jueves, 28 de junio de 2012

Avanza cambio de nombre de la estación Avellaneda



Las formas en que nombramos también dicen quienes somos como sociedad



La Cámara de Diputados aprobó ayer, miércoles 27 de junio, un proyecto de ley que propone denominar “Kosteki y Santillán” a la actual estación Avellaneda, en conmemoración de Darío y Maxi, asesinados el 26 de junio de 2002 en la denominada Masacre de Avellaneda, cuando las fuerzas represivas del estado, bajo el mando del entonces presidente Eduardo Duhalde, reprimieron la movilización que pretendía cortar una vez más el Puente Pueyrredón.

miércoles, 27 de junio de 2012

lunes, 25 de junio de 2012

Entrevista en TELAM


“Lo recuerdo como lo conocí, un pibe con inquietudes y muy empecinado en sus posiciones”

Mariano Pacheco, uno de los autores de la biografía Darío Santillán. El militante que puso el cuerpo, y compañero de militancia, aseguró que “era un pibe de barrio que se había politizado y era empecinado, sí tenía una posición la discutía a muerte y era capaz de pelearse mal”.



Entrevista completa en:

Hoy en el diario Página/12


Entrevista con los autores de Dario Santillan, el militante que puso el cuerpo
“Era un referente muy importante”


Ariel Hendler, Mariano Pacheco y Juan Rey cuentan por qué le dedicaron un libro al militante asesinado junto a Maximiliano Kosteki, de cuyas muertes se cumplen diez años mañana.



Nota completa en:

domingo, 24 de junio de 2012

"Lo de Franchiotti es una provocación"


Entrevista al periodista Mariano Pacheco, ex compañero de militancia de Darío
coautor de Darío Santillán, el militante que puso el cuerpo

A diez años de la Masacre de Avellaneda, el recuerdo de los hechos del 26 de junio 
Publicado en el diario La mañana de Neuquén.



Entrevista completa en:
http://www.lmneuquen.com.ar/noticias/2012/6/24/lo-de-franchiotti-es-una-provocacion_152366

sábado, 23 de junio de 2012

Entrevista publicada en Revista Debate


Referente de una experiencia colectiva

Por Manuel Barrientos

Ariel Hendler, Mariano Pacheco y Juan Rey hablan sobre su libro 
Darío Santillán, el militante que puso el cuerpo





 Respuestas populares al desempleo extendido y el empobrecimiento provocado por las políticas económicas del menemismo, los movimientos de desocupados tuvieron un crecimiento notable luego de la caída de Fernando de la Rúa en diciembre de 2001. El nuevo presidente, Eduardo Duhalde, consideraba como una amenaza a la consolidación de su gobierno el aumento de las protestas sociales. El 26 de junio de 2002, los principales grupos piqueteros del conurbano decidieron cortar varios accesos a la Ciudad de Buenos Aires. Reclamaban un incremento general del salario y del monto de los planes para los desocupados. También exigían más alimentos para los comedores populares y advertían sobre el peligro de un eventual desalojo de Zanón, la fábrica ceramista que había sido recuperada por sus trabajadores en Neuquén. La manifestación fue reprimida por un operativo ejecutado entre la Policía Federal, la Policía Bonaerense, la Gendarmería y la Prefectura. 
Ante la ofensiva policial, Maximiliano Kosteki, militante del Movimineto de Trabajadores Desocupados (MTD) de Guernica, de 25 años, intentó refugiarse en la estación de tren de Avellaneda. El comisario inspector Alfredo Fanchiotti y el cabo Alejandro Acosta ingresaron al hall de la estación a los tiros. Una bala impactó sobre el tórax de Kosteki. Darío Santillán intentó socorrerlo. Tenía 21 años y era uno de los referentes del MTD de Lanús, que también formaba parte de la Coordinadora Aníbal Verón.
Sobre el piso, con su mano levantada, Santillán pidió clemencia. Pero los policías le dispararon por la espalda, a pocos metros de distancia. El gobierno de Duhalde buscó instalar la teoría de que los asesinatos se debían a un enfrentamiento entre diferentes grupos de desocupados. Esa hipótesis, sin embargo, fue desbaratada por el trabajo de los fotógrafos que habían logrado registrar la masacre. En el operativo, otros 33 militantes también habían sufrido heridas de balas de plomo. Ante la movilización social en repudio por los asesinatos, el presidente designado por el Congreso de la Nación debió adelantar el llamado a elecciones para abril de 2003.
Diez años después, Ariel Hendler, Mariano Pacheco y Juan Rey escribieron la biografía Darío Santillán, el militante que puso el cuerpo, editada por Planeta. El libro busca recobrar la potencia y la complejidad de esa vida, desde su infancia en el complejo habitacional Don Orione -en el Sur del conurbano bonaerense- y su despertar militante en el colegio secundario Piedra Buena en 1998 hasta su transformación en fundador y referente del MTD de Almirante Brown primero y del MTD Lanús después.
Con ese propósito, apelan a una multiplicidad de voces -familiares, amigos, compañeros de militancia, referentes de otros movimientos sociales- que muestran distintas miradas -a veces, contradictorias- sobre la personalidad y el accionar de Santillán. “Es un libro hecho con un criterio periodístico y para un público amplio. Nuestra intención no era bajar línea, sino mostrar los aciertos y los eventuales errores que pudo tener en su militancia”, señala el experimentado periodista, también autor de La guerrilla invisible. Historia de las Fuerzas Armadas de Liberación.
Desde el otro lado de la mesa de un bar con vista a la Plaza de Mayo, Rey destaca la autenticidad con la que Santillán llevaba adelante su militancia: “No era de afuera hacia adentro, impulsada a partir de lecturas, sino que se trataba de una suerte de solidaridad que tenía desde chico y que se profundizó cuando empezó a militar en el colegio secundario”. El tercero de los autores, Mariano Pacheco, fue amigo y compañero de militancia de Santillán. Mientras se recupera de una enfermedad, se suma por teléfono a la charla.

Ya desde el título, el libro hace hincapié en la idea de “poner el cuerpo”. ¿Qué significado tiene para la militancia de Santillán?

Rey:
 A mí me impactó mucho, al punto de que me impulsó a escribir su historia, el gesto que Darío tiene antes de su muerte, cuando levanta su mano, pese a que sabía que los policías venían reprimiendo brutalmente, con balas de plomo. Es algo que va más allá de su lugar como referente político o responsable de la seguridad de su movimiento. Ahí no hay cálculos, simplemente ve que un pibe de su edad se está muriendo y lo socorre. Es una ética del cuerpo, con una sensibilidad y una inocencia muy fuerte y conmovedora.
Hendler: Siempre digo que Darío murió como el capitán de un barco, que cree que no se puede salvar antes de que el resto de los tripulantes estén a seguros. Recién el último salvavidas puede ser el suyo. Podría decirse que murió como vivió, entregando todo por los demás.

Ustedes rescatan varios gestos de desprendimiento en su vida. Por ejemplo, cuando decide dar un paso al costado como referente central del MTD de Brown y comienza a colaborar en el MTD de Lanús. Ahí se observa una idea contraria a la tradicional concepción de “capitalizar” la militancia.

Pacheco: 
Era parte de su formación y experiencia política. Ya en las agrupaciones que integramos antes de los MTD, discutíamos mucho nuestras intervenciones y pensábamos en espacios diferentes a los partidos o las organizaciones clásicas. Y en Darío siempre estuvo presenta la épica guevarista y también la idea de Evita, de renunciar a los honores pero no a la lucha. No pensábamos en el cargo, ni en la política como algo apartado, sino como algo que atravesaba toda nuestra vida, y todo lo discutíamos en espacios colectivos.

En ese sentido, el libro permite ver una reflexión permanente de Darío sobre su propia práctica, con constantes replanteos sobre la estrategia de lucha.

R:
 Miguel Mazzeo, un intelectual muy cercano a los MTD, señala que difícilmente Darío hubiese militado en una organización vertical o burocrática. Y en los movimientos, se instaba a la construcción horizontal, a la democracia directa.
H: Darío participó de un espacio de fundación de una nueva cultura revolucionaria, con prácticas independientes y autónomas. En los MTD, se trabaja todo el tiempo en talleres de formación. No era una práctica salvaje ni agreste, se iba reflexionando y creando al mismo tiempo.
P: Pensábamos en la práctica como fuente de conocimiento, y discutíamos mucho los trabajos de Mao Tse Tung o de Paulo Freire al respecto. También los textos de los Sin Tierra de Brasil y del zapatismo mexicano, con la idea del “caminar preguntando”. Nuestras miradas no estaban enfocadas a las grandes teorías, sino a las prácticas sociales y políticas concretas.

¿Qué impacto provocó la masacre en el interior de los movimientos?

R: Matías López es amigo de Darío desde los cinco años, del barrio de Don Orione. Nunca había podido dar una entrevista y recién pudo hablar en febrero, para nuestro libro. Entonces, a veces se pierde la dimensión del daño real que provocó su asesinato en quienes lo conocieron. Muchos de sus compañeros, familiares y amigos estuvieron semanas sin poder salir a la calle y sentían pánico cada vez que se escuchaba la música que acompaña el “Urgente” de TN, porque por ese medio se habían enterado de su muerte.
H: En los MTD que integraban la Coordinadora Aníbal Verón, la masacre significó un freno en el crecimiento que venían teniendo en los últimos años. Si bien hubo movilizaciones muy numerosas pidiendo justicia por los asesinatos, luego se generó un repliegue y afloraron ciertas diferencias internas que antes quedaban en segundo plano por el propio desarrollo que tenían los MTD. En ese sentido, la masacre produjo un quiebre.
P: Fue un proceso paradójico. Al principio, muchos se fueron por el miedo y la angustia; otros, en cambio, luego participaron de forma más activa. Y no sólo hablo de jóvenes, sino también de señoras mayores que aún hoy son referentes en sus barrios.

¿Cuál es el legado que intenta dejar el libro?

P: Si bien respetamos la figura de San Darío del Andén, que es importante para mucha gente, no queríamos colocar a Darío en el lugar del santo popular ni del héroe, como un caso individual y extraordinario, sino como parte de la experiencia colectiva que integró y en la que, en esa dinámica ambivalente, se convirtió en una referencia por sus propias prácticas. La idea fue rescatar su legado de forma bien pegada a la tierra, bien humana, para multiplicar su lucha. 

viernes, 22 de junio de 2012

Sobre Darío y Maxi: art. publicado en Herramienta


Las figuras de Kosteki y Santillán a 10 años de sus asesinatos. Pasado, presente y futuro



Por: Joaquín Gómez, Fernando Stratta, Pablo Solana y Mariano Pacheco 





"Maximiliano Kosteki y Darío Santillán fueron conocidos de golpe por millones de personas a partir de un hecho trágico que hoy recordamos con el nombre de “Masacre de Avellaneda”. Aquel 26 de junio de 2002..."
Artículo completo en:

lunes, 18 de junio de 2012

Maristella Svampa: Reseña de la biografía de Darío


Reseña de Maristella Svampa sobre Darío Santillán, el militante que puso el cuerpo, de Mariano Pacheco, Ariel Hendler y Juan Rey.


Publicada en Revista Eñe, 16 de junio de 2012.

Vida y época de un tal Darío



A diez años de la “masacre de Avellaneda”, tres autores deshilvanan el Mito construido alrededor de la figura del militante asesinado por la policía, expresó Maristella Svampa.
Nota completa en:

viernes, 15 de junio de 2012

Apología del ensayo. Reflexiones sobre la escritura


Por Mariano Pacheco


El ensayo. ¿Un género? En caso de serlo: un género de batalla. Aun con su propio estatuto dentro del sistema literario. Los ensayistas como duelistas. O como partisanos. 

Duelistas fueron Benjamín y Sartre, Gramsci y Foucault, Mariátegui y Guevara, Sarmiento y Echeverría… aunque desde otra perspectiva. Por supuesto, también Nietzsche, Freud y Marx: el trío infernal. Páginas enteras podrían llenarse haciendo una lista con ellos. Pero eso no interesa ahora.

Quisiera rescatar, eso sí, que todos estos personajes (junto con muchos otros no mencionados), son exponentes de un tipo de escritura que en principio (por principios), se acerca más a nuestros propósitos y preferencias (nuestros deseos), que otro tipo de escrituras. Más cerca del ensayo que del tratado. Porque el arte del ensayo, tal como escribió Tomás Abraham en El último oficio de Nietzsche, es un modo esporádico de la práctica filosófica. Un género mestizo de escritura, transdisciplinario. Que incluye, además, al que lo practica. “El ensayo no es una teoría porque no es explicativo sino mostrativo. No es una teoría porque tampoco es un cuerpo organizado sino desmembrado. El ensayo se ofrece con un estilo de escritura, porque el estilo es lo que devela la opacidad del lenguaje. Y tiene una voluntad de verdad pero de una verdad contingente, conjetural, ocasional”.

En este sentido, el ensayo es una práctica que se propone conjurar –cuando no enfrentar de manera directa– el “terrorismo académico”. Ese que, estancado en concepciones del mundo positivista, muchas veces, pretende legitimar su autoencierro en una torre de marfil como aporte al conocimiento objetivo. Entonces, ¿no es posible investigar los movimientos sociales, por ejemplo, desde los propios movimientos? ¿Gestar una práctica de conocimiento situado, que parta de las propias experiencias a investigar, de las cuales el propio investigador participe como un militante? Para gran parte de las corrientes académicas actuales de nuestro país eso suena, como mínimo, inactual.

Me pregunto, asimismo, si la literatura puede realizar algún aporte a la construcción de un conocimiento que surja y se proyecte desde el interior de las experiencias que pugnan por gestar prácticas de emancipación. Quizás la respuesta pueda ser afirmativa, si partimos desde un espacio textual que no pretenda objetivizar las prácticas de otros, sino que apueste por co-construir algunas preguntas y ensayar algunas hipótesis a modo de provisorias respuestas. Diálogo, entonces, más que monólogo.

Porque la escritura (del ensayo, en tanto que una “rama” de la literatura), es una práctica que, de alguna manera, se propone actualizar (mediante su lectura), los recorridos de lecturas que hemos emprendido en distintos momentos, urgidos por distintas preocupaciones, atravesados por distintos deseos y diferentes coyunturas. ¿Qué otra cosa es el ensayo, sino una conversación entre lectores? Gestar nuevas conversaciones, con nuevos lectores, entonces, es uno de los propósitos de la ensayística. O para decirlo con las palabras de Malraux (mediadas por la lectura y la escritura de Eduardo Grüner), el derrame sobre el mundo de las reflexiones que provocan las lecturas, no es otra cosa que el pasaje del tratado al ensayo, de la ciencia a la conversación.

Conversaciones cargadas de interrogantes. Porque sí, es cierto, somos una generación que se caracteriza por la incertidumbre. Y sin embargo, hay algo de lo que estamos seguros: no estamos dispuestos a celebrar lo dado. En ese sentido podemos afirmar que sí, que nos declaramos culpables: de una lectura situada, que busca pensar desde las luchas de la periferia latinoamericana. Culpables también de poner en cuestión la tajante división existente entre trabajo intelectual y trabajo manual. Una división que no puede quedar así, a la espera de ser transformada junto con un cambio radical de la sociedad, entre otras cosas, porque es la división fundamental que establece el capital y sobre la cual se erige la separación entre gobernantes y gobernados. De allí que gran parte de nuestros esfuerzos vayan en el sentido de gestar prácticas performativas que repiensen y pongan en cuestión la supuesta naturalidad de dicha relación.

Porque creemos que los intelectuales no son otra cosa que trabajadores de la cultura y, como tales, muchos de nosotros, activistas, militantes (no pensadores de las luchas de otros, sino luchadores: políticos, sindicales, intelectuales… culturales…). En ese sentido, la ensayística es vista como un tipo de escritura mucho más afín a nuestros propósitos. Por su impureza, mezcla, dislocamiento; escritura apasionada, desestabilizadora, anticlasificatoria. Tal como supo destacar Eduardo Grüner en Un género culpable, puede decirse que en todo ensayo que se precie de tal hay una política, ya que el ensayo puede ser pensado “como un campo de batalla en el que se juega el conflicto de las miradas que se echan sobre la cultura”.

En fin, por todos estos motivos (entre muchos otros) es que hacemos esta reivindicación apologética del ensayo.

 

lunes, 4 de junio de 2012

Presentación: biografía de Darío Santillán en San Telmo

Martes 5 de junio en el Bachillerato Popular de San Telmo

Estados Unidos 851-19 horas 

Darío Santillán. El militante que puso el cuerpo

De Ariel Hendler / Mariano Pacheco / Juan Rey




Además de un homenaje y un esfuerzo colectivo del que participaron sus familiares, compañeros y amigos, Darío Santillán. El militante que puso el cuerpo es una biografía que narra una vida tan breve como intensa, signada por la pasión y el coraje. Pero este libro es también la historia de toda una generación. Porque evocar la lucha de Santillán es contar a la vez la de sus compañeros de ruta, otros chicos y chicas del suburbio, como él, y sus esfuerzos por trascender las limitaciones y el porvenir acotado que les imponía una situación desfavorable en lo más profundo del conurbano. Por desafiar lo dado.

Con sus aciertos y errores, sus éxitos y fracasos, su ímpetu juvenil y su madurez precoz, su idolatría por el Che y su respeto por Evita, Darío Santillán representó -y representa- lo mejor de una juventud militante que les puso el cuerpo a la necesidad y a las balas.