martes, 17 de diciembre de 2024

Partió de este mundo Beatriz Sarlo, una de las grandes titanes

 


Partió de este mundo Beatriz Sarlo, una de las grandes titanes de una política cultural en nuestro país, de esas que valía la pena leer y escuchar (sobre todo leer), incluso para pelear, para discutir, para debatir, para polemizar. Una de esas con posición propia y que no se amilanaba.

 

¡Las veces que he discutido con amigues, compañeres de ruta al afirmar que era “Sarlista”! No tanto porque me guste decir que “soy” algo sino más bien para posicionar una reivindicación: la de su recorrido intelectual, que es parte de la historia cultural de la Argentina: la de las revistas Los Libros y Punto de vista; la de su labor editorial; la de sus clases en Letras de la UBA; la de sus libros sobre literatura argentina: la de su formación; la de su vocación de intervención... ¡Cuánto hemos aprendido a leer a partir de sus propias lecturas!

 

Recuerdo que hace poco, buscando videos de Sarlo y de Piglia en Youtube, encontré una entrevista en la que reivindicaba la formación clásica, y se reía de ella misma que, en años anteriores -decía- había sido tan bruta de promover que redujeran griego y latín de la carrera. También recuerdo ahora su intervención en 678, ella tan anti-K pero tan atenta al debate público, con su emblemático “Conmigo no, Barone”. Este año, en el Taller de “Escrituras sintomáticas” vimos su intervención sobre lenguaje inclusivo, en la que debate con Santiago Kaliwoski, que se nota que sabe más del tema, pero ella no se achica ni recula en sus posiciones.

 

Lamento su partida, lamento que la última vez que la escuché fue en una entrevista tan mala como la que le hizo Rebord y, también, que hace poco quise escribirle, cuando conseguí su email, para ver si podía entrevistarla y sumarla a un libro que estoy preparando con conversaciones que mantuve junto a Zito lema, Kohan y Gruner sobre marxismo y cultura, y me dije que, en este año de mierda, esa entrevista, podía esperar. Se la veía bien a La Sarlo, se decía que estaba escribiendo su autobiografía. Sé que hay quienes criticaban sus “aires de superioridad”, pero a mí me encantaba. Ojalá aparezcan pronto esas “memorias”, aunque sea incompletas, que leeremos con pasión como leímos las de Simone de Beauvoir.

 

MARIANO PACHECO (17- 12- 2024)

domingo, 24 de noviembre de 2024

Sobre “Golpe de suerte en París” de Woody Allen

 


La vida se divide entre el lado Woody Allen del cine y el que no. Quienes nos deleitamos con sus películas disfrutamos cada nuevo estreno en la pantalla grande. En este caso, “Golpe de suerte en París”, su film Nº 50, cuando este grande de los grandes del celuloide está por cumplir 90 años.

 

Por un lado, lo de siempre: una historia de amor clásico de pareja heterosexual con alguna infidelidad de por medio en una querida ciudad (esta vez, de nuevo, en la capital francesa, pero a diferencia de “Medianoche en París” –2011– ahora con un elenco y lengua local). Por otro lado, la magia de su toque singular: la música, la buena selección de personajes (de ambos sexos, ahora que él, desde hace años ya, no protagoniza sus propias producciones).

 

Como en “Melinda, Melinda” (2004), aquí también aparecen dos modos de abordar la misma historia, pero ya no desde la comedia y la tragedia, sino desde el modo en que se comprende el azar para la existencia.

 

Una historia sencilla en torno a una mujer bella e inteligente (Lou de Lâage en el papel de Fanny) que se termina casando como un hombre que la sitúa en el lugar de “esposa-florero” y sus modos de intentar salirse de esa situación; un marido rico (Melvil Poupaud asumiendo el rol de Jean) que se dedica a hacer más rico a los ricos y que no puede entender el vínculo con los otros (incluida “su amada”) sino desde la posición del interés individualista en donde cada persona queda reducida a objeto; y un amante, escritor-bohemio Alain, interpretado por Niels Schneider) que se encuentra en la ciudad-capital europea por excelencia, en la “República de las letras”, intentando escribir una novela y buscando iniciar una relación con su gran amor de la adolescencia de cuando ambos vivían en Estados Unidos y eran compañeros del Liceo Francés en Nueva York (y a quien se cruza de casualidad caminando por París).

 

Surge así un feliz encuentro atravesado por los placeres poéticos, sexuales y culinarios, que pronto se verá interrumpido por la propia lógica del relato cinematográfico y un desvío imprevisto en la historia.

 






viernes, 22 de noviembre de 2024

Sobre "Todos quieren salvarse" (2º temporada)

 


¿Qué hacemos con nuestros fantasmas, nuestros sufrimientos y los ajenos, con la dificultad por gestar una empatía con el otro, con los obstáculos por sostener una vida en medio del caos?

 

Algo de todo esto aparece tematizado en “Tutto chiede salvezza” (Todos quieren salvarse), serie de Netflix que tras el estreno de la primera temporada (octubre de 2002), llegó recientemente a las pantallas con su segunda temporada de 5 episodios.

 

La historia, basada en la novela homónima de Daniele Mencarelli (2020) cuenta con la dirección de Francesco Bruni, y se centra en este segundo tramo en Daniele (Federico Cesari) y Nina (Fotini Peluso) a quienes en la primera temporada vimos juntos (rompiendo reglas y uniéndose en pasión amorosa en la terraza de un auspicio), internados en una clínica de salud mental, ahora, los vemos afuera, separados, aunque unidos por una hija en común.

 

De la mano de la cuestión tan actual de la “salud mental”, aparecen otras problemáticas que hoy son parte de la discusión pública contemporánea, como la disidencia sexual, las dificultades para encontrar orientaciones de sentido a la existencia (sobre todo entre las franjas juveniles), la presión por “ser exitosos”.

 

Con personajes consolidados en sus historias y actores y actrices compenetrados en ellas, en esta segunda parte da la sensación que la “locura” aparece menos romantizada, más real y, por lo tanto, más atravesada por la contradicción, por las contradicciones múltiples de la vida.

 

El caso emblemático de Daniele, que pasa de paciente internado a paciente ambulante pero también enfermero de la misma institución (con todo lo que implica ese ir y venir de sus dos funciones), y de Nina, tensionada entre el amor a su hija y el cariño que aún siente por Daniele y el desamor de su madre que la presiona para que actúe nuevamente y gane dinero, y afronte un proceso judicial para prohibir que su hija vea a su padre, estructuran toda la trama en la que no dejan de aparecer varios personajes de la primera temporada, tanto los vivos como los muertos y, por lo tanto, también el debate de qué hacer con ellos (con los muertos que siguen presentes, con los vivos que andan como muertos).

 

viernes, 15 de noviembre de 2024

La fotógrafa Sara Facio se merecía un homenaje en vida, y lo tuvo

 


 

Bajo la dirección de Cinthia Rajshmir  y con guión suyo en colaboración con Marcela Marcolini, el film “Sara Facio: haber estado ahí” recorre la vida y obra de esta gran fotógrafa argentina que supo retratar personajes emblemáticos de la cultura argentina y latinoamericana, como Julio Cortázar, Pablo Neruda, María Elena Walsh, Jorge Luis Borges, Astor Piazzolla, Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa… y momentos de la vida porteña como sólo alguien que se dedica a este tipo de arte con pasión y precisión puede hacerlo.

 

Alguna vez había visto en alguna muestra (creo que en el MALBA) sus postales de la Masacre de Ezeiza del 20 de junio de 1972 y de los funerales del 1 de julio de 1974 (retorno y muerte de Perón). ¡La captura de los gestos y miradas son increíbles!

 

Ahora que la fotógrafa partió de este mundo (murió el 24 de junio de 2024 con 92 años), el film-documental puede verse sin embargo todavía en cartelera, al menos en el Espacio Incaa de la ciudad de Buenos Aires (cine Gaumont de Congreso).

 

Resulta enternecedor e instructivo, el modo en que Facio muestra con orgullo, ante las cámaras, sus prolijos archivos de negativos, que se cuentan de a miles, en una vida marcada prácticamente en todo el desarrollo de su oficio en versión analógica.  

 

Sé que hay veces en que el formato clásico del cine documental, a estas alturas del siglo XXI, puede resultar poco seductor para quienes no son amantes del género, pero de verdad que esta historia contada en una hora y cuarto de filmación vale la pena ser vista.

jueves, 14 de noviembre de 2024

Las escrituras sintomáticas de J. B Pontalis

 


  “HACERSE DE UN TERRITORIO DONDE HABITE LO DESCONOCIDO” *

 

Una búsqueda incansable, una lectura imprescindible, una escritura bella y punzante. El amor a los comienzos, la autobiografía de J.B. Pontalis donde la literatura se encuentra con el psicoanálisis y la labor editorial del modo más virtuoso.

 

 

Por Mariano Pacheco

 

 

“¿De dónde nace en nosotros el amor a los comienzos sino del comienzo del amor?

De aquel sin futuro y quizás por lo mismo sin fin”.

J.B. Pontalis, El amor a los comienzos

 

 

LA VENTANA INDISCRETA


Había leído hacía tiempo el libro Ventanas –publicado en Argentina por editorial Topía– y alguna que otra vez trabajé sobre determinadas entradas del Diccionario de Psicoanálisis que escribió junto a Laplanche, pero esas eran todas mis referencias sobre J.B. Pontalis. Hasta que por Tomás Abraham llegué nuevamente a su nombre y aquello que empezó como una curiosidad se transformó en una certeza que me asaltó: tenía que conseguir ese libro del que el ensayista argentino, en su Diario de un abuelo salvaje, escribió: “Estudió filosofía, luego se volcó al psicoanálisis. Dice Pontalis que lo que aprendió de las clases de filosofía del liceo es que la filosofía es una actitud… dice que lo que aprendía de sus profesores de filosofía es que la disciplina no se basa en el saber, sino en una disposición del espíritu que consiste en introducir una mayúscula para poder asimilar el mundo”.

 

En estos tiempos en donde “todo se consigue en internet”, sin embargo, no hubo caso: en ninguno de los sitios clásicos de venta virtual lo encontré; tampoco nuevo en librerías, ni usado en una de mis clásicas recorridas por la calle Corrientes a la búsqueda de toparme con algún tesoro perdido en las de saldo. Pero como dice el dicho popular argentino, “el que busca encuentra”, así que persistí y, al cabo de un buen tiempo, pude dar con un ejemplar de El amor a los comienzos.

 

El libro es el auténtico testimonio de una vida entregada a estas pasiones que son las de editar y desarrollar una intervención desde la clínica, escritas con un estilo que hace de la autobiografía una exquisita apuesta literaria, a la que dice haberse querido dedicar en sus “sueños juveniles”, bajo el afán de fundirse en ella, y salvarse por ella. “Mi anhelo era convocar a todas las palabras para que desaparecieran, llenar de trazos negros miles de páginas para lograr un libro en blanco. Hubiera sido el humilde servidor de esa luminosidad nocturna”. Contrapunto visual desde el que piensa el quehacer literario que en otros tramos del texto se expresa bajo ejemplos sonoros, en tanto modo de concebir el arte como eso que encuentra un poder en el desafío de aquello que lo niega; en este caso, el silencio a la literatura, como lo visible a la música.

 


MAESTROS

“… Se anunció por radio una muerte. ´Un sinvergüenza menos´, exclamó mi tía con sonrisa insidiosa. Así fue saludada en la casona declinante la muerte de… Freud”.

 

El amor a los comienzos es también un homenaje a los maestros: llegar a Freud en el rodeo francés emblemático de las figuras de Jean Paul Sartre y Jaques Lacan. ¡Cómo no homenajear a esas figuras si se ha tenido la suerte no sólo de leerlos sino de tenerlos como profesores!

 

Lo primero que recuerda Pontalis de Sartre es su voz seca, su palabra tajante (el “hombre cortante”). Primavera de 1941, comienzan las clases de “moral” con ese profesor que, se decía, no usaba corbata. “Y de pronto el hombrecillo que usaba corbata e incluso, si no recuerdo mal, traje con chaleco– me arrancaba sin miramientos de aquel amable adormecimiento, de aquella confianza llana”, comenta Pontalis, quien –como remontándonos con su palabra escrita al mundo de casi un siglo atrás, sin redes sociales, sin tanta cultura de la imagen–, aclara: “en 1941 éramos pocos los que sabíamos con certeza absoluta que él era Sartre”, el profesor para el que no alcanzan palabras para describirlo (¿respeto? ¿admiración? ¿fascinación?), esa especie de dios secularizado capaz de pensar incluso lo que estaba más allá de los límites del pensamiento”. Sartre el filósofo, el dramaturgo, el polemista, el escritor. Sartre el polimorfo, el que no buscaba ni legados ni herederos, el que no soportaba los seguidores, el que se complacía en la contradicción en la que se autoformulaba (“así como no se reconocía un padre, tampoco iba a soportar la carga de hijos, igualmente dependientes en la rebeldía y en la sumisión. Un día, ya pasada la época del Liceo, lo llamé en broma `mi viejo maestro` y aun esta burla afectuosa lo fastidió un poco”). Cada ídolo tiene su ocaso. Quizás por eso, tras un largo periplo, Pontalis concluye: “quizás fue eso lo que al cabo de los años me mantuvo a cierta distancia de Sartre: nunca pude hacerme a la idea de que uno piensa sólo con la cabeza”.

 

 

***

De Sartre a Lacan, entonces, vía una infidelidad. O más bien, una incapacidad de sostener una fidelidad (a un maestro), que no se entiende ni como mérito ni como demérito (“¿de qué exactamente puede uno ser Maestro?”).

 

El aburrimiento de la Sorbonne, la certeza de que se prefería la soledad de la habitación que la pequeña multitud de un aula y, sin embargo, toparse con otra certeza: un “pensamiento nuevo”, una “palabra inédita” se producía allí, a poca distancia de la suya.

Lacan y sus suspiros presos de una tremenda fatiga. Lacan y los papeles que jamás consultaba, junto a los libros que permanecían frente a sus ojos pero que nunca abría. Lacan y las frases que rara vez terminaba, sus recursos de comediante y sus habilidades de mago y una pasión del decir que no era fingida. “Con Lacan el pensamiento parecía desplegarse siempre fuera de tema, describiendo una espiral infinita, de la que no habríamos podido afirmar si nos alejaba o nos acercaba al centro. Lacan y el arte del suspenso”.

 

Pontalis dice no objetarle a Lacan sus “excentricidades”, ni sus “caprichos de gran señor”, puesto que aquello que aparecía en el centro de la escena era otra cosa: “me inducía a romper los hábitos universitarios, a los que el mismo Sartre, aunque con rudeza, permanecía fiel a pesar de todo”. Sin embargo, dos advertencias para evitar eso que a él le resultó deplorable: la conversión de sus pares en discípulos (“encierro del que algunos no pudieron salir jamás”). Primera advertencia, dice Pontalis: “nutrirse de Lacan, habitar en Lacania sin hablar en lacaniano”. Segunda advertencia: comprender que, si en el discípulo la verdad siempre viene de boca del otro, no por eso se debe olvidar que “Lacan designa al otro con O mayúscula: no pretende ocupar su lugar, mucho menos llenarlo”.

 

 


PSICOANÁLISIS, LENGUAJE

“Una lengua habla, dice algo más allá de ella misma, únicamente cuando no nos sentimos demasiado cómodos con ella, a pesar de haberla escuchado y practicado durante largo tiempo, únicamente cuando nos sentimos incapaces de manejarla con entera soltura, como una herramienta”, escribe Pontalis, planteando con claridad ese doble movimiento de cercanía y lejanía que podemos sentir con la propia lengua.

 

Por eso dice sentir fobia del “encierro en una única lengua”, del “hablar para iniciados”, algo que a menudo queda reducido ese psicoanálisis que ingresa en todas partes sin ser invitado y se autoadjudica el lugar de “interpretación de todas las interpretaciones”.

 

Más seducido por ese “territorio donde habita lo desconocido”, Pontalis manifiesta sentir una particular atracción por esos tiempos remotos en los que imagina una humanidad primitiva que inventa la lengua (el lenguaje, la palabra) para nada, no por necesidad (como abrigarse o comer), sino porque sí (“No tenía relación con sus gestos o sus gritos, con sus señales, con nada de lo que ya usaban para expresarse y comunicarse”).

 

Ese amor a los comienzos del lenguaje se perpetúa. Y llama la atención, para nosotres lectorxs del siglo XXI– que ya en 1988 –al momento de publicarse en Francia este libro– Pontalis escriba que ignora rabiosamente todo lo referido a la informática, puesto que entiende que “el anunciado triunfo de un código universal infalible, por fin adulto, que elimina todo malentendido y responde por nosotros a toda acción, es odio frío al lenguaje”.

 

De allí el desafío de forjar la propia lengua, una lengua común –no universal– que deje alguna posibilidad a la palabra “en lo que ésta tiene de único”. Aunque también, aclara, el lenguaje es tiránico, porque está abierto a todos los sentidos e ignora de dónde viene y a dónde va.

 

 

 NARRACIÓN, MEMORIA

 

“Hasta el nómade lleva consigo su tienda y el vagabundo tiene su territorio”, escribe Pontalis, quien se interroga acerca de cómo se conforma un campo de memoria, con sus “fronteras, mojones y estaciones”, ya que solo en un espacio definido se puede producir un hecho (“sólo en una continuidad surgen los comienzos y sobrevienen las rupturas”).

 

¿Qué pasa con el yo en relación a la memoria? ¿Hay acaso una ausencia, como en el sueño, que sin embargo nos conduce –tanto en el sueño como en la memoria– sin que lo sepamos, para rebelarnos quizás de qué estamos hechos? Son preguntas que, dispersas, entraman en el libro una preocupación muy clara por la relación entre cuerpo, palabra, memoria. “¿Qué retiene la memoria en su alforja agujereada?”, se pregunta en otro apartado. Y responde: “accidentes”. Es el cuerpo, entonces –según Pontalis– el que asegura cierta continuidad, a pesar de sus rupturas, desórdenes y cambios, el que nos permite reconocer una vida como propia. “En nuestra memoria, en cambio, sólo hay discontinuidad: hechos importantes para nosotros pero ínfimos la mayoría de las veces, heridas que dejan siempre algún rastro invisible, momentos de perturbación, huecos y excesos”.   

 

“¿Qué es una vida si nadie la relata?”, se pregunta el autor en otro tramo del libro, mientras cuenta que asistió a un coloquio en el que –“sí: ¡otra vez!”, subraya– se anunció la muerte de la narración (“más como una buena noticia que como un desastre”). Escuchar semejante afirmación, afirma, lo llevó a pensar en esa muerte como análoga a la del anuncio de la muerte de la niñez. O más aterrador aún, como la liviana afirmación de que “todos los niños han muerto y que la humanidad, por fin dueña de sí misma, confió a computadoras la tarea de ´producir textos´”…

 

Cualquier coincidencia con la realidad (contemporánea de la Inteligencia Artificial), es pura coincidencia.

 

 

EXPRESIONES MÚLTIPLES


El psicoanálisis, la filosofía y la literatura, sí, pero también el trabajo propiamente de editor. Las revistas y libros, y toda una cultura que marca el siglo XX. Pontalis afirma: “Tengo dos oficios y por nada del mundo sacrificaría uno por el otro... Si el psicoanálisis dejara de interesarme o si ya nadie acudiera a mí, no me importaría, dedicaría más tiempo al trabajo editorial. En apariencia las dos tareas se complementan. Publicar trabajos psicoanalíticos y esforzarse para que un autor transmita con más fuerza y rigor lo que recogió de su experiencia no contradice mi trabajo de analista: antes bien lo prolonga e incluso le da a veces un sentido más pleno”

 

La ventaja encuentra Pontalis en esa coexistencia de actividades, en esa “bigamia profesional”, es que cada una fija los límites de la otra, de modo que “no todos los márgenes están perdidos”. Tanto quien se desempeña como psicoanalista (o “paciente”), o como editor, no puede ver su vida reducida a ello, hacer de esos oficios una identidad, sino que necesita al mismo tiempo cultivar lo que caracteriza como relaciones y conversaciones “comunes”, de “una diversidad de sucesos a modos de escansión de lo cotidiano”.

 

Quizás porque teme servir a un solo lenguaje, a un único amo, convirtiéndose necesariamente en su prisionero o esclavo, es que Pontalis sostiene que, contra esa tiranía, no hay más que un remedio: “la separación de poderes”. Apuesta por una forma de vida atravesada por aquello que él mismo caracterizó como una “afición a la expresión múltiple”.

 

 * Texto publicado en Revista Froi

 



miércoles, 13 de noviembre de 2024

Homenaje a Leónidas Lamborghini

 


(10/01/1927- 13/11/2009)

 

“El Juego del Modelo es el juego de las resonancias creadas por la reescritura del Modelo… Ninguna fastidiosa noción de trascendencia que ensombrezca el horizonte del juego, que no es otro que el de jugarlo. Sólo el puro juego. Su pura práctica. Su puro cálculo. Y su propio azar”, supo escribir Leónidas Lamborghini en El jugador, el juego, el poeta para quien su oficio se caracteriza por el anticonformismo, la experimentación constante, el no acomodarse al trabajo con la lengua según las reglas establecidas.

 

En ese juego con los modelos parió textos impresionantes, como “Eva Perón en la hoguera” (1972), una suerte de reescritura de “La razón de mi vida” pasado por una revisión en clave revolucionaria de “Mi mensaje” de Eva Perón. El texto fue publicado en el libro “Partitas”. Partitas: “equivalente a variaciones”, puede leerse en el diccionario. “Una partita o partida musical es el juego completo que se hace sobre un tema, variándolo y transformándolo, melódica, contrapuntística y rítmicamente, lo que se verifica disponiendo una serie de diversas jugadas o variaciones que el compositor hace sobre el tema compuesto”, se aclara en la primera página de la publicación.

 

Puntuación trastocada, dislocada, frenética de las reescrituras: “puntuación que lleva el ritmo de la vida: de una nueva vida para el Modelo liberado de la situación de Monumento”.

 

Las reescrituras como ejercicio de destrucción y reconstrucción, de ruptura… de una tradición momificada. Persistencia y recreación. Creación de un nuevo mito. Ejercicio intertextual. La conversión de la poesía en juego. Un juego maravilloso: tomar la escritura como un juego que se toma muy en serio.

 

Ruptura también de la sintaxis, porque un poco en la línea Fanon, la realidad del oprimido es la que aparece en un saber que decir y, sin embargo, no poder decirlo. Expresión por balbuceos de aquello que se piensa y se siente. Poesía de reescrituras compuestas de restos y desechos: trazos escritos sobre un papel que desbordan lo textual para intervenir en la realidad social.

 

MARIANO PACHECO: 13/11/2024

 

lunes, 11 de noviembre de 2024

Lecturas sintomáticas (Filosofía y Salud mental)- últimos dons encuentros 2024


 Nos proponemos trabajar un archivo histórico de textualidad para resituar la cuestión de la subjetividad en el centro de los debates actuales, recuperar un recorrido teórico-político para hacer de él una caja de herramientas que nos permita abrir una conversación sobre el futuro.

 

 MIÉRCOLES 13 Y 27 DE NOVIEMBRE, DE 19 A 21 HORAS

Actividad virtual y arancelada coordinada por Mariano Pacheco


LECTURAS

 

LAS SUBJETIVIDADES

Rozitchner: “Freud: la interiorización del poder en la formación del sujeto”, en Freud y el problema del poder y “La izquierda sin sujeto”.


Lewkowicz: Todo lo sólido se desvanece en la fluidez (“La subjetividad instituida” y “La subjetividad controlada”)


Guattari: ¿Qué es la ecosofía? (“Ecología y movimiento obrero [Hacia una recomposición ecosófica]” y “Prácticas ecosóficas y restauración de la ciudad subjetiva)

 

 

LAS REVOLUCIONES


Marx: La guerra civil en Francia (III)

 

Rolnik: “Insurrecciones micro y macropolíticas. Diferencias y entrelazamientos”, en Esferas de la insurrección

 

Guattari/ Rolnik: Micropolíticas (II: “subjetividad e historia”, selección)

 

 

domingo, 10 de noviembre de 2024

La habitación de al lado, de Pedro Almodóvar

 



Buenísima la última peli de Almodóvar. La vi el finde en el cine Lorca de Buenos Aires. Gran combinación de colores (su clásico rojo con verde, excelentes actuaciones y una historia que deja abierto un necesario y fundamental debate en la escena pública del mundo entero. No puedo creer que el estado de Israel asesine niñes y mujeres civiles a mansalva, respaldado por el imperialismo norteamericano y sin ningún tipo de escándalo internacional, pero con décadas ya transcurridas de siglo XXI aun sea condenada la “muerte digna”, la opción de terminar con la sobrevivencia biológica de un cuerpo que agoniza por enfermedad terminal, con el cáncer agresivo que contrae Martha (Tilda Swinton, actriz británica con quien el cineasta español ya había trabajado en el mediometraje “La voz humana” en 2020), una ex corresponsal de guerra  que sobrevivió a cientos de conflictos bélicos pero que ahora debe debatirse en cómo resolver la que quizás es la batalla más importante de su vida, aunque esté vinculada a la muerte: elegir no terminar sus días consumiéndose en una clínica.

 

Este primer largometraje con guion y dirección de Pedro Almodóvar hablado en inglés, inspirado en la novela “Cuál es tu tormento”, de la escritora norteamericana Sigrid Nunez, trabaja con muchísimas referencias cinematográficas, literarias, fotográficas y de artes plásticas.

 

La dupla entre Marta e Ingrid (Julianne Moore), una novelista tras años de no ver a su amiga la reencuentra en su paso por la ciudad, es centro e este film en el que ese reencuentro en un hospital de Manhattan deriva en un compartir los últimos días de vida de la ex corresponsal de guerra con todas las angustias, incertidumbres y ansiedades de saber que el final es inminente, pero sin saber en qué momento exacto será. Una historia de lo que puede la amistad frente al carácter trágico de la existencia, y de un mundo que aun sigue atravesado por presiones religiosas y paradigmas médicos frente a los cuales no puede más que oponérseles la dignidad del arte que se atreve a problematizar este tipo de cuestiones.

 

jueves, 7 de noviembre de 2024

Buenos Aires: ¿ciudad de inquilinos?



Por Mariano Pacheco*

 

 

Cuando alquilar una vivienda se transforma en una odisea y el dinero obtenido por trabajar apenas permite la sobrevivencia. Números y desafíos para pensar la vida en la ciudad contemporánea.

 

 

Crítica y ficción

 

¿Hay alguna relación entre la dimensión arquitectónica y la subjetiva entre las personas que habitamos Buenos Aires, esa ciudad que se desarrolló “de espaldas al río”? Algo de eso parece estructurar parte de la trama de Medianeras (2011), film argentino con guion y dirección de Gustavo Taretto que, en su micromundo artístico, parece anticipar aquello que años más tarde se va a generalizar para toda la sociedad. En este caso: la cultura del inquilino.

 

Al comienzo de la película podemos escuchar un extenso monólogo de Martín, al que le sigue otro de Mariana (los dos protagonistas interpretados por Javier Drolas y Pilar López de Ayala) en los que se plantea que Buenos aires –“una ciudad superpoblada en un país desierto”– ha crecido de manera descontrolada e imperfecta, con edificios irregulares en los que se alternan uno muy alto al lado de otro muy bajo, uno estilo francés al lado de otro sin ningún estilo. Esas irregularidades que muestran una total ausencia de planificación, tienen sin embargo una lógica, atravesada por la desigualdad económica y social: los departamentos se miden en ambientes, y van desde los excepcionales de cinco con balcón-terraza, dependencia de servicio, baulera, piletas climatizadas en algunos casos, hasta el mono ambiente (más conocido como “caja de zapatos”), con poca o ninguna luminosidad, construidos en edificios que son cada vez más chicos, en ese afán por darle lugar… ¡a nuevos edificios aún más diminutos!

 

Cada vez más edificios, cada vez más problemas de infraestructura y, en los últimos tiempos, cada vez más departamentos vacíos y personas sumergidas en la indigencia, en situación de calle, pero también, nuevos trabajadores pobres que con sus actuales salarios no pueden ya costear los costos de unos alquileres que, hasta hace algunos meses, sí podían mantener; adultos que, como jóvenes, regresan a vivir con sus padres o abuelos; jóvenes no tan jóvenes que perpetúan una lógica de estudiantes siendo ya profesionales, alquilando una casa entre dos o tres; parejas que ya no funcionan como tales pero sostienen sus vínculos sólo por una conveniencia que les garantiza un techo…

 

Incluso entre las y los más “afortunados” (si así puede decirse, apelando a una cuota de ironía y a otra de cinismo), como son quienes hoy sostienen un trabajo con una remuneración mensual que les permite garantizar el alquiler de una vivienda que les agrada, ven totalmente ausente, en sus horizontes existenciales, poder construir su propia casa. “Vivimos como si estuviésemos de paso en Buenos Aires. Somos los inventores de la cultura del inquilino”, dice Martín, a modo de presentación, para iniciar el film, mientras agrega que está convencido de que “las separaciones y los divorcios, la violencia familiar, el exceso de canales de cable, la incomunicación, la falta de deseo, la abulia, la depresión, los suicidios, las neurosis, los ataques de pánico, la obesidad, las contracturas, la inseguridad, el estrés y el sedentarismo son responsabilidad de los arquitectos y empresarios de la construcción”. Una escena que, al verla, produce mucha identificación en el espectador, la espectadora. Lo terrible es que el film es de hace una década y media atrás.

 

 

Dato mata relato

 

Durante algunos años (sobre todo durante un buen tramo de la “década ganada”), algunas personas de determinadas franjas de la sociedad argentina (fundamentalmente: “sectores medios”) hicieron realidad su sueño de la “casa propia”, sobre todo quienes accedieron al programa ProCreAr, que permitió incluso que en algunas localidades del “interior del interior” (como suele caracterizarse a pueblos de provincias), la iniciativa permitiera el desarrollo de zonas antes deshabitadas.

 

Si bien el impacto de esos impulsos fue bastante reducido en relación a lo masivo del problema, sentaron un antecedente importante de sistema crediticio estatal totalmente accesible para quien lo contrae, al contrario de lo sucedido durante el macrismo con los créditos UVA (en los cuales el banco prestamista se queda cual el inmueble como garantía de pago hasta que se cancele el crédito), que recientemente despertó la manifestación pública de un Colectivo de Autoconvocados que denuncia la “situación desesperante” en la que han quedado las personas deudoras, que ven crecer el monto de las cuotas y el capital adeudado a un ritmo que los salarios tipo no pueden acompañar, llegando al insólito caso de familias con más del 60 por ciento de sus ingresos destinados al pago de la cuota, mientras otras tantas han tenido que suspender los pagos debido a la crítica situación económica y social que atraviesa la Argentina.

 

Buenos Aires –la “Ciudad Autónoma” como se llama desde hace algunas décadas–, siguió en cambio su ritmo autonomizado de especulación inmobiliaria durante todos estos años, más allá de los cambios en las gestiones estatales a nivel nacional, al igual que otras grandes capitales del país, como Córdoba o Rosario, ésta última, asimismo, fuertemente atravesada por el dinero proveniente del negocio ilegal del narcotráfico (recomendamos para tal caso ver el film-documental Ciudad del boom, ciudad del bang, elaborado en 2013 por la revista Crisis).

 

Así, tras un largo historial que lleva años décadas– y la pandemia mediante que lo agravó todo, llegamos a la situación crítica de hoy (segundo semestre de 2024), en el que el 80% de los hogares inquilinos encuestados en la Encuesta Nacional Inquilina (realizada en septiembre de 2024 por la Federación de Inquilinos Nacional y el Colectivo Feminista #NiUnaMenos), manifestó que la situación de la vivienda y la evolución de sus salarios/ingresos son los principales motivos de preocupación en la actualidad (mientras que el 64, 06% respondió tener deudas de algún tipo –dos puntos por encima de la encuesta anterior de junio–).

 

Para esta altura del año, el 44,5% de los ingresos totales del hogar se destina a pagar el alquiler y las expensas, sin considerar impuestos y tarifas de servicios públicos (para quienes firmaron contrato después de la entrada en vigencia del DNU 70/2023, la incidencia asciende al 49,8%). Estas cifras manifiestan un incremento de 10% más de lo que implicaba en junio. Así, uno de cada cuatro inquilinos (el 26,7% de los encuestados en septiembre) indicó que tuvo que abandonar la vivienda que habitaba por no poder afrontar el precio del alquiler (el 92% en condiciones contractuales por fuera de la ley de alquileres, cuando tres meses antes la cifra representaba el 15%).

 

Más allá de la campaña oficial anunciando buenos augurios para la economía argentina, lo cierto es que, según datos de esta encuesta, el 88,9% de los inquilinos ha manifestado que considera que tendrá dificultades para afrontar el pago del alquiler en los próximos meses. La situación se torna alarmante. Cada relato es una suerte de crónica (de la catástrofe social) anunciada.

 

A la falta de regulación y planificación urbana, que en muchos casos trae aparejados profundos problemas de infraestructura (sobre todo con los servicios de luz y cloacas), hay que sumarle los problemas de smog, y de suciedad –sobre todo en la zona sur de la ciudad– donde existen zonas enteras que parecen haber quedado “liberadas”, a la espera de una futura reestructuración en donde la especulación funcione como prioridad central, por sobre todo derecho a la vivienda.

 

 

Ciudad subjetiva

 

Desde los inicios mismo del Siglo XX, cuando la Argentina comienza a consolidarse como país y queda incorporado de manera subordinada al mercado mundial capitalista, se produce ese proceso acelerado de modernización periférica que lo coloca en ese lugar de “Atenas americana” según la retórica modernista– o de “Reina del Plata” que, producto de las fuertes corrientes inmigratorias que llegaban desde Europa tras el aniquilamiento del malón del indio y la montonera gaucha (sobre todo, desde el último cuarto del siglo XIX), producen ese “entrecruzamiento múltiple” de esta zona específica, de esta región determinada del Río de la Plata en la que Buenos Aires aparece más emparentada con Montevideo que con San Salvador de Jujuy o Río Gallegos, al mismo tiempo que busca parecerse siempre más a Londres o París (sobre todo a esta última) que a La Paz o Lima.

 

Quizás por eso en su libro El río sin orillas el escritor argentino Juan José Saer dice que, hasta el siglo XX, nadie se sintió en casa en Buenos Ares, ya que todos sus habitantes provenían de otras latitudes y durante mucho tiempo, estaban sólo de paso (de allí la imagen de lugar “vacío y desolado” que por buen tiempo la acompañó). Y cuando alguien empezó a sentirse en casa, fue cuando hubo posibilidades de asentarse, incluso viniendo de tierras lejanas.

 

Como destaca Saer, rescatando a su vez al gran ensayista nacional Ezequiel Martínez Estrada, se trata de abordar al país no como una esencia sino como una serie de problemas a desentrañar, inventando métodos propios como esos forjados en el entrecruzamiento entre lo local y lo planetario, tan típico en estos pagos. “El resultado de ese entrecruzamiento múltiple, que ha dejado rastros en la economía, en la organización social, en las tradiciones culturales, en los tipos físicos, en el habla, en la gastronomía, esa diversidad unificada por ciertos rasgos específicos, es lo que denominamos con el nombre genérico de una región, el Río de la Plata”, escribe el autor de Glosa en este ensayo.

 

Qué duda cabe, que en este siglo XXI, Buenos Aires sigue siendo la gran ciudad del Río de La Plata en la que las migraciones de poblaciones de las distintas provincias argentinas, se ha entremezclado con la proveniente de otras latitudes del mundo –como hace un siglo atrás–, nuevamente bajo la promesa de una vida mejor. Con la gran diferencia de que ahora Buenos Aires es un sitio lleno de edificios y ya no de conventillos, rodeado asimismo por zonas hiperpobladas como son los inmensos conurbanos, donde ya no queda mucho espacio para construir viviendas. Lejos de toda mirada teleológica, transcurrido un siglo, la ciudad ya no presenta una gran promesa, sino que se debate entre una perspectiva de rapiña de pequeñas minorías privilegiadas y la resignación de grandes mayorías. El hecho de que hoy haya más perros que niños que la habiten es síntoma de este bloqueo en la población adulta; una población atravesada por el estrés, el cansancio, la preocupación, la ansiedad, el agotamiento, las tensiones, el miedo a perder lo poco que se ha logrado conservar.

 

Una ciudad no es sólo su arquitectura, ni siquiera las vidas de quienes la habitan, sino también una red de narraciones que contribuyen a reforzar la resignación ante la mera sobrevivencia o, por el contrario, que incitan a la revuelta de ideas, a la rebelión de los cuerpos desobedientes que adquieren la confianza necesaria para protagonizar los grandes cambios que toda sociedad estancada requiere para darle un sentido a la existencia (singular y colectiva) y no perecer en el camino autodestructivo al que determinadas políticas la condenan.

 

Por eso hoy la lucha política en la ciudad requiere no sólo de movilización, de organización popular y de alternativa electoral, sino también de una disputa subjetiva capaz de concentrar multitudinarias energías en la gestación de un terreno de enfrentamiento contra la desolación, y de creación de territorios donde pueda empezar a experimentarse lo conveniente de la cooperación social frente a la apología del individualismo rapaz del sálvese quien pueda, porque como hemos experimentado ya, con esas lógicas al final no se salva nadie.

 

 *Nota publicada en Revista Zoom