A 50 años de su asesinato
Por Mariano Pacheco
“Siempre quedan rezagados, y nuestra función no es la
de liquidar a los rezagados, no es la de aplastarlos y obligarlos a que acaten
a una vanguardia armada, sino la de educarlos, la de llevarlos adelante, la de
hacer que nos sigan por nuestro ejemplo… el ejemplo de sus mejores compañeros,
que lo están haciendo con entusiasmo, con fervor, con alegría día a día. El
ejemplo, el buen ejemplo, como el mal ejemplo, es muy contagioso, y nosotros
tenemos que contagiar con buenos ejemplos… demostrar de lo que somos capaces;
demostrar de lo que es capaz una revolución cuando está en el poder, y cuando
tiene fe”.
Ernesto Guevara
Las palabras del Comandante Nuestraamericano
extraídas de su texto titulado “Sobre la construcción del partido” y citadas a
modo de epígrafe para este breve escrito dan cuenta de una doble preocupación
del Che que quisiéramos rescatar, en las vísperas del 50 aniversario de su
asesinato. Por un lado, la paciente impaciencia que guía el accionar de los revolucionarios.
Por el otro, la voluntad de predicar con el ejemplo y dejar abiertas las
puertas de la historia, más allá de que no sepamos si, realmente, somos capaces
o no de llevar adelante nuestros propósitos. Con fuertes reminiscencias
spinocistas, el final de la frase nos recuerda la advertencia del filósofo
holandés, quien sostenía que nunca, de antemano, podemos saber lo que un cuerpo
puede.
En medio de una situación nacional,
continental e internacional por demás complicada (ofensivas conservadoras por
aquí y por allá), el rostro del Guevara derrotado en Bolivia se nos presenta
como una imagen a la que debemos poner en serie con la del líder en ascenso, o
incluso, con la de la victoria revolucionaria en Cuba. Es que visto a la
distancia, y en vínculos con los desafíos de la hora, la política del contagiar
con el ejemplo e impulsar para adelante a los más rezagados se convierte en
programa y en un modo popular (no populista) de entender el vínculo entre los
cuadros y las militancias, y entre éstas y el activismo más destacado de
nuestro pueblo. Contra la visión “torremarfilista” que autoproclama para sí la
lucidez de los especialistas y la infalibilidad de los convencidos, el legado
de Guevara, en esta clave, apunta más a contagiar en base a lo actuado que en
convencer, adoctrinar, bajar línea. Porque la militancia, tal como podemos entenderla hoy,
no se sostiene en base a pruebas de verdad sino sobre coherencias con apuestas
que no se reservan para sí ninguna garantía. “Actuar permanentemente preocupados
de nuestros propios actos”, dice. Y hace hincapié en la capacidad de estar
abierto, siempre, a las nuevas experiencias. Actuar, señala el Che, con una
“gran sensibilidad frente a la injusticia. Espíritu inconforme cada vez que
surge algo que está mal, lo haya dicho quien lo haya dicho”.
Ni desesperanza ni angustia, entonces, sino
convicción. Y una ética que sostiene que aún sin certezas de posibles victorias
resistir es una opción válida, que se transita con la alegría de saber de la
apuesta por la transformación, y conscientes de que todo irá peor si no
promocionamos la rebelión. De allí que hoy el Che se rescate por amplias capas
de la población, sobre todo de la juventud, más allá de sus “partidarios”. Es
que Guevara es también expresión de rebeldía en canchas de fútbol y recitales
de rock, y no sólo ideas y prácticas comunistas que, por supuesto, también se
han transformado en legado de nuevas militancias.
Juventud Presente
Son precisamente las camadas más jóvenes de luchadores
las más receptivas a incorporar entre sus prácticas y desafíos la cuestión de
la puesta en cuestión (valga la redundancia) de los modos de vida capitalistas,
en el aquí y ahora, más allá de las proyecciones sobre un futuro socialista
para toda la sociedad. Puesta en cuestión que requiere no sólo una intensa
práctica contrahegemónica, en medio de un mundo tomado por el capital, sino
también el abordaje respecto de los problemas de la subjetividad.
Algo de eso supo abordar el Che cuando planteó una
serie de preguntas en torno a lo que denominó los “estímulos morales”. Cómo
contraponer un tipo diferente de subjetividad a la regla capitalista fundada en
la materialidad y el interés, podríamos decir hoy. “Una juventud que no crea es
una anomalía”, instó en su momento, y hoy resuenan sus palabras contra todos
aquellos que esperan respuestas de liderazgos que los triplican en edad. “Se
plantea a todo joven comunista ser esencialmente humano, ser tan humano que se
acerque a lo mejor de lo humano, purificar lo mejor del hombre por medio del
trabajo, del estudio, del ejercicio de la solidaridad continuada con el pueblo
y con todos los pueblos del mundo, desarrollar al máximo la sensibilidad hasta
sentirse angustiado cuando se asesina a un hombre en cualquier rincón del mundo
y para sentirse entusiasmado cuando en algún rincón del mundo se alza una nueva
bandera de libertad”, interpeló a los jóvenes de su tiempo, y nos interpela
hoy, en un mundo cada vez más signado (otra vez) por la lógica de “sálvense
quien pueda”. Construirnos en la perspectiva de un nuevo internacionalismo
(desde abajo y a la izquierda), entonces, es otro de los legados guevarianos.
Algo similar a esto citado de su texto “Qué debe ser
un joven comunista” plantea en El socialismo y el hombre en Cuba, cuando
dice que la revolución “se hace a través del hombre”, pero insiste en que el
hombre “tiene que forjar día a día ese espíritu revolucionario” (“Nos
forjaremos en la acción cotidiana, creando un hombre nuevo”, remata en sus
reflexiones).
Por supuesto, el modo de mencionar las “singularidades
existenciales” es digno de su época, y tanto a él como a Jean Paul Sartre se
les podría cuestionar el hecho de que hablen de Hombre como sinónimo de humanidad
(ya hombres y mujeres denota un binarismo digno de un aplastamiento y homogeneización
de los devenires diversos que habitamos y nos habitan), pero toda gran figura
(incluso Guevara), no puede ser pensada sino en su contexto.
Quedémonos, de todas formas, con esta idea de que el
hombre nuevo (la nueva humanidad) hay que forjarlo ya desde ahora y no pensarlo
como resultado de transformaciones futuras. Forjarnos en la actualidad como
existencias de nuevo tipo, ese es el gran legado de Guevara. Hay toda una
“política menor”, una micropolítica que, enlazada con la macropolítica, se
transforma en programa-hipótesis para el accionar en el nuevo milenio.
Cuando la impaciencia nos gana, cuando el desánimo se
apodera de nosotros, no tenemos más que voltear la mirada hacia el rostro de
Guevara que suele estar presente en pancartas, grafitis, afiches o remeras para
tomar ánimo. No para idealizarlo, sino para recordar que Guevara fue un “hombre
entre los hombres” y no un gigante inalcanzable. Un hombre sumergido en la
historia, en su tiempo. Y por lo tanto, para recordar que así como fue posible
que existieran mujeres y hombres de su talla, también es posible gestarlos hoy
otra vez. Cuando necesitemos fuerzas para continuar la marcha, no hay más que
detenerse y citar nuevamente la emblemática frase del comandante Fidel Castro y
gritar: ¡Seremos como el Che Carajo, porque acá.. acá nadie se rinde”.
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