miércoles, 23 de noviembre de 2016

La batalla del lenguaje

Sobre la Paz y la Democracia 

Por Mariano Pacheco*


El proceso de los diálogos por la Paz en Colombia han puesto sobre la mesa de las discusiones políticas del mundo, y sobre todo en territorio Nuestramericano, un tema de larga trayectoria en los movimientos y organizaciones de los trabajadores. Ya años atrás, la discusión sobre la paz en el país Vasco o en Irlanda habían suscitado una serie de reflexiones y posicionamientos respecto del futuro de aquellos países más allá del conflicto armado que los atravesaba desde hacía décadas, e incluso, qué pasaría con las «democracias» luego de que las organizaciones armadas dejaran atrás su accionar militar.
En estos días la palabra paz y la palabra democracia circula entre los ámbitos políticos, académicos y comunicacionales de perspectivas diversas, como una suerte de palabra-clave-neutral que nadie, en principio, se plantea problematizar. Pero ya desde el vamos vemos que, por ejemplo en Colombia, no parece ser la misma idea de paz y de democracia que maneja el Estado a la que manejan las insurgencias, o el pujante movimiento social que intenta «abrirse paso» también en la negociaciones. Algo similar sucede cuando se hace referencia al «pasaje a la política» de estas organizaciones armadas, en un intento por situar el accionar militar de las guerrillas por fuera de la política, reduciendo la política a un «juego institucional», librado en el marco de las democracias parlamentarias contemporáneas.
Alguna vez, refiriéndose a estos regímenes, un historiador argentino las denominó como «democracias de la derrota». Se refería al caso nacional, pero tranquilamente podríamos pensar en una secuencia Latinoamericana.
Polémico, el concepto de guerra ha recorrido todos los análisis y postulados de las militancias durante por lo menos 50 años (desde la década del 20 a la del 70). Ha sido, asimismo, un concepto bastardeado por las “democracias de la derrota”. Desconociendo aquella máxima que sostiene que aun en tiempos de paz estamos en guerra los unos contra los otros. Si es cierto que un frente de batalla atraviesa toda la sociedad, continua y permanentemente, y que esa situación nos coloca a cada uno de nosotros en un campo o en otro, no es posible separar de modo tajante la guerra de la paz. Siempre, necesariamente, somos el adversario de alguien, por más diálogos que se establezcan. Esto no quiere decir que no existan conversaciones, que no se postulen acuerdos, pero reducir la democracia a la mera gestión y el consenso es parte de una estrategia de los sectores de poder que solo buscan perpetrar la explotación y la dominación. Porque la democracia, vista desde el punto de vista de los sectores que pujan por transformar nuestras injustas sociedades, es sobre todo disenso.
De allí que la premisa de que la paz debe pasar por una agenda social que reconozca las necesidades no resueltas por el Estado y que derivaron en el conflicto armado, que hoy sostienen diversos sectores del movimiento social colombiano, sea fundamental para entender a la paz no como lo otro de la guerra, sino como su reverso, en donde el conflicto no es anulado sino tramitado de otro modo, pero siempre presente, así sea bajo la forma de una latencia.
Que las fuerzas armadas de nuestros países, actuando como «ejércitos de ocupación» de sus propias patrias, hayan usado la palabra “guerra” para justificar sus matanzas contra los sectores populares, no implica que sus organizaciones deban desestimar el concepto, que en mucho casos ha guiado sus estrategias durante años. Reconocer que “hubo una guerra» no equivale a negar que, también, estos sectores del poder concentrado y sus fuerzas represivas (incluidas las «paramilitares»), también hayan perpetrado una matanza. Reconocerlo no empareja “bandos” ni iguala nada con nada, sino que se resiste a desechar parte del arsenal conceptual, político e identitario con el que importantes sectores de nuestros pueblos han librado batallas contra sus opresores.
¿Cómo hacer entonces para que la voces populares –la de las gentes comunes y de a pie– sean tenidas en cuenta como palabras, y no como meras voces? Es decir, ¿cómo hacer para que ese murmullo de la protesta y la lucha callejera, de la organización de base, sea tenido en cuenta como palabra política y no como mero ruido? Porque la lucha política, lo sabemos, es también, siempre, una lucha por la palabra y, antes que eso aún, por la definición misma de qué cosa debe ser entendida como una palabra. Si la lucha política no es sólo una lucha que involucra los cuerpos en las batallas callejeras, en las disputas cuerpo a cuerpo contra las fuerzas que sostienen la dominación y la explotación en cada lugar, sino que también es una lucha por definir los sentidos y los nombres que se le otorgan a las prácticas sociales, entonces, la intervención en el plano simbólico, la disputa por el lenguaje en el marco de una lucha más general por sostener la batalla cultural no puede ser sino un elemento más, tan importante como el político y el económico-social, en la disputa por cambiar la sociedad.
Por supuesto, estas batallas no se libran en el vacío, y en cada contexto las relaciones de fuerzas determinarán asimismo el énfasis que puede poner en un concepto determinado, o incluso las estrategias que las propias organizaciones populares deberán usar para resignificar algunos, o incluso suplantarlos por otros.
Claro que una política revolucionaria nunca considera la relación de fuerzas como algo estático, y asume que el énfasis puesto en determinados conceptos y debates varían según la coyuntura. Pero también asume que que los propios conceptos que va creando para explicar el mundo y su lugar en él están guiados por ciertos principios, que como señaló alguna vez Ernesto Guevara, suelen ser la mejor política. La flexibilidad táctica no tiene por qué implicar ceder en los principios y mucho menos, en renunciar a la disputa «cuerpo a cuerpo» por las palabras.
La agenda de paz en Colombia y en otros lugares del mundo, así como los modos en que entendamos la democracia (o su refundación/transformación) de aquí en más, marcarán los límites o las posibilidades de ampliarlos de aquí en más, en un contexto continental e internacional en el que las fuerzas reaccionarias parecen querer cerrar nuevamente todo el debate en torno a las posibilidades de vivir en paz y en democracia tal como la vienen entendiendo ellos. Es decir, una paz en democracia que solo garantiza la perpetuación de la explotación y la dominación de unos pocos selectos sobre la inmensa mayoría de los comunes.


*Nota publicada em el N°145 del periódico Resumen Latinoamericano (noviembre 2016)

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