martes, 16 de octubre de 2018

Una cachetada a las taras de la izquierda popular


Algunas provocaciones del Manifiesto Aceleracionista (2013) para dejarse interpelar

Por Mariano Pacheco*


En su Manifiesto Aceleracionista (2013) Alex Williams y Nick Srnicek realizan una descripción tal del mundo en el que vivimos que cuesta no estar de acuerdo. También arrojan una serie de hipótesis que desde Latinoamérica resultan, al menos, problemáticas; sobre todo cuando de lo que se trata es de pensar en la posibilidad de liberar la tendencia aceleracionsita reprimida en la búsqueda de acelerar los beneficios del capitalismo barriendo las restricciones que éste impone (las luchas socio-ambientales en defensa de los bienes comunes; la historicidad propia de los pueblos que pre-existieron la conquista europea sobre éstas tierras; la propia dinámica capitalista/dependiente de las “naciones” del continente dan cuenta de una lectura situada desde otros parámetros a los de los compañeros británicos).
Pero no es justamente en el núcleo central del planteo en donde me quiero detener, sino en algunas lateralidades más referidas a las propuestas para salir de ese estancamiento que los aceleracionistas señalan respecto de las políticas de izquierda. Por otra parte, tampoco me interesa demasiado “rescatar” los planteos europeos o discutir cuánto se adhiere o no a los postulados del Manifiesto. Se trata, más bien, de pensar la teoría como caja de herramientas, y en tal sentido, estar a la escucha no sólo de aquello que nos cuaja, sino también de lo que nos incomoda, porque es desde la incomodidad que podremos re-pensarnos, sacudirnos la modorra y avizorar nuevos horizontes.
En este breve artículo quisiera aprovechar cierta discusión que allí se plantea, y que entiendo compone casi de manera directa con una serie de preocupaciones que este cronista viene trabajando desde hace un tiempo, en algunos escritos, columnas radiales, discusiones en reuniones con militancias, talleres de formación con organizaciones sociales, cursos de filosofía profanos en los que se presenta, cada dos por tres, la discusión en torno a cómo estamos leyendo las posibilidades de salirnos un poco de esta hegemonía neoliberal mundial que por momentos se torna sofocante.

Apuntes sobre el futuro
Tras caracterizar la situación de estos momentos iniciales del siglo XXI como de cataclismo global, atravesada por un riesgo gigantesco para la superviviencia de la humanidad y una incapacidad estructural de las izquierdas para gestar nuevos modelos, los aceleracionistas plantean que es un riesgo grande idealizar el pasado y pensar que se puede tener un programa que pretenda volver al fordismo y lso Estados de bienestar, modelo que si bien garantizaba una serie de conquistas para las clases trabajadoras, también contenía una asimetría enorme entre imperios y colonias, y se sostenía sobre modelos familiaristas teñidos por el sexismo y el racismo, por no mencionar también el aburrimiento y el sometimiento al control que se veían expuestos los mismos sujetos beneficiarios de esos años de “primavera capitalista”.
Lo que nos interesa en esta nota es hacernos eco, entonces, es de aquellas críticas que los aceleracionistas realizan a lo que mencionan como una “izquierda folk”. A saber: la que hace de la acción directa, el horizontalismo y los espacios de pretención no-capitalista locales el punto de partida y de llegada de una estrategia de cambio social.
Nos interesa particularmente –porque nos cabe-- esta crítica respecto de la tendencia a sostener un “localismo neoprimitivista” desde ciertos movimientos sociales, y a fetichizar formas organizativas y métodos de lucha por sobre su eficacia concreta.
Es interesante ver cómo la propia dinámica de las luchas sociales que estos movimientos suelen reivindicar, al menos en Argentina, va contra ese sectarismo y esa fetichización, porque de hecho la gran virtud de los piquetes y cortes de ruta, de los bloqueos de puentes, autopistas, ingresos a grandes empresas, tomas de edificios públicos y otras acciones directas, así como el surgimiento (o resurgimiento, puesto que tienen una larga historia) de dinámicas asamblearias, supieron justamente aportar una novedad política porque no se ataron a ningún presupuesto previo que limitara su capacidad de imaginar nuevos rumbos. Pero el tiempo pasa, y nos vamos poniendo viejos, o tecnos, o ambas cosas, y hasta lo nuevo tiene un tufillo a humedad.
Por eso es interesante tener en cuenta esta advertencia aceleracionista: “las tácticas habituales de marchas con pancartas y de creación de zonas temporalmente autónomas corren el riesgo de convertirse en reconfortantes sustitutos del éxito efectivo”, sostienen en el Manifiesto, a la vez que recuerdan que “toda forma particular de acción política pierde filo y eficacia con el tiempo porque la otra parte se adapta”. Entonces, cabe preguntarse cuales serían los modos creativos de combinar aquellos aspectos de invención que fueron apareciendo con el tiempo, con el archivo que las luchas emancipatorias cuentan en su haber. Dicen los aceleracionistas, para horror de cierto autonomismo ingenuo: “el secretismo, la verticalidad y la exclusión también tienen su lugar (aunque, claro, no de naturaleza exclusiva) en la acción política efectiva”.
Queda claro que no se trata de una pretensión de eterno retorno de lo ya conocido, pero tampoco de sostener un apriori que niegue las posibilidades de rescatar, repensar, reelaborar (“refuncionalizar” decía Bertolt Brech a la hora de pensar en usos no ingenuos de la técnica) estrategia, táctica, métodos que son parte de nuestra historia: la de quienes pretendemos transformar de raíz la sociedad.

Un dardo al cortoplacismo
Los Aceleracionistas insisten en que, para combatir el sectarismo, hay que promover un ensamblaje amplio de tácticas y organizaciones diversas que puedan sostener una estrategia a mediano plazo que de cuenta de, al menos, tres objetivos que una izquierda radical pueda promover:
1) INFRAESTRUCTURA INTELECTUAL: que contribuya a gestar nuevos modelos económicos, políticos, sociales y culturales (“estamos hablando de una infraestructura en el sentido de construir no solo las ideas, sino también las instituciones y las vías materiales que permitan inculcarlas, encarnarlas y difundirlas).
2) MEDIOS DE COMUNICACIÓN: proponerse una reforma a gran escala que permita, entre otras cuestiones, disputar sentidos a niveles de masas y financiar periodismo de investigación.
3) PODER DE CLASE: reconstruir nuevas formas que integren a la serie disipar de las actuales identidades y realidades proletarias, que son parciales y heterogéneas.
Para desarrollar esto, insisten, una izquierda radical debería poder asumir primero sus incapacidades actuales, y pensar más seriamente sobre los flujos de dinero en función de construir una infraestructura para el cambio social.
Si pensamos en no tirar por la borda una rica y extensa tradición de las izquierdas, tampoco deberíamos apresurarnos en descartar las invenciones que, desde el inicio del siglo XXI en 1994 hasta la fecha, se fueron produciendo en distintos lugares del planeta, sobre todo en América Latina.
De allí que, si de verdad pensamos en cambiar el mundo sin construir otro del que querramos huir ni bien comience a edificarse, tal vez deberíamos empezar por combinar lógicas bien diferentes desde ahora. Por ejemplo, empezar con una propuesta política en la que azar y programa no se excluyan, sino que convivan en un juego de fuerzas permanentes que no le teman a la tensión.

*Nota publicada en La luna con gatillo (www.lalunaongatillo.org)




lunes, 15 de octubre de 2018

¿Qué tipo de militancias queremos formar? Rozitchner en el horizonte existenciario de Ernesto Guevara


Libros y alpargatas: reseñas de un escritor cabeza

Por Mariano Pacheco
(La luna con gatillo)


Bajo el título Combatir para comprender, la editorial Octubre publicó recientemente un libro de León Rozitchner en el que se compilan cuatro polémicas sostenidas por el filósofo argentino, quien alguna vez supo afirmar que todas sus producciones eran “libros de pelea”.


Los combates de un León
La actitud de Rozitchner es la de hacer cuerpo el pensamiento. Basta verlo en “Es necesario ser arbitrario para hacer cualquier cosa”, las conversaciones que mantuvo con Diego Sztulwark (https://www.youtube.com/watch?v=2DG97z1O1bA) para darse cuenta del modo en que León asume vitalmente lo que dice.
Desde su participación en el emblemático grupo Contorno (junto a los hermanos Viñas), Rozitchner fue una figura clave del pensamiento crítico argentino durante más de medio siglo.
Si tal como él afirmó alguna vez, es necesario poner en serie el pensamiento de la filosofía con el movimiento de la sociedad, en estas polémicas compiladas por editorial Octubre queda claro que León escribe para poner en el centro de la escena debates intelectuales con fuertes repercusiones en el que-hacer diario de las izquierdas.,
Lo que importa de las polémicas no son las singularidades existenciales con las que discute (sea Eggers Lan, John William Cooke, Emilio de Ípola, Oscar del Barco o el Grupo de Discusión Socialista), sino las ideas que se están postulando, con las que se deabate en torno al marxismo y el cristianismo, el peronismo y la violencia política en el país o la guerra de Malvinas, de la que ya hemos hablado en detalle en otra oportunidad (http://profanaspalabras.blogspot.com/2018/10/malvinas-segun-rozitchner-y-una-pizca.html).


La Rosa de Tuñón
En septiembre de 1966, en lo que será el último número de la revista La Rosa Blindada (dirigida por José Luis Mangieri) Rozitcher publica el texto “La izquierda sin sujeto”, una discusión entre-líneas con Cooke, quien había publicado un texto en el Nº 6 de la mencionada revista (octubre de 1965), en el que contesta unas preguntas que le habían enviado desde el Comité Editorial; respuestas que son publicadas bajo el título “Bases para una política cultural revolucionaria”. Allí El Gordo realiza una lectura minuciosa de los Manuscritos económico-filosóficos de 1844 de Karl Marx, sobre todo del capítulo “El trabajo enajenado”, como también hemos reseñado en otra oportunidad (http://www.resumenlatinoamericano.org/2018/09/19/cooke-como-hecho-maldito-del-peronismo-burgues-recordar-repetir-reelaborar).
De algún modo, ambos textos están dialogando con otro --también publicado en La Rosa Blindada luego de haber salido en el periódico uruguayo Marcha-- de Ernesto Guevara, el hoy ya legendario “El socialismo y el hombre en Cuba”.
Quisiera rescatar particularmente este texto de León, ya que da cuenta de un debate de época en las izquierdas Latinoamericanas sobre el devenir del movimiento comunista internacional, pero que no deja de tener actualidad respecto de los desafíos del movimiento popular, sobre todo porque lo que está en juego en el debate son determinadas lecturas y valoraciones del peronismo, sus potencialidades y límites y el tipo de humanidad que se pretende construir con los procesos de cambio social, algo ausente pero necesario en el quehacer intelectual del presente, si pretendemos combatir un poco el “realismo capitalista” (ese sentimiento de que el capitalismo se presenta como el único horizonte pensable en el mundo actual, según supo escribir el pensador británico Mark Fisher).

Cuerpo, razón y cambio social
León sostiene en su texto, en primer lugar, que es necesario tener en cuenta ocho cuestiones a la hora de realizar una crítica política de la cultura burguesa. A saber:
1) Tornar evidente la estructura del campo total en el cual cada acto se inscribe, ya que la cultura capitalista es desintegradora del individuo, el mismo que -paradójicamente- participa de un proceso de producción que es social.
2) Entender que ese desequilibrio se sostiene porque la cultura burguesa ordena el mundo según sus categorías (el sistema capitalista produce objetos a la vez que ideas).
3) Comprender que desintegrar al hombre (es obvio que con tal denominación el autor se refiere a lo que hoy diríamos “humanidad”) significa introducir en él la imposibilidad de referirse coherentemente al mundo que lo produjo (esto implica asumir la correspondencia entre proceso de producción y cultura burguesa, o dicho de otro modo, entre capitalismo y uno mismo).
4) Salirse de esa racionalidad burguesa. En ese sentido, insiste León, no sólo hace falta construir una organización revolucionaria (necesidad que hoy, siglo XXI, aún asumimos, por más que obviamente tenga sus formas diferentes a las de antaño), sino también una racionalidad propia, que no sea la misma que promueve el capital, que produce un tipo determinado de humanidad, contra la cual se lucha.
5) Desarrollar la propia fuerza productiva de la revolución.
6) Comprender que si la cultura burguesa separa a los hombres y las mujeres del ámbito social (creando la “intimidad” del individuo), una cultura revolucionaria no puede solo limitarse a intervenir en el campo social, porque regala de ese modo la subjetividad al capital, manteniendo la oposición cultura y sujeto (fundamento de la alienación burguesa).
7) La cultura revolucionaria -sostiene Rozitchner- debe volver a anudar aquello que el sistema escindió. Esto, obviamente, sólo es posible de lograr si el sujeto permanece ligado a una actividad transformadora de la realidad, cuestión que se logra si se cuenta con una organización racional revolucionaria.
8) Finalmente, León insiste en que las izquierdas deben poder encontrar la propia forma humana que pueda servirle para trazar un índice a partir del cual realizar una inserción efectiva del sujeto en el proceso revolucionario.

La radicalización de la subjetividad en el proceso revolucionario
Rozitchner entiende que la cultura revolucionaria no puede reducirse a formar hombres (y mujeres, y existencias diversas…) tal como lo hace la burguesía (conciencia inmediata sin reflexión; adhesión del sujeto al mundo que lo produce). Es decir, que no se puede encontrar la forma revolucionaria adecuada con el contenido sensible burgués. De allí la tarea (el “trabajo”, dice León) de enfrentar la estructura burguesa que llevamos en nosotros mismos, pero no en una secuencia cronológica (primero nosotros, después el mundo) sino simultánea (tampoco se trata de dejar la “modificación sensible” para tiempos de “menos urgencias políticas”).
Se trata –insiste el autor de Freud y el individualismo burgués-- de ver cómo la burguesía está en nosotros como un obstáculo para comprender y realizar el proceso revolucionario. Es decir, que no hay revolución objetiva sin modificación subjetiva.


Una praxis transformadora
León plantea que pensar es ya una praxis. Y que debemos diferenciar la praxis de una mera práctica (que se realiza en concordancia con la cultura burguesa). Para llevar adelante una praxis, entonces, se necesita romper con los índices de realidad que son congruentes con el mantenimiento de su orden.
Desde esta perspectiva se debe des-hacer la “forma burguesa” para crear una nueva racionalidad. “Con categorías burguesas que ordenan nuestro modelo de ser personal no resulta posible pasar de la práctica burguesa a la praxis revolucionaria”.


Sortear los modelos burgueses de rebeldía
El propio cuerpo es un campo de batalla, sostiene Rozitchner, y nos deja picando una frase que en 2018 resuena y compone con las nuevas generaciones, en medio de un proceso de protagonismo de las mujeres y las disidencias sexuales que hacen de esa frase una bandera y una praxis cotidiana.
Para León, cada militante debería poder vivir y experimentar en la organización la racionalidad revolucionaria, asumiéndola como una actividad que él mismo contribuye a rebelar. “La verdad se elabora en el sujeto”, afirma el autor de Freud y el problema de la historia, rescatando –al igual que Cooke-- al Marx de los Manuscritos del 44.
El desafío, entonces, es deshacer la propia auto-enajenación, la que escinde lo sensible de lo racional (como una cosa se escinde en valor de uso y valor de cambio), ya que la cultura revolucionaria tiende a deshacer la trampa que la burguesía tendió en nosotros mismos, incluso cuando pretendemos enfrentarla, pero lo hacemos desde modelos burgueses que la propia burguesía nos proporcionó.


Otro sistema productor de humanidad
No basta hacer un “pasaje de causas”, dice León. Es decir: pasar de la causa burguesa (que se sostiene al no cuestionar el mundo en el que se vive) por la causa socialista a la que se pretende contribuir pero desde el modelo proporcionado por la división del trabajo capitalista.
El dogmatismo y el oportunismo de izquierda, insiste Rozitchner, colocan en el lugar de la irracionalidad aquello que no son capaces de asumir para modificar la racionalidad burguesa que habita en sí mismos. “Son, pese a todo, los que conservan en el interior de la izquierda el pesimismo y la desazón y la amargura de la derecha”, sostiene León. Y remata: “lo que diferencia a la izquierda de la derecha no es meramente la organización del sistema de producción económica: es el sistema de producción de hombres”.


Dirigencias y modelos de humanidad
Hacia el final del texto Rozitchner se mete con el justicialismo. No lo nombra a Cooke, pero entre líneas hay un debate con aquello sostenido por el Gordo. A saber: que en Argentina los comunistas eran los peronistas.
Para León, Perón se sostiene en un modelo de racionalidad burguesa adecuada al capitalismo, por más que dirija un movimiento que ha producido esa curiosa combinación en la que la clase obrera experimenta el sentimiento de su propio poder a la vez que abandona su autonomía y se sujeta a las formas del dominio burgués (adhesión a una forma de vida que no modifica la estructura). Para el autor de Materialismo ensoñado lo central de la crítica al peronismo está dirigida al hecho de que la clase trabajadora no haya podido hacer el tránsito de la sensibilidad burguesa a la racionalidad revolucionaria. Por eso propone poner en el centro del análisis la necesidad de producir una modificación revolucionaria de los individuos.
Si los conductores funcionan como modelos de humanidad, cabe preguntarse entonces qué hizo Perón con su vida, qué imagen devolvió a los trabajadores, qué nuevos valores humanos hizo acceder a nuestra realidad.
Más allá de las valoraciones que cada lector (o lectora) pueda tener en torno al peronismo, me quedo con hacer propia la reflexión que cierra el texto; aquella que deviene en una verdadera incitación a la rebelión y la revolución. Entonces y ahora.
Dice Rozitchner que la presencia del poder represivo funciona para detener la eficacia de nuestros actos, la profundidad de nuestro pensamiento. Y señala que los límites que la burguesía estableció en nosotros mismos son el principal obstáculo para abordar críticamente la realidad.


domingo, 7 de octubre de 2018

Malvinas según Rozitchner (y una pizca de Fogwill)


DE LA GUERRA SUCIA A LA GUERRA LIMPIA

Por Mariano Pacheco
 


El desembarco de las tropas argentinas en las Islas Malvinas, en 1982, provocó una serie de posicionamientos para nada coincidentes al interior de las izquierdas, en un contexto donde la dictadura militar golpeaba hacía seis años a diversas expresiones populares.
Como en tantos otras cuestiones, el tema Malvinas generó diversas posturas al interior de las izquierdas, por entonces duramente golpeadas por el accionar represivo de una dictadura que llevaba seis años gobernando, con un saldo de miles de militantes detenidos-desaparecidos, asesinados, presos, exiliados internos y externos y un repliegue gigantesco del movimiento de masas, más allá de las resistencias que tanto el movimiento obrero, como los organismos de derechos humanos y otras expresiones populares, nunca dejaron delibrar contra ese verdadero Proceso de Reorganización Nacional que encarnó la Junta de Comandantes. Un repaso por algunos de aquellos debates, y sus ecos en los posicionamientos de las izquierdas en la actualidad.
Para cuando se iniciaron los enfrentamientos bélicos entre la República Argentina y el Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte, en 1982, las Islas Malvinas contaban con alrededor de 1.800 habitantes trasplantados por Inglaterra a esta parte del sur del mundo. Llevaban ya 149 años ocupando las islas, luego de que la población argentina en Malvinas, con su gobernador y comandante militar incluidos, fueran obligados a abandonar las islas en 1833; y casi una década y media jaqueando las negociaciones internacionales, renunciando a las resoluciones de las Naciones Unidas, que insistían en que Gran Bretaña accediera a una solución pacífica del conflicto. El fundamento básico para que Argentina reclamara justamente sobre la soberanía en torno a Malvinas fue y es que la usurpación no puede ser nunca fuente de derecho.
Ese legítimo derecho, sumado al apoyo generalizado de los países latinoamericanos y el importante sentimiento nacional-antimperialista enraizado en amplios sectores de la población, llevaron a un sector de la izquierda argentina a apoyar el desembarco militar en las Islas. Uno de esos apoyos fue expresado por una solicitada titulada “Por la soberanía argentina en Malvinas: por la soberanía popular en la Argentina”, firmada por 25 intelectuales integrantes del Grupo de Discusión Socialista (GDS), entre los que se encontraban José Nun y Sergio Bufano, Emilio de Ípola y Néstor García Canclini, José Aricó y Juan Carlos Portantiero, por nombrar algunos de los más reconocidos. El 10 de mayo, desde su exilio en México D.F, emiten su apoyo al intento de recuperación de las Malvinas.
Los fundamentos del GDS giran en torno al apoyo de los países no alineados, y fundamentalmente, de los gobiernos de Cuba y Nicaragua, y el de una de las más poderosos fuerzas beligerantes del continente: El Frente Farabundo Martí de El Salvador. Estos apoyos, sumados a que para Estados Unidos “la única opción lógica” era apoyar a Inglaterra, colocaban al accionar de las Fuerzas Armadas Argentinas, más allá de sus intenciones, en un nuevo contexto de sentidos. Así, colocada la lucha por la recuperación de las Malvinas en el campo de las luchas antimperialistas, no quedaba espacio para las dudas, puesto que se enfrentaba al conglomerado de intereses colonialistas de dos grandes potencias mundiales, entonces dirigidas por gobiernos ultraconservadores de Ronald Reagan y Margaret Thatcher. Intereses no sólo económicos (recursos petroleros, fabulosas riquezas en nódulos minerales y otras fuentes proteínicas claves para el futuro), sino también por su lugar clave en la geopolítica mundial (recordemos que entonces todavía se mantenían en pie los intentos de constituir gobiernos de nuevo tipo en Centroamérica, alineados con Cuba y Nicaragua, y el Bloque Socialista como contrapartida al modelo del capitalismo).
La tesis del GDS es sencilla: si la lucha por la soberanía argentina sobre Malvinas abre la posibilidad de una lucha popular al interior del país, hay que apoyarla, porque su contracara es que la pérdida de soberanía abre las puertas a la consolidación a largo plazo de un dominio imperialista sobre un área estratégica, tanto para Estados Unidos como para Inglaterra. De triunfar argentina, sostienen, ganan las fuerzas progresistas; de perder, la derrota es para la nación en su conjunto. Por supuesto, esto no quita denunciar a la dictadura. De allí que escriban: “Reivindicar en la actual situación la indiscutible soberanía argentina sobre Malvinas no implica, como lo quieren algunos y en primer lugar el propio gobierno, echar un manto de olvido sobre su política desde 1976 hasta el presente. Por el contrario, para dar su sentido cabal a esa justa reivindicación se requiere como condición indispensable, asumir una posición resuelta y clara en repudio a dicha política”.
Tal vez el doble comportamiento de los altos mandos militares argentinos en Malvinas eche por la borda estos fundamentos. Los testimonios de los soldados argentinos torturados y maltratados, “estaqueados” por sus superiores, junto con la foto de Alfredo Astiz rindiéndose ante las tropas británicas, sin disparar un tiro, sean la condensación de un drama que un sector de la izquierda, sea por seguidismo de masas o por ingenuidad, no pudieron procesar en su momento. Y que en muchos casos, parecen no estar dispuestos a mirar retrospectivamente de un modo autocrítico.
Quien sí salió al cruce de estos planteos, en el mismo momento de los hechos, fue León Rozitchner, quien escribió desde Caracas un lúcido ensayo -editado en formato libro en 1985 por Centro Editor de América Latina- titulado Malvinas: de la guerra sucia a la guerra limpia. El punto ciego de la crítica política. El texto circulará por las redes de exiliados como un baldazo de agua fría, señalando aquellos puntos que entonces, en un contexto de realzamiento del patriotismo, nadie parecía muy dispuesto a cuestionarse.
Rozitchner denuncia en su escrito que ese realzamiento del patriotismo por parte de las FF.AA, no busca otra cosa más que limpiarse el rostro, simulando participar de una guerra limpia luego de años de desarrollar puertas adentro la guerra sucia (“guerra que prolongó el horror del genocidio en el envío de cientos de adolescentes a la muerte”). Por eso en 2005, al reeditar el libro, el legendario integrante del grupo Contorno va a subrayar que Malvinas es todavía una cuenta pendiente; porque es –dice– entre muchos otros, “uno de esos eslabones que atenacea el secreto político de una cadena férrea de ocultamientos y engaños que ciñe el cuerpo despedazado y tumefacto a que ha quedado reducido esto que llamamos patria”.
Sus reflexiones no dejan lugar a dudas: el Ejercito Argentino –sostiene– es una fuerza que se ha formado y se ha definido en los límites que el propio enemigo le proporcionó. “Si hasta las categorías de la guerra son producto del enemigo, y forman parte de su doctrina de guerra, que es de Contrainsurgencia y Seguridad Nacional, que fundamenta su plan de guerra”. En este sentido, las Fuerzas Armadas Argentinas se constituyeron como fuerza de ocupación –antinacional– en el propio territorio, buscando implantar por la fuerza, en el propio país, la dominación que permitiera el despojo de sus habitantes, sobre todo de sus clases populares. De allí que resultara absurdo que después se pretendiera, en nombre de la unidad nacional, que esos mismos sectores pelearan junto a sus opresores. Los Pichis, los protagonistas de Los Pichiciegos de Fogwill, son un claro ejemplo de esa paradoja. La contracara de esa guerra. De allí que resulte sugestiva la pregunta que, en determinado momento de la novela, surge en la Pichicera: ¿Por qué, siendo tantos los porteños, son ahí tantos los “provincianos”? ¿Por qué las trincheras están llenas de “cabecitas negras”? La respuesta salta a la vista: porque el Ejército Argentino, desde Caseros en adelante, se convirtió en el ejército de una clase, con un discurso que pretendió elevarse al discurso de la Nación entera. Una clase que, según Rozitchner, responde a intereses económicos que son transnacionales. Y es por eso, entre otras cosas, que la guerra estaba perdida antes de comenzarla: ¿cómo ganarla si su existencia dependía de aquellos a quienes debía combatir?
Rozitchner ataca el argumento de que el enfrentamiento interno con la Junta pase a ser de carácter secundario, en el marco de un enfrentamiento más amplio con los “enemigos principales”, a saber, los imperialistas yanquis y británicos. De allí que sostenga que “el éxito del poder militar del ejército de ocupación argentino significaba la derrota del poder –moral y político y económico- del pueblo argentino”. Ahora bien, esta posición, ¿coloca necesariamente a quienes no desean el triunfo de la Junta en Malvinas junto al bando imperialista? No, sostiene Rozitchner, porque no había ninguna posibilidad de vencer en esta guerra ni “recuperar” ninguna isla contra nuestros enemigos externos, hasta tanto no hubiéramos recuperado previamente nuestro propio territorio nacional de nuestro enemigo principal: las fuerzas armadas de ocupación. Esas que fueron a Malvinas en un “como si” de guerra, puesto que no se tuvieron en cuenta ninguno de los principios básicos del enfrentamiento bélico, como por ejemplo, que a todo ataque, a toda ofensiva, le corresponde un golpe del otro bando. Una guerra fantaseada, en donde se ataca sin sufrir las consecuencias.
Queda claro que Rozitchner interpela, que pone el dedo en la galla. Y digo pone, y no puso, porque sus reflexiones de ayer no han quedado en el pasado, sino que continúan operando en el presente. Porque interrogarse sobre el activo apoyo a la recuperación de Malvinas es además preguntarse por el rol civil de apoyo a la Junta, no sólo en la coyuntura Malvinas sino también antes. Es asumir que nuestro pueblo está integrado por mujeres y hombres que ofrecieron resistencia activa, que no colaboraron, pero no sólo. También está integrado por quienes miraron para otro lado, o pero aun, prestaron el necesario apoyo para que suceda lo que sucedió.
Hoy, a 30 años de la guerra, con un gobierno que –más allá de las caracterizaciones en torno a sus políticas– no caben dudas que es producto de la elección popular, legitimado por más del 50% de los votos, Argentina ha lanzado una ofensiva mediática y diplomática reinstalando la cuestión Malvinas. Paralelamente, en los últimos días, seis Premios Nobel de la Paz -entre ellos el argentino Adolfo Pérez Esquivel- han reclamado al Primer Ministro Británico David Cameron que se establezca un diálogo por el tema de la soberanía sobre las Islas Malvinas. Han lanzado una campaña internacional de adhesiones, en la búsqueda por lograr una justa solución por la vía diplomática. Tal como señaló Marcha en su edición del viernes 30 de abril, la “cuestión Malvinas” bien podría ser la punta de lanza para abordar una discusión seria acerca de los modernos y controvertidos enclaves coloniales británicos expandidos por el mundo. Y también, se podría agregar, podría ser el puntapié inicial de un debate sobre la soberanía nacional y popular en la actualidad, en el resto del territorio. No deberían ser debates excluyentes, ya que estamos ante otro contexto, nacional, pero también continental e internacional. De allí que hoy, el reclamo por la soberanía argentina sobre Malvinas, se torne por completo un legítimo reclamo, realizado desde otro lugar: más legítimo, más creíble, más sentido que el que intentó hacer la Junta de comandantes de la dictadura militar.

jueves, 4 de octubre de 2018

El Che según Juan Gelman

PENSAMIENTOS




soy de un país donde se llora por el Che
o en todo caso se canta por el Che
y algunos están contentos con su muerte
vieron? dice
estaba equivocado, la cosa no es así, dice
y cómo carajo será la cosa no lo dice, no?
prefieren recitar viejos versículos
ó indicar señalar aconsejar
mientras los demás callan, miran al aire con los ojos perdidos

el Comandante Guevara entró a la muerte
y allí andará, según se dice

soy de un país donde costó creer que se moría
y muchos, un servidor entre otros, se consolaba así
pero si él dice no hay que pelear hasta morir
hay que pelear hasta vencer
entonces no está muerto
otros lloraban demasiado, como quien ha perdido a su padre
y yo creo que él no es nuestro padre
y con todo respeto creo, que está mal llorarlo así

de este país de fantasía se fue Guevara una mañana
y otra mañana volvió y siempre ha de volver a este país
aunque no sea más que para mirarnos un poco, un gran poquito
y quién se habrá de aguantar?
quién habrá de aguantarle la mirada?
pero ahora nomás, el Comandante Guevara entró a la muerte
y allí andará, según se dice.

Pregunto yo,
quién habrá de aguantarle la mirada?
ustedes momias del partido comunista argentino?
ustedes lo dejaron caer.
ustedes izquierdistas qué si qué no?
ustedes lo dejaron caer.
ustedes dueños de la verdad revelada?
ustedes lo dejaron caer.
ustedes que miraron a China, sin entender que mirar a China en realidad
era mirar nuestro país?
ustedes lo dejaron caer.
ustedes pequeñitos teóricos del fuego por correo, partidarios de la violencia por teléfono o del movimiento de masas metafísico?
ustedes lo dejaron caer.
ustedes sacerdotes del foquismo y más nada?
ustedes lo dejaron caer.
ustedes miembros del club de grandes culos sentados en lo real?
ustedes lo dejaron caer.
ustedes los que escupen sobre la vida sin advertir que en realidad están escupiendo contra el gran viento de la historia?
ustedes lo dejaron caer
ustedes que no creen en la magia?
ustedes lo dejaron caer

soy de un país donde es necesario no amar sino matar a la melancolía
y donde no hay que confundir el Che con la tristeza
o como dijo Fierro, hinchazón con gordura
soy de un país donde yo mismo lo dejé caer
y quién pagará esa cuenta?
quién?
pero lo serio es que en verdad
el Comandante Guevara entró a la muerte
y allí andará según se dice,
bello, con piedras debajo el brazo

soy de un país donde ahora Guevara ha de sufrir otras muertes
cada cual resolverá su muerte ahora
el que se alegró ya es polvo miserable
el que lloró, que reflexione
el que olvidó, que olvide o que recuerde
y aquel que recordó, solo tiene derecho a recordar

el Comandante Guevara entró a la muerte por su cuenta
pero, ustedes qué habrán de hacer con esa muerte?
pequeños míos, qué?

sé pocas cosas, sé que no debo llorar, Ernesto
sé que de mí, dependés ahora
te puedo sepultar con grandes lágrimas,
pero en realidad no puedo
el poeta sabe que algún día la belleza vendrá
pero no hoy que estás ausente
el poeta apenas sabe vigilar
Ché Guevara.

ahora deseo un gran silencio
que baje sobre mi corazón y lo abrigue
padre Guevara, qué será de tus hijos
por qué te fuiste hermoso, sobre caballos de cantar

quién habrá de juntarte otra vez.

Juan Gelman, octubre de 1967

Guevara, por Rodolfo Walsh




¿Por quién doblan las campanas? Doblan por nosotros. Me resulta imposible pensar en Guevara, desde esta lúgubre primavera de Buenos Aires, sin pensar en Hemingway, en Camilo, en Masetti, en Fabricio Ojeda, en toda esa maravillosa gente que era La Habana o pasaba por La Habana en el 59 y el 60. La nostalgia se codifica en un rosario de muertos y da un poco de vergüenza estar aquí sentado frente a una máquina de escribir, aun sabiendo que eso también es una especie de fatalidad aun si uno pudiera consolarse con la idea de que es una fatalidad que sirve para algo.
Lo veo a Camilo, una mañana de domingo, volando bajo en un helicóptero sobre la playa de Coney Island, asomándose muerto de risa y la muchedumbre que gozaba con él desde abajo. Lo oigo al viejo Hemingway, en el aeropuerto de Rancho Boyeros, decir esas palabras penúltimas: "Vamos a ganar, nosotros los cubanos vamos a ganar". Y ante mi sorpresa: "I´m not a yankee, you know".
Interminablemente veo a Masetti en las madrugadas de Prensa Latina, cuando ya se tomaba mate y se escuchaba unos tangos, pero el asunto que volvía era el de esa revolución tan necesaria, aunque hoy se presenta tan dura, tan vestida con la sangre de la gente que uno admirado simplemente quiso.
Nunca sabíamos en Prensa Latina, cuándo iba a venir el Che, simplemente caía sin anunciarse, y la única señal de su presencia en el edificio eran dos guajiritos con el glorioso uniforme de la sierra, uno se estacionaba junto al ascensor, otro ante la oficina de Masetti, metralleta al brazo. No sé exactamente por qué daban la impresión de que se harían matar por Guevara, y cuando eso ocurriera no sería fácil.
Muchos tuvieron más suerte que yo, conversaron largamente con Guevara. Aunque no era imposible ni siquiera difícil yo me limite a escucharlo, dos o tres veces, cuando hablaba con Masetti. Había preguntas por hacer pero no daban ganas de interrumpir o quizá las preguntas quedaban contestadas antes de que uno las hiciera. Sentía lo que él cuenta que sintió al ver por única vez a Frank País: sólo podría precisar en este momento que sus ojos mostraban enseguida el hombre poseído por una causa y que ese hombre era un ser superior. Yo leía sus artículos en Verde Olivo, lo escuchaba por TV: Parecía suficiente, porque Che Cuevara era un hombre sin desdoblamiento. Sus escritos hablaban con su voz, y su voz era la misma en el papel o entre dos mates en aquella oficina del Retiro Médico.
Creo que los habaneros tardaron un poco en acostumbrarse a él, su humor frío y seco, tan porteño, debía caerles como un chubasco. Cuando lo entendieron, era uno de los hombres más queridos de Cuba.
De aquel humor se hacia la primera víctima. Que yo recuerde, ningún jefe de ejército, ningún general, ningún héroe se ha descrito a sí mismo huyendo en dos oportunidades. Del combate de Bueycito, donde se le trabo la ametralladora frente a un soldado enemigo que lo tiroteaba desde cerca, dice: "mi participación en aquel combate fue escasa y nada heroica, pues los pocos tiros los enfrenté con la parte posterior del cuerpo". Y refiriéndose a la sorpresa de Altos de Espinosa: "no hice nada más que una retirada estratégica a toda velocidad en aquel encuentro". Exageraba él estas cosas, cuando todos sabían que acaba de recordar Fidel, que lo difícil era sacarlo del lugar donde hubiera más peligro. Dominaba su vanidad como el asma.
En esa renuncia a las últimas pasiones, estaba el germen del hombre nuevo que hablaba.
Guevara no se proponía como un héroe: en todo caso, podía ser un héroe a la altura de todos. Pero esto, claro, no era cierto para los demás. Su altura era anonadante: resulta más fácil a veces desistir que seguirlo, y lo mismo ocurría con Fidel y la gente de la Sierra. Esta exigencia podía ponernos en crisis, y esa crisis tiene ahora su forma definitiva, tras los episodios de Bolivia.
Dicho más simplemente: nos cuesta a muchos eludir la vergüenza, no de estar vivos porque no es el deseo de la muerte, es su contrario, la fuerza de la revolución, sino de que Guevara haya muerto con tan pocos alrededor. Por supuesto, no sabíamos, oficialmente no sabíamos nada, pero algunos sospechábamos, temíamos. Fuimos lentos, ¿culpables? Inútil ya discutir la cosa, pero ese sentimiento que digo está, al menos para mí y tal vez sea un nuevo punto de partida.
El agente de la CIA que según la agencia Reuter codeó y panceó a cien periodistas que en Valle Grande pretendían ver el cadáver, dijo una frase en inglés: "awright, get the hell out of here".
Esta frase con su sello, su impronta, su marca criminal, queda propuesta para la historia. Y su necesaria réplica: alguien tarde o temprano se irá al carajo de este continente. No serán los que nacieron en él. No será la memoria del Che.
Que ahora está desparramado en cien ciudades, entregado al camino de quienes no lo conocieron.

Buenos Aires, octubre de 1967

Conversaciones con Alejandro Vainer y Enrique Carpintero


PSICOANÁLISIS Y SALUD MENTAL EN ARGENTINA
Por Mariano Pacheco*


Un diálogo a fondo con los autores de Las huellas de la memoria. Psicoanálisis y salud mental en la Argentina de los 60 y 70 (1957-1983) y miembros del Comité Editorial de Topía, revista de psicoanálisis, sociedad y cultura.
Carpintero y Vainer nos reciben en un departamento del barrio porteño de Palermo, en un sitio lleno de lechuzas, libros, cuadros y otros elementos que remiten a las prácticas que ambos llevan adelante desde hace décadas. Allí -dicen- asisten regularmente pacientes que llegan para psicoanalizarse, como también integrantes de la revista que se reúnen para pensar en cada uno de los tres números que salen a la calle cada año. Enrique y Alejandro charlan sobre aquello que es en ellos un trabajo, una práctica militante, una pasión: el psicoanálisis entendido desde una perspectiva más amplia de salud mental, su historicidad en Argentina, el vínculo entre el campo específico y el contexto político más general del país. Hablan de los primeros pasos del emblemático Hospital Lanús a fines de los años cincuenta, del auge de transformaciones de las décadas del sesenta y setenta, de la última dictadura cívico-militar y sus huellas en la “democracia”, del mundo más allá del fin de todos los fines post caída del Muro del Berlín.


En primer lugar quisiera conversar con ustedes sobre los contextos de producción, publicación y reedición, ya que estamos hablando de tiempos muy distintos, en un lapso de dos décadas. Por un lado, la elaboración, antes del 2001; después la primera edición, que sale durante los primeros momentos del kirchnerismo; y finalmente esta reedición, casi al final del gobierno de Mauricio Macri.
Alejandro Vainer (A.V): La idea del libro fue de Enrique. Recuerdo que me invitó a tomar un café en San Juan y Boedo (éramos muy jóvenes en el 97). Entonces me propuso hacer algo que para mí era central, que no lo podía poner en palabras en ese momento, que era trabajar sobre ese agujero negro en el campo de Salud mental: los 60/70. Ahí nos pusimos a trabajar, estimamos que íbamos a estar dos años y no diez, pero empezamos a hacer entrevistas, revisar archivos, hemerotecas, bibliotecas y todo eso en el medio de los años 90, donde parecía que la historia se había acabado y que no había que ir para atrás, que había que ir para adelante supuestamente. Ese fue todo el contexto en el que trabajamos hasta publicar los dos tomos, y la verdad es que no había publicaciones que concentraran lo que trabajamos, que va desde cómo se arma el campo de Salud mental en el 57 (fechamos esto con Enrique porque se producen tres hechos importantes) cuando se crea el Instituto Nacional de Salud Mental, en la Universidad de Buenos Aires se crean todas las carreras del campo de Salud Mental (que son, sobre todo, Psicología, Ciencias de la Educación, Antropología y Sociología) y que ya a fines del 56 empieza con todo lo que fue la experiencia en Lanús (donde Mauricio Goldenberg gana por concurso). A partir de ese momento, en la Argentina (ya había empezado en otros lugares del mundo antes), se va armando todo lo que es el campo de Salud mental, que va creciendo durante los 60, y más desde principios de los 70, para luego analizar qué huellas produjo la dictadura, sobre todo en el campo de Salud mental. De esto se trata todo este libro, cuyos temas no habían sido muy abordados en los 80, mientras había estudiado psicología. Yo había hecho una residencia de Salud mental y había un montón de cosas que desconocía, que las fui viendo mientras investigamos. Ese fue un poco el recorrido. Después el libro se publicó, circuló mucho y nos quedamos sin un solo ejemplar. Con el tiempo empezamos a pensar, durante estos últimos años, en la idea de volver a trabajar para una reedición. Nosotros fundamentalmente habíamos hecho todo un trabajo con el listado de trabajadores de Salud mental desaparecidos, pero entre la primera edición y esta segunda ese listado se duplicó. Revisamos distintas fuentes y base de datos y encontramos que son casi 400 los trabajadores de salud mental y los estudiantes desaparecidos. Por otra parte, el libro tiene cierta actualización, pero sigue siendo un libro que va sobre un punto que, en el campo de la salud mental, no se conoce demasiado: qué sucedió en ese campo durante los los 60 y 70.


Enrique Carpintero (E.C): Para aquellos que no conocen el libro, quisiera aclarar que son dos tomos de alrededor de 1.000 páginas (500 cada tomo) que, como muy bien dijo Alejandro, fue una ardua investigación donde lo fundamental, o el origen inicial del libro, era cómo recuperar una época a la cual se la asocia fundamentalmente con la violencia. Si bien toda la década de los 60-70 está ligada a perspectivas revolucionarias y de lucha de cambio en todos los ámbitos (no solamente aquí sino en todo el mundo), que van desde tratae de modificar el conjunto de la sociedad hasta cambiar las relaciones entre los seres humanos (con el feminismo, movimientos LGTBIQ, el arte, la literatura, etc.). Todo eso generó una situación de un humus de creatividad muy importante que llegó a nuestro campo específico también, y tuvo alcances en prácticamente la mayoría de las prácticas que hoy se ejercen, que fueron creadas en esta época, como el trabajo en familia, en grupos, con niños, psicodrama, hospitales de día, hospitales de noche, etc. Básicamente el libro toma dos ejes que hacen al título del libro (Las huellas de la memoria), que son psicoanálisis y salud mental. En el psicoanálisis se dan rupturas importantes, las cuales permiten recuperar toda una perspectiva de izquierda de los años 20 y 30, para dar cuenta de ciertas cuestiones y prácticas que permiten pensar hoy cómo tratar de trabajarlas en relación a la nueva realidad que se nos plantea, pero también se crea el campo de la Salud mental a partir de un hecho fundamental, es decir, a partir de la segunda guerra mundial, donde la mitad de las camas de internación eran psiquiátricas y parte de ese dinero había que invertirlo en reconstruir Europa, que estaba totalmente destruida. Desde ahí lo que se intenta generar es lo que se llama la salud mental, con el fin de sacar a los pacientes de los manicomios y generar espacios alternativos. Esta perspectiva, que tiene un sentido estrictamente capitalista, es aprovechada por los sectores de izquierda y progresista que le dan un vuelco y un sentido de lucha anti-manicomial, anti-institucional, que permite generar dichas alternativas. El principal efecto de esto, por ejemplo, es la Psiquiatría Democrática de Basaglia, donde a partir de todo un movimiento social y una lucha, se genera la ley que prohíbe los manicomios en Italia (hasta el día de la fecha no existen más manicomios en Italia), así como en Inglaterra la antipsiquiatría, las comunidades terapéuticas, o el tercer sector en Francia, el trabajo en comunidad en Estados Unidos. Es decir, toda una perspectivas de alternativa a los manicomios que generan espacios parciales, porque en definitiva, nunca se terminó de romper con la perspectiva anti-manicomial. Creo que estas dos líneas están muy presentes en el libro y, como planteaba Alejandro, luego está todo el tema a partir del año 76 con la dictadura y los desaparecidos en el campo de la Salud mental, donde nosotros tomamos como línea para dar cuenta de esta lista de asesinados y desaparecidos (digo no sólo desaparecidos porque en esta nueva edición incluimos a todos los asesinados por la triple A desde el 73 al 76), muchos integrantes de lo que se llamó la Coordinadora de Trabajadores de Salud Mental, que se crea como una lucha teórica, gremial y política impulsada por psiquiatras, psicoanalistas, psicólogos, asistentes sociales y psicopedagogos. Entonces, cuando desde la derecha se plantea esto de una memoria completa, en realidad lo que se constituye es un negacionismo de lo que fue la represión de la dictadura militar. ¿Qué quiero decir con negacionismo? Básicamente, que la dictadura militar se implementa a partir de 340 campos de concentración (no hay muchos países en el mundo que generaron una represión a través de los campos de concentración) porque esto implica una metodología, una sistematicidad, un montón de cuestiones cuyo objetivo era intentar desaparecer toda una perspectiva dentro de una generación. Creo que esto es muy importante porque todavía hoy se habla con el eufemismo de centros de detención clandestinos, en vez de decir lo que son: que fueron centros de concentración y exterminio. Creo que esto es muy importante, porque cuando se habla de una memoria completa lo que se está negando es esta metodología, y que no se puede equiparar una represión del Estado organizada sistemáticamente con ciertas cuestiones políticas de organizaciones que ejercieron la violencia, pero que no tiene nada que ver con un Estado que organiza y planifica una represión sistemática a través de esta metodología mencionada.


AV: Hay una anécdota contada por Rodolfo Walsh en la Carta a la Junta militar, que él lo cuenta como el inicio de la metodología de robo en las desapariciones, y es algo que tiene que ver con el campo de Salud mental, porque es el relato de cómo desaparece un psicoanalista, (Pancho Bellagamba), mientras atendía un grupo terapéutico, donde atan a los pacientes y después roban la casa. Esto tiene todo un efecto en el campo de la salud mental, porque para todos los dispositivos grupales, comunitarios, en hospitales, había que pedir autorización, porque eran considerados factiblemente subversivos. Esto implicó el desarme de dispositivos de trabajos grupales, comunitarios, o bien como cuentan muchos actores en el libro que, si hacían algún grupo, alguna sesión multifamiliar, tenían alguna gente extraña puesta ahí. Lo digo para entender un poco el clima de época y cómo esto jugó en toda la sociedad, pero también específicamente en el campo de salud mental (esto fue algo que se dio particularmente en la Argentina), donde los dispositivos grupales y comunitarios fueron estrechándose durante la última dictadura. Pero a pesar de todo eso, hubo muchos profesionales y organizaciones que sí lo hicieron, aunque el clima de trabajo era ese. Por eso a la tercera parte del libro (que está en el segundo tomo) le pusimos “El fin de la Salud mental”, en donde describimos todo lo que fue el trabajo en ese período que va del 76 al 83.


¿Se podría pensar al libro como una suerte de historia del psicoanálisis en la Argentina?

E.C: Creo que lo fundamental en el título del libro, Las huellas de la memoria, es que no existe, dentro de ese título, la palabra historia. Y creo que esto es importante porque nosotros no intentamos posicionarnos en un lugar académico de la historia donde, por ejemplo, personajes importantes de la academia nos llaman a nosotros psico-bolches, porque dentro de la academia este tipo de cuestiones no existen. La academia trabaja sobre situaciones puntuales, como si la historia y la memoria estuvieran por fuera de nuestra subjetividad y de la lucha social y política. Tan es así que, hasta el día de la fecha, si bien hay trabajos puntuales referidos a ciertas cuestiones de la década de los 60, no existe ningún trabajo (estoy hablando, obviamente, dentro del campo de la salud mental) en relación a los 70. Es decir, el nuestro sigue siendo el único trabajo en relación a esa década. Ahora bien, esto no implica una perspectiva melancólica o meramente recordatoria de un pasado, sino que lo que pensamos es que, para poder pensar un futuro, es necesario afirmarnos en el presente desde un pasado, no para repetirlo sino para cuestionarlo. Si las generaciones no pueden tener un pasado a partir del cual se puede cuestionar, no pueden pensar de qué manera van a desarrollar un pensamiento crítico en el presente y de ahí poder elaborar un futuro. Evidentemente si vemos la fecha de la aparición del primer tomo y la segunda, hay diferentes contextos políticos, principios del kirchnerismo y hoy el macrismo que, si bien son diferentes, en el campo de la salud mental los sectores más, llamémoslos reaccionarios, o los sectores más psiquiátricos si querés, estuvieron presentes tanto en un gobierno como en otro, generando un lobby y generando un proyecto que se opuso a la Ley de Salud Mental, que fue votada por el conjunto de la Cámara de Diputados en la época del kirchnerismo, y que hoy prácticamente no se aplica, o se aplica parcialmente. De allí la necesidad de encontrarnos con una historia, donde podamos pensar y podamos ver de qué manera hoy nos permite desarrollar una oposición en el campo nuestro a estos sectores psiquiátricos y manicomiales, pero no en el sentido como la década de los 60 y 70 sino, manicomiales en relación a la actualidad, donde el desarrollo de la psicofarmacología y de todas unas técnicas farmacológicas, permiten mantener a los pacientes dentro de estructuras manicomiales privadas con medicamentos.


El libro (como todo libro) está escrito desde una perspectiva, más allá de que se aborden los trabajos emprendidos por distintas corrientes. Entonces, la pregunta es: ¿cuál es el legado teórico-político que, desde Topía, rescatan del periodo que abordan en el libro en el campo específico del psicoanálisis?


A.V: Hay algo que está y que rescatamos, que Enrique decía hace un rato: el hecho de que muchas veces se ve esa época como una época de violencia y no como una época de rebeldía y de apuestas por transformar el mundo. Creo que ahí hay un afluente fuerte de tradición que queremos rescatar, de cómo transformar el mundo y a la vez, dentro del campo de salud mental, dentro del psicoanálisis, transformar el statu quo. Creo que con eso podemos englobar un legado que viene desde hace un siglo con la izquierda freudiana, que viene de los sesenta de la mano de psicoanalistas que en el campo de Salud mental trataron de, como decía Fernando Ulloa (que es quien hace el prólogo del primer tomo) no practicar teorías sino teorizar nuevas prácticas. Ulloa, discípulo de Pichon Rivière que participa con él de la “Experiencia Rosario” en el 58, donde van pensando en cómo trabajar con la subjetividad de la época. Porque el desafío es el de trabajar con la desubjetivación de esta época. Tampoco es cuestión de repetir, justamente, porque estamos en otro contexto: no estamos en la Argentina de pleno empleo como en la década del 60. Creo que esa es un poco la línea de tradición a nivel amplio que trabajamos. Después hay autores, movimientos, que van trazando esta genealogía para llegar a hoy.
E.C: Esto que decís en el libro está muy desarrollado: es la pregunta que intentamos contestar de alguna otra manera, porque al inicio de la década del 70 empieza el auge de toda una perspectiva lacaniana que, en un primer momento, nos permitía (yo en esa época era estudiante) recuperar ciertas cuestiones freudianas o ciertas ideas de Freud en tanto acá el psicoanálisis estaba muy hegemonizado por lo kleiniano, prácticamente el psicoanálisis y Melanie Klein eran sinónimos. Esta perspectiva lacaniana, entonces, a partir de la dictadura, toma un auge y una hegemonía, donde entiende la subjetividad por fuera de su entrecruzamiento con lo social y con lo político. Creo que esto es un punto que es central y que nosotros tratamos de rescatar en el libro y que forma parte de la idea por la cual, hace veintiocho años, tenemos la revista; idea que sostiene que la subjetividad no se puede entender por fuera del entrecruzamiento con lo social, con lo político y con lo cultural. Esto deviene en pensar una práctica psicoanalítica que dé cuenta de una subjetividad, de un inconsciente, de un aparato psíquico entramado con lo social, lo político y lo cultural.

A.V: Yo agregaría que nosotros vamos analizando en el libro cómo llega el lacanismo acá, ligado de alguna manera a esta idea de “Volver a Freud”, pero también a ciertas cuestiones políticas de la izquierda que, después de la dictadura, se le saca el colesterol malo de la política y queda Lacan sin Althusser, sin nada de todo lo que tenía el lacanismo en sus inicios en lo que sería la llegada aquí. Así que después de la dictadura queda un lacanismo “descremado”, por así decirlo. Esto está tratado profundamente en el libro: cuál era el contexto social, político e intelectual de cierto proyecto y cómo atraviesa luego la última dictadura a ese proyecto.
Para cerrar, preguntarles cómo ven esta situación de que el lacanismo haya un poco “copado la parada” en todos lados: en la academia y en los medios en donde circulan estas discusiones. En ese sentido: ¿cómo se posiciona el proyecto de Topía en términos de plantar otra voz? ¿Cómo ven ustedes esta situación de que sea tan lacaniano el psicoanálisis hegemónico en Argentina?

E.C: En primer lugar, tenemos que decir que no existe “lo lacaniano” como una cosa monolítica, existen diferentes perspectivas, inclusive con contradicciones internas, lecturas internas de Lacan, etc., pero es cierto que hoy el psicoanálisis en la Argentina se apoya fuertemente en diferentes lecturas de Lacan. Nosotros pensamos que Lacan, obviamente, ha sido una figura importante dentro del desarrollo del psicoanálisis, pero creemos que pensarlo estrictamente desde este lugar epistemológico que es el lacanismo, deja de lado lo social y lo político para remitirlo, pura y exclusivamente, a una cuestión de aparatos psíquicos significantes, etc., y creemos que es importante hoy dar cuenta de cómo la cultura actual genera determinado tipo de sintomatologías, patologías, que el psicoanálisis tiene que dar cuenta, en la cual rompe con una perspectiva clásica del psicoanalista que es el famoso diván-sillón, donde hoy este es un dispositivo más que tenemos como psicoanalistas, pero hoy podemos ser psicoanalistas parados, caminando, en trabajos comunitarios, en grupo, etc. Creo que, en este sentido, abrir el campo del psicoanálisis a esta perspectiva y dar cuenta de toda una historia que también se abrió en otras épocas, no solamente acá en nuestro país como reflejamos en nuestro libro sino en los años 20 y 30 en Europa, permite pensar formas diferentes de psicoanálisis y permite una forma, también diferente, de enfrentar a esta hegemonía psiquiátrica que trata de reducir la subjetividad, pura y simplemente. a estímulos neurológicos.


*Nota publicada en La luna con gatillo (www.lalunacongatillo.com)