La
teoría crítica en perspectiva generacional
Por Mariano Pacheco
(La luna con
gatillo//Resumen Latinoamericano)
Cuarenta
ríos cierra 2018 con la publicación de Teoría
de la militancia. Organización y Poder popular, un
libro de Damián Selci en el que se realiza un cruce entre los
postulados teóricos de Laclau, Badiou, Zizek y la historia reciente
de la Argentina.
“Todas
las fuerzas políticas tienen propuestas; algunas tienen programas;
casi ninguna tiene teoría”, escribe Martín Rodríguez en una nota
final al libro, titulada “Ampliación del campo de batalla”, en
la que agrega: “este libro produce teoría porque forja conceptos
acerca de uno de los aspectos principales de la práctica política
popular, que es la práctica militante”.
Está
claro que, más allá de sus muchas veces anquilosadas prácticas
teóricas, las izquierdas tradicionales son una excepción a esta
verdad de la época. Rodríguez insiste en que la falta de
teoría es una de las fallas político-ideológicas de “nuestra
concepción”, y el nosotros del que habla es el del
kirchnerismo/peronismo o “populismo” (dicho en términos
teóricos), que cuenta con una teoría de la conducción (Perón)
pero carece de una teoría de la organización.
A
la nueva izquierda, o corriente autónoma de los movimientos
sociales, le pasa un poco lo mismo: se carece de una teoría de la
organización, que de cuenta de sus modos de problematizar la
“conducción” y entender las militancias, así que en este punto
este cronista no sólo comparte el diagnóstico, sino que asume la
interpelación que el texto provoca, que en esta nota final, a través
de la pluma (o el teclado) de Martín Rodríguez, aparece como
incitación a que “los intelectuales se incorporen a tiempo
completo a la lucha en curso”, sin pretender “empezar de cero”
pero asumiendo que es necesario “empezar de nuevo”.
El
libro comienza con el sugestivo título de una introducción que se
pregunta “por qué perdimos y qué significa ganar”. Doble
acierto, ya que en su afán de optimismo las militancias muchas veces
preferimos obviar las derrotas, no asumirlas y en tantas
oportunidades olvidamos que, entre otras cuestiones, luchamos para
vencer.
La
revolución populista
Como
en uno de esos tantos memes que circulan por las redes sociales
virtuales, habría que decirle a Selci: “No sos vos, es tu marco
teórico”.
Es
decir, hay que aclarar de entrada cierta dificultad que hace que uno
se ponga a leer (y a tratar de escribir sobre) un libro que se sitúa
en otras coordenadas teórico-políticas. Todas sus páginas están
impregnadas por un hegelianismo-lacanismo-laclaunismo que por
momentos se torna insoportable (insisto, para quienes nos situamos en
otro horizonte).
Esto,
por supuesto, hace que lo primero que venga a la mente al leer sus
primeros dos párrafos sea ruido. Selci habla de los noventa
como los años “olvidados”, pero también, como los “olvidables”.
Quizás por ello reduce lo que denomina “neoeleuzianismo” a
“éxitos académicos” y la producción teórico-politica del
período 1994-2004 a nombres europeos/primermundistas como Holloway,
Negri y Hard, y le parezca que experiencias como las del zapatismo en
México o la de los Sin Tierra en Brasil carecieran de potencia
radical para trascender lo pequeño y local y constituir una
verdadera amenaza real a un Imperio que sería caracterizado, por
estas corrientes, como “demasiado invencible”. Por supuesto,
desde esta mirada, el punto de inflexión frente al Nuevo Orden
Mundial sería el del advenimiento de los gobiernos progresistas
Latinoamericanos, en donde el autor considera que el pueblo accedió
al poder, dando un salto hacia adelante.
De
allí que Selci parta de La razón populista (2005), de
Ernesto Laclau, para afirmar que, si bien insuficiente, la teoría
del populismo es el piso desde el cual pensar hoy, porque su
“revolución” fue la que “sacó a los movimientos populares de
la mera resistencia y les dio tanto la dignidad de la disputa como
una hipótesis de triunfo”.
El
libro reproduce así, en el plano teórico-político, lo mismo que el
kirchnerismo expresó en el plano político-militante: una reducción
de la resistencia popular anti-neoliberal a mera negatividad,
oposición sin propuesta, momento pre-político, cuando no crisis
como sinónimo de infierno de la cual había que huir rápidamente.
Los
límites de la época
Tras
admitir que la teoría del populismo explica el pasado reciente (del
país, de la región) pero no lo que, teóricamente (y el
subrayado pertenece al propio libro), viene después del populismo,
el autor asume que esa es tarea propia, colectiva, la de una nueva
generación.
De
allí que, tras las huellas de Laclau, en la segunda parte del libro
se recupere el “materialismo dialéctico” de Slajov Zizek y
luego, la “filosofía militante” de Alain Badiou.
Lo
extraño de todo esto es que ese cruce de autores, a los que se lee
en una filiación con Hegel y Lacan, provenga de una adscripción
política kirchnerista y, más específicamente, camporista. El hecho
produce curiosidad, pero también respecto e, incluso, cierta
expectativa, porque de producirse una intervención teórico-política
de envergadura (es decir, si el libro convida a nuevas producciones,
y no se agota en sí mismo), permitirá sumar otra corriente al
debate intelectual contemporáneo, que en la Argentina viene siendo
muy castigado, fragmentario (el PTS ha sido, desde el trotskismo, una
de las pocas excepciones en cuanto a asumir con seriedad una
intervención permanente y sostenida en dicho campo, y desde la nueva
izquierda, más que espacios colectivos han sido más bien esfuerzos
singulares los que han desarrollado esta tarea, como es el caso de
Miguel Mazzeo, para refereirme al nombre más emblemático).
Más
allá de la diferencia de enfoques teórico-políticos, no quisiera
dejar de destacar algunas cuestiones del libro que rescato
profundamente. A saber:
--La
irreverencia de poner en conjunción una serie de autores en
principio con planteos divergentes (Ej: Laclau/Zizec), en un trazado
que se realiza desde la búsqueda militante de componer una
estrategia política.
--El
hecho de rescatar un “rango filosófico” para la militancia, como
parte indispensable de una estrategia de Poder Popular.
--La
necesidad de gestar una teoría que piense en la posibilidad de
derrotar al enemigo a la vez que se intenta recuperar un horizonte
revolucionario.
--La
posibilidad de que las militancias (aunque no devengan filósofas en
su conjunto) sepan que cuentan con una filosofía que las respalda,
que les hace el aguante en el campo teórico.
--Y
por último: ese desafío de incitar al lector a que “se ponga a
militar”.
Por
supuesto, y hecha ya la aclaración de esa suerte de “pathos de la
distancia” que existe entre el libro y nosotros (no puedo ahora,
por cuestiones de espacio, precisar el nosotros, pero diría al menos
apresuradamente que nosotros somos los que actuamos y pensamos en
Argentina con el legado de 2001 y la puesta en foco de una mirada más
atenta a los fenómenos populares “por abajo” más que en el
Estado), hay algunas cuestiones que se presentan en el libro y es
preciso discutir. En resumen, diría que son, al menos, cinco:
1)
Las conceptualizaciones del populismo realizadas por Laclau como
“piso” desde el cual avanzar en la elaboración teórica que
necesitamos para la época.
2)
La asunción de la perspectiva Badiouiana del Acontecimiento
entendiendo que el kirchnerismo fue tal (aquí compartimos la
caracterización de Raúl Cerdeiras, para quien el K es un efecto del
2001, el acontecimiento sobre el cual hay que pensar lo que sigue).
3)
La insistencia en el uso de un lenguaje con el que tenemos más que
perder que ganar (amo; falta; agradecimiento; jefaturas, etc; etc).
Necesitamos un lenguaje libertario para una praxis libertaria.
4)
La resolución (un poco simplista, un tanto binaria) que el texto
hace en torno al vínculo “intelectualidad crítica” (pesimista)
y “militancia política” (optimista). De hecho el autor cita el
mismo audio de un programa televisivo de los años 90 en donde
Cristina Fernández de Kirchner confluye con Viñas, realizando la
operación inversa a la que nosotros (desde el proyecto cultural La
luna con gatillo) hicimos entonces en el Homenaje que le realizamos a
David.
5)
Por último, y de la mano de esto, Celsi parece (después de realizar
un esfuerzo teórico enorme para fundamentar sus posiciones) recaer
en cierta mirada que ha sido hegemónica entre las militancias de los
últimos años. A saber: cae en una suerte de anti-intelectualismo
que contrapone “práctica política” a “práctica teórica”.
Contra
la época
Lo
hemos dicho en otras oportunidades: la coyuntura impone la necesidad
de realizar acuerdos y confluencias con sectores en los que podemos
coincidir en criticar el estado de la situación actual pero con los
que difícilmente vayamos a coincidir en una misma perspectiva
estratégica.
Teoría
de la militancia tiene la virtud de explicitar una, en un espacio en
el que rara vez se ha visto un gesto similar.
El
libro de Silci logra combinar una teoría de la militancia
(con su aparato conceptual, sus tecnicismos) con una teoría para
la militancia (con sus esfuerzos de “divulgación” --en el mejor
sentido del término--, sus contraseñas).
El
texto aporta en un doble sentido a los debates actuales: por un lado
combate el posmodernismo, y por otro, el “inocentismo popular”
típico de los populismos. Realiza ese movimiento, eso sí, pasando
por alto la crítica –sostenida y bien fundada-- que desde las
izquierdas se ha venido realizando al stalinismo en las últimas
décadas y, asimismo, pasa bastante por alto otros aportes de la
teoría crítica Latinoamericana.
Hay,
para los ojos de este cronista, una sobrevaloración de la figura de
la Conducción (a la que se pretende “imitar”, tomándola como
“modelo” más que como inspiración), una separación demasiado
tajante entre los “cuadros” y el hombre (la mujer, las
existencias diversas) común que emprende luchas y procesos de
organización, muchas veces, a una distancia considerable de la
teoría populista, de las organizaciones kirchneristas, e incluso de
los dispositicos de gestión estatal, aún cuando están en manos
progresistas. En ese sentido, y más apegado a cierta mirada
materialista más cercana a un marxismo clásico, diría que le falta
encarnadura social sujeto político tal y como se lo concibe (y se lo
asume) desde el populismo.
Pero
más allá de los diferentes linajes, esquemas políticos y prácticas
militantes que se reivindican, no puede sino saludarse este esfuerzo
realizado por Selci, y Las cuarenta ríos, para seguir interviniendo
en los debates imprescindibles que la época reclama para ser
subvertida.
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