Fui a ver al cine Lorca, hace poco, “El viejo roble”, último film de Ken Loach.
Se llama así por el bar donde acontece todo, pero uno
podría pensar en el propio director.
No sé si es el contexto (nacional/ internacional) o qué,
pero debo decir que si bien no me emocionó tanto como “Tierra y libertad” (es
cierto, la vi en 1996, con toda la energía de los 15 años y de los comienzos de
la militancia política) o incluso “El viento que acaricia el prado” (que
también vi en un cine de la calle Corrientes cuando se estrenó en 2006, aunque no
en el Lorca sino en la sala que funcionaba en el Teatro Astral), esta película me
interpeló sobre desde la entereza ético-política de su director (y no tanto por
el film en sí, que recae un poco en cierto realismo burdo y buen intencionado).
Con guion de Paul Laverty y un
elenco de actores y actrices no profesionales, el director británico pone
en escena lo que acontece con la población de Durham
(un barrio proletario inglés) cuando llegan refugiados sirios. Lo central,
creo, es cómo una sensibilidad actual puede despertar los fantasmas de una
genealogía de luchas, y cómo lo analógico puede cobrar un destacado relieve en
el actual mundo digital.
Pero como decía, lo que me emocionó fue una suerte de
detrás de escena, el saber que Loach está por cumplir 90 años y es emblema de
la grandeza de esa “vieja guardia” no deja de seguir planteando cuestiones
candentes de la escena contemporánea, como lo son el racismo y la xenofobia en
Europa, no al interior de las clases acomodadas de la sociedad (cosa que uno se
espera) sino entre las clases trabajadoras, entre las mujeres y hombres de
abajo.
Pero el film no es simplemente denuncia de esos males,
sino testimonio (desde la ficción) de aquello de lo que aun somos capaces
cuando vemos en el otro un semejante, y podemos conmovernos por sufrimientos ajenos
y hacerlos propios (al fin y al cabo esa era la máxima guevarista por
excelencia: “sentir en lo más
hondo cualquier injusticia cometida contra cualquiera en cualquier parte del
mundo”, supo decir el Che).
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