Leyendo, a paso lento (puesto que la letra chiquita del libro, junto a mi dificultad en el ojo izquierdo –¡no, no se soluciona con anteojos la deformación imperceptible que me quedó tras el impacto de balín de goma que recibí en la represión de diciembre de 2017!– no son una buena combinación), leyendo –decía– la biografía de Ricardo Strafacce, apunto lo siguiente:
“Las posibilidades de hacer política por lo pronto no eran demasiado
grandes en esa Argentina… Escribir podía ser, además de un modo de ganarse la
vida, un destino, una manera de ser algo o alguien, tanto o más que hacer
política”.
Son los prolegómenos del Cordobazo,
pero para el escritor ya no hay vuelta atrás. Del PATRIA O MUERTE de la
militancia pasa al LITERATURA O MUERTE como política de la escritura. Es el
momento de redacción de “El Fiord”.
Frustrados sus periplos como militante
del Sindicato de Prensa en Buenos Aires, su actividad en los marcos de un
peronismo más bien ortodoxo (en las antípodas de Walsh, o Jozami, o su propio
hermano Leónidas), se trata de realizar ese pasaje de la oratoria a la escucha
y, vía trabajo profundo sobre las formas del contar, producir un cimbronazo en
la literatura argentina.
Sostiene Strafacce:
“Y era, por eso mismo, el comienzo de
un procedimiento: ESCUCHAR esas expresiones usuales para incorporarlas a la
escritura de una manera nueva. No se trataba de servirse de un lenguaje supuestamente
coloquial que reprodujera, de manera sociológica o antropológica, la lengua que
se hablaba para dar ´autenticidad´, o ´realismo´, o ´color local´ a los textos,
ni de reelaborarla o cuestionarla. Se trataba de escuchar, ESCUCHAR como si se
leyera para luego repetir lo escuchado en otro contexto, pero sin modificarle
una sola letra, para que esa repetición hiciera diferencia, para que el asombro
–la literatura– apareciera solo”.

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