lunes, 30 de julio de 2012

Evita: 60 años después

Cuarta y última nota publicada en 
www.marcha.org.ar

Por Mariano Pacheco. Mito político inspirador de pasiones alegres, de anhelos y prácticas revolucionarias; fetiche idolatrado por grises burócratas, guiados por pasiones tristes. Última entrega de esta serie de notas, a 60 años de su muerte.


Personaje defenestrado y enaltecido en la literatura argentina; imagen reactulizada por artistas plásticos; protagonista de nuevas escenas del celuloide; bandera de nuevas expresiones políticas y sociales de la Argentina contemporánea; retrato legitimador de políticas de Estado, Evita sigue siendo un ícono central de la política y la cultura nacional.
Cuando en octubre de 1945 importantes contingentes de mujeres obreras salieron a las calles esgrimiendo la consigna “Sin corpiño y sin calzón, vamos todas de Perón”, las clases acomodadas y promotoras de las buenas costumbres de la sociedad se horrorizaron, así como se horrorizaron al año siguiente, cuando el Coronel Juan Domingo Perón ya era presidente de la República, y su reciente esposa, esa ex actriz (“la puta”), tuvo el tupé de pronunciar algunos discursos y asumir algunas de las tareas antaño desarrolladas por su marido en la Secretaría de Trabajo y Previsión. Y, por supuesto, pusieron el grito en el cielo cuando ella viajó a España, en nombre de Perón, representando a la “nueva Argentina”.
De allí en más, María Eva Duarte de Perón pasó a ser Evita para todos los negros, los grasitas, los descamisados que no dejaron de adorarla ni aún después de muerta, y la yegua para quienes no dejaron de odiarla y maldecirla, al punto de salir a pintar paredes con la consigna “Viva el cáncer” cuando contrajo la enfermedad fatal. Desde los primeros pasos del nuevo gobierno y hasta el día de su muerte, acontecida el 26 de julio de 1952, Evita no dejó de provocar ese doble sentimiento, de acuerdo a los sectores de los que se tratara.
Cuando en julio de 1948 organizó la Fundación Eva Perón, poniendo el eje en la dignidad de la ayuda social, en contraposición de la indignidad de la limosna, las señoras de bien de la alta sociedad supusieron con razón que las cosas, definitivamente, se les habían ido de las manos. Dijo entonces Evita: “Porque la limosna fue siempre para mí un placer de los ricos: el placer desalmado de excitar el deseo de los pobres sin dejarlo nunca satisfecho. Y para eso, para que la limosna fuese aún más miserable y más cruel, inventaron la beneficencia y así añadieron el placer perverso de la limosna, el placer de divertirse alegremente con el pretexto del hambre de los pobres. La limosna y la beneficencia son para mi ostentación de riqueza y poder, para humillar a los humildes”. Ese, y otros discursos incendiarios (“El peronismo será revolucionario o no será nada”; “Si es preciso haremos justicia con nuestras propias manos… yo saldré con las mujeres del Pueblo, yo saldré con los descamisados de la Patria, para no dejar en pie ningún ladrillo que no sea peronista; porque nosotros no nos vamos a dejar aplastar más por la bota oligárquica y traidora de los vendepatrias que han explotado a la clase trabajadora”), toda esa arenga contestataria, fueron llevando a Evita a convertirse en mucho más que una primera dama muy particular.
Aunque seguramente el colmo haya sido todo el proceso que llevó a que las mujeres se expresaran políticamente también en el plano electoral. Recordemos que en 1947 se aprobó por ley el voto femenino, de la que Evita -si bien no fue la primera en proclamarlo, ni mucho menos- se convirtió en portavoz de aquel histórico anhelo y reclamo de las mujeres. En 1949, en el marco de la disputa electoral en puerta, Evita funda el Partido Peronista Femenino, la tercera “rama” del movimiento (junto con la política y la sindical) que llegó a contar, para 1951, con 3.600 Unidades Básicas en todo el país. Allí, además de la campaña proselitista, se desarrollaron diversas actividades sociales, educativas, recreativas y culturales. Todo ese proceso llegó a su momento más álgido cuando la CGT, junto al PPF, promovieron la candidatura de Evita a la vicepresidencia, que fue rechazada luego de unos días de incertidumbre (recordemos que Evita anunció por cadena nacional de radiodifusión que “renunciaba a los honores, aunque no a la lucha”, días después de que millones de personas le reclamaran que acepte la propuesta, en el denominado Cabildo Abierto del Justicialismo, realizado el 22 de agosto de 1951).
Así y todo, el peronismo logró imponer en las listas buena cantidad de mujeres, de las cuales 23 diputadas, 6 senadoras y 77 representantes de legislaturas provinciales llegaron a asumir sus puestos por primera vez en la historia del país. Y si bien Evita nunca dejó de promover un discurso centrado más en su rol social (asistencial) que político, y más de puente entre Perón y las masas que de liderazgo femenino, lo cierto es que -tal como remarcó Ezequiel Adamovsky en su reciente libro Historia de las clases populares en la Argentina. Desde 1880 hasta 2003- “la adhesión que despertó Evita entre personas de ambos sexos no dejaba de tener un contenido profundamente político, que se encarnaba en el cuerpo de una mujer”.
Sesenta años después de su muerte (derrota de las apuestas revolucionarias de los 70 mediante) y tras décadas de intensa militancia feminista y de las denominadas minorías sexuales, el contexto actual de la Argentina parece estar atravesado por fuertes vientos de cambio, al menos en estos aspectos. Luego de la dificultad de romper con una cultura machista fuertemente arraigada en el movimiento sindical, en el peronismo y aún en las izquierdas (que por cierto, no ha sido del todo desterrada), y tras haber transitado por ese infeliz desencuentro que hemos visto entre quienes pugnaban por transformaciones sociales profundas y quienes, además de sostener esas banderas, pretendieron incluir entre sus reivindicaciones también las de diversidad sexual, hoy prácticamente todo el arco de las izquierdas y los sectores progresistas del peronismo (o el espectro “nacional y popular”), han tomado como parte de su agenda esas banderas.
Que el país esté gobernado por una mujer que transita por su segundo mandato presidencial (más allá de si se está a favor o en contra o en desacuerdo con el actual “modelo”), no parece ser un dato menor. Esa revalidación de su mandato por el 54% de los votos (luego del desastre que implicó el breve paso, entre 1974 y 1976, de Isabel Martínez de Perón por la presidencia de la Nación), parecen enmarcarse en esa dirección. Y si bien hay temas que, todavía hoy, continúan encontrando una fuerte resistencia para ser abordados (el de la legalización del aborto, es el más emblemático), no es para despreciar o desmerecer el importante paso de avance que se ha dado con la aprobación de una serie de leyes que colocan al país como pionero de una legislación internacional más progresista (otra es la discusión acerca de las posibilidades de superar la perspectiva progresista de época, en pos de una apuesta por transformaciones revolucionarias de las sociedades actuales).
La Ley de Matrimonio Igualitario, la de Identidad de Género (junto con la legalización de la tenencia de drogas para consumo personal), vienen a expresar, en un plano jurídico, las históricas reivindicaciones por las que las activistas feministas, lesbianas, gays, bisexuales y travestis, han luchado durante décadas.
Hoy en día, en la Argentina, ya no importa el “sexo” con el cual se haya nacido, ni el nombre que a cada uno le hayan puesto. A partir de la aprobación de estas leyes, cada quien -mayores de 18 años, pero también menores que con su expresa conformidad posean una solicitud de trámite de sus representantes legales- podrán llevar consigo su DNI con el nombre que hayan elegido, y casarse con personas de su mismo sexo, sin ningún tipo de impedimento.
Seguramente el estreno, en mayo de 2012, del film documental del director Rodolfo Cesatti (“Putos Peronistas: cumbia del sentimiento”), venga a expresar en el plano de la cultura gran parte de estas transformaciones. La Agrupación Nacional Putos Peronistas viene a resemantizar -como lo hicieron los obreros con el insulto de cabecitas negras- los modos injuriosos con que han sido denominados por las concepciones moralizantes y conservadoras de la buena sociedad. De allí que se asuman con orgullo como Pobres, Putos y Peronistas.
Desconoce este cronistas si desde las izquierdas existen agrupamientos similares, como sí ampliamente se conoce la actividad de las agrupaciones feministas, pero más allá de la adscripción o no al peronismo, agrupaciones de este tipo son un paso de avance en relación a la militancia en décadas anteriores, sobre todo teniendo en cuenta el nivel de legitimidad que los planteos han logrado generar en el seno de las organizaciones populares.
Obviamente, es absurdo intentar realizar análisis contrafácticos. No puede saberse si Evita estaría de acuerdo con este tipo de cambios o si, por el contrario, sería una ferviente opositora. Lo que sí sabemos es que sectores que han demostrado durante años una profunda reticencia a este tipo de planeos, hoy en día los asumen como propios. Por lealtad a sus “mandos naturales”, por oportunismo o conveniencia, por desconocimiento o convencimiento real, por lo que sea, lo cierto es que algo ha cambiado en la mentalidad de amplios sectores de nuestra sociedad. Por supuesto, los retrógrados planteos católicos y de las “nuevas tendencias religiosas” no fueron menores, y dan cuenta de que el sentido común puede ser, como sostuvo Antonio Gramsci alguna vez, el más común de los sentidos. Y tener concepciones tan absurdas que lleven a elaborar consignas tan ridículas como esa que dice “La tuerca para el tornillo”. Cómica, si no fuera por lo que realmente quiere expresar. Y por supuesto, no es que la desigualdad de género, la intolerancia hacia las minorías sea un tema del pasado, ni siquiera para sectores de izquierda y progresistas. Basta repasar, a modo de ejemplo, los oradores y dirigentes de las organizaciones sindicales, sociales y políticas, y veremos que el modelo de hombre heterosexual sigue siendo ampliamente hegemónico. Es cierto: son actuales, permanentes y constantes los desafíos que hay que reactualizar cada día en el seno de las organizaciones populares y en la batalla por el sentido social que estos temas adquieren, pero no es poco lo que se ha conquistado tras décadas de lucha.
En fin, lo que sí sabemos, y hemos repasado en estas notas, es que gracias a la literatura, Evita ha sido una precursora de los nexos entre feminismo, luchas de las minorías y políticas de emancipación de los trabajadores, de los cabecitas negras, los de abajo, los humillados y ofendidos de la sociedad, que pujan con sus batallas por parir otra sociedad, edificada sobre las bases de quienes la producen y no centrada en la explotación de una clase sobre otra. O para decirlos y hacernos eco de las palabras de la Evita-heroína de Leónidas Lamborghini: “Sí: que nadie explote a nadie. Sí: que nadie a nadie. Sí: la clase obrera. Sí: sectaria sí”.

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