DE LA GUERRA SUCIA A LA GUERRA LIMPIA
Por Mariano Pacheco
El desembarco de las tropas argentinas en las
Islas Malvinas, en 1982, provocó una serie de posicionamientos para
nada coincidentes al interior de las izquierdas, en un contexto donde
la dictadura militar golpeaba hacía seis años a diversas
expresiones populares.
Como en tantos otras cuestiones, el tema Malvinas
generó diversas posturas al interior de las izquierdas, por entonces
duramente golpeadas por el accionar represivo de una dictadura que
llevaba seis años gobernando, con un saldo de miles de militantes
detenidos-desaparecidos, asesinados, presos, exiliados internos y
externos y un repliegue gigantesco del movimiento de masas, más allá
de las resistencias que tanto el movimiento obrero, como los
organismos de derechos humanos y otras expresiones populares, nunca
dejaron delibrar contra ese verdadero Proceso de Reorganización
Nacional que encarnó la Junta de Comandantes. Un repaso por algunos
de aquellos debates, y sus ecos en los posicionamientos de las
izquierdas en la actualidad.
Para cuando se iniciaron los enfrentamientos
bélicos entre la República Argentina y el Reino Unido de Gran
Bretaña e Irlanda del Norte, en 1982, las Islas Malvinas contaban
con alrededor de 1.800 habitantes trasplantados por Inglaterra a esta
parte del sur del mundo. Llevaban ya 149 años ocupando las islas,
luego de que la población argentina en Malvinas, con su gobernador y
comandante militar incluidos, fueran obligados a abandonar las islas
en 1833; y casi una década y media jaqueando las negociaciones
internacionales, renunciando a las resoluciones de las Naciones
Unidas, que insistían en que Gran Bretaña accediera a una solución
pacífica del conflicto. El fundamento básico para que Argentina
reclamara justamente sobre la soberanía en torno a Malvinas fue y es
que la usurpación no puede ser nunca fuente de derecho.
Ese legítimo derecho, sumado al apoyo
generalizado de los países latinoamericanos y el importante
sentimiento nacional-antimperialista enraizado en amplios sectores de
la población, llevaron a un sector de la izquierda argentina a
apoyar el desembarco militar en las Islas. Uno de esos apoyos fue
expresado por una solicitada titulada “Por la soberanía argentina
en Malvinas: por la soberanía popular en la Argentina”, firmada
por 25 intelectuales integrantes del Grupo de Discusión Socialista
(GDS), entre los que se encontraban José Nun y Sergio Bufano, Emilio
de Ípola y Néstor García Canclini, José Aricó y Juan Carlos
Portantiero, por nombrar algunos de los más reconocidos. El 10 de
mayo, desde su exilio en México D.F, emiten su apoyo al intento de
recuperación de las Malvinas.
Los fundamentos del GDS giran en torno al apoyo de
los países no alineados, y fundamentalmente, de los gobiernos de
Cuba y Nicaragua, y el de una de las más poderosos fuerzas
beligerantes del continente: El Frente Farabundo Martí de El
Salvador. Estos apoyos, sumados a que para Estados Unidos “la única
opción lógica” era apoyar a Inglaterra, colocaban al accionar de
las Fuerzas Armadas Argentinas, más allá de sus intenciones, en un
nuevo contexto de sentidos. Así, colocada la lucha por la
recuperación de las Malvinas en el campo de las luchas
antimperialistas, no quedaba espacio para las dudas, puesto que se
enfrentaba al conglomerado de intereses colonialistas de dos grandes
potencias mundiales, entonces dirigidas por gobiernos
ultraconservadores de Ronald Reagan y Margaret Thatcher. Intereses no
sólo económicos (recursos petroleros, fabulosas riquezas en nódulos
minerales y otras fuentes proteínicas claves para el futuro), sino
también por su lugar clave en la geopolítica mundial (recordemos
que entonces todavía se mantenían en pie los intentos de constituir
gobiernos de nuevo tipo en Centroamérica, alineados con Cuba y
Nicaragua, y el Bloque Socialista como contrapartida al modelo del
capitalismo).
La tesis del GDS es sencilla: si la lucha por la
soberanía argentina sobre Malvinas abre la posibilidad de una lucha
popular al interior del país, hay que apoyarla, porque su contracara
es que la pérdida de soberanía abre las puertas a la consolidación
a largo plazo de un dominio imperialista sobre un área estratégica,
tanto para Estados Unidos como para Inglaterra. De triunfar
argentina, sostienen, ganan las fuerzas progresistas; de perder, la
derrota es para la nación en su conjunto. Por supuesto, esto no
quita denunciar a la dictadura. De allí que escriban: “Reivindicar
en la actual situación la indiscutible soberanía argentina sobre
Malvinas no implica, como lo quieren algunos y en primer lugar el
propio gobierno, echar un manto de olvido sobre su política desde
1976 hasta el presente. Por el contrario, para dar su sentido cabal a
esa justa reivindicación se requiere como condición indispensable,
asumir una posición resuelta y clara en repudio a dicha política”.
Tal vez el doble comportamiento de los altos
mandos militares argentinos en Malvinas eche por la borda estos
fundamentos. Los testimonios de los soldados argentinos torturados y
maltratados, “estaqueados” por sus superiores, junto con la foto
de Alfredo Astiz rindiéndose ante las tropas británicas, sin
disparar un tiro, sean la condensación de un drama que un sector de
la izquierda, sea por seguidismo de masas o por ingenuidad, no
pudieron procesar en su momento. Y que en muchos casos, parecen no
estar dispuestos a mirar retrospectivamente de un modo autocrítico.
Quien sí salió al cruce de estos planteos, en el
mismo momento de los hechos, fue León Rozitchner, quien escribió
desde Caracas un lúcido ensayo -editado en formato libro en 1985 por
Centro Editor de América Latina- titulado Malvinas: de la guerra
sucia a la guerra limpia. El punto ciego de la crítica política.
El texto circulará por las redes de exiliados como un baldazo de
agua fría, señalando aquellos puntos que entonces, en un contexto
de realzamiento del patriotismo, nadie parecía muy dispuesto a
cuestionarse.
Rozitchner denuncia en su escrito que ese
realzamiento del patriotismo por parte de las FF.AA, no busca otra
cosa más que limpiarse el rostro, simulando participar de una guerra
limpia luego de años de desarrollar puertas adentro la guerra sucia
(“guerra que prolongó el horror del genocidio en el envío de
cientos de adolescentes a la muerte”). Por eso en 2005, al reeditar
el libro, el legendario integrante del grupo Contorno va a subrayar
que Malvinas es todavía una cuenta pendiente; porque es –dice–
entre muchos otros, “uno de esos eslabones que atenacea el secreto
político de una cadena férrea de ocultamientos y engaños que ciñe
el cuerpo despedazado y tumefacto a que ha quedado reducido esto que
llamamos patria”.
Sus reflexiones no dejan lugar a dudas: el
Ejercito Argentino –sostiene– es una fuerza que se ha formado y
se ha definido en los límites que el propio enemigo le proporcionó.
“Si hasta las categorías de la guerra son producto del enemigo, y
forman parte de su doctrina de guerra, que es de Contrainsurgencia y
Seguridad Nacional, que fundamenta su plan de guerra”. En este
sentido, las Fuerzas Armadas Argentinas se constituyeron como fuerza
de ocupación –antinacional– en el propio territorio, buscando
implantar por la fuerza, en el propio país, la dominación que
permitiera el despojo de sus habitantes, sobre todo de sus clases
populares. De allí que resultara absurdo que después se
pretendiera, en nombre de la unidad nacional, que esos mismos
sectores pelearan junto a sus opresores. Los Pichis, los
protagonistas de Los Pichiciegos de Fogwill, son un claro
ejemplo de esa paradoja. La contracara de esa guerra. De allí que
resulte sugestiva la pregunta que, en determinado momento de la
novela, surge en la Pichicera: ¿Por qué, siendo tantos los
porteños, son ahí tantos los “provincianos”? ¿Por qué las
trincheras están llenas de “cabecitas negras”? La respuesta
salta a la vista: porque el Ejército Argentino, desde Caseros en
adelante, se convirtió en el ejército de una clase, con un discurso
que pretendió elevarse al discurso de la Nación entera. Una clase
que, según Rozitchner, responde a intereses económicos que son
transnacionales. Y es por eso, entre otras cosas, que la guerra
estaba perdida antes de comenzarla: ¿cómo ganarla si su existencia
dependía de aquellos a quienes debía combatir?
Rozitchner ataca el argumento de que el
enfrentamiento interno con la Junta pase a ser de carácter
secundario, en el marco de un enfrentamiento más amplio con los
“enemigos principales”, a saber, los imperialistas yanquis y
británicos. De allí que sostenga que “el éxito del poder militar
del ejército de ocupación argentino significaba la derrota del
poder –moral y político y económico- del pueblo argentino”.
Ahora bien, esta posición, ¿coloca necesariamente a quienes no
desean el triunfo de la Junta en Malvinas junto al bando
imperialista? No, sostiene Rozitchner, porque no había ninguna
posibilidad de vencer en esta guerra ni “recuperar” ninguna isla
contra nuestros enemigos externos, hasta tanto no hubiéramos
recuperado previamente nuestro propio territorio nacional de
nuestro enemigo principal: las fuerzas armadas de ocupación. Esas
que fueron a Malvinas en un “como si” de guerra, puesto que no se
tuvieron en cuenta ninguno de los principios básicos del
enfrentamiento bélico, como por ejemplo, que a todo ataque, a toda
ofensiva, le corresponde un golpe del otro bando. Una guerra
fantaseada, en donde se ataca sin sufrir las consecuencias.
Queda claro que Rozitchner interpela, que pone el
dedo en la galla. Y digo pone, y no puso, porque sus reflexiones de
ayer no han quedado en el pasado, sino que continúan operando en el
presente. Porque interrogarse sobre el activo apoyo a la recuperación
de Malvinas es además preguntarse por el rol civil de apoyo a la
Junta, no sólo en la coyuntura Malvinas sino también antes. Es
asumir que nuestro pueblo está integrado por mujeres y hombres que
ofrecieron resistencia activa, que no colaboraron, pero no sólo.
También está integrado por quienes miraron para otro lado, o pero
aun, prestaron el necesario apoyo para que suceda lo que sucedió.
Hoy, a 30 años de la guerra, con un gobierno que
–más allá de las caracterizaciones en torno a sus políticas–
no caben dudas que es producto de la elección popular, legitimado
por más del 50% de los votos, Argentina ha lanzado una ofensiva
mediática y diplomática reinstalando la cuestión Malvinas.
Paralelamente, en los últimos días, seis Premios Nobel de la Paz
-entre ellos el argentino Adolfo Pérez Esquivel- han reclamado al
Primer Ministro Británico David Cameron que se establezca un diálogo
por el tema de la soberanía sobre las Islas Malvinas. Han lanzado
una campaña internacional de adhesiones, en la búsqueda por lograr
una justa solución por la vía diplomática. Tal como señaló
Marcha en su edición del viernes 30 de abril, la “cuestión
Malvinas” bien podría ser la punta de lanza para abordar una
discusión seria acerca de los modernos y controvertidos enclaves
coloniales británicos expandidos por el mundo. Y también, se podría
agregar, podría ser el puntapié inicial de un debate sobre la
soberanía nacional y popular en la actualidad, en el resto del
territorio. No deberían ser debates excluyentes, ya que estamos ante
otro contexto, nacional, pero también continental e internacional.
De allí que hoy, el reclamo por la soberanía argentina sobre
Malvinas, se torne por completo un legítimo reclamo, realizado desde
otro lugar: más legítimo, más creíble, más sentido que el que
intentó hacer la Junta de comandantes de la dictadura militar.
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