Libros y alpargatas: reseñas de un escritor cabeza
Por Mariano Pacheco
(La luna con gatillo)
Bajo el título Combatir para comprender, la editorial
Octubre publicó recientemente un libro de León Rozitchner
en el que se compilan cuatro polémicas sostenidas por el
filósofo argentino, quien alguna
vez supo afirmar que todas sus producciones eran “libros de pelea”.
Los combates de un León
La actitud de Rozitchner es la de
hacer cuerpo el pensamiento. Basta verlo en “Es necesario ser
arbitrario para hacer cualquier cosa”, las conversaciones que
mantuvo con Diego Sztulwark
(https://www.youtube.com/watch?v=2DG97z1O1bA)
para darse cuenta del modo en que León asume vitalmente lo que dice.
Desde su participación en el
emblemático grupo Contorno
(junto a los hermanos Viñas), Rozitchner fue una figura clave del
pensamiento crítico argentino durante más de medio siglo.
Si tal como él afirmó alguna
vez, es necesario poner en serie el pensamiento de la filosofía con
el movimiento de la sociedad, en estas polémicas compiladas por
editorial Octubre
queda claro que León
escribe para poner en el centro de la escena debates intelectuales
con fuertes repercusiones en el que-hacer diario de las izquierdas.,
Lo que importa de las polémicas no
son las singularidades existenciales con las que discute (sea Eggers
Lan, John William Cooke, Emilio de Ípola, Oscar del Barco o el Grupo
de Discusión Socialista), sino las ideas que se están postulando,
con las que se deabate en torno al marxismo y el cristianismo, el
peronismo y la violencia política en el país o la guerra de
Malvinas, de la que ya hemos hablado en detalle en otra oportunidad
(http://profanaspalabras.blogspot.com/2018/10/malvinas-segun-rozitchner-y-una-pizca.html).
La Rosa de Tuñón
En septiembre de 1966, en lo que será el último número de la
revista La Rosa Blindada (dirigida por José Luis
Mangieri) Rozitcher publica el texto “La izquierda sin sujeto”,
una discusión entre-líneas con Cooke, quien había publicado un
texto en el Nº 6 de la mencionada revista (octubre de 1965), en el
que contesta unas preguntas que le habían enviado desde el Comité
Editorial; respuestas que son publicadas bajo el título “Bases
para una política cultural revolucionaria”. Allí El Gordo
realiza una lectura minuciosa de los Manuscritos
económico-filosóficos de 1844 de Karl Marx, sobre todo del
capítulo “El trabajo enajenado”, como también hemos reseñado
en otra oportunidad
(http://www.resumenlatinoamericano.org/2018/09/19/cooke-como-hecho-maldito-del-peronismo-burgues-recordar-repetir-reelaborar).
De algún modo, ambos textos están dialogando con otro --también
publicado en La Rosa Blindada luego de haber salido en el
periódico uruguayo Marcha-- de Ernesto Guevara, el hoy ya
legendario “El socialismo y el hombre en Cuba”.
Quisiera rescatar particularmente este texto de León, ya que da
cuenta de un debate de época en las izquierdas Latinoamericanas
sobre el devenir del movimiento comunista internacional, pero que no
deja de tener actualidad respecto de los desafíos del movimiento
popular, sobre todo porque lo que está en juego en el debate son
determinadas lecturas y valoraciones del peronismo, sus
potencialidades y límites y el tipo de humanidad que se pretende
construir con los procesos de cambio social, algo ausente pero
necesario en el quehacer intelectual del presente, si pretendemos
combatir un poco el “realismo capitalista” (ese sentimiento de
que el capitalismo se presenta como el único horizonte pensable en
el mundo actual, según supo escribir el pensador británico Mark
Fisher).
Cuerpo, razón y cambio social
León sostiene en su texto, en primer lugar, que es necesario tener
en cuenta ocho cuestiones a la hora de realizar una crítica política
de la cultura burguesa. A saber:
1) Tornar evidente la estructura del campo total en el cual cada acto
se inscribe, ya que la cultura capitalista es desintegradora del
individuo, el mismo que -paradójicamente- participa de un proceso de
producción que es social.
2) Entender que ese desequilibrio se sostiene porque la cultura
burguesa ordena el mundo según sus categorías (el sistema
capitalista produce objetos a la vez que ideas).
3) Comprender que desintegrar al hombre (es obvio que con tal
denominación el autor se refiere a lo que hoy diríamos “humanidad”)
significa introducir en él la imposibilidad de referirse
coherentemente al mundo que lo produjo (esto implica asumir la
correspondencia entre proceso de producción y cultura burguesa, o
dicho de otro modo, entre capitalismo y uno mismo).
4) Salirse de esa racionalidad burguesa. En ese sentido, insiste
León, no sólo hace falta construir una organización revolucionaria
(necesidad que hoy, siglo XXI, aún asumimos, por más que obviamente
tenga sus formas diferentes a las de antaño), sino también una
racionalidad propia, que no sea la misma que promueve el capital, que
produce un tipo determinado de humanidad, contra la cual se lucha.
5) Desarrollar la propia fuerza productiva de la revolución.
6) Comprender que si la cultura burguesa separa a los hombres y las
mujeres del ámbito social (creando la “intimidad” del
individuo), una cultura revolucionaria no puede solo limitarse a
intervenir en el campo social, porque regala de ese modo la
subjetividad al capital, manteniendo la oposición cultura y sujeto
(fundamento de la alienación burguesa).
7) La cultura revolucionaria -sostiene Rozitchner- debe volver a
anudar aquello que el sistema escindió. Esto, obviamente, sólo es
posible de lograr si el sujeto permanece ligado a una actividad
transformadora de la realidad, cuestión que se logra si se cuenta
con una organización racional revolucionaria.
8) Finalmente, León insiste en que las izquierdas deben poder
encontrar la propia forma humana que pueda servirle para trazar un
índice a partir del cual realizar una inserción efectiva del sujeto
en el proceso revolucionario.
La radicalización de la subjetividad en el proceso revolucionario
Rozitchner entiende que la cultura revolucionaria no puede reducirse
a formar hombres (y mujeres, y existencias diversas…) tal como lo
hace la burguesía (conciencia inmediata sin reflexión; adhesión
del sujeto al mundo que lo produce). Es decir, que no se puede
encontrar la forma revolucionaria adecuada con el contenido sensible
burgués. De allí la tarea (el “trabajo”, dice León) de
enfrentar la estructura burguesa que llevamos en nosotros mismos,
pero no en una secuencia cronológica (primero nosotros, después el
mundo) sino simultánea (tampoco se trata de dejar la “modificación
sensible” para tiempos de “menos urgencias políticas”).
Se trata –insiste el
autor de Freud y el individualismo burgués--
de ver cómo la burguesía está en nosotros como un obstáculo para
comprender y realizar el proceso revolucionario.
Es decir, que no hay revolución objetiva sin modificación
subjetiva.
Una praxis transformadora
León plantea que pensar es ya una praxis. Y que debemos diferenciar
la praxis de una mera práctica (que se realiza en concordancia con
la cultura burguesa). Para llevar adelante una praxis, entonces, se
necesita romper con los índices de realidad que son congruentes con
el mantenimiento de su orden.
Desde esta perspectiva se debe
des-hacer la “forma burguesa” para crear una nueva racionalidad.
“Con categorías burguesas que ordenan nuestro modelo de
ser personal no resulta posible pasar de la práctica burguesa a la
praxis revolucionaria”.
Sortear los modelos burgueses de rebeldía
El propio cuerpo es un campo de batalla, sostiene Rozitchner, y nos
deja picando una frase que en 2018 resuena y compone con las nuevas
generaciones, en medio de un proceso de protagonismo de las mujeres y
las disidencias sexuales que hacen de esa frase una bandera y una
praxis cotidiana.
Para León, cada militante debería
poder vivir y experimentar en la organización la racionalidad
revolucionaria, asumiéndola como una actividad que él mismo
contribuye a rebelar. “La verdad se elabora en el sujeto”, afirma
el autor de Freud y el
problema de la historia, rescatando
–al igual que Cooke-- al Marx de los Manuscritos del 44.
El
desafío, entonces, es deshacer la propia auto-enajenación, la que
escinde lo sensible de lo racional (como una cosa se escinde en valor
de uso y valor de cambio), ya que la
cultura revolucionaria tiende a deshacer la trampa que la burguesía
tendió en nosotros mismos,
incluso cuando pretendemos enfrentarla, pero lo hacemos desde modelos
burgueses que la propia burguesía nos proporcionó.
Otro sistema productor de humanidad
No basta hacer un “pasaje de causas”, dice León. Es decir: pasar
de la causa burguesa (que se sostiene al no cuestionar el mundo en el
que se vive) por la causa socialista a la que se pretende contribuir
pero desde el modelo proporcionado por la división del trabajo
capitalista.
El dogmatismo y el oportunismo de izquierda, insiste Rozitchner,
colocan en el lugar de la irracionalidad aquello que no son capaces
de asumir para modificar la racionalidad burguesa que habita en sí
mismos. “Son, pese a todo,
los que conservan en el interior de la izquierda el pesimismo y la
desazón y la amargura de la derecha”, sostiene León. Y remata:
“lo que diferencia a la izquierda de la derecha no es meramente la
organización del sistema de producción económica: es el sistema de
producción de hombres”.
Dirigencias y modelos de humanidad
Hacia el final del texto Rozitchner se mete con el justicialismo. No
lo nombra a Cooke, pero entre líneas hay un debate con aquello
sostenido por el Gordo. A saber: que en Argentina los comunistas eran
los peronistas.
Para León, Perón se sostiene en
un modelo de racionalidad burguesa adecuada al capitalismo, por más
que dirija un movimiento que ha producido esa curiosa combinación en
la que la clase obrera experimenta el sentimiento de su propio poder
a la vez que abandona su autonomía y se sujeta a las formas del
dominio burgués (adhesión a una forma de vida que no modifica la
estructura). Para el autor de Materialismo
ensoñado lo central de
la crítica al peronismo está dirigida al hecho de que la clase
trabajadora no haya podido hacer el tránsito de la sensibilidad
burguesa a la racionalidad revolucionaria. Por eso propone poner en
el centro del análisis la necesidad de producir una modificación
revolucionaria de los individuos.
Si los conductores funcionan como modelos de humanidad, cabe
preguntarse entonces qué hizo Perón con su vida, qué imagen
devolvió a los trabajadores, qué nuevos valores humanos hizo
acceder a nuestra realidad.
Más allá de las valoraciones que cada lector (o lectora) pueda
tener en torno al peronismo, me quedo con hacer propia la reflexión
que cierra el texto; aquella que deviene en una verdadera incitación
a la rebelión y la revolución. Entonces y ahora.
Dice Rozitchner que la presencia del poder represivo funciona para
detener la eficacia de nuestros actos, la profundidad de nuestro
pensamiento. Y señala que los límites que la burguesía estableció
en nosotros mismos son el principal obstáculo para abordar
críticamente la realidad.
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