jueves, 19 de diciembre de 2013

Esa manía de nombrar

Sobre la Estación Darío y Maxi, ex Avellaneda

¿Cómo hacer para que la voces populares –la de las gentes comunes y de a pie– sean tenidas en cuenta como palabras, y no como meras voces? 

Por Mariano Pacheco

Es decir, ¿cómo hacer para que ese murmullo de la protesta y la lucha callejera, de la organización de base en las barriadas, en los lugares de trabajo, de estudio y de apropiación para creación cultural, sean tenidas en cuenta como palabra política y no como mero ruido? Porque la lucha política –tal como ha resaltado Eduardo Rinesi en ese libro magistral que ha titulado Política y tragedia. Hamlet, entre Hobbes y Maquiavelo– es siempre, también, una lucha por la palabra y, antes que eso aún, por la definición misma de qué cosa debe ser entendida como una palabra.
Si la lucha política no es sólo una lucha que involucra los cuerpos en las batallas callejeras, en las disputas cuerpo a cuerpo con la patronal, los burócratas y los punteros, sino que además es una lucha por definir los sentidos y los nombres que se le otorgan a las prácticas y los espacios, entonces, la intervención en el plano simbólico, la batalla cultural en general, es –debe ser– un componente imprescindible de los combates que tenemos que librar, en este largo camino por conquistar nuestra emancipación.
Renombrar lugares, inventar otros nuevos y darles nuevos nombres, una tarea de primer orden. Gestar dinámicas que rompan los típicos monólogos apabullantes, construir organizaciones capaces de hacer escuchar las palabras de quienes, por lo general, suelen ser silenciados, otra tarea fundamental.
De allí que la recuperación de espacios (de fábricas recuperadas por sus trabajadores; de predios recuperados por organizaciones territoriales para levantar centros sociales, culturales, de carácter comunitario; etc.), haya sido y siga siendo un elemento central y dinamizador de la construcción de dinámicas, miradas y expresiones contrahegemónicas.
De allí que se nos hinche el pecho de orgullo al ver que una estación de trenes del sur del Conurbano, como fue Avellaneda, hoy se llame Maximiliano Kosteki y Darío Santillán. Un largo y paciente proceso de lucha lo hicieron posible. Así que como alguna vez escribimos conjuntamente con Miguel Mazzeo, “la imaginación indisciplinada, y esa riqueza simbólica que fomenta con rituales los lazos igualitarios”, hoy encuentran un nuevo lugar donde cobijarse, para tomar nuevas fuerzas y seguir en la batalla.


miércoles, 11 de diciembre de 2013

Muhammad Alí por Osvaldo Soriano

“A sus plantas rendido un país”
El 30 de octubre de 1974, un Muhammad Alí de 32 años, por el que nadie daba ya un peso, subió a un ring en Zaire para enfrentar a un George Foreman de 25 años, con 40 peleas invicto y amplio favorito. Con el nocaut al final del 8º round, Alí hizo mucho más que recuperar la corona que le habían quitado por los medios más viles. Por eso, un entonces joven e inédito Osvaldo Soriano publicó en el número de diciembre de la revista Crisis esta nota, hasta ahora nunca republicada, que anticipa un libro que recopilará otras tantas de aquellos años, y en la que ya se vislumbran algunos de los grandes temas de sus futuros libros: boxeadores, perdedores y hombres que encarnan el destino trágico de un pueblo.

El derechazo de Alí. El inmenso cuerpo de Foreman que se derrumba a sus pies. Siete millones de negros musulmanes que enmudecen. O estallan de alegría. Veinticuatro minutos de pelea bastaron a Muhammad Alí para sacudir la historia del boxeo moderno. Los ojos del Zaire vieron cómo ese nieto de esclavos –que alguna vez llevó el nombre del propietario de su abuelo, Cassius Marcellus Clay– brindaba al mundo una de las más grandes lecciones de fe, de dignidad, de vida, de que es capaz un hombre.


Final del 8° round: Foreman en la lona y Alí en la gloria.
Había dos negros sobre el ring, pero sólo uno luchaba por algo más que 5 millones de dólares. Para Alí era el fin de un largo camino de humillaciones.
Los medios de comunicación se apresuraron a difundir una imagen ligera, inocente, del triunfo de Alí. Como lo hicieron siempre que les tocó hablar de ese hombre rebelde que reúne –juntas– dos condiciones intolerables en los Estados Unidos: es negro y habla demasiado.
Gritó durante toda la pelea. Provocó a Foreman, lo sacó de sus casillas ayudado por el público negro que gritaba “matalo, Alí” como si ésa fuera la consigna de toda su raza. Y el bueno de Foreman, invicto hasta entonces, comenzó a flaquear, quemó sus energías en unos instantes hasta quedar a merced de quien siempre fue el verdadero dueño de la corona mundial.
Es posible que el formidable peso de la historia haya fulminado a Foreman. Cuando apareció en el ring y oyó a sus hermanos de color reclamar la corona robada por los norteamericanos hace siete años, no pudo sino entregarla. Para ello soportó desaire y vergüenza. Alí se sentó en las cuerdas, al acecho, y antes de derribarlo lo rezongó, se burló de él y hasta lo hizo embestir las sogas, ciego de furia e impotencia.
La chance de George Foreman se basaba, ante todo, en la presunta decadencia física de Alí. Muy pocos contaron, en cambio, con que la inteligencia del líder musulmán se había robustecido con el tiempo. Los apostadores que pensaban llenar sus bolsillos con el definitivo ocaso de Muhammad no quisieron ver la potencia que el odio había acumulado en sus músculos. El odio de una raza vejada durante cuatrocientos años en el Nuevo Mundo.
Había dos negros sobre el ring, pero sólo uno luchaba por algo más que 5 millones de dólares. Para Alí era el fin de un largo camino de humillaciones: la oportunidad de vengar las afrentas, de proclamarse soberano como hombre negro. De mostrar que no hay milagros sino realidades.
El triunfo de Alí fue el de los musulmanes negros, el de los objetores de conciencia atormentados y encarcelados por negarse a pelear en Vietnam. Pero no fue la suya una empresa individual, solitaria. Muchos hombros negros apuntalaron su fe y alimentaron su obsesiva ambición de ser el campeón para demostrar que la ley blanca era impotente ante la furia de uno de sus esclavos.
“Cassius Clay es el mayor ego de Norteamérica. Y también es la más veloz personificación de la inteligencia humana hasta el momento habida entre nosotros: es el mismísimo espíritu del siglo XX, es el príncipe del hombre masa y los masivos medios de comunicación”, ha escrito Norman Mailer. Parece exagerado. Sin embargo, el éxito de la cruzada emprendida por Alí hace siete años –que casi todos los expertos calificaron de utopía– parece dar la razón a Mailer.
La historia de Cassius Clay es común a casi todos los boxeadores negros, sólo que más brillante. La de Muhammad Alí está llena de grandeza y miseria.
El 28 de abril de 1964, Clay venció a Sonny Liston –un rey de los bajos fondos– en seis asaltos. Un año más tarde comenzaría la persecución: el 25 de mayo de 1965, la comisión de boxeo le quitó el título por primera vez, acusándolo de haber combatido ante Liston sin la debida autorización. Para reconquistarlo tuvo que esperar hasta el 6 de febrero de 1967 y vencer a Ernie Terrel, un blanco mediocre que había sido designado titular de la categoría.
La corona estuvo sobre su cabeza sólo dos meses. El 28 de abril, las autoridades le retiraron su licencia de boxeador y lo despojaron nuevamente del título mundial por negarse a ingresar al ejército norteamericano que iba a destinarlo a Vietnam.
“Con los impuestos que pago por cada pelea, un soldado norteamericano vive un mes matando gente en Vietnam. Con lo que pago en un año es posible construir bombas como para quemar una aldea. Con todo esto, ya soy culpable. ¿Tengo además que matar con mi propia mano?”, dijo entonces. Se declaraba objetor de conciencia, se confesaba integrante de los Black Muslims; eso bastaba para que los medios de comunicación elaboraran una imagen de monigote, de payaso, más digestiva para el público.
El 20 de junio de 1967, en Houston, Texas, el Tribunal Federal del Distrito Sur del Estado lo declaró culpable de negativa a ingresar al ejército y lo condenó a cinco años de prisión más una multa de 10 mil dólares.
A fuerza de apelaciones, Alí eludió el calabozo. Pero no dejó de hablar: “Los negros estamos presos hace cuatrocientos años –dijo–. Por eso no pueden llevarme a un lugar en el que ya estoy”.
Había ganado 4 millones de dólares, aunque el fisco embolsó el 80 por ciento. Con el resto compró una casa para su madre en Louisville –donde había nacido– y otra para él en Chicago por 100 mil dólares; el divorcio con su primera mujer le costó 50 mil dólares más una renta mensual de 1200 durante diez años. Los honorarios de sus abogados ascendieron en poco tiempo a 50 mil dólares. La persecución amenazaba con llevarlo a la bancarrota. Sin embargo, sus honorarios como socio de una cadena de puestos de salchichas en los barrios negros le permitieron salir adelante. Su figura –su inteligencia quizá– le abrió las puertas de las universidades donde dictó conferencias por las que cobraba mil dólares.
Los periódicos underground comenzaron a publicar sus respuestas. “¿Odia a los blancos?”, le preguntaron una vez. “No odio a nadie –contestó–, soy una víctima del odio. Soy demasiado limpio para este deporte. Soy demasiado bueno para mi tiempo. Esa es la razón por la que han decidido librarse de mí.”
Había otros motivos, más contundentes, para que los zares del boxeo lo echaran a la calle. Alí, el más grande boxeador de todas las épocas –según opinión de Joe Louis–, había sido un mal negocio. No había rivales para él; cualquier pelea era un juego de niños. Nadie pensaba seriamente en vencerlo. El público lo sabía y comenzó a quedarse en sus casas. Alí peleaba solo. Así, el más genial boxeador quedaba marginado por su propia grandeza.
Resultó una víctima ideal: molesto, fanfarrón, irritaba al periodismo con sus declaraciones, horribles poemas e insidiosas canciones. Cuando se negó a ir a la guerra, quedó absolutamente indefenso.
El 6 de mayo de 1968, el 5º Tribunal de Apelaciones confirmó la culpabilidad de Clay. Sus abogados sostuvieron más tarde que la condena se había basado en la exposición de cinco conversaciones telefónicas sostenidas por Alí e interceptadas por el FBI. El gobierno admitió haber tomado las charlas que, dijeron los fiscales, “afectaban la seguridad nacional”. Los tribunales dieron marcha atrás y el ex campeón tuvo su respiro.
Entretanto, su cintura perdía la armoniosa línea que le había permitido bailotear por el ring como un gato. Aunque varios estados norteamericanos habían anunciado que le concederían permiso para combatir, ningún político se animó a ver de cerca a ese negro contestón. Quiso pelear en el extranjero, pero le impidieron salir del país. El 6 de julio de 1970, el Tribunal de Apelaciones anunció que las charlas telefónicas no habían influido para condenarlo. Dos días más tarde, en Charleston, Carolina del Sur, le prohibieron hacer una exhibición. El 2 de septiembre, por fin, subió a un ring en Atlanta, Georgia, para cruzar guantes amistosamente con varios sparrings. Doce días después, el juez federal Walter Masfield, de Nueva York, decidió que la prohibición para actuar en su estado era “arbitraria e irracional”, y ordenó que le restituyeran los derechos. Otro tanto ocurrió en Atlanta, donde se concertó su pelea contra Jerry Quarry para el 26 de octubre. Muhammad Alí venció con facilidad y abrió el camino hacia el retorno. En su segunda pelea volteó al argentino Oscar Bonavena y más tarde a Jimmy Ellis. Así ganó el derecho a enfrentar a Joe Frazier por la corona mundial.
El combate –que Frazier ganó por puntos– pareció enterrar definitivamente a Muhammad Alí. Sin embargo, su ánimo no decayó. Para él, la derrota ante el campeón había sido injusta: exhibía como prueba su fortaleza al final del combate, mientras el vencedor debió ser internado en un hospital a causa de la paliza recibida.
El verdadero drama de Alí era moral. Elijah Muhammad, el máximo jerarca de los Black Muslims, había decidido expulsarlo de la congregación por negarse a abandonar el boxeo. Alí discutió con su maestro, pero respetuosamente acató la decisión. No obstante, jamás renegó de los Muslims: estaba seguro de que si recuperaba la corona, ellos serían los beneficiados. La Nación del Islam –así la denominan ellos– plantea el apartheid económico y racial del pueblo negro por medios pacíficos.
En noviembre de 1971, Muhammad Alí vino a Buenos Aires para realizar una exhibición en la cancha de Atlanta. Entonces montó su habitual show de verborragia y amenazas. Vicki Walsh y el autor de este artículo lo entrevistaron para conversar sobre su prédica religiosa y política.
“Somos 30 millones de negros contra 170 millones de blancos; no tenemos munición ni armamento adecuados y, sin embargo, nuestra revolución sigue creciendo. Si utilizáramos la violencia, los negros no tendríamos la menor chance en los Estados Unidos, porque ni siquiera controlamos los abastecimientos. Seríamos como un toro enfurecido corriendo hacia un tren: sólo quedarían su carne y su sangre sobre las vías.” Esta era su posición frente a la violencia de los Black Panters, aunque agregaba: “No condeno a ningún hombre por defender aquello que cree está bien, especialmente si está dispuesto a dar la vida por ello. Muchos revolucionarios negros han dado ya su vida”.
Quienes conocían a fondo las ideas de Alí ansiaban verlo en las tribunas, predicando la fe musulmana, lejos definitivamente del ring. Es que pocos creían en sus posibilidades de recuperar la corona. Sin embargo, en los tres años siguientes, este negro empecinado fue hacia una y otra costa del país para derribar a boxeadores de categoría menor en busca de una nueva oportunidad. Hasta tuvo que sufrir la fractura de su mandíbula frente al mediocre Ken Norton. Ya no brillaba como antes: había perdido su estilo felino, sus movimientos serenos y armoniosos. Ahora ponía sobre el ring la experiencia, la astucia; medía cada uno de sus pasos para no derrochar energías.
Cuando el título cambió de manos y el joven Foreman –un invicto temible por su pegada– se erigió en el nuevo coloso, los expertos opinaron que nadie podía dar un dólar por la chance de Alí. Sin embargo, Frazier cayó a sus pies, Norton tuvo que verlo levantar los brazos y los empresarios comenzaron a planear el gran combate.
Alí insistió para que se realizara en el Africa. Lo que parecía una mera especulación comercial, iba a adquirir un sentido magnífico el día de la victoria: el 30 de octubre, en Kinshasa, ningún negro dejó de levantar a Alí como un estandarte de libertad.
Curiosamente, las agencias noticiosas insistieron en la versión de un Alí payasesco, casi odioso. Nadie recordó que alguna vez dijo: “Un día levantaré mi puño vencedor para que mi pueblo negro diga, como yo, que es el más hermoso y el más fuerte”.
Al terminar el combate, gritó: “Fue Alá quien dio los golpes, era él y no yo quien estaba sobre el ring”. Era toda una raza la que esa noche estaba allí.
Con Foreman cayó el último Tío Tom del boxeo estadounidense. Es posible que Joe Louis haya visto vengada su miseria, Sonny Liston su muerte degradada. Aún no es posible saber si Alí abandonará el boxeo o buscará ganar dólares en una revancha. Poco importa ahora qué hará.
El deporte permitió que la raza negra erigiera a dos de los suyos como los hitos mayores de este siglo: Edson Arantes do Nascimento (Pelé) y Muhammad Alí. El brasileño renegó de su negritud, sirvió a la dictadura implantada en el Brasil en 1964 y aconsejó a los niños negros que tomaran Pepsi-Cola y fueran buenos con los blancos. Alí se negó a juzgarlo: “Es mi hermano de raza”, dijo. Pelé, en cambio, despreció siempre al boxeador.
“Ser campeón de peso pesado en la segunda mitad del siglo XX (con revoluciones negras a lo largo y ancho del mundo) representa algo parecido a ser Jack Johnson, Malcolm X y Frank Costello en una sola pieza”, ha dicho Norman Mailer. Es posible que nadie lo sepa mejor que Alí. De allí su afán casi salvaje por coronarse nuevamente.
Hemos tenido el raro privilegio de asistir al momento cumbre de la historia del boxeo. Más allá de la dudosa calidad del combate, millones de personas de todo el mundo vieron cómo Muhammad Alí recuperaba a puñetazos lo que el Tío Sam le había quitado por decreto.



miércoles, 4 de diciembre de 2013

Córdoba: la narco-policía fue premiada luego de auto-acuartelarse

La policía de Córdoba, una fuerza que cuenta con más de 22.000 efectivos en su haber, y un instrumento que le brinda una cobertura legal a sus abusos de poder (el Código de faltas), se manifestó en abierto desacato contra las autoridades gubernamentales de la provincia.


Por Mariano Pacheco (desde Córdoba, para el Portal de Noticias Marcha)




Alrededor de 200 heridos fueron recibidos solamente en el Hospital de Urgencias; más de 1.000 comercios afectados por los robos; un joven de 20 años perdió la vida tras ser baleado en Ciudad Evita. Luego de un día y medio de conflicto, el auto-acuartelamiento policial en Córdoba finalizó con un acuerdo firmado entre las esposas de los miembros de la fuerza y autoridades gubernamentales de la provincia.
Entre los elementos más destacables de los 14 puntos acordados figuran el del monto adicional de $2.000 que, de manera transitoria, cobrará todo el personal policial y penitenciario activo en dos cuotas (diciembre de 2013 y enero de 2014); la pauta salarial que tendrá vigencia a partir de los sueldos del mes de febrero de 2014, a partir del cual se fijará un salario básico de $8.000 para las categorías iniciales y la realización de gestiones tendientes concretar créditos blandos para viviendas.
Lo que no se dijo aun, es cómo se financiará semejante acuerdo. Tal vez el gobernador José Manuel De la Sota esté pensando en realizar un fututo reclamo al gobierno nacional, tal como lo hizo anteriormente con la diferencia de dinero que la provincia le reclama a la Nación a propósito de la caja de jubilaciones. “El próximo martes voy a estar a las 9 en la Casa Rosada para que el Gobierno nacional nos pague lo que nos debe”, sostuvo ayer el mandatario. No fue el único reclamo. También había declarado ante la prensa, horas antes, que las tropas de Gendarmería no fueron enviadas por el Gobierno Nacional por las diferencias políticas que mantienen ambas administraciones. El Jefe de Gabinete de Ministros Jorge Capitanich replicó por su parte que el problema de la seguridad era de córdoba, y negó que hubieran recibido alguna llamada de parte de los funcionarios provinciales. Eso sí, por su cuenta de twitter, DLS había escrito entre gallos y medianoches: “Desde las 20 hs solicitamos envío Gendarmería por acuartelamiento policial. Saqueos en ciudad de Córdoba amerita urgente respuesta.”. El hecho es que recién ayer miércoles, casi a las nueve de la mañana, el gobierno de Córdoba envió un fax solicitando el envío de gendarmes.

Pases y facturas
Cuando se desató el conflicto, el gobernador se encontraba en Colombia. No es la primera vez que las papas queman en la provincia y “El Galleo” De La Sota no está presente en el territorio. De todos modos, desde hace tiempo parece que el justicialista federal se siente más cómodo en los territorios virtuales que en los reales.
Que la Policía de la provincia de Córdoba se haya autoacuartelado, a solo tres meses del “narco-escándalo” que entre otras cosas se llevó puesto al jefe de policía Ramón Frías y al Ministro de Seguridad Alejo Paredes, no parece ser casualidad. Tal vez por eso, más que aumento salarial, lo que parece estar detrás del conflicto es una búsqueda por parte de la policía, de legitimar su desprestigiado rol ante la sociedad cordobesa (hace apenas tres semanas 20.000 personas marcharon por las calles de la capital provincial repudiando su accionar, en la séptima edición de la “Marcha de la gorra”).
Se sabe, en el sistema político en el que vivimos es el Estado quien detenta el poder de monopolizar el uso legal de la violencia. Si las fuerzas encargadas de custodiar el orden se reservan el derecho de no actuar, el vacío de poder es inconmensurable.
Sin comercios, ni bancos, ni shopings, ni supermercados, ni escuelas, ni dependencias públicas abiertas; sin transporte público en funcionamiento, Córdoba pareció durante las últimas horas a una ciudad devastada.
Luego de 14 años en el poder, la primera línea del delasotismo se mostró totalmente ineficaz ante la ausencia de su principal conductor, que se encontraba en Colombia cuando el conflicto se desató de manera abierta. Mientras que el Hospital de Urgencias colapsaba por la cantidad de heridos que recibía, el Ministro de Gabinete provincial Oscar Félix González se mostraba en vivo por los canales de televisión, exclamando que “por suerte no había que lamentar daños en la integración física de los cordobeses”. Era tan profundo el contraste entre sus dichos y la realidad que hasta los periodistas le tuvieron que repreguntar por los heridos. González se limitó a decir que no tenía “datos oficiales”, pero que asimismo repetía que “era una suerte” no tener que lamentar víctimas. La Ministra de seguridad Alejandra Monteoliva tampoco se mostró con todas sus luces. Incapaz de sobrellevar la situación, tampoco tuvo reflejos para solicitar a tiempo refuerzos de fuerzas nacionales que pudieran ayudar a encuadrar el desborde.

Coyuntura y contexto
No es que todo tenga que ver con todo, como se dice popularmente, pero es un dato innegable de la realidad provincial que el conflicto policial se desarrolló en un contexto atravesado por un profundo malestar social, no solo por las repercusiones del narco-escándalo, sino también por los recientes hechos de violencia protagonizados por una “patota sindical” de la Unión Obrera de la Construcción de la República Argentina (UOCRA) contra asambleístas que mantienen un acampe contra la empresa multinacional Monsanto, que ha comenzado a edificar una nueva planta en la localidad de Malvinas Argentinas y por la denuncia de fraude presentada por el Frente de Izquierda y los Trabajadores (FIT), luego de las últimas elecciones legislativas nacionales del 27 de octubre. También durante los últimos meses los conflictos salariales de los judiciales, del sector público y la salud se hicieron presentes una y otra vez en las calles de la ciudad, sin obtener ningún tipo de solución a sus demandas.
Eso sí, a diferencia de las crisis políticas, económicas y sociales que el país atravesó en 1989 y 2001, esta vez no pareció ser ese el elemento determinante a la hora de desatarse los desmanes en las calles. Si bien Córdoba presenta uno de los índices más altos de desocupación a nivel nacional (que asimismo se mantienen en un piso no menor al 7%) y la precarización laboral –como en todo el país– es un mal que castiga a casi la mitad de la población trabajadora, los robos a supermercados, almacenes, negocios minoristas de todo tipo y a personas particulares (en la vía pública y hasta en sus propias casas), dan cuenta más de un vacío dejado por la ausencia de presencia policial que por una cuestión social.
De todos modos, tal como se preguntó ayer Susana Fiorito (presidenta de la Biblioteca Popular Bella Vista), en un texto que circuló por las redes sociales virtuales, lo que resta analizar y evaluar “es la denunciada relación entre las organizaciones del narcotráfico y la institución policial y en qué medida el  ´desmadre´ de anoche es un aviso de lo que pasa cuando el ´poder´ político pretende socavar las fuentes de ingresos de su propio aparato represivo”.
 

martes, 3 de diciembre de 2013

La política en la literatura argentina

De El matadero al Bicentenario

En el inicio de la literatura argentina nos encontramos con la violencia y la política. Desde entonces y durante casi dos siglos, las letras nacionales han puesto de manifiesto el conflicto (muchas veces descarnadamente violento) presente en nuestra sociedad a lo largo de su historia.

Coordinación: Mariano Pacheco (*)
Lugar: Hora Libre (Urquiza 57, Alta Gracia-Córdoba)
Primer encuentro: viernes 13 de diciembre a las 18.30 horas
Dinámica: encuentro mensual de debate y lectura de textos breves


En el inicio de la literatura argentina nos encontramos con la violencia y la política (tanto El Facundo de Sarmiento, como El matadero de Echeverría son piezas literarias brillantes, a la vez que documentos descarnados de cómo los escritores, los intelectuales vivieron/sintieron aquellos acontecimientos políticos). Desde entonces y durante casi dos siglos, las letras nacionales han puesto de manifiesto el conflicto (muchas veces descarnadamente violento) presente en nuestra sociedad a lo largo de su historia. Los poemas de Raúl González Tuñon durante la década del 30; los cuentos de Julio Cortázar, Adolfo Bioy Casares y Jorge Luis Borges durante el peronismo; los nuevos modos de narrar la violencia política inaugurados por Rodolfo Walsh tras el derrocamiento de Perón; la conmoción de la literatura y el arte durante las décadas del 60 y del 70; las formas de desafiar el horror y el terror durante la última dictadura cívico-militar hasta los abordajes actuales de los conflictos que conmueven la Argentina contemporánea, son algunos de los momentos que nos proponemos abordar, con textos cortos, en este taller que no pretender más que ofrecer un espacio para que el deseo y el placer por la lectura atraviesen a las reflexiones que podamos entablar, en un diálogo que no tiene otro objetivo que intentar revisitar los mitos políticos fundamentales de la historia nacional.



domingo, 17 de noviembre de 2013

El folclore abarca todo: lo personal, lo político

Por: Mariano Pacheco

En diálogo con El Argentino, Julio Paz y Roberto Cantos (Dúo Coplanacu), hablan de las peñas, de las nuevas generaciones de folcloristas, del rol expresivo (íntimo) y social de la música. Y también de la Ley de Medios y los “liderazgos populares” emergentes hoy en el continente.




Julio Paz y Roberto Cantos cuentan con orgullo que el Dúo Coplanacu ha sido invitado a Madrid por la Academia Nacional de Folclore y la Secretaría de Cultura de la Nación para participar, a fines de este mes, junto con otros músicos, de un Encuentro de Arte Folclórico. En un soleado mediodía, conversan en un bar situado en pleno centro de la ciudad capital sobre variados temas: su recorrido musical, los jóvenes artistas y la situación política que atraviesa el país y la región. Mañana, junto a Peteco y Arbolito, se presentarán en el Comedor de la Universidad Nacional de Córdoba. Peña a la que “Los Copla” consideran “toda una institución”.

Ídolos o artistas
--¿Qué piensan del estado actual del folclore argentino?
--En el folclore se contempla un espectro grande de preocupaciones. Cualquiera que agarra una guitarra y hace unas notas, mal o bien, canta una zambita. El folclore es un gran canal de expresión muy groso, sobre todo para los jóvenes, y se presta mucho para quienes ser, entre comillas, artista. Cada uno desde su lugar plantea sus amores, sus intimidades, y también sus chacareras revolucionarias. Así que el folclore abarca lo personal, lo político… hay de todo. Claro, está el que quiere ser artista, y hay muchos, que son tipos muy creativos, muy generosos, que borran las fronteras. Porque en el arte no hay un límite. Y se atreven a pasar del folclore a otros géneros. Otros, en cambio, solo quieren ser “ídolos”.
--Vivimos una época en la que se han resignificado muchas cosas, y aspectos como la sensibilidad y la identidad, han recuperado su valor. Y eso también se ve en la música. El hecho de juntarse a cantar, a guitarrear, está volviendo a cobrar un significado profundo. Hoy los jóvenes están redescubriendo valores que a nosotros, de chango, nos han hecho músicos: lo expresivo, el rol social. Hay muchos changos que están cantando lo que piensan, lo que sienten, en un ámbito que les es favorable

Multiplicando voces
--¿Cómo ven la situación actual del país, de América Latina?
-- Estos últimos años hemos visto, por ejemplo, como la cultura no ha sido propiedad de nadie. Todos los artistas hemos tenido la posibilidad de expresarnos, en todos los géneros y en todas las disciplinas. En nuestro andar por el país, hemos visto como parte de la Argentina olvidada, se ha dignificado. Y eso nos parece hermosísimo. Y ojalá se sostenga, con este gobierno o con el que venga, sean del signo que sea. Y en Latinoamérica vemos que las comunicaciones han hecho una cosa grosa: internet, las redes sociales, ha habido un gran crecimiento. Y hay líderes populares, emergentes, con mucho consenso en la gente.
-- también estamos muy contentos con la Ley de Medios, y esperamos que se pueda implementar en toda su magnitud, y que haya realmente pluralidad de voces, porque hoy vivimos en esa especie de ficción que nos plantean los medios. Habría que garantizar que la realidad sea contada desde todas las voces, y no desde una, o dos posiciones. Así que estamos esperando que eso suceda. 



miércoles, 6 de noviembre de 2013

“Los carreros somos recuperadores netos, lo demás va a parar a empresas privadas”

Entrevista a Carlos Andrada, presidente de la Cooperativa de carreros La Esperanza

El barrio La Lonja está situado en la zona sur de la capital provincial. Allí, Carlos Andrada, presidente de la Cooperativa de carreros La Esperanza, recibe a este diario en su casa, donde cuenta sobre los proyectos desarrollados hasta el momento y las propuestas que intentarán trabajar de aquí en más.


Por Mariano Pacheco, diario El Argentino (Córdoba)

Oficios
¿Qué están trabajando actualmente desde la Cooperativa?
- Luego de una movilización, hemos logrado obtener de parte de la Municipalidad cien puestos de trabajo, de $1.800 por mes. Ahora, a través del Ministerio de Trabajo de la Provincia, accederemos a 100 becas de unos $2.500 pesos por mes, que hemos decidido destinar a los más jóvenes, para que puedan capacitarse en algunos oficios que los ayuden a afrontar sus primeras experiencias laborales con mejores herramientas, quizás, que las que hemos tenido sus padres. Nosotros apostamos a generar puestos de trabajo, y a combatir la persecución que desde el Estado se hace contra de los carreros.

- ¿Y qué se proponen?
- Queremos ser reconocidos como todo trabajador, dignificar nuestro oficio, tener las herramientas necesarias para trabajar y que se difunda bien el servicio que prestamos. Somos enterradores netos, porque lo demás va a parar al enterramiento o a las empresas privadas de reciclado, no del Estado. Será un trabajo informal, pero capitalizamos alrededor del 30% del material que se puede recuperar. Algunos dicen: “quieren vivir así”. Venimos de familias que toda la vida se han trabajado con animales. Nosotros creemos que el de carrero es un oficio valedero, que no le caga la vida a nadie y nos hemos acostumbrado ya a este trabajo.

Estigmatizados
- Desde la Fundación “Sin Estribo” proponen un proyecto para quitar los caballos de la calles del centro de la ciudad. ¿Qué piensan de eso?
- La pelea que tenemos desde hace años es que no se nos coloque en ese lugar de maltratadores. Nosotros respetamos y cuidamos a los caballos. ¡Hasta han dicho que nos comemos a los animales! Después salen algunos diciendo que en la cooperativa hay militantes. Nosotros aclaramos que una cosa es la militancia popular y otra muy distinta la campaña política partidaria. Lo que pasa es que hay gente que quiere que los pobres peleemos solos. No quieren que se nos acerquen intelectuales, o gente que pueda tener algún conocimiento. No quieren que se difunda lo que hacemos. Son fascistas. Arman e instalan discusiones con mentiras.

Unidad, Solidaridad, Organización
- ¿Cómo funciona la Cooperativa?
- Tenemos un Cuerpo de Delegados, que lo integran un delegado por barrio. Nos reunimos regularmente una vez por mes, y extraordinariamente, las veces que haga falta. También hay abogados, veterinarios y “asistentes”, que se dedican a vacunar a los animales.
- ¿Qué desafíos tienen por delante?
- Ahora, por ejemplo, estamos preparando proyectos para brindar apoyo en las catástrofes, como ser los incendios, para hacer prevención o ayudar en los casos de lluvias que provocan inundaciones. Como ya lo hemos hecho en otras oportunidades, cuando el Estado tendría que haber accionado de manera inmediata y no estuvo, y nosotros salimos con los caballos y auxiliamos a los vecinos. Lo que proponemos es funcionar como emergencia desde adentro de la villa. Porque si llamás a las distintas instancias del Estado, te dicen que están en un lugar y que ya no tienen gente para otro. Entonces nosotros queremos armar un equipo para organizar que sea la misma gente, desde adentro, la que accione en estos casos, de manera solidaria y comunitaria.


lunes, 4 de noviembre de 2013

Evita en la literatura argentina y las luchas por la diversidad

“Volveré y seré millones”, sentenció Eva Perón en vida. Lo que seguramente nunca imaginó es que retornaría, luego de su muerte, para ser un personaje literario devenido travesti, drogadicta o puta-reventada, que encima se enorgullece de su condición.

Por Mariano Pacheco 


Así es la literatura, ¿no? Posee un potencial subversivo que se aventura, sin muchos rodeos, a decir cosas que ningún otro discurso se atrevería a decir. Y así sucedió en la década del 70, al menos, con dos importantes autores: Copi y Néstor Perlongher, quienes tomaron al mito político más potente del peronismo para triturarlo en su dramaturgia y narrativa.
En 1969, al publicar Eva Perón, Copi hace ingresar por primera vez en la literatura argentina a una Evita viva y con su propia voz. Lo hace de un modo extraño, puesto que la obra es escrita en francés y en su estreno en París, el 2 de marzo de 1970, es protagonizada por un hombre. No en vano la obra de Copi -como se hizo llamar, tomando el apodo de su padre, el historietista, dramaturgo y escritor argentino Raúl Damonte Botana- sufrió un atentado en el Teatro I`Epée-de-Bois.
No quisiera, de todos modos, hacer un recorrido exhaustivo de esta obra en la cual Evita -en una línea casi borgeana de interpretación del peronismo- aparece como simulacro: no es mujer sino hombre (o, más bien, un travesti); no tiene cáncer sino que aparenta la enfermedad; no le importan sus descamisados sino sus camisas, joyas y vestidos; y, finalmente, no muere sino que mata a su enfermera, colocando el cadáver en su lugar y dándose a la fuga.
Me interesa de Copi, sí, que abra la puerta para que una Evita con vida y voz propia ingrese en la literatura. Porque por primera vez aparece una pieza que ya no se titula con evasivas, como en Juan Carlos Onetti (“Ella”), David Viñas (“La señora muerta”), o Rodolfo Walsh (“Esa mujer”), sino que lleva su nombre y apellido. Y posee, además, ese componente subversivo de presentar a Evita como un travesti. En su libro dedicado a Copi, César Aira destaca que, en realidad, no hay nada que indique en la obra que el personaje es un travesti, más allá de ser interpretado por un hombre. Pero que, de todos modos, “su travestismo se sostiene en el sistema mismo: si no es la Santa de los humildes, la Abanderada de los Trabajadores (y esta Evita harto demuestra no serlo), tampoco necesita ser una mujer. La representación de la mujer es una mentira”.
Tengamos en cuenta que la del 60 es la década en que aparecen las primeras cirugías para realizar cambios de sexo. Hace pocos años que el concepto de travestismo ha ingresado en la literatura y el psicoanálisis, y todavía pesa en cierto sentido común instalado en la sociedad la interpretación vigente en el campo de las ciencias médicas de comienzos del siglo, que planteaba básicamente que el travestismo, la transexualidad y la homosexualidad eran prácticas anómalas que se desviaban del modelo normal de conductas. Es decir, que eran -tal como plantea la antropóloga argentina Josefina Fernández- prácticas caracterizadas como enfermedades, “aberraciones sexuales” que era necesario tratar para corregir, conocer para curar (Cuerpos desobedientes. Travestismo e identidad de género).

Subvertir las costumbres
1969 es, además del año de escritura de la obra de Copi, el año en el cual se producen en  el país (más precisamente en los suburbios porteños), los primeros intentos de organización homosexual. De allí en más y hasta el golpe de marzo de 1976, la organización y las luchas de los homosexuales (a pesar de sus intentos) van a estar pobladas de desencuentros en relación con el resto de las luchas que los distintos sectores populares van a librar en el período, sea desde el peronismo o desde la izquierda. Veamos brevemente este proceso tan poco conocido.
Impulsado por militantes comunistas degradados del partido por su condición homosexual, el Grupo Nuestro Mundo va fundar, en agosto de 1971, el Frente de Liberación Homosexual, luego de un previo contacto con intelectuales gays que se suman a la nueva iniciativa. El FLH se autodefinió como “un movimiento anticapitalista, antiimperialista y antiautoritario, cuya contribución pretende ser el rescate para la liberación de una de las áreas a través de las cuales se posibilita y sostiene la dominación de la mujer y del hombre por el hombre, en el convencimiento de que ninguna revolución es completa y por lo tanto, exitosa, si no subvierte la estructura ideológica íntimamente internalizada por los miembros de la sociedad de dominación”.
Surgido y desarrollado en la clandestinidad, con escasos recursos, organizado como una red de grupos autónomos, el FLH llegó a nuclear unos diez grupos, integrados por unos diez militantes cada uno, con una periferia de simpatizantes extendida no sólo en la ciudad de Buenos Aires, sino también en Córdoba, Mendoza y Mar del Plata, donde desarrollaron acciones en un marco de unidad con las feministas locales. La línea de cordiales relaciones con Unión Feminista Argentina y Movimiento de Liberación Femenina -las dos principales organizaciones feministas del país- se dio desde el inicio y de manera permanente.
Son los años del Cordobazo; de la CGT de los Argentinos; de la emergencia de sectores clasistas al interior del movimiento obrero; de la ligazón de los sectores juveniles, universitarios, con el peronismo, que por primera vez en casi dos décadas visualiza posibilidades reales de volver a la Casa Rosada; de surgimiento de organizaciones armadas; de puebladas y enfrentamientos masivos a la represión que ejerce la dictadura; de ligazón de la cuestión nacional con la social (sectores del peronismo toman como bandera la perspectiva del socialismo y sectores de la izquierda asumen la identidad peronista). De allí que Néstor Perlongher, en su artículo “La historia del Frente de Liberación Homosexual de la Argentina”, plantee que “tanto la sincera necesidad de liberarse de un machismo profundamente anclado en la sociedad argentina, como la convicción de que esa liberación no podía sino producirse en el marco de una transformación revolucionaria de las estructuras sociales vigentes, constituyen elementos constitutivos del movimiento gay argentino, que aparecen constantemente a lo largo de toda su historia”.
Y sin embargo, en el plano de la subversión de las costumbres, los desencuentros entre quienes emprenden las luchas minoritarias (aun con esta perspectiva más amplia) y el resto de quienes protagonizan las luchas por la liberación nacional y social, o por la emancipación de los trabajadores -según las jergas- no fue menor. Es que como señalan los pensadores franceses Gilles Deleuze y Félix Guattari, “es muy fácil ser antifascista al nivel molar, sin ver al fascista que uno mismo es, que uno mismo cultiva y alimenta, mima, con moléculas personales y colectivas” (“Micropolítica y segmentaridad”, en Mil mesetas. Capitalismo y esquizofrenia). O como reza la consiga del FLH: “El fascismo es el machismo de entre casa”.
Guattari, por su parte, ha planteado estos temas en distintas oportunidades y con mucha claridad: es necesario -dice- construir una práctica que se oponga punto por punto a los hábitos represivos, al burocratismo y al maniqueísmo moralizante que suele contaminar a los movimientos revolucionarios (“Micropolítica del deseo”). Obviamente, no es que sean luchas que se excluyen entre sí: “por una parte -insiste Guattari- la lucha de clases, la lucha revolucionaria de liberación, que suponen la existencia de máquinas de acción capaces de oponerse globalmente a las fuerzas opresivas, funcionando para ello de acuerdo a un cierto centralismo, o por lo menos un mínimo de coordinación; por otra parte -insiste- la lucha en el frente del deseo, en el frente de los agenciamientos colectivos que proceden a un análisis permanente de la subversión en todos los niveles del poder” (“Las luchas del deseo y el psicoanálisis”).  
Sin embargo, en nuestro país, tendrán que pasar muchos años para que planteos de este tipo sean tomados por las izquierdas y los sectores más progresistas del peronismo. En Latinoamérica, los quiebres conceptuales que produjeron acontecimientos políticos como el mayo francés no tendrán mucha cabida durante los años 70.
La militancia gay en Argentina, por ejemplo, a pesar de haber llamado a votar contra la dictadura de Lanusse, de haber participado en algunas movilizaciones por el retorno de Perón y en la asunción de Cámpora al gobierno (donde fueron agredidos por la derecha peronista y defendidos por la Juventud Peronista encuadrada en la Tendencia Revolucionaria), no logró que sus planteos fueran tomados por las fuerzas políticas que pugnaban por un cambio. El único sector de la izquierda que le dio un relativo apoyo al FLH fue el trotskismo: el Partido Socialista de los Trabajadores (aunque tampoco lo hizo públicamente), reconoció sus reivindicaciones y algunos grupos troskistas fueron de los únicos en “no correrse de su lado” cuando su columna se sumó a la movilización de repudio por el Golpe de Estado encabezado por Augusto Pinochet en Chile, en septiembre de 1973. Tampoco logró nunca, el FLH, entrevistarse con la dirección de la JP. Es más, públicamente, desde la JP negaron tener participación de sectores gays en sus filas.
Aunque seguramente el colmo del desencuentro se produjo con la respuesta que La Tendencia dio al planteo de la derecha peronista, que sostuvo a través de una campaña de propaganda que “los de la guerrilla” eran “todos drogadictos y homosexuales”. Con gran inventiva por cierto, pero con escasa tolerancia política hacia estos sectores, la izquierda peronista lanzó la consigna “No somos putos, no somos faloperos, somos soldados de las FAR y Montoneros”, que fue coreada por miles de militantes. Por supuesto, después de eso, no hubo mucho más por hacer. Cuarenta años después, la situación parece haber cambiado enormemente y hoy en día las luchas de las minorías por la diversidad sexual son un elemento importante dentro de la torrentosa coyuntura política nacional.
Evidentemente, y al menos por varios años, sólo en la literatura la figura de Evita pudo tener algún nivel de filiación con los planteos de las feministas, las travestis, los gays y las lesbianas.
Cuánta razón tuvo Ricardo Piglia, cuando en su libro Formas breves sostuvo: “La literatura permite pensar lo que existe, pero también lo que se anuncia y todavía no es”. 


“Pacheco pertenece a una generación que reivindicó una militancia con alegría”

NOTAS SOBRE KAMCHATKA

Por Daniel Badenes

1-¿Para qué sirve una presentación de libro? ¿Cómo se hace?
Partimos de una situación de desigualdad:  enfrentamos a tres o cuatro personas que leyeron en libro, y a la persona que escribió el libro, con muchos que no lo leyeron.
Entonces:  no podemos hacer una crítica fina del texto porque sería injusto con ellos.



Contarles algunas cosas del libro y del autor.

1.  A Pacheco le gustó Kamchatka                                              (sobre qué trata el libro)

Porque libro tiene muchos otros libros posibles, pero se llama Kamchatka
(Pacheco ya había publicado un artículo con ese título, que no está en el libro).
El libro se llama así por la novela de Marcelo Figueras y la película de Marcelo Piñeiro.
Pero no es un libro sobre cine. Sino le preguntaría sobre el camino que hay de Kamchatka a Infancia Clandestina. Y discutiríamos con ambas películas.
Pero no.
Pacheco no habla de cine. Pacheco habla de Arlt, Freud, Nietzsche.

Kamchatka viene a colación de la frase final de la película. Un consejo dicho al oído, que no escuchamos de boca de quien lo dice.
Kamchatka es el lugar donde resistir.

El lugar de la resistencia es el lugar de la izquierda.   O al menos ese es el origen y el destino de las preguntas de Mariano.
El libro quiere pensar las izquierdas. O mejor, ayudar a pensar las izquierdas.  O mejor, ayudarle a pensar a las izquierdas:   acercarle algunas herramientas teóricas “nuevas” (aunque viejas) a la quienes piensan una política de la emancipación.

Habla de una Nueva Izquierda (Autónoma/Independiente), que tiene a las jornadas de diciembre de 2001 como referencia insoslayable.
Es decir: Pacheco habla de un movimiento político-social del que fue parte, del que es parte, de una generación a la que pertenece.

Su tesis es que una nueva generación intelectual (de izquierda) “viene emergiendo en nuestro país, en nuestro continente” (¿desde cuándo? Pregunta que queda abierta, incontestada)

Y su objetivo: “revisar las coordenadas estéticas, éticas y teórico-políticas que guiaron el accionar de las generaciones precedentes”.

2. No es la primera vez que dialoga con “las generaciones precedentes”

Pacheco tiene un laburo que recomiendo, que por ahora tiene forma de blog pero ojalá en el futuro sea un libro.
Estoy hablando de Montoneros Silvestres. Ahí no recurre al ensayo sino a una reivindicación del folletín. Y lo hace para contar historias de personas que integraron “pelotones autónomos” de Montoneros, que durante la dictadura siguieron resistiendo como pudieron.

Se vuelcan ahí (en unas veintipico de crónicas publicadas por entregas) una serie de conversaciones que empezó en 2005 pero que llevó a textos recién a partir 2011.
Las historias de estos montoneros silvestres –como los llama Pacheco- transcurren en el Conurbano Sur de la provincia. Fueron militantes en su mayoría incomunicados con las instancias orgánicas de Montoneros y sin recursos materiales, que realizaron acciones a nivel barrial o sindical, actos fugaces de propaganda o sabotaje, interferencias y reuniones clandestinas para debatir una situación cada día más adversa.

En el mismo Conurbano Sur Mariano empezó a militar, de pendejo, hace poco más de 15 años, en la Agrupación Juvenil 11 de julio y luego inmerso en la construcción de los MTD, íconos de esa generación del 19/20.
No sin guiños hacia aquella generación. Porque cuando –con Darío Santillán y otros- escribieron sus “Apuntes para la militancia” (título que remitía al texto canónico de Cooke), lo editaron con el nombre de fantasía “Ediciones Estrella Federal”, homenajeando la vieja revista de montoneros de la que algún ex militante les había regalado un ejemplar.
O porque la primera vez que armaron una molotov lo hicieron siguiendo consejos de un viejo manual a Montoneros.

3. Pero se trata de otra generación

Pacheco pertenece a una generación que reivindicó una militancia con alegría.
La generación que pintó “Disfrute y luche”, que valoró de la militancia vasca la consigna
“Lucha sí, risa también”.
Fue parte de un grupo de personas que reivindicó la risa citando a Tuñón[1] y a Cortázar (y a El nombre de la rosa).

“Yo no creo en los revolucionarios de caras largas y trágicas” decía Cortázar:   más de una vez se lo escuché citar tanto a Mariano como a Esteban[2]

(Esteban tiene un texto titulado Abnegación o divertimento. La muerte o la vida para la militancia[3], con un parecido de familia con otro de Mariano: De Ernesto Guevara a Darío Santillán. Notas sobre la risa,  la militancia)

Ahora sigue en la misma línea. Lo hace con más elaboración filosófica, trae a colación a Nietzche, pero el objetivo es el mismo.

Lo principal que retoma de Nietzche es la risa.

Nietzsche dice “¡Demos por perdido el día en que no hayamos bailado al menos una vez! ¡Y sea falsa para nosotros toda verdad en la que no haya habido una carcajada!”

Pacheco encuentra en el filósofo “una figura que pueda aportarnos a repensar ciertos afanes sacrificiales, típicos de la izquierda del siglo XX”
Y que recupera la risa como forma de una actitud demoledoramente crítica.

“Derribar ídolos. Filosofar con el martillo (Aniquilar la tradición, dice más adelante). Podemos establecer un vinculo estrecho, en Nietzche, entre la risa creadora y la voluntad de batallar”

De poner en cuestión el imperialismo de la razón.

4. Hay una serie de palabras que definen al libro
Que se reiteran, que gozan al ser escritas:

- Inactual[4]
- Inclasificable
- Insurrección
y su verbo:
- Insurreccionar

Un libro –digamos- que es un libro de ensayos.
Que postula al ensayo como género de batalla.
Que lo reivindica como el género que permite un “ir y venir”
Y que afirma a los intelectuales como activistas y trabajadores de la cultura

No es un ensayo con/sobre tres autores. En Kamchatka no sólo están Arlt, Freud y Nietsche.

También está Jean Paul Sartre y con él, Pacheco nos dice que escribir es actuar
Está Benjamin, que es el pilar de sus apologías del ensayo,  es la inspiración de la actitud de copiar citas y comentarios en un cuaderno.
Están Deleuze y Guattari, también Lefebvre
Está Leónidas Lamborghini y, por supuesto, David Viñas.

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5. Me enojé con Omar Acha

Acha dice:
¿Quién se atreve (hoy) a cuestionar de qué se habla cuando se habla de DDHH?
¿Quién pone en suspenso la virginal impunidad de la ´democracia´?
Y dispara:  estas y otras preguntas “están ausentes de la discursividad vigente”.

Me pregunto: ¿Están ausentes de la discursividad vigente?
Yo no lo creo. No están ausentes ni en la praxis política de los movimientos sociales, ni en la literatura publicada.

…Y al final, Acha llama a “avanzar contra el legado político ideológico de la represión política de la última dictadura:  el progresismo”.
¿Cuántos se definen y se identifican, hoy día, como progresistas? Progresista era (se decía) el Frepaso.
¿Cuándo, en los últimos años,  los movimientos piqueteros, las organizaciones populares autónomas, las marxistas o las nacional populares, se definieron como progresistas?

En algún punto, lo sentí como un prólogo de los 80-90.


6. (Sobre el autor). Ciertas cosas que Pacheco dice sobre autores que cita (concretamente Arlt o Benjamin), valen para sí.

Se dice sobre Benjamin:
- que es un “inclasificable”
- que “se resiste a normalizar su escritura según las reglas de la cultura académica y el mercado editorial”

Se dice sobre Arlt:
- que es inoportuno, polemista, hinchapelotas.
- que tiene un estilo mezclado, crudo  ((estética cruda))
Pacheco lo cita al propio  Arlt defendiéndose:

“se dice de mí que escribo mal. Es posible. De cualquier manera, no tendría dificultad en citar a numerosa gente que escribe bien y a quienes únicamente leen correctos miembros de su familia´. (…) Para hacer estilo son necesarias comodidades, rentas, vida holgada…”
Arlt, en cambio, dirá: “No dispongo, como otros escritores, de rentas, tiempo o sedantes empleos nacionales. Ganarse la vida escribiendo es penoso y rudo”.

Y agrega Pacheco, sobre Arlt: “tuvo que hacerse totalmente desde abajo: recorriendo lugares, golpeando puertas para que algún editor se interesara…”, escribiendo en la prensa.

Inclasificable. Resistente. Polemista. Crudo. Tuvo que hacerse totalmente desde abajo.







Si me van a cremar
no hagan un funeral
rian, tosan,
no lloren mares
vayan a nadar!

Comprense unos patines
y anden por los jardines
flores fumen
de beber licores de frambuesa
coman berenjenas
junten ricas fresas
beban cerveza tirada espumosa y cristal
babosas claras batan y merengue
coman en pasteles
FESTEJEN UN DIA MAS
UN DIA MENOS




[1] Una tarde por el ancho rumor de Montparnasse
por ese aire de provincia tan confianzudo y claro
–cada ventana paga su pedazo de sol con una canción,
anduve bebiendo el buen vino rojo y alegre como una canción,
rojo y alegre como una revolución.
[2] Retomando ahora al Cortázar de Rayuela, Pacheco cita: “La risa ella sola ha cavado más túneles útiles que todas las lágrimas de la tierra...".
[3] Debo decir que del libro anterior de Mariano me llamó mucho la atención el título (El militante que puso el cuerpo), que nos retrotrae a una expresión típica de esa militancia abnegada.
Decía Esteban: “La vida, que es la vida que no sobra, la vida que el capitalismo especulativo ha decidido prescindir hasta la exclusión, no podemos darnos el lujo de despilfarrarla también con consignas que inciten a la muerte, cualquiera sea el sacrificio que impongan. Hay que cuidarla, cultivarla. Medirse con la muerte, será suicidarnos otra vez”.
[4] Una discrepancia para charlar en otro momento. Pacheco dice que investigar desde los movimientos sociales (investigación militante) suena inactual.
Es inactual si uno va a buscar eso al CONICET. Sería inactual en cualquier momento de la historia: es pedirle peras al olmo. ¿Es inactual sino uno lo mira en los movimientos sociales?