sábado, 7 de noviembre de 2020

Los hijos de Fierro, de Pino Solanas (in memoriam)

Invariantes de la historia nacional

 


 Por Mariano Pacheco

 

 PINO Y NUESTRA EDUCACIÓN SENTIMENTAL

 Fernando Pino Solanas falleció en París tras contraer COVOD-19

 

 CAPÍTULO DEL LIBRO CABECITA NEGRA*

Los hijos de Fierro, cuyo guión y dirección realiza Fernando Solanas, fue terminada en 1975, luego de la muerte de Perón y cuando el peronismo ya ha estallado por los aires. Para entonces el Grupo Cine Liberación (integrado por PinoSolanas, Octavio Getino y Gerardo Vallejo) estaba claramente posicionado como parte de aquello que se denominó el “tercer cine” (precisamente, el de liberación, luego de la oleada del “primer cine” –modelo de la industria norteamericana–, y el “segundo cine” –sobre todo de procedencia europea–, denominado “de autor”).

El film, definido por Ángeles Masó como el “Potemkin” del cine argentino (La vanguardia, Barcelona, 18 de enero de 1979), fue realizado en la Argentina durante los años 1973 y 1974, pero finalizado por Solanas en su exilio europeo. Es la primera ficción de Pino y se proyectó por primera vez en Cannes, Francia, en 1978 (en el país recién pudo verse por primera vez en marzo de 1984).

Protagonizada por Julio Troxler (El hijo mayor); Antonio Ameijeiras (El hijo menor); Martiniano Martínez (Picardía); Juan Carlos Gené (El Negro); César Marcos (Pardal); Arturo Maly (Cruz); Jorge De La Riestra (Vizcacha) y Sebastián Villalba (Angelito), la película cuenta con canciones interpretadas por Alfredo Zitarrosa, sobre la base de letras elaboradas por Mauricio Kartun. Aldo Barbero y Fernando Vegal ofician como “relatores” de esta película que supo realizarse con actores “no profesionales”, y en la que abundan locaciones en el conurbano bonaerense, en localidades como Lomas de Zamora, Berazategui, Temperley y Monte Chingolo.

En 1980, en un texto titulado “Carta a los espectadores”, Pino Solanas comenta:

A comienzos de los años 70, y con la idea de reflejar el momento histórico que vivíamos, comencé a concebir una nueva película. Dos proyectos rondaban mi cabeza: por un lado, una recreación del Martín Fierro; por el otro, la solitaria resistencia que diariamente protagonizaban los trabajadores contra el sistema oligárquico militar. Inicialmente había dos películas, dos imágenes diferentes: una mítica simbólica y una realista cotidiana. Pero no estaban separadas; eran las caras de una misma historia y, con el correr de los meses, se fueron amalgamando, confundiendo, enriqueciendo con cientos de relatos y memorias que recogí en los barrios, los cafés, los sindicatos, en los patios y las generosas cocinas del gran Buenos Aires. Estas notas exponen el planteo histórico y temático de Los hijos de Fierro.

Casi tres décadas más tarde, en una entrevista publicada en el diario Página/12, el 24 de mayo de 2008, Solanas rememora las complicaciones para realizar el film, en un clima de violencia estatal y paraestatal creciente:

Estábamos grabando en Tandil y de pronto por la radio de un auto informaron que habían matado a Troxler. Imagínese. Estaba haciendo una película y me empezaron a liquidar a los protagonistas. Era un gran dolor, una pesadilla.

Luego de la muerte de Troxler, el cineasta pasa a la clandestinidad. En ese contexto, durante un mes, reescribió en versos octosílabos el guión, originalmente en prosa.

Y escribe Solanas sobre la relación entre el guión y el texto original de José Hernández:

La figura en la que estas mayorías reconocen a su conducción es Martín Fierro, y lo concebí no sólo como un personaje más sino como su punto de convergencia, el vértice de la pirámide, la síntesis de la representación de su conciencia histórica. El peregrinaje de Fierro a través del desierto es el difícil tránsito de la Nación en el llano, la búsqueda del camino liberador para la patria cautiva. En cuanto a los demás personajes, conservé los principales del poema original: el Hijo Mayor, el Hijo Menor, Picardía, Cruz, Vizcacha, la Cautiva. Y agregué otros: Pardal, Angelito, El Negro, Elvira, Teresa, Alma. Todos tratados en dos niveles alternados: el individual y el colectivo. Ninguno de ellos encarna a una persona real; constituyen la presencia de diversos roles, tendencias políticas en el seno de la clase trabajadora. Del mismo modo, la insurrección del capitán Cruz es simplemente el sueño de Picardía y de muchos cuadros sindicales de la época, aunque la realidad dio, en el 56 oficiales como Valle, Tanco y Cogorno

Por último, el cineasta aclara:

Los Hijos de Fierro es un canto a la unidad y a la resistencia del pueblo argentino, frente a los diversos proyectos de dominación que han sido lanzados contra él a lo largo de su historia. Intenta reconstruir, a partir de la historia oralmente transmitida, la epopeya protagonizada por el pueblo desde la pérdida de su soberanía como consecuencia de un golpe militar hasta su recuperación. Tiene una clara referencia: la etapa que transcurre entre el golpe militar del 55 y el triunfo de las elecciones del 73…




***

El film parte de una “operación revisionista” típica de la época: se remonta hasta las Invasiones inglesas para dar cuenta de los “anhelos populares” de “paz, justicia y liberación”, la búsqueda de realización de la patria grande latinoamericana.

Una murga nos advierte: “Suena el bombo y a contar, la memoria popular”.

El relato parte de la “detención de Fierro” y la “insurrección de octubre”, para dar cuenta de la “marcha revolucionaria de Fierro y su pueblo”. Pueblo que aparece sintetizado en los hijos de Fierro, quienes acuden a la frontera para reunirse con su padre, quien les entrega a cada uno una bandera.

Estas banderas encierran la memoria de las viejas luchas… Expresan una mística y una doctrina que nuestros enemigos no podrán destruir porque está inculcada en el corazón de los trabajadores.

Con estas palabras, Fierro bendice a los hermanos. El mayor se llevará la bandera de la independencia, y en él queda la tarea de organizar la insurrección. Al menor, le toca la bandera de la soberanía, y su misión es poner en pie los barrios populares. Picardía, cuya bandera es la justicia, es quien reorganizará las comisiones de fábrica para la resistencia.

La justicia y la libertad no se regalan: se conquistan, se defienden, y a veces, hay que morir por ellas.

Las imágenes de gauchos torturados se intercalan con la voz de Fierro:

La sangre que se derrama no se olvida hasta la muerte.

Las citas del Martín Fierro se superponen con los desafíos de los hermanos peronistas.

Un bandoneón suena de fondo. El paisaje semirrural es la imagen con la que se introduce a los espectadores al “bloqueo enemigo” realizado por la Revolución Libertadora. El destierro de Fierro es presentado junto con el “cadáver profanado de su mujer”: la Cautiva, quien dejó su legado: llevar las banderas a la victoria.

Fierro es un gaucho con sombrero que parte hacia el desierto junto a su caballo. Ha elegido el tiempo, antes que la sangre.

Así finaliza la ida.


***

La segunda parte del film comienza con una afirmación tajante:

En cada barrio y lugar de trabajo había un hijo menor, un hijo mayor y un picardía.

A renglón seguido se cuenta la historia de cada uno.

Picardía es Cirilo Fuentes, pobre, huérfano, quien vivió la “dignidad del trabajo” durante la época en que gobernó Fierro.

El hijo menor es Santiago Almeida, quien estudió en la “Politécnica”. Simboliza la “infancia privilegiada”. Cuenta que no pudo conocer las conquistas sociales de las que hablaba su padre, y su ingreso al trabajo estuvo marcado por el incremento de la productividad. “Ni mate ni cigarrillo”, cuenta, aunque aclara que en los lugares de trabajo “había organización”: se paraba la sección al compás de la marchita.

Andrés Brende es el hijo mayor. Su ingreso en la película coincide con su salida de la cárcel. No quiso disparar y, manso, lo agarraron en el sindicato, nos enteramos, mientras vemos que “el actor” es Julio Troxler, sobreviviente de los fusilamientos de José León Suárez, quien –como hemos visto con anterioridad– también actúa (interpretando su propio papel) en el film Operación masacre.

La guerra aparece como un elemento que está entrelazado con la poesía y la canción.

Así, mientras los protagonistas comparten un asado, se aclara que “el amor, como la guerra, la hace el criollo con canciones”.


***

La tercera parte comienza con un montaje de imágenes, en las que podemos ver cómo la policía encarcela obreros mientras Fierro huye a caballo hacia el desierto.

Nadie quiere un perseguido por el imperio. Qué compromiso más serio albergar a Martín Fierro.

La voz en off de Fierro da cuenta del primer período de exilio de Perón, cuando luego de sostener que, entre la sangre y el tiempo, él elegía el tiempo, pasa a dar directivas desde el exterior para enfrentar a la dictadura.

Las frases que aparecen en el film son célebres:

Muchachos: cuanto más nos golpean más nos quiere el pueblo.

Hay que organizarse, estamos en guerra.

No hay que librar una sola y gran batalla sino miles de pequeños combates. Donde la fuerza está, nada. Donde la fuerza no está, todo. Golpeando cuando duele y donde duele.

En este tramo del relato se narra la parte más intensa de la resistencia peronista. El hijo mayor tiene al barrio como su centro de operaciones. Allí se concentran los “malandrines”, la “barra de la esquina” que es su “brigada”, la que realiza actos relámpago y pone caños. Allí, mientras un bandoneón suena y la muchachada juega al billar, ingresa en el film un personaje secundario, “El Negro”, que simboliza una figura central de ese período histórico: un “Gordo”, que nos recuerda claramente a John William Cooke.

De la mano de la historia de los hermanos avanza en sentido cronológico el relato sobre los sucesos históricos de aquellos años.

Picardía, que es el “enlace sindical”, permanece clandestino, escondiéndose en humildes casillas, mientras la policía lo busca con pedido de captura en mano (Nunca estuvo tan sola, la clase trabajadora).

Tras recordar que con “voto en contra o voto en blanco” se participó en las primeras elecciones, luego se pudo rescatar a los gremios intervenidos. De nuevo cambia el tono del relato. Ahora se suman el bombo y el canto a las banderas y los papelitos. Y las consignas bélicas ya no son contra los militares sino contra sectores del propio movimiento:

Vizcacha, traidor, te mandamo’ al asador.

Vizcacha/Vandor aparece en pedo, rodeado de guardaespaldas, aconsejando “hacerse amigo del juez”.


***

La cuarta parte de la película reconstruye los primeros indicios del “Operativo retorno”, y también, las contradicciones que cada vez se hacen más marcadas dentro del movimiento. Y también puede “leerse” en el relato la “picaresca” de Perón:

El pueblo en la resistencia fue leal y fue paciencia…

Qué pasa que no regresa, dice el pueblo con sorpresa.

El Gordo aparece leyendo cartas de Perón, quien habla de “socialismo”.

Por las buenas en avión, o por las malas, insurrección, dice la voz en off.

En este tramo, la poesía ocupa un espacio mayor, y junto con la superposición e imágenes de la ciudad y el desierto, pueden escucharse melodías de tango.

La contracara de la espera es la cárcel, y la tortura, que el hijo mayor lleva en su cuerpo como una marca, un testimonio de los años duros de la resistencia.

En el relato aparece algo que ya había sido señalado por Jean Paul Sartre décadas antes, a propósito de la ocupación alemana de París: que los tormentos de los verdugos no tienen por objetivo, solamente, obtener información:

Ellos no solo buscaban información, sino convertirme en delator, puede escucharse en boca del hijo mayor.

Algo similar había escrito el filósofo francés en su emblemático texto titulado “La situación del escritor en 1947”, incorporado a su libro ¿Qué es la literatura? (Situation II). Allí, Sartre plantea que, en primer lugar, la tortura es una empresa de envilecimiento:

Sean cuales sean los sufrimientos soportados, es la víctima la que decide, en última instancia, el momento en que los tormentos son insoportables y es necesario hablar; la suprema ironía de los suplicios consiste en que el paciente, si cede, aplica su voluntad de hombre a negar que sea hombre, se hace cómplice de sus verdugos y se precipita por sí mismo en la abyección. El verdugo lo sabe y espía el desfallecimiento, no solamente porque va a obtener información que desea, sino porque ello le probará una vez más que tiene razón de emplear la tortura y que el hombre es un ser al que hay que tratar a latigazos; así, trata de aniquilar la humanidad en su prójimo.

Por supuesto, cuando el autor de La náusea se refiere aquí al silencio (ese silencio “con el que la víctima enfrenta a sus verdugos” y, a partir del cual, “nace y renace, una y otra vez, su humanidad”), ese silencio es el que implica no colaborar.




***

La cronología histórica se ve alterada cuando ingresan en el film momentos y personajes que, al mejor estilo de la estructura freudiana del sueño, funcionan a la vez operando elementos de “desplazamiento y condensación”. El ejemplo más claro es cuando aparece “El Capitán Cruz”. El relato mezcla referencias al Martín Fierro, la historia del General Juan José Valle y el imaginario guevarista típico de fines de los años sesenta.

Esperaron en vano, fusiles y machetes, para un nuevo 17.

La voz en off, en clara referencia al fracaso del “Operativo retorno” de diciembre de 1964, nos cuenta que “una partida extranjera” detuvo a Fierro en su marcha.

A su vez, el Capitán Cruz (“gaucho-milico”) es derrotado en los combates y asesinado.

Son los caminos de aprendizaje del movimiento peronista, que fue de la intentona cívico-militar a los intentos por “pactar” con sectores del régimen, pasando por la vía insurreccional. El camino arduo hacia el retorno está empedrado de buenas intenciones. Y otras que no tanto.


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La derrota es huérfana. El lema es conocido. Y si bien Solanas no lo cita, da cuenta de esta idea cuando relata que cada hermano vio en el otro los motivos de las derrotas. Así, el film refiere las contradicciones que crecen dentro del movimiento. A la desconfianza entre sectores se suman las divisiones: duros y blandos. Intransigentes y dialoguistas con el régimen que proscribe y excluye al peronismo. Las divisiones “por abajo”, de todos modos, no ponen en entredicho las decisiones de Fierro (“Se juraron respetar tan solo a Fierro. De Fierro abajo, a ninguno”). Fierro es contundente ante las divisiones:

Cuando el imperio da palos no debe haber desunión.

Pero algunos sectores, los más combativos, empiezan a sacar lecciones de las diversas batallas libradas. Con una estética bastante vanguardista para la época, el grupo Cine Liberación apela a ciertas animaciones, entremezcladas con tramos en donde Alfredo Zitarrosa canta una milonga, para contar una “partida de truco” en la que quedan claras las trampas a las que apela la burocracia sindical para sostenerse al frente de los gremios.


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Fierro insiste en sostener la unidad: “Ni sectarios ni excluyentes”.

Pero las disputas ya no se dan solo por abajo, sino que llegan hasta la mismísima cúspide del vértice. Vizcacha quiere disputarle a Fierro la conducción del movimiento. Y la historia es conocida: Vizcacha, en su covacha, termina asesinado.

Los años pasan y la situación empeora para los sectores populares. Un bandoneón le pone el tono a las imágenes de casillas de villas al costado de una vía. Los “días más felices” parecen haber quedado demasiado lejos. Como los momentos de unidad de los hermanos.

El Gordo critica a Fierro. Y saca conclusiones: “Solo la clase obrera peronista es revolucionaria”. El hijo mayor defiende a Perón, dice que es revolucionario y que el problema está en los hijos que no resuelven. La cronología avanza y a través de anécdotas singulares de los personajes se va abordando la historia nacional.

Entre vinos y asado, entre guitarreadas y conversaciones, un cordobés cuenta chistes y Picardía anuncia su mudanza a Córdoba. El hijo menor afirma que desea que el hijo que espera con su compañera sea quien dé continuidad a la revolución que empezó su padre, y que él continuó.


***

Una cinta con la voz de Fierro y una fogata son el escenario a partir del cual comienza “La vuelta”. Los tres hijos escuchan el casete: “Es la hora de los pueblos, desde aquí y hasta el Oriente”.

Las imágenes del Cordobazo son acompañadas por la emblemática consigna “Solo el pueblo salvará al pueblo”.

Picardía pelea en las barricas del Cordobazo, junto a su hijo, que es asesinado en los combates callejeros. El hijo mayor vuelve al trabajo, y afirma: “yo sentía que el poder lo daba la organización y participación de la masa laburante. Si no, no hay revolución”. El hijo menor quería el poder para hacer lo que el pueblo quería, y también, para poder rescatar a la cautiva.

Fierro sentencia:

El enemigo se siente vencido y comienza a retirarse… ¿Qué tenemos que hacer? ¡Perseguirlo! No dejarle levantar la cabeza.

Pero el enemigo no se repliega ordenadamente. Es como un gato acorralado. Saca las uñas, pelea. Prisioneros políticos son fusilados en la cárcel (“Trelew”). La mujer de uno de los hijos de Fierro es detenida, torturada, mientras la sombra de Fierro es vista en la frontera. Es el comienzo del fin. El retorno de Fierro ha comenzado.

Los tres hermanos reunidos en torno a la fogata comparten esperanzas, pero también dolores, y muchos interrogantes:

¿Podremos vencer al fin? ¿Tomar sin fuerza el poder?

¿No es muy tarde para Fierro después de tanto destierro?

¿Y qué imperio se retira? ¡Ningún poder se suicida!

¿No vendrán provocaciones, divisiones, volviéndonos enemigos?

¿Estamos realmente unidos o enfrentados, y sobre Fierro hermanados?

¿Habrá descabezamiento y cundirá el desaliento si no estamos unidos?


***

Hacia el final, se produce un duelo entre el hijo menor y un verdugo. Se encuentran rodeados de mujeres y hombres que enarbolan pancartas con la figura de Evita y banderas con consignas revolucionarias.

El comandante dice: “al matrero, no le da el cuero”, pero finalmente es derrotado.

Fierro convoca a una gran alianza nacional para aislar a la dictadura (“deshaceré esta madeja aunque me lleve la vida”).

El pueblo avanza con sus banderas. Fierro dice:

No hay tiempo que no se acabe ni viento que no se corte. Cuando el pueblo se decide a la lucha, es invencible… Vuelvo para reconstruir la Nación desde el olvido, uniendo a los argentinos en una revolución que de la liberación que todo el pueblo ha elegido.

Suenan bombos; flamean banderas; llueven papelitos; suena una murga.

La voz en off de Fierro expresa este último monólogo:

Los hermanos se organicen y estén siempre vigilantes.

Porque digo como antes: que vivan con precaución.

Nadie sabe en qué rincón, se oculta el que es su enemigo.

Y guarden estas palabras que les digo al terminar: que mi obra ha de continuar hasta dársela concluida.

Y si la vida me falla ténganlo todos por cierto, que el gaucho hasta en el desierto, sentirá en esta ocasión, tristeza en el corazón, al saber que yo estoy muerto.

Y con esto me despido, sin expresar hasta cuándo.

Nuestra marcha sigue andando y no tendrá conclusión.

El pueblo es la sucesión de esto que se está contando.

Yo llevo en mis oídos la música más maravillosa, que es para mí, la palabra del pueblo argentino…

La última frase pronunciada por Fierro causa escalofríos oída a la distancia. Es el preanuncio de la derrota por venir. Ni el director, ni los espectadores virtuales del film en ese momento (1975) podían saberlo, pero no puede ignorarlo el espectador actual (2016). Por eso, la película, más allá de sus valoraciones estéticas, no puede ser tomada sino como uno de los últimos grandes documentos culturales de la época.

Dice Fierro:

Lo que decida el destino después lo habrán de saber.


* CABECITA NEGRA. Ensayos sobre literatura y peronismo (Punto de encuentro editorial, 2016),

jueves, 5 de noviembre de 2020

¡ALCArajo con el ALCA!

#alca15años

 



Por Mariano Pacheco

Aún recuerdo ese 5 de noviembre de 2005, haciendo mis primeras armas en el periodismo, intentando cubrir la jornada para un proyecto de periodismo popular (creo que entonces era Prensa De Frente, Portal cuyo nombre iba en claro homenaje al proyecto comunicacional impulsado antaño por J.W Cooke, sugerido por Lucho, un camarada setentista que venía del PRT).

En medio de un contexto que se reconfiguraba, recuerdo que fuimos a los dos lados: al acto en el que habló Hugo Chávez, y la marcha de las izquierdas.

Alguna vez escribí que CHAVISMO era el nombre de una inspiración Latinaomericana. Creo que no caben dudas de que el año 2005, la ciudad Argentina de Mar del Plata, quedarán en la memoria popular como el día en que esa larga lucha de resistencia al neoliberalismo, que se inicia el 1° de enero de 1994 con el alzamiento zapatista en México, y que tuvo tantas batallas a lo largo del continente durante toda esa década (con episodios fundamentales como "La guerra del agua" y "La guerra del gas" en Bolivia, o la insurrección argentina de los días 19 y 20 de diciembre de 2001).

La imagen de Chávez hablando con la bandera de Guevara atrás es el modo más tangible de pensar esos vínculos no lineales en la historia. Los Comandantes Nuestroamericanos de los siglos XX y XXI en un diálogo imaginario que nos permiten pensar hoy, junto a los nuevos contextos y las nuevas generaciones de militancia, que como dice nuestro compañero Cacho, del Instituto Frattasi, "no hay victorias permanentes", pero tampoco "derrotas definitivas".

Seguir forjando el punto de vista popular para pensar la historia, y la actualidad, desde las luchas. Esas que anudan el anhelo de un país libre,justo y soberano, con el de una Patria Grande Unida, y con fraternidad entre sus pueblos; el mejor modo de enlazar un patriotismo revolucionario con un internacionalismo desde abajo.

miércoles, 4 de noviembre de 2020

Deleuze y nosotres (Latinoaméricanxs del siglo XXI)

A 25 años de la muerte de Gilles Deleuze, pensando en cuánto de deleuziano tiene este siglo XXI

 


Por Mariano Pacheco*

 

¿Quién, después de leer a Gilles Deleuze, puede salir indemne de esa lectura?

La máquina de guerra textual que puso en marcha, y la que luego agenció con su camarada y amigo Félix Guattari, no dejan de producir sentidos, aún después de sus muertes. Es que, como tan bien ellos comprendieron, las ideas surgidas de sus conversaciones, las frases vertidas sobre un papel, dejaron de pertenecerles (si alguna vez se puede decir que les “pertenecieron”) para ponerse a funcionar donde sea que encuentren oídos. Claro que el riesgo fue grande, y doble. “El que dice algo diferente marcha voluntariamente al manicomio”, escribió un Nietzsche sin el cual es muy difícil entender, al menos, a Deleuze (no tanto a Guattari, cuyo archivo filosófico permanece más rigurosamente apegado a la tradición marxista, por más heterodoxa que ésta aparezca en sus lecturas), y vaya si Guattari-Deleuze dijeron cosas diferentes. Pero también la astucia de saber introducir nuevos puntos de vista para pensar los nuevos problemas puede verse traicionada, en tanto un movimiento de indagación inaudita y experimentación filosófica y narrativa audaz, puede verse transformada en una nueva jerga, un “deleuzianismo”. Captura del ejercicio creativo por un nuevo dogma, punto cero del devenir, mutación en “modelo”. Deleuze sin Marx, sin Freud, sin lucha de clases. Deleuze estancado en el siglo XX sin capacidad de operar una reactualización de sus aportes al calor mismo de los debates y las luchas contemporáneas. Ese es nuestro desafío: no dejarnos seducir por la jerga poner a funcionar, mas bien, sus conceptos, del modo en que Deleuze mismo concibió el ejercicio filosófico: siempre conectado con un afuera textual, con otras narrativas no-filosóficas, con otros modos de expresión no textual. Y crear conceptos, siempre nuevos, siempre ligados a nuestros devenires, a nuestra historia.

No es este el texto en el que lo haremos, pero resulta evidente –al menos para muches-- que no puede leerse ni a Deleuze, ni a Guattari ni a ninguno de sus compañerxs de ruta de generación sino es bajo la inflexión situada, geopolítica Latinoamericana, y del siglo XXI, para no pensar ya con la estructura de un mundo bipolar, con fuerte peso de Partidos Comunista alineados con una Tercera Internacional y un aire de profundas revueltas de los pueblos del mundo, sino en el contexto de nuestro tiempo, la era del realismo capitalista, con un neoliberalismo triunfante en tanto modo de vida que subjetiva incluso cada proceso que se asume “antineoliberal”, y resistencias múltiples (luchas desde abajo, organizaciones sociales autónomas, Movimientos Populares con estrategias de poder y Gobiernos Nacionales con cierta vocación de desviar el rumbo de los partidos de derecha y las gestiones estatales más abiertamente en neoliberales –en tanto programa--) que en lo que va del siglo tienen más de aquello que Deleuze (y Guattari) promovía (las micropolíticas, las revoluciones moleculares) que aquello que querían problematizar (la política reducida a mera intervención macropolítitica, la revolución como hecho total de irreversibilidad).

Quedará para próximos textos, nuevas reflexiones, intentar contribuir en ese sentido: llevar al extremo la definición deleuziano-guattariana de que toda política es, a la vez, micro y macro política, y pensar cómo esa conceptualización nos ayuda a pensar la integralidad de las intervenciones de la actualidad, pensadas a su vez en un marco de su correlación con nuestras historias recientes en el continente, y en cada uno de nuestros países.

 

***

Lo interesante de Deleuze, su filosofía, sus lecturas de Spinoza y Nietzsche, es que nos ayudan a pensar de otro modo la relación entre nuestras existencias singulares y la experiencia social general. Ser es siempre una determinada configuración de fuerzas, de relaciones, internas y externas, que nos constituyen como criaturas humanas, deseantes. De allí que resulte caduco el esquema liberal que nos habla de un individuo, y una sociedad, y de una existencia reducida a pensar el interés.

Spinocista como era, Deleuze comprendió muy bien que no se puede reducir una existencia humana  a su mera reproducción biológica, y que en su tendencia a perseverar es fundamental su capacidad  de afectar y ser afectada, así como sus ritmos y velocidades, que determinan sus movimientos, y por lo tanto, el carácter triste o alegre de las pasiones que pueblan su cuerpo. De allí que no aparezca ningún contrasentido entre el modo en que Spinoza caracteriza la muerte y la forma en que Deleuze termina con aquello que era su cuerpo entonces.

“¿Qué es la muerte? –se pregunta Deleuze en su curso de 1980/1981--. Es el hecho, que Spinoza llamará necesario en el sentido de inevitable, de que las partes que me pertenecían bajo una de mis relaciones características dejan de pertenecerme y entren bajo otra relación que caracteriza a otros cuerpos. Es inevitable en virtud misma de la ley de la existencia. Una esencia encontrará siempre, bajo las condiciones de existencia, una esencia más fuerte que literalmente destruye la pertenencia de las partes extensivas a la primera esencia”.

La muerte, en Spinoza, siempre viene de afuera (no hay lugar para el suicidio). Morir, entonces –insiste Deleuze-- quiere decir exactamente que las partes que me pertenecen dejan de pertenecerme. La forma en la que lo expresa en ese curso, que hoy podemos leerlo porque fue publicado como libro, en Argentina, bajo el nombre de “En medio de Spinoza”, no dejan lugar a dudas: “muero cuando las partes que me pertenecen o me pertenecían son determinadas a entrar bajo otra relación que caracteriza a otro cuerpo”.

Hace dos años, en un texto que escribí en homenaje a Deleuze titulado “Devenir pájaro, un último acto de libertad”, decía que un domingo 4 de noviembre de 1995, Gilles se arrojaba desde la ventana de su departamento parisino, dejando su obra como testimonio, pero también, aquel acto-pregunta: ¿qué es una vida?

Agobiado por el asma y con una incapacidad progresiva para escribir –e incluso hablar--, el pensador francés decide quitarse la vida, o más bien –podríamos decir-- aquella permanencia en el mundo que ya no era experimentada como lo que él entendía como una existencia auténtica.

* Texto publicado en el Blog Lobo suelto


martes, 3 de noviembre de 2020

Carlos Olmedo: intersecciones entre izquierda y peronismo


 HOMENAJE AL COMANDANTE DE LAS FAR

Por Mariano Pacheco*

 

El 3 de noviembre de 1971, en el famoso “Combate de Ferreyra”, es asesinado en Córdoba el filósofo-militante Carlos Enrique Olmedo. En rigor, “Josesito” –según se lo conocía por su nombre de guerra-- cae en combate contra el Ejército siendo comandante de las FAR, las Fuerzas Armadas Revolucionarias, organización guevarista que aparece públicamente con la toma de la ciudad bonaerense de Garín, el 30 de julio de 1970. Olmedo fue una leyenda, por la corta e intensa vida que supo cultivar, y quizás un poco por el olvido en el que ha caído en las últimas décadas, hoy nos proponemos reivindicarlo, sobre todo rescatando “papeles de archivo”, esos textos por los que fue tan renombrado en su momento: la entrevista que concede a la revista Cristianismo y Revolución, y luego, la respuesta a los cuestionamientos a sus definiciones que le realizan militancias del Partido Revolucionario de los Trabajadores/Ejército Revolucionario del Pueblo.

Una gran cantidad de pequeños actos protagonizados en un bloque de tiempo muy corto hicieron de de figura una leyenda de la militancia revolucionaria en la Argentina.

Se sabe que nació en un humilde hogar de la hermana República del Paraguay. También que fue una figura bastante atípica. Jose, a pesar de haber tenido una infancia y una adolescencia que no le fueron nada fáciles, llegó a graduarse en Filosofía y Sociología en la Universidad de La Sorbona, Francia, siendo muy joven. Allí conoció al mismísimo Louis Althusser, a quien la izquierda mundial debe sus relecturas sintomáticas de Carlos Marx, y en particular, de su obra cumbre, El capital. Olmedo participó en Argentina de la emblemática revista La rosa blindada y con tan sólo 23 años impartió cursos de posgrado en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, pero también trabajó como publicista y se entrenó en Cuba para que su grupo fuera el apoyo argentino a la empresa liberadora de proyección Latinoamericana que Ernesto Guevara intentó emprender desde Bolivia.

Con una sólida formación marxista Olmedo estuvo entre quienes sostuvieron más enérgicamente la necesidad de acercarse al peronismo, hacia fines de los 60, sin renunciar por ello a una perspectiva de revolución socialista que tuviera como protagonista principal a los proletarios de este suelo nacional. En las discusiones políticas, comentan quienes compartieron un tramo del recorrido junto a él, era capaz de remontarse hasta la historia de Galileo para fundamentar una idea sobre la coyuntura. Y después, al finalizar una reunión, sentarse con tranquilidad a escuchar la música de Mozart. Aunque la paradoja mayor, seguramente, haya sido aquella participación como invitado de los ya entonces clásicos almuerzos televisivos de Mirtha Legrand. Invitación que recibió por su desempeño como directivo creativo de la empresa Gillette, donde trabajó hasta que se vio obligado a pasar a la clandestinidad, en 1970.

Olmedo aprendió a mirar al peronismo de otro modo, y ayudó a que otros lo interpretaran también, desde la izquierda, de manera diferente. Contribuyó como pocos a la formulación de la categoría de Nacionalismo Popular Revolucionario. Pero antes de eso, y aun antes de fundar las FAR -que asumirían la identidad peronista y más tarde se fusionarían con Montoneros- Olmedo y varios integrantes de su grupo recibieron entrenamiento militar y formación política en Cuba, y claras instrucciones del Che para instalarse en Argentina como grupo de apoyo a su inmensa apuesta por la Revolución Latinoamericana. La historia se conoce: Guevara fue capturado y ejecutado por la CIA en la selva boliviana, y todos aquellos que pensaban seguirlo en su recorrido reformularon sus propuestas, para desarrollar la lucha revolucionaria desde otras perspectivas, aunque siempre fieles al ideario de crear muchos Vietnam en el continente. En ese camino, el 26 de junio de 1969 atacaron los supermercados Minimax, propiedad de Nelson Rockefeller, cuando el empresario y político norteamericano visitaba nuestro país.

*Nota publicada en la Agencia Paco Urondo

martes, 27 de octubre de 2020

La muerte de Néstor KIrchner, ese 27 de octubre de 2010...

 

 
Por Mariano Pacheco

Vivía en Valentín Alsina –el “barrio obrero” al que 2 minutos le había dedicado su primer disco-- en octubre de 2010. Aún estaba conmocionado por el asesinato de Mariano Ferreyra cuando ese miércoles 27 El Pelado Pablo me pasó a buscar por casa con su auto. ¿Vamos a la Plaza, no? No habíamos sido kirchneristas hasta entonces, a diferencia de muchas otras militancias, tampoco lo seríamos de ahí en más. Seguíamos, seguimos siendo de izquierda, pero nuestra reivindicación histórica del legado del peronismo combativo y de base nos interpelaba, así como nos interpeló en los años noventa, incluso bajo gobierno neoliberales como los de Menem y Duhalde, y nos llevó a entender que en Argentina no posible construir una perspectiva emancipatoria de las y los trabajadores si no se tiene una valoración positiva de la experiencia que gran parte de la clase obrera hizo en este país bajo su nombre. Así que marchamos a Plaza de Mayo, porque lejos de impostar peronismo –como luego se puso un poco de moda en algunos sectores-- a nosotros nos interpeló siempre la experiencia y el sentir popular, y sobre todo, cierta pasión periodística de estar en el lugar mismo de los hechos. Por eso, al igual que en 2008, fuimos a la histórica Plaza, y como en 2008, pudimos asumir que sin ser parte de la experiencia kirchnerista sabíamos muy bien donde no queríamos estar, y a qué compañeres –con más o menos acuerdo político respecto de la caracterización de coyuntura-- queríamos abrazar. La escena de la plaza me conmovió y aún hoy sigo muchas veces haciéndome las mismas preguntas que entonces:


¿Cuándo comienza el kirchnerismo? ¿Cuando Menem se baja del ballotage y Néstor “gana” las elecciones? ¿Cuando el sureño toma de la mano de su mentor, Eduardo Duhalde, el bastón presidencial? ¿O segundos después, cuando se pone a jugar con él (con el bastón, puesto que con el Cabezón del Conurbano jugará tiempo más tarde)? ¿O el kirchnerismo empieza en marzo de 2004, cuando Néstor pide perdón, en nombre del Estado, por los crímenes perpetrados por ese mismo Estado durante el autodenominado –con una profunda fidelidad a los conceptos– Proceso de Reorganización Nacional? Por supuesto, cabe preguntarse si es ese el mismo Estado. ¿No? ¿No era el mismo? ¿No tuvo razón Hebe de Bonafini cuando en los años ochenta afirmó que Videla y Alfonsín eran la misma mierda? Y cuando dijo ver en los piqueteros sureños el rostro de sus “queridos hijos guerrilleros”: ¿no tuvo razón? ¿O no tuvo sus razones para sostenerlo? ¿Fueron las mismas u otras las razones que la llevaron a plantear en 2006 que ya no harían más las Marcha de la Resistencia, desarrolladas ininterrumpidamente durante 25 años? ¿Se equivocó Hebe al decir que el enemigo ya no estaba más adentro de la Casa Rosada? Y de ser así: ¿la Marcha de la Resistencia estaba dirigida al gobierno nacional? ¿O era una suerte de espejo del propio campo popular para resistir a los poderes que estaban dentro y fuera del Estado? De suponer que el gobierno encabezado por Néstor Kirchner estuviese “de este lado” de la barricada: ¿eso implicaba disolver la división entre gobierno y poder, como en 1973 la Tendencia Revolucionaria del Peronismo hizo al plantear la consigna Cámpora al gobierno, Perón al poder? ¿Estaba Néstor llamado a ser un nuevo Perón, el líder popular de la postdictadura? ¿Quién sería nuestro Cámpora?

Las preguntas se multiplican, y es lógico: los interrogantes proliferaron entonces, cuando la política demandó audacia para actuar, y ahora, que la política demanda audacia para pensar (críticamente). ¿Qué implicó para los organismos de Derechos Humanos –o al menos una buena parte de ellos– decir que el enemigo ya no estaba más en Balcarce 50? ¿Asumir que la resistencia había sido contra los gobiernos (radical primero, justicialista después) y no contra un sistema que excedía la gestión del Estado (un Estado que, incluso, ya no contaba con el mismo poder que antaño)? ¿Qué rol jugaban los organismos en el marco del Nuevo Orden Mundial? Demasiadas preguntas, tal vez. ¿Pero no es acaso la pregunta el motor que mueve toda revolución? ¿Fue el kirchnerismo una revolución, como en su momento planteó para sí mismo el peronismo? Y si no lo fue: ¿entonces qué fue? De nuevo: ¿cuándo empieza el kirchnerismo? ¿Y cuándo termina? ¿Cuando muere Néstor? ¿O cuando Cristina asume con el 54% de los votos el tercer mandato consecutivo del matrimonio Fernández-Kirchner y anuncia la “sintonía fina”? ¿O acaso el kirchnerismo comienza a morir cuando se produce la ruptura con Hugo Moyano? Porque decir Moyano en ese contexto es decir la CGT, es decir, el movimiento obrero organizado, la “columna vertebral” del movimiento de liberación nacional. ¿O ya no tienen sentido esas palabras, en el nuevo orden neoliberal que se apoderó del mundo? ¿El kirchnerismo implicó de algún modo la muerte del peronismo? ¿O su revitalización? De nuevo: ¿qué es el kirchnerismo? O mejor aún: ¿qué es el peronismo tras la muerte de Perón y el río de sangre que el terror hizo correr por el cuerpo social de la Nación? ¿Es el kirchnerismo otra fase del peronismo o es apenas otro modo de designar el mismo movimiento en otra etapa de la historia nacional? ¿Ha muerto esa fase como tal?

Sospecho que todas estas y otras preguntas más seguirán circulando por las discusiones de la escena política nacional, y Latinoamericana, puesto que la figura de Néstor tuvo mucho que ver con las perspectivas de la Patria Grande a inicios del siglo XXI. Pero no necesariamente los días de aniversario sean los más propicios para pensar, cuando muchas veces son momentos para rememorar, compartir silencios, miradas, intuiciones.

Me quedo con esta foto: Chávez y Evo, los dirigentes de los procesos populares que más reinvindico. Y Néstor, una pieza clave en ese realineamiento continental que en 2005 enterró el proyecto del ALCA en Mar del Plata.

martes, 20 de octubre de 2020

10 AÑOS SIN MARIANO FERREYRA



 Por Mariano Pacheco*

 

Cada generación de lucha por la transformación social tienen sus muertos. Y esto es así porque detrás de las leyes y los pactos, el Estado y sus instituciones, el orden civil de los "tiempos de paz", está el campo de batallas, los "tiempos de lucha", la guerra de clases donde se enfrentan quienes explotan y quienes sabotean la explotación, quienes dominan y quienes resisten la dominación, quienes mandan (con métodos moderados por momentos, despiadados las más de las veces), y quienes ejercen la desobediencia, la rebeldía y la insubordinación frente a ese orden injusto.

En la historia Argentina, generalmente, esos muertos tienen rostros muy jóvenes. Basta ver las fotos de los detenidxs-desaparecidxs por la última dictadura cívico-militar (1976/1983), pero no hace falta tampoco irse tan lejos. Basta con seguir poniendo el foco en la posdictadura. Durante el "ciclo de luchas desde abajo" (1983-2003) las cifras de asesinatos de luchadorxs populares son escandalosas. Tenemos nombres que fueron y son bandera, de Agustín Ramírez a Teresa Rodríguez, de Pocho Leprati a Kosteki y Santillán. El ciclo de "Gobiernos progresistas" emergió de las cenizas de esas luchas, y a su interior, convivieron actores con posicionamientos garantistas, viejos reaccionarios agazapados y llamándose al silencio y otros actores conservadores que no quisieron aceptar nuevas reglas de juego. Sobre el fondo del garantismo progresista, el orden estructurante de la violencia del capital, y su rostro más descarnado: la precarización laboral/la patota sindical.

El asesinato de Mariano Ferreyra nos habla de la necesidad de asumir los desafíos de construir otra lógica sindical, de gestar dinámicas más amplias de alianza social frente a las fuerzas reaccionarias y de plantar bandera, siempre, exigiendo justicia frente a los atropellos criminales, pero también, justicia frente al estado de situación ante el cual los muertos, nuestros muertos (los del Movimiento Popular), brindaron un testimonio de justicia e igualdad, frente al cual esgrimieron un grito de libertad. Sabemos: la justicia y la libertad no se mendigan, se exigen, se conquistan y, lamentablemente ---a veces-- hay que morir por ellas.

Por una Patria y un Mundo donde no haya que seguir transitando la muerte para obtener esas conquistas.


*MARIANO PACHECO, escritor, periodista, investigador popular.
Director del Instituto Generosa Frattasi, integrante de la Cátedra Abierta Félix Guattari de la UNiversidad de lxs Trabajadorxs

miércoles, 14 de octubre de 2020

Pandemia y conflicto social. Entrevista a Mariano Pacheco, Director del Instituto Generosa Frattasi

Por Diego Sztulwark, para Lobo suelto



En medio de la preocupación por la amenaza de cumplimiento del desalojo de la toma de Guernica, el filósofo Diego Sztulwark surgió la posibilidad de entrevistar a Mariano Pacheco y Neka Jara. El texto completo con ambas intervenciones fue publicado en el Blog Lobo Suelto! Comenta Sztulwark en la presnetación: “Ambos compañerxs de larguísima y reconocida trayectoria militante en las organizaciones sociales y populares autónomas fueron parte activa de la Coordinadora de Trabajadores Desocupados Aníbal Verón y hoy forman parte de experiencias de autoinstitución popular que, en medio de la pandemia, combinan cuidados colectivos y lucha social. La propuesta fue que cada uno respondiera por su cuenta y con sus compañerxs más cercanos tres preguntas comunes: Neka, ofreciendo un punto de vista territorial feminista como militante de Las comarqueñas y Mariano como parte del Instituto Generosa Frattasi, perteneciente al movimiento gremial de los trabajadores precarios”. Reproducimos a continuación las respuestas de nuestro director y al final compartimos el link a la versión completa de la nota, donde se incluyen las respuestas de ambos publicadas originalmente*.



La primera pregunta que les quiero formular es la siguiente: cómo ven, cada uno desde su inserción actual, la evolución de la conflictividad social. En particular les pregunto en cómo se crea organización popular en la pandemia.

Creo que la pandemia del COVID 19 puso al mundo en una situación por demás compleja, y a los Estados nacionales –más allá de las limitaciones de maniobras que puedan tener en el marco del Nuevo Orden Mundial Neoliberal (fase actual del capitalismo)- ante el desafío de posicionar una política de salud determinada, de la mano del abordaje económico y social frente a la crisis. Esta situación debe ser analizada al calor del proceso corto de los últimos cuatro años; del mediano, que se abre diciembre de 2001, y del largo de la posdictadura. Es decir que hace falta dar cuenta del proceso más general, teniendo en cuenta las limitaciones que en Latinoamérica mostraron tanto las gestiones progresistas del Estado como las luchas sociales desde abajo que no se plantearon una estrategia de poder. A todo esto hay que sumar el frente que venció electoralmente al partido neoliberal, es excesivamente heterogéneo. El Frente de Todos está compuesto tanto por las organizaciones populares con mayor capacidad de movilización y presencia territorial nacional, como por las corrientes progresistas que gobernaron la Argentina durante tres mandatos consecutivos (y dejaron al país en las condiciones en la que lo dejaron en 2015), y también por sectores peronistas que tranquilamente en otra coyuntura podrían haber integrado el bloque de fuerzas neoliberales. Fuerzas que no han sido derrotadas sino que permanecen agazapadas o mas bien al acecho, con presencia parlamentaria, control de medios hegemónicos de comunicación y con cierta capacidad de movilización. El gobierno actual es más un gobierno de transición que un gobierno popular. Formo parte del conjunto de militancias que hemos decidido apoyarlo, a pesar de todo, pero no confundimos deseo con realidad.

En este marco, nos interesa sobre todo prestar atención a la estrategia general esbozada por el bloque de fuerzas sociales más dinámico de los últimos años: la Economía Popular, que incluye en su interior lógicas emprendedoristas (típicamente neoliberales), pero también, la conformación de un sujeto político (lo que llamo “El Precariado en Acción”) capaz de hacer ese pasaje de movimientos sociales (más económico-reivindicativos) a Movimientos Populares (organización social+estrategia y programa político), que permitieron esbozar un alto grado de recomposición de fuerzas, y asumir una dinámica de transversalidad a partir de la cual se incorporaron e hicieron carne otros planteos presentes en la agenda política nacional (sobre todo de los feminismos, a través de la conformación de un feminismo popular, pero también, de un cierto ecologismo popular y un sindicalismo territorial que interpela al sector de trabajadorxs asalariados). Ese bloque de fuerzas sociales, decía, tuvo una estrategia general muy clara: conformar el sindicato del precariado (la UTEP), priorizando en los hechos esa unidad tan declamada pero poco practicada por otros sectores, y acompañar –en el plano táctico– la fórmula Fernández-Fernández, sin perder autonomía en el planteo político, entendiendo que un triunfo de Juntos por el Cambio situaba a los Movimientos populares ante un escenario de franco retroceso político, y a los sectores populares ante un tremendo futuro de indigencia económica y social.

En el contexto de la pandemia se lanza el Ingreso Federal de Emergencia (IFE), que pone ante los ojos de la “clase política” –por el elevado número de inscriptos– aquello que los Movimientos Populares ya venían anunciando desde hacía tiempo: que hoy la clase que vive del trabajo está partida en dos, y que casi la mitad de sus integrantes no permanecen bajo relación salarial sino que se “inventan” un trabajo en los marcos de la economía popular (sin derechos). El IFE permitió además acelerar el proceso de lanzamiento del Registro Nacional de Trabajadores de la Economía Popular (RENATEP), contemplado en la Ley de Emergencia Social conquistada durante el macrismo (y subrayo “conquistada” porque aún existen cuestionamientos al modo de acción de los Movimientos populares, con argumentos francamente canallas por parte de ciertos progresismos que se dedicaron en muchos casos a bastardear esas luchas desde el sillón de sus casas, en las que permanecieron mirando la televisión, entremezclando momentos de depresión con momentos de euforia ultraizquierdista por redes sociales). El RENATEP será la base sobre la cual pensar, con datos reales en mano, una salida popular para la pospandemia, que no sea un simple retorno a la injusta normalidad.



Luego de cuatro años de gobierno de Macri, la derecha más reaccionaria se propone debilitar al gobierno actual: ¿cómo juega la consideración de esta coyuntura política en las luchas del presente?

En primer lugar, diría que no estamos ante un proceso ascendente de la lucha de masas, sino estamos atravesando una cuarentena, que mayormente se respeta, sobre todo en los sectores populares. La circulación es más bien restringida al barrio, se utiliza el transporte público por trabajo más que por recreación y se circula en la vía pública por el mismo motivo. Las expresiones anticuarentena son minoritarias, aunque profundamente amplificadas por los medios hegemónicos de comunicación. Sí hubo en estos meses movilizaciones puntuales, la más ejemplar, las ocupaciones de tierras para construir viviendas, pero cabe destacar que hoy la principal lucha de los Movimientos populares pasa por registros más imperceptibles, ligados a las tareas de organización territorial, a las prácticas comunitarias. Esas tareas la llevan adelante organizaciones que, mayormente, han asumido la estrategia de acompañar a este gobierno. Es que, además del escenario político están esos microfascismos que circulan socialmente, que ganan terreno incluso entre los sectores populares, y que contribuyen a que sectores supuestamente progresistas tengan corrimientos cada vez más hacia la derecha (corrimiento que explica la línea de seguridad de la gestión Kicillof en la provincia de Buenos Aires, con un ministro como Sergio Berni).

Creo que, ante ese escenario, están muy bien las posiciones que vienen sosteniendo algunos agrupamientos, como el Movimiento Evita, Somos-Barrios de Pie, la Corriente Clasista y Combativa, las organizaciones que componen el Frente Patria Grande (Vamos, el Movimiento Popular La Dignidad, el Frente Popular Darío Santillán, entre otros), o sectores del sindicalismo como el “Degenarismo” en la CTA, que con matices entre sí, integran este gobierno a través de militancias en algunas funciones estatales, lo apoyan políticamente asumiendo que es el único que puede en estos momentos sostener la situación sin perjudicar aún más a los sectores populares, pero a diferencia de lo que sucedió durante los años de “orden y progresismo” kirchnerista (como dice el periodista Martín Rodríguez), no tienen “obediencia debida”. Me gusta esa consigna que sostiene que, ante una lucha de los de abajo, incluso frente a un Estado que se integra en algunas de sus funciones de gobierno, la posición debe ser estar “junto a las y los últimos de la fila”.



Se escuchan voces que dentro, pero sobre todo fuera del gobierno hablan de enfrentar al conflicto social “aplicando la ley” como sinónimo de defender, de la manera que fuera, la propiedad. ¿Cómo se ve esto desde la lucha por la tierra?

Aunque no me encuentro participando ahora de ninguna experiencia de lucha por la tierra y la vivienda, conozco muy bien esas experiencias, y desde me interesa destacar ante todo la importancia de estas luchas que ponen en el centro la resolución del lugar donde se va a vivir. Son es en sí mismas una escuela política, de organización popular. Se trata de luchas que como decía Evita ponen de manifiesto necesidades, es decir, derechos. Y no menos importante, hay que saber que estos procesos implican una fuerte intemperie: suponen desamparo y miedo ante una posible represión. Mas allá del romanticismo que surge de las redes sociales, se trata de procesos muy duros. Si bien ocupar una tierra está fuera de la ley, ¿es posible censurar las tomas de predios cuando la necesidad no tiene otra forma de ser resuelta? ¡No! El problema es de las propias leyes, que expresan el triunfo de una clase (de hecho, en momentos de avance popular, como en la Argentina de 1949, o en los más recientes procesos de Bolivia y Venezuela, cuando las luchas populares avanzaron, las Constituciones fueron modificadas). Es importante tener en cuenta ese dato, y las operaciones que la derecha (que está afuera y adentro del gobierno) realiza contra la gestión actual del Frente de Todos. Porque el riesgo es caer en un ultraizquierdismo discursivo que descuida procesos y relaciones de fuerzas. No tiene sentido pedirle a un funcionario del Estado que salga y declare estar a favor de las ocupaciones de tierras, porque al otro día se desatan una serie de tomas que ponen en jaque su propia gestión. Pero sí tiene sentido pedirle que no judicialice los reclamos, que priorice de las leyes sus costados garantistas y que asuma políticas de inclusión social y no de represión. Ve una diferencia entre una perspectiva progresista, que cree en un Estado que le garantice soluciones, y un punto de vista popular, que entiende que lo principal del proceso es la construcción de un sujeto de cambio es la organización popular. Por eso: no alcanza con no reprimir y asegurar un presupuesto para viviendas. Hace falta involucrar a los sujetos populares en la elaboración de políticas públicas que además de darle una vivienda a cada familia, permita que la organización popular crezca, se fortalezca. De allí que el “Manifiesto Nacional por la Soberanía, el Trabajo y la Producción”, presentado en mayo de este año (aun antes de la ocupación de Guernica), entre otros, por la UTEP, la CTA Autónoma y sectores de la CGT, contenga entre sus puntos el de “Acceso a la vivienda digna y la planificación territorial”, que contempla una Ley de alquileres donde se ajusten los precios de acuerdo a un índice estatal, se urbanicen los barrios populares existentes (unos 4.500 en todo el país) y se generen por lo menos 200.000 nuevos lotes con servicios para las jóvenes familias trabajadoras.


* Texto publicado originalmente en Lobo suelto junto con las respuestas de Neka Jara: http://lobosuelto.com/pandemia-y-conflicto-social-feminismo-precariado-nekajara-pachecosztulwark/




domingo, 27 de septiembre de 2020

Raymundo Gleyzer: cine desde las bases, Peronismo desde abajo

 Un texto de homenaje, una película para ver el fin de semana*

TEXTO: Mariano Pacheco

ILUSTRACIÓN: Sol Giles



Los traidores es la única ficción realizada por Raymundo Gleyzer, militante del Partido Revolucionario de los Trabajadores/ Ejército Revolucionario del Pueblo (PRT/ERP) detenido-desaparecido por la última dictadura cívico-militar.

Hoy quisiéramos rescatar su figura, ante un nuevo aniversario de su natalicio (nació el 25 de septiembre de 1941), y sobre todo, es extraordinario film a partir del cual surge, en gran medida, el Grupo Cine de la Base. Según recuerda Nerio Barberis –ex integrante de aquella experiencia-- el GCB, en una primera etapa, fue sobre todo un colectivo “de distribución, antes que de producción”. En una entrevista publicada en noviembre de 2012 por el diario Página/12, el cineasta radicado en México rememora:

No había interés en que fuera a las pantallas. La ideología del grupo era que teníamos que llevar ese cine a las bases, a la gente que no podía pagar la entrada de cine. Nos interesaba que el mensaje antiburocrático que transmitía la película pudiera ser comunicado y entendido por la gente de base”.

El film, basado en un cuento de Víctor Proncet (“La víctima”), narra la historia del personaje Roberto Barrera, un militante sindical del peronismo de la resistencia, que promediando los años sesenta se corrompe y pasa a formar parte de las filas de la denominada “burocracia sindical”, que tan bien describe Walsh en el apartado “El vandorismo” de su libro ¿Quién mató a Rosendo?, cuando –citando a Amado Olmos– sostiene:

Estos dirigentes han adoptado las formas de vida, los automóviles, las inversiones, las casas, los gustos de la oligarquía a la que dicen combatir. Desde luego con una actitud de ese tipo no pueden encabezar a la clase obrera”.

En la película de Gleyzer, Barrera se autosecuestra (se esconde unos días con su amante) antes de que se realizaran las elecciones en su gremio. De este modo –denuncia de la lista opositora mediante– obtiene el triunfo en los comicios sindicales. A través del procedimiento del “racconto”, el cineasta nos muestra la historia del protagonista: cómo pasa de ser un joven militante gremial, de extracción obrera y familia peronista, a un burócrata que actúa contra los intereses de su clase. Resulta interesante reparar en las ventajas que otorga la ficción para construir un personaje de tipo “realista” (en el sentido marxista del concepto, es decir, que logra ofrecer un “tipo”, concentrar en sí una determinada cantidad de elementos y contradicciones sociales). Barrera no es tal o cual personaje histórico, sino una condensación de varias personas importantes del período. Cuentan que Gleyzer realizó todo un proceso de investigación y encuentros para realizar el film: con trabajadores, empleados jerárquicos de empresas, empresarios y dirigentes sindicales, como Lorenzo Miguel, en quien se inspiró para guiar al actor en la parte en que Barrera reflexiona, o para incorporar detalles que dan cuenta del personaje de un modo acabado, como su pasión por las carreras de caballos. Por otra parte, ese flaco personaje de bigotes –Barrera– tiene un gran parecido físico con José Ignacio Rucci. En este sentido, el film resulta profético, ya que culmina con Barrera ejecutado por el Comando “Rosales Saldaño” (nombre ficcional de un personaje opositor a Barrera asesinado en una golpiza), como el propio Rucci sería ejecutado tiempo después. Barrera, finalmente, recuerda a Augusto Timoteo Vandor (también ajusticiado por un comando revolucionario), sobre todo en sus dotes para la negociación. “Las clases dominantes y los burócratas utilizan la violencia en su lucha contra los explotados, pero no hay peor cosa para los patrones cuando ven que los explotados también ejercemos nuestra justa violencia”, puede escucharse de una voz en off que lee una proclama al final de la película. Aquí no pueden dejar de llamarnos la atención dos cuestiones, teniendo en cuenta la procedencia marxista del director, y en particular, su militancia en el marco del PRT/ERP. En primer lugar, que una de las imágenes finales sea una movilización en donde aparece una bandera del Peronismo de Base (PB). Por otro lado, que la resolución del conflicto se produzca a partir de la ejecución de un burócrata sindical, práctica que el PRT descartaba, porque entendía que era la propia clase obrera quien debía “desembarazarse” de esos personajes, suplantándolos por dirigentes honestos. Ambos elementos pueden entenderse en función de lo que parece ser un homenaje (aun con las diferencias pertinentes) que el cineasta le realiza a la clase obrera, en general, y al sector del peronismo que avanza en tendencia revolucionaria y en planteos hacia el socialismo, en particular, e incluso –dentro de esta tendencia--, a la fracción que propugnaba la alianza con sectores de la izquierda no peronista y la conformación de una “alternativa independiente de la clase obrera y el pueblo”, es decir, una construcción “orgánica” no liderada por Juan Domingo Perón.

De hecho, en 1975, el PRT solicitó que la película no se proyectara más en su nombre. Barberis recuerda que “luego de la polémica que se había armado en torno al final pensaron en hacer un epílogo diferente, cuestión que no pudieron concretar debido a la creciente situación represiva que comenzó a vivirse en el país”. Según cuenta Pablo Russo, en su texto “La representación de los trabajadores y sus conflictos en el cine argentino: Los traidores, de Raymundo Gleyzer”, los integrantes de Cine de la Base habían imaginado un final alternativo, en el cual, tras la muerte de Barrera, la situación de los trabajadores no cambiara demasiado, y se propusiera como alternativa el trabajo de base (propuesta que no pudo desarrollarse por el avance de la represión).

Por último, cabe destacar que puede verse en Los traidores cierto linaje con el neorrealismo italiano: el escenario de la calle, la mezcla entre actores profesionales y “gente común”, y desde el punto de vista formal, la película logra combinar elementos de la ficción y el documental, ya que hay marcas de género como el policial y el melodrama, así como también un videoclip sobre el Cordobazo (con la “Marcha de la bronca” de Pedro y Pablo como música de fondo) y otras imágenes documentales, que van desde los bombardeos a Plaza de Mayo de 1955 hasta episodios de la resistencia a la Revolución Libertadora, e incluso de movilizaciones obreras previas al peronismo, y también, una audaz escena surrealista: el entierro onírico de Barrera.

Algo similar, de cruce entre ficción y documental, sucede en Operación masacre, la película dirigida por Cedrón, basada en el libro de Walsh, protagonizada por el propio Julio Troxler (sobreviviente de los fusilamientos de José León Suárez de 1956), en la que también actúan Walter Vidarte, Carlos Carella, Hugo Álvarez, José María Gutiérrez, Víctor Laplace, Norma Aleandro y Ana María Picchio, difundida en la clandestinidad durante el último tramo de la dictadura (la denominada Revolución Argentina), y estrenada en 1973, luego de que el peronismo accediera nuevamente al gobierno (“Mi película se propone una versión más realista de ciertos hechos de nuestra historia que la que podría ofrecer nuestro cine comercial”, declaró Cedrón cuando participó en el VIII Festival Cinematográfico de Pesaro, realizado en Italia en 1972).

Cine de la Base o Cine Liberación, Raymundo Gleyzer o Jorge Cedrón son nombres a partir de los cuales podemos hoy no sólo homenajear a quienes cayeron o fueron asesinados en la lucha por la transformación social, sino además rescatar un legado de entrecruzamiento entre ciertas izquierdas, y ciertos peronismos, para seguir repensando y recreando la lucha cultural en el siglo XXI.

 

* Nota publicada en Agencia Paco Urondo. Para saber más de Glyzer, recomendamos ver el film “Raymundo”, de Ernesto Ardito y Virna Molina: https://vimeo.com/38124853