las economías periféricas, o puede abrir espacio para un juego pragmático de nuevo tipo, que cuestione la arquitectura financiera global que disciplina y atenaza procesos sociales.
Rechazar la obediencia a las finanzas globales es la condición fundamental, tanto en el plano local, como en el regional y la globalidad, de una dinámica de democratización popular que exceda la matriz neodesarrollista y la retórica nacionalista. Esta es una discusión no sólo sudamericana, sino que también se torna intensa hoy en el Sur de Europa.

Cinco: De la investigación militante como organizador político
La investigación política colectiva puede ser relanzada, si logra fundirse al dinamismo de nuevos sujetos sociales. Resulta necesario, entonces, despojarse de dogmas, jergas y sectarismo, evitando la autocomplacencia que esquiva las tareas prácticas planteadas por el nuevo conflicto social. Una nueva imaginación política es inseparable de la elaboración de estrategias al interior del conflicto y, por tanto, del problema de la organización y la creación de dispositivos eficaces para la lucha, la mediación y la auto-defensa.
Este problema de una nueva imagen de la organización política se plantea ahora a partir de la maduración de luchas locales, de investigaciones transversales, de experiencias con instituciones y de la constitución de redes complejas que operan en diversas escalas. Plantear el problema de la organización supone asumir sin ambages el carácter múltiple, vivo y crítico del protagonismo que se pone en juego en la nueva conflictividad social. Organización y cartografía del conflicto van juntos, como capacidad de actuar en planos heterogéneos, sin aspirar al ideal imposible de una síntesis última en el poder del estado.

Buenos Aires, abril de 2015


miércoles, 20 de mayo de 2015

Desacralizar la figura de Perón

Acerca de 1964, de Ariel Hendler


Por Mariano Pacheco
  (Nota publicada en la Agencia Paco Urondo)  


1964. Historia secreta de la vuelta frustrada de Perón, el libro de Ariel Hendler publicado en 2014 por la editorial Planeta tiene, al humilde entender de este cronista, dos grandes virtudes. 


Por un lado, logra sistematizar una serie de informaciones dispersas, constituyéndose así en un buen material de divulgación histórica. Por el otro, permite indagar de manera crítica no solo un tramo de la historia reciente de la Argentina sino –o sobre todo- una figura emblemática del pasado nacional: Juan Domingo Perón. Lejos de las perspectivas populistas acríticas, pero también a distancia de los gorilismos con pretensiones de neutralidad historiográfica, Hendler logra presentar la figura del ex presidente es sus costados más políticos, en el sentido pragmático del término.
El “Avión negro” fue uno de los mitos políticos más importantes de la década del sesenta. Sin embargo, más allá de la amplia cantidad de publicaciones de libros que lo trataron lateralmente, el “operativo retorno”, acontecido el 2 de diciembre de 1964, no había sido hasta ahora narrado en un solo volumen. Ese día, el General Perón –derrocado en 1955 por el golpe de Estado autodenominado “Revolución Libertadora”– se embarcó en un avión de bandera, de línea española, y junto con una reducida delegación de dirigentes peronistas, intentó regresar a la Argentina, desde su exilio en Madrid. El avión fue detenido en Río de Janeiro, cuando realizó allí su primera escala, y el “general” tuvo que retornar a la patria gobernada por el dictador Franco para continuar allí su exilio.
El libro aborda un período de la historia nacional por demás interesante, aunque no siempre del todo revisitado: desde el fracaso de los intentos insurreccionales del peronismo, a partir de la toma del Frigorífico Lisandro De la Torre, hasta el momento en que “El Brujo” José López Rega logra instalarse en el entorno íntimo de Perón. Hendler se mete así con la primera mitad de la década del 60, y logra a partir de un episodio particular (el ya mencionado “Operativo retorno”) y un hombre particular (Perón), reponer el contexto, tanto de los hechos como de los protagonistas que rodearon ese momento bisagra del movimiento que durante esa década había padecido proscripción (no podía presentarse a elecciones), prohibiciones (no podía ni siquiera mencionarse en público el nombre de Perón y Evita, por ejemplo), fusilamientos (como los de José León Suárez, en 1956, luego del alzamiento cívico-militar encabezado por el general peronista Juan José Valle), ultrajes (el cadáver de Eva Perón fue secuestrado por los “libertadores”), además de cárceles, torturas, destierros y “desapariciones forzadas” (en 1962 fue “detenido-desaparecido” el joven trabajador metalúrgico Felipe Vallese).
En la minuciosa reconstrucción de época realizada por Hendler, pueden rastrearse nombres y episodios olvidados en muchas otras apuestas historiográficas, que en los últimos años han proliferado. Así, este periodista que viene trabajando desde hace un tiempo en la “historia reciente”, aparecen nombres como el de Emilio Difilippo –un trabajador de dieciséis años ametrallado por la policía mientras reprimía una protesta realizada por la CGT en el marco del plan de lucha de ese diciembre del 64-, la conmemoración (el 30 de noviembre, también del 64) realizada en Rosario para el cuarto aniversario del alzamiento del general peronista Miguel ángel Iñíguez, por la misma población obrera de Villa Manuelita que había protagonizado una pueblada cuando se produjo el golpe del 55), la publicación de la revista Compañero, dirigida por el médico y periodista Mario Valotta. También los intentos de lucha armada, que ponen en cuestión una doble comprensión del período: la que adjudica exclusivamente a la Revolución Cubana el inicio de las acciones armadas en el país, y la que entiende que la guerrilla es producto de un proceso de radicalización de los jóvenes pertenecientes a los sectores medios (que va de la mano de la interpretación anterior). Reconstruyendo el contexto previo al “Operativo retorno”, Hendler da cuenta de que hubo un proceso de radicalización de la clase obrera argentina, que está íntimamente ligado al proceso de represión que padeció el peronismo.
Otro de los lugares comunes que el libro pone en cuestión es la “lentitud”, inoperancia, y falta de iniciativa del ex presidente radical Arturo Ilía. Hendler relata cómo era la dinámica de “la tortuga” y el lector logra entender por qué el radical pudo frenar el retorno de una figura central de la política argentina como era Perón. Si bien aquel día no fue declarado el Estado de sitio, la Marina de guerra ordenó a las bases navales de Puerto Belgrano y Punta Indio que alistaran naves de combate, la Gendarmería y la Prefectura Nacional reforzaron su presencia en las fronteras con Paraguay y Brasil, y la Policía Federal, junto con la Bonaerense, se apostaron con armas largas en el aeropuerto de Ezeiza, cerrando los accesos, listos a disparar si se producían manifestaciones populares. Que no se produjeron. Y de allí la gran incógnita de la jornada. Por qué, más allá de que el general fue sorprendido en la escala que el avión que lo trasportaba hizo en Brasil –producto de una intensa y veloz actividad diplomática emprendida por el gobierno de Ilía- no hubo una reacción popular en Argentina. Ya en su momento el dirigente peronista combativo John Willian Cooke cuestión al viejo líder la forma en que organizó el operativo, los sectores del peronismo en los que se respaldó, etcétera, pero en un contexto como el que actualmente transita la Argentina no está de más recordarlo. Y tal vez aquí radica el mayor aporte del libro.
En 1964 con encontramos con un Perón de carne y hueso, y sobre todo, con un Perón real, no idealizado por el paso del tiempo. Revisitando los comportamientos del viejo líder en esos años que van desde La Revolución Libertadora hasta el “Operativo retorno”, es más fácil entender las decisiones que Perón tomó en 1973, cuando realizara su definitivo retorno al país. Su giro a la derecha de entonces, su respaldo a sectores conservadores –y aún fascistas– en contra de las expresiones revolucionarias, no se erigían como una novedad, sino que formaban parte del ADN de tácticas y estrategias del viejo líder.




viernes, 15 de mayo de 2015

Historial de un suicida (El caso Erdosain y su pandilla)- Cuarta entrega

A propósito de la serie televisiva “Los siete locos” y Los Lanzallamas


Por Mariano Pacheco
(Nota publicada en el Portal de Noticias Marcha.
Miércoles 14 de mayo de 2015)

  
En esta cuarta entrega, el autor introduce los nombres de Sigmund Freud y Federico Nietzsche para continuar con su repaso y análisis de “Los siete locos” y “Los Lanzallamas”, novelas de Roberto Arlt adaptadas por Ricardo Piglia para la Televisión Pública. 
  


Crimen y sentimiento de culpa. Ambos términos, tan presentes en estas novelas de Roberto Arlt que venimos trabajando en estas entregas publicadas semanalmente por Marcha, pueden ser leídos desde dos autores que, el propio Arlt, tenía bien leídos: Federico Nietzsche y Sigmund Freud.
Leídos desde Nietzsche, podemos pensar ciertos tramos de “Los siete locos” y “Los lanzallamas” como la expresión cabal del drama del hombre moderno: aquel que ha cometido ese crimen terrible que implicó haber asesinado a Dios, borrando del horizonte todos los elementos que, hasta entonces, otorgaban sentido a la existencia, como ya.
Leídos desde Freud (“Totem y Tabú”), en cambio, ese sentimiento de culpa tiene que ver con algo acontecido en un tiempo mucho más lejano aún, en el momento preciso en que la humanidad comenzaba a ser tal. La conspiración de los hermanos de la horda primitiva que culmina en el asesinato del despótico padre primordial. De allí en más –es decir, desde que el hombre es hombre–, en adelante, cada generación ha reactualizado simbólicamente aquel complot, y aquel asesinato.
Ahora bien, esta reactualización se produce ya no afuera sino adentro de cada sujeto. A la agresión consumada (parricidio primordial), siguió el arrepentimiento, producto del sentimiento de ambivalencia hacia el padre: odio, pero también amor. Ese amor que lleva a la identificación, producto de la cual va a instituirse el superyó, depositario del poder de castigo y creador de las limitaciones necesarias para prevenir la perpetuación del crimen en la historia. Esta agresión del hijo hacia el padre, luego sofocada, es la fuente del sentimiento de culpa que, una vez exteriorizada, se expresa como necesidad de castigo.
Por supuesto, la forma “correcta” de tramitar este conflicto conducirá a cada sujeto a una vida “normal”, vía resolución adecuada del complejo de Edipo. ¿Pero qué pasa cuando esa tramitación no encuentra sus carriles adecuados, cuando los diques de contención psíquica son desbordados por otras fuerzas? Sucede, a menudo, que el sujeto comienza a tener dificultades para procesar la diferencia entre lo socialmente aceptado y lo aprobado por él mismo. El principio del placer comienza a desbordar al principio de realidad. Es que, según destacó Freud en su libro “El malestar en la cultura”, para que exista hombre en la cultura, éste debe convivir con un permanente malestar, a saber: no sólo limitar la sexualidad para dar paso a la productividad del trabajo, sino además limitar (amordazar, diría el Nietzsche de la “Genealogía de la moral”) sus instintos de agresividad.
Porque como señala Freud, “el ser humano no es un ser manso, amable, a lo sumo capaz de defenderse si lo atacan, sino que es lícito atribuir a su dotación pulsional una buena cuota de agresividad”. Queda clara la concepción del médico vienés. “Homo homini lupus” –el hombre es el lobo del hombre, según la fórmula, tan conocida, que expone Tomas Hobbes en su libro “Leviathán”–. ¿Entonces? Entonces, el otro, el prójimo, puede ser alguien a quien usar sexualmente sin su consentimiento,  explotar en su trabajo sin resarcirlo, desposeerlo de su patrimonio, humillarlo, martirizarlo, asesinarlo… en fin, alguien en quien satisfacer la agresividad.
Claro, uno bien podría preguntarse si no es a causa del sistema regido por la explotación del trabajo el que trae aparejado este tipo de comportamientos y pensamientos. Si no es debido a que la burguesía ha venido al mundo “chorreando lodo y sangre”, como sostiene Carlos Marx en “El capital”, que esa violencia prima por sobre otro tipo de vínculos. Pero Freud es claro al respecto. Dice que si bien otro tipo de relaciones de propiedad disminuirían la agresividad, caracteriza a la premisa psicológica comunista (eliminados los males económicos no hay razón para ver en el otro a un enemigo), como vana ilusión, porque la agresión, a su entender, “constituye el trasfondo de todos los vínculos de amor y ternura entre los seres humanos. Y remata, pesimista: “Uno no puede menos que preguntarse con preocupación, que harán los soviets después que hayan aniquilado a sus burgueses”.
En fin, según Freud, es esta autónoma y originaria disposición pulsional del ser humano a la agresividad la que conspiraría contra la cultura, entendida como proceso al servicio de eros. Contra la cultura, sí, pero también, contra el propio sujeto.
Aun a riesgo de conducir estas disquisiciones acerca del psicoanálisis a una digresión sin fin, quisiera remarcar, de todos modos, que para cuando Freud escribe El malestar…, ha transcurrido ya una década desde que provocara ese vuelco a sus investigaciones y conceptualizaciones, conocido como el “giro de 1920”, fecha en que publica Más allá del principio del placer, donde postula su radical teoría (radical en tanto que pone en cuestión algunos de sus propios  fundamentos), de que junto con la pulsión de vida, tendiente a conservar y reunir en unidades cada vez mayores la sustancia viva, existe otra pulsión, opuesta a ésta, a la que denominó como pulsión de muerte, tendiente a reconducir esas sustancias a su estado inorgánico inicial. Así, Más allá… va a poner en cuestión algunos postulados de Tres ensayos de teoría sexual (1905), donde había sostenido que la función principal del organismo tendía a la conservación (a través de la generación y la alimentación). Desde allí, y en adelante, va a sostener que la pulsión de vida, que ha denominado como Eros, se encentra siempre, eternamente, en lucha contra Tanatos (la pulsión de muerte). Gran estocada contra optimismo ingenuo del positivismo ramplón: la finalidad principal de todo organismo es la repetición sin meta. Tendencia de retorno al estado originario, a la busca de una estabilidad energética, a la nulidad pulsional, en fin, a la muerte.
Cierre del extenso paréntesis nietzscheano-freudiano. Retorno a Roberto Arlt. Estábamos, entonces, en la figura de Erdosain. En un crimen que pudo haber cometido en el pasado, en otro que está por cometer y, como remate, su suicidio. Pero nada sucede de repente. Hay una suerte de demora en la narración, en la cual podemos ir sintiendo, junto al personaje, la elucubración del crimen, a la vez que vemos precipitarse en su propio fin. Aunque son varios, de todos modos, los indicios de que pronto, algo de todo esto, sucederá. Por ejemplo, cuando Haffner dice: “Ahora usted… posiblemente esté en la orilla de otro crimen. Me lo dice no sé qué instinto”. Y también el Astrólogo, respecto de Erdosain, expresará: “había ya trazado su destino”. No se equivocan: pronto asesinará a la Bizca.
La pregunta de por qué demora tanto en ejecutarse el crimen, la suministra el propio Astrólogo, cuando explica: “Naturalmente, antes de cometer un crimen habría que familiarizarse con la idea, pensar en él, de manera que en la conciencia de uno eso dejara de ser un crimen para convertirse en un asunto vulgar”. Esa familiarización con la idea del crimen, según cuenta Elsa –la mujer de Erdosain– fue elaborándose lentamente en él, a través de un horrible y espeso silencio. Silencio que lo acompañará hasta el anteúltimo capítulo de “Los lanzallamas” (titulado justamente “El homicidio”), donde esa “densa idea subterránea” despertará definitivamente.
Remo mata a la Bizca de un tiro en la oreja, luego de haberla desvirgado. Después, durante tres días y dos noches, permaneció en la casa del periodista-narrador, a quien cuenta toda su historia (recordar que el primer capítulo de la serie televisiva comienza ahí). Al irse de allí, en el tren eléctrico número 119, un tramo antes de llegar a Moreno, Remo Erdosain se suicida de un balazo en el corazón. “Una serenidad infinita aquietaba definitivamente las líneas del rostro de ese hombre que se había debatido tan desesperadamente entre la locura y la angustia”.
Erdosain, ¿se suicida de alegría, como sugiere acaso Dostoivski para uno de sus personajes? Parece que no. Más bien, parece, Erdosain se suicida porque se encuentra acorralado: por las fuerzas policiales que van tras sus pasos, pero fundamentalmente, por sus demonios que lo sitian desde adentro.
Consumación del crimen y su necesario correlato: el castigo. Aunque a diferencia de Raskolnikov, el clásico personaje de “Crimen y castigo”, al novela de Dostoivsky, Erdosain no se entregará a las fuerzas policiales, sino a sus propias fuerzas autodestructivas. ¿Por sentimiento de culpa? ¿Por búsqueda de acceso a ese momento inorgánico inicial del que hablaba Freud? Quien sabe…
Podríamos pensar –en una clave más ligada a los pensadores Féliz Guattari y Gilles Deleuze– que Erdosain experimenta un devenir sin restricciones. Enmarañado en sus propias líneas de fuga, se precipita sobre un agujero negro. Algo similar a lo que supo escribir Henri Lefebvre en su libro “Hegel, Marx, Nietzsche (o el reino de las tinieblas)”, a propósito de Nietzsche, cuando relaciona la pérdida de identidad con la mutación, la metamorfosis, la transvaloración, la creación poética. Trayecto peligroso, dice, acechado por un peligro: “El extravío, la locura, el suicidio”. Podríamos pensar entonces… tantas cosas podríamos pensar, ¿no? Porque “es la fuerza inagotable del equívoco lo que permite que Arlt siga siendo un personaje de nuestras lecturas”, según señaló González en su ya citado ensayo. Y por eso, leerlo,va a ser siempre un oficio incierto. Labor de quien acompaña la aventura arltiana con la incesante pregunta: ¿qué habrá querido decir?”. Es que con Arlt, ya lo hemos dicho, nunca se sabe.




martes, 5 de mayo de 2015

El Muro y la Grieta. Primer Apunte sobre el Método Zapatista Mayo 3 del 2015

Palabras pronunciadas en la Inauguración del Seminario 
“El Pensamiento Crítico frente a la Hidra Capitalista”

Por el SupGaleano


Buenas tardes, días, noches tengan quienes escuchan y quienes leen, sin importar sus calendarios y geografías.
Mi nombre es Galeano, Subcomandante Insurgente Galeano. 


Nací la madrugada del 25 de mayo del 2014, en colectivo y a pesar mío, y bueno, también a pesar de otros, otras y otroas. Como el resto de mis compañeras y compañeros zapatistas, me cubro el rostro cuando es necesario mostrarme, y me descubro para ocultarme. A pesar de no cumplir aún el año de vida, el mando me ha asignado el trabajo de posta, vigía o centinela en uno de los puestos de observación de esta tierra rebelde.
Como no estoy acostumbrado a hablar en público, y menos ante tantas y tan finas (já -perdón, debe ser el hipo del pánico de escena-), digo finas personas, les agradezco su comprensión para con mis balbuceos y mi reiterado trastabíllelo en el difícil y complicado arte de la palabra.
Tomé el nombre de Galeano del de un compañero zapatista, un maestro y organizador, indígena, que fue atacado, secuestrado, torturado y asesinado por paramilitares amparados en una supuesta organización social: la CIOAC-Histórica. La pesadilla que acabó con la vida del compañero maestro Galeano, inició la madrugada del 2 de mayo del 2014. Desde esa hora, nosotras, nosotros, zapatistas, iniciamos la reconstrucción de su vida.
Por esas fechas, la dirección colectiva del EZLN decidió dar muerte al personaje autodenominado SupMarcos, en aquel tiempo portavoz de los hombres, mujeres, niños y ancianos zapatistas. A partir de entonces, el cargo de vocero del Ejército Zapatista de Liberación Nacional le corresponde al Subcomandante Insurgente Moisés. Por su voz hablamos, por sus ojos miramos, en sus pasos andamos, él somos.
Meses después de ese 2 de mayo, la noche se alargó en el México de abajo y le puso un nuevo nombre a la ya larga nominación del terror: “Ayotzinapa”. Como se ha dado una y otra vez en el mundo, una geografía de abajo era así señalada y nombrada por una tragedia planeada y ejecutada, es decir, por un crimen.
Ya hemos dicho, en voz del Subcomandante Insurgente Moisés, lo que para nosotros, nosotras, zapatistas, significó y significa Ayotzinapa. Con su venia y la de mis compañeras y compañeros jefas y jefes zapatistas retomo sus palabras.
Ayotzinapa es el dolor y la rabia, sí, pero no sólo eso. También y sobre todo, el terco empeño de los familiares y compañeros de los ausentes.
Algunas, algunos de estos familiares que no han dejado caer la memoria, nos dieron el honor de compartir junto nuestro y están aquí con nosotros en tierras zapatistas.
Escuchamos la palabra de Doña Hilda y Don Mario, madre y padre de César Manuel González Hernández, y tenemos la presencia y la palabra de Doña Bertha y Don Tomás, madre y padre de Julio César Ramírez Nava. Con ellas y ellos tenemos el reclamo por los 46 ausentes.
A Doña Bertha y a Don Tomás les pedimos que hagan llegar estas palabras a los demás familiares de los ausentes de Ayotzinapa. Porque ha sido su lucha lo que hemos tenido presente para arrancar este semillero.
Creo que más de una, uno, unoa, de la Sexta y del EZLN, coincidirán conmigo en que hubiéramos preferido que no estuvieran aquí como están. Quiero decir, que sí estuvieran, pero no como dolor y rabia, sino como abrazo compañero. Que no hubiera pasado nunca ese 26 de septiembre. Que el calendario hubiera echado una mano compañera y se hubiera saltado esa fecha, y que la geografía se hubiera extraviado y no hubiera anclado en Iguala, Guerrero, México.
Pero si después de esa noche de terror, la geografía se extendió y profundizó, alcanzando los rincones más apartados del planeta, y si el calendario sigue rendido ante esa fecha, ha sido por el empeño de ustedes, por la grandeza de su sencillez, por la incondicionalidad de su entrega.
No conocemos a sus hijos. Pero los conocemos a ustedes. Y no es otra nuestra intención que la de que la admiración y el respeto que les tenemos sea una certeza para ustedes, aún y en los momentos más solitarios y dolorosos a los que se enfrenten.
Es cierto, no podemos llenar calles y plazas en las grandes ciudades. Cada movilización, por pequeña que sea, representa para nuestras comunidades una merma importante en su economía, ya de por sí difícil, como la de millones de personas, y sostenida al límite por las rebeldía y resistencia de más de dos décadas. En nuestras comunidades digo, porque nuestros apoyos no son la suma de individualidades, sino que son acción colectiva, reflexionada y organizada. Son parte de nuestra lucha.
No podemos brillar en las redes sociales, ni hacer llegar sus palabras más allá de nuestros corazones. Tampoco podemos apoyarlos económicamente, aunque bien sabemos que estos meses de lucha les han golpeado en su salud y en sus condiciones de vida.
Ocurre también que nuestro ser rebelde y en resistencia las más de las veces es visto con resquemor y desconfianza. Movimientos y movilizaciones que en distintos rincones se levantan, prefieren que no hagamos explícita nuestra simpatía. Aún sensibles al “qué dirán” mediático, no quieren que su causa sea asociada de manera alguna a “los encapuchados de Chiapas”. Lo entendemos, no lo cuestionamos. Nuestro respeto a las rebeldías que pululan en el mundo incluye el respeto a sus valoraciones, a sus pasos, a sus decisiones. Respetamos sí, pero no ignoramos. Estamos pendientes de todas y cada una de las movilizaciones que enfrentan al Sistema. Tratamos de comprenderlas, es decir, de conocerlas. Sabedores somos que el respeto nace del conocimiento, y que el miedo y el odio, esas dos caras del desprecio, nacen no pocas veces de la ignorancia.
Aunque pequeña es nuestra lucha, algo hemos aprendido en estos años, décadas, siglos. Y esto queremos decirles:
No crean en quienes les dicen que la sensibilidad y la simpatía, el apoyo, se mide en calles abarrotadas, en plazas colmadas, en grandes templetes, en el número de cámaras, micrófonos, encabezados periodísticos, tendencias en redes sociales.
La inmensa mayoría en el mundo, no sólo en nuestro país, es como ustedes, hermanas y hermanos familiares de los ausentes de Ayozinapa. Personas que tienen que pelearle al día y a la noche un pedazo de vida. Gente que debe luchar para arrancarle a la realidad algo para sostenerse.
Cualquiera de abajo, hombre, mujer, otroa, que conozca la historia que les duele, simpatiza con su lucha en demanda de verdad y justicia. La comparte porque en sus palabras ven la repetición de sus historias, porque se reconocen en su dolor, porque se identifican con su rabia.
La mayoría no ha ido a marchar, no se ha manifestado, no ha creado temas en redes sociales, no ha roto cristales, no ha incendiado vehículos, no ha gritado consignas, no ha usurpado templetes, no les ha dicho que no están solas, solos.
No lo han hecho simple y sencillamente porque no han podido hacerlo.
Pero han escuchado y respetan su movimiento.
No desfallezcan.
No crean que porque quienes antes estuvieron a su lado se han ido, después de cobrar su parte o después de ver que no podrían cobrarla, su causa es menos dolorosa, menos noble, menos justa.
El camino que han llevado hasta ahora ha sido intenso, cierto. Pero ustedes saben que todavía falta mucho por andar.
¿Saben? Uno de los engaños de arriba es convencer a los de abajo de que lo que no se consigue rápido y fácil, no se consigue nunca. Convencernos de que las luchas largas y difíciles sólo cansan y nada logran. Trucan el calendario de abajo sobreponiéndole el calendario de arriba: elecciones, comparecencias, reuniones, citas con la historia, fechas conmemorativas que sólo ocultan el dolor y la rabia.
El Sistema no le teme a los estallidos, por muy masivos y luminosos que sean. Si un gobierno cae, hay en su alacena otros para reponer e imponer. Lo que lo aterroriza es la perseverancia de la rebeldía y la resistencia de abajo.
Porque abajo es otro el calendario. Es otro el paso. Es otra la historia. Es otro el dolor y otra la rabia.
Y ahora, al pasar de los días, este abajo disperso y plural que somos, ya no sólo está atento a su dolor y a su rabia. También estamos atentos a su persistencia, a su seguir, a su no rendirse.
Créanos. Su lucha no depende del número de manifestantes, del número de notas periodísticas, del número de menciones en redes sociales, del número de giras a las que los inviten.
Su lucha, nuestra lucha, las luchas de abajo en general, dependen de la resistencia. De no rendirse, de no venderse, de no claudicar.
Bueno, claro, eso según nosotras, nosotros, zapatistas. Habrá gente que les diga otras cosas. Les dirán que es más importante estar con ellos, ellas. Por ejemplo, que es más importante llamar a votar por tal o cual partido político porque así encontrarán a los ausentes. Y que si no llaman a votar por tal o cual partido no sólo habrán perdido LA oportunidad de recuperar a quienes les hacen falta, también serán cómplices de que el terror siga en nuestro país.
¿Ya ven cómo hay partidos políticos que se aprovechan de las necesidades materiales de la gente? ¿Que ofrecen despensas, útiles escolares, tarjetas, pases para el cine, cubetas, gorras, tortas y agua pintada en empaque tetra pack? Bueno, pues también hay quien se aprovecha de las necesidades sentimentales de la gente. La esperanza, amigos y enemigos, es la necesidad que mejor se cotiza allá arriba. La esperanza de que todo va a cambiar, de que ahora sí el bienestar, la democracia, la justicia, la libertad. La esperanza que los iluminados de arriba le arrebatan a los jodidos de abajo y luego se la venden. La esperanza en que la solución a las demandas está en el color de uno de los productos en la alacena del sistema.
Tal vez es gente que sabe más que nosotros, nosotras, zapatistas. Son sabios, sabias. Es más, cobran por saber. El conocimiento es su profesión, de eso viven… o con eso defraudan.
Ya ven que ellos saben más y, refiriéndose a nosotras, nosotros, dicen que estamos “perdidos allá, en las montañas, quién sabe dónde”, y dicen que llamamos a la abstención y que somos sectarios (tal vez porque, a diferencia de ellos, nosotros sí respetamos a nuestros muertos).
¡Ah! ¡Es tan cómodo decir y repetir ocurrencias y mentiras! Tan barato difamar y calumniar, y luego predicar la unidad, el enemigo principal, la infalibilidad del pastor, la incapacidad del rebaño.
Hace muchos años, las zapatistas, los zapatistas no hacíamos marchas, no gritábamos consignas, ni enarbolábamos pancartas, ni levantábamos los puños. Hasta que una vez marchamos. La fecha: el 12 de octubre de 1992, cuando allá arriba celebraban 500 años del “encuentro de dos mundos”. El lugar: San Cristóbal de Las Casas, Chiapas, México. En vez de pancartas llevamos arcos y flechas, y un silencio sordo fue nuestra consigna.
Sin mucha bulla, la estatua del conquistador cayó. Si volvieron a levantarla no importa. Nunca podrán levantar de nuevo el miedo a lo que representaba.
Unos meses después, volvimos a las ciudades. Tampoco esa vez llevamos consignas ni pancartas, y no llevamos arcos y flechas. Esa madrugada olía a fuego y pólvora. y fueron nuestros rostros los levantados.
Meses después vinieron algunas, algunos de la ciudad. Nos contaron de las grandes marchas, de las consignas, de las pancartas, de los puños levantados. Claro, agregando siempre que si es que estos pobres inditos e inditas que somos, porque cuidaban la equidad de género, sobrevivíamos, era gracias a ellos y ellas, que en la ciudad habían detenido el genocidio de los primeros días de ese año de 1994. Las zapatistas, los zapatistas, no preguntamos si antes de 1994 no había genocidio, ni si ya se había detenido, ni si ésos de la ciudad estaban platicando algo ocurrido o estaban pasando la factura. Los zapatistas, las zapatistas entendimos que había otros modos de lucha.
Hicimos después nuestras marchas, nuestras consignas, nuestras pancartas y levantamos los puños. Desde entonces nuestras marchas son un pálido reflejo de aquella marcha que alumbró la madrugada del año 94. Nuestras consignas tienen la rima desordenada de las canciones en los campamentos guerrilleros de montaña. Nuestras pancartas son trabajosamente elaboradas por batallar para encontrar equivalentes a lo que en nuestras lenguas se describe en una palabra, y en otros idiomas se necesitan tres tomos de El Capital. Nuestros puños levantados más que retar, saludan. Como si al mañana se dirigieran y no al presente.
Pero algo no ha cambiado: siguen levantados nuestros rostros.
Años después, nuestros autodenominados acreedores de la ciudad nos exigieron que participáramos en las elecciones. No entendimos, porque nosotras, nosotros, nunca les exigimos que se alzaran en armas, ni que resistieran, ni que se rebelaran contra el mal gobierno, ni que honraran a sus muertos en la lucha. No les exigimos que se cubrieran el rostro, que se negaran el nombre, que abandonaran familia, profesión, amistades, nada. Pero los modernos conquistadores, vestidos de izquierda progresista, nos amenazaron: si no los seguíamos, nos dejarían solas, solos, y seríamos los culpables de que la derecha reaccionaria fuera gobierno. Les debíamos, dijeron, y presentaron la cuenta a pagar impresa en una boleta electoral.
Nosotras, nosotros, zapatistas, no entendimos. Nos alzamos para mandarnos nosotras mismas, nosotros mismos, no para que otro nos mandara. Se enojaron.
Tiempo después los de la ciudad siguen marchando, gritando consignas, levantando puños y pancartas, y ahora agregan tuits, hashtags, likes, trending topics, followers, en sus partidos políticos están los mismos que apenas ayer eran la derecha reaccionaria, en sus mesas se sientan juntos y departen los asesinos y los familiares de los asesinados, ríen y brindan juntos por la paga obtenida, se lamentan y lloran juntos por los puestos perdidos.
Mientras tanto las zapatistas, los zapatistas también marchamos a veces, gritamos consignas imposibles o callamos, en veces levantamos pancartas y puños, siempre la mirada. Decimos que no nos manifestamos para desafiar al tirano, sino para saludar a quien, en otras geografías y calendarios, lo enfrenta. Para desafiarlo, construimos. Para desafiarlo, creamos. Para desafiarlo, imaginamos. Para desafiarlo, crecemos y nos multiplicamos. Para desafiarlo, vivimos. Para desafiarlo, morimos. En lugar de tuits, hacemos escuelas y clínicas, en lugar de trending topics, fiestas para celebrar la vida derrotando a la muerte.
En la tierra de los acreedores de la ciudad sigue mandando el amo, con otro rostro, con otro nombre, con otro color.
En la tierra zapatista mandan los pueblos y el gobierno obedece.
Tal vez por eso es que los zapatistas, las zapatistas, no entendimos que teníamos que ser los seguidores, y los líderes de la ciudad los seguidos.
Y todavía no entendemos.
Pero puede ser que sí, que la verdad y la justicia que ustedes, nosotras y nosotros, todos, todas, todoas, buscamos, se consiga gracias a la dádiva de un líder rodeado de gente tan inteligente como él, un salvador, un amo, un jefe, un patrón, un pastor, un gobernante, y todo sólo con el mínimo esfuerzo de una boleta en una urna, con un tuit, con una presencia en la marcha, en el mitin, en la lista de afiliados… o callando frente a la farsa que simula interés patriótico donde sólo hay ansia de Poder.
Si sí o no, es lo que tal vez nos digan otros pensamientos en este semillero.
Lo que nosotras, nosotros, zapatistas, hemos aprendido es que no. Que de arriba sólo vienen la explotación, el robo, la represión, el desprecio. Es decir, de arriba, sólo llega el dolor.
Y de arriba les demandan, les exigen que los sigan. Que ustedes les deben el que se conociera mundialmente su dolor, que ustedes les deben las plazas colmadas, las calles llenas de color e ingenio. Que ustedes les deben por el trabajo de policía ciudadana que señaló, persiguió y satanizó a “anarco-inflitrados-fuchi-guácala”. Que ustedes les deben las manifestaciones bien portadas, las notas periodísticas, las fotos a colores, las reseñas favorables y las entrevistas.
Nosotros, nosotras, zapatistas, sólo decimos:
No teman quedarse solos de quienes nunca han estado en verdad con ustedes. Son ellas y ellos quienes no los merecen. Quienes llegan a su dolor como a un espectáculo ajeno, que gusta o que disgusta, pero del que nunca serán parte real.
No teman ser abandonados por quienes pretenden no acompañarlos y apoyarlos, sino administrarlos, domarlos, rendirlos, usarlos y, después, desecharlos.
Teman, sí, olvidar su causa, dejar caer su lucha.
Pero mientras se mantengan, mientras resistan, tendrán el respeto y la admiración de mucha gente en México y en el mundo.
Gente como la que está aquí hoy con nosotras, nosotros.
Como Adolfo Gilly.
Esto que ahora diré, no se iba a decir. ¿La razón? Que inicialmente tanto Adolfo Gilly como Pablo González Casanova habían dicho que tal vez no estarían presentes, ambos por problemas de salud. Pero aquí está Adolfo, y a él le pedimos ahora que le cuente luego a Don Pablo esta parte.
El finado supMarcos contaba que alguna vez alguien le cuestionó que el EZLN tuviera tantas atenciones para Don Luis Villoro, Don Pablo González Casanova y Don Adolfo Gilly. El argumento impugnador se basaba en las diferencias que, frente al zapatismo, estas tres personas mantenían, y en cambio, que no tuviera las mismas deferencias para intelectuales que eran cien por ciento zapatistas. Imagino que el Sup encendió la pipa y entonces explicó: “En primera, dijo, sus diferencias no son con lo que es el zapatismo, sino con las valoraciones, análisis o posiciones que el zapatismo asume frente a diversos asuntos. En segunda, prosiguió, yo en lo personal he visto a estas tres personas frente a mis compañeras y compañeros jefes. Acá han llegado intelectuales de gran prestigio y, bueno, algunos no tan prestigiados. Han llegado y han dicho su palabra. Pocos, muy pocos, han hablado con las comandantas y comandantes. Sólo frente a esas tres personas he visto a mis jefes y jefas hablar y escuchar de igual a igual, con confianza y camaradería mutuas. ¿Cómo lo hicieron? Bueno, pues habría que preguntarles a ellos. Lo que yo sé es que eso cuesta, que lograr la palabra y el oído de mis compañeras y compañeros jefes y jefas, en respeto y cariño, cuesta y mucho. La tercera es que, abundó el Sup, te equivocas al pensar que como zapatistas buscamos espejos, vítores y aplausos. Nosotros apreciamos y valoramos las diferencias en los pensamientos, claro, si son pensamientos críticos y articulados, y no esas chambonadas que ahora abundan en el progresismo ilustrado. Nosotros, nosotras, zapatistas, no valoramos de un pensamiento si coincide o no con el nuestro, sino si nos hace pensar o no, si nos provoca o no, pero sobre todo, si da cuenta cabal de la realidad. Estas tres personas han mantenido, cierto, posiciones diferentes y hasta contrarias a la nuestra frente a situaciones diversas.
Nunca, nunca han estado en contra nuestra. Y, a pesar de los vaivenes de la moda, han estado de nuestro lado.
Sus argumentos contrarios y, no pocas veces, contradictorios a los nuestros, no nos han convencido, cierto, pero nos han ayudado a entender que hay diversas posiciones y pensamientos diferentes, y que es la realidad la que sanciona, no un tribunal autoerigido sea en la academia, sea en la militancia. Provocar el pensamiento, la discusión, el debate es algo que nosotras, nosotros, zapatistas valoramos y mucho.
Por eso nuestra admiración al pensamiento anarquista. Es claro que no somos anarquistas, pero sus planteamientos son de los que provocan y alientan, los que hacen pensar. Y créeme que el pensamiento crítico ortodoxo, por llamarlo de alguna forma, tiene mucho que aprender en ese aspecto, pero no sólo en eso, del pensamiento anarquista. Por ponerte un ejemplo, la crítica al Estado como tal, es algo que en el pensamiento anarquista lleva ya mucho camino andado.
Pero volviendo a los 3 malditos, cuando cualquiera de ustedes, le dijo el Sup a quien demandaba una rectificación zapatista, pueda sentarse frente a cualquiera de mis compañeras y compañeros sin que ellas y ellos teman su burla, su veredicto, su condena; cuando logren que les hablen en igualdad y respeto; que los vean como compañeros y compañeras y no como jueces extraños; que los cariñen, como se dice acá; o cuando su pensamiento, coincidente o no con el nuestro, nos ayude a descubrir el funcionamiento de la Hidra; nos lleve a nuevas cuestiones; nos invite a nuevos caminos; nos haga pensar; o cuando puedan explicar o provocar el análisis de un aspecto concreto de la realidad; entonces y sólo entonces verán que tenemos para ustedes las mismas pocas atenciones que podamos brindarles. Mientras tanto, agregó el Supmarcos con ese humor ácido que lo caracterizaba, abandonen esos celos heteropatriarcales, mundialistas, reptilianos e iluminatis.
He recordado aquí esta anécdota que me fue referida por el SupMarcos, porque hace unos meses, cuando nos visitó una delegación de los familiares que luchan por la verdad y la justicia para Ayotzinapa, uno de los papás nos contó de una reunión que tuvieron con el mal gobierno. No recuerdo ahora si era la primera. Nos contó este Don Mario que los funcionarios llegaron con sus papeles y su burocracia, como si estuvieran atendiendo un cambio de placas y no un caso de desaparición forzada. Los familiares estaban temerosos y rabiosos y querían decir su palabra, pero el burócrata al frente alegaba que sólo podían hablar los que estaban apuntados y los intimidaba. Cuenta Don Mario que los acompañaba un hombre ya de edad, “de juicio” dirían las zapatistas, los zapatistas. Ese hombre, sin que nadie lo esperara, dio un manotazo en la mesa y alzó la voz exigiendo que se les diera la palabra a los familiares que quisieran hablar. Don Mario nos dijo, palabras más, palabras menos, “no tuvo miedo ese señor, y pues se nos quitó también a nosotros el miedo y hablamos, y desde entonces no paramos”. Ese hombre que, encendido de rabia, se plantó frente a la desidia gubernamental, pudo haber sido una mujer, o unoa otroa, y estoy seguro que cualquiera de ustedes, hubiera hecho lo mismo o algo parecido en esas circunstancias, pero llegó que le tocó ser a quien se llama Adolfo Gilly.
Compas familiares:
A eso nos referimos cuando les decimos que hay gente que está con ustedes sin verlos como una mercancía para comprar, vender, intercambiar o robar.
Y como él, hay otras, otros, otroas, que no golpean la mesa pues porque no la tienen enfrente, que si no, pues ahí lo vean.
Como zapatistas que somos, también hemos aprendido que nada de lo que merecemos y necesitamos se logra con facilidad ni rápido.
Porque la esperanza para el arriba es una mercancía, sí. Pero para el abajo es una lucha por una certeza: Vamos a conseguir lo que merecemos y necesitamos porque nos estamos organizando y estamos luchando para ello.
Nuestro destino no es la felicidad. Nuestro destino es luchar, luchar siempre, a todas horas, en todo momento, en todos los lugares. No importa que el viento no sea favorable. No importa que tengamos el aire y todo en contra. No importa que venga la tormenta.
Porque, créanlo o no, los pueblos originarios son especialistas en tormentas. Y ahí están, Y aquí estamos. Nosotros, nosotras nos llamamos zapatistas. Y desde hace más de 30 años pagamos el costo de así nombrarnos, en vida y en muerte.
Lo mucho que tenemos, es decir, nuestra supervivencia a pesar de todo y a pesar de todos los arriba que se han sucedido en calendarios y geografías, no se lo debemos a individualidades. Se lo debemos a nuestra lucha colectiva y organizada.
Si alguien pregunta a quién le deben los zapatistas, las zapatistas, su existencia, su resistencia, su rebeldía, su libertad, dirá verdad quien responda: “A NADIE”.
Porque así es como el colectivo anula la individualidad que suplanta e impone, simulando que representa y orienta.
Por eso les hemos dicho, familiares de la búsqueda de la verdad y la justicia, que cuando de su lado todos se vayan, quedaremos NADIE.
Una parte de ese NADIE, acaso la más pequeña, somos nosotras, nosotros, zapatistas. Pero hay más, mucho más.
NADIE es quien hace andar la rueda de la historia. Es NADIE quien trabaja la tierra, quien maneja las máquinas, quien construye, quien trabaja, quien lucha.
NADIE es quien sobrevive a la catástrofe.
Pero tal vez estemos equivocados, equivocadas, y el camino que les ofrecen sea el que vale realmente. Si así lo creen y así lo deciden, no esperen de acá un juicio condenatorio, ni repudios, ni desprecios. Igual tendrán nuestro cariño, nuestro respeto, nuestra admiración.
-*-
 Familiares de los Ausentes de Ayotzinapa:
Es tanto lo que no podemos hacer, lo que no podemos darles.
Pero en cambio tenemos una memoria forjada en siglos de silencio y abandono, en la soledad, en el lugar del agredido por colores distintos, por diferentes banderas, por lenguas diversas. Siempre por el sistema, el pinche sistema que es sobre nosotros, nosotras. El sistema que es a costa nuestra.
Y tal vez las memorias tercas no llenan plazas, ni ganan o compran puestos gubernamentales, ni toman palacios, ni queman vehículos, ni rompen vidrios, ni levantan monumentos en los museos efímeros de las redes sociales.
Las memorias porfiadas sólo no olvidan, y así luchan.
Las plazas y calles se vacían, los puestos y los gobiernos se terminan, los palacios se derrumban, los vehículos y los vidrios son remplazados, los museos se enmohecen, las redes sociales corren de un lado a otro demostrando que la frivolidad, como el capitalismo, puede ser masiva y simultánea.
Pero llegan momentos, compas familiares de los ausentes, en que la memoria es lo único que se tiene.
En esos momentos, sepan ustedes que nos tienen también a nosotras, nosotros, zapatistas del EZLN.
Porque debemos decirles que la tenaz memoria de los zapatistas, las zapatistas, es muy otra. Porque no sólo lleva el apunte de los dolores y las rabias pasadas, dibujando en el cuaderno los mapas de calendarios y geografías que han sido olvidados arriba.
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EL MURO Y LA GRIETA.
 Como zapatistas que somos, nuestra memoria también se asoma a lo que viene. Señala fechas y lugares.
Si no hay un punto geográfico para ese mañana, empezamos a juntar ramitas, piedritas, jirones de ropa y carne, huesos y barro, e iniciamos la construcción de un islote, o más bien, de una barca plantada en medio del mañana, ahí donde ahora sólo se vislumbra una tormenta.
Y si no hay una hora, un día, una semana, un mes, un año en el calendario conocido, pues empezamos a reunir fracciones de segundos, minutos apenas, y los vamos colando por las grietas que abrimos en el muro de la historia.
Y si no hay grieta, bueno, pues a hacerla arañando, mordiendo, pateando, golpeando con manos y cabeza, con el cuerpo entero hasta conseguir hacerle a la historia esa herida que somos.
Y luego pasa que alguien camina cerca y nos ve, ve a la zapatista, el zapatista, duro que dale contra el muro.
Quien así pasa frente nuestro, a veces es quien cree que sabe. Se detiene un momento, mueve la cabeza con desaprobación, juzga y sentencia: “así nunca van a derribar el muro“.
Pero a veces, muy de cuando en cuando, pasa la otra, el otro, lo otroa. Se detiene, mira, entiende, se mira los pies, se mira las manos, los puños, los hombros, el cuerpo. Y elige. “Aquí está bueno“, podríamos escuchar si es que su silencio fuera audible, mientras marca una seña en el muro inmóvil. Y a darle.
Regresa quien cree que sabe, puesto que su camino es siempre de ida y vuelta, como pasando revista a sus súbditos. Ve ahora a lo otro en la misma necia tarea. Valora que ya hay suficientes para que le escuchen, le aplaudan, le aclamen, le voten, le sigan. Mucho habla, poco dice: “así nunca van a derribar ese muro, es indestructible, es eterno, es interminable” Cuando considera que es oportuno, concluye: “lo que deberían hacer es ver cómo administrar el muro, cambiar de guardia, intentar hacerlo un poco justo, amable. Yo les prometo ablandarlo. De todas formas, siempre estaremos de este lado, Si siguen así, sólo le están haciendo el juego a la actual administración, al gobierno, al Estado, al como se diga, no importa la diferencia porque el muro es el muro y siempre, ¿lo oyen?, siempre estará ahí“.
Tal vez se acerque alguien más. Observa en silencio y concluye: “en lugar de empeñarse contra el muro, deberían entender que el cambio está en uno mismo, una misma, sólo se necesita pensar positivamente, mire usted, qué casualidad, aquí tengo a la mano esta religión, moda, filosofía, coartada que le servirá. No importa si es vieja o nueva. Venga, sígame“.
Para esto, quienes están duro y dale contra el muro ya están mejor organizados, se hacen colectivos, equipos, se relevan, se turnan. Los hay equipos gordos, flacos, altos y chaparros; allá están los sucios, feos, malos y groseros; los hay cabezones, los hay patones, los hay con las manos endurecidas por el trabajo, los hay de quienes, sea mujeres, sea hombres, sea otroas, echan el hombro, el cuerpo, la vida.
Duro y dale con lo que pueden.
Hay quien con un libro, un pincel, una guitarra, una tornamesa, un verso, un azadón, un martillo, una varita mágica, un lapicero. Vaya, hasta hay quien golpea al muro con un “pas de chat“. Y bueno, pasa lo que pasa, Porque resulta que el baile se contagia. Y alguien trae una marimba, un teclado o un balón y entonces los turnos… bueno, ya se imaginarán ustedes.
Claro, el muro ni en cuenta. Sigue impávido, poderoso, inmutable, sordo, ciego.
Y aparecen los medios de comunicación de paga: toman fotos, videos, se entrevistan entre ellos mismos, consultan especialistas. La especialista tal-cual, cuya virtud es ser de otro país, declara, con mirada trascendente, que la composición molecular de la materia que le da al muro su corporeidad es tal que ni con una bomba atómica y que, por lo tanto, lo que hace el zapatismo es completamente improductivo y termina por ser cómplice del muro en sí (ya en off, la especialista le ha pedido a quien la entrevista que mencione su único libro, a ver si así se vende).
Sigue el desfile de especialistas. La conclusión es unánime: es un esfuerzo inútil, así nunca derribarán el muro. De pronto, los medios corren a entrevistar a quien ofrece una administración “más humana” del muro. El tumulto de cámaras y micrófonos produce un efecto curioso: quien no tiene argumentos ni seguidores, parece tener muchos de unos y otros. Gran y conmovedor discurso. Hay la nota. Se van los medios de comunicación de paga, porque nadie estaba poniendo atención a lo que decía el candidato, el líder o el sabio, sino a sus teléfonos que, obvio, son al menos más inteligentes que el entrevistado o entrevistada, y hay un terremoto aquí nomás, y al funcionario tal le encontraron que es corrupto, y james bond ha llegado al Zócalo, y la pelea del siglo ha atraído a millones, tal vez porque pensaron que era entre explotados y explotadores.
A la zapatista, el zapatista, nadie le pregunta. Si lo hicieran tal vez no respondería. O tal vez diría el por qué de su absurdo empeño: “acaso quiero derribar el muro, basta con hacerle una grieta”
No ha sido en libros escritos, sino en los que aún no se escriben pero ya son leídos por generaciones, que las zapatistas, los zapatistas han aprendido que si paras de arañar la grieta, ésta se cierra. El muro se resana a sí mismo. Por eso tienen que seguir sin descanso. No sólo para ensanchar la grieta, sobre todo para que no se cierre.
Sabe también la zapatista, el zapatista, que el muro muta en su apariencia. A veces es como un gran espejo que reproduce la imagen de destrucción y muerte, como si no fuera posible otra cosa. A veces el muro se pinta de agradable y en su superficie aparece un plácido paisaje. Otras veces es duro y gris, como para convencer de su impenetrable solidez. Las más de las veces el muro es una gran marquesina donde se repite “P-R-O-G-R-E-S-O”.
Pero el zapatista, la zapatista sabe que es mentira. Sabe que el muro no siempre estuvo ahí. Conoce cómo se levantó. Sabe de su funcionamiento. Conoce de sus engaños. Y sabe también cómo destruirlo.
No le preocupa la supuesta omnipotencia y eternidad del muro. Sabe que son falsas ambas.
Pero ahora lo importante es la grieta, que no se cierre, que se agrande.
Porque el zapatista, la zapatista, también sabe qué hay al otro lado del muro.
Si le preguntaran, respondería “nada“, pero sonreiría como si dijera “todo“.
En uno de los relevos, los Tercios Compas, que no son medios, ni libres, ni autónomos, ni alternativos, ni como se llamen, pero son compas, interrogan con severidad a quien golpea.
“Si dices que no hay nada del otro lado, ¿para qué quieres hacerle una grieta al muro?”
“Para mirar“, responde la zapatista, el zapatista, sin dejar de arañar.
“¿Y para qué quieres mirar?“, insisten los Tercios Compas que para entonces, como todos los medios se han ido, son los únicos que permanecen. Y para ratificarlo, llevan en la camisola la leyenda “Cuando los medios se van, quedan los tercios”. Y, claro, están un poco incómodos porque son los únicos que están preguntando en lugar de darle al muro con la cámara o con la grabadora o al-fin-supe-para-qué-carajos-sirve-este-pinche-tripie.
Los Tercios preguntan de nuevo, faltaba más. Aunque sea que llega en la cabeza, porque la grabadora ya fue, de la cámara mejor ni hablar, y el tripie ahí nomás se hizo ciempiés. Así que repite: “¿Y para qué quieres mirar?”
“Para imaginar todo lo que se podrá hacer mañana“, responde el zapatista, la zapatista.
Y cuando la zapatista, el zapatista dijo “mañana” bien pudo estarse refiriendo a un calendario perdido en un futuro por venir. Podrían ser milenios, siglos, decenios, lustros, años, meses, semanas, días… ¿o ya mañana?, ¿mañana? ¿mañana mañana? ¿Te cae? ¡No chingues si ni siquiera me he peinado!
Pero no todos, todas, pasaron de largo.
No todas, todos, pasaron y juzgaron absolviendo o condenando.
Hubo, hay pocos, muy pocos, tantos apenas que ni una mano agotan.
Estuvieron ahí, callados, mirando.
Ahí siguen.
Apenas de vez en cuando profieren un “mmh” que es muy semejante al que expresan los más antiguos de los pobladores en nuestras comunidades.
Contra lo que se pueda pensar, el “mmh” no significa desinterés o desapego. Tampoco desaprobación o acuerdo. Es más bien como un “aquí estoy, te escucho, te miro, continúa”.
Ya de edad son esos hombres y mujeres, “de juicio” dicen los compas cuando se refieren a la gente mayor, señalando que los calendarios deshojados en la lucha dan razón, saber y discreción.
Entre esos pocos, había uno, hay uno. En veces ese uno se suma a los partidos de fútbol que el comando anti muro organiza para seguir golpeando, aunque entonces sea un balón, y después le toque al teclado de la marimba.
Como de costumbre en esos partidos, nadie pregunta nombres. Uno o una o unoa no se llama juan, o juana o krishna, no. Es la posición que tienes la que te nombra. “¡Oyes portería! ¡Pásala volante! ¡Duro defensa! ¡Dale atacante! ¡Acá delantero!“, se escucha en la algarabía del potrero, con las vacas indignadas porque el ir y venir de los equipos les arruina la comida.
En una orilla, una niña inquieta hace por calzarse unas botas de hule que, se nota, le quedan grandes
“Y vos, ¿cómo te llamas?“, le pregunta el hombre a la niña.
“Yo defensa zapatista“, dice la niña y pone su mejor cara de “si no quieres morir, retírate”.
El hombre sonríe. No ríe abiertamente. Sólo sonríe.
La niña, es claro, está reclutando elementos para retar al que pierda.
Sí, porque acá, cuando el equipo gana, se va a darle al muro. Y el equipo que pierde sigue jugando, “hasta que aprenda”, dicen.
La niña tiene ya parte del equipo y le presume al hombre.
“Éste es delantero“, dice señalando a un chuchito de color indefinido por las costras de lodo y que mueve la cola entusiasmado. “Si corre, acaso para, se va y se va, hasta allá“, y la niña señala al horizonte que el muro oculta.
“Falta que no se le olvide el balón“, dice casi como pidiendo disculpas, “porque luego agarra camino para otro lado; la pelota para allá y el perrito delantero para el otro allá“.
“Este es portero o conserje también le dicen, creo“, dice ahora presentando a un viejo caballo viejo.
“Yo mi trabajo“, explica la niña, “es que no pase el balón, porque mírelo usted, es choco, le falta un su ojo, el derecho, por eso ya sólo mira abajo y a la izquierda y si el tiro viene por la derecha, pues nomás ni en cuenta“.
“Y bueno, ahorita no está todo el equipo. Falta el gato… bueno, más bien es perro. Muy otro el ése-como-se-llama, como que perro pero maúlla, como que gato pero ladra. Lo busqué en el libro de herbolaria cómo se llama un animalito así. No encontré. Dijo el Pedrito que dejó dicho el Sup que se llama gato-perro.
Pero no muy hay que creerle al Pedrito porque…” la niña voltea a uno y otro lado viendo que nadie esté cerca para escucharla, y le dice al hombre en secreto “ese Pedrito le va al América“, luego, ya más en confianza: “Su papá le va a las chivas y se embravece. Si pelean, su mamá los zapea a los dos y ya se están quietos, pero el Pedrito mucho alega, que la libertad según las zapatillas y no sé cuánto”
“Será zapatistas“, corrige el hombre. La niña ni en cuenta, el Pedrito se las debe y ha de pagar.
“Bueno, tú como te llames, el gato-perro ése, tú piensas en tu cabeza ¿será que sabe jugar?”
“Sabe“, se responde ella misma.
“Como el enemigo no lo ve si es perro o es gato, rápido se va por un lado y otro y ¡zás! ahí está el gol. El otro día casi ganamos, pero la pelota se fue pal monte y en eso llegó la hora del pozol y se suspendió el partido. Bueno, te digo tú, el ése gato-perro como-se-llame, sabe. Muy otro el gato-perro ése, tiene su ojo amarillo, así“.
El hombre ha quedado helado. La niña ha descrito un color con sus manitas. El hombre ha rodado mundos y penas, pero no había encontrado a alguien que describiera un color con un ademán. Pero la niña no está para impartir cursos de fenomenología del color, y sigue hablando.
“Pero no está ahorita, el gato-perro“, dice con pena, “creo que se fue de cura porque dicen quesque se fue a un seminario contra el pinche capitalismo cabezón. ¿Tú lo sabes cómo es su modo del pinche capitalismo cabezón? Bueno, mira, te lo voy a dar la plática política. Resulta que la pinche sistema no te muerde sólo de un lado sino que onde quiera te está chingando. Todo lo muerde la pinche sistema, todo se lo zampa y si ya se engordó mucho, pues lo gomita, y de vuelta con su tragadera. O sea que para que me entiendas el maldito capitalismo no tiene llenadero. Por eso yo le dije al gato-perro ése que para qué se va de cura a un seminario. Pero acaso obedece. ¿Usted cree que va a ser cura un gato-perro? No, ¿verdad?, ni por muchos goles, ni por mucho ojo amarillo. ¿Tú lo vas a dejar que te dé un casorio un gato-perro, manque tenga su ojo amarillo, ¿verdad que no? Por eso yo, cuando nos cásemos con mi marido nada de cura, sólo con el municipio autónomo y eso por el baile, que si no, ni eso. Nomás permisados para que no anden mal hablando. Solita yo y mi ése-como-se diga, y si no muy sirve el marido pues a volar cuervos que te sacarán los ojos. Así dice mi abuela, que ya está grande ya, pero bien que combatió el primero de enero de 1994. ¿No lo sabes qué pasó el primero de enero de 1994? Ah, pues luego te lo canto una canción que lo dice todo clarito. Ahorita no, porque de repente ya nos toca jugar y hay que estar listas. Pero para que no estés con pendiente te digo que ese día le dijimos a los pinches malditos malos gobiernos que ya estuvo bueno, que hasta aquí nomás, que ya basta de sus chingaderas. Y dice mi abuela que fue por las mujeres, que viera que por los pinches maridos, pues nada, que ahí estaríamos dando lástima, como los partidistas de por sí. Bueno, no lo tengo visto todavía quién para mi marido, porque luego son muy tarugos los hombres, vieras. Y ahora estoy todavía niña. Pero ya luego lo sé que mucho me van a mirar los pinches hombres, pero yo, seria, nada de que sí, nada de que no, nada de que no sé, o sea que me voy como quien dice a dar mi lugar y si el pinche marido se quiere pasar de rosca bueno, pues por eso estoy de defensa zapatista, ahí nomás le doy su zape y anda vete, que me respete como mujer zapatista que soy. Claro, no va a entender luego, así que varios zapes hasta que lo entienda la lucha de como mujeres que somos”
El hombre ha seguido atento toda la perorata de la niña. No así el perrito de las costras de lodo, que a saber dónde anda. Ni el caballo tuerto que mastica con parsimonia un plástico herencia del alumnado de la escuelita. Con todo, el hombre no se ha reído, apenas si ha alcanzado a parpadear al mismo ritmo de su sorpresa.
“Ya vamos a ser más“, anima la niña, “de repente dilata, pero sí vamos a ser más“.
El hombre tarda en comprender que ahora la niña se refiere a su equipo. ¿O no?
Pero la niña ahora estudia al hombre con mirada de cazatalentos, después de varios “mmh“, le suelta “Y vos, ¿cómo te llamas?“.
“¿Yo?” dijo el hombre sabiendo que la niña no pedía el árbol genealógico, ni el escudo heráldico, sino una posición.
Después de recorrer mentalmente sus opciones, el hombre responde: “yo me llamo recoge balones“.
La niña se queda callada, valorando la utilidad de esa posición.
Después de pensarlo un rato, le dice al hombre, no para consolarlo, sino para que se dé cuenta de lo importante:
“Recoge balones, no cualquiera, eh. Ahí tiene usted, si el balón se va para allá nomás, onde el acahual, olvídate, no hay quien quiera ir, porque está muy fiero ahí, mucha espina, mucha mostazilla, arañas, de repente hasta culebra. O de repente la pelota se va al arroyo y no fácil se pepena, porque el agua lo lleva, así que hay que correr para alcanzarlo, al balón. Así que recoge balones cuenta, vale pues. Sin recoge balones nomás no hay partido. Y si no hay partido, pues no hay fiesta, y si no hay fiesta pues no hay baile, y si no hay baile pues de balde me peino y de balde me pongo los prensapelos de colores, mira“, dice la niña y de su morraleta saca un montón de prendedores de muchos colores, tantos que ni los hay todavía.
“Recoge balones no cualquiera“, le repite la niña al hombre mientras lo abraza, no para consolarlo, sino para que entienda que todo lo que vale la pena se hace en equipo, en colectivo, cada quién su tarea.
“Yo sería, pero no. Mucho miedo me dan las arañas y las culebras. El otro día hasta soñé muy fiero por su culpa de una pinche culebra que topé en el potrero. Así nomás“, y extiende sus brazos tanto como puede.
El hombre sigue sonriendo.
El partido acaba, la niña no ha completado el equipo para retar y se ha quedado dormida en el suelo.
El hombre se levanta y le pone su chaqueta porque la tarde ya pardea y el fresco alivia la tierra. Tal vez hasta llueva.
Un miliciano está ahora regresando con las identificaciones que pidió la Junta de Buen Gobierno. El hombre espera su turno.
Por fin dicen su nombre y se acerca a recoger su pasaporte que tiene al frente un grabado que reza “República Oriental del Uruguay”. En su interior hay una foto de un varón con cara de “¿Qué diablos estoy haciendo aquí?” y a su lado se lee “Hughes Galeano, Eduardo Germán María”.
“Oiga“, le pregunta el miliciano, “¿usted se puso Galeano de nombre de lucha por el compa sargento Galeano?“.
“Sí, creo que sí“, responde el hombre mientras sostiene el pasaporte dudando.
“Ah“, dice el miliciano, “de por sí eso pensé“.
“Oiga y su tierra, ¿dónde mero queda?”
El hombre mira al miliciano zapatista, mira el muro, mira a la gente dale y duro a la grieta, mira a los niños jugando y bailando, mira a la niña tratando de hablar con el perrito, con el caballo choco y con un animalito que bien podría ser un gato, o un perro, y dice resignado: “también aquí“.
“Ah” dice el miliciano, “¿y usted a qué se dedica?”
“¿Yo?“, trata de responder el hombre mientras recoge su mochila.
Y de pronto, como si apenas acabara de entender todo, responde sonriendo “Yo soy recoge balones“.
El hombre ya está lejos y no alcanza a escuchar al miliciano zapatista que murmura con admiración: “Ah, recoge balones, no cualquiera“.
Ya en la formación, el miliciano le dice a otro: “Oí Galeano, que hoy conocí a un ciudadano que se puso tu nombre“.
El sargento Galeano sonríe, como de por sí, y replica “no hombre, ¿cómo crees?“.
“De por sí“, dice el miliciano, “de dónde si no va a sacar ese nombre el señor ése“.
“Ah“, dice el sargento de milicias y maestro de la escuelita Galeano, “¿y qué es lo que hace él?“, pregunta.
“Es recoge balones“, dice el miliciano y se va corriendo para alcanzar pozol.
El sargento de milicias Galeano, recoge su cuaderno de apuntes y lo guarda en su morraleta mientras dice entre dientes: “Recoge balones, como si fuera tan fácil. Si no cualquiera es recoge balones. Para ser recoge balones se necesita mucho corazón, como de ser de zapatista, y para ser de zapatista no cualquiera, aunque eso sí, luego hay alguien que no sabe que es de zapatista… hasta que sabe“.
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Tal vez no me crean ustedes, pero esto que les cuento pasó hace apenas unos días, unas semanas, unos meses, unos años, unos siglos, cuando el sol de abril abofeteaba la tierra no para ofenderla, sino para que despertara.
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Hermanas y hermanos familiares de los Ausentes de Ayotzinapa:
Su lucha es ya una grieta en el muro del sistema. No dejen que se cierre Ayotzinapa. Por esa grieta respiran no sólo sus hijos, también las miles de desaparecidas y desaparecidos que faltan en el mundo.
Para que esa grieta no se cierre, para que esa grieta se ahonde y se ensanche, tendrán ustedes en nosotros, nosotras, zapatistas, una lucha común: la que transforme el dolor en rabia, la rabia en rebeldía, y la rebeldía en mañana.

SupGaleano.
México, mayo 3 del 2015.