lunes, 15 de julio de 2019

Con el Mestro Juan "Tata" Cedrón y la Pequeña Guardia Roja (historia de una foto, o una foto para la historia)



En el día de las caras envejecidas, comparto esta imagen que expresa una conmoción temporal en mi existencia, pero en rostros reales, sin intervención: junto a la Pequeña Guardia Roja y el Tata.
El sábado estuvimos con mi hermana Gaby y mi hija Malena, de 8 años, viendo a Cedrón en San Telmo (Juan tiene 80 y yo 38). Escucho a Cedrón desde los 15 años. Los vi (y los escuché) en los noventa, cuando vivían en París y venían cada tanto a dar concierto en Buenos Aires (aún conservo el programa de su visita a la librería Gandhi, en la calle Corrientes, en 1997/1998, cuando interpretaron las clásicas canciones musicalizando poemas de Juan Gelman y Raúl González Tuñón); los vi (y los escuché) en los dosmil, cuando regresaron a vivir a la Argentina, y mezclaron poesía con tango y con teatro en su homenaje a Roberto Arlt; los vi y los escuché en los inicios de esta segunda década del siglo XXI, con sus temas nuevos, sus homenajes a Homero Manzi, sus cálidos shows en pequeños y amenos lugares. Los sentí cuando leí la biografía del maestro y me trasladé a tiempos en los que ni siquiera había nacido.
Hay pocas marcas muy profundas en mi vida. Una de ellas fue el cruce con Cedrón: el trío, el cuarteto, ahora el quinteto.
Ver al Tata y la compañía de esos enormes músicos (y músicas, ya que Josefina García también la rompe en el escenario) junto a mi hija que sacaba fotos con el celular de su tía, y miraba con asombro cómo un histórico del grupo tocaba el violín, suscitó una emoción inenarrable en mí.
Suelo escuchar "tanguitos" muchos domingos en casa, en compañía de Male. Hoy regresé a Córdoba, tras varios día en Buenos Aires, y mientras escribía --¡todo el día escribiendo, siguiendo la premisa de Art!-- escuché varios discos de Cedrón. Ya no tengo los casettes, vaya uno a saber dónde están los CD, pero la discografía completa que circula en la red es una caricia al alma en tiempos como estos.
Male crecerá, yo me pondré más viejo y el Tata, con sus 80 años, se merece quedar fotografiado así, con sus arrugas y su gesto siempre rebelde, juvenil, sin agregarle más años de los que ya tiene.


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