lunes, 3 de octubre de 2016

Diez hipótesis para repensar la “corriente autónoma” de los movimientos sociales en Argentina


  (VI: Pensamiento Crítico y Educación Popular)-


Por Mariano Pacheco
(www.resumenlatinoamericano.org)


En la quinta hipótesis de este ensayo destacábamos la importancia de la “democracia de base y protagónica del pueblo”. En un proyecto que se sostiene sobre estos pilares, no existen organizaciones de masas que pelean por sus necesidades por un lado, y partidos de cuadros que conducen esas luchas hacia la política, por el otro, sino que se entiende que son las mismas organizaciones populares las que luchan a la vez por las necesidades más inmediatas y por cambiar la sociedad que genera esas necesidades. Pero para que ese proceso se produzca de manera consciente es necesario que sus integrantes participen también de un proceso de formación permanente.



Retomando la “tríada guevarista” del estudio, el trabajo y la lucha (la acción directa), la “corriente autónoma” de los movimientos sociales asume que una de las dimensiones centrales de las batallas contrahegemónicas contemporáneas es la cultural, y que así como las disputas contra lo dado se libran tanto en el terreno político como en el económico-social, no puede estar exento el plano simbólico de las necesarias luchas por cambiar las lógicas del mundo tal como está.
De allí que no se conciba al desafío de ir gestando un pensamiento crítico como una tarea de especialistas, aunque no se niegue el aporte específico de la lucha teórica y el rol que los intelectuales con vocación revolucionaria deben jugar en ese sentido, pero se aspira a que la praxis transformadora tenga como protagonistas a sujetos críticos, no escindidos entre unos que hacen y otros que piensan. Para eso, para que ese desafío sea de verdad una praxis crítica-revolucionaria, los movimientos populares deben afrontar la ardua tarea de asumir la formación política como un proceso integral y permanente, tan importante como la acción directa, la auto-gestión del trabajo, la disputa sindical y el trabajo territorial en los distintos ámbitos en los que se desarrolle la organización desde abajo.
La corriente autónoma de los movimientos sociales entienda a la formación (permanente e integral) como una prioridad en la práctica por parte de las organizaciones y movimientos populares adscriptos a la también denominada Nueva Izquierda Autónoma. Por supuesto, la formación no se produce sólo si se asiste a un curso, un taller, un encuentro de debate y reflexión, porque los sujetos críticos se forman en la lucha, en el trabajo, en la participación. Pero también las instancias de estudio, de formación, los ámbitos de reflexión y análisis, se tornan centrales a la hora de pensar y comprender la realidad que se pretende cambiar.
En un mundo edificado sobre la división entre el trabajo manual y el trabajo intelectual, las dinámicas de formación no surgen espontáneamente. Hay que crear espacios donde poder reflexionar, estudiar, analizar, pensar las reivindicaciones y las luchas, proyectar los sueños.
Lejos del vanguardismo ilustrado, pero también del anti-intelectualismo ramplón, la corriente autónoma de los movimientos sociales trabaja la formación desde la concepción y la práctica de la Educación Popular (E.P), entendida como proceso de formación, permanente e integral, de quienes participan de las organizaciones populares.
La reivindicación de la E.P tiene que ver con la posibilidad de construir relaciones de antagonismo con los enemigos del pueblo, pero de confianza y diálogo (que no niega la discusión y la polémica, más bien todo lo contrario), al interior de las organizaciones populares. Por otra parte, la corriente autónoma de los movimientos sociales entiende que la E.P fortalece el trazado de un legado Latinoamericano, ya que se la reivindica como una invención de la izquierda del continente durante las décadas del 60 y del 70. Una izquierda nutrida de la teología de la liberación, del proceso de la Revolución Cubana y más tarde, de la Sandinista; una izquierda no “soviética” ni encuadrada en los “ismos” internacionales (estalinismo, maoísmo, trotskismo…).
La E.P se ubica entre el basismo y el vanguardismo, porque busca profundizar los procesos de participación popular, sin desconocer por ello que siempre hay núcleos militantes que dinamizan la participación. De allí que la E.P consista en desarrollar acciones de formación articuladas, en las cuales los saberes y deseos, los pensamientos y las prácticas de los participantes se pongan en juego, se compartan, en la búsqueda de fortalecer la capacidad de intervención política, singular y colectiva.
La E.P parte de una concepción antiburocrática, que pone énfasis en la participación, y que cuestiona la lógica de la representación y critica la idea del militante-especialista. Una concepción que hace de la participación masiva la condición para profundizar la creatividad, desarrollar la democracia de base y consolidar la organización popular.
La E.P también cuestiona la confianza ciega en la razón, en la conciencia, y por eso no escinde las prácticas y pensamientos, de los sentimientos y los deseos. De ahí que la EP trabaje con lo que los protagonistas de las luchas, de los procesos de organización, sienten, piensan y hacen. La indignación puede ser el punto clave para decir “ya basta”, para la rebeldía, sin la cual es difícil pensar en la revolución. Rebeldía que puede operar como incentivo para que las pequeñas luchas conquisten pequeñas victorias, desde las cuales proyectar nuevas y más grandes luchas y victorias. Desde esta concepción, la E.P entiende que no hay cambio social si no es a condición de la participación de las masas populares en el proceso de transformación, que a su vez transforma a las singularidades existenciales que participan de dicho proceso.
La E.P entiende que, así como desde estas concepciones no es posible establecer jerarquías entre las personas que participan de un proceso de organización y lucha popular, tampoco puede negar que en esos procesos hay militantes que se van destacando como referentes, porque están más dispuestos a comprometerse y asumir responsabilidades. De allí que destaque que la formación de los activistas también sea fundamental, en la medida en que permanezca en el horizonte la búsqueda por achicar esa brecha entre los que más y los que menos participan (a mayor participación de las bases en la construcción del proyecto, mayor fortaleza, y no a la inversa). De ahí la necesidad de que la participación comience a ponerse en práctica en la formación. Sino, se corre el riesgo de hablar de la participación como de un asunto teórico y no práctico-teórico.
Que la E.P no se proponga “bajar línea” no significa no haya direccionalidad de los procesos de formación. Es muy importante entender a la formación como un proceso, encuadrada dentro de los marcos de construcción de la organización. Por eso la formación no se entiende sólo en términos teóricos, sino también prácticos. Por ejemplo, apostar a que cada vez más gente pueda contar con las herramientas y la experiencia de planificar una actividad, realizar evaluaciones, debatir, etc. También organizar reuniones, movilizaciones, entablar negociaciones con el poder político, hablar con los medios de comunicación, con otras organizaciones políticas.
Lo que diferencia a estos procesos de formación de la educación tradicional, o el adoctrinamiento, en todo caso, tiene que ver con el punto de partida: del grupo y no de quien coordina. Del grupo, pero también de cada uno de quienes lo integran. Porque para la E.P es importante que cada persona pueda vincular su propia experiencia singular con el devenir grupal, para no trazar objetivos que estén por encima de las posibilidades reales del colectivo.
La E.P incita a las personas a comprender la situación en la que vive, a imaginar y desarrollar proyectos, partiendo de que saber, se sabe. Quien es explotado sabe de la explotación; quien lucha sabe de la lucha. Por eso el punto de partida, para la E.P, es el de las personas que se están formando, no otro. Así, quien reflexiona y estudia comprende a fondo la realidad. La comprensión de la realidad tiene siempre dos costados. Uno de ellos es el estratégico: conocer significa la posibilidad de actuar mejor sobre la realidad. Otro es el ideológico: conocer permite afianzar la confianza en lo que podemos hacer nosotros (los de abajo, los trabajadores, los oprimidos y explotados) y la indignación frente a lo que hacen ellos (los de arriba, las clases dominantes, la burguesía).
El desafío de construir una sociedad sin explotadores ni explotados pone por delante, a su vez, muchos desafíos. Uno de ellos consiste en creer, es decir, en tener confianza en esa posibilidad. Para ello, la E.P se propone accionar para que las personas piensen más allá de todos los días, se animen a pensar que se puede vivir de otra manera y, fundamentalmente, que tengan confianza en esa lucha. En ese sentido, saber es importante. Hay toda una línea de intervención de la E.P que tiene que ver con combatir la idea de que ante situaciones cotidianas desagradables no se puede hacer nada (“No hay que ser sabio ni leer muchos libros para soñar un mundo mejor…”). Basta recordar lo que decía Ernesto “Che” Guevara, el Comandante NuestraAmericano: sentir indignación ante las injusticias, es eso lo que nos hace compañeros.
Las subjetividades y las expresiones culturales que se ponen en juego en las luchas populares son, también, de vital importancia para la práctica de la E.P. La importancia que van adquiriendo los discursos, lenguajes, símbolos, modos de festejo y enfrentamiento es parte fundamental de su concepción. Algunos llaman a eso mística. La mística consiste en hacer que la gente se sienta bien en la lucha y a la vez, que se vivencie colectivamente el deseo de cambiar las cosas.
La E.P no busca sustituir la lucha, ya que sólo ésta puede cambiar la realidad. En todo caso, la E.P busca fortalecer la lucha a través de proceso educativos, de formación, sin desconocer que la propia lucha ya es educativa, formativa.

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