martes, 8 de febrero de 2011

Gilles Deleuze y Félix Guattari: Insumos para construir un pensamiento insumiso

Micropolíticas (*)
POR: Mariano Pacheco
Antimodelos imperceptibles. Micropolíticas de la vida cotidiana. Movimiento creativo desde las bases. En fin: palabras en homenaje a Félix Guattari y Gilles Deleuze.
Inspirados en las reflexiones del antropólogo francés Pierre Clastres, en Las sociedades contra el Estado, Deleuze y Guattari trazan un legado con mujeres y hombres que concibieron su existencia por fuera de la lógica estatal. Son conocidas sus tesis de la meseta numero 12 de su segundo tomo de Capitalismo y esquizofrenia. Glosemos, de todos modos, algunas aristas de su “Tratado de nomadología: la máquina de guerra”. Allí, los autores de Anti Edipo, contraponen la máquina de guerra (MG) al aparato de Estado (AE). La primera, dicen, tiene otro origen: es previa a su derecho y exterior a su soberanía. Posee otra justicia. Potencia de la metamorfosis, multiplicidad pura y sin medida, la figura que eligen para condensar sus postulados es la de la manada. De otra especie y naturaleza, el nómade es la figura del devenir por excelencia. No porque se desplace geográficamente (y esto es importante remarcarlo), sino porque abre otros trayectos, otros recorridos imprevistos, imperceptibles, a su vez, para las anteojeras del Estado. En este sentido, el recorrido del nómade es más parecido al de una guerrilla que al de un ejército regular. Huir, sí, “pero mientras se huye, tomar un arma” (Deleuze-Parnet, 2004; p. 154). Huir, que no es lo mismo que escapar. Atacar, siempre, al poder. Destruir lo dado para crear algo nuevo.
También apelan, Deleuze y Guattari, a la contraposición de los juegos de Go y de Ajedrez. Dos nuevos ejemplos de AE y MG. El ajedrez como juego de Estado, con sus piezas cualificadas (el peón siempre es peón; el caballo, caballo; y el alfil, siempre es alfil...), sus piezas codificadas, con propiedades intrínsecas de las que se derivan sus movimientos, posiciones y enfrentamientos. El Go, en cambio, se caracteriza por la tercera persona, la función anónima y colectiva de fichas que son siempre bolas situadas. “El ajedrez es claramente una guerra, pero una guerra institucionalizada, regulada, codificada, con un frente, una retaguardia, batallas. Lo propio del go, por el contrario, es una guerra sin línea de combate, sin enfrentamiento y retaguardia... Otra justicia, otro movimiento, otro espacio-tiempo” (Deleuze y Guattari: 2007; p. 361).
Conjurar los equivalentes del AE en los colectivos militantes; esa es una enseñanza importante que podemos tomar de estas reflexiones. Porque no se trata (solamente), de evitar que en un futuro (de producirse) la revolución degenere. Se trata, también -y sobre-todo- de combatir hoy los dispositivos a través de las cuales un sector del movimiento se especializa al punto de constituirse en un aparato separado de sus pares (cuestión que no tiene por qué implicar negar las mediaciones: ¡los nómades tenían jefes –insisten– pero eran más parecidos a un líder o una estrella de cine que a un hombre de poder!).
Conjurar, entonces, las formas cotidianas de clasificación, de jerarquización, de promoción de la división entre trabajo intelectual y manual; o dicho en otras palabras: de las lógicas que profundizan la diferencia entre gobernantes y gobernados.
Conjurar (sostienen en otra meseta -titulada “Micropolítica y segmentaridad”-), los microfascismos que cada uno de nosotros lleva adentro. “Las organizaciones de izquierda no son las últimas en segregar sus microfascismos. Es muy fácil ser antifascista al nivel molar, sin ver al fascista que uno mismo es, que uno mismo cultiva y alimenta, mima, con moléculas personales y colectivas” (Ibídem; p. 219).
En fin: gestar dinámicas performativas, imperceptibles desde el punto de vista de la macropolítica estatal; partiendo de la realidad y no de un modelo ideal a alcanzar. Saber diferenciar las apuestas propias de las lógicas de la coyuntura, interviniendo, sí, no diciendo: “tenemos otros tiempos a los de la coyuntura”; no quedándose en la pura micropolítica, como quien se queda regando sus flores en un pequeño jardín.
Por todo esto, es que podemos considerar a la máquina de guerra, al Movimiento, como perverso y polimorfo, ya que no se remite a una única norma ni a una forma fija y premoldeada: de allí que sea más que un modelo un antimodelo, que apuesta por la experiencia creativa. En este sentido (tal como el subcomandante Marcos dijo alguna vez, refiriéndose a los zapatistas y a otras experiencias que han surgido en los últimos años en distintos lugares del mundo), nuestras experiencias –que alguna vez fueron denominadas como movimiento de movimientos– son un síntoma (1) de rebelión del nuevo milenio.

Notas
1) Restituyendo este concepto a la narratividad específica a la cual pertenece (el psicoanálisis), podríamos pensar nuestras experiencias de modo similar a cómo Freud pensó el inconsciente en relación con la razón. Como el yo en relación con el ello, el capital surge del trabajo. De su explotación. El retorno de la rebelión del trabajo explotado como síntoma de un trauma. Como la máquina de guerra deleuziana, el inconsciente freudiano funciona con otra lógica que la de la conciencia (aunque en rigor, no sea una lógica). No se parece a la realidad: constituye otra realidad (con otra dinámica). Así son nuestras experiencias. Tal vez un tanto monstruosas desde el punto de vista de la razón del capital.

(*) La Nueva Izquierda Autónoma y el Socialismo desde Abajo. Notas para un debate sobre nuestras prácticas y los desafíos por venir, trabajo preparado para Socialismo desde abajo, libro editado por El Colectivo, que reune ensayos con enfoques de distintos autores (de próxima aparición).