Por Mariano Pacheco*
Hace cuatro años partía
de este mundo Hugo Montero, escritor, periodista, fundador en 2001 de la
revista Sudestada, proyecto que luego se transformaría en
editorial y pondría en pie sus propias librerías.
Hugo Montero nació en Claypole, distrito bonaerense de Almirante
Brown, en uno de esos rincones de la zona sur en donde el bosque de ladrillos
se confunde con los descampados que separan al conurbano del Gran La Plata.
Murió a los 44 años producto de una insuficiencia cardíaca, el 22 de marzo de
2021.
Los años 1976-2001 son marcas políticas profundas en la vida
nacional, pero también, en la propia biografía de Montero, puesto que vino al mundo el mismo año en que comenzó la última
dictadura cívico-militar y forjó la experiencia de la revista Sudestada,
junto a un grupo de amigos, el mismo año que se produjo aquel acontecimiento de
diciembre que sería un parteaguas en la sociedad argentina de posdictadura.
Hugo, que estudió Periodismo en la Universidad Nacional de
Lomas de Zamora (UNZL), investigó y escribió (en varias oportunidades junto a
Ignacio Portela, co-fundador del proyecto de Sudestada) centenares de
notas, y once libros, de los cuales, nueve, tienen que ver con figuras y procesos
de la izquierda, nacional e internacional, sobre todo de los años sesenta y setenta: Ernesto Guevara, Fidel
Castro, Agustín Tosco, Jorge Masetti, Héctor Germán Oesterheld,
Rodolfo Walsh… y en colaboración con
Vanesa Jalil, sobre Frida Kahlo. También escribió sobre la disputa Stalin-Trotsky
en la Unión Soviética, la experiencia del Movimiento Todos por la Patria en
Argentina y sus vínculos con la Revolución Sandinista en Nicaragua, y las del argentino
Partido Revolucionario de los Trabajadores/ Ejército Revolucionario del Pueblo.
Es que las apuestas revolucionarias previas al golpe de Estado
de marzo de 1976 en nuestro país, y del Plan Cóndor en el Cono Sur de América
Latina, están todo el tiempo presente en el imaginario, en la subjetividad política
de la generación que protagonizó el 2001, esa que se formó y forjó sus primeras
armas en la intervención cultural durante la década del noventa. De allí que no
resulte extraño que, además de revisitar la experiencia de la generación anterior,
Montero haya escrito sobre el periodista Fabián Polosecki y, tiempo antes de su
muerte, sobre un jovencísimo emergente de los nuevos sonidos urbanos: Wosito,
el pibe de la plaza.
La revista de la Generación
2001
Sudestada fue
la revista de la generación militante de 2001. Nació de una actitud humilde y
desmesurada al mismo tiempo: su primer número se financió con la plata prestada
que sus integrantes le solicitaron a sus familiares y amigos y, así, de a poquitito,
pusieron en marcha una pequeña rueda que luego logró poner en pie todo un
proyecto que incluyó una editorial y librerías, siempre con el lema de la
autogestión.
Ignacio Portela (Nacho, de ahora en más),
cuenta que el proyecto nunca tuvo un fin económico, y durante los primeros años
se hacía en los momentos que encontraban después del trabajo. “Hugo tenía algo
de experiencia en otros medios: había escrito alguna nota para Le Monde
Diplomatique, pero lo que nosotros queríamos era armar algo para contar
nuestra realidad, la del país de esos tiempos de revueltas y la de la historia
de lucha de compañeros y compañeras que dejaron su vida por un proceso
revolucionario”, comenta, no sin agregar que para ese núcleo fundador, hacer una
revista tenía que ver con generar un contenido interesante, que fuera lo más profesional
posible y que convocara a los autores que ellos mismos leían, admiraban. Fue
así como lograron entrevistar a muchos, y hasta pedirles (“de caraduras”,
aclara) que les mandaran textos para la revista. “De Hugo aprendí que para
contar había que ser fiel a uno mismo y al mismo tiempo ser lo más profesional
posible. Por eso para nosotros Sudestada fue una militancia por una manera
de contar”.
Los primeros números se hicieron con
tapas en blanco y negro y la leyenda “Revista cultural de zona sur”. En el Nº1 puede
verse el rostro de Julio Cortázar y el título “El último adiós”, acompañado de otros
dos temas que se destacan en la portada de la publicación: “Vanzetti: teatro
con historia” y “Guitarrazo: Salinas volvió al barrio”. Teatro, literatura y música.
Cultura y barriada popular. Y una zona de identificación que excede la geografía
para dar cuenta de una amplia, profunda y rica experiencia de la Argentina: la cultura
popular con epicentro en el conurbano bonaerense (y más precisamente: “la zona
sur”).
De anden en anden, hasta
la victoria final
Walter Marini es el tercer integrante
de aquel grupo fundador de Sudestada. Y desde siempre el responsable de la
distribución. Consultado por este cronista, cuenta aquella historia que con el tiempo
se transformó en mito para sus lectoras y lectores: la de esa pandilla que, a
inicios de siglo, se ponía las mochilas al hombro cargadas de revistas para
salir a inicios de cada mes a repartirlas en puesto de diarios y espacios
autogestivos, que cada vez fueron ocupando más puntitos en los mapas que iban marcando
para conquistar nuevos ojos que les prestaran atención.
“Al principio buscamos llegar a todas
las estaciones de subte, después empezamos con las líneas de trenes y cuando
conseguimos una camioneta empezamos a hacer las avenidas”. Y agrega: “tardábamos
casi una semana en hacer todo el recorrido: teníamos más de 300 puestos de
diario. Y después otra semana para intentar cobrar. Así que cuando te querías
acordar ya estábamos diseñando, llevando a imprenta la nueva revista y teníamos
que volver al ruedo, lanzar toda la movida otra vez…”.
Con lluvia, con sol, con granizo, como
fuera, los repartos nunca se suspendían. Fue así como se fueron ganando el
respeto y hasta la simpatía de los canillitas. Nacho recuerda que, al principio,
dejaban las revistas en Centros Culturales de la zona sur: en Lomas, Adrogué, Rafael
Calzada... Y también que, retomando la vieja tradición de las publicaciones anarquistas,
en un momento empezaron a subirse a los trenes para ofrecer Sudestada. “Poco
a poco nos fuimos instalando: esa fue nuestra manera, nuestra marca… y también
ese boca a boca que hizo de que tampoco nos fueran conociendo, invitando a
ferias”.
Marini,
por su parte, cuenta que también ellos mismos, al principio, llevaban la
revista a los suscriptores que estaban en Capital y Gran Buenos Aires, y a
despachar por correo a los que tenían en el interior del país. Y agrega –no sin
cierto aire de nostalgia– que en un momento la cosa no dio para más,
sencillamente, porque los puestos diarios empezaron a desaparecer. “Todo un
mundo se empieza a ir, ¿no?, cambiaron los hábitos: ya no está más el tipo que
sale del laburo y pasa a comprarse una revista por el puesto de diario para
leer en el viaje”, remata.
La apuesta de gestar un “Nosotros”
Juan Bautista Duizeide cuenta que
conoció a Montero cuando éste lo entrevistó, tras la publicación de una novela
suya. De ahí en más comenzaron a entretejer un vínculo. Entonces Duizeide vivía
en La Plata, pero tenía una casa en isla Paulino, a donde invitó a la pandilla
de Sudestada. Las charlas sobre Haroldo Conti continuaron luego por
teléfono, y vía email, y con el tiempo Hugo le propuso que escribiera un libro sobre
el escritor argentino. “Así que mi vínculo con él fue sobre todo el vínculo con
un editor joven y bueno, audaz y creativo, que te escuchaba y tenía capacidad de
entender lo qué querías hacer, de preguntarte acerca de eso, pero también, de
proponerte, digamos, de negociar –en el mejor sentido de una palabra hoy un poco
bastardeada– el tema de los plazos, trabajar las formas, las ilustraciones, la
extensión del texto y todo eso con lo que estamos luchando habitualmente los
periodistas”.
Para Juan Bautista Sudestada
tuvo la virtud de hacer una revisión, un tanto rebelde, de la historia
argentina: rescatar otras lecturas de la literatura (básicamente de la argentina
y la latinoamericana). “Era ahí donde yo me insertaba, contribuyendo a esa
apuesta que promovía Hugo con la revista: armar una suerte de colectivo
posible, imaginario, o más bien imaginado a partir de cosas que existían. Lo que,
a mí, como lector, me hacía acordar a la revista Entre Todos, que impulsaban
desde el movimiento Todos por la Patria: esa idea de que se podía, desde una publicación,
crear ciertos lazos entre todos aquellos oprimidos por la forma específica del
capitalismo de la Argentina”.
De allí que Duizeide rescate de
Montero una virtud: la de ubicar y plantear cuestiones con las que nadie se
quería meter, como la violencia política. Y en ese camino, articular una serie
de facetas contradictorias, o en tensión: el organizador, el editor, el autor
de libros, el periodista que identificaba cuestiones desde un nosotros en
construcción, enumera el escritor, quien a su vez rescata de Monero a “un compañero
con un sentido del humor sumamente ácido y celebrable, un tipo honesto y
solidario”, aunque aclara que esto último lo hace extensivo a todo el grupo
fundador de la revista.
Tomás
Astelarra –otro autor que publicó uno de sus libros por Sudestada–, comenta,
por su parte, que cuando iba a visitarlos a la oficina de Lomas de Zamora siempre
lo encontraba a Hugo editando, escribiendo, así que él se ponía a conversar con
Walter y Nacho, mientras Montero seguía con la máquina. Aunque de tanto en
tanto se metía en la charla: “un manija bárbaro el tipo”, dice, mientras suma
la anécdota de cuando fue a Bolivia a entrevistar al presidente de dicho país, para
lo que terminó siendo su libro Evo Morales en el país de las mamitas. “Me
habían aclarado que no hiciera ciertas preguntas, pero yo las hice igual, y a
los quince minutos se terminó todo, me quería matar. Así que volví a donde
estaba parando y le escribí a Hugo. Le dije: che mil disculpas, ya hice la
entrevista pero cometí un error, quedó super cortita. Le conté lo que había
pasado y él me respondió: Tomi, para eso te mandamos a Bolivia, para hacer
las preguntas incómodas. Muchas gracias. Un tipo muy inteligente, Huguito, muy
filoso, siempre con esa coherencia del pensamiento crítico y el periodismo que
molesta”.
*Nota publicada en
Revista Zoom
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