Por Mariano Pacheco
Los
recientes episodios en la provincia de Santa Fe nos llenan de preguntas. No faltarán
los apresurados que salgan a vaticinar “vientos de rebelión” nacional, porque –se
dice de tanto en tanto– somos “el mejor país del mundo”. Por el contrario, los
pesimistas de siempre, reducirán lo acontecido hoy en la Legislatura provincial
a un “hecho aislado”, intrascendente para la política argentina.
En
un intento por sustraerme de ese rasgo ciclotímico que nos caracteriza a menudo
–ya que somos nosotres mismos los que solemos oscilar entre un polo y otro–
quisiera compartir aquí dos o tres cuestiones que me vienen dando vueltas en la
cabeza y que han aparecido en algunas conversaciones colectivas en los últimos
tiempos, en esas pequeñas cofradías de soledades pobladas con las que buscamos transitar
estos tiempos tormentosos.
Ya
dirán con precisión quienes han protagonizado la movilización de hoy, quienes
se encuentran en territorio –como se dice– cuales fueron los rasgos centrales
de la jornada, sus protagonistas, sus grandes ausentes.
Aquí
quiero ir por otro sendero, y tratar de abrir una conversación pública en torno
a lo que pasa –lo que nos pasa– más allá de las consignas y banderas que
sostenemos, de lo que “pensamos”, e indagar en aquello que sentimos, en ese
suelo anímico devastado que nos viene imposibilitando accionar más allá de
reaccionar.
“La
historia tiene más imaginación que nosotros”, supo escribir Louis Althusser en
ese libro tremendo y desgarrador que lleva el bello título de “El porvenir es
largo”, citando a –o, más bien, haciendo una suerte de asociación libre
respecto de– Marx, el teórico de las tendencias.
Lo
de Santa Fe ocurrido hoy, ¿es un episodio aislado o el inicio de una dinámica
que puede devenir tendencia? Seguramente es muy pronto aun para saberlo.
Lo
que sí sabemos es que la Argentina tiene un largo historial de episodios de
tipo insurreccional en su haber. Basta con cepillar un poco la historia a
contrapelo y allí aparecerán rápidamente la Semana trágica en enero de 1919, el
17 de octubre en 1945, el Cordobazo en mayo de 1969, el Cutralcazo en junio de
1996, la rebelión popular del 20 de diciembre en 2001… Sólo por mencionar los hechos
significativos, detrás de los cuales –si cepillamos aún un poco más la historia
a contrapelo– aparecen esos otros episodios, los “azos” que quedaron opacados
por las luces de las barricadas de estos acontecimientos mayores.
Teniendo
en cuenta sólo la memoria corta, cabe recordar que incluso antes de la pueblada
de Cutral Có –que abre el ciclo de luchas populares desde abajo que tiene su
máxima expresión en diciembre de 2001 y su cierre trágico en junio de 2002– hay
un “Santiagazo”, en diciembre de 1993, que funciona como rayo en cielo sereno.
No se deriva de aquella explosión de furia popular, de manera inmediata, una
clara línea de acción (como sucedió luego, tras el Cutralcazo, con su grito de “Cortes
de ruta y asamblea” como poder –o contrapoder– de la “nueva” clase obrera),
pero se modifica el suelo sensible que operaba en la subjetividad popular. Pronto
se organizará la “Marcha Federal”, aparecerán los HIJOS con sus escraches y
emergerá el movimiento piquetero.
Entonces
veníamos de suelo devastado por la ofensiva neoliberal del menemato en Argentina
y de la instauración del Nuevo Orden Mundial tras la caída del Muro de Berlín,
así que la comparación no vale con la actualidad, en la que contamos con
cientos de expresiones sociales, políticas y culturales que agrupan a decenas de
miles de personas en todo el territorio nacional (no sólo en las grandes
ciudades, como sucedió con frecuencia en nuestra historia, sino incluso en
pueblos y parajes en los que nunca antes había existido organización popular). Entonces
emergió lo nuevo, desde sitios y dinámicas inimaginables hasta entonces.
El
interrogante que sí aparece hoy, es si un nuevo ciclo de luchas se producirá
sobre las bases de este proceso de acumulación de fuerzas de por lo menos tres
décadas con el que contamos o si, por el contrario, las históricas expresiones
populares (como los sindicatos, el peronismo realmente existente y los “nuevos”
movimientos sociales) quedarán observando la nueva situación cual espectadores que
anhelan ser protagonistas pero que, perplejos, se reducen a “maliciosos comentaristas”
de aquello que no comprenden (porque “no la vieron, no la ven”), y juzgan negativamente
(sea porque lo consideran con “faltas” o “excesos”, lo mismo da).
Como
sea, los recientes sucesos de la provincia de Santa Fe vienen a mostrar,
nuevamente, que la historia tiene más imaginación que nosotros (los militantes,
periodistas, cientistas sociales –el autocorrector de Word me pone “cuentistas
sociales” y debo corregir–, o sea cual sea el nombre bajo el cual nos queramos
encasillar).
Lo
importante ahora es tomar nota, más allá de si la toma de la Legislatura es un
episodio aislado o da inicio a otro tipo de proceso. Afinar el lápiz, como se
decía en tiempos anteriores a esta era digital, y abordar la tarea que desde
hace tiempo se nos impone, por más que no la queramos ver: asumir de una vez
por todas que, en esta democracia no sólo hay adversarios, sino también
enemigos. A los enemigos no se les “discute” con “respeto”, porque sus “opiniones”
valen tanto como las nuestras, sino que se los combate, así como se combate a
quienes dan rienda suelta a sus pulsiones homicidas y garantizan la ley y el
orden vía acciones de represión sustentadas en la legalidad que este sistema les
otorga, pero a la que siempre agregan un plus extra de crueldad.
Dejar
de mirar, y filmar con nuestros celulares personales los atropellos que nos llevan
puestos y pasar a accionar frente a ellos es parte de la tarea primordial que
no sólo puede garantizar la integridad de nuestros cuerpos, sino dinamizar/
problematizar/ recrear esta democracia de baja intensidad en la que vivimos
(con que movileros de medios y militantes de la comunicación popular filmen los
atropellos basta).
La
autodefensa popular no sólo es imprescindible para dejar de poner los muertos,
los presos, los heridos, sino para levantar la autoestima, para intervenir activamente
en la coyuntura anímica y producir un cambio en las relaciones de fuerzas sensibles.
Esa violencia tan condenada por los sectores dominantes que se expresa en cada
rebelión popular, en cada acción de autodefensa frente a la represión –e incluso
en cada “ofensiva táctica” en las calles, como puede ser “tomar” un edificio
público más allá de que no haya represión policial– expresa –suele expresar–,
asimismo, importantes niveles de creatividad, fundamentales para sacudir la
modorra que nos atraviesa, esa que puede detectarse en la falta de invención y
de audacia política. Incluso la modorra intelectual será sacudida si nuestros
cuerpos se agitan.
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