sábado, 7 de noviembre de 2020

Los hijos de Fierro, de Pino Solanas (in memoriam)

Invariantes de la historia nacional

 


 Por Mariano Pacheco

 

 PINO Y NUESTRA EDUCACIÓN SENTIMENTAL

 Fernando Pino Solanas falleció en París tras contraer COVOD-19

 

 CAPÍTULO DEL LIBRO CABECITA NEGRA*

Los hijos de Fierro, cuyo guión y dirección realiza Fernando Solanas, fue terminada en 1975, luego de la muerte de Perón y cuando el peronismo ya ha estallado por los aires. Para entonces el Grupo Cine Liberación (integrado por PinoSolanas, Octavio Getino y Gerardo Vallejo) estaba claramente posicionado como parte de aquello que se denominó el “tercer cine” (precisamente, el de liberación, luego de la oleada del “primer cine” –modelo de la industria norteamericana–, y el “segundo cine” –sobre todo de procedencia europea–, denominado “de autor”).

El film, definido por Ángeles Masó como el “Potemkin” del cine argentino (La vanguardia, Barcelona, 18 de enero de 1979), fue realizado en la Argentina durante los años 1973 y 1974, pero finalizado por Solanas en su exilio europeo. Es la primera ficción de Pino y se proyectó por primera vez en Cannes, Francia, en 1978 (en el país recién pudo verse por primera vez en marzo de 1984).

Protagonizada por Julio Troxler (El hijo mayor); Antonio Ameijeiras (El hijo menor); Martiniano Martínez (Picardía); Juan Carlos Gené (El Negro); César Marcos (Pardal); Arturo Maly (Cruz); Jorge De La Riestra (Vizcacha) y Sebastián Villalba (Angelito), la película cuenta con canciones interpretadas por Alfredo Zitarrosa, sobre la base de letras elaboradas por Mauricio Kartun. Aldo Barbero y Fernando Vegal ofician como “relatores” de esta película que supo realizarse con actores “no profesionales”, y en la que abundan locaciones en el conurbano bonaerense, en localidades como Lomas de Zamora, Berazategui, Temperley y Monte Chingolo.

En 1980, en un texto titulado “Carta a los espectadores”, Pino Solanas comenta:

A comienzos de los años 70, y con la idea de reflejar el momento histórico que vivíamos, comencé a concebir una nueva película. Dos proyectos rondaban mi cabeza: por un lado, una recreación del Martín Fierro; por el otro, la solitaria resistencia que diariamente protagonizaban los trabajadores contra el sistema oligárquico militar. Inicialmente había dos películas, dos imágenes diferentes: una mítica simbólica y una realista cotidiana. Pero no estaban separadas; eran las caras de una misma historia y, con el correr de los meses, se fueron amalgamando, confundiendo, enriqueciendo con cientos de relatos y memorias que recogí en los barrios, los cafés, los sindicatos, en los patios y las generosas cocinas del gran Buenos Aires. Estas notas exponen el planteo histórico y temático de Los hijos de Fierro.

Casi tres décadas más tarde, en una entrevista publicada en el diario Página/12, el 24 de mayo de 2008, Solanas rememora las complicaciones para realizar el film, en un clima de violencia estatal y paraestatal creciente:

Estábamos grabando en Tandil y de pronto por la radio de un auto informaron que habían matado a Troxler. Imagínese. Estaba haciendo una película y me empezaron a liquidar a los protagonistas. Era un gran dolor, una pesadilla.

Luego de la muerte de Troxler, el cineasta pasa a la clandestinidad. En ese contexto, durante un mes, reescribió en versos octosílabos el guión, originalmente en prosa.

Y escribe Solanas sobre la relación entre el guión y el texto original de José Hernández:

La figura en la que estas mayorías reconocen a su conducción es Martín Fierro, y lo concebí no sólo como un personaje más sino como su punto de convergencia, el vértice de la pirámide, la síntesis de la representación de su conciencia histórica. El peregrinaje de Fierro a través del desierto es el difícil tránsito de la Nación en el llano, la búsqueda del camino liberador para la patria cautiva. En cuanto a los demás personajes, conservé los principales del poema original: el Hijo Mayor, el Hijo Menor, Picardía, Cruz, Vizcacha, la Cautiva. Y agregué otros: Pardal, Angelito, El Negro, Elvira, Teresa, Alma. Todos tratados en dos niveles alternados: el individual y el colectivo. Ninguno de ellos encarna a una persona real; constituyen la presencia de diversos roles, tendencias políticas en el seno de la clase trabajadora. Del mismo modo, la insurrección del capitán Cruz es simplemente el sueño de Picardía y de muchos cuadros sindicales de la época, aunque la realidad dio, en el 56 oficiales como Valle, Tanco y Cogorno

Por último, el cineasta aclara:

Los Hijos de Fierro es un canto a la unidad y a la resistencia del pueblo argentino, frente a los diversos proyectos de dominación que han sido lanzados contra él a lo largo de su historia. Intenta reconstruir, a partir de la historia oralmente transmitida, la epopeya protagonizada por el pueblo desde la pérdida de su soberanía como consecuencia de un golpe militar hasta su recuperación. Tiene una clara referencia: la etapa que transcurre entre el golpe militar del 55 y el triunfo de las elecciones del 73…




***

El film parte de una “operación revisionista” típica de la época: se remonta hasta las Invasiones inglesas para dar cuenta de los “anhelos populares” de “paz, justicia y liberación”, la búsqueda de realización de la patria grande latinoamericana.

Una murga nos advierte: “Suena el bombo y a contar, la memoria popular”.

El relato parte de la “detención de Fierro” y la “insurrección de octubre”, para dar cuenta de la “marcha revolucionaria de Fierro y su pueblo”. Pueblo que aparece sintetizado en los hijos de Fierro, quienes acuden a la frontera para reunirse con su padre, quien les entrega a cada uno una bandera.

Estas banderas encierran la memoria de las viejas luchas… Expresan una mística y una doctrina que nuestros enemigos no podrán destruir porque está inculcada en el corazón de los trabajadores.

Con estas palabras, Fierro bendice a los hermanos. El mayor se llevará la bandera de la independencia, y en él queda la tarea de organizar la insurrección. Al menor, le toca la bandera de la soberanía, y su misión es poner en pie los barrios populares. Picardía, cuya bandera es la justicia, es quien reorganizará las comisiones de fábrica para la resistencia.

La justicia y la libertad no se regalan: se conquistan, se defienden, y a veces, hay que morir por ellas.

Las imágenes de gauchos torturados se intercalan con la voz de Fierro:

La sangre que se derrama no se olvida hasta la muerte.

Las citas del Martín Fierro se superponen con los desafíos de los hermanos peronistas.

Un bandoneón suena de fondo. El paisaje semirrural es la imagen con la que se introduce a los espectadores al “bloqueo enemigo” realizado por la Revolución Libertadora. El destierro de Fierro es presentado junto con el “cadáver profanado de su mujer”: la Cautiva, quien dejó su legado: llevar las banderas a la victoria.

Fierro es un gaucho con sombrero que parte hacia el desierto junto a su caballo. Ha elegido el tiempo, antes que la sangre.

Así finaliza la ida.


***

La segunda parte del film comienza con una afirmación tajante:

En cada barrio y lugar de trabajo había un hijo menor, un hijo mayor y un picardía.

A renglón seguido se cuenta la historia de cada uno.

Picardía es Cirilo Fuentes, pobre, huérfano, quien vivió la “dignidad del trabajo” durante la época en que gobernó Fierro.

El hijo menor es Santiago Almeida, quien estudió en la “Politécnica”. Simboliza la “infancia privilegiada”. Cuenta que no pudo conocer las conquistas sociales de las que hablaba su padre, y su ingreso al trabajo estuvo marcado por el incremento de la productividad. “Ni mate ni cigarrillo”, cuenta, aunque aclara que en los lugares de trabajo “había organización”: se paraba la sección al compás de la marchita.

Andrés Brende es el hijo mayor. Su ingreso en la película coincide con su salida de la cárcel. No quiso disparar y, manso, lo agarraron en el sindicato, nos enteramos, mientras vemos que “el actor” es Julio Troxler, sobreviviente de los fusilamientos de José León Suárez, quien –como hemos visto con anterioridad– también actúa (interpretando su propio papel) en el film Operación masacre.

La guerra aparece como un elemento que está entrelazado con la poesía y la canción.

Así, mientras los protagonistas comparten un asado, se aclara que “el amor, como la guerra, la hace el criollo con canciones”.


***

La tercera parte comienza con un montaje de imágenes, en las que podemos ver cómo la policía encarcela obreros mientras Fierro huye a caballo hacia el desierto.

Nadie quiere un perseguido por el imperio. Qué compromiso más serio albergar a Martín Fierro.

La voz en off de Fierro da cuenta del primer período de exilio de Perón, cuando luego de sostener que, entre la sangre y el tiempo, él elegía el tiempo, pasa a dar directivas desde el exterior para enfrentar a la dictadura.

Las frases que aparecen en el film son célebres:

Muchachos: cuanto más nos golpean más nos quiere el pueblo.

Hay que organizarse, estamos en guerra.

No hay que librar una sola y gran batalla sino miles de pequeños combates. Donde la fuerza está, nada. Donde la fuerza no está, todo. Golpeando cuando duele y donde duele.

En este tramo del relato se narra la parte más intensa de la resistencia peronista. El hijo mayor tiene al barrio como su centro de operaciones. Allí se concentran los “malandrines”, la “barra de la esquina” que es su “brigada”, la que realiza actos relámpago y pone caños. Allí, mientras un bandoneón suena y la muchachada juega al billar, ingresa en el film un personaje secundario, “El Negro”, que simboliza una figura central de ese período histórico: un “Gordo”, que nos recuerda claramente a John William Cooke.

De la mano de la historia de los hermanos avanza en sentido cronológico el relato sobre los sucesos históricos de aquellos años.

Picardía, que es el “enlace sindical”, permanece clandestino, escondiéndose en humildes casillas, mientras la policía lo busca con pedido de captura en mano (Nunca estuvo tan sola, la clase trabajadora).

Tras recordar que con “voto en contra o voto en blanco” se participó en las primeras elecciones, luego se pudo rescatar a los gremios intervenidos. De nuevo cambia el tono del relato. Ahora se suman el bombo y el canto a las banderas y los papelitos. Y las consignas bélicas ya no son contra los militares sino contra sectores del propio movimiento:

Vizcacha, traidor, te mandamo’ al asador.

Vizcacha/Vandor aparece en pedo, rodeado de guardaespaldas, aconsejando “hacerse amigo del juez”.


***

La cuarta parte de la película reconstruye los primeros indicios del “Operativo retorno”, y también, las contradicciones que cada vez se hacen más marcadas dentro del movimiento. Y también puede “leerse” en el relato la “picaresca” de Perón:

El pueblo en la resistencia fue leal y fue paciencia…

Qué pasa que no regresa, dice el pueblo con sorpresa.

El Gordo aparece leyendo cartas de Perón, quien habla de “socialismo”.

Por las buenas en avión, o por las malas, insurrección, dice la voz en off.

En este tramo, la poesía ocupa un espacio mayor, y junto con la superposición e imágenes de la ciudad y el desierto, pueden escucharse melodías de tango.

La contracara de la espera es la cárcel, y la tortura, que el hijo mayor lleva en su cuerpo como una marca, un testimonio de los años duros de la resistencia.

En el relato aparece algo que ya había sido señalado por Jean Paul Sartre décadas antes, a propósito de la ocupación alemana de París: que los tormentos de los verdugos no tienen por objetivo, solamente, obtener información:

Ellos no solo buscaban información, sino convertirme en delator, puede escucharse en boca del hijo mayor.

Algo similar había escrito el filósofo francés en su emblemático texto titulado “La situación del escritor en 1947”, incorporado a su libro ¿Qué es la literatura? (Situation II). Allí, Sartre plantea que, en primer lugar, la tortura es una empresa de envilecimiento:

Sean cuales sean los sufrimientos soportados, es la víctima la que decide, en última instancia, el momento en que los tormentos son insoportables y es necesario hablar; la suprema ironía de los suplicios consiste en que el paciente, si cede, aplica su voluntad de hombre a negar que sea hombre, se hace cómplice de sus verdugos y se precipita por sí mismo en la abyección. El verdugo lo sabe y espía el desfallecimiento, no solamente porque va a obtener información que desea, sino porque ello le probará una vez más que tiene razón de emplear la tortura y que el hombre es un ser al que hay que tratar a latigazos; así, trata de aniquilar la humanidad en su prójimo.

Por supuesto, cuando el autor de La náusea se refiere aquí al silencio (ese silencio “con el que la víctima enfrenta a sus verdugos” y, a partir del cual, “nace y renace, una y otra vez, su humanidad”), ese silencio es el que implica no colaborar.




***

La cronología histórica se ve alterada cuando ingresan en el film momentos y personajes que, al mejor estilo de la estructura freudiana del sueño, funcionan a la vez operando elementos de “desplazamiento y condensación”. El ejemplo más claro es cuando aparece “El Capitán Cruz”. El relato mezcla referencias al Martín Fierro, la historia del General Juan José Valle y el imaginario guevarista típico de fines de los años sesenta.

Esperaron en vano, fusiles y machetes, para un nuevo 17.

La voz en off, en clara referencia al fracaso del “Operativo retorno” de diciembre de 1964, nos cuenta que “una partida extranjera” detuvo a Fierro en su marcha.

A su vez, el Capitán Cruz (“gaucho-milico”) es derrotado en los combates y asesinado.

Son los caminos de aprendizaje del movimiento peronista, que fue de la intentona cívico-militar a los intentos por “pactar” con sectores del régimen, pasando por la vía insurreccional. El camino arduo hacia el retorno está empedrado de buenas intenciones. Y otras que no tanto.


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La derrota es huérfana. El lema es conocido. Y si bien Solanas no lo cita, da cuenta de esta idea cuando relata que cada hermano vio en el otro los motivos de las derrotas. Así, el film refiere las contradicciones que crecen dentro del movimiento. A la desconfianza entre sectores se suman las divisiones: duros y blandos. Intransigentes y dialoguistas con el régimen que proscribe y excluye al peronismo. Las divisiones “por abajo”, de todos modos, no ponen en entredicho las decisiones de Fierro (“Se juraron respetar tan solo a Fierro. De Fierro abajo, a ninguno”). Fierro es contundente ante las divisiones:

Cuando el imperio da palos no debe haber desunión.

Pero algunos sectores, los más combativos, empiezan a sacar lecciones de las diversas batallas libradas. Con una estética bastante vanguardista para la época, el grupo Cine Liberación apela a ciertas animaciones, entremezcladas con tramos en donde Alfredo Zitarrosa canta una milonga, para contar una “partida de truco” en la que quedan claras las trampas a las que apela la burocracia sindical para sostenerse al frente de los gremios.


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Fierro insiste en sostener la unidad: “Ni sectarios ni excluyentes”.

Pero las disputas ya no se dan solo por abajo, sino que llegan hasta la mismísima cúspide del vértice. Vizcacha quiere disputarle a Fierro la conducción del movimiento. Y la historia es conocida: Vizcacha, en su covacha, termina asesinado.

Los años pasan y la situación empeora para los sectores populares. Un bandoneón le pone el tono a las imágenes de casillas de villas al costado de una vía. Los “días más felices” parecen haber quedado demasiado lejos. Como los momentos de unidad de los hermanos.

El Gordo critica a Fierro. Y saca conclusiones: “Solo la clase obrera peronista es revolucionaria”. El hijo mayor defiende a Perón, dice que es revolucionario y que el problema está en los hijos que no resuelven. La cronología avanza y a través de anécdotas singulares de los personajes se va abordando la historia nacional.

Entre vinos y asado, entre guitarreadas y conversaciones, un cordobés cuenta chistes y Picardía anuncia su mudanza a Córdoba. El hijo menor afirma que desea que el hijo que espera con su compañera sea quien dé continuidad a la revolución que empezó su padre, y que él continuó.


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Una cinta con la voz de Fierro y una fogata son el escenario a partir del cual comienza “La vuelta”. Los tres hijos escuchan el casete: “Es la hora de los pueblos, desde aquí y hasta el Oriente”.

Las imágenes del Cordobazo son acompañadas por la emblemática consigna “Solo el pueblo salvará al pueblo”.

Picardía pelea en las barricas del Cordobazo, junto a su hijo, que es asesinado en los combates callejeros. El hijo mayor vuelve al trabajo, y afirma: “yo sentía que el poder lo daba la organización y participación de la masa laburante. Si no, no hay revolución”. El hijo menor quería el poder para hacer lo que el pueblo quería, y también, para poder rescatar a la cautiva.

Fierro sentencia:

El enemigo se siente vencido y comienza a retirarse… ¿Qué tenemos que hacer? ¡Perseguirlo! No dejarle levantar la cabeza.

Pero el enemigo no se repliega ordenadamente. Es como un gato acorralado. Saca las uñas, pelea. Prisioneros políticos son fusilados en la cárcel (“Trelew”). La mujer de uno de los hijos de Fierro es detenida, torturada, mientras la sombra de Fierro es vista en la frontera. Es el comienzo del fin. El retorno de Fierro ha comenzado.

Los tres hermanos reunidos en torno a la fogata comparten esperanzas, pero también dolores, y muchos interrogantes:

¿Podremos vencer al fin? ¿Tomar sin fuerza el poder?

¿No es muy tarde para Fierro después de tanto destierro?

¿Y qué imperio se retira? ¡Ningún poder se suicida!

¿No vendrán provocaciones, divisiones, volviéndonos enemigos?

¿Estamos realmente unidos o enfrentados, y sobre Fierro hermanados?

¿Habrá descabezamiento y cundirá el desaliento si no estamos unidos?


***

Hacia el final, se produce un duelo entre el hijo menor y un verdugo. Se encuentran rodeados de mujeres y hombres que enarbolan pancartas con la figura de Evita y banderas con consignas revolucionarias.

El comandante dice: “al matrero, no le da el cuero”, pero finalmente es derrotado.

Fierro convoca a una gran alianza nacional para aislar a la dictadura (“deshaceré esta madeja aunque me lleve la vida”).

El pueblo avanza con sus banderas. Fierro dice:

No hay tiempo que no se acabe ni viento que no se corte. Cuando el pueblo se decide a la lucha, es invencible… Vuelvo para reconstruir la Nación desde el olvido, uniendo a los argentinos en una revolución que de la liberación que todo el pueblo ha elegido.

Suenan bombos; flamean banderas; llueven papelitos; suena una murga.

La voz en off de Fierro expresa este último monólogo:

Los hermanos se organicen y estén siempre vigilantes.

Porque digo como antes: que vivan con precaución.

Nadie sabe en qué rincón, se oculta el que es su enemigo.

Y guarden estas palabras que les digo al terminar: que mi obra ha de continuar hasta dársela concluida.

Y si la vida me falla ténganlo todos por cierto, que el gaucho hasta en el desierto, sentirá en esta ocasión, tristeza en el corazón, al saber que yo estoy muerto.

Y con esto me despido, sin expresar hasta cuándo.

Nuestra marcha sigue andando y no tendrá conclusión.

El pueblo es la sucesión de esto que se está contando.

Yo llevo en mis oídos la música más maravillosa, que es para mí, la palabra del pueblo argentino…

La última frase pronunciada por Fierro causa escalofríos oída a la distancia. Es el preanuncio de la derrota por venir. Ni el director, ni los espectadores virtuales del film en ese momento (1975) podían saberlo, pero no puede ignorarlo el espectador actual (2016). Por eso, la película, más allá de sus valoraciones estéticas, no puede ser tomada sino como uno de los últimos grandes documentos culturales de la época.

Dice Fierro:

Lo que decida el destino después lo habrán de saber.


* CABECITA NEGRA. Ensayos sobre literatura y peronismo (Punto de encuentro editorial, 2016),

jueves, 5 de noviembre de 2020

¡ALCArajo con el ALCA!

#alca15años

 



Por Mariano Pacheco

Aún recuerdo ese 5 de noviembre de 2005, haciendo mis primeras armas en el periodismo, intentando cubrir la jornada para un proyecto de periodismo popular (creo que entonces era Prensa De Frente, Portal cuyo nombre iba en claro homenaje al proyecto comunicacional impulsado antaño por J.W Cooke, sugerido por Lucho, un camarada setentista que venía del PRT).

En medio de un contexto que se reconfiguraba, recuerdo que fuimos a los dos lados: al acto en el que habló Hugo Chávez, y la marcha de las izquierdas.

Alguna vez escribí que CHAVISMO era el nombre de una inspiración Latinaomericana. Creo que no caben dudas de que el año 2005, la ciudad Argentina de Mar del Plata, quedarán en la memoria popular como el día en que esa larga lucha de resistencia al neoliberalismo, que se inicia el 1° de enero de 1994 con el alzamiento zapatista en México, y que tuvo tantas batallas a lo largo del continente durante toda esa década (con episodios fundamentales como "La guerra del agua" y "La guerra del gas" en Bolivia, o la insurrección argentina de los días 19 y 20 de diciembre de 2001).

La imagen de Chávez hablando con la bandera de Guevara atrás es el modo más tangible de pensar esos vínculos no lineales en la historia. Los Comandantes Nuestroamericanos de los siglos XX y XXI en un diálogo imaginario que nos permiten pensar hoy, junto a los nuevos contextos y las nuevas generaciones de militancia, que como dice nuestro compañero Cacho, del Instituto Frattasi, "no hay victorias permanentes", pero tampoco "derrotas definitivas".

Seguir forjando el punto de vista popular para pensar la historia, y la actualidad, desde las luchas. Esas que anudan el anhelo de un país libre,justo y soberano, con el de una Patria Grande Unida, y con fraternidad entre sus pueblos; el mejor modo de enlazar un patriotismo revolucionario con un internacionalismo desde abajo.

miércoles, 4 de noviembre de 2020

Deleuze y nosotres (Latinoaméricanxs del siglo XXI)

A 25 años de la muerte de Gilles Deleuze, pensando en cuánto de deleuziano tiene este siglo XXI

 


Por Mariano Pacheco*

 

¿Quién, después de leer a Gilles Deleuze, puede salir indemne de esa lectura?

La máquina de guerra textual que puso en marcha, y la que luego agenció con su camarada y amigo Félix Guattari, no dejan de producir sentidos, aún después de sus muertes. Es que, como tan bien ellos comprendieron, las ideas surgidas de sus conversaciones, las frases vertidas sobre un papel, dejaron de pertenecerles (si alguna vez se puede decir que les “pertenecieron”) para ponerse a funcionar donde sea que encuentren oídos. Claro que el riesgo fue grande, y doble. “El que dice algo diferente marcha voluntariamente al manicomio”, escribió un Nietzsche sin el cual es muy difícil entender, al menos, a Deleuze (no tanto a Guattari, cuyo archivo filosófico permanece más rigurosamente apegado a la tradición marxista, por más heterodoxa que ésta aparezca en sus lecturas), y vaya si Guattari-Deleuze dijeron cosas diferentes. Pero también la astucia de saber introducir nuevos puntos de vista para pensar los nuevos problemas puede verse traicionada, en tanto un movimiento de indagación inaudita y experimentación filosófica y narrativa audaz, puede verse transformada en una nueva jerga, un “deleuzianismo”. Captura del ejercicio creativo por un nuevo dogma, punto cero del devenir, mutación en “modelo”. Deleuze sin Marx, sin Freud, sin lucha de clases. Deleuze estancado en el siglo XX sin capacidad de operar una reactualización de sus aportes al calor mismo de los debates y las luchas contemporáneas. Ese es nuestro desafío: no dejarnos seducir por la jerga poner a funcionar, mas bien, sus conceptos, del modo en que Deleuze mismo concibió el ejercicio filosófico: siempre conectado con un afuera textual, con otras narrativas no-filosóficas, con otros modos de expresión no textual. Y crear conceptos, siempre nuevos, siempre ligados a nuestros devenires, a nuestra historia.

No es este el texto en el que lo haremos, pero resulta evidente –al menos para muches-- que no puede leerse ni a Deleuze, ni a Guattari ni a ninguno de sus compañerxs de ruta de generación sino es bajo la inflexión situada, geopolítica Latinoamericana, y del siglo XXI, para no pensar ya con la estructura de un mundo bipolar, con fuerte peso de Partidos Comunista alineados con una Tercera Internacional y un aire de profundas revueltas de los pueblos del mundo, sino en el contexto de nuestro tiempo, la era del realismo capitalista, con un neoliberalismo triunfante en tanto modo de vida que subjetiva incluso cada proceso que se asume “antineoliberal”, y resistencias múltiples (luchas desde abajo, organizaciones sociales autónomas, Movimientos Populares con estrategias de poder y Gobiernos Nacionales con cierta vocación de desviar el rumbo de los partidos de derecha y las gestiones estatales más abiertamente en neoliberales –en tanto programa--) que en lo que va del siglo tienen más de aquello que Deleuze (y Guattari) promovía (las micropolíticas, las revoluciones moleculares) que aquello que querían problematizar (la política reducida a mera intervención macropolítitica, la revolución como hecho total de irreversibilidad).

Quedará para próximos textos, nuevas reflexiones, intentar contribuir en ese sentido: llevar al extremo la definición deleuziano-guattariana de que toda política es, a la vez, micro y macro política, y pensar cómo esa conceptualización nos ayuda a pensar la integralidad de las intervenciones de la actualidad, pensadas a su vez en un marco de su correlación con nuestras historias recientes en el continente, y en cada uno de nuestros países.

 

***

Lo interesante de Deleuze, su filosofía, sus lecturas de Spinoza y Nietzsche, es que nos ayudan a pensar de otro modo la relación entre nuestras existencias singulares y la experiencia social general. Ser es siempre una determinada configuración de fuerzas, de relaciones, internas y externas, que nos constituyen como criaturas humanas, deseantes. De allí que resulte caduco el esquema liberal que nos habla de un individuo, y una sociedad, y de una existencia reducida a pensar el interés.

Spinocista como era, Deleuze comprendió muy bien que no se puede reducir una existencia humana  a su mera reproducción biológica, y que en su tendencia a perseverar es fundamental su capacidad  de afectar y ser afectada, así como sus ritmos y velocidades, que determinan sus movimientos, y por lo tanto, el carácter triste o alegre de las pasiones que pueblan su cuerpo. De allí que no aparezca ningún contrasentido entre el modo en que Spinoza caracteriza la muerte y la forma en que Deleuze termina con aquello que era su cuerpo entonces.

“¿Qué es la muerte? –se pregunta Deleuze en su curso de 1980/1981--. Es el hecho, que Spinoza llamará necesario en el sentido de inevitable, de que las partes que me pertenecían bajo una de mis relaciones características dejan de pertenecerme y entren bajo otra relación que caracteriza a otros cuerpos. Es inevitable en virtud misma de la ley de la existencia. Una esencia encontrará siempre, bajo las condiciones de existencia, una esencia más fuerte que literalmente destruye la pertenencia de las partes extensivas a la primera esencia”.

La muerte, en Spinoza, siempre viene de afuera (no hay lugar para el suicidio). Morir, entonces –insiste Deleuze-- quiere decir exactamente que las partes que me pertenecen dejan de pertenecerme. La forma en la que lo expresa en ese curso, que hoy podemos leerlo porque fue publicado como libro, en Argentina, bajo el nombre de “En medio de Spinoza”, no dejan lugar a dudas: “muero cuando las partes que me pertenecen o me pertenecían son determinadas a entrar bajo otra relación que caracteriza a otro cuerpo”.

Hace dos años, en un texto que escribí en homenaje a Deleuze titulado “Devenir pájaro, un último acto de libertad”, decía que un domingo 4 de noviembre de 1995, Gilles se arrojaba desde la ventana de su departamento parisino, dejando su obra como testimonio, pero también, aquel acto-pregunta: ¿qué es una vida?

Agobiado por el asma y con una incapacidad progresiva para escribir –e incluso hablar--, el pensador francés decide quitarse la vida, o más bien –podríamos decir-- aquella permanencia en el mundo que ya no era experimentada como lo que él entendía como una existencia auténtica.

* Texto publicado en el Blog Lobo suelto


martes, 3 de noviembre de 2020

Carlos Olmedo: intersecciones entre izquierda y peronismo


 HOMENAJE AL COMANDANTE DE LAS FAR

Por Mariano Pacheco*

 

El 3 de noviembre de 1971, en el famoso “Combate de Ferreyra”, es asesinado en Córdoba el filósofo-militante Carlos Enrique Olmedo. En rigor, “Josesito” –según se lo conocía por su nombre de guerra-- cae en combate contra el Ejército siendo comandante de las FAR, las Fuerzas Armadas Revolucionarias, organización guevarista que aparece públicamente con la toma de la ciudad bonaerense de Garín, el 30 de julio de 1970. Olmedo fue una leyenda, por la corta e intensa vida que supo cultivar, y quizás un poco por el olvido en el que ha caído en las últimas décadas, hoy nos proponemos reivindicarlo, sobre todo rescatando “papeles de archivo”, esos textos por los que fue tan renombrado en su momento: la entrevista que concede a la revista Cristianismo y Revolución, y luego, la respuesta a los cuestionamientos a sus definiciones que le realizan militancias del Partido Revolucionario de los Trabajadores/Ejército Revolucionario del Pueblo.

Una gran cantidad de pequeños actos protagonizados en un bloque de tiempo muy corto hicieron de de figura una leyenda de la militancia revolucionaria en la Argentina.

Se sabe que nació en un humilde hogar de la hermana República del Paraguay. También que fue una figura bastante atípica. Jose, a pesar de haber tenido una infancia y una adolescencia que no le fueron nada fáciles, llegó a graduarse en Filosofía y Sociología en la Universidad de La Sorbona, Francia, siendo muy joven. Allí conoció al mismísimo Louis Althusser, a quien la izquierda mundial debe sus relecturas sintomáticas de Carlos Marx, y en particular, de su obra cumbre, El capital. Olmedo participó en Argentina de la emblemática revista La rosa blindada y con tan sólo 23 años impartió cursos de posgrado en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, pero también trabajó como publicista y se entrenó en Cuba para que su grupo fuera el apoyo argentino a la empresa liberadora de proyección Latinoamericana que Ernesto Guevara intentó emprender desde Bolivia.

Con una sólida formación marxista Olmedo estuvo entre quienes sostuvieron más enérgicamente la necesidad de acercarse al peronismo, hacia fines de los 60, sin renunciar por ello a una perspectiva de revolución socialista que tuviera como protagonista principal a los proletarios de este suelo nacional. En las discusiones políticas, comentan quienes compartieron un tramo del recorrido junto a él, era capaz de remontarse hasta la historia de Galileo para fundamentar una idea sobre la coyuntura. Y después, al finalizar una reunión, sentarse con tranquilidad a escuchar la música de Mozart. Aunque la paradoja mayor, seguramente, haya sido aquella participación como invitado de los ya entonces clásicos almuerzos televisivos de Mirtha Legrand. Invitación que recibió por su desempeño como directivo creativo de la empresa Gillette, donde trabajó hasta que se vio obligado a pasar a la clandestinidad, en 1970.

Olmedo aprendió a mirar al peronismo de otro modo, y ayudó a que otros lo interpretaran también, desde la izquierda, de manera diferente. Contribuyó como pocos a la formulación de la categoría de Nacionalismo Popular Revolucionario. Pero antes de eso, y aun antes de fundar las FAR -que asumirían la identidad peronista y más tarde se fusionarían con Montoneros- Olmedo y varios integrantes de su grupo recibieron entrenamiento militar y formación política en Cuba, y claras instrucciones del Che para instalarse en Argentina como grupo de apoyo a su inmensa apuesta por la Revolución Latinoamericana. La historia se conoce: Guevara fue capturado y ejecutado por la CIA en la selva boliviana, y todos aquellos que pensaban seguirlo en su recorrido reformularon sus propuestas, para desarrollar la lucha revolucionaria desde otras perspectivas, aunque siempre fieles al ideario de crear muchos Vietnam en el continente. En ese camino, el 26 de junio de 1969 atacaron los supermercados Minimax, propiedad de Nelson Rockefeller, cuando el empresario y político norteamericano visitaba nuestro país.

*Nota publicada en la Agencia Paco Urondo