(historia
de una foto reciente: 2018)
Este
año llegué tarde a la concentración del 26 de junio en Avellaneda.
Y encima la movilización de la Estación Darío Santillán y
Maximiliano Kosteki hacia el Puente Pueyrredón comenzó más
temprano, ya que a las 15 horas Argentina jugaba un partido que tenía
a casi todos los habitantes de este país pendientes de su resultado.
Así que me perdí de vivenciar esa emoción tremenda que es subir a
ese puente junto a toda la multitud, pasar delante del mural que Flor
y otras compañeras y compañeros pintaron en 2002 –y que con
retoques se mantiene hasta el día de hoy--, volver a transitar esa
cortina ascendente de cemento por la que caminamos y hasta corrimos
tantas veces. Algunos años, ya viviendo en Córdoba, dejé de ir a
Buenos Aires para esa fecha: entendí que debía comenzar a
contribuir mi granito de arena a las jornadas en conmemoración por
la Masacre de Avellaneda en el lugar que había elegido para vivir. Y
luego, con el 15° aniversario, el año pasado, volví.
Este
año fui primero a radio La tribu, para participar de un programa
junto a Neka Jara, del MTD de Solano, y compañeros de ruta de
entonces y hoy que libran sus batallas desde el pensamiento crítico
y la comunicación popular, así que no estuvo tan mal llegar tarde a
la manifestación.
Fue
raro subir sólo al puente, mientras escuchaba voces amplificadas por
el uso de un micrófono.
La
soledad duró poco, de todos modos. Fue emocionante también subir e
ir saludando y reencontrando tanta gente que compartió tantas
emociones y luchas en otros tiempos, y que de tanto en tanto nos
volvemos a cruzar. Mucho más volver a saludar a compas que hace
muchísimos años no veía. O dar un abrazo a pibes de igual estatura
a la mía, que conocí cuando no me llegaban ni a la cintura.
Llegué
tarde, pero llegué a escuchar a Alberto Santillán. Me perdí el
documento, pero tal vez tuve alguna suerte ahí: cada vez presto
menos atención, y cada vez me aburren más los kilométricos textos
leídos en actos políticos.
Pasaba
saludando, sorteando banderas y gente sentada en el piso cuando
escucho a lo lejos una voz de alguien que hablaba desde el escenario.
“Esa es la Monchy”, me dije. Su vos es inconfundible.
Luego
nos saludamos, en ese otro ritual de cada año: las multitudes se
van, regresan por Pavón hacia la estación ex Avellaneda o por
avenida Mitre o tomarse algún colectivo, y otros, otras, pocos, nos
quedamos ahí. Como si no nos quisiéramos ir.
Este
año hubo detrás del escenario, al finalizar el acto, un Pañuelazo
verde, en el que las compañeras otras vez ocuparon la escena para
hacerse oír, y seguir reclamando la Ley que despenaliza el aborto, y
visibilizando su derecho a ejercer la soberanía de sus cuerpos. Pero
el pañuelazo terminó y ahí seguíamos varios aún. Pude nuevamente
darle un abrazo a Alberto, y otro a la Monchy, y ahí salió esta
foto, que mi amigo Juan Rey disparó desde un celular.
Alberto
cada vez habla mejor. Tiene la virtud de poder decir lo que realmente
piensa y siente, sin filtros, porque es el padre de Darío y nadie se
atrevería a poner en cuestión sus palabras. Pero en ese testimonio
de familiar (de una nueva víctima del accionar represivo del Estado)
Alberto logra además correr los límites de la política tal como se
entiende hoy en día. Hay veces incluso en que su palabra tiene más
sustancia y es más radial que la de algún dirigente político o
social. Y este año le metió el plus de hacer un chiste en medio de
la tensión de semejante situación. Un crack Alberto, el padre del
Puente Pueyrredón.
Monchy
es ya como la relatora oficial de los actos del 26 de junio y las
jornadas culturales del los 25 (que este año por el paro se
realizaron el 24). Su voz es dulce, y potente (bien lo sabemos
queines además la hemos escuchado cantar). Si mal no recuerdo ella
no estaba el 26 de junio de 2002, cuando intentamos cortar el Puente
Pueyrredón y la las fuerzas represivas del Estado comenzaron a los
tiros (a disparar balas de goma y gases lacrimógenos, pero también
balas de plomo). Se sumó después al MTD, en Glew, uno de los cuatro
barrios que integraban el MTD de Almirante Brown que Darío había
fundado y ayudado a poner en pie desde enero de 2000 Monchy fue una
de las tantas personas que se indignaron al ver las imágenes de la
represión de aquel día, y la tenacidad de esas mujeres l frente de
la protesta, y la combatividad y solidaridad ejercida por tantas
pibas y pibes de barrios humildes del Conurbano, como Darío y Maxi.
Pero fue de las pocas que hicieron de ese sentimiento de indignación,
y tal vez de admiración, un acto político. Y se sumó a militar en
el movimiento social. Como Alberto, quien hace pocos días en una
entrevista radial que pude hacerle desde La luna con gatillo
comentaba que tras la muerte de Darío nació un nuevo Alberto
Santillán.
Así
que me perdí ingresar al Puente Pueyrredón junto con la multitud,
pero no me sentí sólo.
Mucho
menos luego de los saludos detrás del escenario. Momento del que me
llevo otro hermoso recuerdo, y esta bella imagen. Hasta el próximo
26 de junio. O quien sabe, hasta la próxima batalla que se libre
ahí, o en cualquier otra parte. Y volvamos a encontrarnos con
Monchy, con Alberto, y también con Darío y con Maxi. Que estarán
allí, junto a nosotrxs, recorriendo otra vez los caminos de la
libertad...
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