domingo, 7 de octubre de 2018

Malvinas según Rozitchner (y una pizca de Fogwill)


DE LA GUERRA SUCIA A LA GUERRA LIMPIA

Por Mariano Pacheco
 


El desembarco de las tropas argentinas en las Islas Malvinas, en 1982, provocó una serie de posicionamientos para nada coincidentes al interior de las izquierdas, en un contexto donde la dictadura militar golpeaba hacía seis años a diversas expresiones populares.
Como en tantos otras cuestiones, el tema Malvinas generó diversas posturas al interior de las izquierdas, por entonces duramente golpeadas por el accionar represivo de una dictadura que llevaba seis años gobernando, con un saldo de miles de militantes detenidos-desaparecidos, asesinados, presos, exiliados internos y externos y un repliegue gigantesco del movimiento de masas, más allá de las resistencias que tanto el movimiento obrero, como los organismos de derechos humanos y otras expresiones populares, nunca dejaron delibrar contra ese verdadero Proceso de Reorganización Nacional que encarnó la Junta de Comandantes. Un repaso por algunos de aquellos debates, y sus ecos en los posicionamientos de las izquierdas en la actualidad.
Para cuando se iniciaron los enfrentamientos bélicos entre la República Argentina y el Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte, en 1982, las Islas Malvinas contaban con alrededor de 1.800 habitantes trasplantados por Inglaterra a esta parte del sur del mundo. Llevaban ya 149 años ocupando las islas, luego de que la población argentina en Malvinas, con su gobernador y comandante militar incluidos, fueran obligados a abandonar las islas en 1833; y casi una década y media jaqueando las negociaciones internacionales, renunciando a las resoluciones de las Naciones Unidas, que insistían en que Gran Bretaña accediera a una solución pacífica del conflicto. El fundamento básico para que Argentina reclamara justamente sobre la soberanía en torno a Malvinas fue y es que la usurpación no puede ser nunca fuente de derecho.
Ese legítimo derecho, sumado al apoyo generalizado de los países latinoamericanos y el importante sentimiento nacional-antimperialista enraizado en amplios sectores de la población, llevaron a un sector de la izquierda argentina a apoyar el desembarco militar en las Islas. Uno de esos apoyos fue expresado por una solicitada titulada “Por la soberanía argentina en Malvinas: por la soberanía popular en la Argentina”, firmada por 25 intelectuales integrantes del Grupo de Discusión Socialista (GDS), entre los que se encontraban José Nun y Sergio Bufano, Emilio de Ípola y Néstor García Canclini, José Aricó y Juan Carlos Portantiero, por nombrar algunos de los más reconocidos. El 10 de mayo, desde su exilio en México D.F, emiten su apoyo al intento de recuperación de las Malvinas.
Los fundamentos del GDS giran en torno al apoyo de los países no alineados, y fundamentalmente, de los gobiernos de Cuba y Nicaragua, y el de una de las más poderosos fuerzas beligerantes del continente: El Frente Farabundo Martí de El Salvador. Estos apoyos, sumados a que para Estados Unidos “la única opción lógica” era apoyar a Inglaterra, colocaban al accionar de las Fuerzas Armadas Argentinas, más allá de sus intenciones, en un nuevo contexto de sentidos. Así, colocada la lucha por la recuperación de las Malvinas en el campo de las luchas antimperialistas, no quedaba espacio para las dudas, puesto que se enfrentaba al conglomerado de intereses colonialistas de dos grandes potencias mundiales, entonces dirigidas por gobiernos ultraconservadores de Ronald Reagan y Margaret Thatcher. Intereses no sólo económicos (recursos petroleros, fabulosas riquezas en nódulos minerales y otras fuentes proteínicas claves para el futuro), sino también por su lugar clave en la geopolítica mundial (recordemos que entonces todavía se mantenían en pie los intentos de constituir gobiernos de nuevo tipo en Centroamérica, alineados con Cuba y Nicaragua, y el Bloque Socialista como contrapartida al modelo del capitalismo).
La tesis del GDS es sencilla: si la lucha por la soberanía argentina sobre Malvinas abre la posibilidad de una lucha popular al interior del país, hay que apoyarla, porque su contracara es que la pérdida de soberanía abre las puertas a la consolidación a largo plazo de un dominio imperialista sobre un área estratégica, tanto para Estados Unidos como para Inglaterra. De triunfar argentina, sostienen, ganan las fuerzas progresistas; de perder, la derrota es para la nación en su conjunto. Por supuesto, esto no quita denunciar a la dictadura. De allí que escriban: “Reivindicar en la actual situación la indiscutible soberanía argentina sobre Malvinas no implica, como lo quieren algunos y en primer lugar el propio gobierno, echar un manto de olvido sobre su política desde 1976 hasta el presente. Por el contrario, para dar su sentido cabal a esa justa reivindicación se requiere como condición indispensable, asumir una posición resuelta y clara en repudio a dicha política”.
Tal vez el doble comportamiento de los altos mandos militares argentinos en Malvinas eche por la borda estos fundamentos. Los testimonios de los soldados argentinos torturados y maltratados, “estaqueados” por sus superiores, junto con la foto de Alfredo Astiz rindiéndose ante las tropas británicas, sin disparar un tiro, sean la condensación de un drama que un sector de la izquierda, sea por seguidismo de masas o por ingenuidad, no pudieron procesar en su momento. Y que en muchos casos, parecen no estar dispuestos a mirar retrospectivamente de un modo autocrítico.
Quien sí salió al cruce de estos planteos, en el mismo momento de los hechos, fue León Rozitchner, quien escribió desde Caracas un lúcido ensayo -editado en formato libro en 1985 por Centro Editor de América Latina- titulado Malvinas: de la guerra sucia a la guerra limpia. El punto ciego de la crítica política. El texto circulará por las redes de exiliados como un baldazo de agua fría, señalando aquellos puntos que entonces, en un contexto de realzamiento del patriotismo, nadie parecía muy dispuesto a cuestionarse.
Rozitchner denuncia en su escrito que ese realzamiento del patriotismo por parte de las FF.AA, no busca otra cosa más que limpiarse el rostro, simulando participar de una guerra limpia luego de años de desarrollar puertas adentro la guerra sucia (“guerra que prolongó el horror del genocidio en el envío de cientos de adolescentes a la muerte”). Por eso en 2005, al reeditar el libro, el legendario integrante del grupo Contorno va a subrayar que Malvinas es todavía una cuenta pendiente; porque es –dice– entre muchos otros, “uno de esos eslabones que atenacea el secreto político de una cadena férrea de ocultamientos y engaños que ciñe el cuerpo despedazado y tumefacto a que ha quedado reducido esto que llamamos patria”.
Sus reflexiones no dejan lugar a dudas: el Ejercito Argentino –sostiene– es una fuerza que se ha formado y se ha definido en los límites que el propio enemigo le proporcionó. “Si hasta las categorías de la guerra son producto del enemigo, y forman parte de su doctrina de guerra, que es de Contrainsurgencia y Seguridad Nacional, que fundamenta su plan de guerra”. En este sentido, las Fuerzas Armadas Argentinas se constituyeron como fuerza de ocupación –antinacional– en el propio territorio, buscando implantar por la fuerza, en el propio país, la dominación que permitiera el despojo de sus habitantes, sobre todo de sus clases populares. De allí que resultara absurdo que después se pretendiera, en nombre de la unidad nacional, que esos mismos sectores pelearan junto a sus opresores. Los Pichis, los protagonistas de Los Pichiciegos de Fogwill, son un claro ejemplo de esa paradoja. La contracara de esa guerra. De allí que resulte sugestiva la pregunta que, en determinado momento de la novela, surge en la Pichicera: ¿Por qué, siendo tantos los porteños, son ahí tantos los “provincianos”? ¿Por qué las trincheras están llenas de “cabecitas negras”? La respuesta salta a la vista: porque el Ejército Argentino, desde Caseros en adelante, se convirtió en el ejército de una clase, con un discurso que pretendió elevarse al discurso de la Nación entera. Una clase que, según Rozitchner, responde a intereses económicos que son transnacionales. Y es por eso, entre otras cosas, que la guerra estaba perdida antes de comenzarla: ¿cómo ganarla si su existencia dependía de aquellos a quienes debía combatir?
Rozitchner ataca el argumento de que el enfrentamiento interno con la Junta pase a ser de carácter secundario, en el marco de un enfrentamiento más amplio con los “enemigos principales”, a saber, los imperialistas yanquis y británicos. De allí que sostenga que “el éxito del poder militar del ejército de ocupación argentino significaba la derrota del poder –moral y político y económico- del pueblo argentino”. Ahora bien, esta posición, ¿coloca necesariamente a quienes no desean el triunfo de la Junta en Malvinas junto al bando imperialista? No, sostiene Rozitchner, porque no había ninguna posibilidad de vencer en esta guerra ni “recuperar” ninguna isla contra nuestros enemigos externos, hasta tanto no hubiéramos recuperado previamente nuestro propio territorio nacional de nuestro enemigo principal: las fuerzas armadas de ocupación. Esas que fueron a Malvinas en un “como si” de guerra, puesto que no se tuvieron en cuenta ninguno de los principios básicos del enfrentamiento bélico, como por ejemplo, que a todo ataque, a toda ofensiva, le corresponde un golpe del otro bando. Una guerra fantaseada, en donde se ataca sin sufrir las consecuencias.
Queda claro que Rozitchner interpela, que pone el dedo en la galla. Y digo pone, y no puso, porque sus reflexiones de ayer no han quedado en el pasado, sino que continúan operando en el presente. Porque interrogarse sobre el activo apoyo a la recuperación de Malvinas es además preguntarse por el rol civil de apoyo a la Junta, no sólo en la coyuntura Malvinas sino también antes. Es asumir que nuestro pueblo está integrado por mujeres y hombres que ofrecieron resistencia activa, que no colaboraron, pero no sólo. También está integrado por quienes miraron para otro lado, o pero aun, prestaron el necesario apoyo para que suceda lo que sucedió.
Hoy, a 30 años de la guerra, con un gobierno que –más allá de las caracterizaciones en torno a sus políticas– no caben dudas que es producto de la elección popular, legitimado por más del 50% de los votos, Argentina ha lanzado una ofensiva mediática y diplomática reinstalando la cuestión Malvinas. Paralelamente, en los últimos días, seis Premios Nobel de la Paz -entre ellos el argentino Adolfo Pérez Esquivel- han reclamado al Primer Ministro Británico David Cameron que se establezca un diálogo por el tema de la soberanía sobre las Islas Malvinas. Han lanzado una campaña internacional de adhesiones, en la búsqueda por lograr una justa solución por la vía diplomática. Tal como señaló Marcha en su edición del viernes 30 de abril, la “cuestión Malvinas” bien podría ser la punta de lanza para abordar una discusión seria acerca de los modernos y controvertidos enclaves coloniales británicos expandidos por el mundo. Y también, se podría agregar, podría ser el puntapié inicial de un debate sobre la soberanía nacional y popular en la actualidad, en el resto del territorio. No deberían ser debates excluyentes, ya que estamos ante otro contexto, nacional, pero también continental e internacional. De allí que hoy, el reclamo por la soberanía argentina sobre Malvinas, se torne por completo un legítimo reclamo, realizado desde otro lugar: más legítimo, más creíble, más sentido que el que intentó hacer la Junta de comandantes de la dictadura militar.

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