viernes, 20 de julio de 2012

¿Santa Evita?


Tercera nota, a 60 años de su muerte, publicada en Marcha


Por Mariano Pacheco. Hemos visto en una entrega anterior de estas notas sobre Evita como, a partir de Eva Perón, de Copi, la figura de Evita podía ser ligada, a través de la literatura, con las luchas políticas de las minorías. La obra de Copi finaliza con la sugestiva frase: “Evita, señores, está más viva que nunca”. Este será el punto de partida de uno de los relatos Néstor Perlongher.

Escrito en 1975, “Evita vive”, de Néstor Perlongher, retoma cierto espíritu presente en la obra de Copi. Porque está más viva que nunca, podríamos decir, Evita regresa. No para ser Montonera (una combatiente guerrillera que lucha por el socialismo), sino que vuelve para ser, entre las millones de posibilidades de su retorno, una prostituta, una drogadicta, una reventada. Es que la Evita de Perlongher, a decir de Martín Koan y Paola Cortes, es una “Evita-década-del-70, camisa y pelo suelto, que expresa en su cuerpo el puro goce”.
Con un humor ácido, la literatura de Perlongher logrará transgredir todas las normas y poner en jaque la moralidad de las costumbres sociales y los lugares comunes de las bellas letras. En “Evita vive” la diversión, el goce, la fiesta, el juego y la aventura, lograrán construir una realidad muy diferente a la histórico-social y sus representaciones, tanto peronistas como antiperonistas. A través de una mirada ácida, este escritor, sociólogo, poeta y antropólogo nacido en el sur del conurbano, planteará lúcida y tempranamente que las “cruzadas morales” no sólo las libra la derecha, sino que a veces también pueden ser lanzadas por la izquierda o el progresismo nacional y popular. Aquellos que se erigen en censores, que arman una red de prejuicios y que siembras culpas, suelen ser los que pretenden instituirse en jueces, en quienes definen lo que está bien y lo que está mal, aunque sea en nombre de las leyes de la historia, la conciencia de clase o lo que sea.
De allí que en este relato, Evita no sólo no será “la señora”, “la primera dama”, sino que ni siquiera será la Eva combativa reivindicada por el discurso militante, sino que el eje central del relato está puesto en el puro goce corporal. Evita vuelve, sí, pero para ser puro sexo, droga y descontrol. Y resignificar los lugares comunes construidos en torno a su figura. Así como el obrero resignificó el insulto de “cabecita negra” por una marca identitaria de “descamisado”, en este relato Evita resignifica su lugar de “mediadora” entre Perón y las masas, su pasado de actriz-prostituta, su estigma por la enfermedad que la llevó a la muerte, su lugar de santa una vez fallecida.
Todo se resignifica. Si bien en este caso –como en el de Copi– Evita no es un travesti, sin embargo, convive con ellos, con los “maricas”, según aparecen en la narración. En su relación con sus “grasistas” (los negros peronistas), Evita deja de ser mediadora para pasar a ser un componente esencial de la relación: con su cabeza “entre las piernas del morocho” primero, y luego, cuando se harta de tanta charla, cuando es tomada por Jimmy de ese “rodete todo desecho que tenía”, y terminar nuevamente con la cabeza entre sus piernas. Más tarde, también con el rodete, se encontrará junto a un drogadicto que le “mete la mano entre las tetas”, mientras ella le sostiene la goma para que el otro se “pique”. Y finalmente, terminará “acariciandole el bulto” a un tipo, que “le mete un dedo bajo la trusa”, excitándola, y contando que Evita era una “puta ladina” que “la chupaba como los dioses”.
Irreverente, Perlongher presenta así una Evita-reventada, que además de gozar sexualmente, luego, ella también se “picará”, para quedar junto a su hombre revolcada por el piso. Y cuando “la cana” llegue, Evita será mediadora, sí, pero esta vez no entre el líder y las masas, sino entre la ley y los descarriados. Evita evita que se lleven presos a los drogadictos, y les aclara a “sus grasitas, sus descamisados”, que ella lo vigila todo. De allí que su partida al cielo sea reinterpretada por los ellos como una ida para hacer “un rescate”, y su vuelta, para “repartirle un lote de marihuana a cada pobre para que todos los humildes andaran superbién, y nadie se comiera una pálida más, loco, ni un bife”. Porque el cielo que habita Evita no es un espacio angelical, lleno de santos (“Santa Evita Montonera”), sino una suerte de edén “lleno de negros y rubios y muchachos así”.
En contraste con la “historia oficial”, donde Evita aparece como la sombra de Perón, aquí es Evita la gran protagonista. Es más, Perón, como general, es un equivalente de los marineros que transitan por el puerto, en busca de maricas y prostitutas: “con ellos nunca se sabe”, dice uno de los personajes.
Por último, un tema candente: la enfermedad que la llevó a su muerte. Ni reivindicación gorila (“viva el cáncer”), ni condescendencia lacrimógena (“pobrecita”). En este afán de resignificar todo, Perlongher dice sobre esas manchas que Evita lleva en su cuerpo: “no le quedaban nada mal”; subrayando una perspectiva estética que se acentuará con sus largas uñas pintadas de verde (“que en ese tiempo era un color muy raro para las uñas”), presentando a Evita como a una precursora del punk, y también, de la lucha contra la despenalización del consumo de drogas.
De este modo, la literatura “insumisa e incoveniente” de Perlongher se entronca con el mensaje mestizo, desobediente, autónomo, diverso, alegre, provocador, desafiante, creativo, y también insumiso e incoveniente, de la línea del feminismo que  “se propone como parte y aporte a una cultura emancipatoria, que rechaza tanto la normatividad heterosexual como el esencialismo biologicista. Un feminismo rebelde, nacido de los cuerpos históricamente estigmatizados, invisibilizados y/o ilegalizados, por un sistema basado en el disciplinamiento, el control, la domesticación, y el orden que garantiza su propia continuidad y reproducción” (“Manifiesto” de Las Lilith-feministas inconvenientes).
Por supuesto, y como el propio Perlongher se encargó de subrayar con su propio puño y letra, con un legado teórico que buscó, desde las izquierdas, ampliar el horizonte emancipativo, tomando como parte de fundamental del aquí y ahora -y no de manera secundaria, o para un futuro- las luchas de las minorías. Lo minoritario no entendido desde un punto de vista cuantitativo, sino en tanto fuga de la norma, invención de nuevos espacios-tiempos sin modelos preestablecidos, contagio o alianza aberrante con lo diferente. Porque qué otra cosa es lo mayoritario -para decirlo con las palabras del propio Néstor Perlongher (“Los devenires minoritarios”)- sino un “modo dominante de subjetivación”, es decir, una “calidad de dominación” que determina un patrón a partir del cual se mide miden las diferencias. 
En fin, porque tal como han escrito Deleuze y Guattari en su Anti-Edipo, “estadística o molarmente somos heterosexuales, pero personalmente homosexuales, sin saberlo o sabiéndolo, y por último somos trans-sexuados elemental o molecularmente”, es que estos planteos tienen hoy más vigencia que nunca. E incluso, más eco en las coyunturas actuales que en las de antes. Por eso, para finalizar, quisiera rescatar las palabras del poeta chileno Pedro Memebel, quien en su “Manifiesto (Hablo por mi diferencia)”, escribió que no se trataba de comprender y decir: “Es marica pero escribe bien/ Es marica pero es buen amigo”. De lo que se trata, en todo caso, es de tomar el guante, y aceptar el desafío, no de “comprender la diferencia”, sino de hacerla propia. 

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