Lamborgíada
Por Roberto García
A Paule
D’Gotti, Alito Reinaldi y Bruno Crisorio
La fusta bajo el brazo justa
cruza el culo victimado
del cuadrúpedo
asusta en fin
a cualquiera
porque cualquiera
sea el género (don, hado)
puede ir en cuatro patas
solo hay que parecerlo para ser-lo
dialéctica
mente
hablado,
la sospecha de andar en cuatro
te convierte en culpable
de cabalgatas tendidas
en la gal-opada llanura
La fusta del cabalgante
un gangster de la aristocracia
basta, con solo su amenaza,
al caer de un momento al otro
con la furia del rayo
(como
el que recibiera
el
presidente Schrever que no supo
qué
era hasta sentir el golpe
en el
aro vacío del ser
guardado,
oscuro y oloroso,
en
medio de sus nalgas)
Fusta rayo raya el instante
deja vacante lo cierto
ESO mismo que resiste al cambio
salta sobre si, no se encuentra
para si y sigue
y s'abre a l'otro
para dejar el cuarto trasero
anhelante del fustazo
ya por caer como
una promesa de carrera
Quien tiene la fusta, tiene la justa
los demás de indistinto
género no alcanzan
“la voluntad general efectivamente real”
la masa en fin se in-diferencia de su
autoconciencia absolutamente
libre
y sueña el fustazo que le de-forma
también algunos pícaros
frac-asados
sueñan tener ellos mismos
la fusta en la mano y gozan como
locos-locas cuando el lonjazo
de piel se arranca
tras la correa que chorrea
la sangre después de salir
de sus nalgas violadas
pensando que no sufren sino que
hacen sufrir a la caballada
que montasen, si tuviesen la fusta en la
mano,
(pensemos
que el “si” condicional
hiperventila
el deseo)
pero no la tienen, porque
solo unos pocos
(por
lo tanto, si y sólo, si menos que más,
matemática-
mente
hablando)
sabe cómo amasar a la masa
y mimarla dándole
el cuero en el culo
hasta que la ahora
en-si-mismada
caballada devenga desbocada
brinque y patee
al desmontado jinete
des-ha-sido de su fusta
no se sabe cuándo, no se sabe dónde

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