Marx, el Che y la Revolución Rusa
Tres números, tres
aniversarios redondos que nos ayudan este año a repensar las políticas de
emancipación y trazar un legado entre las luchas actuales y las que nos
precedieron para tejer “un secreto compromiso de encuentro” entre las
generaciones del pasado y la nuestra, como supo recomendar Walter Benjamin.
Por
Mariano Pacheco para Contrahegemonía web
Pasó ya un siglo y medio desde
que Karl Marx publicara la primera edición de su estudio El capital; un
siglo desde que, encabezados por Vladimir Lenin, los bolcheviques conquistaran
el poder en Rusia y edificaran el primer Estado obrero en el mundo, abriendo un
nuevo surco de posibilidades para el desarrollo internacional de la revolución
socialista; y, finalmente, medio siglo desde que fuera asesinado en Bolivia
Ernesto Guevara, el Comandante nuestroamericano que pretendió juntar el legado
de Marx y de Lenin con el de Bolívar y de San Martín para desatar en todo el
territorio de la Patria Grande un nuevo Vietnam. ¿Qué nos queda de esta tríada
de aniversarios, más allá de las efemérides? ¿Es posible reactualizar un legado
contestatario o estamos condenados a la mera repetición hueca de los
recordatorios nostálgicos? Intentaremos en este breve ensayo volver sobre los
pasos de estos tres grandes acontecimientos de la cultura de izquierdas en el
mundo, en la búsqueda por frenar un instante la caminata, mirar atrás y tomar
nuevas fuerzas para continuar la marcha.
Transformarse en otro
El marxismo
entendido como proceso permanente de desalienación puede ser el punto de enlace
de la tríada de aniversarios redondos a los que asistimos en 2017. En tal caso,
no habría “ruptura epistemológica” entre el joven Marx idealista y el Marx
maduro advenido a la ciencia, entre otras cuestiones, porque los Manuscritos
económico-filosóficos de 1844 pueden ser leídos en serie con los estudios
sobre El capital.
Por supuesto podría objetarse
que hay en los textos primeros de Marx cierto humanismo ingenuo y que la
“teoría de la alienación” ha sido leída en clave sujeto-céntrica de pensar que
la superación del capitalismo habilitaría algo así como un reencuentro total
del hombre con sí mismo. Se sabe, esta mirada no haría más que caer en un nuevo
idealismo, contrario al materialismo tantas veces pregonado por el autor de La
lucha de clases en Francia. Por otra parte -y no entraremos aquí en ese
debate pero al menos dejamos sentadas las bases de su enunciación- ya hace
tiempo y allá lejos tanto Federico Nietzsche como Martin Heidegger anunciaron
que tras la muerte de Dios moría el hombre (como ser puesto de rodillas frente
a la divinidad) pero que sus sombras podían permanecer por largo tiempo (¿qué
otra cosa sino una sombra de la muerte de Dios sería colocar al hombre o a la
ciencia en su lugar?). Siguiendo los rastros de lectura trazados por Facundo
Nahuel Martín (Marx de vuelta. Hacia una teoría crítica de la modernidad)
podríamos decir que la “puesta en cuestión” de la unidad sujeto-objeto bajo el
primado del sujeto puede desarrollarse desde una perspectiva materialista (el
impulso a entregarse al devenir de la experiencia histórica por parte del “ser
genérico”) presente ya en los Manuscritos. Leídos desde este punto de
vista, los textos juveniles de Marx funcionan como una máquina de guerra que
corroe las bases de legitimación del capital como sujeto de la totalidad
opresora que reemplaza el lazo social comunitario por el lazo social abstracto
de las relaciones de intercambio, que son las que priman en la nueva lógica de
división del trabajo que reemplaza la producción para la subsistencia por la
producción para el intercambio como fundamento del nexo social e instala a la
lógica de la acumulación como finalidad dominante de la economía (producción
para la reproducción ampliada de valor).
Cuando Marx plantea, en El
capital, que las fuerzas productivas creadas por el hombre han dejado de
pertenecerle para tiranizarlo (“así como en las religiones el hombre está
dominado por las criaturas de su propio cerebro, en la producción capitalista
lo vemos dominado por los productos de su propio brazo”), no hace más que
retomar sus planteos juveniles en torno a la relación estrecha entre proceso de
valoración de las cosas y desvalorización del mundo humano que se le revela no
en respuesta a una pregunta abstracta sobre el origen de la propiedad privada
sino en la elucidación del interrogante en torno al papel del trabajo enajenado
en el devenir histórico de la humanidad.
La lucha por la desalienación,
entonces, puede ser leída en clave idealista como intento de efectuar un
“reencuentro total” del hombre con sí mismo, o bien puede ser entendida como
una batalla por combatir el “maltrato físico y espiritual” que pone en el
sistema capitalista al trabajador enfrentado a su creación; que opone a propietarios
con no propietarios; que cosifica las relaciones sociales; en fin, que hace que
las personas pasen la mayor parte de su tiempo diario en una actividad en la
que no pueden afirmarse sino que se niegan a sí mismos de manera permanente.
De allí que Marx, tal como
Antonio Gramsci señaló en los Cuadernos de la cárcel, haya iniciado
intelectualmente una “edad histórica” que seguramente durará hasta el posible
advenimiento de una sociedad regulada (algo similar supo plantear décadas
después Jean Paul Sartre cuando en su Crítica de la razón dialéctica afirmó
que “el marxismo es la filosofía insuperable de nuestra época, en tanto no han
sido superadas las condiciones que le dieron nacimiento). Y más allá de todos
los cambios operados en la dinámica capitalista, con su análisis de la
mercancía, Marx realiza una operación de lectura fundamental al establecer que
es el trabajo asalariado el que crea valor, que es la explotación la que genera
el plusvalor, la ganancia de la clase capitalista. Operación de lectura que
reclama reactualizaciones en cuanto a un análisis de los modos concretos de la
explotación concreta en el siglo XXI, pero que en lo central -entendemos- no ha
perdido actualidad.
Mercancía, deber y
liberación
En un pasaje de su célebre
texto titulado El socialismo y el hombre en Cuba, publicado en el
Semanario uruguayo Marcha en marzo de 1965, Ernesto Guevara destaca que
en la transición al socialismo, la máquina sólo aparece como “trinchera” en la
que se cumple un deber. “El hombre comienza a liberar su pensamiento del hecho
enojoso que suponía la necesidad de satisfacer sus necesidades animales
mediante el trabajo. Empieza a verse retratado en su obra y a comprender su
magnitud humana a través del objeto creado, del trabajo realizado. Esto ya no entraña
dejar una parte de su ser en forma de fuerza de trabajo vendida, que no le
pertenece más, sino que significa una emanación a sí mismo, un aporte a la vida
común en que se refleja: el cumplimiento de su deber social”. En clara sintonía
con los planteos de Marx, Guevara problematiza la temporalidad presente en los
cambios materiales y subjetivos, prestando particular atención a éstos últimos.
“Las variaciones son lentas y no son rítmicas” argumenta, no sin advertir que
el “escolasticismo” ha frenado el desarrollo de la filosofía marxista e
impedido el “tratamiento sistemático” de un período complejo como el de la
transición, en el que todavía operan muchos elementos del capitalismo.
Tal como hemos sostenido
recientemente en un breve texto dedicado a recuperar las “hipótesis” de Ricardo
Piglia en torno a Guevara, como lector y como escritor, no puede dejar de
remarcarse que junto con su labor como combatiente guerrillero y militante
internacionalista, hubo en el Che una profunda vocación por contribuir al
desarrollo de la teoría revolucionaria desde estas latitudes. Vocación que se
enlaza con sus intentos juveniles de erigirse en escritor, que está
estrechamente ligada con su afán por “volcarse al mundo” a través de los
viajes, en los que nunca dejó de leer y en los cuales comenzó a escribir
(cartas, diarios y “notas de lectura”). Viajes por Latinoamérica que no sólo lo
pusieron cara a cara con los condenados de la tierra de este continente sino
también con quienes -décadas atrás- habían ya teorizado sobre el marxismo desde
una perspectiva situada, como el amauta José Carlos Mariátegui.
Embarcarse, y después ver
Si algo distingue a figuras
como la de Marx y Guevara, pero también la de Lenin y Trotsky, es que fueron
profundamente audaces. Y que supieron cultivar un fuerte entrelazamiento entre
diferentes esferas existenciales pujando por no escindir teoría y práctica,
militancia política y reflexión, crítica de lo dado y proyección de pautas para
un mundo nuevo.
Lejos de ese oxímoron que ha
sido conocido bajo el nombre del “marxismo académico” como del pragmatismo
extremo característico de muchas expresiones surgidas tras las derrotas de los
proyectos emancipatorios del último siglo y medio, la cotidianeidad de estos
revolucionarios estuvo marcada por la actividad política y la escritura (y un
constante ejercicio de lecturas y formación). En todos los casos (también se
podría sumar al “poeta” Mao y al “crítico” Gramsci) fueron personas de su
tiempo fuertemente informados sobre los debates contemporáneos y no sólo en
política, sino también en ciencia, arte, filosofía, literatura.
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