jueves, 11 de junio de 2009

Crónica del 26 de junio de 2002


Es el primer capítulo del libro que estoy por publicar


1. El día que soltaron los perros


Las balas aturden a la tarde, buscan invadir de silencio/el clamor de voces que cantan rebeldía

Manuél Suárez, en Mano con mano.


“La noche avanza sobre el día, pálida y agónica/La única eternidad que se escucha es el silencio/De los muertos es la quietud de la muerte/De los vivos la desesperación de la vida”.

Vicente Zito Lema en: Agonías in memoriam de Darío y Maxi

I-

El miércoles 26 de junio de 2002, a pesar de las nubes, el sol salió temprano. Soplaban vientos leves y la temperatura era de las más bajas del año. Así y todo, alrededor de las 10 de la mañana, la mayoría de los integrantes del Movimiento de Trabajadores Desocupados de Almirante Brown se encontraban en el playón de la estación de trenes de Claypole. Varios vecinos provenientes de las barriadas 2 de abril (Rafaél Calzada), Cerrito y Don Orione (Claypole), esperaban ansiosos que llegaran sus pares del barrio de Ypona (Glew), para quienes el viaje se tornaba más largo que en otras ocasiones: la decisión era no arribar a la estación de Avellaneda con el “vía Temperley”, sino dar toda la vuelta, con el “vía Quilmes” (al que todos llamaban “La Chanchita”, diferenciándolo así del otro, “El Eléctrico”).

Por aumento general del salario (y una duplicación de 150 a 300 pesos en el monto de los subsidios para los desocupados); alimentos para los comedores populares; mejoras en salud y educación; desprocesamiento de los luchadores populares y en solidaridad con la fábrica ceramista Zanón, de Neuquén -quien corría el peligro de ser desalojada luego de haber sido recuperada por sus trabajadores-, los movimientos de desocupados –por entonces denominado “duros”- se proponían levantar barricadas en los puentes de acceso a la Capital Federal.

El ya mencionado 26 de junio de 2002 fue un día en que esos hombres y mujeres a quienes llamaban “piqueteros” se dispusieron a resistir: a la política económica que pulverizaba los ingresos producto de la devaluación; a la oleada creciente de autoritarismo estatal y represión para-policial. Estaban dispuestos a no aflojar ante las amenazas lanzadas desde el gobierno del entonces presidente Eduardo Duhalde: “prohibir los cortes de ruta”.

Desde José C Paz, La Plata, Guernica, Solano, Lanús, Florencio Varela, Quilmes y Esteban Echeverría, las banderas de los distintos grupos que integraban la Coordinadora de Trabajadores Desocupados Aníbal Verón, partían hacia Avellaneda. Los del MTD de Allen, en cambio, se dirigieron hacia el Puente que separa las provincias de Río Negro y Neuquén.

El ánimo estaba caldeado aquél miércoles 26 de junio de 2002. La predisposición al enfrentamiento, ante la imposibilidad de desplegar el corte sobre Puente Pueyrredón, se hacía evidente entre los presentes; sobre todo entre los más jóvenes. Ante cada declaración del gobierno, mayor voluntad de batallar por parte de un importante sector de los movimientos. Otro sector, por supuesto, se replegaba. Entre los muchachos dispuestos a resistir se encontraban Darío Santillán y Maximiliano Kosteki, jóvenes de 21 y 25 años. Darío y Maxi no se conocían… todavía.

II-

En el playón de Claypole, como siempre lo hacían antes de partir a una medida de lucha, los desocupados de La Verón realizaron una asamblea, para repasar los objetivos de la jornada y los criterios de seguridad; para darse fuerzas colectivamente. En aquella oportunidad, además, debían darse un poco más de ánimo, ya que la situación se anunciaba complicada.

Fueron pocas las voces que se animaban a tomar la palabra en aquél complicado día. Una de ellas fue la de Mateo, uno de los “referentes”[1] del movimiento. Dijo algo así como que no podían permitirse que el miedo se les impusiera, ya que ese era el objetivo del gobierno: evitar que sean bloqueados los puentes y accesos a la capital federal; formas de lucha que, ya en otras situaciones difíciles, les habían permitido “torcer el brazo del gobierno”, y conquistar las reivindicaciones por las que habían movilizado.

Aunque algunos tengamos hoy, tal vez, que volver con el lomo apaleado, remató, antes de gritar ¡Aníbal Verón!, con todas sus fuerzas. ¡Presente! respondieron casi todos. Luego, cuando gritó más fuerte: ¡Ahora!, nuevamente se escuchó un eco de voces diciendo: ¡Y siempre! Mi voz, recordó más tarde Mateo, ya no era mi voz, sino que se confundía con la del resto. ¡Donde nos vemos compañeros!, exclamó finalmente; frase que no pronunció como pregunta, ya que todos, absolutamente todos, sabían y compartían la respuesta: ¡En la lucha! Ahí empezaron los cánticos: Piqueteros carajo, gritó Mateo. Piqueteros carajo, gritaron todos. Piqueteros carajo… canción típica ya, que solía acompañar la mencionada arenga.

Cuando Mateo gritó Aníbal Verón y todos respondieron presente, ninguno se imaginó que, tan solo unas horas mas tarde, estarían gritando presente… luego de nombrar a uno de sus compañeros.

III-

El viaje en tren se tornó tenso. Aunque en cada estación, más y más piqueteros subían rumbo a la estación de trenes de Avellaneda. Los muchachos y las chicas de seguridad conversan, repasan paso a paso el plan de un posible repliegue, ante el eventual caso de que la represión avance sobre las columnas. Un grupo de Indymedia Argentina[2] filma todo: los gestos, los movimientos de las manos, los labios temblorosos de las conversaciones que, cada tanto, sólo cada tanto, se intercalan con algunas sonrisas.

Al llegar a la estación notaron que un helicóptero sobrevolaba a escasos metros de altura. Hoy se viene complicado, comentó Mateo a Oscar, uno de sus compañeros de la CTD de La Plata. Ante tamaña intimidación, el muchacho sólo atinó a responder: Parece que sí. Al bajar las escaleras y pasar el hall de la estación, se ubicaron sobre la avenida Pavón. El de Almirante Brown era uno de los últimos movimientos en ubicarse en la columna. Por eso varios muchachos fueron corriendo para adelante, para ver que sucedía. “Estamos muy atrás”, dice el PeladoCésar. Mateo asienta con la cabeza y ambos comienzan a correr hacia la cabecera de la columna. Había rumores de que no los dejaban pasar, pero desde ahí no veían nada.

Eran las 11.30, 11.40 horas del ya mencionado 26 de junio. La movilización hacia Puente Pueyrredón se ponía en marcha. Recién entonces, la Agencia de Noticias Red-Acción (ANRED), lanzó el primero de una larga seguidilla de comunicados: “Urgente-Las columnas se están movilizando”. La cabeza informativa denuncia: “El gobierno prefiere reprimir a escuchar los legítimos reclamos. Se han detectado tropas de infantería y carros hidrantes bajo el Puente Pueyrredón. La CTD Aníbal Verón cortará ese acceso dentro de plan de lucha coordinado. Si el dólar continúa subiendo se pulverizará el poco valor que le quedan a los 150 Lecop”.

Devaluación-represión. Palabras claves durante aquellos días. Sobre todo para estos movimientos, integrados por los sectores más postergados de la población; esos que durante años se vieron expuestos a una situación calamitosa, que algunos hasta llegaron a denominar como “genocidio social”. Así y todo, desde el poder, se pretendía que no expresaran públicamente su situación. Se les quiso privar de su derecho a la protesta; arrancándoles así esa herramienta (El Piquete), con la cual el conjunto de la sociedad Argentina se tuvo que topar cuando los desesperados, por fin, dijeron BASTA.

Fue esta una de las razones por la cual, el mencionado comunicado, también denunciaba:

Las amenazas y los despliegues de las últimas horas son una clara coacción hacia nuestras organizaciones y la ciudadanía en general, amedrentando nuestros derechos constitucionales de petición, es decir del estado de derecho, ante la grave emergencia social en la cual nos encontramos miles de ciudadanos argentinos, cuando en realidad deberían estar preocupados por los reclamos que el pueblo hoy manifiesta”.

IV-

Al llegar a la base del Puente, quienes marchaban por Pavón pueden ver a los del Bloque Piquetero Nacional (BPN) y Barrios de Pie, llegando por avenida Mitre. Adelante estaban todos los dirigentes: Néstor Pitrola, del Polo Obrero; Roberto Martino, del Movimiento Teresa Rodriguez; Beto Ibarra, del Movimiento Territorial de Liberación; Jorge "Huevo" Cevallos, del Movimiento Barrios de pie...

Si bien la CTD Aníbal Verón nunca armaba cordones con dirigentes, como lo hacía, por ejemplo, el BPN, sin embargo, era común que los referentes no marcharan en la columna de los movimientos distritales, sino adelante, en la cabecera, junto a la bandera principal. Cuestión que desmiente las primeras versiones que, tanto la policía como el gobierno, difundieron por los medios masivos de comunicación: que las fuerzas del orden, a diferencias de otras oportunidades, no tenían con quien dialogar.

A las 12 horas del mencionado 26 de junio, ANRED lanzó el segundo comunicado del día:

“Los Movimientos de Trabajadores Desocupados enrolados en la Coordinadora Aníbal Verón resolvimos coordinar el corte de los accesos a la Capital Federal junto con el Movimiento Independiente de Jubilados y Desocupados (MIJD), el BPN y Barrios de Pie. Los cortes están comenzando y se ubican en los Puentes Uriburu, Vélez Sarfielf, La Noria, Saavedra, Nicolás Avellaneda y Pueyrredón”.

- “Nos estamos acercando mucho”, dice Gaby, del MTD de Varela. Mateo responde que no, que no pasa nada, que está todo controlado. No lo sabe, pero en cuestión de segundo todo estará fuera de control. Gaby hace un gesto que puede verse a través de su capucha. Hay algo que no le cierra. Tal vez precaución, quien sabe.

Cuando las columnas que marchaban por ambas avenidas quisieron confluir, ahí, en ese momento absurdo, todo comenzó. Esperen a que nos acomodemos bien, gritó Gisela, una de las chicas que en ese momento cumplía un rol de seguridad, dentro de la columna de La Verón. Es que “las doñas” estaban a punto de sacar los termos y los mates, algunas de ellas hasta las sillitas, que solían llevar a las movilizaciones. Esperen compañeras, insistió. Y las doñas, esas que habían sido las primeras en dar batalla en las barriadas, miraron como nunca lo habían hecho antes. Tenían miedo: más que el que habían sentido cuando, en las asambleas barriales, algunos de los referentes plantearon que las personas de mayor edad se quedaran, que el horno no estaba para bollos y que la cosa, esta vez, venía jodida en serio. Tenían miedo y, paradójicamente, no era por ellas, sino por sus hijos, sus hijas, jóvenes, adolescentes en algunos casos, que se encontraban en ese momento a punto de lanzar la primera piedra. Porque entre el “esperen” y el “compañeras”, empezaron las corridas, los balazos de goma, los gases lacrimógenos. Un cordón policial se había interpuesto entre las miles de personas que integraban ambas columnas. El Pelado César abrió su mochila y sacó unas cuantas piedras que había recolectado en el camino, desde le la estación al puente. Mateo corrió para atrás, unos breves metros, hasta donde estaban sus compañeras y compañeros de la seguridad del movimiento. “Vamos, cumpas”, gritó, “que están reprimiendo”. La Tota lo miró desconcertada. Era ella la había estado participando en las reuniones previas, donde cada movimiento adquirió un rol de organización dentro del esquema de emergencia. El esquema estaba previsto en caso de que se desatara la represión. Unos enfrentarían la primera línea policial que intentara avanzar. Otros, se quedarían a la altura del Puente viejo, para tratar de impedir que la fila policial que se apostara allí encajonara a la columna. Finalmente, otros estarían atrás, garantizando la retaguardia. Al MTD de Almirante Brown le tocaba garantizar la vigilancia del Puente Viejo. Por eso cuando Mateo llegó agitado, gritando que avanzaran, las caras de los muchachos y las chicas fue de desconcierto. Por eso, todos, vacilaron... entre aquella orden, y la quietud de La Tota, que con sus escazos 20 años coordinaba la seguridad del movimiento, había una contradicción. “Vamos cumpas”, gritó La Tota, mientras comenzaba a correr hacia delante. Se escucharon entonces unos ruidos tremendos, gritos... el ambiente zambullía a todos en una profunda desesperación.

Desesperación, eso sintió Yamila cuando creyó que se desmayaba y no podía respirar. La represión policial se había desatado, avanzaba ferozmente: a su paso nada quedaba en pie. Por unos instantes, el efecto de los gases se mantuvo flotando sobre el aire. Yamila no podía correr. No podía gritar. No sabía que hacer. Creía que se había congelado: estaba clavada en el suelo. Un muchacho que corría a su lado cayó en el asfalto, luego de que una ráfaga impactara sobre su pierna derecha. Una inmensa bocanada de aire negro se apoderó del cielo: a escasos metros, ardía un colectivo. Decenas de jóvenes continuaban ofreciendo resistencia.

En esos momentos de desconcierto, sin embargo, un fotógrafo profano de La Plata tuvo la capacidad de captar aquello que, el fotógrafo francés Henry Cartier Bressón, denominó alguna vez como “El instante decisivo”. Podemos verlos: Kosteki y Santillán –quienes, como ya se ha mencionado, no se conocían- de espaldas a la cámara, de frente a la represión policial. Maxi viste una campera verde, de estilo militar. Tiene puesta una gorra negra, con visera. Una bufanda del mismo color le cubre el rostro. Darío, con una gorra blanca de lana, también se cubre el rostro con una bufanda negra. Lleva puesta una campera de cuero y unos jeans gastados. Juntos, como los otros, corren. Como tantos, a su vez, tiran piedras a las embravecidas fuerzas del orden que avanzan con furia sobre ellos. Algunos sacan sus gomeras; otros simplemente corren, a toda velocidad. Tras ellos, una partida policial, deseosa de detenerlos, no deja de pisarles los talones.

V-

Corrían, esquivando balas que, a esa altura, sospechaban ya, no eran de goma. O no simplemente (uno de ellos era Sebastián Conti, del barrio 2 de Abril, del MTD de Almirante Brown, quien minutos después será herido gravemente, cerca del supermercado Carrefour. Seba corre, dolorido, un poco fatigado, asfixiado. Piensa que, en realidad, son los efectos de los gases que no lo dejan respirar bien). Pasaron fugazmente el denominado Puente Viejo –donde se encontraba apostada la Prefectura-, doblaron por Pavón y siguieron corriendo. Una chica, aterrada, paralizada, lloraba en un costado de la Avenida. Vamos, cumpa, le gritó uno de los muchachos que pasó a su lado. Yamila logró entonces reaccionar, desclavarse del suelo y comenzar a correr, como todos los demás. Algunos continuaban arrojando piedras, los palos con los que se cierran las columnas... carteles publicitarios, bolsas de basura; todo lo encontraban al alcance de sus manos, intentando frenar lo que días después, hasta el propio Presidente Duhalde, tuvo que calificar públicamente como "una verdadera cacería".

“Las organizaciones intentaban marcar la calle con una valla de cuerpos y delimitar un territorio, lejano al corte del Puente Pueyrredón, pero con el mismo sentido: hacer en la ordenación social un lugar para la afirmación del derecho a una vida digna. La retirada ordenada da cuenta de un poder político, de un lazo que no se deja romper sin ofrecer resistencia, ni aun en los peores momentos. Pero así como el corte no fue tolerado y se impidió la transformación del puente en un territorio de lucha de los piqueteros por medio de su ocupación policial, tampoco se toleró una retirada organizada. Podemos decir, que el territorio de la organización mismo, en el que una muchedumbre de desocupados con sus familias se constituye en “movimiento piquetero”, fue un objetivo de la represión”[3].

“Ofrecer resistencia”, eso hacían los muchachos y las chicas de los movimientos. Impedir que los lazos solidarios se resquebrajaran, que los más temerosos se paralicen, que los más arrojados pierdan la serenidad, que la represión desarticulara “el cuerpo político de la movilización en una multiplicidad de cuerpos individuales”, como bien señala Gómez.

A las 12.50 horas del mencionado 26 de junio, los manifestantes que se replegaron por avenida Pavón llegaron a la Estación de Avellaneda. Entre ellos se encontraba Mateo, quien pasó por la vereda, pero no entró: en esos escasos segundos, en los que casi no se puede pensar, se le cruzó por la cabeza que, si cortaban el servicio de los trenes, serían fácilmente detenidos en los andenes, sin tener lugar para correr. Por eso siguió a un grupo que, delante de él, continuaba corriendo por la Avenida. Uno de esos muchachos que pasó la estación era Darío Santillán. Por alguna razón, nunca sabremos cual, volvió al lugar... y entró.

VI-

El ya mencionado miércoles 26 de junio de 2002, luego de decirle a sus compañeras y compañeros del barrio “vayan, que yo me quedo”, Darío le da una mano a Maxi. Extiende la otra hacia los policías, que ingresan al hall de la estación con sus escopetas. “Nuevamente el gesto del límite, la muralla, la resistencia ahora reducida a una palma abierta”[4]. Faltan escasos minutos para que Darío Santillán sea asesinado. Ahorro la descripción de su sangre esparciéndose sobre el suelo; del gesto de sus verdugos arrastrándolo hasta subirlo y tirarlo sobre la camioneta policial.

En esos momentos, Sergio Kowalewski toma las famosas fotografías que permitirán, días más tarde, desmentir las versiones oficiales: que los piqueteros se mataron entre ellos. Imágenes que más tarde, Florencia Vespignani inmortalizará en dibujos que se reproducirán por miles

Tal vez podamos imaginar que, en ese momento, Darío escuchó resonar en su cabeza palabras de aliento. Similares, quizás, a las del film El señor de los anillos: “Quizás llegue el día en que el valor del hombre le falle. En que olvidemos a los amigos y rompamos todo lazo de amistad. ¡Pero este no será el día! Una hora de lobos y escudos desechos, cuando la era del hombre será hecha añicos. ¡Pero este no será el día! Por todo lo que aman en la tierra, hoy deben resistir…”

Resistir, eso hicieron ellos, por más que la parca viniera pisándoles los pies; por más que su amistad se gestara recién ahí y se mantuviera solo por unos escasos minutos. Porque Darío y Maxi nunca habían hablado. Y sin embargo, se encuentran ahí, compartiendo sus últimos minutos de vida juntos. Imagen de compromiso y solidaridad. Insistamos: ¿En qué pensaría Darío para quedarse? ¿En el ejemplo laburante de sus padres, ambos enfermeros? ¿En los valores profundamente cristianos con los que fue criado? ¿O en la concepción guevarista del hombre nuevo que había forjado en sus años de militancia estudiantil? Nunca lo sabremos.

Lo que sí sabemos es que la mayoría de los del grupo que venían con él, pasaron de largo la estación y, al hacerlo, varios se preguntaron por qué la policía se detuvo ahí, en vez de ir tras ellos, que venían arrojando piedras y palos contra los agentes.

Luego de unos minutos alguien propuso, directamente, acercarse hacia los patrulleros, y arrojarles piedras, para tratar de sacarlos del lugar. Es el momento en que otro colectivo se incendia y es utilizado como barricada. “Van a entrar y meter presos a todos los que estén allí. Seguro que hay gente mayor”, dijo un muchacho al que sólo se le veían los ojos. Lo que nunca sospecharon, es que en vez de llevarlos presos, los policías comenzarían a disparar a sangre fría…

VII-

Las camionetas policiales avanzan. “¡No nos dispersemos!”, gritó uno de los referentes de La Verón. Pero nadie lo reconoció, salvo los más allegados. Por eso nadie acató las directivas de un flaco con el rostro cubierto. Otro gritó: “¡apuren que vienen las lanchas!”, y casi todos salieron disparando en dirección opuesta. Mientras tanto, otro grupo, más pequeño, se quedó armando barricadas. “¡Nos están partiendo el grupo!”, volvió a gritar el referente, y se acomodó sus largos cabellos tras la capucha. Pero nadie lo escuchaba.

Continuaron corriendo por Pavón: cruzaron unas vías abandonadas y un puente, y continuaron corriendo. Estaban casi acorralados. Las camionetas policiales les venían pisando los talones (“Otra vez las lanchas”). En una esquina de Pavón, pasando una gomería, doblaron a la izquierda. Hicieron dos cuadras y se toparon con un alambrado de las vías del ferrocarril. Ya no tenían escapatoria. (“Perdimos, cumpa, acá si que perdimos”). En ese momento, lo inesperado: una moto pasa por allí. Se detiene: era un muchacho del Sindicato de Mensajeros y Cadetes (SIMECA) que, al enterarse de la represión, se fue hasta Avellaneda, para ver que podía hacer. Es en ese instante mágico cuando un colectivo de la línea 100 dobla y este compañero le cruza su moto al vehículo. Al subir al colectivo pueden ver como un grupo de policías venía bajando en fila, formados, corriendo por la bajada de una especie de puente por el que subió el colectivo. No sabían dónde estaban… ni a donde iban a ir…

Luego de unos minutos de andar el colectivo dobló y cruzó la avenida Mitre. Ahí se bajaron y tras unos minutos, se dispersaron: un grupo se fue a los barrios, otro comenzó a caminar por Mitre y otro, partió por unas calles cercanas a la Avenida. En el andar, Mateo y Tito pasaron por un local del Partido Comunista, que posteriormente fue allanado a las patadas por la policía. Saludaron a unos compañeros del MTL de Almirante Brown y pensaron en quedarse, pero luego se dijeron que no, que un local comunista, en medio de una represión policial, no era el lugar más indicado para esconderse. Acordaron que lo mejor sería ir a la estación de Lanús, a ver si encontraban a alguien allí, ya que ese era el lugar que tenían previsto como sitio de repliegue, si algo eventualmente salía mal. Y evidentemente, a esa hora, todo estaba saliendo bastante mal.

VII-

A las 15 horas del ya mencionado 26 de junio la situación era extremadamente grave. Tito y Mateo tomaron un colectivo. Se dirigieron a la estación de trenes de Lanús, lugar previsto –como se dijo- para reunirse en caso de emergencia. Al llegar se encontraron con varios de sus compañeros. A las 15.15 horas decidieron repartirse: un grupo quedaba allí, esperando por si alguien más llegaba. Otro, a los barrios. Y un tercero partió rumbo al Hospital Fiorito. A las 15.20 horas ANRED largó el tercer comunicado: “Urgente” –decía- “Continúan las detenciones en Avellaneda. Hay persecuciones y reducen a pequeños grupos alrededor del Hospital Fiorito. Hay 2 muertos asesinados por la espalda, 2 heridos graves en quirófano, 90 heridos, 54 detenidos en la 1° de Avellaneda…”

Todo estaba fuera de control y sobrepasaba cualquiera de los planes previstos. Se producía descaradamente aquello que, Eduardo Rinesi, ha llamado “La tragedia de la acción política”. Es decir, la imposición del carácter irremediablemente contingente de las cosas, que hace que “naufraguen incluso nuestros proyectos más sabiamente elaborados y más enérgicamente conducidos”[5].

Conducidos dentro del patrullero, los muchachos y las chicas del área de seguridad del MTD de Almirante Brown sonreían irónicamente: si bien marchaban presos, lo hacían unidos, tal como lo habían programado. Porque la contingencia guía, digamos, el 50% de nuestras acciones… pero el otro 50% lo dirigen nuestros planes.

Planes, en ese instante, Mateo no tenía. Más que dirigirse al Fiorito y ver. En el trayecto sonó su celular: Mateo, el “Huevo”. Jorge Cevallos le avisa que por la tarde se juntarían todos los dirigentes en la casa de Raúl Castells, para dar una conferencia de prensa. Mateo responde que, de La Verón, no hay nadie que pueda ir: todos los referentes estaban, bien replegándose con la gente a los barrios, o yendo a la comisaría o al hospital; o bien corriendo, todavía, esquivando las balas de la policía provincial.

Quienes llegaron al hospital intentaron, en vano, averiguar algo sobre los heridos. Estaban los canales de televisión, la diputada de izquierda Vilma Ripol y militantes de distintas organizaciones. Allí pueden ver como entran herido a Mariano, uno de los muchachos del MTR. Minutos más tarde, un muchacho del PO es apresado y golpeado por los agentes… luego de que estropeara el ojo de Alfredo Fanchioti, con una trompada que lo dejó perplejo frente a las cámaras de televisión, que transmitían en vivo las palabras del comisario: “Los piqueteros, por una interna entre sectores, se mataron entre ellos”.

Entre ellos se contenían. Porque lo importante, en ese momento, no era la actitud individual, de cada uno. Lo importante era el comportamiento grupal. Porque en ese momento, la comisaría 1ª de Avellaneda no tenía nada que envidiarle a la imagen que todos, de alguna u otra manera, hemos fabricado alguna vez sobre el infierno. Pero ahí estaban. Jóvenes, adolescentes. Los muchachos y las chicas de las distintas áreas de seguridad de los movimientos, conteniéndose, dándose fuerzas. Evitando mostrarse débiles ante el sadismo de sus verdugos.

XIX-

A las 17.20 horas del mencionado 26 de junio ya eran varios los que se preguntaban: ¿dónde carajo se habrá escondido está Darío? (Santillán) No estaba ni en el listado de los presos ni en el de los heridos. No aparecía ni llamaba por teléfono. ANRED lanza el cuarto comunicado del día, anunciando que la represión continuaba en silencio. “La CTD Aníbal Verón denuncia que hay un virtual estado de sitio en el sur del Conurbano bonaerense: hay razzias y muchos desocupados no pueden volver a sus hogares. Hubo disparos de bala de plomo en Gerli y varios cayeron heridos en las vías de la estación. Alrededor del Fiorito siguen las detenciones y la policía aun no puede definir la cantidad de detenidos”.

A las 19 horas, en la Universidad Popular de la Asociación Madres de Plaza de Mayo, La Verón realiza una conferencia de prensa. Son escasos los medios presentes en el lugar. Crónica TV y algún que otro canal de cable. Algunos medios alternativos y unas pocas radios. Si bien gran parte del país ya conoce la identidad de los asesinados, los militantes presentes en la conferencia todavía no. Hacen una denuncia generalizada: sobre la ilegalidad de los procedimientos de las fuerzas policiales, sobre la responsabilidad del gobierno como mando político de la represión…

A las 23.30 horas, una de las tareas más difíciles: pronunciarse públicamente sobre la matanza. “La policía bonaersense asesinó a dos jóvenes integrantes de los Movimientos de Trabajadores Desocupados enrolados en la Coordinadora Aníbal Verón”. Así fue titulada la tragedia por ANRED. Último comunicado del extenso día, en el que ninguna palabra alcanzaba para definir lo sucedido. Porque es eso precisamente la tragedia, escribió alguna vez Rinesi: mirar al cielo, preguntar ¿por qué?, y oír como los dioses callan.




[1] La cuestión de los referentes se retoma en el apartado “Digresiones IV: “Notas sobre las bases, la militancia”.

[2] Algunas de esas imágenes fueron utilizadas en el video PIQUETE, Puente Pueyrredón, realizado por este grupo en julio de 2002 (Formato original: Mini DV, Digital 8, VHS-C/color). Duración: '35 min. Otras consultas:www.argentina.indymedia.org.

[3] Joaquín Santiago Gómez. Represión y Justicia en la masacre de Avellaneda, en Prensa De Frente.

4. Joaquín Santiago Gómez, op.cit.

5. Rinesi, Eduardo, Política y tragedia. Hamlet, entre Hobbes y Maquiavelo, Buenos Aires, Colihue, 2003,.