lunes, 26 de noviembre de 2012

El 7D y la comunicación como campo de batalla


Por Mariano Pacheco. La importancia de avanzar con la puesta en práctica integral de la Ley de Medios. El lugar de los medios populares y comunitarios para la verdadera democratización de la producción y circulación de la información en nuestra sociedad.




Se sabe –hoy más que nunca– que hay que hacer un gran esfuerzo para no ser hablados cotidianamente por otros. Así como también que gestar una mirada propia, absoluta, es imposible. Por supuesto, si uno se distrae un segundo, cae en la desgracia de repetir (¡y encima inconscientemente!) el discurso prefabricado día a día  por los medios político-comunicacionales hegemónicos.
Ya lo decía Martin Heidegger, allá por 1933: en el cotidiano, vivimos en “estado de interpretado”. Porque lo hablado “por” el habla traza círculos cada vez más anchos y toma un carácter de autoridad. “La cosa es así porque así se dice”, señala Heidegger en Ser y tiempo. Creemos comprender todo cuando en realidad repetimos aquello que “oímos”, o que “leímos”… en alguna parte. O que “vimos”, podríamos agregar nosotros hoy, asediados no sólo por la televisión sino por las de otras formas de invasión publicitaria. Estas “habladurías” y “escribidurías”, como raramente las llama este pensador alemán, nos determinan lo que se ve, y cómo se ve.
Por supuesto, no es sólo que haya sectores que nos mienten diariamente. Sino que además pretenden hacernos creer que no toman partido, en un caso, o que el partido que toman para enfrentar a quienes se ocultan bajo el lema de la independencia es el único modo de decir la verdad. Cuando en realidad, de lo que se trata, es de dejar en claro que no hay una verdad transparente y universal, sino que las luchas, las relaciones de fuerzas nos sitúan en una perspectiva en la cual cada uno defiende a capa y espada su concepción de verdad. De allí que resulte imprescindible librar las batallas que sean necesarias para poder ampliar las posibilidades de hacer oír otras voces. Porque tal como ha señalado alguna vez Michel Foucault, existe todo un sistema de poder que obstaculiza, que prohíbe, que invalida el discurso y el saber de las masas. Obviamente, no es que nos autoasignemos un rol específico determinado, del tipo “somos la vía de expresión popular”, o recurriendo a viejos lemas, somos “la voz de los que no tienen voz”. No, tan sólo decimos que, ya que se ha promulgado una ley que abre el juego, bien, entonces, que hagamos lo imposible por garantizar que el juego se abra ampliamente de una buena vez.
Porque a esta altura, ya no caben dudas que las cosas son hoy muy diferentes a como se nos presentaban años atrás, cuando el conjunto de los medios pretendían mantener a toda costa sus ínfulas de independencia, libertad y neutralidad. Hoy, en la Argentina contemporánea, hay una batalla que ya se ha ganado: la que sitúa a los comunicadores como sujetos políticos, con una línea editorial determinada. En este sentido, la elaboración misma del proyecto de Ley, y su posterior aprobación –tal como destacó Natalia Vineli en una nota publicada en la revista Sudestada del mes de noviembre– logró sacar a la comunicación (y al papel que los medios juegan en la conformación de la subjetividad social) del lugar de “tema para especialistas”, para situarlo en un tema de debate, de polémica, de amplios sectores de la población.

Lo que está faltando, de la mano de la desinversión por parte de los sectores empresariales monopólicos de la comunicación, es una verdadera democratización de la producción y circulación de la información. Situación en la cual podría avanzarse, al menos de un modo parcial, con la aplicación del 33% del espacio para las organizaciones sin fines de lucro. Una designación poco feliz, por cierto, que no da cuenta de las asimetrías existentes entre experiencias populares, comunitarias de comunicación, y las experiencias atadas a importantes fundaciones. Pero no importa. Lo que se discute no es lo ideal, sino lo posible en el corto plazo. Y lo que la nueva Ley de Medios habilita es a un reordenamiento del espacio radioeléctrico, en el cual estas experiencias de comunicación popular podrían tener un importante lugar, del cual hoy carecen.
Por supuesto, en un nuevo tipo de sociedad, construida sobre nuevas bases, no sólo estarían en cuestión los monopolios de los medios de comunicación, sino todos los monopolios, y el carácter privado mismo de la actividad económica y social. Pero hasta ahora, luego de la derrota de las experiencias de transformación revolucionaria de las sociedades que dieron todo lo que pudieron durante el siglo anterior, no se ha edificado en  ningún rincón del planeta una alternativa tal. Tenemos ensayos político-sociales, como en Venezuela, en donde ya podemos vislumbrar el rol que los medios empresariales de comunicación juegan para boicotear cualquier intento de hacer otra cosa. De allí la importancia de librar batallas comunicacionales más allá del típico lugar de “difusión” o “concientización”.
Los dados ya ruedan sobre la mesa. El show televisivo cuyo exponente más emblemáticamente vergonzoso es Jorge Lanata ya viene desde hace rato –como en otros sitios del continente– dando sus zarpazos sobre el sentido común. Es hora de no dejar espacios vacíos, y apostar a que las experiencias periodísticas que pugnan por insertarse críticamente en la realidad (es decir, que pretenden hacerse cargo del conflicto que estructura una sociedad basada en el antagonismo) disputen sentido social en mejores condiciones. 

viernes, 23 de noviembre de 2012

Bañando en ácido a Eva Perón

Nota-homenaje a Néstor Perlongher, publicada hoy en  Página/12 (Suplemento Soy)

POR Mariano PachecoEn 1975, el poeta y militante del deseo Néstor Perlongher escribe “Evita vive”, un relato en tres tiempos en donde Eva Perón ligada, a través de la literatura, con las luchas políticas de las minorías.



Tal vez retomando Eva Perón, la obra de teatro de Copi (que finaliza con la sugestiva frase: “Evita, señores, está más viva que nunca”), Néstor Perlongher retoma en “Evita vive” cierto espíritu irreverente presente en la obra de Copi. Porque está más viva que nunca, podríamos decir, Evita regresa. No para ser Montonera (una combatiente guerrillera que lucha por el socialismo), sino que vuelve para ser, entre las millones de posibilidades de su retorno, una prostituta, una drogadicta, una reventada. Es que la Evita de Perlongher, a decir de Martín Koan y Paola Cortes, es una “Evita-década-del-70, camisa y pelo suelto, que expresa en su cuerpo el puro goce”.
Con un humor ácido, la literatura de Perlongher logrará transgredir todas las normas y poner en jaque la moralidad de las costumbres sociales y los lugares comunes de las bellas letras. En “Evita vive” la diversión, el goce, la fiesta, el juego y la aventura, lograrán construir una realidad muy diferente a la histórico-social y sus representaciones, tanto peronistas como antiperonistas. A través de una mirada lúcida, Perlongher plantea una importante batalla contra todos aquellos que libran “cruzadas morales”, y  se erigen en censores, contra aquellos que arman una red de prejuicios, que siembras culpas, y que suelen ser los que pretenden instituirse en jueces, en quienes definen lo que está bien y lo que está mal.
De allí que en este relato, Evita no sólo no será “la señora”, “la primera dama”, sino que ni siquiera será la Eva combativa reivindicada por el discurso militante, sino que el eje central del relato está puesto en el puro goce corporal. Evita vuelve, sí, pero para ser puro sexo, droga y descontrol. Y resignificar los lugares comunes construidos en torno a su figura. Así como el obrero resignificó el insulto de “cabecita negra” por una marca identitaria de “descamisado”, en este relato Evita resignifica su lugar de “mediadora” entre Perón y las masas, su pasado de actriz-prostituta, su estigma por la enfermedad que la llevó a la muerte, su lugar de santa una vez fallecida.
Irreverente, Perlongher presenta así una Evita-reventada, que además de gozar sexualmente, luego, ella también se “picará”, para quedar junto a su hombre revolcada por el piso. Y cuando “la cana” llegue, Evita será mediadora, sí, pero esta vez no entre el líder y las masas, sino entre la ley y los descarriados. Evita evita que se lleven presos a los drogadictos, y les aclara a “sus grasitas, sus descamisados”, que ella lo vigila todo. De allí que su partida al cielo sea reinterpretada por los ellos como una ida para hacer “un rescate”, y su vuelta, para “repartirle un lote de marihuana a cada pobre para que todos los humildes andaran superbién, y nadie se comiera una pálida más, loco, ni un bife”. Porque el cielo que habita Evita no es un espacio angelical, lleno de santos (“Santa Evita Montonera”), sino una suerte de edén “lleno de negros y rubios y muchachos así”.
En contraste con la “historia oficial”, donde Evita aparece como la sombra de Perón, aquí es Evita la gran protagonista. Es más, Perón, como general, es un equivalente de los marineros que transitan por el puerto, en busca de maricas y prostitutas: “con ellos nunca se sabe”, dice uno de los personajes.
Por último, un tema candente: la enfermedad que la llevó a su muerte. Ni reivindicación gorila (“viva el cáncer”), ni condescendencia lacrimógena (“pobrecita”). En este afán de resignificar todo, Perlongher dice sobre esas manchas que Evita lleva en su cuerpo: “no le quedaban nada mal”; subrayando una perspectiva estética que se acentuará con sus largas uñas pintadas de verde (“que en ese tiempo era un color muy raro para las uñas”), presentando a Evita como a una precursora del punk, y también, de la lucha contra la despenalización del consumo de drogas.



jueves, 8 de noviembre de 2012

Sin coca, sin panchos… y sin micros: ¡una verdadera expresión ciudadana!


Unas líneas sobre el 8N 
Por Mariano Pacheco



“¡Un pueblo de ovejas, genera un gobierno de lobos!”. Con esta consigna, los caceroleros de teflón convocan hoy a movilizarse en el centro porteño… y en todas las plazas y ciudades del país. Porque la unión hizo la fuerza, dicen, hay que multiplicar la convocatoria por las redes sociales.
Pantalón oscuro, remera blanca y escarapela es el “uniforme” adecuado para cantar, bailar o expresarse como cada uno quiera, pero eso sí –insisten– siempre con respeto, y con carteles –pero sin hablar– para “no darle letra a 6, 7, 8”. Esos odiosos que confunden el deber que les otorga el 54% de los votos obtenidos por el gobierno nacional en las últimas elecciones, con el poder (“todo es ilusión”, decía Lenin, “menos el poder”), esos odiosos, remarcan las señoras y señores, los jóvenes patriotas, tendrán que escuchar –de una vez por todas– la voz de los que siempre tuvieron voz. ¿Y vos? ¿Qué pensas hacer hoy?
Ayer, cruzando la intersección de las avenidas porteñas Callao y Santa Fé, tuve un cruce de realismo mágico. Unos pibes y pibas jóvenes, muy jóvenes, a quienes todos los que pasan por allí cualquier otro día hubiesen mirado con odio y desconfianza, esta vez se acercaron a ellos, sonrientes. Es que estos niños (¿serían del conurbano, o de alguna villa de la capital?), esta muchachada que suele ser despreciada por las almas bellas (y racistas, como decía Sartre) de la culta ciudad, vendían unas coloridas y jocosas remeras cuyo estampado decía: “8N: Presente”. Cuando me di vuelta para continuar mi marcha, casi choco al maestro Juan Sasturain. Fue tanta la sorpresa y el contraste que ni lo saludé. Sólo sonreí. Minutos después me dije que por qué no lo paré unos instantes, al menos para agradecerle por haber escrito Manual de perdedores. O para pedirle un contacto y hacer un futuro reportaje. O para recordarle que era el molesto que hace un tiempo lo llamé un montón de veces para concertar un encuentro (que nuca sucedió porque siempre “tenía que viajar”) y poder grabarle unas palabras y sacarle una foto para poder publicar la entrevista en una revista. En fin, el hecho es que seguí caminando y observando a la gente pasar, sonriente –porque era temprano, no hacía todavía tanto calor, y la falta de luz y agua no eran aun el principal tema de conversación–, mirándose entre ellos como estableciendo una especie de contraseña invisible. Como si se dijeran: “falta poco. Mañana es el bendito 8N. Falta poco, en cualquier momento vuela la conchuda y todos felices, y contentos”.
Recordé la invitación que hace unos días me hizo mi amigo Esteban Rodríguez, para que escribiera en el próximo número temático de la legendaria revista platense La grieta (ahora digital, y por lo tanto, sin ubicación geográfica determinada), que se titulará, precisamente, “La conchuda”. Mi respuesta fue que no, Rodríguez –él siempre me dice Pacheco, y yo a él Rodríguez, a pesar de que hace una década que somos amigos–, porque no soy kirchnerista, y no tengo mucho por decir. Me pregunto ahora si no debería decirle que sí (¿habrá tiempo, Rodríguez, un espacio para un compañero díscolo, uno de la zurda loca que no anda por el mundo defendiendo el modelo?), que sí podría escribir algo, porque al fin y al cabo Perón (ese viejo endemoniado que “cagó” a la muchachada de la Juventud maravillosa), en algo tenía razón. Al menos, en la certeza de esa frase que repetía hasta el cansancio: “No es que los peronistas seamos buenos… es que los otros son peores”.
En fin, cuando uno ve que el cuartetero José Manuel de la Sota, los PROchetos porteños Mauricio Macri y Federico Pinedo, la procesista de la Chechu Pando, la conversa de Patricia Bullrich, el asesino de Eduardo Duhalde (y los duhaldistas Gerónimo “Momo” Venegas y Eduardo Amadeo), el tinellista-peronista Francisco de Narváez, el gastronómico de mal gusto Luis Barrionuevo, el socialista ampliamente progresista de Hermes Binner, el sojero Eduardo Buzzi y los históricamente desubicados de los radicales figuran entre la lista de integrantes del F-TN (Fantasmal Tren Nacional), que convocan o adhirieren a la movilización ciudadana de hoy, cuando los vemos todos unidos por la defensa de la República, dan ganas de meterse en tubo y volar por los aires. Y desembocar en algunas de esas ciudades invisibles de Ítalo Calvino. Sí, ya sé: la política no es literatura. Y la política argentina actual se parece más a las ciudades infernales que a las utópicas. ¿Habrá que asistir a la movida de hoy, para confirmar que “el infierno son los otros”? ¿O basta con verlo por TV? Como sea, la marcha de hoy es abiertamente reaccionaria. Habrá que hacerle caso a Calvino entonces, y tratar de ver qué y quien, en medio del infierno, no es infierno. Y hacer que dure, y dejarle espacio”.

martes, 6 de noviembre de 2012

De Córdoba al Conurbano (segunda parte)

Relato de la serie Montoneros silvestres 
(Publicado en http://www.marcha.org.ar)

Por Mariano Pacheco

Pepe y Lili llegaron a Buenos Aires con lo puesto, como parte de un traslado de la Juventud Universitaria Peronista. En Capital Federal, como en otros sitios del país, Montoneros también comenzó a recibir golpe tras golpe de la represión. Así fue como el cerco, que se estrechaba cada día, obligaba a los militantes a replegarse al Conurbano Bonaerense.


Para cuando Pepe abandono su suelo natal, la situación de Córdoba no era una excepción: como en tantos otros lugares del país, la estructura de Montoneros se venía cayendo a pedazos hacía rato. Hacía tiempo, además, que ya no tenía un sustento de masas. Por eso la retirada no era sólo geográfica. El repliegue se daba hacia otro sitio del país, pero también, hacia otro lugar dentro del mismo aparato de la organización. Los únicos lugares seguros, los únicos que realmente quedaban en pie, eran Rosario y Buenos Aires.
“La idea era ver cómo te salvabas, y después tomar la decisión si querías o no seguir luchando. Ya era una decisión bastante individual. Si querías desengancharte no ibas a la cita y listo. Muchos compañeros hicieron eso. No era una decisión fácil continuar militando en esas condiciones”, relata Pepe, para quien la sola idea de abandonar la lucha se le tornaba insoportable.
Al llegar a Capital –no recuerda si fue antes o después de la caída de la citas nacionales, pero supone que fue antes, por lo bastante bien que funcionaba todo–, en octubre de 1976, la organización tenía una estructura que ubicaba a los recién llegados en distintas pensiones de la ciudad. “El verso que me armé tenía que ver con hacerme pasar por un nadador cordobés que iba a tal club. Con otro compañero con quien compartíamos la pieza de la pensión –el Silvio– salíamos con el bolsito deportivo en la mano todas las mañanas”.
Fue por esa época cuando leyó esos libros donde aparecían tácticas y estrategia de guerra, sobre todo las que habían utilizado los rusos contra los alemanes durante la Gran Guerra. Esas lecturas eran parte de su nueva dinámica militante, junto con la participación en tareas de propaganda. “Estoy casi seguro de que mucha gente, al igual que nosotros, no había participado nunca en operativos milicianos. Al menos hasta ese momento”.
Para entonces él aun no participaba de la estructura de “La Orga”. “Éramos militantes de la JUP. Eso era un traslado de la JUP. Orgánicamente no estábamos estructurados en Montoneros. Nosotros éramos la última generación, la última camada que entró a militar antes del Golpe”.
En Capital Federal, además darles  documentos y dinero, los militantes que los recibieron –enganchados con la estructura federal de la organización– fueron quienes los atendieron políticamente. Pepe recuerda que, entre las discusiones que tenían, estaba la de la reinserción. Porque si bien la organización les daba plata para que se instalaran en las pensiones, la orden que tenían era buscar trabajo e insertarse dónde y cómo pudieran, pero insertarse socialmente. “Ese proceso era lento, pero era necesario hacerlo. Porque si no era como que estábamos haciendo turismo en Buenos Aires: los teatros, los cines, estábamos de joda”.
El desencadenante de ese proceso fue lo que pasó una tarde  en la Bombonera. Era la primera vez en su vida, encima, que Pepe iba a la cancha. Pero estaba junto con todos los cordobeses, que se iban a ver el partido Boca-Talleres. Y lo sumaron. Ni bien llegaron a la cancha todos se fueron a la bandeja del medio. Salvo Pepe, que junto con Silver y El Flaco Berti, se van a la bandeja más alta. Desde allí vieron lo que pasó. Como en otras oportunidades, la barra se entusiasma y comienza a cantar la marcha peronista. “Los muchachos peronistas, todos unidos triunfaremos, y como siempre daremos, un grito de corazón…”. El problema fue que la muchachada montonera se entusiasmó demasiado, y enseguida largaron el estribillo incendiario: “Ayer fue la resistencia, hoy Montoneros y FAR, y mañana el pueblo entero, en la guerra popular”. El desencadenante fue que, a la salida del estadio, el Pulga y el Conejo –dos de los militantes cordobeses que habían iniciado el cantito de combate– fueron secuestrados. Y para acompañar los males, comienzan a colaborar con el enemigo. Se produce una crisis grande, porque la colaboración del Conejo provoca una serie de caídas, y todos se desparraman. “Nadie sabía cómo organizar el tema de las pensiones”.
Una de esas citas que el Conejo cantó en la tortura fue la que tenía con Lili. En ese momento Lili vivía con su responsable. “Ella tenía cita por un lado y yo cita por el otro. Vivíamos en oeste, bajábamos en Once y nos íbamos a trabajar. Después, cada una hacía sus cosas por su lado, y a la noche nos veíamos nuevamente en la casa”. Pero ese día, cuando su responsable va a cumplir con su cita, se entera de la caída del Conejo. “Sabiendo de mi cita con él, pero desconociendo por medidas de seguridad el lugar exacto donde trabajaba, se mandó a la zona, y estuvo caminando en redondo para ver si me encontraba por ahí. Y en un momento dado, cuando bajo al correo –porque era secretaria, aclara Lili– me la encuentro. Me dice con la cara desorbitada que hacía como dos horas que me estaba buscando, porque el Conejo había caído y estaba cantando todo. Era la segunda vez en la vida que salvaba mi vida”.
La primera vez –recuerda Lili– había sido en Córdoba, apenas unos meses atrás.
“Yo me había ido a vivir a la pensión con una compañera que era mi responsable. Ya éramos ilegales las dos, la cosa estaba jodida. Y ella estaba con otro compañero que hacia el control, que a su vez era su responsable. No hacía falta que yo cumpliera cita, porque lo hacia ella por las dos. Pero cuando este compañero cae, ella me dice que tenemos que levantar la pensión. Entonces embutimos materiales que teníamos y nos vamos para otro lado. Al tiempo, a las dos semanas ponele, recibo la orden de ir a levantar la casa porque el compañero no había cantado. Voy… Y cuando entro a la pensión, me encuentro con una mujer embarazada y dos tipos de civil. Me empezaron a preguntar inmediatamente por qué me había ausentado tanto tiempo, a donde me había ido, que estaba haciendo. Y ahí mismo entro a armar un verso, lo más prolijo que puedo. Les digo que había ido a la casa de mi abuela, y toda una serie de datos que eran ciertos, legales. La cuestión es que estuve como una hora y media, con ellos anotando todo. Y cuando me estoy rajando, la vieja de la pensión me agarra y me dice, mirándome fijamente a los ojos: `encontré cosas`. No sé por qué, pero la vieja me salvó la vida”.
Ahora Lili se salvaba nuevamente y, nuevamente, debía salir de raje. Pero: ¿dónde? El nuevo destino es la zona sur del Conurbano.


sábado, 3 de noviembre de 2012

Homenaje a Carlos Olmedo


Genealogía de una leyenda 

Por: Mariano Pacheco para revista Sudestada


A Carlos Enrique Olmedo, militante de las FAR, se lo recuerda por tres episodios: la toma de la ciudad bonaerense de Garín, la polémica que sostiene con Mario Roberto Santucho y su muerte, ocurrida en Córdoba el 3 de noviembre de 1971, en el “Combate de Ferreyra”. Pero su vida estuvo marcada por una cantidad de pequeños actos que hicieron de su figura una leyenda de la militancia revolucionaria en la Argentina.


A Carlos Enrique Olmedo se lo recuerda, fundamentalmente, por tres episodios: la toma de la ciudad bonaerense de Garín, ocurrida el 30 de julio de 1970 -acción a partir de la cual salen a la luz pública las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR)-; la polémica que sostiene con Mario Roberto Santucho durante el primer semestre de 1971; y su muerte, ocurrida en Córdoba el 3 de noviembre de 1971, en el famoso “Combate de Ferreyra”. Pero su corta aunque intensa vida estuvo marcada por una gran cantidad de pequeños actos que hicieron de su figura una leyenda de la militancia revolucionaria en la Argentina.
Pero esos tres episodios no son lo único que realizó, aunque esa falta de datos se debe en parte a que durante esos breves años de militancia permaneció en la clandestinidad, y a que quienes compartieron sus días junto a él fueron asesinados en distintos momentos de la represión legal e ilegal que el Estado argentino perpetró contra aquella generación que apostaba por su disolución. El hecho es que no han llegado a nuestros días muchos testimonios de este Lenin de América Latina.
Se sabe, sí, que nació en un humilde hogar de la hermana República del Paraguay. También que fue una figura bastante atípica. Jose -como le decían sus compañeras y compañeros-, a pesar de haber tenido una infancia y una adolescencia que no le fueron nada fáciles, llegó a graduarse en Filosofía y Sociología en la Universidad de La Sorbona, Francia, siendo muy jovencito. Treinta años después, Jorge Omar Lewinger recordará con asombro que con tan sólo 23 años diera cursos de posgrado en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Es que para Olmedo, como para tantas mujeres y hombres de su generación, la acción y las palabras no estaban escindidas. Y por eso hablaba de los conceptos como herramientas, como armas en el combate por la emancipación de los trabajadores.
Con una sólida formación marxista, fue de quienes sostuvieron más enérgicamente la necesidad de acercarse al peronismo, hacia fines de los 60, sin renunciar por ello a una perspectiva de revolución socialista que tuviera como protagonista principal a los proletarios de este suelo nacional. En las discusiones políticas, comentan quienes compartieron un tramo del recorrido junto a él, era capaz de remontarse hasta la historia de Galileo para fundamentar una idea sobre la coyuntura. Y después, al finalizar una reunión, sentarse con tranquilidad a escuchar la música de Mozart.
Aunque la paradoja mayor, seguramente, haya sido aquella participación como invitado de los ya entonces clásicos almuerzos televisivos de Mirtha Legrand. Invitación que recibió por su desempeño como directivo de la empresa Gillette, donde trabajó hasta que se vio obligado a pasar a la clandestinidad, en 1970.
Promediando la década del sesenta, Jose fue uno de los integrantes más jóvenes del staff de la mítica revista La Rosa Blindada. Allí aprendió a mirar al peronismo de otro modo, y ayudó a que otros lo interpretaran también, desde la izquierda, de manera diferente. Y contribuyó como pocos a la formulación de la categoría de Nacionalismo Popular Revolucionario. Pero antes de eso, aun antes de fundar las FAR -que asumirían la identidad peronista y más tarde se fusionarían con Montoneros- Olmedo y varios integrantes de su grupo permanecieron un tiempo en Cuba. En la Isla recibieron entrenamiento militar, formación política, y claras instrucciones del comandante Ernesto Che Guevara para instalarse en Argentina, como grupo de apoyo a su inmensa apuesta por la Revolución Latinoamericana. La historia se conoce: Guevara fue capturado y ejecutado por la CIA en la selva boliviana, y todos aquellos que pensaban seguirlo en su recorrido reformularon sus propuestas, para desarrollar la lucha revolucionaria desde otras perspectivas, aunque siempre fieles al ideario de crear muchos Vietnam en el continente.

(La nota completa en la edición gráfica de Sudestada Nº 114 - noviembre 2012)


viernes, 2 de noviembre de 2012

La concepción ética de la política


Breve aporte al debate sobre el pensamiento crítico

Por Mariano Pacheco para http://www.marcha.org.ar

La concepción moral y la concepción ética de la política. Dos miradas que dividen aguas respecto a cómo entender el mundo que habitamos. Dos caminos diferentes a la hora de actuar.


La separación tajante de las acciones a partir de un a-priori que divide entre lo que está bien y lo que está mal es uno de los presupuestos desde los cuales parte la concepción moral de la política. Dicho a priori desconoce que no hay política previa a su realización. Por el contrario, la concepción ética de la política, no evalúa si una generalidad se aplica bien o mal a cada caso particular. Ya que más que juzgar, la ética pregunta.
Retomando el conocido lema Spinoza (“No sabemos nunca lo que un cuerpo puede”), Gilles Deleuze plantea que, definiendo las experiencias a partir de la pregunta por lo que pueden, se abre la posibilidad de la experimentación. ¿De qué soy capaz? ¿Qué es lo que pueden nuestros pensamientos, nuestras pasiones y nuestras acciones? Por supuesto, de lo que somos capaces, no depende de un simple acto de voluntad, sino de una serie de combinatorias de las cuales, el tener en cuenta dónde y de qué modo estoy situado, se torna fundamental. De allí que Deleuze rescate que la mirada de Spinoza sobre la ética se centra más en las potencias (las acciones y las pasiones de las que es capaz un cuerpo) que en las esencias, como lo hace la moral (“qué puedo, más que qué debo”).
Entendida así, como experimentación, la política se torna fundamentalmente anti-jerárquica, desde el momento en que cuestiona la división entre los que saben y los que no. Es que la concepción ética de la política -a diferencia de la  concepción moral, que es absolutamente jerárquica- no se encuentra atada a una escala de valores. No procede juzgando (“esto se acerca más al bien, esto otro, se aleja”). Desde ya, esto no implica no diferenciar entre lo bueno y lo malo, pero dicha diferencia tiene que ver más con la autenticidad de las experiencias que con un deber-ser.
En esta anti-jerarquía fundamental pierde sentido el lugar privilegiado del sabio –aquel que dictamina que está bien y qué está mal, cual es el mejor tipo de sociedad y cuáles son los pasos que hay que dar para conquistarla– o, más bien, se torna prescindible. El lugar del sabio, por supuesto, adquiere distintas posturas de acuerdo a los lugares, las épocas y los contextos. Puede ser el sabio en términos de aquél que tiene más experiencias, el que más leyó, o simplemente, aquél que aprueba o desaprueba lo que hacen o dicen los demás. De allí su lugar reaccionario. Y de allí que, lecturas como las mencionadas, ayuden a pensar en conjurar su función. Y abrir el campo de posibilidades a experiencias impensadas desde las lógicas morales y moralizantes.