LIBROS PARA EL CAMBIO SOCIAL
Por Mariano Pacheco
La intrepidez de un
pensamiento audaz como el psicoanálisis y una época de expansión
de la idea comunista. ¿Qué pasó con la práctica y los postulados
impulsados por Sigmund Freud en las tierras en donde por primera vez
las ideas de Karl Marx funcionan como usina para poner en marcha la
maquinaria de construcción de una nueva sociedad?
“El coraje es necesario para
un hombre de acción, pero parece que es necesario un monto mucho
mayor de audacia para pensar”
Prólogo
a la versión rusa de Más allá del principio del
placer
(Lev Vygotski y Alexander
Luria)
Cinco autores ensayan cinco
textos diferentes para abordar el vínculo entre marxismo y
psicoanálisis, en este año plagado de aniversarios fundamentales
para la cultura de izquierdas en el mundo: 50 del asesinato de
Ernesto Che Guevara, 150 de la publicación de El capital de
Marx y, finalmente, 100 de la Revolución Rusa, acontecimiento sobre
el que se concentra este libro. Publicado recientemente por editorial
Topía, El psicoanálisis en la revolución de Octubre
(compilado por el director de la revista Topía,
Enrique Carpintero), cuenta con textos del propio Carpintero, Eduardo
Gruner, Alejandro Vainer, Hernán Scorofitz y Juan Carlos Volnovich.
El libro tiene además un apéndice donde se reproduce el prólogo a
la versión rusa de Más
allá del principio del placer
(emblemático libro de Sigmund Freud), escrito por Lev Vygotski y
Alexander Luria; texto presentado por Juan Duarte, quien realizó la
traducción del ruso al castellano.
Reconstrucción de un
imaginario revolucionario
En
su texto titulado “De Rusia: ¿con amor? Luces y sombras de la
Revolución de Octubre”, Eduardo Gruner contextualiza la situación
de los primeros años del proceso soviético y su posterior
decadencia, ascenso del stalinismo de por medio. El autor de El
género culpable problematiza
la relación entre memoria y olvido en el mundo contemporáneo,
llamando la atención sobre el “prestigio desmedido y peligro”
que adquirió el concepto de memoria en el actual discurso de la
“corrección democrática” y advierte asimismo sobre lo
problemático de la estrategia del olvido del Ser de las revoluciones
promovida por el poder: recordar todo el tiempo que estos procesos no
valen la pena de ser recordados y mucho menos repetidos, colocando al
fracaso de las apuestas revolucionarias como destino ineluctable de
los procesos de transformación. Gruner se pregunta por qué se ha
mitigado entre las masas el imaginario revolucionario, y afirma que
hay que volver a discutir “el horizonte revolucionario como tal”.
Recordando una frase del escritor Gilbert Chesterton sentencia: “las
causas perdidas son precisamente las que podrían haber salvado al
mundo”.
En
“Los freudianos rusos y la Revolución de Octubre”, Carpintero
destaca por su parte el hecho de que la revolución bolchevique haya
abierto “el camino de la creatividad” en todos los ámbitos, al
romper con la rígida censura religiosa (en especial en las
manifestaciones artísticas y científicas), y reconstruye el ingreso
del psicoanálisis en Rusia a partir de una figura (Osipov) que, si
bien tuvo sus posiciones políticas conservadoras (cuando triunfa la
Revolución del 17 emigra a Praga, sin ir más lejos), fue una figura
muy importante en el período pre-revolucionario. Osipov, reseña
Carpintero, fue un psiquiatra que había sido encarcelado en 1897 por
haber participado del movimiento estudiantil, y luego expulsado de la
Universidad de Moscú, donde estudiaba Medicina (estudios que
continúa luego en Alemania y Suiza). Años después (1906), al
regresar a Rusia, Osipov trabajó en la clínica de la Universidad de
Moscú, donde enseñó y practicó la terapia impulsada por Freud,
con quien poco después estudió en Viena, convirtiéndose a su vez
en uno de sus traductores al ruso. En 1910, junto con Moshe Wulff (el
primer médico que practicó el psicoanálisis en Rusia), Ospiv funda
Psikhoterapiia,
una revista en la que publica algunos artículos sobre teoría
freudiana. Aparecieron 30 números de esta publicación desde su
fundación hasta 1914, cuando deja de salir por razones económicas
vinculadas al contexto de inicio de la 1° Guerra Mundial, tras la
que Wulff se establece en Moscú para abrir un departamento
especializado en el abordaje de enfermos mentales desde una
perspectiva psicoanalítica en una una clínica psiquiátrica. A
diferencia de Ospiv, Wulff sí fue partidario de la Revolución de
Octubre, aunque luego (1927) tuvo que emigrar producto de la
persecución stalinista (su estadía en Berlín dura unos años, tras
los cuales debe emigrar nuevamente, ésta vez producto de la
persecución del nazismo).
En su ensayo, Carpintero
también realiza una reivindicación de mujeres que fueron
fundamentales en esta historia de vínculos entre el marxismo y el
psicoanálsis, como Alexandra Kollantai, la primera mujer en
participar de un gobierno y la primera en ejercer la función de
representante ante un gobierno extranjero. “Con el nuevo gobierno
fue elegida Comisaria del Pueblo de la Asistencia Pública, desde
donde luchó para alcanzar la igualdad política, económica y sexual
de hombres y mujeres”, descata Carpintero, quien recuerda que fue
la “Rusia de los Sóviets” el primer lugar en el mundo en donde
se estableció total libertad de divorcio y donde el aborto fue libre
y gratuito (medidas anuladas luego por el stalinismo, quien se
propuso afianzar la figura de la familia tradicional). También es
recordada Tatiana Rosenthal, formada en el feminismo, el freudismo y
el marxismo, quien llegó a participar de las reuniones de los
miércoles en casa de Freud, mujer que formó parte del “comité de
bienvenida” a Lenin en abril de 1917 y dos años más tarde, fue
designada médica principal y supervisora de la sección clínica del
Instituto de Patología Cerebral. Finalmente, Carpintero rescata a
Sabina Spierein, mujer que estudió medicina, se analizó con Jung y
fue discípula de Freud, además de tener como paciente a Jean
Piaget; figura también reivindicada por Juan Carlos Volnovich en su
texto “Sabina Spielrein. Expropiación intelectual de la historia
del psicoanálsis” en donde, entre otras cuestiones, recuerda que
Sabina, al llegar a Moscú, fue recibida con todos los honores por
las autoridades del Partido, por ser considerada la psicoanalista
mejor formada en el país (luego integró la presidencia de la Unión
Psicoanalítica y co-dirigió el Hogar psicoanalítico, además de
ejercer la docencia en la Universidad de Moscú y el Instituto
Estatal de Psicoanálisis, la única institución estatal de
psicoanálisis en el mundo).
El ocaso de los ídolos
En
“La Revolución Rusa y sus resonancias entre psicoanalistas
europeos. La construcción de una izquierda
freudiana”,
Alejandro Vainer se propone romper con dos mitos fundamentales: el
que coloca a Freud como un héroe (en sentido grandilocuente de
“genio”) y el que restringe al psicoanálisis como una práctica
específicamente burguesa.
Vainer destaca el carácter
colectivo de los inicios del psicoanálisis, en el cual maestros,
pares y discípulos jugaron un rol fundamental dentro del
“movimiento”, emergente a su vez de una sociedad y una cultura
determinada. “La visión liberal burguesa del genio es la de un
individuo, y no la del pico más alto de un movimiento que es
histórico social, encarnado en lugares y en una producción
colectiva de grupos de trabajo”, destaca Vainer, argumentando
contra la idea que coloca a Freud en el lugar de un “héroe
iluminado” que creó, él sólo, el psicoanálisis.
Operación
de lectura que realiza el coordinador general de la revista Topía
cuando también desmitifica el carácter exclusivamente burgués del
psicoanálisis. Y lo hace rescatando un texto del propio Freud, de
1918, titulado Nuevos
caminos en la terapia psicoanalítica,
en donde el profesor vienés afirma que los psicoanalistas pueden
atender a las clases acomodadas de la sociedad, haciendo poco por las
capas populares, cuyo sufrimiento neurótico es “enormemente más
grave”. “Esta ponencia de Freud fue muchas veces repetida y
citada. Pocas veces puesta en su materialidad histórica y las
consecuencias concretas para el movimiento psicoanalítico”,
sostiene Vainer, antes de rescatar la experiencia de la “Budapest
pre-revolucionaria” donde tuvo origen el proyecto de fundación de
Clínicas Psicoanalíticas Gratuitas (12 expandidas por Europa), que
también tuvieron carnadura en centros neurálgicos como Berlín
(1920) y Viena (1922), en momentos claves de sus procesos históricos,
con intentos revolucionarios en Alemania (como los encabezados por
Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht de la Liga Espartaquista previos a
la República de Weimar) y en medio de la “Viena roja” gobernada
por el “austro-marxismo” que, entre otras cosas, llevó adelante
una audaz política de salud pública en el marco del cual se
desarrolló la experiencia del Ambulatorium.
En Berlín, por ejemplo, el Poliklinik
tuvo
como política establecer los honorarios de acuerdo a las
posibilidades que los pacientes manifestaban en su primera
entrevista. Con instalaciones montadas a partir de la fortuna
personal donada por Maz Eitingon, el lugar fue acondicionado por
Ernest, el hijo arquitecto de Freud, y llegó a contar no sólo con
habitaciones con divanes sino también con modernas técnicas de
aislamiento acústico. Por allí pasaron 969 varones y 989 mujeres,
la mayoría trabajadores, desocupados y estudiantes, en una quinta
parte analizados gratuitamente (algo similar pasó en Ambulatorium,
por donde pasaron 800 mujeres y 1445 varones).
Ambas experiencias cayeron al
son del tambor de los nuevos aires de la historia. El avance del
stalinismo en Rusia fue acompañado por el ascenso del fascismo en
Italia y el nazismo en Alemania. Tal como destaca el autor, en la
década del 30 “el giro a la derecha de la Asociación
Psicoanalítica Internacional terminó de consumarse”.
Encuentros y desencuentros
Cabe destacar el aporte
realizado por Hernán Scorofitz a esta publicación, quien en su
ensayo “León Trotsky, el freudiano de la revolución de octubre”,
realiza un recorrido por las posiciones del jefe del Ejército Rojo
en relación a la disciplina fundada por Sigmund Freud (esto dicho
con todos los reparos ya mencionados por Vainer).
En este texto, Scorofitz
recuerda que Trotsky comienza a interesarse por el psicoanálisis en
los años inmediatos a la revolución de 1905, mientras permaneció
exiliado en Viena y frecuentó tertulias en cafés donde asistían
personas pertenecientes al núcleo íntimo de Freud. Si bien el
teórico de la revolución permanente tuvo momentos de mayor y menor
entusiasmo frente a los postulados freudianos (una de sus hijas que
frecuentaba divanes se suicidó), nunca consideró al psicoanálisis
como “incompatible” con el marxismo, como sí lo hizo la posición
oficial del stalinismo, quien consideró al freudismo como
“desviación burguesa”, algo de lo que muy bien da cuenta en su
texto Volnovich, quien recuerda que así como en 1923 la Unión
Psicoanalítica Rusa se incorpora a la Asociación Psicoanalítica
Internacional (convirtiéndose el Instituto Psicoanalítico de Moscú
en el tercer instituto de formación de psicoanalistas reconocido por
Freud en el mundo, tras el de Viena y Berlín), al año siguiente
–tras la muerte de Lenin-- trotsky cae en desgracia y el
psicoanálisis pierde a su protector. Tiempo después de desmantelan
instituciones de vanguardia, como el Hogar de niños y el Instituto
Estatal de Psicoanálisis, proceso que se acrecienta en 1930 cuando
el Primer Congreso de Psicología de la Unión Soviética denuncia al
freudismo como teoría reaccionaria y disuelve la Unión
Psicoanalítica Rusa y, finalmente, en 1933 se prohíba el
psicoanálisis en la URSS.
Coincidiendo con el centenario
de la gesta de aquel pueblo que supo dar figuras como la de Vladimir
Lenin y poner en marcha la construcción del primer Estado Obrero en
el mundo, la salida de este libro en Argentina contribuye a repensar
los vínculos entre las apuestas de los procesos de transformación
material de la sociedad (hoy tan vigentes como hace un siglo) en
serie con los procesos de transformación subjetiva, es decir, la
relación existente entre el cambio en las relaciones de producción
y las relaciones de los hombres y las mujeres (los devenires diversos
en realidad) consigo mismo y con los demás.
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