martes, 9 de mayo de 2017

Un período de transición, caos e incertidumbre


Apuntes para repensar la coyuntura. Parte I: Análisis*


Por Mariano Pacheco

La nueva situación política mundial no hace más que poner en evidencia como se profundiza aún más la “crisis civilizatoria” que como humanidad venimos atravesando. La asunción de Trump en el gobierno de Estados Unidos abre un período de transición, caos e incertidumbre a nivel internacional del que ningún país puede sentirse ajeno en este mundo globalizado que habitamos.

 En América Latina, por su parte, el cambio de gobiernos muestra no sólo un claro avance de las gestiones de derecha, sino además los límites de los modelos “progresistas-neodesarrollistas”. Así y todo, el continente sigue siendo dentro de la geopolítica mundial el lugar más interesante respecto de la producción de novedades políticas. Pero se impone ahondar en un interrogante: ¿Cómo quedan las experiencias populares de cada país tras una década o más de este tipo de gestiones de Estado?
Las experiencias nacionales tienen cada una sus particularidades, pero en el trazo grueso, en ningún país los movimientos sociales de base se ven fortalecidos como para enfrentar la ofensiva conservadora en curso.
En Bolivia se ha quebrado el “pacto de unidad” que sostenía el respaldo de las principales organizaciones al gobierno de Evo Morales y García Linera, encontrándose en una situación difícil de permanente hostigamiento hacia la figura de Evo, con todo lo que simbólicamente implica (por ser el primer presidente indio del país). En Venezuela el proyecto chavista de “Comuna o muerte”, de avances hacia el socialismo se ve jaqueado día a día por la crisis económica y los embates de las derechas internas apoyadas por el imperialismo. En ambos casos, debería se posible, para las izquierdas, sostenerse en la incómoda y difícil situación de defender esos gobiernos ante los ataques de los poderes mundiales y sostener una distancia crítica que marque los errores cometidos y los límites que han expresado, cada uno a su modo, tanto el proceso de cambio boliviano como la revolución Bolivariana venezolana.
En Colombia sigue abierto el interrogante de qué pasará con los movimientos populares en el proceso de paz entre el Estado y las guerrillas que se viene abriendo, más allá del revés táctico padecido por las fuerzas revolucionarias tras la derrota del referéndum. Está claro, al parecer, que el proceso avanza en un camino hacia una “salida política” (y no militar) del conflicto, tras medio siglo de enfrentamientos en donde ninguna de las fuerzas en pugna pudo imponerse sobre la otra.
Finalmente, desde perspectivas totalmente diferentes, están esas dos experiencias (las más antiguas de este nuevo ciclo de luchas en el continente), que persisten a pesar de sus problemas: tanto el Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra (MST), en Brasil, como el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) en México, siguen allí, con décadas de acumulación política. En el primer caso han tenido a la largo de estos años serias dificultades para establecer un nexo más orgánico entre las realidades del campo y la ciudad (aún rentando militancia y poniendo recursos para desarrollar nuevas organizaciones urbanas afines) y toda su apuesta por el Partido de los Trabajadores (PT) los ha debilitado, sobre todo teniendo en cuenta la crisis que atraviesa ese partido en los últimos tiempos, pero a su vez, siguen sosteniendo muchas de sus experiencias de autogestión y formación, y su intervención en el marco de La Vía Campesina Internacional es inigualable en términos de articulación mundial de experiencias populares. El zapatismo, por su parte, nunca pudo traspasar las fronteras del sureste mexicano, y su sostenimiento se ha producido en un contexto de exterminio y muerte generalizado en el país. Pero a pesar de no haber podido estructurar una salida para todo México (cómo han intentado en distintas oportunidades y han planteado desde su nacimiento), sí han logrado fortalecer interesantes experiencias situadas, y en los últimos tiempos, han mostrado una gran capacidad de renovación de sus bases a través de la incorporación de las nuevas generaciones y, sobre todo, han sido de los pocos que en el mundo insisten en la necesidad de discutir ideas, de poner en cuestión el sentido común capitalista.
En el medio, entre algunas de las políticas de Estado más de avanzada y las construcciones de autonomía desde abajo y a la izquierda, la articulación de Movimientos Sociales hacia el ALBA sigue siendo la herramienta de articulación continental más estable, duradera y con mayores condiciones de hacer efectivo un internacionalismo que empiece por trazar líneas de solidaridad e intercambio en la Patria Grande.
Más alejado en términos geográficos y de universos simbólicos, sin embargo, siguen pujando por sostenerse y ampliarse experiencias de poder popular a las que abría, tal vez, que prestarle más atención: el confederalismo democrático en el Kurdistán; la experiencia de la izquierda abertzale (país Vasco); Hamas en Palestina y Hezbolá en el Líbano se constituyen en cuatro experiencias de estudio vitales para repensar las políticas de transformación en el siglo XXI.


Cambiamos y nos fue como el orto, pero se abren nuevas perspectivas de lucha y organización
El primer semestre de Mauricio Macri en la gestión del gobierno nacional dejó a las organizaciones sociales y sindicales “culo al norte”, como se dice popularmente. Se dijo que había que pasar el invierno, y algo de eso hubo. Tras la ofensiva de despidos y precarización de la vida los sectores populares quedamos casi sin capacidad de reacción, pero luego de la “Marcha Federal” y la de “San Cayetano”, aparecieron con fuerza viejos movimientos corridos de la escena durante la década anterior, otros nuevos, más otros reconfigurados. Por otra parte, el mundo sindical, como era de esperarse, entró en un proceso de profundas mutaciones en gran medida por cómo se vieron afectadas las bases asalariadas por las políticas económicas del gobierno de Cambiemos. Incuso en algunos lugares se lograron reincorporaciones de despedidos, pero la tendencia de la ofensiva oficial era a “ir por todo” (despidos, suspenciones, reducción de personal, veto a leyes favorables a las empresas recuperadas, etc). El aumento de tarifas, la suba generalizada de precios y el estancamiento de los salarios genera cada día mayores descontentos sociales y el inicio del año con la pulseada del gobierno con el gremio docente pareció mostrar que, lejos de todo pronóstico por ser un año electoral, el gobierno está dispuesto a no ceder, e incluso, parece reafirmar posiciones mostrando vetas cada vez más autoritarias y represivas (represión en Panamericana el 6 de abril en el marco del paro nacional decretado por la Confederación General del Trabajo o la represión a los docentes que intentaron montar la “Carpa intinerante” frente al Congreso tres días después).
Así y todo, la capacidad de impugnación popular ante este acelerado y crecientemente proceso de ofensiva neoliberal ha ido creciendo. No es menor en este sentido el papel jugado por las y los trabajadores de la economía popular, que lograron tras la presión en las calles la Ley de Emergencia Social (que garantizaron “fiestas en paz” y “gobernabilidad” para el macrismo, es cierto, pero que también habilitaron una mayor capacidad de organización y movilización del sector). Tampoco fue menor el proceso abierto por las luchas de las mujeres: primero el masivo XXX Encuentro Nacional de Mujeres en Rosario, la convocatoria a un Paro Nacional de Mujeres después y finalmente el Paro Internacional de Mujeres, en clara continuidad con las grandes movilizaciones abiertas por la experiencia del denominado “Ni Una Menos”, que logró transformar esta histórica lucha en un inmenso movimiento social que no sólo dinamiza las discusiones de género en el conjunto social sino que mete presión a otras dinámicas (como las del sindicalismo machista y burocrático).
Respecto de la política más tradicional, la paralización del Frente de Izquierda y de los Trabajadores (FIT) luego de las elecciones, la proliferación de apuestas electorales de izquierda (Frente del Nuevo MAS y el MST más otros varios armados de la “izquierda popular”), el corrimiento del Movimiento Evita a un “peronismo puro y duro” y la ausencia de inserción social de masas del kirchnerismo (que paradójicamente cuenta con la figura de Cristina con un piso de intención nada despreciable para ese tipo de armados), desplazaron la “oposición política” a las dinámicas del conflicto social (proceso que puede leerse en una serie que va desde las “Plazas de Kisiloff” y las “Caravanas en Defensa de CKK” hacia la proliferación de movilizaciones de docentes, estatales, comerciantes, precarios, etcétera).
Con el comienzo de la “carrera electoral”, en el que muchas fuerzas dedicarán mucha o toda su atención al tema, la conflictividad social y algunos planos de unidad en la lucha reivindicativa alcanzados hasta el momento pueden entrar en una meseta. En principio (y por principios), las diferencias en el plano electoral no deberían poner en riesgo las posibilidades de coordinación en otras dimensiones, pero suele suceder que una interferencia en un plano repercute sobre el otro.
Por otra parte, sabemos, los gobiernos se incomodan pero no se sobresaltan si las luchas reivindicativas quedan sólo allí. Por eso se impone pensar en políticas de articulación popular multisectorial más allá de las libradas por cada sector, en el camino de construir, alimentar, masificar y potenciar la resistencia popular antineoliberal.

*Nota publicada en el periódico Resumen Latinoamericano.

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