miércoles, 28 de diciembre de 2022

Entrevista a Eduardo Rinesi

 “Los pueblos suelen elegir líderes carismáticos, encantadores y enamorantes porque ese es el modo en el que puede hacer oír su voz”

 


Por Mariano Pacheco

(Revista Zoom)

 

Desde hace tiempo Eduardo Rinesi viene trabajando en el cruce entre política y tragedia y sus hipótesis guiaron buena parte de sus libros, el no casualmente titulado Política y tragedia. Hamlet, de Hobbes a Maquiavelo, pero también Resto y desechos. El estatuto de lo residual en la política y el más reciente ¡Qué cosa la cosa púbica! Apuntes shakespeareanos para una república popular, en el que comienza afirmando que le gustaría abordar “un conjunto de discusiones políticas de gran actualidad y –me parece a mí—de gran interés entre nosotros”, mientras anuncia que recorrerá en sus páginas un puñado de obras de William Shakespeare centradas en la historia de la antigua república romana, enfoque que le permite volver a trabajar sobre la hipótesis de que el dramático conflicto es un principio constitutivo de la política y que la tragedia misma se constituye en una potente reflexión (estetizada y estilizada) sobre lo frágil y precario que tienen siempre nuestras vidas, o como escribe en este ultimo libro, “sobre el peso que tienen sobre nuestras vidas un conjunto de fuerzas que son superiores a las nuestras y que no podemos entender ni controlar”. A continuación, la conversación que el ex rector de la Universidad de General Sarmiento mantuvo con Revista Zoom, diálogo en el que la figura de Shakespeare se entrecruza con la de Cristina Fernández y los tiempos desquiciados de la tragedia Antigua parecen anunciar los tiempos violentos de la política moderna.

  

Escribiste tu último libro durante la pandemia, y llamativamente, lo publicaste unos meses antes del el intento de asesinato de Cristina Fernadez de Kirchner, pero uno puede leer con curiosidad frases como la siguiente: “Así la pregunta por las razones de los cuchicheos entre estos jóvenes, de la elite romana que se reúnen en secreto para planificar el asesinato de un líder popular, es el complemento necesario de otra pregunta que tenemos que formular, por las razones de la necesidad de estos mismos muchachos tan intensos de dar razones publicas de su crimen después de haberlo cometido”. ¿Alguien podría decir que esto se escribió después de que viste los noticieros de esas horas tan intensas que vivió la Argentina!


Se podría decir marxiana o borgeanamente, que se trata de una nueva repetición. Una historia que se ha repetido varias veces. Ya nos advirtió Marx sobre el grotesco de las repeticiones. Y me parece que la discusión en Argentina, quizás en toda América Latina durante los últimos 40 años, se puede dividir en dos mitades casi iguales de tiempo: la de las dos últimas décadas del siglo pasado, y la de las dos décadas iniciales de este siglo. En las dos décadas finales del siglo pasado lo que discutimos fue sobre todo la cuestión de la democracia. Salíamos de dictaduras muy terribles, el desafío era construir una democracia estable, que nos asegurara que nunca más (esa expresión tan característica de los 80’), volviera a repetirse el horror que habíamos conocido. El contrapunto era democracia (que era lo que había que conquistar y consolidar) y autoritarismo (que era lo que había que evitar). Me parece que en Argentina, después del gran desbarajuste del 2001, la recomposición del orden de 2002 (que después se cristaliza en 2003), reaparece el viejo fenómeno argentino, el fenómeno de un movimiento de características populistas que alcanza el poder formal en el gobierno del Estado. Un gobierno que despliega desde allí un conjunto de políticas que uno podría llamar, para abreviar y no entrar en discusiones, “progresista”, caracterizado por contar con un fuerte acompañamiento de los sectores populares y con un marcado liderazgo, que es una característica propia, por otra parte, de los populismos en toda América Latina. Uno piensa en los populismos clásicos, desde el Varguismo hasta el Yrigoyenismo, pasando por el peronismo,  y puede ver que son populismos asociados a la figura de un líder carismático. Cuando uno piensa en los neo populismos del siglo XXI, como el chavismo, o los gobiernos de Evo Morales en Bolivia y el Kirchnerismo en Argentina, ve movimientos asociados al liderazgo de una figura muy encantadora que es lo que quiere decir carismático, etimológicamente. Y en la discusión teórica política argentina y latinoamericana, durante estas dos primeras décadas del siglo XXI, a la idea de populismo se contrapuso la idea de república. Si en los 80’ la palabra democracia estaba positivamente connotada y se oponía a la de autoritarismo, luego una gran cantidad de sectores del establishment mediático, y académico empezaron a valorar positivamente la idea de república, para contraponerla a lo que designaba la palabra maldita: populismo . Sobre el populismo se escribió un montón. En 2003 Ernesto Laclau  sacó su famoso libro La razón populista, donde retoma viejas cuestiones que él venía estudiando desde fines del año 70’. Ese libro es muy interesante y discutible. Ha sido discutido, pero más allá de todas las sutilezas en los modos académicos en los que se pensó el primer populismo,  cuando se lo contrapone a la república, es porque se identifica al populismo casi exclusivamente con uno solo de sus rasgos, el liderazgo carismático de quienes conducen los procesos populistas. Se contrapone la república a los movimientos con liderazgos carismáticos fuertes, a la idea de líderes del pueblo.

 

En ese contexto apareció hace algunos años un libro, Razones públicas, de Andrés Rosler, que leí con mucho interés y desencuentro, que me hizo pensar mucho en cosas sobre las que ya venía dando vueltas en torno a la idea de república, pero que además me señaló el interés de ir a ver en cómo Shakespeare pensaba el problema. El libro alude notoriamente a Julio Cesar. Estos muchachos conjurados, los “copitos romanos” diríamos, que no se llamaban Brenda o Fernando, sino Casio y Brutto, y que no tenían celular sino sus “cuchicheos”. Porque el celular vendría a ser la forma contemporánea de los cuchicheos, de esos conspiradores antiguos que se quieren sacar de encima a un líder popular llamado Julio Cesar, que no era un tirano, ni había cometido ningún acto que lo identificara como un tirano, pero que sin embargo estos muchachos decían, y se decían a sí mismos, para autojustificarse en su acción magnicida: “Es cierto, no es un tirano, pero el amor que le dispensa el pueblo es tan grande que puede sentirse tentado a convertirse en un tirano”. Y la tiranía, para ellos, era una cosa tan terrible que valía la pena llenarle el cuerpo preventivamente de puñaladas. Lo sacaron, así, violentamente del camino, y después el líder del grupo conspirador --que se llama Bruto-, da un discurso al pueblo, argumentando que quiere dar razones públicas de lo que hizo. De ahí toma Andrés Rosler el título de su libro, que si bien no dice que está bien que hayan matado a Julio Cesar, sí es entendible que estos muchachos dieron razones públicas al pueblo. Lo que uno no puede evitar quedarse pensando después de leer un libro así, es si no resulta mucho mas interesante, más que andar dando razones públicas de lo que se hizo, es haber hecho una consulta pública. Estos muchachos saben que no pueden, que su causa no cuenta con el favor del pueblo, y saben que Julio Cesar es un líder amado por su pueblo. Por eso creo que en el fondo lo que estos muchachos no se aguantan es al pueblo. Quiero decir: quienes odian a los líderes del pueblo y los acusan de una media docena de cosas, que son básicamente siempre las mismas,  en todas partes y a lo largo de la historia (de quedarse con vueltos, de ser antipáticos, de tener mal aliento o lo que sea), todas esas imputaciones que se repiten sistemáticamente contra los líderes del pueblo a lo largo del tiempo, muestran que en el fondo lo que hay no es un odio al líder sino al pueblo mismo.

 

¿De algún modo esa es un poco la tesis central de tu nuevo libro, no?

 

Claro, en el fondo, lo que quise plantear es que con la palabra república decimos dos cosas diferentes. Y esto es una vieja discusión que arranca con Aristóteles, pasa por la tradición  renacentista y llega a los autores contemporáneos que distinguen una república minoritaria y aristocrática y una república mayoritarista o popular. Para ejemplificar, podemos recordar que en la antigua Grecia, Esparta era una república  aristocrática conducida por una elite con buenas leyes mientras que Atenas era una república popular conflictiva y tumultuosa, como le gustaba decir a Maquiavelo, pero que por eso mismo, a través de los tumultos iba cambiando  permanentemente sus leyes, para hacerlas cada vez mejores. En el renacimiento Italiano, el contrapunto es entre Venecia --a la que los italianos llamaban “La serenísima”, porque era virtuosa y gobernada por buenas leyes y eran una elite seria-- y Florencia --que era un despelote--. Maquiavelo decían que prefería la segunda, porque si le daban a elegir enre la tranquilidad de Venecia y el despelote de Florencia, se quedaba con su ciudad, que constantemente estaba cambiando sus leyes, gracias a que las luchas del pueblo se expresaban en las calles. Las repúblicas elitistas, entonces, tienden a ser calmas y por el contrario, las mayoritarias y populares, tienden a ser tumultuosas, esa es una característica. Pero además, en las repúblicas elitistas no hay líderes personalistas y en las repúblicas democráticas o populares sí los hay. Porque el pueblo, para hacer oír su voz, suele elegir líderes. Y este no es un fenómeno solo argentino o latinoamericano. Veamos el ejemplo de Julio Cesar sino, resulta interesantísimo. Y antes del de Julio Cesar el de Pompeyo, en la antigua Grecia el de Pericles.

 

Los pueblos suelen elegir líderes carismáticos, encantadores y enamorantes, porque ese es el modo en el que puede hacer oír su voz. En cambio las élites no tienen esa necesidad, porque ellas son la  fuerza, tienen el dinero, los diarios,  los canales de televisión, tienen la tierra. No necesitan líderes. Su poder radica en otro lado. Y frente a ese poder, muchas veces, los sectores populares no tienen más remedio que construir una identidad colectiva de la mano de un liderazgo muy fuerte, y eso es lo que las elites no soportan, y por eso los impugnan. Eso es un poco lo que intento sugerir en mi libro, escrito tiempo antes de que ocurriera el intento de magnicidio contra Cristina. Pero desde un punto de vista más teórico, la tesis fuerte es: no hay una forma de república sino dos. Hay un republicanismo aristocrático y anti-popular, que no necesita líderes, porque tiene a las leyes y tiene las relaciones de poder que esas leyes sostienen, encubren y reproducen, y hay otro tipo de repúblicas, que son las democráticas o populares, que en general están asociadas a la figura fuerte de líderes carismáticos, muy amados por los sectores populares. Esas repúblicas tienen en América latina un nombre que no hay que poner como la contracara de la república, sino como una de sus formas posibles, y es nombre es populismo. El populismo es el nombre del republicanismo popular en América Latina.

 

Y entre esos liderazgos y el pueblo aparecen las “mediaciones populares”, ¿no? Me interesaba introducir en la conversación esta discusión, que es un poco  de coyuntura pero que tiene una larga historia. Me refiero a ese tercer elemento, situado entre una sociedad en movimiento –com se decía en 2001-- y unos liderazgos que expresan multitudes, esos entramados organizacionales que aparecen en gran medida identificados con esos liderazgos  pero que a su vez también los tensionan. Y no lo pienso solo en términos de las discusiones más recientes entre Cristina Fernández de Kirchner y ciertos movimientos populares, de raigambre territorial y matriz comunitaria que trabajan en el marco de las economías populares, sino también sobre el protagonismo de las juventudes de los 70’ y Perón, o incluso antes, entre el planteo de comunidad organizada y rol del Estado rol, entre sindicalismo y organizaciones libres del pueblo y estatalidad en el peronismo clásico.

Desde lo que venís trabajando en términos teóricos, ¿te parece que hay algo de esa dimensión de las mediaciones que podríamos pensar?


Me parece que es necesario pensarlas. Me gusta mucho la pregunta y me parece que da en el clavo de una cuestión que hoy es fundamental pensar. Quiero retomar lo que veníamos diciendo para tratar este tema que propones. Hay dos formas de pensar la república: una aristocrática o minoritaria, otra mayoritaria o popular. La primera tiene como sujetos a las élites más poderosas y quiere a los sectores populares de la ciudadanía dóciles y ordenados bajo el imperio de la ley. En la segunda, en cambio, hacen de esos sectores populares de la ciudadanía el sujeto de la historia. Con el costo que eso tiene, que son los tumultos, el desorden, las contingencias de la historia que no siempre se presenta tan ordenada.

Ahora bien: a mi me gustaría recuperar, para tratar de responder a tu pregunta, la idea de democracia, como parte de una república popular. Recuperando un sentido muy preciso de la palabra democracia, que discutimos mucho en los años 80` y que después dejamos de lado por la consolidación del alfonsinismo y todo lo que vino después en los 90’, años en los que nos acostumbramos a pensar a la democracia más como rutina. Pero había una idea con la que el alfonsinismo había coqueteado y que aparece muy fuerte, ya que vos lo mencionaste, en el 2001, y es la idea de la democracia como participación. Como participación popular deliberativa y activa de  los sujetos, y muy específicamente, de los ciudadanos del bajo pueblo, en los asuntos colectivos. Me parece que hay una diferencia entre la idea del pueblo como un sujeto que tiene que ser tenido en cuenta como fuerza histórica conducida, en general, por un líder personalista, carismático y amado por ese mismo pueblo, y la idea --para mi mucho más democrática-- de ese pueblo como un sujeto activo que construye su propio futuro común a través de la discusión y de la deliberación, de prácticas asamblearias, de la contraposición de argumentos, de la elección de abajo a arriba de sus dirigentes, de la organización  de abajo hacia arriba de las mediaciones. Ahí hay una cuestión para pensar porque, a mi me disgustan los asesinos de Julio Cesar, pero tampoco tengo el poster de Julio Cesar en mi dormitorio, y te digo esto porque no me parece un modo muy virtuoso de la política el que se construye con liderazgos personalistas fuertes que se sostienen sobre una posición de fuerte pasividad de ese mismo pueblo. En eso Shakespeare es lúcido y extraordinario, cuando presenta los diálogos entre ciudadanos, es hasta divertido, porque los presenta como muy torpes y necios y no porque sean poco inteligentes, sino porque se han vuelto torpes y necios por una forma de educación política, aociada al punto luminoso del líder que no les permite a esos sujetos desplegar todas las potencialidades democráticas. Entonces me parece que deberíamos decir que la república es también la república de los pueblos que vienen con líderes carismáticos les guste o no a los gorilas y habría que dar un paso más y decir que esas repúblicas además de ser populares y democráticas, si propician, generan y estimulan los canales y generan las mediaciones que alienten la participación de esos ciudadanos y de todo el bajo pueblo.

Participación que viene con discusiones y argumentaciones, por más que eso a los líderes no les guste ni un poquito. Allí tenemos un asunto interesante para pensar, porque en general los pueblos construyen esas mediaciones como pueden, y no de las maneras luminosas, transparentes y perfectas con las que las imaginaríamos si pudiéramos diseñar, como decía el viejo y querido Cooke, con escuadra y tira-línea. No: esas construcciones se hacen con el barro de la historia, como se puede, con los dirigentes que se puede, que pueden interesarnos y parecernos más o menos auspiciosos respecto a la  posibilidad  de profundizar esa democracia. No necesitamos recordar las fuertes competencias que el sindicalismo representó para el  liderazgo político de Perón y de Nuevo, hay que decir, ¡qué capo Shakespeare!,  porque tiene una claridad tremenda de este tema en todas las obras, pero sobre todo en Coriolano  y en Julio Cesar, esas obras extraordinarias donde la comprensión que tiene Shakespeare sobre el desprecio que tienen por el César los tribunos, vale decir, las formas pre-históricas de nuestros diputados, de nuestros políticos profesionales, de nuestros representantes que desprecian al líder porque les  compíte  y el desprecio es mutuo, porque al lider no le gustan ni un poquito esos otros personajes que le impiden la comunicación directa que todo líder aspira tener con su pueblo. Creo que ese es un asunto importante para pensar, creo que si queremos una república que además de ser popular sea democrática tenemos que sostener las mediaciones que los pueblos se van construyendo en su camino, lleno de dificultades, sinuosidades  y de torpezas también. Pero no vale que cuando los pueblos consiguen construir esas mediaciones y organización popular, los liderazgos digan que este o aquel dirigente no les gusta. No vale insinuar que los dirigentes populares se quedan con un porcentaje de no se que cosa y fiscalizarlo, como se está hacienda ahora. Yo estoy muy enojado con este gobierno que eligió no fiscalizar la deuda externa, que es un curro del primer al último dólar, que decidió no fiscalizar el modo en que se obtuvo esa deuda externa y decidió pagarla, pero ahora está fiscalizando y llamando incluso a las universidades públicas para que lo ayuden a fizcalizar a los movimientos populares que este pueblo, golpeado y averiado, consiguió precariamente construir. Me merecen fuertes críticas esas tendencias fáciles a despreciar a esos dirigentes y a esas mediaciones populares. Definitivamente creo que no podemos decirle al movimiento obrero organizado cosas como “yo trabajo desde chiquita, no vengan a pedir cargos”. Como si hubiéramos nacido ayer y como si no supiéramos que pedir cargos es también parte de la lucha política. ¿La única? ¡Claro que no! ¿La más noble? ¡No!, pero es parte también de la política y deberíamos ser capaces de pensarla con menos prejuicios para aceptar que hay república allí donde el pueblo es sujeto de la historia, con sus líderes carismáticos, personalistas y enamorantes, pero también con esas mediaciones, que cuestionarlas no expresan más que un gesto jacobino, arrogante y poco democratico. La democracia es el gobierno del demos, con los mecanismos que ese demos va construyendo en su difícil andar por la historia.

 

miércoles, 7 de diciembre de 2022

Reseña: ¡Qué cosa la cosa pública! Apuntes shakespeareanos para una república popular, de Eduardo Rinesi

 Tragedia y política

 Por Mariano Pacheco

(Publicado en Perfil cultura, 6/11/2022)


“Me gustaría en estas páginas abordar un conjunto de discusiones políticas de gran actualidad y –me parece a mí—de gran interés entre nosotros”. Así, Eduardo Rinesi empieza “¡Qué cosa la cosa pública! Apuntes shakespeareanos para una república popular”, su último libro publicado recientemente por Ubuediciones.

Rinesi cita a Viñas, en un tramo del libro, para apelar a la metáfora, a la imagen del que “aprieta el bandoneón”, es decir, del que comprime dos cosas en una. Y un poco ese es el método de composición de este trabajo: por un lado, examinar un puñado de obras de William Shakespeare centradas en la historia de la antigua república romana, “sobre el modo en el que las obras de Shakespeare referidas al período que va del renacimiento a la disolución de la república romana nos aportan algunos elementos para pensar el problema teórico y político de la república”. Para ello el autor recupera y ordena, según la cronología histórica y no siguiendo el orden de producción literaria, un conjunto de piezas teatrales y un poema (“Julio César”; “Antonio y Cleopatra”; “Coriolano”; “La violación de Lucrecia”), a partir del cual va a trabajar sobre los modos de comprender al republicanismo en la tensión interna que lo constituye, entre una vertiente aristocrática (apoyada sobre la sabiduría de sus legisladores, la prudencia de sus leyes y la virtud de la elite encargada de gobernar la ciudad –con exclusión del bajo pueblo, ignorante y turbulento—) y otra vertiente democrática o popular, sostenida sobre la idea de soberanía del pueblo, sobre sus deseos, sus movimientos, sus luchas, incluso sus tumultos. Eso, decía, por un lado.

Por otro lado Rinesi va a retomar elementos de su trabajo publicado en 2003 bajo el título “Política y tragedia. Hamlet, de Hobbes a Maquiavelo” (pero también del más reciente “Resto y desechos. El estatuto de lo residual en la política”), para volver a interrogar esos vínculos, para pensar nuevamente el dramático conflicto como principio constitutivo de la política y a la tragedia misma como una potente reflexión (estetizada y estilizada) sobre lo frágil y precario que tienen siempre nuestras vidas (“sobre el peso que tienen sobre nuestras vidas un conjunto de fuerzas que son superiores a las nuestras y que no podemos entender ni controlar”).

Más allá del erudito trabajo sobre los textos shakespeareanos, el núcleo de la problemática sobre la república entrelazan las temporalidades del ayer, el hoy y el mañana, en tanto que se presupone que, tanto el tiempo como el mundo, permanecen siempre “fuera de quicio” en la república, porque en ésta no puede haber, siempre, sino conflictos entre intereses e ideas contrapuestas, de grupos distintos y enfrentados.

Rinesi trabaja extensa e intensamente sobre el asesinato de Julio César, y el modo en que fue abordado dicho episodio histórico por la literatura de Shakespeare. Y lo hace apenas unos años antes del intento de magnicidio contra la vicepresidenta Cristina Fernández. Buena oportunidad, la lectura de este libro, para volver a poner en relación la historia de tierras lejas con las urgencias de nuestro tiempo nacional, y por qué no, para discutir nuevamente sobre el vínculo, siempre tenso, entre política y literatura.