Partió de este mundo Beatriz Sarlo,
una de las grandes titanes de una política cultural en nuestro país, de esas
que valía la pena leer y escuchar (sobre todo leer), incluso para pelear, para
discutir, para debatir, para polemizar. Una de esas con posición propia y que
no se amilanaba.
¡Las veces que he discutido con
amigues, compañeres de ruta al afirmar que era “Sarlista”! No tanto porque me
guste decir que “soy” algo sino más bien para posicionar una reivindicación: la
de su recorrido intelectual, que es parte de la historia cultural de la
Argentina: la de las revistas Los Libros y Punto de vista; la de su labor
editorial; la de sus clases en Letras de la UBA; la de sus libros sobre
literatura argentina: la de su formación; la de su vocación de intervención...
¡Cuánto hemos aprendido a leer a partir de sus propias lecturas!
Recuerdo que hace poco, buscando
videos de Sarlo y de Piglia en Youtube, encontré una entrevista en la que
reivindicaba la formación clásica, y se reía de ella misma que, en años
anteriores -decía- había sido tan bruta de promover que redujeran griego y
latín de la carrera. También recuerdo ahora su intervención en 678, ella tan
anti-K pero tan atenta al debate público, con su emblemático “Conmigo no,
Barone”. Este año, en el Taller de “Escrituras sintomáticas” vimos su
intervención sobre lenguaje inclusivo, en la que debate con Santiago Kaliwoski,
que se nota que sabe más del tema, pero ella no se achica ni recula en sus
posiciones.
Lamento su partida, lamento que la
última vez que la escuché fue en una entrevista tan mala como la que le hizo
Rebord y, también, que hace poco quise escribirle, cuando conseguí su email,
para ver si podía entrevistarla y sumarla a un libro que estoy preparando con
conversaciones que mantuve junto a Zito lema, Kohan y Gruner sobre marxismo y
cultura, y me dije que, en este año de mierda, esa entrevista, podía esperar.
Se la veía bien a La Sarlo, se decía que estaba escribiendo su autobiografía.
Sé que hay quienes criticaban sus “aires de superioridad”, pero a mí me
encantaba. Ojalá aparezcan pronto esas “memorias”, aunque sea incompletas, que
leeremos con pasión como leímos las de Simone de Beauvoir.
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