Bibliotecas
y movimientos sociales
Por
Mariano Pacheco
Nunca
conversamos con Maite. Apenas si nos saludamos algunas veces, en
alguna movilización. Nunca, nadie, nos presentó. Aunque por alguna
de esas cosas que tiene el movimiento popular, yo sabía quien era
ella y ella sabía quien era yo.
Maite
Amaya contenía en sí una rareza; no la rareza vista desde el punto
de vista burgués, que considera raro el travestismo (¿Raro?
Raro tenés el orto,
diría Ricky Espinosa), sino una rareza al interior del propio campo,
se podría decir. Maite era trava sí, pero no era una referente de
“género y diversidad”. Tampoco era progresista, en la época en
que las luchas por la diversidad dan un fuerte vuelco hacia
posiciones progres. Maite era referente, claro, pero referente de un
sector social y político maldito: era piquetera y anarca.
Alguna
vez escribí algo en torno a cómo las travestis eran bienvenidas en
el movimiento piquetero en general, y en las asambleas de mujeres del
movimiento en particular. Como si una intuición de clase permitiera
saldar, sin darlos, debates que en otros ámbitos llevaban horas,
días, semanas, meses, años.
No
conozco a fondo el proceso de la Federación de Organizaciones de
Base (FOB), pero sospecho que debe haber sido muy similar al de otras
expresiones de la corriente autónoma de movimientos sociales de la
Argentina. El hecho de compartir el barrio en el que se vive, pero
también esas calles que se patean cada día; el hecho de quedar
expuestas a la misma vulnerabilidad frente a la prepotencia policial;
el hecho de encontrar en las organizaciones de base un espacio no
sólo para resolver las problemáticas y necesidades más inmediatas
y elementales sino también donde poder compartir el cotidiano y
proyectar sueños y anhelos hizo que para ninguna mujer una travesti
fuera otra cosa más que una compañera. Algo similar sucedió con
los compañeros, más allá de las risas, los chistes y los
comentarios por lo bajo que siempre pudo haber por parte de alguno,
que no expresan más que ese machismos que todos nosotros, de un modo
u otro, llevamos adentro. Pero nunca escuché que fuera una risa, un
chiste o un comentario por lo bajo que situara a una travesti en un
lugar diferente al de una compañera. Lo mismo sucedía con los
locos, las tortas, los cojos, las putas, los tuertos, las gordas, las
rengas, los putos, lxs paralíticxs o toda aquella persona que
tuviese algún rasgo que la distinguía de la norma hetero-patriarcal
y los stándares de belleza que dominan este mundo (burgués). Allí,
en el mundo, eran los raros. En el movimiento (que no dejaba de ser
parte de ese mundo), tal vez eran un poco rarxs, pero no por eso
dejaban de estar a la par: pasando las mismas necesidades, peleando
por las mismas reivindicaciones, y compartiendo sueños similares.
***
Se
sabe: el gran problema de los movimientos piqueteros fue que,
compuesto mayoritariamente por mujeres, sus referencias para afuera
siempre fueron hombres. Hubo excepciones, claro, y La Pini del
Movimiento Teresa Rodríguez supo hacerse un lugar de visibilidad en
aquellos días agitados de los años 2000, 2001 y 2002 (y hoy es una
de las referentes del Frente de Organizaciones de Base), así como La
Negrita del MTD de Florencio Varela era una dirigente de su
movimiento y una referente de la Coordinadora Aníbal Verón (hoy
activista en Poder Popular). También hacia el interior de las
organizaciones, o de determinadas organizaciones, las mujeres fueron
ocupando con el tiempo lugares fundamentales, estratégicos: en la
coordinación de asambleas barriales y cooperativas de trabajo; en la
organización de las finanzas y las tareas de prensa; en la
coordinación de encuentros e incluso de las tareas de autodefensa.
Suspendo el tipeo y en segundos se me vienen a la mente al menos
media docena de compañeras que ocuparon lugares claves en el
Movimiento de Trabajadores Desocupados de Almirante Brown entre los
años 2000 y 2003 (muchas de ellas activas militantes, años más
tarde, en el Frente Popular Darío Santillán): Nancy, Grillo,
Daniela, Yolanda, Marta, Mirta, La Flaca, Gladys, Monchi, Zulema...
Una
década más tarde, Maite fue referente de la FOB en Córdoba, e
incluso a nivel nacional, ya que como parte de aquella experiencia en
más de un oportunidad viajó a otras provincias e incluso participó
de negociaciones con el gobierno y en reuniones con otras
organizaciones populares en Buenos Aires. También fue vocera ante
medios de comunicación, y las entrevistas a ella publicadas en
distintos medios dan cuenta de ese protagonismo.
En
su libro Los fantasmas de mi vida. Escritos sobre depresión,
hauntología y futuros perdidos, Marck Fisher sostiene que la
desarticulación entre la clase, por un lado, y la raza, el género y
la sexualidad, por el otro, ha sido de hecho central para el éxito
del proyecto neoliberal, que grotescamente instaló la idea de que el
mismo neoliberalismo es una precondición para los logros obtenidos
en las luchas antiracistas, antisexistas y antiheterosexistas.
Sin
negar quien era y haciéndose cargo de su posición, las
intervenciones de Maite Amaya siempre la colocaron en el lugar de una
referente que entendió muy bien lo planteado por Fisher, más allá
de que el libro salió meses después de su muerte, así que es
seguro que no lo leyó (¿habrá leído Maite el anterior libro de
Fisher, Realismo
capitalista?). Maite
podía hablar de género y diversidad, claro, pero también del
movimiento popular, de las estrategias de cambio, de las políticas
de explotación y opresión del sistema, porque entendía que raza,
género y sexualidad, las luchas en ese campo, no pueden estar
desarticuladas de la lucha de clases, en la que ella intervenía en
su triple condición de mujer-travesti, piquetera y anarquista.
Lecturas
irreverentes
Los
libros siempre fueron un arma fundamental en las luchas emprendidas
por comunistas, socialistas y anarquistas. Incluso el vínculo entre
lectura y movimiento obrero supo dar, a lo largo de dos siglos,
fructíferos resultados. Estuvo claro, desde la Revolución francesa
en adelante, que las ideas eran un torrente imprescindible dentro de
la praxis transformadora. Subvertir un orden implicaba subvertir una
práctica, y las ideas que hacían posible que las mayorías
populares asumieran la servidumbre como si se tratara de la libertad.
De
allí que los libros, los folletos, los panfletos, los afiches, los
diarios, las revistas, los periódicos, los periódico-murales, los
murales, los volantes, nutrieran de la necesaria “fuerza
espiritual” (que se transforma en material ni bien las ideas son
apropiadas por las masas, según sentenció el joven Marx) a la clase
obrera que pugnaba por cambiar el orden del capital.
No
es casual que, pese a las terribles condiciones de trabajo y el
extensísimo analfabetismo dentro de clase obrera, las bibliotecas
populares fueran un espacio de reunión, estudio y concientización
fundamental entre las trabajadoras y trabajadores. Y allí el
anarquismo jugó un papel destacado (basta leer algunos de los libros
fundamentales de Osvaldo Bayer o mirar algunos films como
La patagonia rebelde o
Quebracho para
entender esto que estamos subrayando).
De
allí que la fundación de una nueva Biblioteca Popular en la Casa
Caracol de Córdoba, el sitio donde se organiza la Federación de
Organizaciones de Base donde militaba Maite Amaya, sea una noticia
que no pueda dejar de alegrar a mucha de la militancia política y
social de esta provincia, sobre todo a quienes venimos insistiendo
con generar espacios y dinámicas que contribuyan a sostener de
manera permanente la batalla cultural.
El
año pasado, en el marco de un homenaje radial a Maite que realizaron
las compañeras de las columnas de Género y Diversidad de La
luna con gatillo
(programa que conduzco) descubrí con estupor un texto
(https://lepondregatilloalaluna.blogspot.com/2017/06/maite-amaya-en-la-luna-con-gatillo-en.html)
que había escrito Maite, a través del cual podemos dar cuenta de
las agudas lecturas que evidentemente Maite había sabido transitar.
“La
rebelión de la carne en los pasillos mismos del matadero”
“Hablemos
de las intersecciones de la carne” es un texto
poético-filosófico-político de una exquisitez increíble. Escrito
por una militante social, da cuenta del manejo de una serie de
escrituras que aveces circulan por los bordes de la academia, otras
por fuera pero por lo general siempre lejos del movimiento social (y
esta responsabilidad –la ausencia de este cruce, entre prácticas
de militancia social de base y práctica crítica intelectual que
tienen mucho en común-- le cabe tanto a la “intelectualidad
crítica” como a la militancia popular).
Podemos
hacer, podemos sostener el mandato o subvertirlo,
sostiene Maite, reclamando un
posicionamiento y preguntándose qué hacer ante esta situación.
Posición
no es pose –aclara--,
es la posible muerte de la pasividad inerte.
Maite
rescata la experiencia vital, cotidiana, casi imperceptible de esa
guerrilla urbana de
la que somos parte:
visible, vivible, disfrutable en la superficie, pero
también interpela para que un esfuerzo colectivo contribuya a matar
el vestigio disciplinador interno
que subyuga la carne dentro del sistema
de dominación heteropatriarcal y capitalista. Y
convoca a que podamos atravesar la
normalidad
clasista, racista, heterosexista; a
gestar un ejercicio
de la rebelión de la carne
que sea contraescuela. Para revivir y reavivar toda la energía.
Y
conspirar hasta vencerles.
Este
primer aniversario de la muerte de Maite, que se conmemora en Córdoba
con las “Jornadas incendiarias” en la Casa Caracol, se llevan
adelante en medio de una batalla fundamental contra los apologistas
de lo dado: coincide con el inicio de los debates parlamentarios en
torno a la legalización del aborto. Este miércoles 13 de junio, las
calles serán ocupadas por miles y miles de personas en todo el país,
en una jornada que nuevamente tendrá a las mujeres en el centro de
la escena política nacional.
En
un contexto en el que el país se viene viendo atravesado por
importantes luchas del feminismo, pero también de la clase
trabajadora (en sus versiones más tradicionales de sindicatos del
sector asalariado y de movimientos sociales de la economía popular),
la discusión sobre el aborto viene a plantar un enrome desafío al
movimiento popular: poder comprender lo estratégico de la discusión
sobre los cuerpos, sobre la sexualidad, sobre los modos ideológicos
en que somos criados, más allá de las creencias de cada quien.
Los
militantes siguen prisioneros de muchos de los prejuicios de la moral
burguesa y de actitudes represivas respecto del deseo,
escribe un lúcido Félix Guattari, hace varias décadas ya. Y agrega
que mientras
se mantenga la dicotomía entre la lucha en el frente de clases y la
lucha en el frente del deseo, todas las recuperaciones seguirán
siendo posibles.
De allí que, en este bello texto titulado “Las luchas del deseo y
el psicoanálisis”, Guattari plantee algo que puede intuirse
también en el texto que hemos citado de Maite Amaya. A saber: que
este nuevo tipo de rebeliones deberían ser, en lo sucesivo,
inseparable de todas las luchas económicas y políticas del futuro.
JORNADAS
INCENDIARIAS EN CÓRDOBA:
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