lunes, 7 de enero de 2013

Montoneros silvestres. María: organizar la resistencia frente al Golpe


Por Mariano Pacheco. La clandestinidad, antes y después del inicio de la dictadura. Las tareas militantes y hogareñas. Un imprevisto que puede cambiar el rumbo de la vida cotidiana.


El 24 de marzo de 1976, María se encontraba con sus dos hijos varones de 9 y 10 años, y a su compañero Lucho. Vivían juntos en una casa de Lanús. Se enteraron del Golpe a la mañana, mientras escuchaban la radio y se tomaban unos mates en la cocina. Vivían en una casa alquilada, ubicada en la calle Carlos Gardel. Al fondo, en uno de esos barrios tipo italianos, destaca María. Allí vivimos un año, que fue el más lindo de mi vida, porque Lucho –que era un tipo muy conocido en zona sur– trataba de no salir mucho. La idea era que se preservara. Ella le cubría las citas de control y todo. Se quedaba mucho en casa con los chicos. Estudiaba. Escribía documentos, mientras yo andaba haciendo macanas por ahí.
A pesar del endurecimiento represivo, de la caída permanente de militantes, María seguía su vida casi con normalidad. Su tarea era tratar de poner en pie un aceitado mecanismo de funcionamiento de la parte de logística de la organización, en toda la zona sur del conurbano bonaerense: Avellaneda, Lanús, Lomas de Zamora, Berazategui, Florencio Varela, Quilmes…
Para los vecinos de su barrio era una mujer “normal”. Como cualquier señora de barrio o muchacha con su pareja y sus hijos, solía salir de compras por el barrio. Por eso se sorprendió cuando una mañana de aquel invierno de 1976, ingresó a la carnicería que se encontraba frente a la plaza, a metros de su casa, y mientras esperaba que el carnicero la atendiera escuchó a una mujer decir: “fuera cachila”. Se sorprendió porque tanto la voz, como el nombre, le resultaron familiares. No era para menos: se trataba de una compañera muy cercana y su perrita. Teresa (Claudia Istueta) y Mario Bardi eran dos médicos, militantes del área de sanidad de la organización. Se habían casado en agosto de 1974. Justo un mes antes de que la Montoneros pasara a la clandestinidad.
El hecho de haberse cruzado así, en una escena tan típica de barrio, tan cotidiana, daba cuentas de que ambas parejas estaban habitando el mismo territorio, con una cercanía demasiado estrecha para las ajustadas normas de seguridad que la organización intentaba mantener a raja tabla, pretendiendo de ese modo evitar o disminuir las posibilidades de que sus militantes fueran capturados por el enemigo.
Así que partir de ese día, todas las noches, a las 10 en punto, tenían que darse una vuelta por la placita para hacer una cita de control. Me acuerdo que un día Lucho se enojó con Mario, porque siempre llegaba tarde. Y le dijo que si seguía así, nos iba a hacer caer a todos. Mario se excusaba, pero Lucho era duro. María cuenta que Lucho solía increpar a Mario con una frase que utilizaba como latiguillo: “Las 10 son las 10, compañero”. Que la frase terminara así, con esa palabra, daba cuenta del aprecio que se tejía detrás de la rigurosidad militante. Aprecio que llevó a Lucho a decir: “parece un pajarito”, cuando Mario le presentó a Selva, su hija recién nacida. Eran blanquita y con piquito muy rosado, subraya María. Y le quedó Pajarito nomás.

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