Por
Mariano Pacheco*
Apaga
el celular y todo vuelve a ser real. ¿Cómo es posible que condenemos nuestra
sensibilidad a la mediación permanente de un dispositivo en el que, para mal de
males, casi todo lo que consumimos lo hacemos en una calidad paupérrima, ya sea
al observar imágenes o escuchar música, mirar una serie, video o incluso
película, hasta leer un texto? ¡Todo se lo hace bajo un tamaño que empobrece
nuestras percepciones!
Obviamente
nuestras vidas urbanas contemporáneas ya no pueden prescindir del uso de
tecnologías, sea para trabajar o buscar trabajo, para socializar en nuestra
vida en planos de amistad, sexo-afectivos, vecindad, hasta escalas mayores y
más complejas de intervención política o cultural. Pero de allí a sostener que no
se puede operar algún tipo de corte con esa lógica que cada vez más estructura
nuestras vidas hay un paso enorme.
Hoy,
que a las usinas del poder político y la mediaticidad hegemónica les gusta
tanto hablar de la libertad del individuo, cabe recordar aquello que Jean Paul
Sartre planteaba hace ochenta años atrás, cuando desde sus postulados
existencialistas sostenía que, en última instancia y más allá de todos los condicionamientos,
era el hombre (cada quien, diríamos hoy, sin hacer distinciones de orientaciones
identitarias) quien al fin y al cabo decide qué hacer con aquello que hicieron
de él: “totalmente condicionado por su
clase, su salario y la naturaleza de su trabajo, condicionado hasta por sus
sentimientos, hasta en sus pensamientos, a él le toca decidir el sentido de su
condición y de la de sus camaradas y es él quien, libremente, da al proletariado
un porvenir de humillación sin tregua o de conquista y de victoria, según se
elija resignado o revolucionario. Y es de esta elección de lo que es responsable.
No es que tenga libertad de no elegir; está comprometido, es preciso apostar y
la abstención es una elección”, planteaba en su emblemático libro ¿Qué es la
literatura?
Ejercitar
un cuestionamiento a las mutaciones subjetivas de nuestra época, entonces, se
nos presenta hoy como un desafío político-existencial de primer orden. Impugnar
el horizonte de zombis impersonales al que se nos pretende condenar
resulta fundamental, ya que encima de que vampirizan nuestras vidas, se lo hace
bajo el supuesto paradigma de que cada quien es libre de elegir su destino,
como si esas elecciones enmarcadas en la perspectiva dominante no funcionaran
todas bajo la tiranía de la compulsión al consumo, de la producción serial de
subjetividad operada por la dupla massmediática y de las redes antisociales
virtuales. ¿En verdad creemos que podemos elegir algo si no buscamos una línea
de salida de esa lógica?
A casi
un siglo de su publicación, cabe recordar aquello que escribió Martín Heidegger
en su libro Ser y tiempo: en el cotidiano, vivimos
en “estado de interpretado”. Porque lo hablado “por” el habla traza círculos
cada vez más anchos y toma un carácter de autoridad. “La cosa es así porque así
se dice”, señala el filósofo alemán.
Creemos comprender todo cuando en realidad repetimos aquello que “oímos”, o que
“leímos” … en alguna parte. O que “vimos”, podríamos agregar nosotros hoy,
asediados no sólo por la televisión sino por las redes anti-sociales. Estas
“habladurías” y “escribidurías”, como raramente las llama este pensador, nos
determinan lo que se ve, y cómo se ve.
Cuerpo
a cuerpo
¿Por
dónde pasa la disputa sensible actual? ¿Cómo vincular la intervención político-cultural,
el que-hacer crítico-intelectual con la batalla anímica que involucre nuestro
cuerpo y nuestra subjetividad de manera directa? Implicarse de lleno en las formas
de vida que vayan contra la época resulta hoy no sólo deseable, sino necesario,
fundamental, vital.
La
batalla cultural ha sido reducida por las derechas contemporáneas y ciertos
progresismos a una cuestión discursiva, de redes sociales o intervenciones mediáticas,
cuando en realidad lo central pasa por los cuerpos, por nuestra “corpo-subjetividad”
(el término ha sido acuñado por el psicoanalista argentino Enrique Carpintero).
Sacar
nuestros cuerpos del ensimismamiento hoy no resulta cosa sencilla. Falta que
hagamos el amor mientras miramos el celular y… ¡cartón lleno! ¿Qué no hacemos
con el aparatito en la mano?
De
allí que haya una lucha actual que pase por los cuerpos, por recuperar la
intervención de nuestros cuerpos en las distintas dimensiones de la vida: escuchar
música en vivo, mirar una película en el cine, leer un libro, contemplar un
cuadro o una fotografía impresa a escala, encontrarse con amigos, caminar, hacer
el amor, mirar por la ventana de un transporte público o de un bar y, por
supuesto, manifestarse en las calles como cuerpo colectivo, reinventar nuestras
prácticas políticas en el ámbito sindical, partidario o de colectivo social,
artístico, educativo, comunicacional…
Ya
en los años ochenta, y sobre todo después de haber observado la importancia de
lo “territorial” en la vida popular tras su visita a Chile (y Argentina), el
pensador, analista y militante francés Félix Guattari planteaba la necesidad de
“reconversión ecológica” de la acción sindical, en un contexto de crecimiento –asimismo– de los activismos ecologistas y feministas
en Europa. Decía en trabajos teóricos, pero también en notas periodísticas
publicadas en medios como Le Monde (textos luego compilados en argentina
bajo el nombre de ¿Qué es la ecosofía?), que esta “reconversión” implicaba
una “reinvención de la subjetividad obrera”, a través de nuevas prácticas, en
una especie de llamada a “ampliar y enriquecer” su perspectiva desde la
constitución de nuevas alianzas que le permitieran “asociar componentes heterogéneos”.
Así, cuestiones tan inmediatas de nuestras elementales, pueden ligarse con otras
más complejas de una estrategia popular de largo plazo: el peso que las
opresiones tienen en la diferencia etaria o de orientación sexo-genérica, de
raza y el vínculo que sostenemos con el ambiente natural no son meras
cuestiones “personales”, pero tampoco, declaraciones públicas sin encarnadura.
Frente
a derechas contemporáneas que abisman la experiencia humana y al planeta hacia
la catástrofe económico-social, subjetiva y ecológica, producir un corte con la
lógica del mundo tal como se nos presenta no puede ser nunca ni una cuestión
individual, ni una cuestión política que nos involucre de cuerpo entero.
La disputa
anímica atendiendo no sólo a cuestiones de “comunicación”, sino
fundamentalmente a entramados ideológicos y sensibles puede permitirnos
combatir el desánimo y el desgano para implicarnos de modo directo en una
declaración de guerra hacia los modos de vida que quitan de la experiencia humana
la fraternidad, el punto de vista de la igualdad y el amor por la diferencia
que nos caracteriza como especie.
Quebrar
las rutinas que nos envuelven e investigar formas de creatividad implica asumir
una batalla desde lo más íntimo hasta lo más público, porque la imaginación colectiva
que necesitamos no podrá efectuarse sin un activo despliegue de potencias singulares
de reinvención. Como decían los vanguardistas surrealistas hace un siglo atrás,
anhelamos “Cambiar la vida… y transformar la sociedad”.
*Nota
publicada en Revista Zoom
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