INSCRIPCIÓN A: cronicasdesdecordoba@gmail.com
Con
la publicación de El AntiEdipo (primer tomo de Capitalismo
y esquizofrenia), en 1972, Gilles Deleuze y Félix Guattari ponen
al deseo en el centro de la escena. Aún están encendidas algunas de
las brazas que han quedado del fuego del 68. Y si bien el libro no
busca ser una “representación” del Mayo Francés, es difícil no
pensar ese encuentro entre ambos autores sino a la luz del “campo
de posibilidades” abierto por aquél acontecimiento.
El
AntiEdipo viene de algún modo a tratar de enlazar las
operaciones físicas con las operaciones lógicas, en un torrente de
crítica que se lleva puesta a las corrientes hegemónicas en el
campo de las humanísticas y sociales de aquellos años: el
psicoanálisis, la lingüística, la antropología e incluso el
marxismo, fuertemente influenciados entonces por figuras como las de
Jaques Lacan, Fernandin de Saussure, Levi Strauss y Louis Althusser.
Deleuze
y Guattari reconocerán el aporte de Freud en términos de
descubrimiento de eso que llamamos el inconsciente, pero denunciarán
con fuerza la operación idealista de reducirlo todo a ese “sucio
secretito familiar”, al gran teatro de la representación que es
Edipo, ese gran aparato de represión y de separación del deseo del
campo social. Edipo, entonces, ya no es una discusión que atañe a
los psicoanalistas o a los amantes de la literatura clásica, sino a
ese conjunto social que se ve atravesado por la actitud imperialista
de la interpretación que lleva a edipo a todos los campos.
El
AntiEdipo indaga en la relación entre psicoanálisis y
capitalismo, pero también entre esquizoanálisis y movimientos
revolucionarios. Una crítica política de la cultura burguesa, pero
también, una propuesta materialista de análisis militante
(libidinal, político, económico), un constructivismo a partir del
cual hacer de la pragmática una máquina de guerra contra el
capital.
“Nos
dirigimos a los inconscientes que protestan”, dijeron en el momento
de salida del libro. Y advertían –siguiendo una línea
nietzscheana que no busca juntar ganado, sino trazar líneas posibles
de amistad-- que tenían gran necesidad de aliados, y que de algún
modo, con ese libro, salían a buscarlos.
Enorme
desafío para retomar en esta cruenta realidad neolibral.
Juntarse
entonces para leer, para reflexionar, para abrir un paréntesis a la
cotidianeidad. Hacer El AntiEdipo, también, una
máquina de guerra textual, que acompañe atrás máquinas
(artísticas, amorosas, políticas) que puedan surgir o proliferar,
por aquí o por allá, en esta búsqueda por deshacernos de aquello
que el capital ha hecho de nosotros. No amontonarse, pero sí
re-unirse. Para devenir manada.
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