viernes, 27 de abril de 2012

Santillán, Villaflor y las huellas de un pasado que se resiste a quedar atrás

Nota publicada hoy en el Portal de Noticias Marcha
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POR: Mariano Pacheco


Avellaneda, al sur del conurbano bonaerense, es el sitio en el cual El Cabezón Darío Santillán, El Viejo Domingo Blajaquis y El Negro Raimundo Villaflor toman contacto, en una temporalidad obviamente trastocada. El secreto compromiso de encuentro que se teje entre las generaciones del pasado, y la nuestra.




Esta semana, la figura de Darío Santillán cobró una visibilidad mayor que la habitual. Por un lado, por la inauguración, el miércoles, de las Jornadas Darío Santillán en la Universidad Nacional de Avellaneda. Por otro lado, por el estreno cinematográfico, el jueves,  del documental de Miguel Mirra: Darío Santillán, la dignidad rebelde.
Darío Santillán y Maximiliano Kosteki fueron asesinados el 26 de junio de 2002. Domingo Blajaquis y Juan Salazar (junto al burócrata sindical Rosendo García), el 13 de mayo de 1966. Santillán y Blajaquis eran reconocidos militantes. Salazar y Kosteki, eran más nuevos en eso de luchar por un cambio social. Raimundo Villaflor, legendario militante del peronismo combativo asesinado por las “patotas” de la ESMA en 1979, presenció el asesinato de sus compañeros Domingo y Juan, y fue un testigo clave para la investigación que realizó Rodolfo Walsh, publicada primero como “notas” en el diario CGT y más tarde como libro. Allí, Walsh da cuenta de manera magistral que las balas que dieron muerte al sindicalista Rosendo García en la pizzería La Real de Avellaneda, no habían partido de los militantes del sector sindical combativo, sino del mismo bando burocrático, de la mismísima mesa donde se encontraba El Lobo Augusto Timoteo Vandor.
Es en ¿Quién mató a Rosendo? donde Walsh ilustra la biografía de Villaflor. Raimundo, nos cuenta, se crió mirando con admiración la figura de su padre: Aníbal Clemente Villaflor, el obrero militante del sindicato de panaderos que luego de haber participado de la FORA, ayudó a poner en la Plaza de Mayo a los gremios más poderosos de Avellaneda, en apoyo a Perón. Raimundo dejó el 6° año del colegio dos años antes de recibirse de técnico. Con 14 años empezó a trabajar y por esas cosas extrañas de la historia, a los 21 años –en plena Revolución Libertadora– fue elegido delegado general del lugar en donde trabajaba. Activo en las huelgas y la organización clandestina de la resistencia peronista, padeció luego la persecución policial y la cárcel. Y más tarde, ya en libertad, las persecuciones patronales: no duraba ni dos días en cada nuevo trabajo. Obrero metalúrgico, dirigente sindical y activista de la resistencia, Raimundo fue luego militante del Peronismo de Base, y una figura clave a la hora de conformar la CGT de los Argentinos.
En la militancia política Raimundo conoció a Blajaquis, ese marxista convencido que los peronistas de la base aceptaron como suyo. Porque El Viejo Blajaquis era comunista, había leído no sólo a Marx sino también a Hegel, y si bien la ortodoxia peronista lo tildaba –como a tantos otros- de “zurdo”, sus camaradas del Partido Comunista lo expulsaron de sus filas, luego de que propusiera, frente al derrocamiento de Perón, organizar milicias obreras. Mingo –como le decían sus amigos- había estudiado química, para tener mayores elementos a la hora de enfrentar el poder del capital. Había estado preso innumerables veces y en un sin fin de lugares. Una de sus principales preocupaciones eran los jóvenes. Caminando por las calles de Gerli, cuando se cruzaba a un grupo de muchachos perdiendo el tiempo en las esquinas, los incentivaba para que se juntaran se organizaran, leyeran. Y les hablaba de Espartaco, de las revueltas de los esclavos que lucharon por conquistar su libertad. Así había sido la vida de Domingo Blajaquis, El Viejo, hasta que su cuerpo quedó tendido en el piso, sin vida, aquella tarde de mayo de 1966. Hermano mayor, casi un padre para sus compañeros, según lo recuerda El Negro Villaflor, El Griego -como le decían algunos- “fue un militante más del ejército invencible del pueblo trabajador, fue un auténtico revolucionario”.
Domingo Blajaquis es hoy, muchas veces, recordado a partir de la figura de Camilo Blajakis, el joven  ex convicto que encontró en la poesía un nuevo modo de vivir, y tomó prestado ese apellido en homenaje a su figura y a su lucha.
Once años después, estando ya el cuerpo de Walsh secuestrado por la Junta de Comandantes, tanto Raimundo Villaflor como su compañera María Elsa Martínez –quienes por entonces tenían una hija: Laura, de once meses– fueron secuestrados por un grupo de tareas de la Escuela Superior de Mecánica de la Armada, en agosto de 1979. Raimundo fue asesinado en una sesión de tortura, a las 48 horas de haber ingresado a la ESMA, según pudo saberse por el testimonio de otros detenidos, alojados por la fuerza en el mismo Campo Clandestino de Detención.
Darío Santillán, asesinado por las balas de la Policía Bonaerense en junio de 2002, es hoy en día el símbolo más destacado de toda una generación. Lector de Walsh, caminante de las mismas calles por las que transitaron El Negro Raimundo y El Viejo Blajaquis, hoy es recordado sobre todo por su muerte, que al igual que la de 1968, se ha denominado como Masacre de Avellaneda.
Avellaneda, la estación de trenes del ramal Roca, ha sido rebautizada por las compañeras y compañeros de militancia de los jóvenes asesinados en 2002 como Estación Darío y Maxi. Al lado, un importante contingente del Movimiento de Trabajadores Desocupados Darío Santillán comenzó hace unos años a construir un centro cultural, con un anfiteatro y un polo textil, donde trabajadores autogestionados  sostienen día a día la Cooperativa Raimundo Villaflor. Allí, muy a menudo, puede verse entre toda esa gente, como una más, a Graciela, militante del Peronismo de Base en los 70, partícipe de las luchas del 2001 y de la movilización del 26 de junio de 2002.
Una nueva generación de militantes sociales, políticos y culturales, suelen estar a su lado. Juntos, siguen persistiendo en sostener los viejos y nuevos anhelos y deseos de transformación social, entablando ese secreto compromiso de encuentro entre las generaciones del pasado y la nuestra.


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