Por
Mariano Pacheco
Escribir, de Marguerite Duras, publicado en la colección andanzas
de la editorial TusQuets en 2022, reúne cinco textos, los relatos “La muerte
del joven aviador inglés”, “Roma”, “El número puro”, “La exposición de la pintura”
y el que lleva el mismo título que el libro y funciona como una suerte de
Manifiesto- Relato desgarrador sobre la escritura, la soledad y aquello que un
libro significa para quienes entregamos la vida con pasión al oficio de
escribir.
La
escritura: el territorio de nuestra soledad. En este texto (me referiré aquí
solamente al relato de apertura del libro), la escritora francesa nacida en
Indochina cuenta que permaneció diez años, sola, en esa casa situada en Neauphle-le-Chateau
con el dinero que cobró alguna vez por los derechos cinematográfico por su novela
autobiográfica Un dique contra el pacífico (“en cuanto la compré, supe
que había hecho algo importante, para mí”).
Su
habitación, dice, no es una cama, ni allí ni en París, tampoco en Trouville: es
una ventana, una mesa y una silla determinadas, huellas de tinta negra, determinados
ritos. Antes que ella, según cuenta que averiguó, nunca nadie había escrito en
esa casa en la que ella, por una década, pudo escribir los libros que le han
hecho saber y han hecho saber a los demás, la escritora que fue (“esta casa es
el lugar de la soledad”). ¿Cómo ocurrió? Lo explica así:
“Sólo
puedo decir que esa especie de soledad de Neauphle la hice yo, fue hecha por
mí. Para mí. Y que solo estoy sola en esa casa. Para escribir. Para escribir no
como lo había hecho hasta entonces. Sino para escribir libros que yo aún desconocía…
Comprendí que yo era una persona sola con mi escritura, sola muy lejos de todo.
Quizás duró diez años, ya no lo sé, rara vez contaba el tiempo que pasaba escribiendo
ni, simplemente, el tiempo… Por fin tenía una casa donde esconderme para escribir
libros. Quería vivir en esa casa”.
La
soledad es la clave de este texto, y su relación con la escritura, y así lo
deja en claro Duras en numerosos pasajes, que a continuación transcribo:
“He
conservado esa soledad de los primeros libros. La he llevado conmigo. Siempre
he llevado mi escritura conmigo a donde quiera que haya ido”.
“La
soledad de la escritura es una soledad sin la que el escribir no se produce”.
“Alrededor
de la persona que escribe libros siempre debe haber una separación de los
demás. Es una soledad. Es la soledad del autor, la de escribir”.
“La
soledad no se encuentra, se hace. La soledad se hace sola. Yo la hice. Porque
decidí que era allí donde debía estar sola, donde estaría sola para escribir
libros”.
“La
soledad también significa: o la muerte, o el libro”.
“En
un libro hay eso: la soledad es la del mundo entero. Está por todas partes. Lo
ha invadido todo. Sigo creyendo en esta invasión… La soledad es eso sin lo cual
nada se hace. Eso sin lo que ya no se mira nada. Es un modo de pensar, de
razonar… está presente en función de la escritura”.
“La
soledad también era eso. Una especie de escritura. Y leer era escribir”.
“En
la ciudad, en los pueblos, en todas partes, los escritores son gente solitaria.
En todas partes, siempre, lo han sido”.
Uno
está sólo incluso en su propia soledad, escribió Duras en alguna parte de este
libro, y al leerlo recordé la emblemática frase de Nietzsche, quien en su Ecce
homo sostiene que su Zaratustra (ese libro “alegre y demoledor”) es todo un
“ditirambo a la soledad”.
Si escribir
es muchas veces lo único que puede llenar una vida, y hechizarla (porque la
escritura nunca abandona), el escritor, la escritora, no pueden nunca dejar de
buscar la forma correcta. Por eso Duras –la vieja
Marguerite, nos vemos tentados a decir con cariño– arremete contra las “generaciones
muertas” que hacen “libros pudibundos” (incluso, muchas veces, siendo jóvenes).
Libros “encantadores” –dice, y el subrayado es suyo–, sin poso alguno, “sin
noche, sin silencio… sin auténtico autor… libros de entretenimiento, de viaje.
Pero no libros que se incrusten en el pensamiento y que hablen del duelo profundo
de toda vida”.
Por
eso, insiste Duras, escribir conseguir arrastrar “lo desconocido que uno lleva
en sí mismo”, es apostar todo a eso o nada, porque, al fin y al cabo, pese a todo,
“en algún lugar del mundo se escriben libros”.
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