Por Mariano Pacheco
(La luna con
gatillo/Resumen Latinoamericano)
“Luche y se van” y “Fuera Macri”, dos consignas para acompañar una lectura
de la movilización del miércoles frente al Congreso y un intento de mapeo del
campo popular en la Argentina contemporánea.
“Luche
y se van” y “Fuera Macri”, en un extremo y otro del espectro
político-ideológico, fueron las notas que desentonaron del coro uniforme de las
expresiones compañeras que el miércoles pasado confluimos en la Plaza de los
dos Congresos para repudiar la propuesta de Presupuesto 2019 de la Gestión
Cambiemos, avalada por lo peor que el peronismo supo dar en estos tiempos. No
nos detendremos aquí en los números y las consecuencias posibles que ese
presupuesto tendrá para los sectores populares de este país, ya que basta con
prestar atención a las noticias que vienen circulando (aún en medios del
sistema) para darse cuenta de lo nefasto de dicha propuesta. Sí me interesa, al
menos brevemente, detenerme en las características y los perfiles de quienes
pretendemos resistir estos embates.
Si
bien con vasos comunicantes poco visibles, ambas perspectivas (que para decirlo
rápido podríamos catalogar como de “Libertarias” en el caso del piberío que
marchó con el rostro cubierto por pañuelos palestinos bajo la bandera con la
inscripción “Fuera Macri”, y de legado “Nacional, Popular y Revolucionario”, en
el de quienes lo hicieron bajo la bandera argentina con la inscripción “Luche y
se van”) comparten el hecho de intentar plantar otra voz, decir otra cosa que
no sea que hay que llegar como se pueda a mediados de 2019, para armar un buen
conglomerado opositor al macrismo y ganar las elecciones con un frente opositor
que contenga las distintas expresiones de oposición al actual gobierno
nacional…..
Más
cerca o más lejos de Cristina Fernández de Kirchner, con menos o más simpatías
por el peronismo histórico, al parecer hoy prácticamente todos los sectores del
campo popular en Argentina comparten esta caracterización. La excepción: los
sectores mencionados, minoritarios respecto de ese gran conglomerado, aunque
con inserción en espacios de masas, al menos en el caso del sector del “Luche y
se van”.
Por
supuesto, dentro de esa unidad frentista no entra la izquierda clasista
realmente existente (ni los tres partidos trotskistas del Frente de Izquierda y
de los Trabajadores, FIT, ni su “cuarta pata” guevarista de Poder Popular, ni
tampoco los más minoritarios trotskistas MST y Nuevo MAS), aunque se rozan en
su sobrevaloración de la instancia parlamentaria, más allá de discursos que
puedan a veces ser más o menos radicalizados (tal vez habría que matizar esta
aseveración en el caso de Poder Popular, ya que provienen de otra tradición y
recién comienzan a dar sus pasos en las intervenciones electorales, sin
descuidar hasta el momento su inserción en frentes de masas y trabajos de base
que desarrollan desde hace muchos años).
En el
espacio “Luche y se van”, aunque parezca un matiz, no es menor el hecho de que
el cruce con las nuevas realidades contemporáneas (como el feminismo, que tiene
su historia pero ha logrado en estos años una presencia política inusitada, y
el precariado, que ha logrado ser en algunos casos un sujeto político mucho más
dinámico que el sindicalismo tradicional) se produzca enmarcado en una
tradición que se reivindica aún con vocación revolucionaria, y no
“democrática”, en tanto que democrático se entiende como “democracia
representativa”, respeto por la Constitución (escrita con la sangre de los
vencidos) y las leyes vigentes (que surgieron de los gritos que tronaron en el
anochecer de la historia nacional). Esta mixtura entre nuevos fenómenos y
legado se expresa también en el cruce generacional de sus militancias: las
pibas que protagonizaron la pelea por el derecho al Aborto Legal, Seguro y
Gratuito como una de sus primeras batallas; el piberío que tomó colegios para
defender la educación pública; quienes encontraron en las barriadas una
oportunidad para sostener la consigna de la resistencia mientras muchos (y
muchas) se desmoralizaban tras la asunción de Mauricio Macri a la presidencia;
quienes se politizaron durante los años kirchneristas sin serlo; quienes
protagonizaron la insurrección de 2001 desde construcciones territoriales y recuperando
fábricas abandonadas por las patronales en medio de la crisis; quienes vienen
de las luchas de los años sesenta y setenta y no encontraron en el puente
imaginario que en 2003 se trazó con 1973 un lugar donde seguir cobijando sus
sueños de juventud…
Ese
espacio (reiteramos, que se congregó bajo una bandera argentina que llevaba la
inscripción “Luche y se van”), junto con el anarquista fueron quienes el
miércoles pasado intentaron plantar otra voz, ni soberbia ni grandilocuente,
pero otra mirada al fin y al cabo. ¿Cuál? Una muy sencilla: aquella que enuncia
que no es funcional a la derecha enfrentar la represión del Estado; que no son
servicios de inteligencia todos aquellos (y aquellas) que se cubren el rostro,
empuñan una gomera, arrojan piedras contra la policía y levantan barricadas.
Una voz que sostiene que es posible pensar (y accionar) para que Macri se vaya,
pero no en 2019 sino antes, y no tras un proceso electoral sino echado por la
rebelión popular, como Fernando De La Rúa en 2001, y Celestino Rodrigo y el
Brujo López Rega, en 1975.
Más
que el que se vayan todos, que padece de un profundo olvido en las militancias,
la consigna del “Luche y se van” –previa incluso al 2001—pervive aún como
fantasma, y se expresa cada tanto en alguna movilización. Sin ir más lejos, fue
entonada el miércoles pasado frente a la Comisaría en donde permanecían
detenidos los presos tras la represión frente al Congreso.
Recordemos:
“se pensaron que nos habían cagado/ porque estábamos desorganizados/con sudor,
con lucha y con paciencia/ va creciendo la nueva resistencia/ Luche que se
van/luche que se van”.
La
canción es de los años 90, y por supuesto, la consigna de “Luche y se van” fue
retomada durante la resistencia antineoliberal de otra resistencia anterior: la
que se ejerció durante los años del terror contra la dictadura del Proceso de
Reorganización Nacional.
Movilización
de masas, lucha de calles y consignas destituyentes.
¿Ultraizquierdismo
que niega la instancia de intervención electoral? ¿Petardismo que sostiene que
cuanto peor vaya todo mejor? Para nada: está claro que siempre es mejor tener
parlamentarios de izquierda que no tenerlos (se llamen Miryam Bregman o Luis
Zamora, o el nombre sea); que siempre es mejor –para desarrollar la
organización popular de base, para promover la movilización y el protagonismo
popular activo, para sostener una perspectiva de ideas propias de la clase que
vive del trabajo, etcétera— un gobierno de corte progresista que uno
abiertamente de derecha, de esos que reprimen con frecuencia (no olvidar que el
progresismo también sabe reprimir determinadas luchas populares, y las
patriadas en defensa de los bienes comunes así lo atestiguan, así como las
batallas del sindicalismo clasista); gobiernos reaccionarios que recortan
derechos sociales y laborales elementales, que violan derechos humanos básicos.
Pero eso no debería impedir resituar la discusión sobre lo electoral y el
triunfo en las urnas de amplios conglomerados progresistas en su justo lugar;
en un lugar en donde lo estratégico no quede totalmente opacado por las
urgencias de desplazar a estos sectores de la gestión del Estado.
Desmoralizar la crítica política
Ante
lo descarnado de la derecha en el gobierno no deberíamos olvidarnos tan
fácilmente, entonces, que la larga década progresista en América Latina (y más
puntualmente en nuestro país) vino acompañada de concentración y
extranjerización de la tierra, con políticas de “genocidio ambiental” en muchos
casos; con precarización laboral y reforzamiento de las estructuras burocráticas
del sindicalismo patronal; con una inclusión social fuertemente neoliberalizada
en función de una lógica de consumo de bienes no precisamente de uso en una
perspectiva de buen vivir; con la consagración de la figura individualista del
“ciudadano” (y ciudadana), sujeto (sujetado) del derecho (burgués), sostenido
sobre las bases de las relaciones de la propiedad privada y la representación
política por parte de una casta privilegiada, y en muchos casos enriquecida a
costa de no entender su función, precisamente, como una función (y de servicio)
sino como un eterno permanecer en puestos de gestión para ensanchar las arcas
económicas familiares.
Que
en general coincidamos en que no se puede compartir las críticas que la derecha
hace al progresismo no implica negar realidades a esta altura innegables.
De
nuevo: se trata de desmoralizar la crítica política, de enlazar la crítica a
una ética militante y de asumir la necesidad de la polémica desde el piso del
compañerismo y la confluencia en las movilizaciones y la intervención callejera
por parte de las militancias de distintas procedencias.
“Son
los sectores de izquierda, anarquistas y del kirchnerismo”
La
frase que engloba tal diversidad en un común --digna de un bloque del programa
televisivo Peter Capusotto y sus videos—
con que la derecha gobernante intenta estigmatizar como desestabilizadores a
los sectores movilizados de la oposición, no deja de tener un núcleo de verdad.
El
miércoles pasado en las calles de Buenos Aires confluyeron algunos pocos gremios
(la mayoría inscriptos en las dos CTA) y fundamentalmente, el amplio espectro
de organizaciones de la economía popular, en la que intervienen casi todas las
corrientes políticas, con excepción del trotskismo y el progresismo, que de
todos modos se movilizaron encolumnados bajo sus banderas partidarias. De
hecho, no sólo estaban los cinco partidos trotskistas mencionados, y algunos
activistas anarquistas, sino también Nuevo Encuentro, La Cámpora, e incluso
parlamentarios kirchneristas que no sólo se negaron a acompañar la propuesta de
presupuesto oficial para 2019, sino que incluso salieron del parlamento, para
estar en las calles, codo a codo, con las izquierdas y los movimiento sociales
a los que tanto criticaron en tantas oportunidades.
En Marcha a la división con la
bandera de la Uni/Dad
Tres
días después de la movilización frente al Congreso que culminó con represión,
se lanzó el Frente Patria Grande, con Juan Grabois a la cabeza (uno de los
referentes de la CTEP, hombre de confianza del Papa Francisco en la Argentina),
y un saludo de Cristina Fernández de Kirchner a través de un video, que se
proyectó en un acto en el que los guevaristas del Movimiento Popular La
Dignidad confluyeron con las dos fracciones en las que se partió el Movimiento
Patria Grande y otras expresiones más chicas como las que encabeza la cordobesa
Cecilia “Checha” Merchán (ex referente de Libres del Sur).
En el
acto de Mar del Plata confluyeron lo más extremo del pobrerismo y el
parlamentarismo. Es decir, de aquello que argumenta un discurso político en una
ontología del ser pobre (esencialismo populista que idealiza al abajo como
verdad) y no se plantea trascender los límites de aquello que el enemigo ha
impuesto como molde para la intervención política de los pueblos (la democracia
representativa).
De
nuevo: no se trata de un juicio moral sino de reivindicar la posibilidad de
realizar una crítica política de una determinada cultura militante. Aquella
que, por un lado, idealiza al pueblo, siempre bueno y siempre portador de valores
esencialmente liberadores; y por otro lado, coloca a los sectores populares
como medio y no como fin, es decir, como actores sociales y no como sujetos
políticos (actores sociales en un escenario que disponen otros, en un guión
también escrito por otres y en un drama dirigido por otros, u otras, la Gran
Otra, en este caso: la jefa ordenadora de los caminos a seguir).
El
lanzamiento de este espacio expresa, por otra parte, una doble confirmación.
Por
un lado, la bancarrota de la “izquierda popular” (dos de sus principales
fuerzas, nacidas luego de 2001 pero sin haber sido nunca kirchneristas, se
reconocen ahora bajo el liderazgo de Cristina, en un frente encabezado por un
hombre de Bergoglio, ahora Francisco en el Vaticano, históricamente enfrentado
al kirchnerismo), proceso que se complementa con el corrimiento a un espacio
trotskista por parte de Poder Popular, y el naufragio y desorientación estratégica
del resto de agrupamientos que se consideraban parte de una izquierda autónoma
o independiente.
Por otro
lado, liquida la posibilidad de que la mayoría de los “movimientos sociales”
(las organizaciones territoriales más desarrolladas del sector de la economía
popular) puedan tener una herramienta única de intervención en el plano
electoral, tal como se venía proyectando con el Frente En Marcha, en donde
estaban los dos sectores de Patria Grande y el Movimiento Popular La Dignidad
(integrantes de la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular, al
igual que el Movimiento Evita) pero también sectores de la CTA, Libres del Sur
y el Partido de los Trabajadores y del Pueblo (ambas estructuras políticas que
fundaron y sostuvieron el Movimiento Barrios de Pie y la Corriente Clasista y
Combativa).
Quedará
por ver ahora cómo se resuelven las internas al interior del peronismo y del
kirchnerismo para saber cómo quedarán posicionados el conjunto de estos
sectores que se plantean librar una disputa electoral. Lo que parece cierto es
que ya no intervendrán de conjunto desde una misma herramienta política.
Mientras
tanto, habrá que ver cómo se desenvuelve el macrismo.
Falta
aún un año para las elecciones nacionales. Muy poco, en términos de lo que
implica fortalecer alianzas y posicionar candidatos. Una eternidad, sin
embargo, para los tiempos políticos de este país. Sobre todo, ante ofensivas
conservadoras como las que viene emprendiendo Cambiemos, seguramente
envalentonado por el giro a la derecha general que se vivencia en el mundo y en
particular en la región (y más específicamente, con los resultados electorales
del hermano país de Brasil).
Más
acá de agosto y octubre de 2019, entonces, está diciembre. Un mes
históricamente caliente en Argentina. Un mes en el que ya no sólo se conmemoran
las casi dos décadas de la insurrección de 2001 sino el primer aniversario de
aquella gran patriada que implicó el repudio del año pasado al intento de
avanzar con las leyes como la laboral y la provisional por parte del macrismo.
Devaluación
y precarización generalizada de la vida de por medio, el fantasma del luche y
se van puede ser un insumo para gestar una pragmática popular que entienda que,
de irse con anticipo este gobierno, el que venga tendrá otro margen de maniobra
o, si se quiere, un piso más alto para enfrentar a los poderes fácticos si se
lo propone.
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